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sábado, 11 de julio de 2020

LA LENTA DISOLUCIÓN DE LA REPÚBLICA ‎EN FRANCIA


En sus manifestaciones, los “chalecos amarillos” hacen ondear la bandera de Francia, símbolo ‎siempre ausente en las reuniones organizadas por los ecologistas. ‎

por Thierry Meyssan

Desde hace 3 años, un profundo descontento se ha hecho patente a lo largo y ancho de Francia y ha adoptado formas hasta ahora desconocidas. Reclamando el ideal republicano, ese movimiento de protesta cuestiona la manera como el personal político dice servir a las instituciones. Frente a esa protesta, el presidente Emmanuel Macron finge favorecer una concertación que él mismo manipula constantemente. El autor de este artículo señala que los peores enemigos del país no son aquellos que quieren dividirlo en comunidades sino quienes, después de ser electos, han olvidado el sentido del mandato que les fue otorgado.
RED VOLTAIRE | DAMASCO (SIRIA) | 7 DE JULIO DE 2020

La primera ola
En octubre de 2018, una sorda protesta se hacía sentir desde las pequeñas localidades y los ‎campos de Francia. Los dirigentes del país y los medios de difusión descubrían, estupefactos, la ‎existencia de una clase social que no conocían hasta entonces y a la que nunca antes se habían ‎visto confrontados: una pequeña burguesía excluida de las grandes ciudades y relegada al llamado ‎‎«desierto francés», donde los servicios públicos son muy limitados y el transporte público ‎inexistente. ‎

Esa protesta, que en algunos lugares llegó a tomar visos de revuelta, tuvo como factor ‎desencadenante un impuesto sobre el combustible diésel –impuesto que oficialmente tenía como ‎objetivo alcanzar las metas planteadas en el Acuerdo de París sobre el medioambiente. ‎Los ciudadanos que protestaban estaban muchos más afectados que los demás porque vivían ‎lejos de todo y su única posibilidad de transporte era el uso de sus vehículos personales. ‎
A raíz de la disolución de la Unión Soviética, se produjo una reorganización de la economía ‎mundial. Las empresas occidentales cerraron cientos de millones de puestos de trabajo en sus ‎países y los trasladaron a China. En Occidente, la mayoría de los trabajadores que perdieron sus ‎empleos tuvieron que aceptar trabajos menos remunerados, se vieron obligados a abandonar las ‎grandes ciudades –ya demasiado onerosas para ellos– para irse a vivir en las zonas periféricas ‎‎ [1].‎

Miembros de esa población relegada, los “chalecos amarillos” aparecieron en 2018 para ‎recordarle al resto de la sociedad que, aun viviendo en las localidades desfavorecidas, seguían ‎siendo parte de Francia y que no podían contribuir a la lucha contra «el fin del mundo» si antes ‎no les ayudaban a sobrevivir hasta «el fin de mes». Los “chalecos amarillos” denunciaban la ‎inconciencia de los dirigentes políticos que –desde sus cómodas oficinas en París– eran incapaces ‎de ver las dificultades que enfrentan otras categorías poblacionales [2]. ‎

Los primeros debates políticos entre ciertas personalidades políticas y algunas de las principales ‎voces de los “chalecos amarillos” fueron todavía más increíbles: cuando los políticos proponían ‎medidas sectoriales, los miembros de los “chalecos amarillos” respondían describiendo ‎serenamente los desastres provocados por la globalización financiera. Los políticos se veían ‎totalmente desorientados mientras que los miembros de los “chalecos amarillos” exponían una ‎visión panorámica de la situación. Los políticos no mostraban la capacidad de análisis necesaria, que ‎sí estaba presente entre los electores. ‎
Por suerte para la clase dirigente, los medios de difusión se dieron a la tarea de ocultar a los ‎‎“chalecos amarillos” mostrando a otros manifestantes que expresaban su cólera con gran energía, ‎pero de manera mucho menos inteligente. La agravación del conflicto, con la participación ‎de una parte importante de la población, hizo que llegara a temerse una eventual revolución. ‎Presa del pánico, el presidente francés Emmanuel Macron se encerró durante 10 días en su ‎bunker subterráneo, bajo el Palacio del Elíseo, anulando todas sus salidas y encuentros fuera del ‎edificio. Pensó en la posibilidad de dimitir y llegó a convocar al presidente del Senado para que ‎este asumiera la presidencia interina de la República. Sólo cuando el presidente del Senado ‎lo mandó a paseo, Macron apareció en televisión anunciando unas cuantas medidas de carácter ‎social, de las cuales ninguna respondía a los reclamos de los “chalecos amarillos”… porque ‎el presidente Macron simplemente no sabía todavía de dónde habían salido esos franceses. ‎
Todos los estudios de opinión tienden a mostrar que este movimiento de protesta no expresa un ‎rechazo de la política per se sino, al contrario, una voluntad política de restaurar la noción del ‎interés general, o sea de la República, en el sentido inicial de la palabra [3]. ‎

La ciudadanía está relativamente satisfecha de la Constitución, pero no de cómo se utiliza o ‎se aplica ese texto. La ciudadanía rechaza, en primer lugar, el comportamiento de la clase ‎política en su conjunto, pero no rechaza las instituciones. ‎
Tratando entonces de recuperar la iniciativa, el presidente Emmanuel Macron decidió organizar ‎un «Gran Debate Nacional» en cada comunidad, algo así como los «Estados Generales» ‎de 1789, anunciando que cada ciudadano tendría derecho a expresarse en esos encuentros y que ‎las proposiciones serían recogidas y tenidas en cuenta. ‎

Pero, desde los primeros días, el presidente se dedicó a controlar la expresión popular, ‎‎¡no hay que permitir que “el populacho” diga todo lo que le pase por la mente! Resultó ‎entonces que temas como la inmigración, el aborto voluntario, la pena de muerte y el matrimonio ‎entre personas del mismo sexo quedaban excluidos del «debate». El presidente Emmanuel Macron dice ser ‎‎un «demócrata»… pero desconfía del pueblo. ‎

Por supuesto, todo grupo de personas está expuesto a dejarse llevar por el apasionamiento. ‎Durante la Revolución Francesa, los sans culottes [4] ‎llegaron a crear desorden en los debates parlamentarios insultando a los diputados desde los ‎espacios reservados al público. Pero en 2019 nada permitía prever que los alcaldes fuesen ‎objeto de la cólera de sus conciudadanos. ‎

La organización del «Gran Debate Nacional» estaba en manos de la «Comisión Nacional del ‎Debate Público». Pero esta pretendía garantizar la libre expresión de cada ciudadano mientras ‎que el presidente Emmanuel Macron quería, al contrario, limitarla a 4 temas: «transición ‎ecológica», «régimen fiscal», «democracia y ciudadanía» y, por último, «organización del ‎Estado y de los servicios públicos». ‎

‎¿Resultado? La Comisión fue disuelta y reemplazada por… 2 ministros. El desempleo, las ‎relaciones sociales, la situación de dependencia de los «adultos mayores», la inmigración y la ‎seguridad quedaron fuera del «debate». 
El presidente Macron acaparó entonces el escenario. Participó en varias reuniones, ‎convenientemente transmitidas por televisión, donde respondió a todas las preguntas de los ‎participantes, como si él fuese un experto conocedor de todos los temas, ofreciendo un ejercicio ‎de evidente autosatisfacción. Del proyecto inicial –oír las preocupaciones de la ciudadanía–, el ‎‎«Gran Debate Nacional» pasó a un objetivo muy diferente: explicar a los franceses que están ‎siendo bien gobernados. ‎

Al cabo de 3 meses, 10 000 reuniones y de 2 millones de contribuciones, se elaboró un informe ‎que está cuidadosamente guardado en alguna gaveta. Aunque la síntesis elaborada dice ‎otra cosa, las intervenciones de los participantes en el «Gran Debate Nacional» aludían a las ‎prerrogativas de los políticos que ejercen cargos electivos, los impuestos, la caída del poder ‎adquisitivo, las limitaciones de velocidad en las carreteras, el abandono de las regiones rurales y la ‎inmigración. El «debate» no pasó de ser un simple ejercicio de estilo, que además demostró a ‎los “chalecos amarillos” que el presidente Macron está dispuesto a hablarles… pero no tiene intenciones ‎de oírlos. ‎


A través de toda Francia, los “chalecos amarillos” organizaron firmas de ‎peticiones a favor de la institucionalización de un Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC).

¡Pero nosotros somos demócratas!

En sus manifestaciones, numerosos “chalecos amarillos” mencionaron la propuesta de Etienne ‎Chouard, propuesta de la que finalmente nunca se habló en el «Gran Debate Nacional». Hace ‎unos 10 años que Etienne Chouard [5] recorre Francia explicando a los franceses que una Constitución sólo es legítima ‎cuando la redacta la ciudadanía que va a regirse por ella. Por consiguiente, Etienne ‎Chouard estima que debe conformarse una Asamblea Constituyente, cuyos miembros serían ‎designados por sorteo, para redactar una Constitución que se sometería a un referéndum. ‎
El presidente Emmanuel Macron respondió con la creación, mediante un sorteo, de una asamblea ‎que llamó «Convención Ciudadana». Pero, como hizo con el «Gran Debate Nacional», desde el ‎primer día, Macron adulteró la idea inicial. Ya no se trataba de redactar una nueva Constitución ‎sino sólo de abundar sobre uno de los 4 temas que el propio Macron ya había impuesto. ‎
El presidente Emmanuel Macron no vio en el uso del sorteo una manera de liberar el debate de los ‎privilegios adquiridos por ciertas clases sociales o de escapar al predominio de los partidos ‎políticos. Abordó el sorteo simplemente como un medio de conocer mejor la voluntad popular, ‎al estilo de los institutos que realizan sondeos de opinión. Así que ordenó dividir la población por ‎regiones y categorías socio-profesionales y, sólo después de realizada esa categorización, los ‎miembros de la «Convención Ciudadana» fueron designados por sorteo dentro de cada uno de ‎esos grupos, como se escoge a un grupo de encuestados para participar en un sondeo de opinión. ‎Cómo se materializó la conformación de cada grupo es algo que nunca se dio a conocer. ‎Además, Emmanuel Macron puso la organización de los debates en manos de una firma ‎especializada en la animación de paneles, de manera que el resultado es el mismo que habría ‎arrojado la organización de un sondeo de opinión. Esta «Convención Ciudadana» no formuló ‎ninguna proposición propia sino que se limitó a priorizar las proposiciones que le fueron ‎presentadas. ‎
Claro, ese proceso es mucho más formal que un sondeo de opinión… pero no tiene nada de ‎democrático ya que sus participantes nunca pudieron presentar iniciativas. Las propuestas más ‎acordes con el consenso comúnmente admitido serán presentadas al parlamento o sometidas ‎al pueblo mediante un referéndum. Por cierto, no está de más recordar que el último ‎referéndum realizado en Francia, hace 15 años, dejó un pésimo recuerdo: los franceses ‎se pronunciaron contra la política del gobierno, que a pesar de ello impuso su propio objetivo ‎por otras vías, ignorando olímpicamente la voluntad que la ciudadanía había expresado. ‎
La verdadera naturaleza de esta “asamblea de ciudadanos” quedó al descubierto cuando ‎sus miembros hicieron saber que no querían someter a referéndum una propuesta que ‎ellos mismos habían aprobado. ¿Por qué no querían someterla a referéndum? Porque estimaban ‎que el pueblo, la ciudadanía que ellos supuestamente representaban, seguramente la rechazaría. ‎De esta manera reconocían implícitamente que, sobre la base de los argumentos que les habían ‎presentado, ellos habían aceptado una propuesta a sabiendas de que el Pueblo razonaría de otra ‎manera. ‎

¡No soy yo, son los científicos!

Cuando apareció la epidemia de Covid-19, el presidente Emmanuel Macron se dejó convencer ‎por el especialista británico en estadística Neil Ferguson [6] de que ‎se trataba de una situación de extremo peligro. Cuando decidió imponer a los franceses el ‎confinamiento obligatorio generalizado, lo hizo siguiendo las recomendaciones del antiguo ‎equipo de Donald Rumsfeld [7]. Y, finalmente, optó por protegerse de las críticas ‎creando un «Consejo Científico», cuya presidencia puso en manos de una personalidad cuyo ‎criterio creía incuestionable [8].‎
Hubo una sola voz plenamente autorizada que criticó ese dispositivo, uno de los más eminentes ‎epidemiólogos de todo el mundo: el profesor Didier Raoult [9]. Al final de la crisis, el profesor ‎Raoult fue llamado a prestar testimonio ante una comisión de la Asamblea Nacional y declaró que ‎Neil Ferguson es un charlatán; que el «Consejo Científico» –del cual él mismo había sido ‎miembro hasta que acabó dimitiendo– está viciado por una serie de conflictos de intereses que ‎lo vinculan a Gilead Science –transnacional estadounidense que tuvo como presidente al ya ‎mencionado Donald Rumsfeld–; que ante una situación como esta epidemia el papel de los ‎médicos es dedicarse a salvar vidas, en vez de experimentar con los pacientes; que los resultados de los médicos dependen de la visión que ellos mismos tienen sobre su profesión y ‎que es por esas razones que los enfermos de Covid-19 internados en los hospitales de París tenían ‎‎3 veces más probabilidades de morir que los ingresados en los hospitales de Marsella. ‎
Los medios de difusión no se molestaron en analizar el testimonio del profesor Didier Raoult sino ‎que se dedicaron a resaltar las reacciones hostiles de la nomenklatura administrativa y médica. ‎Optaron por dar máxima cobertura a las críticas contra el profesor Raoult, cuando este eminente ‎miembro de la élite científica mundial acaba de cuestionar la eficacia de las acciones del ‎presidente de la República, Emmanuel Macron, del gobierno francés y de la clase médica francesa ‎en el enfrentamiento de la epidemia. ‎

La segunda ola

La primera ronda de las elecciones municipales francesas había tenido lugar el 15 de marzo ‎de 2020, justo al inicio de la epidemia de Covid-19 en suelo francés. En las localidades periféricas ‎y en las zonas rurales –territorios de los “chalecos amarillos”–, esa primera ronda permitió la ‎elección inmediata de alcaldes y consejos municipales. Pero, como siempre, en las grandes ‎ciudades las cosas son más complicadas y se hacía necesaria una segunda vuelta, que tuvo que ‎esperar hasta el pasado 28 de junio. ‎
Resultado: 6 electores de cada 10, ya decepcionados por el «Gran Debate Nacional» e ‎indiferentes ante la «Convención Ciudadana», no acudieron a votar. ‎
Ignorando esa protesta silenciosa, los medios de difusión interpretan el voto de la minoría como ‎un «triunfo de los ecologistas». Sería más correcto decir que la abstención de 6 de cada ‎‎10 electores ilustra el divorcio definitivo entre los partidarios de la lucha contra «el fin ‎del mundo» y la población que lucha por sobrevivir hasta «el fin de mes». ‎
Los estudios de opinión nos aseguran que el voto ecologista está enraizado principalmente entre ‎los funcionarios. Eso es una constante en todos los procesos prerrevolucionarios: los individuos ‎que se creen más inteligentes, si se sienten vinculados al poder, se ciegan y no entienden ‎lo que están viendo. ‎
La Constitución francesa no prevé esta situación de profunda división en el seno de la población y ‎no establece un mínimo de participación en las elecciones. Así que los resultados de esa segunda ‎ronda electoral en las grandes ciudades francesas, a pesar de no ser democráticos, son válidos. ‎Ninguno de los alcaldes electos en esta segunda vuelta –con la participación de sólo una quinta ‎parta de los electores, o incluso menos– ha solicitado la anulación de ese escrutinio. ‎
Ningún régimen puede perpetuarse sin apoyo de la población. Si esta “huelga” de los electores ‎llegara a extenderse a la próxima elección presidencial francesa, en mayo de 2022, el sistema ‎acabará derrumbándose. Pero ninguno de los dirigentes políticos parece consciente de ello. ‎
[1] «Occidente devora a sus hijos», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 4 de diciembre de 2018.
[2] «“Chalecos amarillos”, una cólera ‎altamente política», por Alain Benajam, Red Voltaire, 24 de noviembre de 2018.
[3] El término “República” ‎surge de la expresión latina Res Publica, literalmente “cosa pública”, pero en el sentido más ‎amplio de la expresión y sin limitarla –como generalmente se hace– a lo que se conoce como ‎‎“propiedad pública” o “propiedad del Estado”. Nota de la Red Voltaire.
[4] Los sans culottes eran los miembros de las ‎clases sociales más desfavorecidas y, por ende, más revolucionarias. Nota de la Red Voltaire.
[5Blog de Etienne ‎Chouard.
[6] «Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del liberalismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de abril de 2020.
[7] «Covid-19 y “Amanecer Rojo”», por Thierry ‎Meyssan, Red Voltaire, 28 de abril de 2020.
[8] «¡Basta ya de “consenso”!‎», por Thierry ‎Meyssan, Red Voltaire, 2 de junio de 2020.
[9] Sitio web oficial (en francés) del ‎profesor Didier Raoult y su equipo: Méditerranée infection.



martes, 11 de febrero de 2020

UNIDAD Y DIFERENCIA EN LAS INSURRECCIONES DE FRANCIA Y CHILE



Carta de Raoul Vaneigem a las insurgentas e insurgentes en Chile, luego de una solicitud de aclaración sobre el concepto de «bien público» (31 de enero de 2020). Seguido de Respuesta y noticias de Chile, fechadas el 5 de febrero de 2020, y dos folletos en español adjuntos.

Raoul Vaneigem

Francia ha ocupado y sigue ocupando un lugar especial en la imaginación de las revoluciones. Es el país donde, por primera vez en la historia, una revolución destrozó el estancamiento y el oscurantismo impuestos por la preponderancia de una economía basada esencialmente en la agricultura. Su victoria no significó el triunfo de la libertad, solo marcó la victoria de una economía de libre comercio que rápidamente sofocó las aspiraciones de libertad real.

La verdadera libertad es la libertad vivida. Los filósofos de la Ilustración se habían dado cuenta de esto. Los Diderot, d’Holbach, Rousseau, Voltaire grabaron esa evidencia en la memoria universal, y antes de ellos, los principales pensadores del Renacimiento, Montaigne, La Boétie, Rabelais, Castellion (al que debemos el lema: «Matar un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre«).

Aunque presente en muchos países europeos, la lucha por la libertad es particularmente aguda en Francia. A partir de los siglos XI y XII, las insurrecciones comunales se multiplican e intensifican. Su objetivo es liberar a las ciudades de la autoridad tiránica de la clase aristocrática, cuyos ingresos provienen principalmente de los campesinos, los siervos que trabajan sus tierras. Los nobles no tienen intención de dejar que estas «comunas» escapen de su control, que generan nuevas fuentes de ingresos. Artesanos, comerciantes, tejedores, pequeños productores, son el fermento de un capitalismo emergente. Se enfrentan a la nobleza y al régimen feudal que dificultan su expansión.

Un rumor se propaga: «El aire de la ciudad te hace libre”. Ayudará a identificar a esta burguesía, cuyo nombre se toma del pueblo (ciudad) con un ideal de libertad, que de hecho es su ideología. Pero rápidamente parece que esta burguesía a su vez ejerce una opresión sobre la clase de los trabajadores, a los que explota sin piedad, como lo atestigua la queja de los tejedores de seda de Chrétien de Troyes (1135-1190).

Aunque la burguesía continúa creciendo en poder y oprime a las clases trabajadoras, su lucha contra la arrogancia aristocrática mantiene, voluntaria e involuntariamente, un espíritu de subversión y reclamo que perfora el caparazón y los muros del régimen de la ley divina con golpes formidables, haciendo que la ciudadela del poder aristocrático vacile. Esto explica la naturaleza contradictoria de la revolución francesa de 1789: por un lado, el tremendo desarrollo de una libertad que se revela como el verdadero futuro de la humanidad; por otro lado, la terrible mistificación que consiste en reducir la libertad a la libre circulación de bienes y personas, tratadas indiscriminadamente como bienes.

Después de haber decapitado a la monarquía del derecho divino, el libre comercio estableció una monarquía lucrativa, aún más inhumana que el despotismo feudal. Los girondinos y los jacobinos allanaron el camino para una especie de monarquismo profano, un bonapartismo donde el progreso de la industrialización requirió la esclavitud de las mayorías. Es en su linaje que se inscriben los dos regímenes que mejor ilustran la barbarie de nuestra historia: el nazismo, donde el hombre se convierte en puro objeto; el bolchevismo, donde, en nombre de la emancipación humana, el sueño comunista se convierte en una pesadilla.

Entre la fascinación de estos dos extremos, el ideal político occidental ha perpetuado una forma diluida de este jacobinismo que las conquistas de Napoleón habían implantado en toda Europa. Es una mezcla de burocracia en expansión y de teatro ciudadano, donde el progresismo y el conservadurismo son objeto de una puesta en escena modernizada. Las personas insurgentes deben saber que, si interrumpen el espectáculo al ingresar, solo tendrán un lugar reservado para el cadáver.

Ni la dictadura absoluta, ni la expresión de la voluntad del pueblo, ¿qué es este aborto engendrado por la rapacidad financiera si no es un totalitarismo democrático?

Con la excepción del efímero gobierno del pueblo para el pueblo, que la Comuna de París había tratado de promover, el capitalismo nunca ha aflojado su control, solo lo ha modernizado. Las luchas sociales han sido lo suficientemente fuertes como para que los administradores de ganancias arrojen algunas limosnas a los rebeldes, pero insuficientes para que la amenaza de erradicación total los haga temblar.

Al mismo tiempo que Robespierre decapitó a Olympes de Gouges, que luchaba por los derechos de las mujeres, la Revolución Francesa promulgó, en su famosa Declaración, una versión formal de los Derechos Humanos. El hecho de que la mayoría de los gobiernos se han burlado y aún se siguen burlando de estos derechos, los ha auroleado de un espíritu subversivo que el Estado ha diluido e institucionalizado rápidamente.

En la guerra de guerrillas que se libró en Francia contra la ocupación nazi y sus numerosos colaboradores, se formó el Consejo de Resistencia. Fue el organismo responsable de dirigir y coordinar los diversos movimientos insurreccionales, e incluía a todas las tendencias políticas. El Consejo estaba compuesto por representantes de la prensa, sindicatos y miembros de partidos hostiles al gobierno de Vichy desde mediados de 1943. Su programa, adoptado en marzo de 1944, preveía un «plan de acción inmediato» (es decir, acciones de resistencia), pero también incluía una lista de reformas sociales y económicas que habrían de aplicarse tan pronto como se liberara el territorio.

No debemos engañarnos a nosotros mismos. El objetivo de estas reformas fue evitar una conflagración revolucionaria, hecha posible por el armamento de las facciones en lucha. El Partido Comunista francés trabajó para quebrar el impulso revolucionario del pueblo armado y entregó, para apaciguarlo, un conjunto de reformas que estaban en línea con la res publica resultante de la primera república francesa. Esto es lo que constituyó, para los franceses, el «bien público», destinado a mejorar la existencia del mayor número de personas.

La mayoría de los países europeos adoptaron rápidamente estas medidas en las áreas de salud, apoyo familiar, prestaciones por desempleo, protección para los trabajadores, alimentos de calidad, educación para todos. No existen en Chile ni en la mayor parte del mundo. Sin embargo, el colmo del absurdo, es en esta ausencia, en este vacío humanitario, que el gobierno francés, obedeciendo las leyes globales de ganancias, ve un modelo a imitar, un objetivo a alcanzar.

Liquida activos sociales para revenderlos a intereses privados, arruina hospitales públicos, suprime trenes, escuelas, apoya la industria agroalimentaria que envenena los alimentos, implanta en el desprecio de los ciudadanos su energía y molestias burocráticas, fomenta el consumo cada vez más, mientras aumenta el empobrecimiento. Sobre todo, aplasta la alegría de vivir bajo la presión de la triste desesperación. Ritmos de ganancias en todas partes, la danza macabra de una muerte rentable.

Una respuesta inesperada apareció espontáneamente en Chile y en Francia. Ahora son las mismas personas las que, más allá de los detalles de la evolución histórica, enfrentan los mismos problemas, las mismas preguntas. Además, ¿no escuchamos estas preguntas planteadas por la resistencia y la autoorganización insurgente en todo el mundo en los países más diversos?

¿La gente, en todas partes, es consciente de la vida que llevan dentro y de la muerte a la que el Estado los condena, «el monstruo frío más frío»?

Mi percepción del llamado Movimiento de Chalecos Amarillos en Francia es propia. Esto es solo un testimonio de mi entusiasmo personal. ¿Por qué? Porque no hay un día en que, desde mi adolescencia, no aspire al cambio del orden de las cosas. Todos y cada uno son libres de extraer del revoltijo de mis ideas lo que les parece relevante y rechazar lo que no les conviene.

La aparición del movimiento informal y espontáneo de Chalecos Amarillos marcó el despertar de una conciencia social y existencial que no había salido de su letargo desde mayo de 1968.

A pesar de no haber implementado el proyecto de autogestión de la vida cotidiana, la tendencia más radical del Movimiento de Ocupación de mayo de 1968 podría afirmarse que ha contribuido a una auténtica agitación de las mentalidades y el comportamiento. Una conciencia cuyos efectos apenas comienzan a materializarse hoy, que ha marcado un punto de no retorno en la historia humana. Ha creado una situación que, por muy expuesta que esté a las regresiones episódicas, nunca retrocederá; los hombres aún tardan en ponerse de acuerdo, pero no hay una sola mujer que no esté convencida en su propia carne.

El peso del silencio mantenido a sabiendas ordena repetir sin descanso una verdad que el martilleo de las mentiras no logra romper. La denuncia de los situacionistas sobre el Estado de bienestar -del Estado de bienestar consumista, de felicidad vendida a plazos- dio un golpe mortal a las virtudes y comportamientos impuestos por milenios que pasaban por verdades inquebrantables: poder jerárquico, respeto a la autoridad, patriarcado, miedo y desprecio por la mujer y la naturaleza, veneración al ejército, obediencia religiosa e ideológica, competencia, competencia, depredación, sacrificio, la necesidad de trabajar. Entonces nació la idea de que la vida real no podía confundirse con esta supervivencia que condena el destino de la mujer y del hombre al de una bestia de carga y una bestia de presa.

Se creía que este radicalismo había desaparecido, arrastrado por las rivalidades internas, las luchas de poder, el sectarismo de protesta. Lo vimos sofocado por el gobierno y el Partido Comunista, en la que fue su última victoria. Fue, sobre todo, es cierto, devorado por la ola formidable del consumismo triunfante, el mismo que la creciente pobreza está secando hoy, lenta, pero constantemente.

Esta justicia debe hacerse a la colonización del consumidor: popularizó la desacralización de los viejos valores más rápidamente que décadas de libre pensamiento. La farsa de la liberación, defendida por el hedonismo de los supermercados, propagó la abundancia y diversidad de productos y opciones que solo tenían una desventaja, la de pagarse a la salida. De esto nació un modelo de democracia donde las ideologías se borraron a favor de los candidatos, cuya campaña promocional se lleva a cabo utilizando las técnicas publicitarias más eficaces. El clientelismo y la morbosa atracción del poder terminaron arruinando un pensamiento que los gobiernos más recientes no tenían miedo de mostrar en mal estado.
 
¿Dónde estamos hoy? Francia nunca ha conocido un movimiento insurreccional tan persistente, tan innovador, tan festivo. Nunca hemos visto a tantas personas deshacerse de su individualismo, ignorar sus opciones de carácter religioso, ideológicas, rechazar líderes y líderes autoproclamados, rechazar el control de los sistemas políticos y sindicales. Qué placer escuchar al Estado deplorar el hecho de que los Chalecos Amarillos no tienen dirigentes que puedan ser agarrados por las orejas como conejos. La gente no lo ha olvidado: cada vez que una organización ha pretendido administrar sus intereses, los ha atrapado, abusado y destruido.

Las demandas corporativas generaron la ira que se generalizó, porque más allá de la barbarie represiva, el desprecio, la provocación de un gobierno de delincuentes, lo que se busca no es otra cosa que el sistema mundial que en nombre de las ganancias saquea la vida y el planeta.

En la calle se encuentran codo a codo los conductores de trenes, autobuses y metro, abogados, recolectores de basura, bailarines de ópera, trabajadores de alcantarillado, escolares, estudiantes, maestros, investigadores, científicos forenses, una pequeña facción de policías que rechaza la función de asesinos que sus jefes les asignan, los trabajadores de los sectores «gas y electricidad», los funcionarios a cargo de impuestos y gravámenes, las pequeñas y medianas empresas perjudicadas por la avaricia del fisco, los bomberos -a menudo a la vanguardia en los enfrentamientos con la policía-, empleados de Radio-France, personal del hospital, donde los ahorros presupuestarios de hecho asesinan a pacientes demasiado pobres para pagar un hospital privado.

Los vecinos que nunca se habían hablado se descubren redescubriendo la solidaridad. Al igual que en las operaciones de resistencia contra el nazismo, existe un acoso sistemático a los «colaboradores». Los ministros, los notables y sus secuaces ya no abandonan sus guaridas sin arriesgarse a sucumbir, no bajo el fuego de armas mortales, sino bajo los tomates del ridículo, la burla y el humor corrosivo.

Se está produciendo una mutación dentro de las insurrecciones nacionales e internacionales. La fase de ira ciega, que enfrenta cara a cara la intransigencia del poder y sus fuerzas armadas, ahora debe ser seguida por una fase de ira lúcida capaz de socavar el Estado en sus bases. Ahora se trata de sustituir la legitimidad de la voluntad popular por la autoridad que el Estado ha usurpado con la farsa electoral. Un Estado que no es más que el instrumento de intereses privados, gestionado en la actualidad por las multinacionales.

Estamos presenciando un tremendo cambio de perspectiva. La libertad, finalmente restaurada en su autenticidad, está resuelta a destruir la economía de libre comercio que una vez la inspiró de manera involuntaria y formal, antes de sofocarla bajo el creciente peso de su tiranía. Es la venganza de la libertad vivida en las libertades de lucro.

La tierra de la que reclamamos el disfrute libre no es una abstracción, no es una representación mítica. Es el lugar de nuestra existencia, es el pueblo, el distrito, la ciudad, la región donde luchamos contra un sistema económico y social que nos impide vivir allí. Como no tenemos nada más que esperar de las autoridades estatales que las mentiras y la batuta, ahora depende de nosotros «hacer nuestros negocios», deshaciéndonos del mundo de los negocios.

Depende de nosotros sentar las bases sociales y existenciales de una sociedad que rompa el yugo de la destrucción rentable. Depende de nosotros atrevernos a invertir nuestra ira y nuestra creatividad en las Comunas, donde nuestra existencia se reinventa en la calidez de la generosidad humana y la solidaridad. ¡Qué importan los errores y la prueba y error! Es una tarea a largo plazo federar internacionalmente a un gran número de pequeñas comunidades, que tienen la ventaja incomparable de actuar directamente sobre el entorno en el que están establecidas.

Dejemos de abordar nuestros problemas desde arriba. Desde las alturas de la abstracción, que solo derrama figuras que nos deshumanizan, nos transforman en objetos, nos reducen al estado de los bienes. La política de las masas continúa creando el caos que exige la Orden Negra de la Muerte. El cielo de las ideas ya no debe ser la negación de nuestras realidades vividas.

La verdad hace que la canción de la vida se escuche en todas partes. La dimensión humana es una calidad, no una cantidad. El individuo se vuelve colectivo cuando la poesía de uno brilla para todos.

Nuestro bien público es la tierra. Es nuestra verdadera patria y estamos decididos a expulsar a los invasores mercantiles que la mutilan, cortándola en cuotas de mercado. Nuestra libertad es una e indivisible.

Raoul Vaneigem, 31 de enero de 2020




Respuesta y noticias de Chile 

Por ahora, te digo que la lucha continúa en esta largo y estrecha franja de tierra. La lucha directa con la policía continúa, porque la represión también está «en casa» en estos días. Además, esto que dices en tu texto también ocurre aquí, es decir que los funcionarios de la ciudad capital no pueden salir a la calle sin convertirse en el blanco de la burla pública.

Comunidades humanas en todo Chile se organizan para recuperar territorios usurpados y saqueados por el Estado y los colonizadores que le precedieron. Un ejemplo es la recuperación de tierras (400 hectáreas) que las comunidades mapuche del municipio de Los Sauces, provincia de Malleco, región de la Araucanía, llevaron a cabo el último viernes de enero.

Lo que viene es una autogestión generalizada de nuestras necesidades, destrucción total de las cadenas que nos atan físicamente y espiritualmente a la economía terrorista.
La tierra volverá a vivir y nosotros viviremos con ella.

Mientras tanto, le envío los dos comunicados de prensa que hemos distribuido esta vez.
(5 de febrero de 2020)

Nota: Esta carta de Raoul Vaneigem dirigida a las y los insurgentes de Chile y su respuesta, nos ha llegado en francés. La versión en castellano para Comunizar es de Catrina Jaramillo.



Los folletos completos pueden leerse aquí (1) y aquí (2)