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lunes, 5 de julio de 2021

CAMINANDO HACIA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN


 © “Ysy, Kuarahy ha Yvytu” (La Madre Agua, el Sol y el Aire), Miguel Hachen 

5 julio, 2021 Víctor Manuel Toledo

 

El mundo no aguanta más, es decir, las sociedades y sus naturalezas. Las evidencias están a la vista con la confluencia de la pandemia del Covid-19, la crisis ecológica de escalas local, regional, nacional y global, la amenaza latente de una guerra nuclear, y la desigualdad social tocando su máximo nivel en la historia de la especie. Es obvio que se requiere una transformación radical en todos los ámbitos de la vida social, y la primera es aceptar que no estamos frente a un simple cambio económico, tecnológico o cultural, sino ante una transformación civilizatoria. Esto lo registramos hace casi tres décadas, y en este lapso se han acumulado las evidencias sin que hayamos avanzado mayormente en las vías para lograrla. Las rebeliones ciudadanas que se hacen cada vez más frecuentes e intensas son la demostración de un malestar colectivo que vislumbra o intuye ese cambio profundo, pero que no alcanza a concebirlo y menos a construirlo. Si hace una década el malestar ciudadano se hizo presente en los países del mundo árabe, en los últimos años alcanzó a Islandia, Hong Kong, Francia, España, Chile, Bolivia, Ecuador, etcétera, y en los últimos meses a Estados Unidos, Bielorrusia, Tailandia y otros. El problema es que estas protestas y resistencias se enfocan en objetivos parciales o secundarios y no llegan a detectar y reconocer las causas profundas de la crisis: la doble explotación, del trabajo de la naturaleza y del trabajo de los seres humanos, que una minoría de minorías realiza cada vez con más amplitud y encono. Se requiere entonces de una doble liberación y emancipación: ecológica y social. Deben, pues, surgir rebeliones ambientales, igualitarias, anticapitalistas, antipatriarcales y capaces de construir una sociedad sustentable y de reformular las relaciones entre los individuos, y entre éstos y la naturaleza.

Estamos, por tanto, en un fin de época, en la fase terminal de la civilización moderna, pero aún sin poder visualizar la que la sustituirá. Si se me permite una metáfora, es como estar en el circo y observar al trapecista en el preciso momento en que se encuentra soltando el trapecio sin haber cogido el otro, y con el vacío esperándolo abajo. He aquí que los intelectuales y teóricos de la emancipación no han realizado su trabajo, en buena medida porque siguen mirando al mundo con los mismos catalejos anticuados. Es decir, carecen de instrumentos a la altura de la complejidad del mundo actual. Esta limitante es la dimensión epistemológica de la propia crisis de civilización, y requiere de la superación de teorías y métodos que enclavados en la larga tradición occidental, se han vuelto un estorbo. No hay solución moderna a la crisis de la modernidad, ha dicho Boaventura de Sousa Santos, mientras Albert Einstein asentó que no es posible solucionar los problemas con el mismo tipo de pensamiento con que fueron creados. Hay una cierta sequía intelectual en los teóricos de la liberación.

Termino de manera optimista, con un listado de temas que me parece deberían ser explorados como posibles fundamentos para la transformación civilizatoria. Provienen de numerosos casos exitosos de carácter local y regional, y de al menos dos experiencias de escala nacional: Bután y Bolivia. Son parte de mi agenda de estudio de los próximos meses y lo comparto como un adelanto de publicaciones futuras. Diez son los temas claves. 1. La re-aparición de la naturaleza como la actriz principal en todos los ámbitos, pero sobre todo en el mundo de la política, y consecuencia de lo anterior. 2. La restitución de la conciencia de especie en todos los ciudadanos. 3. La recuperación de la espiritualidad ( cooptada desde hace 2 mil años por los grandes monoteísmos). 4. El resurgimiento de la comunalidad, es decir, del instinto social o colectivo casi exterminado por la sociedad moderna dedicada a impulsar el individualismo y la competencia. 5. El empoderamiento de lo social frente al poder político (partidos y gobiernos) y al poder económico (empresas, corporaciones y mercados). 6. Gobernanza desde abajo, esto es, democracia radical o participativa y disolución total de la representativa o electoral. 7. Re-conquista de los territorios, es decir, las comunidades locales y municipales ejerciendo control sobre los procesos en el espacio. 8. Sustitución de las grandes empresas y corporaciones por cooperativas y empresas familiares y de pequeña escala (economía social y solidaria). 9. Politización de la ciencia y la tecnología y su cambio de orientación hacia el bienestar social. Todo ello debe re-orientar toda la acción humana (praxis) hacia: 10. La búsqueda del buen vivir (la felicidad), como lo han demostrado los pueblos indígenas, y desechar los dogmas modernos del desarrollo, el progreso y el crecimiento.

 

Artículo publicado originalmente en La Jornada.

Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/caminando-hacia-una-nueva-civilizacion/

 

martes, 29 de diciembre de 2020

ENTRE EL LÍMITE Y EL DESEO: LÍNEAS ESTRATÉGICAS EN EL COLAPSO DE LA CIVILIZACIÓN INDUSTRIAL

 


Casi nadie ha entendido que la pandemia del covid-19 no tiene nada de evento aislado y excepcional, sino que es un simple momento de un proceso mucho más amplio: el colapso ecosocial.

 

La crisis del coronavirus es para los autores una oportunidad desaprovechada para plantear un cambio de rumbo de un planeta que camina a ciegas hacia el colapso civilizatorio. Álvaro Minguito

 

Luis González Reyes

@luisglezreyes

Adrián Almazán

23 dic 2020 06:00

 

El gran shock que generó el confinamiento total de la primavera de 2020 va quedando cada día más lejos. Hace ya meses que vivimos una “nueva normalidad” que ni es nueva, ya que sigue poniendo el capital y el crecimiento por delante de la vida, ni desde luego tiene nada de normal. En vez de haber aprovechado la parada en seco de los meses del confinamiento para poner en marcha un cambio de rumbo radical, nuestras sociedades se han aferrado al miedo y al continuismo y, de manera desesperada, luchan porque todo siga igual y cuanto antes se normalice, se regularice, se estabilice.

Empatizamos con el sufrimiento de muchas familias y negocios que están viéndose obligadas a enfrentarse a situaciones de tremenda precariedad debido a las medidas políticas de gobiernos como el del Estado español. Nada más lejos de nuestra intención decir que éstas deberían ser abandonadas o desatendidas. No obstante, es un error mayúsculo no ser capaces de ver que de seguir con la particular manera de vivir, de producir, de consumir, de transportarse, etc. que han generado las sociedades capitalistas industriales, el sufrimiento en un futuro cercano será mucho mayor y afectará probablemente a toda la humanidad.

Nuestro gran problema sigue siendo que, de manera profunda, casi nadie ha entendido que la pandemia del covid-19 no tiene nada de evento aislado y excepcional, sino que es un simple momento de un proceso mucho más amplio: el colapso ecosocial.

Nos cuesta ver que la supuesta normalidad que constituyen las sociedades occidentales de la segunda mitad del siglo XX es la verdadera excepcionalidad

Aunque casi todo lo que ha sucedido en los últimos años lo deja claro, nos cuesta ver que la supuesta normalidad (sociedades opulentas, en crecimiento perpetuo y con un acceso garantizado a los combustibles fósiles) que constituyen las sociedades occidentales de la segunda mitad del siglo XX son la verdadera excepcionalidad.

Han sido esas sociedades ricas e irreflexivas las que han dilapidado nuestro patrimonio fósil para poner en marcha una Gran Aceleración que por el camino ha devastado los ecosistemas, modificado el clima, erosionado los suelos, contaminado el agua… Y los incendios masivos, los fenómenos climáticos extremos, las sequías, las crisis económicas y muchas otras cosas que inundan hoy nuestros periódicos no son más que los síntomas de esa gran enfermedad terminal que es el colapso de nuestra civilización. Un colapso que no debemos entender como un fenómeno puntual o unitario, sino como un largo proceso de descomposición que afectará de manera desigual a diferentes países y, dentro de éstos, se cebará mucho más con la población más desprotegida.

Sin entender lo anterior es muy difícil que podamos realmente hacer una política que ponga la vida, la libertad, la igualdad y la estabilidad de Gaia por delante de todo lo demás. Al fin y al cabo, empeñarnos en retornar a una normalidad que nunca lo fue es lo contrario a lo que necesitamos hoy. La estabilidad no volverá, el crecimiento no continuará y nuestro modo de vida está en sus estertores. Nos enfrentamos a límites y a daños generados por nuestras dinámicas de extralimitación que hacen no solo indeseable, sino imposible seguir adelante como si nada ocurriera. Y el nuestro no es un problema técnico. Las y los expertos no serán capaces de dar con una nueva tecnología que lo resuelva todo, ni la burocracia del estado encontrará una política infalible que nos permita seguir adelante con nuestra vida como si nada. El nuestro es un problema global y radicalmente político. Lo que está en juego es nuestra manera de vivir (que necesariamente va a tener que cambiar profundamente), y quienes protagonicemos ese cambio tenemos que ser las personas organizadas de forma colectiva.

La estabilidad no volverá, el crecimiento no continuará. Nos enfrentamos a límites y a daños generados por nuestras dinámicas de extralimitación que hacen no solo indeseable, sino imposible seguir adelante como si nada ocurriera

Pese a que todos los poderes fácticos se nieguen a reconocerlo, en el futuro cercano nos esperan grandes discontinuidades sociales y metabólicas. La pandemia del covid-19 ya nos ha servido para comprender a qué se pueden parecer esas disrupciones, pero lo peor está aún por llegar. En los próximos años, lustros tal vez, todo apunta a que viviremos escasez de energía que se podrá transformar en desabastecimiento de alimentos, en problemas de acceso a combustible, en paralizaciones industriales, etc. También tendremos que vivir con un clima cada vez más inestable y que, hagamos lo que hagamos, nunca volverá al estado de equilibrio del que todas las sociedades humanas agrícolas habían disfrutado hasta el día de hoy. Olas de calor, sequías, grandes tormentas y huracanes, falta de agua dulce, deshielos… Todo ello ha llegado para quedarse, y para poner en jaque nuestro modelo urbano, nuestro sistema agroalimentario industrial o nuestra gestión del agua.

Frente a todo ello, ¿qué haremos? ¿Seguir adelante como si nada pasara? ¿Mantener vivo a toda a costa un capitalismo industrial suicida? Nuestra obligación es articular una política que navegue entre el límite y el deseo. Aunque parece que ya lo hayamos olvidado, la pasada primavera nos ha enseñado algo: que es posible poner por delante del capital a las personas. Y esa enseñanza es imprescindible si queremos tener alguna oportunidad de colapsar mejor, de garantizar vidas dignas, libres e igualitarias en el nuevo equilibrio al que hemos empujado a Gaia. Pero eso no es suficiente, pues por delante de las personas tenemos que poner a la vida. La vida no es únicamente humana, sino que abarca al resto de especies animales y vegetales. Solo en ese todo, las vidas de cada una de las especies son posibles. Es urgente que vayamos disolviendo nuestro arraigado antropocentrismo para poner en el frontispicio a Gaia como un todo que, como dice Jorge Riechmann, construyamos una poliética que sea capaz de mirar más allá de los muros de la ciudad humana.

Nuestra obligación es articular una política que navegue entre el límite y el deseo. Aunque parece que ya lo hayamos olvidado, la pasada primavera nos ha enseñado algo: que es posible poner por delante del capital a las personas

Empecemos por lo “fácil”: poner por delante a la vida humana significa, en primer lugar, asumir e interiorizar los límites de Gaia. Comprender que las ilusiones del crecimiento infinito, de la abundancia ilimitada y de la naturaleza como algo inerte son malos marcos para entender lo que nos está pasando: necesitamos una Nueva Cultura de la Tierra.

Pero ese límite es también un límite a nuestro propio hacer, tiene que convertirse en una autolimitación colectiva. Esta es la receta mejor para evitar todo autoritarismo, incluido el que ha acompañado al Estado de Alarma. ¿Somos capaces de hacer de la selección de aquello imprescindible para la vida un ejercicio colectivo y asumido? La frugalidad, la modestia, son valores que tienen que venir a sustituir a la competitividad y la ambición. Vivir mejor con menos, decimos desde el ecologismo social. Al menos con menos energía, con menos consumo, con menos desigualdad, con menos injusticia, con menos destrucción socioecológica.

Poner límites también a quienes nos condenan con su hybris desmedida. Debemos unirnos entre iguales para construir una institucionalidad autónoma que, por un lado, nos libere de la expropiación que las élites nos imponen a través del salario y la gestión. Pero que también fuerce a un reparto de toda la riqueza injustamente acaparada por éstas. Por tanto, desalarizar y construir soberanía alimentaria, energética, tecnológica, política. Cuanto más autonomía tengamos, más capaces seremos de garantizar las necesidades sociales sin depredar y combatir, de autolimitarnos en el seno de Gaia y, al mismo tiempo, mejor nos defenderemos de los inevitables ataques de las élites y de los estados. Por tanto, expropiar, repartir el trabajo y la riqueza, okupar o garantizar un mínimo vital para todas aquellas que lo necesitan son políticas básicas. Alumbrar una fuerza que construya pero que también defienda, poner en marcha un ejercicio de autolimitación colectiva que sea una expresión de libertad y de autonomía social. En este trabajo hemos esbozado una hoja de ruta de cómo se podría hacer esto para la economía española durante la década 2020-2030.

Cuanto más autonomía tengamos, más capaces seremos de garantizar las necesidades sin depredar y combatir, de autolimitarnos en el seno de Gaia y, al mismo tiempo, mejor nos defenderemos de los inevitables ataques de las élites y de los estados

Pero este límite nunca llegará si se presenta como alegato lógico, como conclusión política incuestionable. Nuestra acción tiene que navegar entre el límite y el deseo, pues éste último es el único capaz de activarnos, de movernos. Un deseo que, a su vez, se encontrará en la raíz del conflicto que el escenario que detallamos inevitablemente comporta.

No podemos asumir que el poder, el neoliberalismo, el capitalismo industrial, ha ganado definitivamente la batalla del deseo y ha hecho de nosotras y nosotros seres únicamente capaces de desear aquello que el Estado y el mercado nos ofrecen. No podemos porque una verdadera evaluación del límite nos lo impide pero, sobre todo, porque el ser humano ha demostrado a lo largo de su historia (y en el presente también) que puede vivir dignamente en armonía con la naturaleza. Ese, por tanto, es un horizonte de deseo antropológicamente posible y una realidad para muchas sociedades humanas, como por ejemplo algunos pueblos originarios.

¿Por qué son tan persuasivos los cantos de sirena de nuevas propuestas como el Green New Deal (GND)? Precisamente porque pretenden poder aunar la necesidad de asumir el límite con el deseo generalizado entre las “clases medias” occidentales de que casi nada en nuestro modo de vida cambie. Una solución a todas luces falsa, ya que la realidad es que nuestro deseo de no tener que cambiarnos nos lleva a minusvalorar la profundidad del ejercicio de autolimitación que tenemos por delante, incluso del ejercicio de autolimitación que supondría un GND mínimamente realista. Tal y como exploramos en este trabajo, un GND que se acerque a los recortes de emisiones recomendados por el IPCC (que sabemos que son ecológicamente insuficientes), además de apostar por las renovables tiene que volcarse hacia la agroecología, diezmar el coche privado, restringir fuertemente la aviación internacional (el turismo)… Un auténtico vuelco a la subjetividad neoliberal.

Parece por tanto poco probable que un GND mínimamente realista, que implica profundas transformaciones en nuestro modo de vida, pueda convertirse en una opción parlamentaria de mayorías a corto plazo (ya veremos qué sucede a medio plazo en un escenario tremendamente cambiante como el que estamos viviendo). Menos probable aún es que algún Estado tenga la capacidad o el deseo de hacerlo realidad, pues no en vano dependen para su funcionamiento de los impuestos y los mercados financieros que, a su vez, solo pueden desviar fondos fruto de la reproducción del capital. Y, lo que es más importante, las luchas ecologistas atravesadas por la suficiencia austera y la redistribución parecen lejos de estar en disposición de marcar el ritmo de la articulación social.

La construcción de aterrizajes de emergencia en el colapso tendrá que navegar entre las grietas y las zonas grises del sistema, en el disenso, y asumir que el conflicto es inevitable

Por tanto, la construcción de aterrizajes de emergencia en el colapso tendrá que navegar entre las grietas y las zonas grises del sistema, en el disenso, y asumir que el conflicto es inevitable. En ese camino, no hay solución buena ni única. Nadie tiene una solución infalible. Para que llegue a buen puerto ese aterrizaje, no podemos asumir que la transformación del deseo, y por tanto de los modos de vida, está más allá de la acción política posible o realista. Nuestra obligación es, en cambio, politizar el deseo y conectar con la antigua aspiración de la emancipación social. La nuestra tiene que ser una transformación también antropológica, y por tanto no podemos admitir que el triunfo en ese ámbito del neoliberalismo es irreversible. O, si lo hacemos, tendremos que asumir que el ecocidio seguido de genocidio que generarían los peores escenarios de colapso ecosocial es también inevitable.

Solo si somos capaces de anhelar vivir de otro modo, solo si ponemos al tejido de relaciones sociales densas, al tiempo, al aire, a la naturaleza, al trabajo vivido con sentido, al contacto con la tierra por delante del consumo, del dinero o de la mercancía podremos aterrizar de manera lo menos traumática posible. Necesitamos trabajar por la reconstrucción de eso que Mumford llamaba neolítico y que hoy podemos entender como una forma de vida a la vez comunitaria, sostenible, justa y autónoma. Esa es una batalla clave en el plano del deseo. En el informe que citábamos antes, el único escenario capaz de respetar los límites ecológicos era en el que trabajábamos menos horas en total. De ese tiempo de trabajo, dedicábamos más a labores de cuidados en el hogar y menos al empleo remunerado, tanto si era en el sector público, como si era en el privado. Además, era un escenario en el que surgía un nuevo tipo de trabajo, hoy casi inexistente, que era un trabajo comunitario destinado a satisfacer necesidades básicas. Un tipo de trabajo que, potencialmente, tiene mucho más sentido vital que el asalariado. Desde nuestro punto de vista, un escenario capaz de estimular el deseo de muchas personas.

Ahora mismo, los deseos todavía pivotan mayoritariamente entre continuar como si nada en lo económico, pero siendo conscientes de que los tiempos están cambiando, y una transición ecológica que permita vivir más o menos como ahora, ejemplificada en el discurso público del GND (que no en su hipotética materialización). Los Trump apuestan por la economía fósil, que es sin duda la más productiva, al tiempo que refuerzan las fronteras y los imaginarios de confrontación imprescindibles para mantener su poder en un orden que se resquebraja. Están sabiendo leer nuestro tiempo, en función de sus intereses, mejor de lo que parece. Quienes defienden el GND parten de tener una conciencia, al menos parcial, de la crisis socioecológica, pero hacen promesas imposibles de cumplir y que no están a la altura de los retos ecológicos, que no son solo energéticos, sino mucho más complejos. Despliegan un horizonte de deseo de muy corto recorrido y con una alta potencialidad de generar desencanto.

La gran batalla en el campo del deseo en los próximos años o lustros no va a ser la de si se hace la transición hacia una economía sostenible. Eso va a suceder inevitablemente. La disputa va a ser qué tipo de transición triunfa

La gran batalla en el campo del deseo en los próximos años o lustros no va a ser la de si se hace la transición hacia una economía sostenible. Eso va a suceder inevitablemente. La disputa va a ser qué tipo de transición triunfa. Por un lado, la ecofascista o la ecoautoritaria: mantener unos altos estándares de vida de las élites, para lo que abrazarán relatos conservacionistas y de defensa de “lo nuestro”. Ya lo hizo el partido nazi y lo empieza a hacer la ultraderecha europea. El cuento de la criada sería un horizonte de deseo (de las élites) en un territorio estéril fruto del Capitaloceno.

El otro gran horizonte de deseo es el que se conforma con el reparto del trabajo y de la riqueza, la sencillez, la lentitud, el placer derivado de tejidos sociales densos o el encuentro íntimo con la naturaleza. Ese encuentro basado en el conocimiento, en el trabajo y en el amor que de ambos se deriva, como nos enseñan ya los movimientos neorrurales. Es el que permitiría materializar una transformación socioeconómica inspirada por el decrecimiento, la relocalización, la integración en los ciclos naturales (es decir, una economía agroecológica y no industrial), y la distribución de la riqueza y el poder. Este es el horizonte de deseo que ahora mismo se encuentra más escondido, menos articulado y más entrelazado con otros deseos contradictorios, pero que probablemente exista más de lo que pensamos. Es el que impulsa a quienes anhelan prejubilarse o a quienes emplean sus vacaciones en peregrinar. Es el deseo que lleva a muchas a abandonar la ciudad y volver a poner los pies en la tierra. Es el deseo, también, de aquellas que deciden trabajar en clave cooperativa y escapar de las imposiciones absurdas del crecimiento. Éste será el único deseo compatible con algo que podamos considerar vidas buenas cuando las vidas que antes calificábamos de buenas (las del consumismo) ya no sean factibles.

Ese horizonte de deseo es imprescindible hacerlo crecer ahora. De no hacerlo, en su hueco crecerá el deseo ecofascista. Y nada hace crecer más el deseo que ver a otras personas viviendo felices. Necesitamos estimular que amplias capas sociales quieran imitar a quienes trabajan en una cooperativa con condiciones laborales dignas y en trabajos socialmente necesarios, viven en edificios ecológicos diseñados para maximizar las amistades y los apoyos mutuos, o comen fruta sabrosa cogiéndola directamente del árbol que cuidan.

Pero eso no es suficiente. Necesitamos estimular el deseo recuperando nuestra capacidad de soñar con otras economías y sociedades, algo que nos parece hoy casi imposible porque el capitalismo y el estado, al cercenar nuestra autonomía económica y política, también han cortado las alas a nuestra capacidad de imaginar otros mundos. Por eso, para poder soñar alto tenemos que ir materializando a la vez los sueños. Es decir, construir vidas autónomas que nos permitan fantasear con sociedades autónomas y, de paso, posicionarnos mejor para defenderlas cuando llegue el momento de hacerlo.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ecologia/entre-limite-deseo-lineas-estrategicas-colapso-civilizacion-industrial

 

lunes, 24 de febrero de 2020

¿PORQUÉ LOS GOBIERNOS, VALE DECIR LOS EMPRESARIOS, NO HACEN NADA POR REDUCIR EL USO DE COMBUSTIBLES FOSILES?



El clima y el riesgo de cola gorda
 
El mes pasado, en la reunión de los grandes pero no buenos, ricos e infames, en el Foro Económico Mundial en Davos, al secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Steven Mnuchin, ex gerente de fondos de riesgo, se le preguntó si creía que los llamamientos de la activista climática adolescente Greta Thunberg a que tanto el sector público como el privado desinviertan en las compañías de combustibles fósiles amenaza el crecimiento de los EEUU. Mnuchin dijo que sí y añadió: “¿Es ella la economista jefe? ¿Quién es ella?, estoy confundido… Cuando vaya y estudie economía en la universidad, puede volver y explicarnos eso”. Thunberg replicó: «Mi año sabático termina en agosto, pero no hace falta un título universitario en economía para darme cuenta de que nuestro objetivo de 1,5º C y los actuales subsidios e inversiones en combustibles fósiles no cuadran».

Puede que Thunberg no sea economista (lo cual puede ser una ventaja), pero la economía del calentamiento global y el cambio climático está concentrando las mentes de muchos economistas, aunque no la de Mnuchin. Los economistas de JP Morgan consideraron recientemente la cuestión de la «estabilidad financiera y los riesgos económicos derivados de los activos de combustibles fósiles existentes: reservas de petróleo, carbón y gas que no pueden explotarse debido a la transición a una economía baja en carbono». Creen que el valor agregado de las bolsas podría perder hasta 20 billones de dólares estadounidenses si los inversionistas se dan cuenta de que la reducción del uso de combustibles fósiles significaría que una porción considerable de las reservas probadas en poder de las compañías de energía nunca se podrá utilizar. Estos ‘riesgos de transición’ de las ganancias de las compañías energéticas equivaldrían al 17% de los mercados globales de renta fija y renta variable de US $ 119 billones.

Los economistas de JP Morgan han tratado de calcular cuál sería la reducción mínima en el uso de combustibles fósiles necesaria para evitar pérdidas a las compañías de energía y los mercados financieros. Cuanto menor sea el límite objetivo de emisiones de gases de efecto invernadero, mayor será el riesgo de ‘activos parados’ (no utilizados) en la contabilidad de las empresas. El tamaño de los activos parados dependería del objetivo de temperatura, que a su vez dependería de las decisiones políticas de los gobiernos y de las innovaciones tecnológicas para reducir el uso de energía y las emisiones de carbono en la próxima generación.

La Agencia Internacional de Energía (AIE) tiene un ‘Escenario de Desarrollo Sostenible’ que asegura limitar el aumento del calentamiento global a 1.8 ° C en relación con el período pre-industrial, con una probabilidad del 66%. En este escenario, se supone que las emisiones de CO2 relacionadas con la energía alcanzan su punto máximo inmediatamente (¡sí, ahora mismo!) y luego caen a cero en 2070. Si eso realmente sucede, entonces, según JPM, el 87% de las reservas actuales probadas de carbón, el 42% de las reservas actuales probadas de petróleo y el 26% de las reservas actuales probadas de gas natural tendrían que dejarse en el suelo si el objetivo del aumento de temperatura se limitara a 1.8C.


Nota: Las áreas claras en el gráfico de la derecha representan las reducciones de emisiones acumuladas en el 2DS, mientras que las áreas oscuras representan las reducciones de emisiones acumuladas adicionales necesarias para lograr el B2DS.

La AIE también tiene un ‘Escenario de políticas declaradas’, que pretende reflejar los efectos de las políticas que los gobiernos ya han implementado junto con una evaluación de las probables consecuencias de las políticas que los gobiernos han anunciado pero que aún no han implementado. Finalmente, existe el ‘Escenario de políticas actuales’, en el que los gobiernos ignoran o no implementan todas las políticas climáticas adoptadas. Lo que la AIE deduce es que el Escenario de Políticas Declaradas muestra una mejora relativa en la reducción de las emisiones de carbono en comparación con el Escenario de Políticas Actuales, pero que está muy lejos del objetivo de los Acuerdos de París de 2C. De hecho, el escenario de políticas establecidas sería coherente con un aumento en la temperatura global de alrededor de 3C. Eso tendría efectos devastadores en el clima.

La diferencia entre los aumentos de temperatura en el Escenario de Desarrollo Sostenible (alrededor de 1.8C), el Escenario de Políticas Declaradas (alrededor de 3C) y el Escenario de Políticas Actuales (alrededor de 3.5C) puede no parecer muy grande. Pero lo es para la economía mundial, la sociedad humana y los ecosistemas. El cambio climático es mucho más que un aumento de la temperatura. También implica la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos (como olas de calor, sequías, inundaciones, tormentas y ciclones tropicales), los cambios en las corrientes atmosféricas y oceánicas, la disminución de la capa de hielo y el aumento del nivel del mar.

Esta es la encrucijada de las compañías de energía y los mercados financieros. Incluso en el Escenario de Políticas Declaradas de la AIE, los activos parados para el carbón siguen siendo grandes, el 67% de las reservas probadas. Pero no hay activos parados para el petróleo o el gas natural. De hecho, la extracción acumulada de petróleo de 2019 a 2070 excede el nivel de reservas probadas en 2018 en 215.7 mil millones de barriles (12% de las reservas probadas en 2018), mientras que la extracción acumulada de gas natural de 2019 a 2070 excede el nivel de reservas probadas en 2018 en 68,525 mil millones de metros cúbicos (35% de las reservas probadas en 2018). JPM comenta: » Estos cálculos ayudan a explicar por qué las empresas aún están explorando nuevos depósitos de petróleo y gas, a pesar de algunas amenazas directas sobre activos parados». En otras palabras, los acuerdos gubernamentales existentes para reducir el uso de combustibles fósiles y las emisiones de carbono no dañarán en absoluto los beneficios de las multinacionales de petróleo y gas, pero tampoco frenarán el aumento inexorable del calentamiento global hasta niveles cada vez más destructivos.

Los economistas de JPM depositan sus esperanzas en cuadrar el círculo a través del desarrollo de la tecnología de captura y almacenamiento de carbono (CCS), cuyo objetivo es evitar que las emisiones de CO2 de la producción de energía y los procesos industriales que utilizan combustibles fósiles lleguen a la atmósfera o eliminar el CO2 de la atmósfera completamente (ver gráfico arriba). El CO2 capturado necesitaría ser almacenado bajo tierra. Cuanto más efectiva es la tecnología CCS, menos presión sobre los activos parados; y menor pérdida de ganancias para las compañías de energía.

Por el momento, hay tres tecnologías en teoría que podrían hacerlo. Primero, la captura y almacenamiento de carbono (CCS): las emisiones de las centrales eléctricas y los procesos industriales se capturan antes de que entren en la atmósfera. En segundo lugar, la captura y el almacenamiento de carbono de la energía de la biomasa (BECCS): la energía es producida por material vegetal (que ha absorbido CO2 durante el crecimiento) y se capturan las emisiones antes de que entren en la atmósfera. Esto genera emisiones negativas. Y tercero, la captura directa de aire y el almacenamiento de carbono (DACCS): el CO2 se extrae directamente de la atmósfera. Esto también crea emisiones negativas.

En realidad, estas tecnologías no van a tener éxito. Actualmente, hay 19 instalaciones CCS operativas, con 32 en construcción o desarrollo. Estas instalaciones tienen la capacidad de capturar alrededor de 40Mt de CO2 por año. Esto es solo el 0.1% de las emisiones actuales de CO2 relacionadas con la energía de alrededor de 33Gt por año.

Después está el “escenario de pesadilla”. Algunas proyecciones científicas recientes sugieren que un «escenario de mantenimiento de la actual política climática sin cambios», promovido por personas como Mnuchin, produciría un aumento de temperatura de alrededor de 3.5C, lo que ya es suficientemente peligroso. Pero es probable que el impacto del cambio climático provenga tanto de un aumento en la variación como de un aumento en la media. Hasta ahora, los científicos coinciden en que la Tierra podría calentarse 3°C si el CO2 se duplica. Pero los últimos modelos sugieren un calentamiento aún más rápido: las proyecciones de modelos recientes sobre el calentamiento global de varias fuentes sugieren un aumento de la temperatura global de más de 5° C.

De hecho, una función de distribución de probabilidad de Pareto de las proyecciones actuales tiene ‘colas gruesas’ que sugieren que hay un 1% de probabilidad de un aumento de temperatura de 12C. Según Weitzman: “la característica más llamativa de la economía del cambio climático es que su margen mínimo extremo no es despreciable. La profunda incertidumbre estructural sobre las incógnitas desconocidas de lo que podría salir muy mal se combina con unos márgenes decrecientes de consecuencias negativas esencialmente ilimitadas de posibles daños planetarios «.

Con ese tipo de aumento de temperatura, la vida humana probablemente no sobreviviría. Pero aún peor, dicen los economistas de JPM, ¡”en un resultado tan catastrófico, todos los activos financieros y reales probablemente no valen nada» !

Y, sin embargo, los gobiernos continúan permitiendo que las compañías de energía busquen y desarrollen más recursos de combustibles fósiles. Y no solo en las llamadas economías emergentes que necesitan crecimiento. El gobierno liberal de Canadá afirma estar a la vanguardia de la lucha contra el calentamiento global. Pero el gobierno ha autorizado el desarrollo de la mina de arenas bituminosas más grande conocida: 113 millas cuadradas de extracción de petróleo. Un comité federal aprobó la mina a pesar de admitir que probablemente sería perjudicial para el medio ambiente y la cultura de uso de la tierra de los pueblos indígenas.

Estas minas gigantes de arenas alquitranadas (fácilmente visibles en Google Earth) ya se encuentran entre las cicatrices más grandes que los humanos han abierto en la superficie del planeta. A pesar de ello, las autoridades canadienses dictaminaron que la mina es de «interés público». Justin Trudeau, recientemente reelegido como primer ministro de Canadá, lo resumió en un discurso para animar a invertir a los petroleros de Texas hace un par de años: «Ningún país encontraría 173 mil millones de barriles de petróleo en el suelo y los dejaría allí». Canadá, que representa el 0.5% de la población del planeta, planea usar casi un tercio del carbono utilizaba responsablemente del planeta: porque hay petróleo en el suelo y hay que sacarlo.


Publicado originalmente en el blog de Michael Roberts. Traducción de G. Buster en Sin Permiso