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domingo, 10 de enero de 2021

“DAVOS” Y LA CRISIS CAPITALISTA.

CÓMO EL PENSAMIENTO ECONÓMICO DOMINANTE, CAUSANTE DE TANTO SUFRIMIENTO, SE REPRODUCE: DAVOS

Vicenç Navarro

 

febrero 3, 2020

Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas

Universitat Pompeu Fabra

A raíz del 50 aniversario del establecimiento del Foro Económico de Davos (World Economic Forum), el senior editor de la sección de opinión del New York Times, el Sr. Kevin J. Delaney, escribió, el pasado 21 de enero, un artículo titulado "Davos has a credibility problem" (Davos tiene un problema de credibilidad) que debería distribuirse ampliamente en España, donde en amplios círculos y esferas económicos, así como en los establishments políticos y mediáticos, Davos goza de gran prestigio y credibilidad, una virtud esta última que el Sr. Delaney demuestra –con gran detalle y contundencia– que tal fórum no posee.

Este año, alrededor de 3.000 hombres (solo una minoría son mujeres) de negocios, de los cuales (según el artículo del New York Times) 100 son milmillonarios ("billonarios" en inglés), junto con dirigentes políticos, predominantemente de gobiernos y partidos de derechas, y representantes de fundaciones y think tanks financiados en su gran mayoría por grandes empresarios filántropos, como Bill Gates, George Soros y otros, dedicados a promover los méritos del capitalismo, se han reunido (como hacen cada año)  en un bello rincón de los Alpes, Davos, para discutir los grandes temas del año, centrándose en aquellos que consideran una amenaza para el mundo (capitalista) y para la ideología que promueven, el neoliberalismo.

Según el artículo del New York Times, el fundador y director ejecutivo de dicho fórum, el Sr. Klaus Schwab (al cual la televisión pública TV3, de la Generalitat de Catalunya –gobernada por una coalición liderada por JxCat, un partido liberal–, le dedicó un reportaje favorable de una hora y media el pasado martes), parece ser consciente de que el orden económico internacional actual, que tiene a Davos como su referente, está sumido en una profunda crisis. Y la evidencia clara y convincente que muestra Kevin J. Delaney así lo prueba. Según una encuesta global de la compañía Edelman, el 56% de la población mundial cree que el sistema capitalista es más dañino (debido al gran sufrimiento que ha causado a la población) que beneficioso para sus intereses. Y un 50% indica que este capitalismo le ha afectado personalmente de una manera negativa. Es más, aunque el 82% de los entrevistados subraya que cree que el mundo empresarial debería pagar un salario digno, solo el 31% cree que así lo hace. Esta falta de confianza e impopularidad del mundo empresarial va acompañada de una desconfianza, incluso más acentuada, hacia las autoridades públicas (Estados y partidos gobernantes), al ser percibidas estas como excesivamente influenciadas por las élites económicas y financieras que constituyen aquel mundo empresarial.

En realidad, un informe realizado por el mismo Foro Económico de Davos, publicado la semana pasada, sobre el enorme crecimiento de las desigualdades en el mundo (considerado como uno de los mayores problemas hoy) indica que tal crecimiento ha generado un enorme aumento del rechazo del orden económico que ha generado una gran concentración de la riqueza, la cual se percibe que ha sido alcanzada a costa del bienestar de la mayoría de la población, que ha sufrido un aumento de su precariedad y una pérdida de la dignidad, debilitando con ello el orden social, al destruir la confianza en las instituciones y en los procesos políticos, erosionando con ello lo que el Sr. Kevin J. Delaney define como el "contrato social". Lo que no dice el informe del Foro de Davos, sin embargo, es que esta situación la creó precisamente la aplicación de las políticas neoliberales que han sido promovidas por el mismo, conocido coloquialmente como el Vaticano de la religión laica dominante en los mayores centros del pensamiento económico hoy en el mundo: el neoliberalismo.

¿Cuáles han sido, según Davos, las causas del éxito económico de un país? ¿Qué es lo que hace a un país más competitivo que otro?

Tras la retórica oficial de Davos (que pretende presentarse como una comunidad económica sensible a las necesidades del mundo) aparecen con claridad los valores reales que lo sostienen. En el informe más importante que publica cada año (Global Competitiveness Report 2019), donde evalúa la economía de todos los países del mundo, agrupándolos según su nivel de competitividad, coloca a los países que han sido gobernados durante más tiempo desde la II Guerra Mundial por coaliciones de partidos de izquierdas –los países escandinavos– al final de la lista, apareciendo como los peor valorados y definiéndolos como países que, a pesar de admitir que tienen economías exitosas, tienen puntos flacos que deberían corregir. Así se considera que países como Finlandia, Suecia, Dinamarca y Noruega tienen una excesiva rigidez en sus mercados laborales, por lo que se sitúan al final de tal indicador, mientras que EEUU, Reino Unido, Qatar y Arabia Saudí (países con sindicatos muy débiles o inexistentes) son considerados como los líderes en esta variable de flexibilidad laboral. Un tanto igual ocurre en la categoría de "protección del empleo" (hiring and firing practices), que permite situar a los países escandinavos de nuevo a la cola en cuanto a competitividad, al ser demasiado difícil despedir a los trabajadores. Un tanto igual ocurre en cuanto a los impuestos a la Seguridad Social de sus trabajadores, que el empresariado tiene que pagar, una variable considerada negativa para la competitividad, y así un largo etcétera. Este documento económico (que es, en realidad, un panfleto político) presenta de una manera clara y grosera lo que Davos considera que son los puntos débiles que existen en la economía que deberían cambiarse para mejorar su competitividad. No debería ser ninguna sorpresa que la mayoría de la población mundial, según la encuesta citada por el New York Times, rechace lo que Davos representa.

La respuesta de Davos a esta pérdida de legitimidad del capitalismo que representa: el trumpismo

Ni que decir tiene que al senior editor de opinión del New York Times le preocupa también la pérdida de legitimidad del sistema económico mundial y cree que para salvar el capitalismo actual hay que cambiar el comportamiento del gran mundo empresarial y redefinir sus objetivos, que no pueden ser solo el aumento de beneficios de los accionistas y/o gestores, sino que debe incluir el servicio a las comunidades donde están ubicados, una actitud que podría ser digna de aplauso, excepto que, como señala el Financial Times (el periódico más inteligente y astuto políticamente del mundo empresarial), esta petición de responsabilidad social es semejante a pedirle peras al olmo, pues la economía mundial está prácticamente paralizada en la actualidad, y no es el momento de pedir sacrificios a los centros de poder económico y financiero.

Frente a esta situación, amplios sectores de este mundo de las grandes empresas económicas y financieras, incluyendo su Vaticano, Davos, se sienten amenazados, y su respuesta, en este momento, parece estar más encaminada a intentar canalizar el enfado popular a través de los movimientos de ultraderecha –a fin de parar a las izquierdas– que no a hacer sacrificios para evitar o reducir el enfado popular. Hay que recordar que en los años treinta del siglo XX la ultraderecha representada por el fascismo fue la respuesta del mundo empresarial frente a la amenaza que representaban las izquierdas contestatarias con el sistema que estaba en crisis. Las ultraderechas utilizaron entonces y utilizan ahora los temas identitarios y culturales (el nacionalismo extremo, el imperialismo nostálgico, la homofobia, el odio al otro, el racismo y el machismo) para ocupar el espacio que ocupaba antes el conflicto central del mundo del trabajo contra el mundo del capital. Y esto es lo que está ocurriendo hoy. Para ocultar su clasismo, intentan desviar la atención del conflicto capital-trabajo hacia otras áreas que podrían tener capacidad de movilización en amplios sectores de la población en contra de las fuerzas contestatarias con el capitalismo.

En EEUU esta ultraderecha hoy es el trumpismo, que es la versión en el siglo XXI del fascismo del siglo XX. Y lo que es más que preocupante es que el apoyo al trumpismo se está extendiendo rápidamente en el mundo empresarial, como se vio por el caluroso recibimiento que la asamblea de los personajes más ricos del mundo dio al presidente estadounidense, el cual fue presentado por el citado fundador y actual director ejecutivo, Klaus Schwab, como "el Presidente que orienta sus políticas hacia crear ‘inclusiveness’ (es decir, inclusión, integración) para todo el pueblo americano". Esta frase provocó una protesta del editor antes citado del New York Times, que denunció la hipocresía y falta de credibilidad del Sr. Schwab, pues, al mismo tiempo que se presenta como el hombre que quiere humanizar el capitalismo, acoge a la persona que representa el mayor ejemplo del capitalismo extremo (esto es, de capitalismo sin guantes) responsable de que las desigualdades se hayan disparado, alcanzando niveles sin precedentes. En realidad, Donald Trump no ha dudado en desregular el ya muy poco regulado mercado de trabajo estadounidense (que a su vez adolece de una muy escasa protección social) o desmantelar el muy poco desarrollado Estado del Bienestar mediante unas reformas fiscales enormemente regresivas que provocaron que de los 335 mil millones de dólares de recortes surgidos de las reformas fiscales de 2017, 205 mil millones fueran a parar a manos del 20% de la población con más renta y solo 40 mil millones llegaran al 60% de la población con rentas más bajas. Definir a Trump como benefactor de toda la población estadounidense e integrador de todos sus componentes es de un cinismo superlativo, lo cual contrasta con la imagen que el programa de TV3 dio de Klaus Schwab: la de un hombre rico con buenas intenciones que podría ser seducido y convencido por Greenpeace para que haga algo en cuanto a la enorme crisis social y ambiental que sufre el mundo.

Una última observación: la frase característica del pensamiento económico dominante es que "no hay otra alternativa", cuando la realidad muestra que sí la hay

El reportaje favorable a Davos de la televisión pública TV3 (de clara sensibilidad neoliberal, además de secesionista) intentó transmitir el mensaje de que ese foro, a pesar de sus defectos, es una institución a la que las fuerzas progresistas tienen que intentar convencer en cuanto a la bondad de sus propias propuestas. Así, como acabo de citar, el programa termina con la portavoz de Greenpeace hablando con el fundador y director de Davos del mérito de sus propuestas. No excluyo la posibilidad de que, a nivel personal, toda persona tenga que ser considerada educable. Ahora bien, considero que el mensaje del programa de TV3 refleja un entendimiento limitado, cuando no incorrecto, de la realidad. Como ocurre con la mayoría de los temas económicos, estos esconden, en realidad, temas políticos. Y la gente normal y corriente lo sabe. De ahí que la máxima responsabilidad de lo ocurrido (y su mayor rechazo), como muestran las encuestas de opinión popular, recaiga en las autoridades políticas. La enorme crisis de legitimidad del capitalismo se debe a que se ha percibido que las instituciones políticas han sido instrumentalizadas por los poderes económicos, y ahí está el problema. Greenpeace debería acudir a estas instituciones políticas y denunciarlas por no representar sus intereses, denunciando a las formaciones políticas y medios de información que promueven el neoliberalismo hoy y el trumpismo mañana.

La historia de la humanidad demuestra que todos los problemas económicos (la Gran Depresión o la Gran Recesión, por ejemplo) son, en realidad, problemas políticos, determinados por el enorme dominio de grupos económicos y financieros que tienen un abusivo control de las instituciones políticas y mediáticas. En realidad, la enorme crisis económica (que continúa todavía) podría haberse previsto fácilmente (como hicimos algunos) como consecuencia de las políticas públicas iniciadas por el presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en el Reino Unido, unas políticas que se hicieron suyas no solo partidos conservadores y liberales, sino incluso partidos socialdemócratas a través de la Tercera Vía. La correlación de fuerzas dentro del Estado está determinada por unas fuerzas políticas que utilizan el discurso económico en su intento de despolitizar lo que es profundamente político. La famosa frase de todos los neoliberales ha sido que "no hay alternativas", una afirmación que es muy fácil de demostrar (aunque muy difícil de presentar en los medios) que no es cierta. Hay siempre alternativas. Y para ello hay que romper con el "determinismo económico" (sustituido con gran frecuencia por el determinismo tecnológico) y luchar por esas alternativas. El mayor problema que existe hoy es la sensación de impotencia que tiene la población en contra de lo poderes económicos y financieros, los cuales están convencidos de que no hay otra manera de organizar las relaciones sociales y económicas. Pero España acaba de demostrar como en tan solo seis años un partido inexistente ha pasado a gobernar el Estado con otro partido de izquierdas, abriendo toda una serie de esperanzas que podrán materializarse si la población se moviliza.

Fuente: https://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2020/02/03/como-el-pensamiento-economico-dominante-causante-de-tanto-sufrimiento-se-reproduce-davos/

 



miércoles, 31 de mayo de 2017

EL RETORNO A KARL MARX PARA ENTENDER LO QUE ESTÁ PASANDO EN EL CAPITALISMO AVANZADO




30/05/2017

En una de las columnas más conocidas del semanario The Economist, la columna Bagehot (a cargo de Adrian Wooldridge), se acaba de publicar un artículo en su número del 13 de mayo que sería impensable que apareciera en las páginas de cualquier revista económica de España de semejante orientación liberal a la que tiene tal semanario. En realidad, no solo en cualquier revista económica, sino en cualquiera de los mayores medios de información de este país (incluyendo Catalunya) tal tipo de artículo nunca podría haberse publicado.

Bajo el título El momento marxista, y el subtítulo Los laboristas llevan razón: Karl Marx tiene mucho que enseñar a los políticos de hoy en día, la columna Bagehot analiza el debate existente entre el dirigente del Partido Laborista del Reino Unido, el Sr. Jeremy Corbyn, y su ministro de Economía y Hacienda en la sombra, el Sr. John McDonnell, por un lado, y los dirigentes del Partido Conservador así como los rotativos conservadores Daily Telegraph y Daily Mail, por el otro. Definir tal intercambio como debate es, sin embargo, excesivamente generoso por parte de la columna Bagehot, pues la respuesta de los rotativos conservadores y de los dirigentes conservadores a los dirigentes laboristas es una burda, grosera e ignorante demonización de Marx y del marxismo, confundiendo marxismo con estalinismo, cosa que también se hace constantemente en los mayores medios de comunicación españoles, en su mayoría también de orientación conservadora o neoliberal.

Los aciertos de Marx según Bagehot, de The Economist

Una vez descartados los argumentos de la derecha británica, la columna Bagehot pasa a discutir lo que considera las grandes profecías de Karl Marx (y así las define) para entender lo que está ocurriendo hoy en el mundo capitalista desarrollado, señalando que muchas de sus predicciones han resultado ser ciertas. Entre ellas señala que:

1. La clase capitalista (que en la columna Bagehot se insiste que continúa existiendo, aunque no se utilice tal término para definirla), que es la clase de los propietarios y gestores del gran capital productivo, está siendo sustituida –como anunció Marx- cada vez más por los propietarios y gestores del capital especulativo y financiero, que Marx (y la columna Bagehot) consideran parasitarios de la riqueza creada por el capital productivo. Esta clase parasitaria es la que, según dicha columna, domina al mundo del Capital, siendo tal situación la mayor responsable del “abusivo” y “escandaloso” (término que Bagehot utiliza) crecimiento de las desigualdades. Los primeros han conseguido cada vez más beneficios a costa de todos los demás. Y para mostrarlo, el columnista del The Economist señala que mientras en 1980 los chief executives de las 100 empresas británicas más importantes ingresaban 25 veces más que el típico empleado de sus empresas, hoy ganan 130 veces más. Los equipos dirigentes de tales entidades inflaron sus ingresos a costa de sus empleados, recibiendo a la vez pagos (además del salario), de las empresas a través de acciones, pensiones y otros privilegios y beneficios. De nuevo, la columna Bagehot, señala que Marx ya lo predijo y así ocurrió. Es más, la columna Bagehot descarta el argumento que tales remuneraciones se deban a lo que el mercado de talentos exige, pues la mayoría de estos salarios escandalosos de los ejecutivos se los han atribuido ellos mismos, a través del contacto que tienen en los Comités Ejecutivos (Executive Boards) de las empresas.

Marx llevaba bastante razón

2. Marx y Bagehot cuestionan la legitimidad de los estados, instrumentalizados por los poderes financieros y económicos. La evidencia acumulada muestra que el maridaje del poder económico y político ha caracterizado la naturaleza de los Estados. La columna Bagehot hace referencia, por ejemplo, al caso Blair (dirigente de la 3ª Vía), que de dirigente del Partido Laborista, una vez dejado el cargo político, pasó a ser asesor de entidades financieras y de regímenes impresentables. En España podríamos añadir una larga lista de expolíticos que hoy trabajan para las grandes empresas, poniendo a su servicio todo el conocimiento y contactos adquiridos durante su cargo político.

3. Otra característica del capitalismo predecida por Marx –según la columna Bagehot- es la creciente monopolización del capital, tanto productivo como especulativo, que está ocurriendo en los países capitalistas más desarrollados. Bagehot señala como tal monopolización ha ido ocurriendo.

4. Y, por si no fuera poco, Bagehot señala que Marx también llevaba razón cuando señaló que el capitalismo por sí mismo crea la pobreza a través del descenso salarial. En realidad, Bagehot aclara que Marx hablaba de “inmiseración”, que es –según el columnista- un término algo exagerado pero cierto en su esencia, pues según tal columnista los salarios han ido bajando y bajando desde que empezó la crisis en 2008, de manera tal que, al ritmo actual, la tan cacareada recuperación no permitirá que se alcancen los niveles de empleo y nivel salarial de antes de la Gran Recesión en muchos años.

Es más, además de estas grandes predicciones, la columna Bagehot afirma que la presente crisis no se puede entender sin entender los cambios dentro del capital, por un lado, y el crecimiento de la explotación de la clase trabajadora, por el otro, tal como señaló Marx.

¿Se imagina el lector a algún gran diario español, sea o no económico, que hubiera permitido un artículo como este? The Economist es el semanario liberal más importante del mundo. Y promueve tal ideología. Pero algunos de sus principales columnistas son capaces de aceptar que, después de todo, Marx, el mayor crítico que ha tenido el capitalismo, llevaba bastante razón. Sería, repito, impensable que en este país, tan escorado a la derecha como resultado de una transición inmodélica de una dictadura fascista a una democracia tan limitada, no solo un rotativo liberal, sino cualquier mayor rotativo, publicara tal artículo con el tono y análisis que lo hace una de las mayores columnas de tal rotativo, firmada por uno de los liberales más activos y conocidos. Esta columna y la persona que está a cargo de ella, sin embargo, no se han convertido al marxismo. Pero reconocen que el marxismo –que en este país ha sido definido por algunas voces como anticuado, irrelevante o cosas peores- es una herramienta esencial para entender la crisis actual. En realidad, no son los primeros que lo han hecho. Otros economistas han reconocido esta realidad aunque, por regla general, tales economistas no se enmarcan en la sensibilidad liberal. Paul Krugman, uno de los economistas keynesianos más conocidos hoy en el mundo, dijo recientemente que el economista que mejor había predicho y analizado las periódicas crisis del capitalismo, como la actual, había sido Michał Kalecki, que perteneció a tal tradición.

Donde la columna Bagehot se equivoca, sin embargo, es al final del artículo, cuando atribuye a Marx políticas llevadas a cabo por algunos de sus seguidores. Confundiendo marxismo con leninismo, la columna concluye que la respuesta histórica y la solución que Marx propone serían un desastre. Ahora bien, que el leninismo tuviera una base en el marxismo no quiere decir que todo marxismo fuera leninista, error frecuentemente cometido por autores poco familiarizados con la literatura científica de dicha tradición. En realidad, Marx dejó para el final su tercer volumen, que tenía que centrarse precisamente en el análisis del Estado. Por desgracia, nunca pudo iniciarlo. Pero lo que sí escribió sobre la naturaleza del capitalismo ha resultado bastante acertado, de manera tal que no se puede entender la crisis sin recurrir a sus categorías analíticas. La evidencia de ello es claramente contundente y el gran interés que ha aparecido en el mundo académico e intelectual anglosajón, y sobre todo en EEUU y el Reino Unido (donde se publica The Economist), es un indicador de ello. Pero me temo que lo que está ocurriendo en aquellas partes del mundo no lo verá en este país, donde los mayores medios de información son predominantemente de desinformación y persuasión.

Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra




miércoles, 19 de octubre de 2016

DE LO QUE NO SE INFORMA Y/O SE CONOCE SOBRE LAS ELECCIONES EN EEUU




18/10/2016

Está claro que las grandes instituciones representativas del Estado federal de EEUU y los mayores medios de información de aquel país (lo que se llama el establishment político-mediático estadounidense) no entienden lo que está pasando en EEUU. La aparición de las candidaturas de Donald Trump en el Partido Republicano y de Bernie Sanders en el Partido Demócrata ha cogido por sorpresa a tal establishment. El candidato Trump ha alcanzado en algunos momentos de la campaña electoral unos niveles de popularidad cercanos a los de la candidata demócrata Hillary Clinton, y el candidato Sanders casi venció en las primarias del Partido Demócrata (ganó en 22 de los 50 Estados), y ello a pesar de la clara y documentada hostilidad del aparato del Partido Demócrata, que utilizó todas las malas artes en la campaña para derrotarlo.

Y uno de los elementos de lo que está ocurriendo que ha sorprendido más al establishment político-mediático ha sido el apoyo a tales candidatos, Trump y Sanders, por parte de la clase trabajadora (de raza blanca), un sector de la población que tales establishments creían que ya no existía en aquel país, pues su percepción de la estructura social del país había sustituido incluso el término de “clase trabajadora” por el de “clase media”, definiendo como tal a toda la población que ni es rica ni es pobre. Según la percepción generalizada que tiene el establishment político-mediático de la realidad estadounidense, las categorías de clase social prácticamente han desaparecido, pues la mayoría de la población es y se siente de clase media. En esta visión de Estados Unidos, la clase trabajadora o bien ha desaparecido, o se ha convertido en clase media (por extraño que parezca, esta percepción de la estructura social de los países capitalistas desarrollados también está generalizada en el establishment político-mediático español).

Las limitaciones de centrarse solo en las medidas antidiscriminatorias a favor de las minorías (negros y latinos) y de la mayoría de la población (las mujeres)

Dentro de este esquema, se considera que la igualdad de oportunidades (que se asume existe en EEUU) ha actuado como un ascensor social vertical, permitiendo a los ciudadanos alcanzar los niveles que su mérito y esfuerzo permiten. Se reconoce que el racismo y el machismo prevalentes en la sociedad (y la consecuente discriminación fuerte que determinan) dificulta para tales grupos –los afroamericanos, los hispanos (procedentes de Latinoamérica) y las mujeres- el ascensor social. De ahí que lo que en EEUU se presenta como el partido de centro-izquierda (el Partido Demócrata) acentúe, como punto central de su programa, las políticas antidiscriminatorias a favor de los afroamericanos, de los latinos y de las mujeres. Su objetivo es la integración de estos sectores en el sueño americano que les permita ser miembros de la clase media y alcanzar las metas personales que se propongan. La victoria electoral de un ciudadano de raza negra en las últimas elecciones presidenciales, encarnada en la figura del Presidente Obama, era un hito esencial de esta estrategia de integración. Y la posible victoria de la Sra. Clinton significaría otra gran victoria de esta estrategia de integración de los discriminados (mujeres, en su caso) en el sistema político-económico del país.

El Partido Demócrata y la insuficiencia de las políticas identitarias integradoras

El Partido Demócrata es el partido postmodernista que ha estado enfatizando los temas de identidad como centrales de su estrategia, orientada a conseguir el apoyo electoral de las minorías –los negros y los latinos- y de las mayorías -las mujeres-. La clase social no juega un papel esencial en dicha estrategia, excepto en el énfasis de mantener el nivel de vida de las clases medias, que asume constituyen la mayoría de la población. Hasta aquí la visión del establishment político-mediático del país y sus consecuencias para la estrategia electoral del Partido Demócrata.

El problema con tal visión es que es profundamente limitada e insuficiente. Y lo que está pasando en EEUU es un indicador de ello. Estas estrategias basadas en la identidad han tenido escaso efecto en cambiar las condiciones de vida de la mayoría de las clases populares, que incluyen la mayoría de minorías negras y latinas y la mayoría de mujeres. La clase trabajadora de raza negra ha visto su nivel de vida continuar descendiendo durante el mandado del Presidente Obama, que es una persona perteneciente a tal raza. En realidad, el fenómeno más llamativo que ha ocurrido en EEUU es el espectacular deterioro del bienestar y calidad de vida de la clase trabajadora y de sus diferentes componentes, incluyendo la clase trabajadora de raza negra.

La clase social es una de las variables más importantes para explicar la dinámica política y electoral de aquel país (y que apenas aparece en el análisis de la realidad estadounidense)

En contra de lo que asume aquella visión del establishment político-mediático del país, las clases sociales continúan existiendo en aquel país (tal como también continúan existiendo en los países europeos, incluyendo España). En realidad, las cifras del censo estadounidense muestran claramente que la estructura social de EEUU es bastante semejante a la existente en la mayoría de países de la Unión Europea (UE). Existe, en primer lugar, lo que solía llamarse la clase capitalista, y que ahora se llama el 1% (el sector de la población que posee o gestiona las grandes empresas del país). En EEUU, el término más utilizado para definir esta clase (los super-ricos) es el de Corporate Class, la clase corporativa (que la componen los propietarios y gestores de las grandes empresas transnacionales basadas en EEUU).

Le sigue la pequeña burguesía, la clase media y la clase trabajadora, la cual, en contra de lo que se cree y presenta en los mayores medios de información y persuasión, constituye la mayoría de la población estadounidense (el 52%). Esta clase trabajadora es muy variada, tanto en su composición racial como en su nivel de cualificación. La clase trabajadora de raza blanca es la mejor pagada dentro de tal clase, y está sobrerepresentada (es decir, ocupa un porcentaje superior al que representa en el conjunto de la población) en el sector laboral mejor pagado (predominantemente en la manufactura), mientras que los trabajadores afroamericanos e hispanos (los que proceden de América Latina) están sobrerepresentados en los sectores peor pagados.

Esta división por raza dentro de la clase trabajadora juega un papel muy importante en la división de tal clase en EEUU. Tradicionalmente, las derechas y el mundo empresarial han utilizado el racismo para dividir y debilitar a la clase trabajadora. Fue nada menos que Martin Luther King, quien subrayó, semanas antes de que fuera asesinado, que el conflicto mayor que existía en EEUU era el conflicto de clases, siendo el racismo la ideología promovida por la clase dominante para perpetuarse en el poder, dividiendo a la clase trabajadora. De ahí que su discípulo, Jesse Jackson Senior, estableciera la Rainbow Coalition (la Coalición Arcoíris), que intentó establecer una amplia alianza de todas las razas existentes dentro de las clases populares, frente al establishment político-mediático del país.

El gran descenso del nivel de vida de la clase trabajadora en EEUU

La clase trabajadora de raza blanca ha visto su nivel de vida reducido muy seriamente como consecuencia de que los sectores donde trabajaba, como el metalúrgico (donde los sueldos son más elevados), han sido los más afectados negativamente por los Tratados de Libre Comercio. El Tratado de Libre Comercio entre EEUU, Canadá y México (NAFTA), por ejemplo, tuvo un impacto devastador en los puestos de trabajo de las grandes empresas localizadas en EEUU y que se desplazaron a México. Un tanto semejante ha ocurrido con los Tratados entre EEUU y China. En consecuencia, en los últimos veinte años, EEUU ha perdido seis millones de puestos de trabajo en el sector manufacturero. Pero el impacto negativo es incluso mayor que el que presentan estos datos, pues la exportación de puestos de trabajo debilita a los sindicatos estadounidenses, con lo cual, los salarios de los puestos de trabajo de la manufactura que permanecen en EEUU han bajado significativamente. En los últimos quince años, tales salarios han bajado un 10%. Y ello como resultado del enorme debilitamiento de los sindicatos. Tal descenso de los ingresos al mundo del trabajo ha creado la ampliamente generalizada percepción que existe en EEUU de que “los hijos vivirán peor que sus padres”.

Es lógico y previsible que hoy tales sectores de la clase trabajadora, como los que pertenecen a la raza blanca, que ha sufrido un enorme bajón en su nivel de vida y en su bienestar (es el único grupo poblacional que ha visto descender su esperanza de vida), estén enfurecidos con el establisment financiero-político estadounidense, y muy en particular con el gobierno federal, al cual responsabilizan por haber facilitado, mediante sus políticas, tal exportación de puestos de trabajo (lo cual es cierto, debido a la gran influencia del 1% de la población, la más pudiente, sobre el Estado federal).

Pero parte del enfado de este sector de la población blanca hacia el Estado federal se debe también a muchas de las políticas antidiscriminatorias del Estado federal, las cuales discriminan positivamente a favor de los negros, de los latinos y de las mujeres, situación (para corregir la discriminación histórica que tales grupos han recibido) que es resentida por los blancos, incrementando las tensiones interraciales y entre género. El hecho de que las políticas sociales en EEUU no sean universales (es decir, que no beneficien a todo ciudadano y/o residente por igual), sino benéficas asistenciales (que benefician, por ejemplo, solo a los pobres) hacen que los programas antipobreza (financiados con impuestos de toda la clase trabajadora) no sean muy populares. Ni que decir tiene que esta percepción de que el gobierno federal está transfiriendo fondos públicos a través de sus programas antipobreza a los negros, por ejemplo, olvida que la mayoría de los pobres en EEUU son blancos, no son negros. Pero la percepción que se promueve es que la mayoría de pobres son negros (que son los más pobres entre los pobres).

Las políticas identitarias olvidan que hay clases dentro de las minorías y dentro de las mujeres

Los programas antidiscriminación (que tienen lugar individualmente, persona por persona) han beneficiado primordialmente a sectores minoritarios de las minorías negras y latinas, y de las mujeres, sectores pertenecientes en su mayoría a la clase de renta media y media-alta (dentro de cada grupo discriminado). Ahora bien, la mayoría de los negros, latinos y mujeres (que pertenecen a las clases trabajadoras) no se han beneficiado, por lo general (tal como indiqué anteriormente) de estas medidas antidiscriminatorias, debido a que tales políticas antidiscriminatorias no están orientadas hacia la clase trabajadora. De ahí que, aun cuando hoy en EEUU haya más miembros de minorías que estén en posiciones de mayor nivel social y mayor poder (y lo mismo en cuanto a las mujeres), ello no quiere decir que la mayoría de las minorías y mujeres se hayan beneficiado de tales políticas antidiscriminatorias. La clase trabajadora de raza negra ha visto también como se reducía su nivel de vida durante el mandato del gobierno Obama. De ahí que la mayoría de jóvenes, incluyendo trabajadores negros y la mayoría de mujeres jóvenes por debajo de 40 años, apoyaran en las primarias del Partido Demócrata a Bernie Sanders (que enfatizó clase social) y no a Hillary Clinton (que enfatizó políticas de integración de las minorías). Clinton contó con el apoyo de las asociaciones a favor de las minorías y de las mujeres, asociaciones lideradas, en su mayoría, por personas de clase media alta, integradas en el aparato del Partido Demócrata. Pero la candidatura de Sanders tuvo su mayor apoyo entre la clase trabajadora y entre los jóvenes, incluyendo jóvenes negros, jóvenes latinos y mujeres jóvenes. Y su fortaleza forzó que el programa electoral del Partido Demócrata incorporara elementos importantes claramente progresistas que, de implementarse, mejorarían el bienestar de las clases populares, que constituyen la mayoría de la población estadounidense.

Las dos estrategias electorales que han seguido los candidatos

En definitiva, lo que hemos visto en EEUU durante la campaña electoral ha sido el conflicto de estrategias electorales que reflejan dos visiones distintas de la estructura social de EEUU. La Sra. Clinton (una figura que representa claramente el establishment político-mediático del país) ha enfatizado las políticas identitarias (de carácter anti-discriminatorio, encaminadas a favorecer la integración de las minorías y de las mujeres en el “sueño americano”). Y la otra estrategia ha sido la de movilizar a las clases populares (centradas en la clase trabajadora) frente al establishment político-mediático.

Dentro de esta última estrategia, ha habido una gran diferencia entre Bernie Sanders y Donald Trump. El primero Bernie Sanders, presentó que la movilización popular debía ser contra el 1% que controla los mayores centros del poder financiero y económico, así como al Estado y a los medios de información y persuasión. Su estrategia (la de Sanders) incluía un discurso de clase (las clases populares frente a la Corporate Class), presentando a Clinton como agente e instrumento de la clase corporativa. Trump, por el contrario, acentuó su animosidad hacia el Estado federal, sin nunca citar a la Corporate Class (de la cual es miembro prominente). En este aspecto, Trump representaba una sensibilidad política semejante a la ultraderecha francesa liderada por Le Pen, que tiene puntos en común con el nazismo y el fascismo, que hay que recordar, se definieron a sí mismos como nacional-socialismo el primero, y nacional-sindicalismo el segundo. En España, el partido fascista, la Falange, se definió y continúa definiéndose como un partido de izquierdas, y sus colores (rojo y negro) eran y son los colores del anarquismo.

La desaparición de Sanders, sin embargo, ha limitado el conflicto electoral entre el candidato Trump y la candidata Clinton. El descenso en el atractivo electoral de Trump, en parte debido a la movilización mediática en contra de sus grandes excesos que le hacen sumamente vulnerable, ha dado un alivio al establishment político-mediático del país. Ahora bien, la posible derrota de Trump dejará intacto el enorme problema que existe hoy en EEUU y del que el establishment político-mediático parece no ser consciente. La candidatura Trump representa –como lo fue el nazismo y el fascismo- el intento de crear una alianza de sectores oligárquicos del establishment financiero y económico (los mayores financiadores de su campaña) con sectores de las clases populares, en frente de aquellas políticas del Estado federal que favorecen a las minorías y a las mujeres, estimulando el racismo y el machismo que dividen a la clase trabajadora, y dentro de una cultura jerárquica, autoritaria y antidemocrática que, en realidad, dañaría profundamente el bienestar de las mismas clases que dicen representar, es decir, las clases trabajadoras. De ahí la importancia de que el candidato Trump no consiga la presidencia.

Ahora bien, el gran problema que permanecerá después de las elecciones es que la victoria de la Sra. Clinton (victoria necesaria en este momento) no cambiará el contexto que determinó la aparición de Trump. La otra alternativa hubiera sido que el rechazo a tal establishment político-mediático pudiera haber sido canalizado por una opción política, como hizo el candidato Sanders, que cambiara la relación de clases existente en aquel país. Para que ello ocurriera, todas las fuerzas progresistas deberían aliarse, dando prioridad al mejoramiento del bienestar de todas las clases populares siguiendo una estrategia de movilización, respetando a su vez las diferentes identidades, subrayando los puntos que las unen (clase social) en su estrategia y en la defensa de sus intereses. El futuro de EEUU (y el mundo) depende de que ello ocurra.


- Vicenç Navarro es Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra

18 de Octubre de 2016

http://www.alainet.org/es/articulo/181052