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lunes, 23 de julio de 2018

TRUMP MARCHA HACIA ADELANTE Y HACIA ABAJO




23-07-2018

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García


Introducción

Periodistas, académicos, entendidos y expertos han ignorado la complejidad del impacto del presidente Trump en la situación del imperio estadounidense.

Para evaluar apropiadamente la configuración geopolítica del poder del régimen de Trump repasaremos ante todo los avances y los reveces de las fuerzas armadas, la economía, la política y la diplomacia en América latina, la Unión Europea y Asia (incluyendo Oriente Medio).

En segundo lugar, examinaremos el marco temporal y los cambios de dirección de la actual disposición de fuerzas.

Terminaremos con una discusión sobre cómo la influencia y los resultados de la política exterior dan forma al poder político en el interior de Estados Unidos.

Antecedentes de la construcción del imperio Trump

Primero e importante, debemos tener en cuenta el hecho de que gran parte de las políticas de Trump completan y dicen mucho de las políticas de sus predecesores, concretamente los presidentes Bush y Obama.

Las guerras estadounidenses en Afganistán, Iraq, Libia y Siria fueron iniciadas por los presidentes Clinton, Bush y Obama. Los bombardeos estadounidenses en Libia y la destrucción en África con el ulterior desarraigo de millones de personas fueron inaugurados por Obama.

La expulsión de millones de inmigrantes centroamericanos y mexicanos de Estados Unidos era una práctica común antes de la llegada de Trump.

En resumen, el presidente Trump continuó, y en algunos casos agravó, las políticas socioeconómicas y militares de sus predecesores. En algunas áreas, Trump cambió radicalmente las políticas, como ha sido el caso del Acuerdo Nuclear con Irán firmado por Obama.

Los éxitos y los fracasos de las políticas de construcción imperial de Trump no pueden atribuirse exclusivamente a su régimen. No obstante, debe hacerse responsable al presidente Trump de la actual situación del imperio y de su dirección

El presidente Trump avanza en América latina

El presidente Trump ha fortalecido y extendido las victorias imperiales en la mayor parte de América latina. Existen regímenes satélites en Brasil, principalmente gracias al golpe judicial-legislativo que derrocó a la presidenta –elegida democráticamente– Dilma Rousseff. El gobierno títere de Michel Temer ha privatizado la economía, abrazado la autoridad de Trump y se ha alineado con él para trabajar por el derrocamiento del gobierno de Venezuela.

Del mismo modo, Trump heredó de Obama los actuales regímenes clientelares que gobiernan en Argentina (presidente Mauricio Macri), Perú (presidente Marín Vizcarra), Honduras (presidente Hernández), Paraguay (presidente Cartés), Chile (presidente Piñera), Ecuador (presidente Moreno), y la mayoría de las elites gobernantes de Centroamérica y el Caribe. Trump ha agregado a la lista los actuales esfuerzos para acabar con el régimen de Daniel Ortega.

Llegado Trump a la presidencia, Washington tuvo éxito en el cambio radical en las relaciones con Cuba y el llamado acuerdo de paz en Colombia entre las guerrillas y el régimen de Juan Manuel Santos. En julio de 2018, tuvo éxito al respaldar el acceso al poder de Iván Duque, un protegido del partido de extrema derecha de Álvaro Uribe en Colombia. El cambio total de gobiernos de centro-izquierda por medio de golpes de Estado emprendido por el presidente Obama ha sido consolidado y ampliado por Trump, con la importante excepción de México.

Trump revirtió parcialmente la apertura de relaciones con Cuba iniciada por Obama y amenaza a Venezuela con invadirla militarmente.

El imperio de Trump en América latina es, en su mayor parte, heredado y mayormente mantenido... de momento.

Sin embargo, hay varias advertencias.

En primer lugar, el nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es probable que decida unas políticas –tanto en el ámbito internacional como en el nacional– independientes y progresistas, que renegocie el tratado NAFTA, los contratos petroleros y las disputas fronterizas.

En segundo lugar, las políticas económicas de Brasil y Argentina están sufriendo una profunda crisis y los gobiernos títeres en ejercicio son económicamente inestables, se enfrentan con una enorme oposición social y es probable que sean derrotados en las próximas elecciones.

En tercer lugar, Venezuela y Cuba han resistido con éxito las sanciones económicas y diplomáticas que se les ha impuesto.

Militarmente, el presidente Trump conserva las bases de EEUU en territorio colombiano, ha hecho entrar en la OTAN al gobierno de Bogotá y se ha asegurado operaciones militares en Argentina y Ecuador.

El mayor desafío a la construcción imperial de Trump en América latina se da en el importantísimo entorno de la economía.

En la competición con China, Trump ha fracasado en su intento de ganar terreno en el comercio, las inversiones y los materiales no procesados.

A pesar de la subordinación política y militar a Washington de los regímenes latinoamericanos, la mayor parte de sus vínculos comerciales son con China. Además, Brasil y Argentina aumentarán su exportación de productos agrarios a China, en paralelo con los cambios en los aranceles a la exportación estadounidense. En la llamada guerra comercial, ningún país latinoamericano cliente se ha alineado con Estados Unidos. Por el contrario, todos ellos se están beneficiando con el hecho de que Washington perdiera el mercado chino y están aumentando sus exportaciones.

Está claro que Estados Unidos no ejerce “hegemonía” en las relaciones comerciales de América latina.

Aun peor, la venta a precios bajísimos (dumping) de Trump de la Asociación Trans-Pacífico y las amenazas de retirarse del NAFTA han reducido la influencia de Washington en América latina y Asia.

Los alardes y las demandas de dominio en América latina que hace Trump son principalmente una consecuencia de las políticas imperiales de sus predecesores.

Como mucho, las políticas de Trump han endurecido a la extrema derecha que, sin embargo, se está debilitando política y económicamente, ha provocado la llegada de la izquierda al poder en México y hecho crecer a la oposición en Colombia, Brasil y Argentina.
En resumen: la construcción imperial del régimen de Trump mantiene una marcada influencia en América latina pero se encuentra frente a importantes desafíos y reveses.

Trump en Asia: un paso adelante y dos hacia atrás

Gracias a la apertura diplomática hacia Corea del Norte, Washington ha adquirido prestigio pero está perdiendo la guerra comercial con la segunda gran potencia mundial: China.

Este país, ante la guerra económica iniciada por Trump, ha diversificado sus socios comerciales; de este modo, ha debilitado a las empresas clave del agronegocio de Estados Unidos.

China ha implementado aranceles para la colza, la soja en grano, el maíz, el algodón y las carnes porcina y vacuna.

Además, China se ha convertido –desplazando a Estados Unidos– en el mayor socio comercial en toda Asia.

Aunque Japón, Corea del Sur y Australia permiten la presencia de bases militares estadounidenses en su territorio, están deseando reemplazar las exportaciones de Washington a China.

Por otra parte, la multimillonaria iniciativa Cintura y Carretera (BRI, por sus siglas en inglés) de China ha logrado la asociación con 68 países asiáticos con la notable ausencia de Estados Unidos, excluido por propia voluntad.

Las sanciones económicas estadounidenses contra Irán no han conseguido arruinar la exportación de crudo del gobierno iraní, mientras sus transacciones bancarias e importaciones de bienes elaborados y productos del sector servicios son sustituidos por China, Rusia, India y la mayor parte de Asia. Todos estos países aumentarán su actividad comercial con Teherán.

En Oriente Medio y el sur de Asia, aparte de Israel y Arabia Saudita, Estados Unidos ya no podrá contar con clientes ni aliados.

Además, los saudíes rechazaron la exigencia de Trump de incrementar la producción de petróleo para bajar el precio de los combustibles que paga el consumidor estadounidense.

Israel es un “aliado leal” de Washington cuando le conviene para favorecer sus propias ventajas económicas y aspiraciones hegemónicas. Por ejemplo, Israel continúa expandiendo sus vínculos con Rusia incluso violando las sanciones económicas de Estados Unidos.

Como consecuencia del aumento de la ayuda económica y de la construcción de infraestructura, Pakistán, Myanmar y Camboya se han acercado más a China.

Resumiendo, gracias a sus bases militares en Corea del Sur, Japón y Australia, Estados Unidos continúa ejerciendo predominio militar en Asia. Sin embargo, está perdiendo influencia y presencia económica en el resto de Asia. Si la historia es algún precedente, los imperios que no tenían un cimiento económico, tarde o temprano se han derrumbado, especialmente cuando las potencias regionales emergentes son capaces de sustituirlos

La Unión Europea y el imperio de Trump: ¿socios, clientes o rivales?

La Unión Europea (UE) es el mayor mercado del mundo; aun así sigue siendo dependiente, tanto política como militarmente, de Washington.

La UE ha padecido la falta de una política exterior independiente; su subordinación a la OTAN, una alianza subsidiaria de EEUU es una de las principales razones de esa dependencia.

El presidente Trump ha aprovechado de la debilidad de la UE para desafiar sus políticas en relación con varias cuestiones estratégicas, que van desde los Acuerdo de París sobre el cambio climático y el acuerdo nuclear con Irán hasta el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. Los aranceles de Trump a las exportaciones de la UE es la última y más provocadora medida para plantar cara y dominar el continente.

Además, la UE está cada vez más dividida por la cuestión de la inmigración, la salida del Reino Unido (Brexit), así como por la desunión económica y política entre Alemania, Italia y Polonia.

Como consecuencia de ello, el régimen de Trump ya no puede contar con una alianza potente y unida para su ambición de un imperio global.

En lugar de eso, el Estados Unidos de Trump trata de asegurarse la supremacía económica y la total dominación político-militar.

El presidente Trump exige que los países de la UE dupliquen su presupuesto militar para que el Pentágono aumente la venta de armas.

Como resultado de la falta de acuerdo y la pésima relación entre EEUU y la UE, la política imperial del presidente Trump ha adoptado la contradictoria estrategia de aumento del proteccionismo económico y el intento de acercamiento a la “enemiga” Rusia. Adoptando el eslogan nacionalista de “Fortalecer a Estados Unidos”, naturalmente “Debilitando a la UE”, se hace evidente que Trump utiliza eslóganes nacionalistas para promover sus propios objetivos imperiales.

Crecimiento nacional y deterioro imperial

Hasta hoy –mediados de 2018– Trump está montado sobre la ola del crecimiento de la economía, el comercio y el empleo nacionales.

Los críticos argumentan que esta ola es efímera y que se enfrenta con poderosas corrientes en contra. Sostienen que la guerra comercial y la caída de los mercados de China, la UE, México, Canadá y otros provocarán el deterioro de Estados Unidos.

La jugada estratégica de Trump consiste en que la guerra comercial de Estados Unidos tendrá éxito en la apertura del mercado chino y al mismo tiempo reducirá las exportaciones chinas. Trump tiene la esperanza de que la corporación multinacional con base en EEUU vuelva a poner en su sitio al país y haga que aumenten el empleo y las exportaciones. Hasta ahora, eso no es más que una ilusión.

Por otra parte, las imprevistas ganancias corporativas no se han visto acompañadas por una disminución de la desigualdad ni un aumento de los salarios.

El resultado es que Trump se enfrenta con la perspectiva real de un deterioro de las exportaciones y del apoyo popular, sobre todo de quienes han sido afectados negativamente por la caída de los mercados y los fuertes recortes en salud, educación y medioambiente.

Consecuencias políticas del “Estados Unidos primero” en el escenario corporativo

Es muy improbable que la política económica nacionalista de Trump ayude a mejorar la construcción imperial; por el contrario, la guerra comercial hará que los beneficiarios de las principales corporaciones se vuelvan contra él. Sus vínculos comerciales con la UE, Canadá y China harán que estos países se vuelvan contra Trump.

La construcción imperial se da de palos con el eslogan ‘Estados Unidos primero’. En ausencia de un imperio económico, Estados Unidos carecerá de medios para asegurar los mercados necesarios para estimular la exportación y la producción de bienes nacionales.

Conclusión

El presidente Trump se ha beneficiado –y, hasta cierto punto, tenido éxito– al conseguir una dominación transitoria en América latina, la expansión de la economía nacional y la imposición de algunas exigencias a China, la UE y Canadá.

No obstante, las políticas de Trump han debilitado a sus aliados, irritado a los competidores y provocado represalias. Todo ello hace aumentar el costo de gobernar un imperio.

Trump ha fracasado a la hora de procurarse un reemplazo seguro de los mercados de la UE y China. Tampoco se ha asegurado los mercados de los clientes que le quedan en América latina. La idea de que Trump puede construir el ‘capitalismo en un país’ no es más que una quimera. Sobre todo, eso requeriría una explotación intensiva de la fuerza de trabajo estadounidense y altas tasas de inversión con el consiguiente recorte en los beneficios y los salarios. La oligarquía electoral y los medios de comunicación forzarán a Trump a batirse en retirada en la guerra comercial y rendirse ante las elites de todo el mundo.

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la misma.



lunes, 28 de mayo de 2018

LA RECUPERACIÓN DEL IMPERIO Y LA DESAPARICIÓN DE LOS TRABAJADORES



28-05-2018

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo


Nerón tocaba la lira, Obama lanzaba canastas y Trump tuiteaba mientras sus imperios ardían. 

Los imperios entran en decadencia o se expanden en función, básicamente, de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Hay varios factores determinantes, entre los que se incluyen: 1) la renta, la tierra y la vivienda; 2) la evolución del nivel de vida; 3) el aumento o descenso de la tasa de mortalidad; y 4) la disminución o aumento de las familias. 

A lo largo de la historia, los imperios en expansión han incorporado a la población al imperio, distribuyendo a las masas una parte de los recursos expoliados, proporcionándoles tierras, arrendamientos reducidos y viviendas. Los grandes terratenientes que tenían que hacer frente a los jóvenes veteranos a su regreso de las guerras evitaban una excesiva concentración de la tierra para evitar los disturbios en sus feudos. 

Los imperios en expansión mejoraban las condiciones de vida, pues jornaleros, artesanos, mercaderes y escribientes encontraban empleo cuando la oligarquía daba rienda suelta a su consumo ostentoso y crecía la burocracia que administraba el imperio. 

Un imperio próspero es causa y consecuencia del aumento en las familias y en el número de plebeyos sanos y educados que sirven a los gobernantes y son mantenidos por ellos. 

Por el contrario, un imperio en decadencia saquea la economía interna y concentra la riqueza a expensas de la mano de obra, ignorando el declive de su salud y de su esperanza de vida. Como consecuencia, los imperios en decadencia ven crecer la tasa de mortalidad; la propiedad de tierras y viviendas se concentra en una élite de rentistas que viven gracias a una riqueza que adquirida inmerecidamente por herencia, fruto de la especulación o de las rentas, que degrada el trabajo productivo basado en la pericia y los conocimientos. 

Los imperios en decadencia son causa y consecuencia del deterioro de las familias, compuestas a menudo de trabajadores adictos a los opiáceos que sufren el aumento de la desigualdad entre ellos y sus gobernantes. 

La historia del Imperio Americano a lo largo del último siglo encarna a la perfección la trayectoria de la expansión y caída de los imperios. El último cuarto de siglo es un buen ejemplo de las relaciones entre gobernantes y gobernados en plena decadencia del imperio. 

Las condiciones de vida de los estadounidenses se han deteriorado a toda velocidad. Las empresas han dejado de cotizar las pensiones y han reducido o eliminado la cobertura sanitaria de sus trabajadores, y han visto rebajados sus impuestos de sociedades, lo que redunda en una merma de la calidad de la educación pública. 

En los últimos veinte años, los salarios que perciben la mayor parte de los hogares se han estancado o reducido; los gastos en sanidad y educación han arruinado a muchos, y han convertido a los graduados universitarios en esclavos de sus deudas a largo plazo. 

En EE.UU., el acceso a la propiedad de la vivienda para menores de 45 años ha disminuido del 24% en 2006 al 14% en 2017. Al mismo tiempo, los alquileres se han disparado, especialmente en las grandes ciudades de todo el país, y en la mayoría de los casos absorben entre un tercio y la mitad de los ingresos mensuales. 

Las élites empresariales y sus expertos inmobiliarios desvían la atención hacia las desigualdades “intergeneracionales” entre pensionistas y jóvenes empleados asalariados, en lugar de reconocer el aumento de la desigualdad entre altos ejecutivos y trabajadores y pensionistas, cuyos ingresos han pasado de 100 a 1 a 400 a 1 en las tres últimas décadas. 

También han aumentado las diferencias en la tasa de mortalidad entre la élite empresarial y los trabajadores, pues los ricos cada vez viven más años sin perder la salud mientras los trabajadores sufren un descenso en la esperanza de vida ¡por primera vez en la historia de Estados Unidos! Gracias a los ingresos procedentes de beneficios, dividendos, aumento del interés, etc., los ricos pueden pagar el elevado coste de la medicina privada y prolongar su vida, mientras a millones de trabajadores se les recetan opioides para “reducir el dolor” y precipitarles una muerte prematura. 

Los nacimientos han descendido como consecuencia de la carestía de la sanidad y de la carencia de guarderías y bajas por maternidad o paternidad remuneradas. Los últimos estudios han revelado que 2017 tuvo el menor número de nacimientos en 30 años. La supuesta “recuperación de la economía” posterior al derrumbe financiero de 2008-2009 ha tenido un sesgo de clase: las élites empresariales e inmobiliarias recibieron un rescate superior a los 2 billones de dólares mientras más de 3 millones de hogares de clase trabajadora eran desahuciados y desalojados de sus viviendas por los financieros que habían adquirido sus hipotecas. El resultado: un aumento acelerado de personas sin hogar, especialmente en las ciudades con mayores índices de recuperación de la crisis. 

Probablemente, los factores que han producido este descenso de la maternidad y aumento de la mortalidad son la falta de vivienda y los desorbitados precios de los alquileres de apartamentos saturados, junto con los salarios mínimos. 

El imperialismo se expande, el nivel de vida desciende 

En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la expansión en el extranjero estuvo acompañada en el ámbito interno por el abaratamiento de la educación superior, hipotecas a precios razonables que facilitaban la propiedad de una vivienda y mejoras en las pensiones y cobertura sanitaria a cuenta de los patronos. Sin embargo, en las dos últimas décadas la expansión imperial se ha basado en la reducción forzosa del nivel de vida. 

El Imperio se ha expandido y las condiciones de vida han empeorado porque la clase capitalista ha evadido billones de dólares de impuestos a través de paraísos fiscales, precios de transferencia y exenciones fiscales. Por si fuera poco, los capitalistas han recibido inmensas subvenciones públicas para infraestructuras y transferencias gratuitas de innovación tecnológica financiada por el Estado. 

En nuestros días, la expansión imperial se basa en la deslocalización de las multinacionales manufactureras con el fin de rebajar los costes de mano de obra, aumentando así el porcentaje de trabajadores de servicios mal pagados en Estados Unidos. 

El empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría es consecuencia de la reestructuración del Imperio, la instauración de un sistema tributario regresivo y la redistribución de las transferencias de gasto público con fines sociales del Estado del bienestar a subvenciones y rescates al sector inmobiliario y financiero. 

Conclusión 

En sus orígenes, el imperialismo llevaba aparejado un contrato social explícito con la mano de obra: la expansión extranjera compartía beneficios, impuestos e ingresos con la fuerza de trabajo a cambio del apoyo político de los trabajadores a la explotación económica imperial en el exterior, el saqueo de recursos y el servicio de estos en las fuerzas armadas del imperio. 

El contrato social venia condicionado por el equilibrio relativo de poder: la mayoría de los obreros fabriles, del sector público y los trabajadores especializados estaban sindicados. Pero este equilibrio de poder en las relaciones de clase se basaba en la capacidad de la fuerza laboral para participar activamente en la lucha de clases y, así, presionar al Estado. Es decir, el imperialismo y la estructura del bienestar se basaban por completo en una serie específica de condiciones intrínsecas del pacto social. 

Con el tiempo, la expansión imperial tuvo que enfrentar limitaciones en el exterior procedentes de la oposición que presentaban grupos nacionalistas o socialistas, creando las condiciones para la deslocalización de su capital en el extranjero. Los rivales del imperio en Europa y Asia empezaron a competir por los mercados exteriores, obligando a Estados Unidos a aumentar su productividad, reducir costes laborales, deslocalizar en el extranjero o reducir beneficios. Estados Unidos eligió reducir las condiciones de vida internas y sacar su producción al extranjero. 

Los dirigentes sindicales se distanciaron de otros movimientos generales de base y, al carecer de un movimiento político independiente, estar asolados por la corrupción y comprometidos con un acuerdo social en vías de desaparición, fueron reduciéndose en volumen, incapaces de formular una nueva estrategia combativa que sustituyera al pacto social. La clase capitalista adquirió control total de las relaciones de clase y, por consiguiente, empezó a decidir unilateralmente los términos de la política fiscal, el empleo, las condiciones de vida y, lo más importante, el gasto público. 

Los gastos militares para el mantenimiento del imperio crecieron en proporción directa a la reducción de subsidios sociales. Los grupos rivales de poder se peleaban para conseguir su parte de los presupuestos capitalistas y decidir las prioridades político-militares. Los imperialistas económicos competían o se unían a los imperialistas militares; los neoliberales de libre mercado competían con los militaristas por los mercados exteriores en busca de la ocupación de más territorios, nuevas conquistas, mercados cerrados y clientes sumisos. Las estructuras de poder rivales competían para dictar las prioridades imperiales –las poderosas redes sionistas urdían guerras regionales favorables a Israel mientras las multinacionales intentaban impulsar su expansión político-militar en Asia (China, India y los mercados del sureste asiático). 

Facciones rivales de las elites monopolizaban presupuestos, impuestos y gastos comprimiendo las condiciones de vida de la fuerza laboral. Las clases imperialistas pactaron entre ellas, la calidad y cantidad de trabajadores disminuyó. Pero los descendiente de esas élites asistían a las mejores escuelas y se aseguraban los mejores puestos en el gobierno y la economía. 

Los privilegios y el poder no produjeron triunfos imperiales. China ha sabido integrar sus programas educativos y trabajadores cualificados en el trabajo productivo y sacar partido de ello. Por el contrario, los graduados estadounidenses trabajan en puestos financieros parásitos y lucrativos, no en sectores de la ciencia, la ingeniería y la asistencia social. Los graduados en la academia militar han creado redes de “comandantes” que perdonan los abusos sexuales, entrenan y ascienden a oficiales que lanzan misiles sobre centros de población y entrenan a capitanes de la armada especializados en colisionar sus buques. 

Los graduados en la Ivy League* consiguieron copar altos cargos en el gobierno y han llevado a Estados Unidos a guerras interminables en Oriente Próximo, han multiplicado nuestros adversarios, enemistado a nuestros aliados y gastado billones de dólares en guerras que favorecen a Israel, en vez de dedicarlos a ayudas sociales y salarios más elevados para nuestros trabajadores. Y, sí, es verdad, la economía se está recuperando... pero a las personas les va peor. 

*Nota del traductor: Grupo de ocho prestigiosas universidades privadas de Estados Unidos, muy elitistas, entre las que se encuentran Harvard, Yale, Columbia y Princeton.