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miércoles, 24 de mayo de 2023

TIRANÍA ELECTORAL


Posted on mayo 24, 2023

Escribe: Milciades Ruiz

En cada pueblo del interior del país, todos se conocen y, tienen líderes naturales a los cuales respetan por su ecuanimidad, conocimientos y moralidad. Sus asambleas, son de las más democráticas y eligen sus dirigentes presencialmente, siguiendo sus normas ancestrales. No eligen a desconocidos ni a representantes de partidos políticos. Sin embargo, este derecho está prohibido en la elección de sus autoridades políticas locales. ¿No es esto, una tiranía?

El sistema político vigente, les impone la obligación de elegir autoridades locales de manera fortuita, mediante un régimen electoral fraudulento, ajeno a sus usos y costumbres. Esto es, burlar el derecho consuetudinario fundamental, (art. 149 de la constitución vigente), además de cometer abuso aberrante, lo cual; es causal de nulidad jurídica en diversos países y tratados internacionales firmados por el Perú.

Artículo 149°.- Las autoridades de las Comunidades Campesinas y Nativas, con el apoyo de las Rondas Campesinas, pueden ejercer las funciones jurisdiccionales dentro de su ámbito territorial de conformidad con el derecho consuetudinario, siempre que no violen los derechos fundamentales de la persona. La ley establece las formas de coordinación de dicha jurisdicción especial con los Juzgados de Paz y con las demás instancias del Poder Judicial.

¿Dijo algo, el “defensor del pueblo”?

Los pueblos del interior del país, no tienen por qué, regirse por un sistema de ánforas electorales, tramado desde Lima centralista, pasible de estafa a la voluntad ciudadana y que, no se ajusta a la realidad de estos ámbitos. Coercitivamente, bajo pena de castigo dinerario, los campesinos y demás pobladores de distritos pequeños, son compelidos a sufragar, votando por desconocidos.

Obligarlos a ejecutar un acto contra su voluntad es un delito penal. Peor aún, si se les obliga a hacerlo exclusivamente por candidatos de partidos políticos, impuestos por las cúpulas de estos, al margen de la ciudadanía local. No son penados los estafadores políticos, sino, los estafados. Es necesario acabar con esta injusticia.

Solamente cuando hay elecciones, llega gente desconocida en campaña electoral, ofreciendo lo que no van a cumplir. Luego desaparecen después de haber instalado personas extrañas en los cargos públicos locales, muchos de los cuales, tienen compromiso adelantado, con sus financiadores para otorgarles proyectos de obras y contratos de enriquecimiento ilícito.

Esto no es justo y por ello, la democracia directa debería ser la bandera más sólida de la plataforma reivindicativa de la movilización popular en todo el Perú profundo y no, consignas abstractas, introducidas por elementos advenedizos, ajenos a la comunidad local. A los pueblos olvidados por el centralismo, de los que, solo se acuerdan cada vez que los políticos necesitan votos, les corresponde, elegir sus autoridades autónomamente.

Reformando el actual régimen electoral, a estos pueblos se les debe reconocer el derecho de regirse por sus propias normas electorales, aprobadas por los residentes, respetando sus principios ancestrales de elegir autoridades conforme a los intereses locales y no de los partidos políticos con intereses ajenos. Cerca de dos mil distritos que son las células del tejido político nacional podrían acogerse libremente a esta opción, aunque subsista la opción vigente, para ámbitos mayores.

¿Por qué, no permitir a los pueblos indígenas, elegir sus propias autoridades políticas? ¿Por qué mantener un régimen electoral injusto? Aún en el virreinato, se respetaba la jurisdicción de los pueblos indígenas, dejando que elijan sus propias autoridades internas. El curaca no era elegido mediante ánforas. ¿Por qué la república les niega este derecho consuetudinario?

Porque dentro de los cálculos de la dominación está la siguiente lógica: Permitir la libertad electoral de los distritos es peligroso para la estabilidad del régimen vigente, al amparo del cual lucran los grupos de poder. No se les podría manipular para que voten por sus opresores. En las asambleas de pueblos, los grupos de poder de la capital, no deciden. Los pueblos son mayoría y cubren todo el territorio nacional. Podrían tomar el poder provincial y regional, poniendo en grave riesgo el centralismo y la democracia del dinero.

Pero esta misma lógica sirve para que los pueblos que demandan acceso al poder político, tengan una ruta para luchar por sus derechos conculcados. Este es el reto para sus planes reivindicativos. El Parlamento sería distinto y una constitución, acorde con las aspiraciones populares sería más factible. Esta lucha, podría ser más beneficiosa que, haber tenido tantos muertos por represión, sin haber logrado nada.

No cabe duda que la república anacrónica ya no se ajusta a los tiempos actuales y es necesario reestructurarla. El sistema eleccionario exclusivo de los partidos políticos proviene de una realidad muy distinta en el siglo XIX, cuando los caudillos militares dieron pase a los caudillos feudales de la aristocracia terrateniente, hace más de 150 años. Este modelo se ha envilecido haciendo que el dinero determine nuestra suerte política y la corrupción sea parte del proceso electoral.

Son muchas las malas artes políticas que se conservan desde la fundación de la república. Los aborígenes, auténticos dueños del territorio invadido, fueron excluidos y la república fue erigida exclusivamente por los opresores colonialistas. Los verdaderos patriotas del Tahuantinsuyo, hasta hoy, no tienen acceso ni al poder político local. En cambio, los descendientes de los invasores, hasta hoy, siguen en los poderes del estado y deciden sobre los pueblos originarios.

De nada sirve reclamar nuevas elecciones y, nueva constitución, si el sistema político se mantiene intacto, pues los resultados tendrán los mismos vicios de fabricación. No es cuestión de aborrecer los productos finales como es el caso del repudiado Parlamento. Es la fábrica la que utiliza insumos acondicionados precisamente para obtener los resultados de su conveniencia.

Llama la atención que los movimientos políticos supuestamente revolucionarios, en vez de cuestionar el injusto y fraudulento régimen electoral, se suben a ese vehículo y se jacten de ser demócratas. Lo lógico sería que, reclamen por los derechos de los oprimidos electoralmente. La autonomía del sufragio para los pueblos de población mínima, y la defensa del derecho consuetudinario para elijan sus autoridades políticas locales, en democracia directa, debería ser prioritario. O no. ¿Ustedes qué dicen?

24 mayo/2023

 

 

Fuente: https://republicaequitativa.wordpress.com/2023/05/24/tirania-electoral/

 

miércoles, 27 de enero de 2021

LOCURA ELECTORAL - SALVAR EL SISTEMA DEMOCRÁTICO?

 


27 enero, 2021 Howard Zinn

Hay en Florida un hombre que me escribe desde hace años (diez páginas manuscritas), aunque nunca nos hemos visto. Me cuenta los distintos trabajos que ha tenido guardia jurado de seguridad, técnico de reparaciones, etc.. Los ha tenido de todos tipos, de noche y de día, a duras penas logrando mantener a su familia. Sus cartas están siempre rebosantes de rabia, despotrican contra nuestro sistema capitalista, incapaz de garantizar a los trabajadores «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Precisamente hoy he recibido una de sus cartas. Afortunadamente, no manuscrita; ahora usa el correo electrónico: «Bueno, hoy le escribo porque en este país hay una situación calamitosa que me resulta intolerable, y tengo que decir algo sobre eso. Estoy enfurecido de veras con esta crisis de las hipotecas. Estoy cabreado con esto de que la mayoría de los norteamericanos tengan que vivir su vida en condiciones de perpetuo endeudamiento, y de que tantos se estén yendo a pique bajo tanto peso. Me cabrea, ¡maldita sea! Hoy he trabajado como guardia jurado, y mi tarea consistía en vigilar una casa que ha sido embargada e irá a subasta. Han abierto la casa a los visitadores, y yo estaba allí para hacer guardia durante las visitas. En el mismo barrio había otros tres guardias jurados que hacían lo mismo en otras casas. En los momentos tranquilos estaba allí sentado y me preguntaba quiénes serían las personas desahuciadas y dónde estarían ahora».

El mismo día en que recibo la carta, el Boston Globe publica un artículo intitulado «Miles de casas embargadas en Massachussets en 2007». El subtítulo declara: «han sido requisadas 7.563 casas, casi el triple que en 2006». Unas pocas noches antes, la CBS había informado de que 750.000 personas con discapacidad esperan desde hace años sus ingresos asistenciales porque el sistema de previsión social está insuficientemente financiado y no hay personal bastante para atender a todas las demandas, ni siquiera a las más graves.

Historias como éstas pueden aparecer en los medios, pero desparecen en un abrir y cerrar de ojos. Lo que no desaparece, lo que ocupa a la prensa día tras día, imposible de ignorar, es el frenesí electoral.

Éste apasiona al país cada cuatro años, porque todos hemos sido educados en la creencia de que votar es fundamental para determinar nuestro destino, que el acto más importante que un ciudadano puede realizar es acercarse a las urnas cada cuatro años para elegir a una de las dos mediocridades que nos han sido ya escogidas por otros. Es un test con preguntas de múltiples respuestas tan limitado, tan tramposo, que ningún profesor que se respetara lo daría como examen a sus alumnos.

Y es triste decirlo, pero la contienda presidencial ha hipnotizado por igual a la izquierda liberal y a los radicales. Todos somos vulnerables.

¿Acaso es posible encontrarse estos días con amigos y evitar el tema de conversación de las elecciones presidenciales?

Las mismas personas que deberían andar más avisadas, las que no se han cansado de criticar la presión de los medios de comunicación sobre la conciencia nacional, se descubren paralizadas por la prensa, pegadas al televisor, mientras los candidatos amiguean y sonríen proponiendo un mar de clichés con una solemnidad digna de la poesía épica.

También en los llamados periódicos de izquierda, hay que admitirlo, se presta una atención desorbitada al examen minucioso de los principales candidatos. Ocasionalmente, se echa una mirada a los candidatos menores, aunque todos saben que nuestro maravilloso sistema político democrático no les dejará franquear la puerta.

No; no estoy adoptando una posición de ultraizquierda, según la cual las elecciones serían totalmente irrelevantes, por lo que deberíamos negarnos a votar a fin de preservar la pureza de nuestra moralidad. Desde luego que hay candidatos que son un poco mejores que otros, y en ciertos momentos de crisis nacional (los años 30, por ejemplo, u hoy), incluso una ligera diferencia entre los dos partidos puede ser una cuestión de vida o muerte.

De lo que estoy hablando es de un sentido de la proporción que se desvanece con la locura electoral. ¿Sostendrás a un candidato contra otro? Si, por dos minutos; el tiempo que basta para depositar la papeleta en la urna.

Pero antes y después de esos dos minutos, nuestro tiempo, nuestra energía, tenemos que emplearlos en instruir, movilizar, organizar a nuestros conciudadanos en el puesto de trabajo, en nuestro barrios, en las escuelas. Nuestro objetivo debería ser construir, fatigosa, paciente pero enérgicamente un movimiento que, llegado a cierta masa crítica, pudiera incidir en quienquiera esté en la Casa Blanca o en el Congreso, a fin de imponer un cambio en la política nacional en las cuestiones de la guerra y de la justicia social.

Recuérdese que, aun cuando hay un candidato claramente mejor (sí, mejor Roosevelt que Hoover; mejor cualquiera que Bush), esa diferencia quedará en nada, a menos que el poder del pueblo se afirme de tal modo, que a los ocupantes de la Casa Blanca les resulte muy difícil ignorarlo.

Las políticas sin precedentes del New Deal asistencia social, seguro de desempleo, creación de puestos de trabajo, salario mínimo, subvenciones para la vivienda no fueron simplemente el resultado del progresismo de Roosevelt. La administración Roosevelt, cuando llegó al poder, se encontró con una nación que bullía de agitación. El último año de la administración Hoover había visto la rebelión del Bonus Army: millares de veteranos de la primera guerra mundial marcharon sobre Washington para exigir ayudas al Congreso porque sus familias pasaban hambre. Hubo manifestaciones de desocupados en Detroit, Chicago, Boston, Nueva York y Seattle.

En 1934, al comienzo de la presidencia de Roosevelt, hubo huelgas en todo el país, incluida una huelga general en Mineapolis, una huelga general en San Francisco, centenares de miles de personas se cruzaron de brazos en las fábricas textiles del Sur. Surgieron por todo el país consejos de obreros desocupados. Las personas, desesperadas, se movilizaron autónomamente, imponiéndole a la policía que volviera a meter los muebles en las casas de los inquilinos desahuciados y creando organizaciones de autoayuda con centenares de miles de miembros.

Sin una crisis nacional pauperización económica y rebelión, difícilmente habría emprendido la administración Roosevelt aquellas valientes reformas.

Hoy podemos estar seguros de que el Partido Demócrata, a menos de enfrentarse a una sublevación popular, no se moverá del centro. Los dos principales candidatos a la presidencia han dejado claro que, si resultan electos, ni pondrán fin a la guerra de Irak inmediatamente, ni instituirán un sistema de asistencia sanitaria gratuita para todos.

No ofrecen un cambio radical respecto al statu quo.

No proponen lo que la actual desesperación popular exige desesperadamente, a saber: la garantía por parte del gobierno de un puesto de trabajo para todos quienes lo necesitan, un ingreso mínimo para todas las familias, una ayuda para quienes corren el riesgo del embargo y subasta de su vivienda.

No sugieren recortes netos de los gastos militares o cambios radicales en el sistema fiscal que liberarían miles de millones, acaso billones, destinables a programas sociales para transformar nuestro modo de vida.

Nada de eso debería asombrarnos. El Partido Demócrata sólo ha roto con su conservadurismo histórico, con su querer complacer a los ricos, con su predilección por la guerra, cuando se ha encontrado con una rebelión de los de abajo, como en los años 30 y en los años 60. No deberíamos esperar que una victoria en las urnas comience a sacar al país de sus dos enfermedades fundamentales: la codicia del capitalismo y el militarismo.

Por eso deberíamos liberarnos de la locura electoral en que se halla engolfada la sociedad toda, incluida la izquierda.

Sí. Dos minutos. Antes y después, tenemos que movilizarnos personalmente contra todos los obstáculos que se atraviesan en el camino de la vida, de la libertad y de la búsqueda de la felicidad.

Por ejemplo, los embargos que están privando a millones de personas de sus casas deberían recordarnos una situación muy parecida que se dio tras la guerra revolucionaria [de Independencia], cuando los pequeños granjeros, muchos de ellos veteranos de guerra (como hoy tantos sintecho) no podían permitirse pagar los impuestos y fueron amenazados con la pérdida de sus tierras y de sus casas. Se juntaron por millares ante las cortes de justicia e impidieron la ejecución de las subastas.

Hoy el desahucio de las personas que no consiguen pagar sus alquileres debería traer a nuestra memoria lo que hicieron las gentes en los años 30, cuando se movilizaron y, desafiando a las autoridades, reintegraron a sus pisos las pertenencias de las familias desahuciadas.

Históricamente, el gobierno, estuviese en manos de republicanos o de demócratas, de conservadores derechistas o de liberales de izquierda, ha fracasado siempre en punto a asumir las propias responsabilidades, hasta que se ha visto presionado por la movilización directa: sentadas y giras de libertad por los derechos de los negros, huelgas y boicots por los derechos de los trabajadores, rebeliones y deserciones de los soldados para terminar con la guerra. Votar es un gesto fácil y de utilidad marginal, pero es un pobre substituto de la democracia, que exige la acción directa de ciudadanos comprometidos.

 

Fuente: Progressive, marzo 2008. Traducción para Sin Permiso: Ramona Sedeño.

https://www.elviejotopo.com/topoexpress/locura-electoral-a-la-americana/

 

¿SALVAR AL SISTEMA DEMOCRÁTICO?

 

Antonio Pérez C.
 
[Nota previa de El Libertario: El siguiente texto fue escrito desde la actual realidad ibérica y europea, pero entendemos que tambien tiene amplia vigencia para circunstancias como la venezolana, e igual para otros lugares de Latinoamérica- donde el creciente peso opresivo de la zarpa estatal lleva a algunos a creer que, de momento, debemos olvidarnos de la Revolución Social y batirnos esencialmente en defensa de esos ilusorios "beneficios y libertades asociados con la democracia" de los cuales el auge autoritario nos querría despojar.]

Como si se tratara de un remake de “Salvar al soldado Ryan”, la premiada película de Steven Spielberg, recibimos en los últimos tiempos el imperativo que nos llama a olvidar utopías y proyectos revolucionarios y a formar piña para salvar el modelo democrático que nos gobierna a la gran mayoría de habitantes del planeta. No hay otra opción, nos aseguran, salvo el abismo de la extrema derecha que siempre está esperando su oportunidad para imponer un régimen autoritario, que nos arrebataría todos nuestros derechos y libertades. Planteadas así las cosas, es evidente que las personas con un mínimo de conciencia crítica y solidaria preferirán cualquier cosa, aunque no les convenza, antes que el fascismo. No es extraño, por tanto, que la derecha económica y política agite tan a menudo la amenaza de la ultraderecha para autoproclamarse como la garantía y salvación del sistema democrático, en el que tan bien se desenvuelven los grandes bancos y las empresas transnacionales.

Un buen y reciente ejemplo nos lo ha proporcionado lo sucedido en EE.UU. con la ocupación del Capitolio por una horda de seguidores de Donald Trump; allí (como aquí cuando el golpe de Tejero)  se ha visto cómo, tras dejar hacer para asustar un poco más a la población, el propio capitalismo y sus instituciones han cerrado filas para arropar a la vieja democracia americana, y de paso al sistema económico que permite tan excelentes resultados a las grandes fortunas.

Olvidada quedó la vieja idea de coexistencia pacífica con el capital, a cambio de la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora, que tras la II Guerra Mundial permitió a las capas populares alcanzar un cierto nivel de consumo y unos servicios sociales que cubrían prácticamente al conjunto de la población. Fue lo que se llamó Estado de bienestar, pero en muchos países, apenas llegamos a vislumbrarlo. Y es que los gestores del capitalismo, al ver lo bien que partidos y sindicatos habían frenado las ilusiones revolucionarias de los sectores populares decidieron acabar con sus gestos de buen rollo y dejaron al descubierto sus colmillos neoliberales. Pensaron que los derechos de los trabajadores también podían ser una porción adicional de sus beneficios y comenzaron a recortarlos para, poco a poco, llegar a la supresión de gran parte de las conquistas obreras.

La izquierda (lo que queda de ella) en lugar de dar alternativas que realmente lo sean, se limita a proponer pequeños retoques al modelo triunfante que no llegan tan siquiera a lo que en sus mejores tiempos defendía la socialdemocracia. La izquierda sindical y política, lejos de responder con contundencia, optó por salvar sus privilegios y negociar lo más honrosamente posible su rendición. Privatizaciones de sectores y servicios públicos, reformas laborales, recortes de salarios y pensiones, etc. han sido el resultado de ese viraje al centro de las organizaciones que prometían llevar al proletariado a las más altas cotas de bienestar y participación en las tareas políticas.

Las clases populares quedaron desorientadas e indefensas, sin ninguna referencia a la que agarrarse. Y sin una cultura de lucha, sin propuestas revolucionarias creíbles, el espacio tradicional de la izquierda se lo vienen disputando un populismo reaccionario y xenófobo (alimentado por partidos y medios de comunicación de extrema derecha) y un conservadurismo (centro moderado y centro izquierda) que insiste en la trasnochada fantasía de que el mercado la regula todo.

No parece que la pandemia que el mundo sufre como consecuencia del rápido avance del Covid-19 ni la crisis ya notoria provocada por el cambio climático vayan a servir para que quienes nos gobiernan (desde los parlamentos o desde Wall Street) reconozcan que el mundo necesita otro modelo de sociedad y otras relaciones económicas, que no se basen en la explotación sin límites de los recursos y en la acumulación de riqueza en cada vez menos manos.

A pesar de los claros síntomas de las catástrofes que se avecinan, no vemos propuestas que puedan ilusionar de nuevo a la gente. Hasta en las democracias más consolidadas se sigue dejando a amplios sectores atrás: aumentan el paro y la pobreza, se legisla a favor de las grandes empresas y bancos, se cierran los ojos ante tragedias como la de los refugiados e inmigrantes, se esquilma a los pueblos del sur a mayor gloria del consumismo, etc.

Incluso en España, con un gobierno que se califica a sí mismo como el mejor de los últimos tiempos, observamos que se sigue apostando por grandes infraestructuras: trenes de alta velocidad, prolongación de la vida de las centrales nucleares, corredor mediterráneo, grandes puertos y terminales de contenedores, industria del turismo y otros proyectos que en nada van a contribuir a detener la despoblación del interior, a frenar la contaminación y el cambio climático, ni mucho menos a repartir el trabajo y la riqueza.

Si de verdad estamos contra el fascismo (nuevo o viejo) lo que habremos de hacer es crear una conciencia solidaria, defender las conquistas sociales, impulsar proyectos autogestionarios y recuperar la fraternidad internacionalista que nos hermana con todas las luchas.

[Tomado de https://www.elsaltodiario.com/alkimia/salvar-al-sistema.]

Fuente: https://periodicoellibertario.blogspot.com/2021/01/salvar-al-sistema-democratico.html