José R. Palacios
17/10/2020
1. La
máscara mortuoria del Estado moderno
El autoproclamado
estado del bienestar que asegura ser el único regimen
capaz de garantizar una supuesta vida feliz a la
humanidad, en un arrebato de terror se ha declarado “en estado de guerra
universal” contra el coronavirus.
Una rara guerra
sin bandos opuestos entre los que optar, ni ejércitos enfrentados de los que
desertar. De pronto, entre solemnes tics nerviosos, dirigentes de todos los
paises nos han declarado a todos y todas enemigos potenciales unos contra
otros: padres, madres, hijos, hijas, vecinos, amigos, abuelas, nietas.... y
todos amenazados por un enemigo común invisible, infinitamente pequeño, pero
cruel y despiadado, “el Covid 19”. Un bicho diminuto, perverso y cabrón, que
como si fuera educado en colegios de pago, centra su mortífero ataque en la
gente vieja y en los barrios pobres. Bicho del que dirigentes y expertos dicen
saber casi todo: su mapa genético, su árbol genealógico, su parentesco con
otros bichos gripales más comedidos, de donde viene y donde se
esconde.... pero ni idea de como evitar que nos hiera o nos mate si nos agrede.
Hasta la fecha,
nuestro estado mayor solo tiene dos curiosas medidas para evitar el avance
enemigo: mantener un área de seguridad 4 m², o taparnos la boca o la nariz con
una mascarilla.
Como el virus
ataca camuflado en minúsculas gotitas de nuestra saliva, apenas salta mas de
1m. Por eso si hacemos a nuestro alrededor un
círculo de 2m de radio no puede
alcanzarnos. Como el área del círculo
es m², un área de 4 m² sería nuestra superficie
de salvación. Pero como somos mas de 7 mil millones de personas, no son
posibles tantos círculos de 4 m² independientes, así que pongámonos las
mascarillas para confundir al bicho y que no no reconozca.
Tenemos un
científico Estado del Bienestar que “sabe latín”, dicen. Saben todo del Big
Bang, los agujeros negros, como vive la gente en cualquier tiempo presente,
pasado y futuro, que se cuentan los grillos una noche de verano, etc,. etc.,
pero rescatar a un niño caído en un pozo, o a dos trabajadores sepultados en un
basurero, eso es harina de otro costal, se necesitan semanas, meses.... la
hostia de tiempo. Y como ahora no lo tenemos, para defenderse de tan repelente
virus, el Estado decide ocultar sus miserias tras una patética mascarilla, y de
paso ocultar también el inevitable derrumbe de un régimen sumido en un mar de
paradojas: el Capitalismo Tecnodemocrático.
Los “fachas de
siempre” toman hoy las calles al grito de libertad, y si antes los anti-sistema
eran los encapuchados, ahora lo somos quienes pretendemos vivir a cara
descubierta. Lo políticamente correcto, y legal ahora, es andar enmascarados
¡Chúpate esa Esquilache!
Como en los
orígenes del teatro, nuestra supuesta felicidad actual es un esperpento tan
grotesco que precisamos usar una máscara para representar nuestro papel en el
espectáculo en que el Estado moderno ha convertido la vida. La Máscara y sus
derivados, difícil imaginar un símbolo mas representativo.
2. El
nacimiento del Estado tecnocrático
Sea cual sea la
causa de la pandemia del coronavirus, unos inocentes murciélagos u otra mafiosa
conspiración del poder –no sería la primera ni la última desde la Torre de
Babel a las Torres Gemelas-, cuando los perversos virus traspasan las mascarillas
descubren que:
a) el todopoderoso
Estado científico del Bienestar es un gigante con pies de barro dando palos de
ciego tras lo imprevisto y desconocido, como cualquier otro tipo de estado.
b) el hacinamiento
de las ciudades, el recorte de los servicios públicos, la contaminación de
agua, tierra y aire, el abandono y urbanización de lo rural, y sobre todo la
necesaria movilidad incesante de toda clase de cosas, incluidas personas y
capitales, son sinsentidos indefendibles que facilitan su temible avance.
c) la capacidad de
las redes y medios de comunicación para crear estados de pánico, con los que
manipular poblaciones amenazadas de muerte, es su principal aliado.
El despliegue del
invisible ejército de virus evidencia que el único y verdadero dios actual: El
Dinero -¡ni Jehova, ni Alá, ni Dios es Cristo que valga!- exige obediencia a
sus criaturas y cumplir los mandamientos de la “santa madre ciencia",
principalmente la Economía o ciencia por excelencia, y su ley suprema: “todo
acto susceptible de placer será convertido en negocio capaz de desarrollar una
industria que genere beneficios”.
Así, el placer de
la “carne”, o de los sentidos, se convirtió en el gran negocio del amor y el
sexo; el placer del juego en el negocio del deporte, el placer de viajar en el
negocio del turismo; el del ocio y el pensamiento en el negocio de la cultura,
espectáculo y divertimento; el del estudio y el descubrimiento en el negocio
del I+D+I; el placer de compartir en el vil negocio de la pobreza con sus
multinacionales de la caridad u ONGs; hasta el más humilde placer de caminar se
volvió negocio con el senderismo. Pero es la conversión del placer de hacer
algo útil en trabajo asalariado la esencia misma del negocio y su razón de ser:
la explotación. La institucionalización del robo es el “alma” del capitalismo.
La imposición de
estos mandamientos empuja al Estado por el precipicio, -el desarrollo incesante
del binomio producción/consumo agota los recursos- con la banca gritando su
“rien ne va plus”.
La virulenta
guerra actual pretende remediar la situación con la huida hacia adelante, como
siempre. Intentar un nuevo ciclo de progreso y desarrollo con la implantación
del Estado Tecnocrático “La nueva normalidad” será su ensayo: Teletrabajo,
Teleeducación, Telemedicina....Televida. Individualización, desconfianza,
separación física y una nueva realidad aún mas virtual que la realidad misma.
Su oferta publicitaria anuncia: “seguridad y comodidad suprema a cambio del
Control Total". De nuevo un Regimen Absolutista, pero esta vez con
gobiernos ni aristocráticos, ni hereditarios, ni golpistas, sino republicanos y
demócratas. Cámaras en todos los rincones, incluidos los de ámbito privado -si
alguno quedaba ya en el corazón o en el pensamiento- verificarán si sudas de
fiebre, trabajas o te examinas (Si sentado en la taza del water aún imaginabas,
leias o pensabas algo prohibido, ¡la has cagado!).
Contra tentativas
similares en pasadas crisis, el Mayo del 68 o el 15M parecían haber descubierto
el engaño. “El problema es el sistema”, denunciaban las paredes. “No nos
representan”, era el grito del pueblo que desautorizaba el juego parlamentario.
Entonces, ante la obviedad de que lo que es el problema no puede ser a la vez
la solución, millones de corazones creyeron llegada la hora de emprender un
mundo nuevo sobre el antipoder popular de las Asambleas, creando alternativas
económicas autogestionarias que repartieran la riqueza y el trabajo, y nuevas
relaciones igualitarias para armonizar todos los ámbitos de la vida, suprimir
las relaciones de poder, preservar la diversidad y permitir la unión y el amor
libre, única solución posible a la absurda división y confrontación de la
humanidad en roles sexistas y clases sociales.
Pero los procesos
creativos, de cambios verdaderos son periodos breves y no muy de la Historia.
La Historia son miles de años de sumisión al poder. Por eso resurge la fe en
los cielos, en lo de arriba, en las instituciones (el poder), y se pierde la
confianza en lo de abajo, en lo común, en lo nuestro, en lo Pueblo –eso que pese
a todo se rebela vivo y se resiste al poder, la anarquía- Y por eso, pronto se
repitió el gran error de pedir soluciones a quienes son el problema: gobiernos,
G7, G20, Conferencias del Clima...Y se olvidó que cuanto hay de verdadero y
revolucionario en las luchas populares, se pierde cuando se institucionalizan,
ya que el Poder necesita desvirtuarlas y pervertirlas para asimilarlas. Así el
antimilitarismo fue asimilado por la abolición de la “mili” y los ejércitos
profesionales; el ecologismo por el reciclaje y un imposible “capitalismo
sostenible”; el sindicalismo revolucionario por los pactos interclasistas y las
reformas laborales; el feminismo asimilado por la paridad en los cargos, los
teléfonos de ayuda, y la denuncia oficial de la violencia machista reducida a
un recuento minucioso de víctimas; los movimientos sociales asimilados por el
voto y los gobiernos de izquierda.
Esta vez, el
confinamiento forzoso nos recuerda que disponiendo de lo básico e
imprescindible: salud, comida, bebida, cobijo y abrigo, solo necesitamos
libertad para disfrutar y compartir tal riqueza, siendo capaces nosotros mismos
de generar suficientes complementos de juego, arte, y diversión para alegrarnos
la vida. Lo demás es la lujosa miseria, el consumo superfluo y prescindible,
que paradójicamente se ha converido en distintivo de la felicidad –"cuanto
más consumo estúpido más estúpida felicidad"-, y que una vez mostrada su
inutilidad, el poder pugna por enderezar (deportes, turismo, coches, viajes,
aviones, conciertos....)
Por tanto, si no
retomamos la senda del mundo nuevo que tantos intentos jalonan, de la comuna de
Paris al 15M, y no superamos el miedo a la muerte que nos secuestra la vida y
el miedo a la libertad que nos esclaviza, repetiremos los errores del pasado.
Si seguimos creyendo que hacer lo que nos está mandado hacer es ejercer la
libertad, qué es la libre decisión de cada persona salir todos a aplaudir al
balcón a las 20h, o que lo es huir todas a la vez de las ciudades, o cambiar
las monedas y billetes por tarjetas de plástico y números en cuentas bancarias;
o qué es libre decisión de cada uno conectarse a la red para ser mansamente
atrapados, estaremos librando otra batalla perdida.
Amigas y amigos,
por más que nos tapemos la boca y la nariz con una mascarilla, este Estado
moderno huele a podrido, y uno ya se va hartando. Por favor, ¿pueden parar el
mundo un momento? ¡Quiero bajarme!
Fuente: https://www.briega.org/es/opinion/mascara-mortuoria-estado-moderno-nacimiento-estado-tecnocratico