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lunes, 16 de noviembre de 2020

SITUACIÓN ACTUAL DEL PERÚ: CRISIS TERMINAL DEL ESTADO PERUANO

16/11/2020

 

  1.- La clase dominante -la gran burguesía- enfrenta una profunda crisis de gobernabilidad, porque la estructura del viejo Estado republicano, que se copió de Europa, ha colapsado.

 

Los principios del liberalismo (libertad - igualdad – fraternidad), la democracia representativa, la separación y equilibrio de poderes (ejecutivo – legislativo), nunca funcionaron en el Perú. En los últimos 30 años se ha comprobado la degeneración de la gran burguesía (que actúa como lumpen) y la degradación extrema del poder ejecutivo, legislativo y judicial. Las elecciones del 2021 no va modificar esta realidad, porque es un cambio simple de gobierno y de personas.

 

2.- Los jóvenes han entrado a la acción política. La nueva generación del bicentenario está dirigiendo la movilización social y la principal reivindicación es una NUEVA CONSTITUCIÓN.

 

Esta es la idea central que debe materializarse en organización. En cada barrio o comunidad, en los distritos y provincias, debe organizarse un Comité o Colectivo Nueva Constitución. Y los sindicatos, federaciones y/o frentes de defensa, deben conformar internamente un Comité o comisión nueva Constitución, a fin de generalizar el debate de este tema.

 

3.- ¿A qué llamamos nueva Constitución? En la situación actual, la mayoría del pueblo requiere conocer el texto de este instrumento político. Su elaboración, debe ser responsabilidad de las organizaciones del pueblo. En torno a la Nueva Constitución se forjará una verdadera unidad de las diversas organizaciones sociales del pueblo peruano, porque constituye la máxima política de Estado.

 

4.- Siguiendo este camino, la Nueva Constitución debe ser aprobada en un REFERENDUM, que tiene su propio procedimiento legal y administrativo, para lo cual es válido la experiencia de los Fonavistas (FONAVI). Con este fin, lo único que se puede precisar en las elecciones generales de abril 2021 es la fecha del Referéndum. No procede consultar si el pueblo quiere o no cambiar la actual constitución. La organización del Referéndum depende de los que quieren cambiar la constitución de 1993. Hay que pasar de la palabra a los hechos.

 

5.- El otro camino, dentro del sistema oficial, es la Asamblea Constituyente convocada y organizada por el Parlamento. Es la vía de la “democracia representativa” que como bien sabemos, el pueblo no tiene participación directa.

 

6.- En la coyuntura actual, está demostrado y comprobado que la vacancia del presidente es ilegal y anticonstitucional. El Tribunal Constitucional debe dar su veredicto para volver a la normalidad y cumplir con el cronograma político electoral. Las grandes movilizaciones no han sido únicamente, para desaforar a Merino y reemplazarlo por otro congresista. El remedio de un “gobierno provisional” sería peor que la enfermedad.

     La tarea central es elaborar la Nueva Constitución y organizar el Referéndum.

 

     Salvo mejor parecer.

 

     Manuel Montañez V.

 

      

 



lunes, 19 de octubre de 2020

LA MÁSCARA MORTUORIA DEL ESTADO MODERNO Y EL NACIMIENTO DEL ESTADO TECNOCRÁTICO

 



José R. Palacios

17/10/2020

1. La máscara mortuoria del Estado moderno

El autoproclamado estado del bienestar que asegura ser el  único  regimen  capaz  de garantizar  una  supuesta  vida  feliz a la humanidad, en un  arrebato de terror se ha declarado “en estado de guerra universal” contra el coronavirus.

Una rara guerra sin bandos opuestos entre los que optar, ni ejércitos enfrentados de los que desertar. De pronto, entre solemnes tics nerviosos, dirigentes de todos los paises nos han declarado a todos y todas enemigos potenciales unos contra otros: padres, madres, hijos, hijas, vecinos, amigos, abuelas, nietas.... y todos amenazados por un enemigo común invisible, infinitamente pequeño, pero cruel y despiadado, “el Covid 19”. Un bicho diminuto, perverso y cabrón, que como si fuera educado en colegios de pago, centra su mortífero ataque en la gente vieja y en los barrios pobres. Bicho del que dirigentes y expertos dicen saber casi todo: su mapa genético, su árbol genealógico, su parentesco con otros bichos gripales más comedidos, de donde viene y donde se  esconde.... pero ni idea de como evitar que nos hiera o nos mate si nos agrede.

Hasta la fecha, nuestro estado mayor solo tiene dos curiosas medidas para evitar el avance enemigo: mantener un área de seguridad 4 m², o taparnos la boca o la nariz con una mascarilla.

Como el virus ataca camuflado en minúsculas gotitas de nuestra saliva, apenas salta mas de 1m. Por eso si hacemos a  nuestro  alrededor  un  círculo  de  2m  de  radio  no  puede  alcanzarnos.  Como  el  área  del  círculo  es  m²,  un  área  de  4 m² sería nuestra superficie de salvación. Pero como somos mas de 7 mil millones de personas, no son posibles tantos círculos de 4 m²  independientes, así que pongámonos las mascarillas para confundir al bicho y que no no reconozca.

Tenemos un científico Estado del Bienestar que “sabe latín”, dicen. Saben todo del Big Bang, los agujeros negros, como vive la gente en cualquier tiempo presente, pasado y futuro, que se cuentan los grillos una noche de verano, etc,. etc., pero rescatar a un niño caído en un pozo, o a dos trabajadores sepultados en un basurero, eso es harina de otro costal, se necesitan semanas, meses.... la hostia de tiempo. Y como ahora no lo tenemos, para defenderse de tan repelente virus, el Estado decide ocultar sus miserias tras una patética mascarilla, y de paso ocultar también el inevitable derrumbe de un régimen sumido en un mar de paradojas: el Capitalismo Tecnodemocrático.

Los “fachas de siempre” toman hoy las calles al grito de libertad, y si antes los anti-sistema eran los encapuchados, ahora lo somos quienes pretendemos vivir a cara descubierta. Lo políticamente correcto, y legal ahora, es andar enmascarados ¡Chúpate esa Esquilache!

Como en los orígenes del teatro, nuestra supuesta felicidad actual es un esperpento tan grotesco que precisamos usar una máscara para representar nuestro papel en el espectáculo en que el Estado moderno ha convertido la vida. La Máscara y sus derivados, difícil imaginar un símbolo mas representativo.

2. El nacimiento del Estado tecnocrático

Sea cual sea la causa de la pandemia del coronavirus, unos inocentes murciélagos u otra mafiosa conspiración del poder –no sería la primera ni la última desde la Torre de Babel a las Torres Gemelas-, cuando los perversos virus traspasan las mascarillas descubren que:

a) el todopoderoso Estado científico del Bienestar es un gigante con pies de barro dando palos de ciego tras lo imprevisto y desconocido, como cualquier otro tipo de estado.

b) el hacinamiento de las ciudades, el recorte de los servicios públicos, la contaminación de agua, tierra y aire, el abandono y urbanización de lo rural, y sobre todo la necesaria movilidad incesante de toda clase de cosas, incluidas personas y capitales, son sinsentidos indefendibles que facilitan su temible avance.

c) la capacidad de las redes y medios de comunicación para crear estados de pánico, con los que manipular poblaciones amenazadas de muerte, es su principal aliado.

El despliegue del invisible ejército de virus evidencia que el único y verdadero dios actual: El Dinero -¡ni Jehova, ni Alá, ni Dios es Cristo que valga!- exige obediencia a sus criaturas y cumplir los mandamientos de la “santa madre ciencia", principalmente la Economía o ciencia por excelencia, y su ley suprema: “todo acto susceptible de placer será convertido en negocio capaz de desarrollar una industria que genere beneficios”.

Así, el placer de la “carne”, o de los sentidos, se convirtió en el gran negocio del amor y el sexo; el placer del juego en el negocio del deporte, el placer de viajar en el negocio del turismo; el del ocio y el pensamiento en el negocio de la cultura, espectáculo y divertimento; el del estudio y el descubrimiento en el negocio del I+D+I; el placer de compartir en el vil negocio de la pobreza con sus multinacionales de la caridad u ONGs; hasta el más humilde placer de caminar se volvió negocio con el senderismo. Pero es la conversión del placer de hacer algo útil en trabajo asalariado la esencia misma del negocio y su razón de ser: la explotación. La institucionalización del robo es el “alma” del capitalismo.

La imposición de estos mandamientos empuja al Estado por el precipicio, -el desarrollo incesante del binomio producción/consumo agota los recursos- con la banca gritando su “rien ne va plus”.

La virulenta guerra actual pretende remediar la situación con la huida hacia adelante, como siempre. Intentar un nuevo ciclo de progreso y desarrollo con la implantación del Estado Tecnocrático “La nueva normalidad” será su ensayo: Teletrabajo, Teleeducación, Telemedicina....Televida. Individualización, desconfianza, separación física y una nueva realidad aún mas virtual que la realidad misma. Su oferta publicitaria anuncia: “seguridad y comodidad suprema a cambio del Control Total". De nuevo un Regimen Absolutista, pero esta vez con gobiernos ni aristocráticos, ni hereditarios, ni golpistas, sino republicanos y demócratas. Cámaras en todos los rincones, incluidos los de ámbito privado -si alguno quedaba ya en el corazón o en el pensamiento- verificarán si sudas de fiebre, trabajas o te examinas (Si sentado en la taza del water aún imaginabas, leias o pensabas algo prohibido, ¡la has cagado!).

Contra tentativas similares en pasadas crisis, el Mayo del 68 o el 15M parecían haber descubierto el engaño. “El problema es el sistema”, denunciaban las paredes. “No nos representan”, era el grito del pueblo que desautorizaba el juego parlamentario. Entonces, ante la obviedad de que lo que es el problema no puede ser a la vez la solución, millones de corazones creyeron llegada la hora de emprender un mundo nuevo sobre el antipoder popular de las Asambleas, creando alternativas económicas autogestionarias que repartieran la riqueza y el trabajo, y nuevas relaciones igualitarias para armonizar todos los ámbitos de la vida, suprimir las relaciones de poder, preservar la diversidad y permitir la unión y el amor libre, única solución posible a la absurda división y confrontación de la humanidad en roles sexistas y clases sociales.

Pero los procesos creativos, de cambios verdaderos son periodos breves y no muy de la Historia. La Historia son miles de años de sumisión al poder. Por eso resurge la fe en los cielos, en lo de arriba, en las instituciones (el poder), y se pierde la confianza en lo de abajo, en lo común, en lo nuestro, en lo Pueblo –eso que pese a todo se rebela vivo y se resiste al poder, la anarquía- Y por eso, pronto se repitió el gran error de pedir soluciones a quienes son el problema: gobiernos, G7, G20, Conferencias del Clima...Y se olvidó que cuanto hay de verdadero y revolucionario en las luchas populares, se pierde cuando se institucionalizan, ya que el Poder necesita desvirtuarlas y pervertirlas para asimilarlas. Así el antimilitarismo fue asimilado por la abolición de la “mili” y los ejércitos profesionales; el ecologismo por el reciclaje y un imposible “capitalismo sostenible”; el sindicalismo revolucionario por los pactos interclasistas y las reformas laborales; el feminismo asimilado por la paridad en los cargos, los teléfonos de ayuda, y la denuncia oficial de la violencia machista reducida a un recuento minucioso de víctimas; los movimientos sociales asimilados por el voto y los gobiernos de izquierda.

Esta vez, el confinamiento forzoso nos recuerda que disponiendo de lo básico e imprescindible: salud, comida, bebida, cobijo y abrigo, solo necesitamos libertad para disfrutar y compartir tal riqueza, siendo capaces nosotros mismos de generar suficientes complementos de juego, arte, y diversión para alegrarnos la vida. Lo demás es la lujosa miseria, el consumo superfluo y prescindible, que paradójicamente se ha converido en distintivo de la felicidad –"cuanto más consumo estúpido más estúpida felicidad"-, y que una vez mostrada su inutilidad, el poder pugna por enderezar (deportes, turismo, coches, viajes, aviones, conciertos....)

Por tanto, si no retomamos la senda del mundo nuevo que tantos intentos jalonan, de la comuna de Paris al 15M, y no superamos el miedo a la muerte que nos secuestra la vida y el miedo a la libertad que nos esclaviza, repetiremos los errores del pasado. Si seguimos creyendo que hacer lo que nos está mandado hacer es ejercer la libertad, qué es la libre decisión de cada persona salir todos a aplaudir al balcón a las 20h, o que lo es huir todas a la vez de las ciudades, o cambiar las monedas y billetes por tarjetas de plástico y números en cuentas bancarias; o qué es libre decisión de cada uno conectarse a la red para ser mansamente atrapados, estaremos librando otra batalla perdida.

Amigas y amigos, por más que nos tapemos la boca y la nariz con una mascarilla, este Estado moderno huele a podrido, y uno ya se va hartando. Por favor, ¿pueden parar el mundo un momento? ¡Quiero bajarme!

Fuente: https://www.briega.org/es/opinion/mascara-mortuoria-estado-moderno-nacimiento-estado-tecnocratico

 

jueves, 17 de septiembre de 2020

LA CRISIS DEL SISTEMA DE PARTIDOS Y LA ORFANDAD CIUDADANA


15/09/2020

 

El principal mecanismo que, por antonomasia, ejerció una mediación entre el Estado –sus instituciones y estructuras– y los variados intereses de la sociedad es el partido político. Esclerotizados por la corrupción, el uso patrimonialista de lo público y la desconfianza ciudadana, los partidos políticos enfrentan –a nivel mundial– un colapso de legitimidad que no solo ahonda la limitada cultura política en las sociedades contemporáneas, sino que exacerba la orfandad ciudadana y restringe todo cauce de acceso al Estado, a sus mecanismos de construcción del poder y a sus procesos de toma de decisiones.

 

La crisis de los partidos políticos hunde sus raíces en la pérdida de fe en el Estado como macroestructura institucional capaz de resolver los más acuciantes problemas públicos. Desvanecido el pacto social de la segunda posguerra entre el sector público, el capital y la clase trabajadora –con sus consecuentes matices en el Estado desarrollista del Sur del mundo–, los partidos políticos no solo incursionaron en una crisis de las ideologías con el agotamiento del liberalismo a partir de 1968 y con el desmoronamiento del régimen soviético y su modo de producción estatista, sino que también fueron lapidados por el mismo desmonte del sector público y el vaciamiento del Estado respecto a sus funciones y decisiones estratégicas.

 

Más aún, el colapso de los partidos políticos como organizaciones representativas de los múltiples intereses de las sociedades, se relaciona con la incapacidad de las élites políticas e intelectuales para imaginar y proyectar escenarios alternativos de formas de vida y organización social. Sin esa capacidad para desplegar el pensamiento utópico (https://bit.ly/30kbnsV), los partidos políticos no solo se muestran postrados ante el maremágnum de acontecimientos que aceleran problemas estructurales de las sociedades contemporáneas, sino que naufragan en el mar de la confusión epocal cuyas aguas provienen de la desigualdad extrema global, la pobreza, la economía de la precariedad, el hiper-desempleo masivo y el fin de la sociedad salarial, y los múltiples mecanismos de exclusión social radicalizados en la era de la incertidumbre. Lo que subyace en esta crisis del sistema de partidos no solo es su falta de brújula de cara a múltiples flagelos sociales, sino que es la consustancial y contradictoria relación capitalismo/democracia lo que eclipsa toda posibilidad de igualdad social y de bienestar generalizado. Mientras persista el carácter explotador, excluyente, desigual, rentista, extractivista y expoliador del capitalismo, se torna imposible materializar el ideal ilusorio de la democracia liberal.

 

En condiciones de subdesarrollo, las sociedades enfrentan esta misma contradicción capitalismo/democracia, y se agrava con la inserción desventajosa en el curso de la economía mundial, la desnacionalización de las decisiones estratégicas fundamentales, y con la cooptación y captura del Estado desde múltiples intereses creados. En ese escenario, los partidos políticos son un apéndice más de la correlación de fuerzas propia de las estructuras de poder, riqueza y dominación. En sociedades como la mexicana la esclerosis del sistema político y los intereses facciosos se fusionan con la crisis de Estado, y en esa vorágine los partidos políticos privilegian la confrontación por encima de la propuesta razonada; la lapidación de la palabra por encima del diálogo constructivo; las prerrogativas públicas como negocios cupulares por encima de la apertura y participación activa en debates respecto a los grandes problemas nacionales; y la trivialización de la praxis política por encima de la construcción de soluciones y alternativas viables.

 

Debilitados institucionalmente y asediados por la desconfianza y el descrédito endilgados por los ciudadanos, los partidos políticos atraviesan –en general– una crisis de identidad que no solo los coloca en el sendero de la pérdida de rumbo (https://bit.ly/2ZKkZgg), sino que los hunde en un déficit de aceptación por parte de la ciudadanía. De organizaciones de interés público, los partidos políticos –desde hace décadas– son raptados por los poderes fácticos que pretenden posicionarse en las estructuras de poder del Estado y hacer valer desde allí sus intereses facciosos o de grupo.

 

Enajenados por el mantra del fundamentalismo de mercado, los partidos políticos se tornan incapaces de brindar respuestas respecto a los problemas públicos. Y ello no hace más que incrementar el malestar en la política y con la política, en lo que ya se perfila como una era del desencanto, la desilusión y el descontento. Esta resignación se magnifica por el hecho constatable de que los partidos políticos experimentan una desconexión respecto al mundo fenoménico y sus contradicciones; en tanto que el sentido que les sostiene de píe es una rivalidad a ultranza fundamentada en la denostación y el odio a “el otro”. Extraviados en el laberinto de la post-verdad, sus liderazgos hacen de la mentira y el rumor (https://bit.ly/3ivDXOQ) un terreno para diferenciarse del adversario; al tiempo que se elevan a la plaza pública digital para anteponer las emociones al mínimo ejercicio razonado de diálogo y debate constructivo. Las redes sociodigitales no solo sepultan toda posibilidad de debate razonado en torno a los problemas públicos, sino que hacen aflorar lo más vil de las entrañas que rigen la ignorancia tecnologizada.

 

El mismo fundamentalismo de mercado torna borrosas las fronteras ideológicas entre un partido y otro. Sean organizaciones políticas conservadoras, liberales o socialdemócratas, la distinción ideológica no es el rasgo definitorio de su identidad, como sí lo son los intereses creados y ocultos que no declaran defender ante la opinión pública, pero que sí son delatados por el adversario al evidenciar los actos de corrupción. Convertidos en gobierno, los distintos espectros discursivos se ciñen a los imperativos restrictivos del “austericidio” y del “Estado mínimo”, sucumbiendo con ello a las posibilidades de modelación de la sociedad desde un proyecto político reivindicado o defendido. Esta orfandad ideológica se evidencia en la renuncia a toda posibilidad para formar cuadros políticos y reivindicar derechos ciudadanos.

 

Con la intensificación de los procesos de globalización, el dislocamiento o desanclaje entre poder y política (Estado) conduce a que las decisiones estratégicas sobre la vida de una sociedad no se tomen única y exclusivamente en los espacios locales/nacionales, sino que dichas decisiones estén en función de los intereses y proyectos propios de actores y agentes posicionados en la órbita de espacios globales y altamente transnacionalizados (redes empresariales globales, agencias calificadoras y banca privada transnacional, organismos internacionales y comunidades epistémicas, organizaciones no gubernamentales internacionales, etc.). Ello, en buena medida, explica el extravío del sistema de partidos en las sociedades nacionales y su desconcierto para comprender los poderes fácticos y la génesis y alcances de las estructuras de poder y riqueza.

 

Esta crisis institucional es el telón de fondo de la crisis de la política que, en otro espacio, definimos como una crisis civilizatoria (https://bit.ly/2OdSmBL). Los partidos políticos son parte de esa crisis institucional generalizada; al tiempo que son subsumidos por la lógica desbocada del individualismo hedonista, la resignación impuesta por el social-conformismo atomizado, y el ancestral distanciamiento entre el Estado y el ciudadano de a píe. Lo privado se impone a lo público, y en esa tensión los partidos políticos contribuyen a la privatización de la política tras reducir la jurisdicción de esta praxis a las decisiones, prácticas y hábitos de las élites y las oligarquías. Las mismas luchas intestinas protagonizadas por sus miembros y facciones contribuyen a esa erosión de la identidad y estructura de los partidos; al tiempo que se erigen en simples organizaciones en búsqueda del poder por el poder como fin primordial.

 

Este malestar en la política y con la política se explica también por un acelerado agotamiento de los procesos de democratización reducidos al ejercicio de la representatividad popular. No solo el Estado y los partidos políticos se muestran ajenos y distantes respecto a los lacerantes problemas públicos, sino que también tomaron distancia respecto al ciudadano y sus intereses y urgencias inmediatas. Remozadas las nuevas formas de autoritarismo y exclusión, los partidos políticos son incapaces de generar mecanismos de cohesión social entre la ciudadanía; más aún lo son en los márgenes de un patrón de acumulación regido por la desigualdad, la explotación y el avasallamiento sistemático de la clase trabajadora.

 

El sistema de partidos no logra eslabonar los intereses y necesidades de la ciudadanía con las instituciones y estructuras el Estado; ni mucho menos propician que la conducción de éstas se torne cercana a la sociedad. Más que la resolución de los problemas públicos, lo que priva es una labor de gestión tecnificada para que dichos problemas no se tornen ingobernables y comprometan el patrón de acumulación imperante. Ello mismo es otro de los grilletes que abren círculos viciosos en la misma esencia de los partidos políticos; convirtiéndose estas organizaciones en parte de las causas mismas de los problemas públicos tras entorpecer la mediación entre el Estado y la sociedad.

 

En el mundo subdesarrollado, los cascarones vacíos que aún se denominan partidos políticos son entidades amorfas carentes de ideología y distantes del Estado en su relación simbiótica y en cuanto a los mecanismos que éste puede desplegar para supervisarles, controlarles e imponerles límites en sus funciones y atribuciones. El sistema de partidos en estas sociedades no solo navega en el río caudaloso de la arbitrariedad, sino que es parte de la confrontación facciosa (https://bit.ly/3hv0c63) que no propiamente disputa el hacer valer un proyecto de nación, sino que pretende defender los intereses creados de los poderes fácticos que controlan dichas organizaciones.

 

La misma pandemia, como hecho social total, y el cambio de ciclo histórico (https://bit.ly/3fULDsl) que de ella se desprende, coloca a los partidos políticos en el sendero de la inviabilidad histórica. Su silencio cómplice y su sectarismo nubla el pensamiento de sus liderazgos para imaginar escenarios alternativos en el contexto del colapso de legitimidad (https://bit.ly/33wx5KC) y postración (https://bit.ly/2Z3YYre) del Estado ante la crisis epidemiológica global, sus causas y consecuencias.

 

Ante la despolitización de la sociedad y la misma orfandad ciudadana, es pertinente reivindicar el pensamiento utópico y la formación de una cultura política a partir del despliegue del pensamiento crítico y la imaginación creadora. Ello en aras de atemperar las ausencias del Estado (https://bit.ly/3jBTnBo) y de abonar a la construcción de proyectos de nación con base en formas de organización social alternativas que posicionen como eje central las necesidades e intereses de los ciudadanos. Sin información oportuna, veraz y atinada, el ciudadano corre el riesgo de mantenerse a la deriva y de ser cooptado por esas entidades facciosas que se autodenominan partidos políticos, y que son parte del extravío experimentado por las sociedades contemporáneas.

 

Isaac Enríquez Pérez

Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos (de próxima aparición).

Twitter: @isaacepunam 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/208899