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miércoles, 8 de noviembre de 2017

¿A DÓNDE VA EL MUNDO RURAL?




06/11/2017

La izquierda dejó de entender el Perú. En el siglo XX construyó las imágenes más relevantes de la sociedad peruana, desplazando a los intelectuales conservadores y afines del poder oligárquico. De Mariátegui a Aníbal Quijano, el aparato conceptual marxista fue innovador para la comprensión del desarrollo capitalista, de las transformaciones de la sociedad rural e, inclusive, de la cultura andina. Esto le confirió una relativa hegemonía cultural que facilitó su posicionamiento político.

Pero esa época terminó. En algún momento, entre fines de los ochenta e inicios de los noventa del siglo XX, la izquierda se extravió de la realidad, dejó de reconocer la sociedad que emergía de la economía informal y de las reformas neoliberales. La renovación en las ciencias sociales y económicas provino de corrientes no marxistas, relativamente conformes con el status quo. La economía pasó a ser una discusión de dígitos, quintiles y curvas estadísticas, como si no se experimentara en la vida concreta de los individuos, en un contexto territorial-regional específico o dentro de una determinada trama de poder.

En esta situación, Los nuevos incas, de Raúl H. Asensio, es un libro inusual, lo más cercano a una “etnografía” del desarrollo capitalista de la sierra andina posreformas neoliberales.[ 1] Allí el análisis de la economía rural de Quispicanchi, provincia de Cusco, aparece entrelazada con los procesos políticos, sociales e incluso culturales. Asencio, conviene aclararlo, no es economista ni marxista, pero su libro resulta tremendamente útil para comprender las transformaciones suscitadas por el crecimiento económico y el escenario social que emerge de ese proceso. Pero vayamos a lo importante.

Con el riesgo de toda simplificación, sugiero que el libro muestra que el crecimiento económico, las inversiones privadas y las transferencias de recursos públicos generan una masa monetaria que circula y dinamiza las economías rurales, abriendo oportunidades de emprendimientos que son aprovechadas por los quispicanchinos. En el libro de H. Asensio, los campesinos indígenas no esperan a Lenin y, más bien, son agentes activos del desarrollo y las transformaciones de la sociedad rural: se involucran en los proyectos de engorde de ganado, participan en las ferias agropecuarias impulsadas por los gobiernos locales, ingresan al pequeño comercio en las capitales de distrito y en algunos casos, como Oropesa, se especializan en la producción de pan, abandonando las actividades agrícolas.

El mundo rural retratado en Los nuevos incas, aparece bullente y dinámico: la carretera interoceánica y la panamericana incrementan los flujos mercantiles, las obras de infraestructura y su mantenimiento demandan fuerza de trabajo, los gobiernos locales reciben transferencias e implementan microproyectos de desarrollo agropecuario, se eleva el consumo popular y se diversifican los patrones alimenticios; la conexión vial de Quispicanchi con el Cusco provoca la emergencia de una generación de profesionales universitarios rurales  y aparecen los alcaldes-campesinos.

Los cambios registrados por Los nuevos incas abarcan también la esfera de la cultura: el incremento del ingreso rural se traduce en fiestas más espléndidas y la “demanda cultural” fomenta la multiplicación de agrupaciones artísticas, y una “industria informal” de producción de CD de bandas locales; la expansión de los peregrinos del señor del Qoyllorit’i se explicaría, en parte, por la crecida del ingreso rural. Esto daría lugar a una suerte de revitalización de la cultural regional (“renacimiento andino”, lo llama el autor) que se expresa en el fortalecimiento de las identidades y el empleo cotidiano del quechua por los funcionarios de los gobiernos locales.

Así como el hada de los cuentos convierte calabazas en carruajes, el crecimiento económico y los flujos mercantiles transfiguran a campesinos en emprendedores y hacen brotar pequeños negocios en el campo. Por supuesto, estoy exagerando. El autor advierte que el caso de Quispicanchi es muy particular: se beneficia del canon minero, sin experimentar los problemas de tener una mina en su territorio; asimismo, la economía local se hace dependiente de las transferencias de recursos del gobierno central, vía los programas social y de desarrollo. Es decir, depende de factores fuera de su control; una caída en la recaudación del canon afectaría la economía rural, aunque esta dependencia no sería absoluta si aceptamos los datos de Webb, según los cuales se registra una tendencia general del incremento de la productividad de las actividades agropecuarias.[2] De otro lado, existen desequilibrios que acarrea todo proceso de crecimiento: introducción de agentes foráneos que buscan captar el excedente, competencia interna entre los productores y relajamiento de las relaciones de reciprocidad que cohesionan a la sociedad rural.

¿Qué tan generalizable es lo que experimenta Quispicanchi para el resto del país? Cualquiera que viaje por las provincias del Perú, percibirá que efectivamente, en unas más que otras, existe una dinámica en progreso. No contamos con estudios que nos permitan señalar con precisión la trayectoria de estos cambios, pero es probable que se trate de una tendencia relativamente importante y que estemos asistiendo a la emergencia de un nuevo “escenario rural”. Dicho escenario no significa la cancelación de los conflictos ambientales y de la situación de pobreza de amplios sectores de la sociedad rural, pero demanda iniciar un amplio debate y reflexión de las complejidades del terreno social sobre el cual se desea actuar.

Notas

[1] H. Asensio, Raúl. Los nuevos incas. La economía política del desarrollo rural andino en Quispicanchi (2000-2010). Lima: IEP, 2016.

[2] Webb, Ricard. Conexión y despegue rural. Lima: USMP, 2013

Rolando Rojas
Historiador e investigador del Instituto de Estudios Peruanos.



miércoles, 23 de agosto de 2017

¿TIENE LA IZQUIERDA UN PROGRAMA ECONÓMICO ALTERNATIVO?




23/08/2017

La izquierda peruana carece de una alternativa económica al actual modelo. En principio, rechaza y denuncia al neoliberalismo, pero no está claro en qué consiste su contrapropuesta. Hasta el colapso de la izquierda a inicios de la década de 1990, su paradigma fue la estatización del capital físico (medios de producción en la jerga de la época) para procurar una redistribución más equitativa de la renta nacional. El referente de este paradigma era la experiencia de la planificación soviética que convirtió a Rusia en una potencia industrializada y la llevó a la competencia aeroespacial con los EEUU. De la Rusia socialista también provenía buena parte de las teorías y nociones económicas anticapitalistas.

Evidentemente esta situación ha cambiado. El estatismo del programa económico de Izquierda Unida (IU) de 1985 tuvo como objetivos promover la industrialización, proteger el mercado interno y la redistribución de la riqueza.[1] Sin embargo, el estatismo de los ochenta estuvo asociado a la recesión económica y a la corrupción del primer gobierno de Alan García. El apoyo de la IU al proyecto de estatización de la banca de 1987 y que ante el retroceso del PAP se convirtió la izquierda en su principal defensora, la colocó como parte de lo “viejo” y la emparentó con el populismo aprista.[2] En todo caso, la liberalización de la economía de 1990-1995 cerró el ciclo del paradigma estatista.

Ahora bien, la izquierda no puede ni pretende revivir el estatismo. El programa económico del Frente Amplio que defendió Verónika Mendoza, tuvo como eje la “diversificación productiva”. El problema es que dicho programa no surge del debate de las fuerzas de izquierda y aparece sin un “arreglo de cuentas con el pasado”. La izquierda tampoco ha generado una “narrativa comprensiva” sobre las transformaciones económicas y sociales que la liberalización de la economía produjo en la peruana. Estas son tareas ineludibles si se desea disputar la hegemonía al neoliberalismo. A cargo de volver sobre estos puntos y por los límites de este artículo, voy a referirme a dos cuestiones:

Uno. ¿A qué tipo de crecimiento aspiramos? Con todos los problemas que implicaron las reformas de los noventa, lo cierto es que dichas reformas estabilizaron la economía, la conectaron con el crecimiento internacional y se produjo una significativa reducción de la pobreza que viene favoreciendo segmentos de los sectores populares. La crítica de la izquierda señala que este crecimiento se debe a factores externos, como el boom de precios internacionales, y que la reducción de la pobreza está distorsionada, pues se mide el ingreso monetario y no el acceso a derechos de salud, seguro médico y pensiones. Dicha crítica es correcta. Sin embargo, no se puede rehuir una propuesta de crecimiento alternativa al neoliberalismo. El crecimiento actual está basado en la inversión privada externa, la eliminación de derechos laborales y la desprotección del medio ambiente. La izquierda debe ofrecer una alternativa a este tipo de crecimiento y construir un consenso en torno a dicho programa. Las reformas de Velasco, en particular la Reforma Agraria, resultó viable porque la medida fue asumida por los diversos sectores políticos de la sociedad peruana. Es decir, no es suficiente un “programa económico”; es necesario su debate en amplios sectores sociales y políticos, y generar el consenso que penetre a la sociedad.

Dos. ¿Qué hacemos con la informalidad? La economía informal-ilegal se generalizó en los ochenta como una salida a la recesión. En la medida que no generó conflicto social ni agudizó las contradicciones existentes, fue tolerada por el Estado y las elites. Sin embargo, en el siglo XXI, en el contexto del crecimiento económico, la informalidad dejó de ser un simple mecanismo de supervivencia y se convirtió en la plataforma para que capas de “emprendedores” escalaran a la clase media. Como es conocido, le economía informal absorbe el 75% de la PEA.

De otro lado, el contrabando y la minería ilegal. El contrabando, solo en Puno y Tacna, mueve entre 900 y 1.200 millones de soles, y alrededor de 300 mil familias se sostienen con esta actividad. La minería ilegal produce alrededor de 29.000 millones de dólares anuales y también involucra a 300.000 personas. ¿Qué propuesta tiene la izquierda para la informalidad y la economía ilegal? Los emprendedores ni los que viven del contrabando y la minería ilegal buscan un Lenin, pero constituyen sectores importantes para los cuales la izquierda debe elaborar una propuesta económica y una narrativa política que vaya más allá del mito del progreso.

Notas

[1] Plan de Gobierno de Izquierda Unida. Perú 1985-1990. Síntesis. Lima: s/e, 1985.

[2] Estatizar para democratizar. La Izquierda Unida responde a la derecha y al APRA. Lima: s/e, 1987.

Fuente:




miércoles, 31 de mayo de 2017

PERMISO PARA DISENTIR





30/05/2017

La izquierda peruana (usaremos el plural por comodidad) no logra posicionarse completamente en el siglo XXI. Intuye que debe renovarse, pero le resulta extraña la sociedad de emprendedores que desplazó a los movimientos campesinos y sindical- populares que caracterizaron el Perú de los setenta y ochenta. La izquierda aprendió y creció navegando entre las luchas por la tierra, el sindicalismo urbano y la movilización barrial. El actual predominio del individualismo popular y la despolitización la tiene como un pez fuera del agua. Respira un poco en los conflictos ambientales, pero es insuficiente para su reconstitución política.

¿Cuál es el escenario en el que se mueve hoy la izquierda? ¿Es posible la reconstitución de la izquierda sin una narrativa política sobre el Perú posfujimorista? Estas son preguntas ineludibles, si la izquierda desea construir una hegemonía político-cultural. En estas breves líneas vamos a plantear algunos puntos del debate, particularmente resaltando los cambios socio-políticos, sobre los cuales tendremos oportunidad de volver en las próximas colaboraciones para desarrollar y profundizar nuestras reflexiones.

 Un baile sin Marx

En primer lugar, debemos señalar que en la década de 1990 la izquierda internacional empieza a abandonar el aparato conceptual marxista: las nociones de lucha de clases, la dictadura del proletariado, el control de los modos de producción, entre otros. De una parte, debido al desarrollo de los enfoques teóricos y metodológicos de las ciencias sociales que enriquecieron nuestro conocimiento del desarrollo histórico-social, de las acciones humanas y de los procesos políticos. Esto se constata fácilmente en las publicaciones de los intelectuales de izquierda.

Por ejemplo, en los escritos de Aníbal Quijano, uno de los pocos pensadores peruanos con proyección internacional, puede verificarse la continuidad de ciertos temas: la desigualdad, el poder y la dominación, la política y los movimientos sociales. Sin embargo, es evidente el desplazamiento del lenguaje marxista y la recepción de perspectivas fuera de la tradición socialista. Aunque el abandono de las categorías marxistas es prácticamente generalizado, no se reemplazaron con nuevos conceptos, salvo excepciones como la del propio Quijano y su teoría o enfoque de la “colonialidad del poder”.

De otra parte, el abandono del aparto conceptual marxista responde a que el curso de la historia tomó una dirección no prevista por Marx ni por sus principales herederos teóricos. La caída del socialismo soviético y el giro “capitalista” de China mellaron seriamente el pensamiento marxista, pues su prestigio radicaba en el “efecto de realidad” del socialismo soviético y chino. Los marxistas ya no podían exhibir que su interpretación del desarrollo histórico-social era la “correcta”. Los problemas que la izquierda marxista se propuso resolver seguían existiendo, pero había que imaginar otros caminos.

 Un baile sin El “Che”

En segundo lugar, asistimos al abandono del discurso de la violencia revolucionaria como vía para la conquista del poder. Con la excepción de las FARC, en pleno proceso de un acuerdo de paz, la práctica de la izquierda actual se mueve exclusivamente en el terreno de la democracia electoral. No se observa a ningún émulo del “Che” y las pequeñas organizaciones de izquierda están más preocupadas en reunir las firmas necesarias para su inscripción en el JNE, que en explorar las posibilidades de una revolución.

Sin embargo, este giro en la “práctica” de la izquierda no viene acompañado de una narrativa sobre la experiencia de la democracia peruana y, mucho menos, sobre un balance crítico de la experiencia armada de los grupos que en los sesenta y ochenta tomaron las armas. La renovación de la izquierda se ha producido de facto, casi por recambio generacional físico. Algunos grupos vienen renovando el repertorio ideológico zurdo (ambientalistas, feministas, grupos de diversidad sexual, defensores de los derechos indígenas, etc.), pero todavía sin construir un movimiento que marque una tendencia general en la sociedad peruana.

 Un baile sin obreros

En tercer lugar, el escenario en el que se mueve la izquierda se caracteriza por la desaparición de los actores colectivos que se movilizaron en la segunda mitad del siglo XX: federaciones campesinas, sindicatos obreros, organizaciones barriales, gremios magisteriales, movimiento universitario, etc. En la base de esta situación está el colapso de la industria y la producción fordista, es decir, de la existencia de “ejércitos” de obreros y sindicatos asociados a ellos, así como el avance de la informalidad que engloba a casi dos tercios de la Población Económica Activa.

En una sociedad desmovilizada como la actual, lo que adquirió importancia es la “opinión pública” como el espacio en el cual los actores políticos compiten para movilizar el voto. Esto supone, de un lado, la necesidad de imaginar formas de intervenir e influenciar en la opinión pública; y de otro lado, el desafío de construir organizaciones acordes con los nuevos sujetos sociales que contrarresten las desventajas que la izquierda tuvo y tiene en los medios de comunicación.

Resumiendo, estamos ante una izquierda que no tiene como referente único o principal la ideología marxista, pero que tiene la tarea de construir una narrativa hegemónica del Perú neoliberal. Es una izquierda que en la “práctica” se mueve en el terreno democrático-electoral, aunque sin un balance de la izquierda insurreccional de los sesenta y ochenta. Y es una izquierda que actúa en una sociedad desmovilizada, pero que si quiere reconstituirse está irremediablemente condenada a imaginar y edificar nuevas formas de institucionalidad social. En una palabra, es una izquierda en proceso transición. Volveremos sobre este tema.