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domingo, 13 de octubre de 2024

ORWELL Y "1984": VIEJAS PROFECÍAS DISTÓPICAS, INQUIETANTEMENTE ACTUALES

 


Iñaki Zaratiegi

12/Oct/2024

 

Hay gentes que vienen al mundo con una novela bajo el pañal, como Arthur Blair, nacido en 1903 en Bengala, durante el colonialismo británico de Asia. Fue hijo de un funcionario, administrador del ministerio del opio del Gobierno inglés en la India, y de una birmana de ascendencia francesa. Su antepasado Charles Blair había sido dueño de cientos de esclavos en Jamaica.

 

Su madre regresó a Inglaterra con Arthur, quien sería internado en prestigiosos colegios, a base de becas. En el de Eaton vivió lo que se supone fue un influyente encuentro con el profesor Aldous Huxley, autor de “Un mundo feliz”, clásico de la ciencia ficción. En esa época escribió textos en publicaciones universitarias, estrenándose en lo que iba a ser su profesión.

Acabadas las becas, se enroló durante cinco años como oficial de la Policía Imperial India en Birmania, experiencia que resultó la escuela del anti imperialismo que mostraría en ensayos y en su primera novela, “Los días de Birmania” (1934). Militante en favor de las clases populares, vivió de trabajos humildes y hasta en la calle, según contó en “Sin blanca en París y Londres”, considerada su primera obra importante.

En 1933, adoptó el seudónimo de George Orwell, tres años después se casó con Eileen O'Shaughnessy, tuvo un hijo adoptado y enviudó en 1945. El Left Club Book le encargó en 1936 analizar las condiciones de vida de la clase obrera en el norte de Inglaterra, que relató en El camino a Wigan Pier.

Su conciencia solidaria le empujó a la Guerra Civil española y llegó a Barcelona en Navidad de 1936, bajo carta de presentación del Partido Laborista Independiente.

Fue alistado en el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), donde ascendió a teniente y cayó herido grave. Pero antes, y de permiso, participó en las llamadas Jornadas de Mayo de 1937, el sangriento enfrentamiento barcelonés entre fuerzas del Gobierno republicano y milicias de la anarquista CNT y el propio POUM.

Su estudio Homenaje a Cataluña, de 1938, fue una pionera reflexión sobre la deriva autoritaria del llamado socialismo real contra las prácticas autogestionadas y colectivistas en la zona republicana. Una experiencia que vivió durante la persecución del POUM, con algunos de sus miembros ejecutados o desaparecidos (Andreu Nin).

Orwell relató que estuvo a punto de morir cuando vigilaba la sede de la organización en el edificio que hoy es el Hotel Rivoli Rambla. Sus referencias morales e ideológicas saltaron por los aires al comprobar la activa participación represiva del Partido Comunista español y sus asesores rusos en aquellos sucesos, que revivió en 1995 su compatriota Ken Loach en la película Tierra y libertad.

Orwell escribió en 1946:

La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo.

Vivió con la idea de que podía ser asesinado y, a mediados de los años cuarenta, el novelista Ernest Hemingway le regaló una pistola en París, porque lo veía "paranoico". Trabajó en la BBC, ejerció de crítico literario y participó en la Segunda Guerra Mundial, experiencia que reflejó en Diario de Guerra. 1940-1942. Murió en 1950 por una tuberculosis que contrajo en tiempos de indigente.

Rebelión en la granja, de 1945, fue una original fábula política sobre lo que consideraba corrupción de los ideales socialistas de la Revolución rusa. Un grupo de animales se aliaba para derrocar a sus dueños humanos y organizaba su propia sociedad igualitaria. Los cerdos líderes acababan abusando del poder y formando una dictadura aún más opresora que la de los humanos.

Pero fue 1984, anti utopía o distopía publicada en 1949, la que le encumbró como creador de una visión que reflejaba la realidad de las sociedades totalitarias que dominaron la tierra en esa época. Aparecido un año antes de su muerte, fue su último libro.

La acción sucedía en el Londres de Oceanía, en una sociedad dirigida por el Hermano Mayor, líder mesiánico que controlaba a una población manipulada y adoctrinada en el fanatismo. Con ministerios como el de la Paz, que se ocupaba de la guerra. El de la Verdad, de la mentira. El del Amor, de la tortura. Y el de la Abundancia, de la hambruna. Más la Liga Juvenil Anti-Sexual, que militaba contra las relaciones sexuales y por la inseminación artificial. Los matrimonios debían ser autorizados por el Partido.

La Policía del Pensamiento controlaba el lenguaje con conceptos como la neolengua y el doblepensar, a los que se oponía el crimental, delito de pensamiento contra la doctrina del Partido, por el que alguien podía ser detenido y convertido en nopersona o desaparecido.

El protagonista, Winston Smith, trabajaba para el Estado totalitario, supuestamente en guerra contra otras tres grandes superpotencias, por el control del planeta. Desde su responsabilidad laboral manipulaba la historia borrando el pasado. Pero expresaba sus sentimientos críticos a través de un diario secreto, rompió las normas morales relacionándose con la joven Julia y entró en contacto con una supuesta Hermandad contra el régimen. La pareja vivió una relación clandestina, controlada e infiltrada por sistema, que terminó con su detención y tortura y obligada a traicionarse mutuamente y asumir el régimen vigente. Un epílogo del libro recuperó un mensaje de supuesta esperanza frente a una trama tan negativa.

El término orwelliano se usa ahora para nombrar las amenazas para un mundo de ideas y opiniones libres. Convertida en influyente obra clásica de ciencia ficción distópica, la novela ha conocido al menos tres versiones audiovisuales, todas bajo el título de 1984: un telefilme de 1954, dirigido por Rudolph Cartier y estrenado por la BBC; dos años después, Michael Anderson realizó la primera adaptación al cine; y, en 1984, Michel Radforf volvió a insistir en el tema.

La novela gráfica ha usado un tema tan apropiado para el dibujo en diferentes versiones en viñetas. En 2014, la editorial Herder publicó 1984, el manga, adaptación del libro a ese estilo de cómic japonés. En 2020, apareció la versión del brasileño Fido Nesti, avalada por The Orwell Foundation. Otros dibujantes que han pasado el libro a viñetas son el argentino Luis Scafati, el valenciano David Goliart, el francés Xavier Coste o el checo Matyas Namai.La editorial Planeta Cómic publicó en 2022 la, de momento, última gran novela gráfica a cargo de los autores galos Jean-Christophe Derrien (guionista) y Rémi Torregrosa (dibujo), libro que ha sido relanzado recientemente.

Con tapa dura y en un apropiado blanco y negro de buen y detallista dibujo, coloreado en los breves momentos de relación de la pareja Winston-Julia, el tebeo resume bien la trama que creó Orwell. El mundo del que nos avisó parece hoy bastante real ante el auge autoritario y neofascista y el revisionismo y borrado reaccionario de la historia.

Anthony Burgess (autor de la también distópica La naranja mecánica) escribió en 1978 una derivación titulada 1985. Recientemente, la estadounidense Sandra Newman ha reinterpretado la novela como Julia, en clave feminista actual, a través de la visión del personaje secundario de la novela.

Personalmente, Orwell fue crítico contra los nuevos hábitos y libertades, y con la homosexualidad. La australiana Anna Funder escribió Wifedom, donde denuncia la relación machista con su primera mujer.

El eco creativo de su obra ha tenido influencias en iniciativas como la serie de cómic y película V de Vendetta, el guiño del reality show televisivo Gran Hermano y filmes o videojuegos futuristas. Visionario en cuanto al moderno poder de control a través de las telepantallas, no debió imaginar que en Barcelona habría una plaza (popularmente conocida como del Tripi) a su nombre, que fue en 2001 el primer espacio público condal con cámaras de vigilancia.

Fuente: https://vientosur.info/orwell-y-1984-viejas-profecias-distopicas-inquietantemente-actuales/

 

martes, 16 de marzo de 2021

FRAGMENTO DE EL INTRUSO, DE BLASCO IBÁÑEZ: LO QUE NECESITA EL TRABAJADOR ES SER DUEÑO DE LO QUE PRODUCE

16 de marzo de 2021

"Al trabajador de nada le sirve la limosna de un aumento en el jornal: ya sabes que en esto no nos entenderemos nunca. Lo que necesita es justicia, ocupar el sitio que le corresponde, ser dueño de lo que produce"


Así se expresa el protagonista de El Intruso, de Vicente Blasco Ibáñez, un médico que, a pesar de ser familiar y amigo de un gran industrial vasco, elige realizar su trabajo entre los mineros, trabajadores que viven entre penurias y miseria a pesar de ser los productores de la gran riqueza del Bilbao de principios del siglo XX.

Blasco Ibáñez escribió El Intruso en el marco de una serie de cuatro novelas sociales, muy recomendables como descripción de la salvaje lucha de clases en la que los capitalistas exprimen, sin tapujos ni límite alguno, condenándola a la miseria y a la penuria, a la clase trabajadora. En La horda, La catedral, La bodega y la que tratamos en esta entrada, El Intruso, Blasco hace un retrato triste y doloroso de las condidiones de vida de los proletarios y jornaleros españoles, sometidos bajo la bota de la emergente clase capitalista y alienada por la enorme influencia de la iglesia.

En sus cuatro novelas, el autor valenciano radiografía el desarrollo del capitalismo en España, denunciando la crueldad de las condiciones de vida de los trabajadores y la indecencia de los explotadores, que se enriquecen ostentosamente a costa de la pobreza y humillación de los que crean la riqueza. Por otro lado, diagnostíca el único remedio ante ese mal: la revolución. Una revolución futura, inevitable, que hará que el progreso de la humanidad deje de beneficiar solo a una minoria bárbara e inhumana, y que se alcance la única situación que ofrezca justicia para todos: que cada cual sea "dueño de lo que produce".


Blasco además, denuncia en esta novela el nacionalismo tradicionalista de la clase dominante vasca, que se desarrolla a la par que el capitalismo, y que mientras considera modelos de ley divina a los pobres campesinos de Euskadi, que viven en condiciones de pobreza y penuria pero agradeciendo a dios y al amo su situación, para bien del bolsillo de los señores, ve como extranjeros y sin derechos a los que, venidos de fuera del Pais Vasco, los "maketos", los trabajadores de las minas y de los altos hornos, los que verdaderamente producen la riqueza. Todavía no había nacido el nacionalismo obrero que, para diferenciarse del de sus explotadores, ha de ser, por narices, aunque parezca contradictorio, internacionalista.


"Pues esa pillería venida de... España; ese rebaño maketo y pecador, es el que trabaja y da prosperidad a Bilbao. Ellos destrozan su cuerpo en las minas, ellos dan el mineral, y sin mineral ¿qué sería de esta tierra? Los buenos, los del país, no hacemos más que vigilar su trabajo y aprovecharnos del privilegio de haber nacido aquí antes que ellos llegasen. Son como los negros que en otros tiempos eran llevados á América para mantener á los blancos".


En definitiva, El Intruso nos hace un crudo retrato del Bilbao del principio del siglo XX, en pleno desarrollo industrial y de acumulación de capital en unas pocas manos, paralelo, por supuesto, al crecimiento y concienciación de un proletariado explotado y pisoteado que, sin embargo, poco a poco, va dándose cuenta de que son otros los que disfrutan del producto de su trabajo, y que la organización es la única manera posible para llegar a liberarse y hacer justicia. Todo ello en un contexto de desarrollo del nacionalismo vasco que, por aquel entonces, todavía era expresión exclusiva de las clases altas y los más ricos.


Veamos a continuación el ilustrativo díalogo entre el protagonista, el médico Aresti, su primo Sánchez Morueta, un gran capitalista enriquecido por la extracción del hierro en los montes vascos y su transformación en acero, y un jesuita, Urquiola, defensor del tradicionalismo, de la religión y del inmovilismo social:


"Urquiola hablaba al doctor con el mismo aplomo que si estuviera en el café ó en la sociedad de San Luis Gonzaga, rodeado de aquella juventud piadosa y elegante que le tenía por capitán. Él no era enemigo del pueblo; la Iglesia estaba siempre con los de abajo y el Santo Padre escribía encíclica sobre encíclica en favor de los obreros. Pero el pueblo era para él, la gente de los campos, los aldeanos respetuosos con el cura y el señor, guardadores de las santas tradiciones. Que le diesen á él las buenas gentes de las anteiglesias vascas, religiosas y de sanas costumbres, sin más diversión que bailar el aurrescu los domingos y la espata danza en las fiestas del patrón, ni otros vicios que empinar un poco el codo en las romerías. Aquella gente vivía feliz en su estado, sin soñar en repartos ni en revoluciones; antes bien, dispuesta á dar su sangre por Dios y las sanas costumbres. Que no le hablasen á él del populacho de las minas; corrompido y sin fe; hombres de todas las provincias, maketos llegados en invasión, trayendo con ellos lo peor de España, contaminando con sus vicios la pureza del país; siempre descontentos y amenazando con huelgas, deseando el exterminio de los ricos y comparando su miseria con el bienestar de los demás, como si hasta en el cielo no existiesen categorías y clases.

Y ante la mirada acariciadora de su tía, que admiraba sus ardorosas palabras, continuó el fuerte discípulo de Deusto:

Los Altos Hornos de Bilbao de las minas, que casi todos los domingos tiene sus mitins, vive desesperada y ansía bajar un día á Bilbao para robarnos, sin saber que la recibiremos á tiros.

Aresti volvióse hacia su primo, que comía silencioso, lanzando alguna que otra mirada al sobrino de su mujer.


—¿Qué te parece, Pepe, cómo piensan estos jóvenes?


Y encarándose con Urquiola, le dijo con una timidez irónica, dando á entender su deseo de rehuir discusiones con él.


—Pues esa pillería venida de... España; ese rebaño maketo y pecador, es el que trabaja y da prosperidad á Bilbao. Ellos destrozan su cuerpo en las minas, ellos dan el mineral, y sin mineral ¿qué sería de esta tierra? Los buenos, los del país, no hacemos más que vigilar su trabajo y aprovecharnos del privilegio de haber nacido aquí antes que ellos llegasen. Son como los negros que en otros tiempos eran llevados á América para mantener á los blancos. Vienen empujados por la miseria, y ya que no podemos agradecer su sacrifico con el látigo, les pagamos con malas palabras.


Urquiola encabritábase ante las palabras desdeñosas del doctor. Abominaba de aquella gente perdida, incapaz de regeneración: la prueba era que no ahorraban, que no hacían el menor esfuerzo por salir de su estado.


—¡El ahorro!—exclamó Aresti.—¡Ahorrar y enriquecerse, teniendo unos cuantos reales de jornal, y viviendo rodeados de gentes de su misma clase que les explotan en el alimento y en la casa!...


—Eso no—intervino Sánchez Morueta, con autoridad.—Ya sabes, Luis, que no estoy conforme con tus ideas. El obrero español es víctima de la imprevisión. En otros países es distinto: el trabajador se forma un pequeño capital para la vejez...


—¡Bah! En otros países ocurre lo que aquí. Y lo que hace que el obrero moderno sea rebelde y se entregue á la lucha de clase, es la convicción de que, por más que ahorre sacrificando sus necesidades, no saldrá de su miseria. Los progresos le han cerrado el camino. En los tiempos de trabajo rudimentario, de industria doméstica, aún podía soñar con hacerse patrono; podía con sus ahorros adquirir los útiles necesarios y convertir su casa en un pequeño taller. Pero ahora, Pepe, por mucho que ayune un obrero tuyo, amasando céntimo sobre céntimo, ¿llegará á ser accionista de tus fundiciones? ¿podrá adquirir un pedazo de las minas, con todo el material necesario para la explotación?


—Eso está bien—arguyó Urquiola con acento triunfante.—Este doctor dice á veces cosas muy oportunas. Lo que demuestra que los antiguos tiempos eran los buenos y que, para tranquilidad de todos, hay que volver á la época en que no había progreso y los hombres vivían tranquilos.


Sánchez Morueta miró al joven con unos ojos que alarmaron á doña Cristina, haciéndola temer por su sobrino.


—Eso es una majadería—dijo con calmosa gravedad.—Eso sólo puede decirse á la salida de Deusto. ¡Suprimir el progreso porque trae algunas complicaciones!...


Y aquel hombre siempre silencioso, habló lentamente, pero con gran energía. Era un admirador religioso del capital. Aresti conocía su entusiasmo frío y firme por el dinero, que, puesto en movimiento por los descubrimientos industriales, había revolucionado el mundo. El millonario era á modo de un poeta del capital, y sacudiendo su ensimismamiento, rompió en un himno á aquella fuerza casi sagrada, puesta en manos de contadísimos iniciados. Cierto, que el trabajo, que era un auxiliar indispensable, sufría crisis y miserias, ¿pero por esto había que renegar del progreso, legítimo hijo del capitalismo industrial? La gran revolución moderna era obra de la religión del dinero, en la cual figuraba Sánchez Morueta como el más ferviente devoto. Utilizando los descubrimientos de la ciencia, había multiplicado los productos, y disminuido su valor, poniéndolos así al alcance de la mayoría, y facilitando su bienestar. El trabajador del presente gozaba de comodidades que no habían conocido los ricos de otros tiempos. El capital al servicio de la industria había civilizado territorios salvajes, había destruido fronteras históricas, estableciendo mercados en todo el globo: él era quien surcaba las tierras vírgenes con los rails de los ferrocarriles, quien removía los mares para tender los cables telegráficos, quien ponía en comunicación los productos de uno y otro hemisferio, venciendo los rigores de la naturaleza y evitando las grandes hambres que habían hecho rugir á la humanidad en otros siglos. Los poderes históricos se achicaban y humillaban ante el capital. Los reyes de los pueblos, soberbios como semidioses sobre sus caballos de guerra, cubiertos de plumas y bordados y llevando tras ellos grandes ejércitos, tenían que mendigar en sus apuros á los capitalistas ocultos en sus escritorios. Detrás de los imperios victoriosos estaban ocultos los verdaderos amos, los que cambiaban la faz de la tierra, venciendo á la naturaleza para arrancarla sus tesoros; la gran república de los capitalistas, silenciosa, humilde en apariencia, y sin embargo, dueña de la suerte del mundo. Y lo que más entusiasmaba á Sánchez Morueta, en esta secta oculta de universal poderío, era que sólo á la capacidad le estaba reservado entrar en ella. La jerarquía industrial no era como las dominaciones sacerdotales ó guerreras del pasado, en las que se figuraba sin otro derecho que el nacimiento. El hijo del capitalista, falto de capacidad, era expulsado por los malos negocios, y un nuevo individuo, aprovechando los residuos de su desgracia, venía á iniciarse en la poderosa secta. ¿Dónde encontrar una institución tan grande y poderosa y á la par tan democrática y modesta? ¿Y había locos que pedían la muerte ó la modificación de una fuerza que había transformado la Tierra?...

 


Ilustración del Dr. Aresti dirigiéndose
a la mina

 

Aresti protestó. Él reconocía las grandezas del régimen capitalista, las ventajas sociales que había reportado á la humanidad con el auxilio del trabajo. El capital encontraba remunerados con creces sus servicios. Pero el trabajo ¿veía recompensados igualmente sus esfuerzos? ¿No se encontraba hoy en el mismo estado de miseria que al iniciarse á principios del siglo XIX la gran revolución industrial?

—Eso es un error, Luis—dijo el millonario.—El trabajo está mejor que nunca. La prueba es que en todo el mundo baja considerablemente el interés del capital, mientras sube con las huelgas y las reclamaciones obreras el tipo de los jornales.


—¡Bah!—dijo el doctor con gesto de desprecio.—¡El aumento de unos reales en el jornal! Remedios del momento; cataplasmas que de nada sirven al enfermo, pues al poco tiempo se restablece el fatal equilibrio, aumentándose el precio de los productos, y el trabajador, con más dinero en la mano, se ve tan necesitado como antes. Son cambios de postura, creyendo engañar con ellos á la enfermedad. Al trabajador de nada le sirve la limosna de un aumento en el jornal: ya sabes que en esto no nos entenderemos nunca. Lo que necesita es justicia, ocupar el sitio que le corresponde, ser dueño de lo que produce
."

 

Fuente: http://cuestionatelotodo.blogspot.com/2014/11/fragmento-de-el-intruso-de-blasco.html

 


jueves, 6 de junio de 2019

MIGUEL GUTIÉRREZ, LITERATO MARIATEGUISTA, Parte VIII, LA DESTRUCCIÓN DEL REINO y GRUTA MARINA





LA DESTRUCCIÓN DEL REINO
GUTIÉRREZ, Miguel
Ed. Milla Batres.  1ra. Edición.
Lima, 1992, pp. 160.
Incluye fotografías de Julio Olavarría.

            No hace muchos años, un presuntuoso y destacado periodista escribió contenciosamente sobre Miguel Gutiérrez; afirmando que era un escritor mínimo.  Poco después, aparecieron dos obras de Gutiérrez:   La Generación del 50, ensayo (1988), y Hombres de caminos, novela (1988).  Y, el año pasado, 1991, La Violencia del tiempo, novela en tres tomos con la que se consagró.  Ahora acaba de ser editada:  La Destrucción del Reino (1992).

            Es evidente que tal fecundidad no ha sido motivada para contravenir la afirmación del contencioso periodista.  Simplemente, coincidió con la opción vital de Miguel que requiere una explicación.  Para Miguel llegó el momento en que no pudo soportar más la disociación entre trabajar, para sobrevivir materialmente, y su vocación creativa.

            Entonces, con determinación y exactitud dijo:  Uno no puede ser literato de fin de semana.  Renunció a su trabajo y con un modestísimo ingreso asumió su cometido a dedicación exclusiva.  Hasta que un editor intuitivo y aventurero como Carlos Milla Batres, lo instaló definitivamente en la galería de los grandes literatos al publicar sus dos últimas obras.

            La Destrucción del Reino, se originó de manera insólita.  Julio Olavarría, fotógrafo y paisano de Miguel, iba a publicar en Suiza un álbum sobre el paisaje piurano y le pide a Miguel que escriba las glosas.  Al emprender esta tarea, Miguel fue cogido por la seducción de lo que escribía; es decir, cayó en su propia trampa.  Gracias a ello, nos hizo el obsequio de una obra de arte.  Ahora las fotos acompañan acompasadamente a la serie de relatos.

            En todas las fotografías llama la atención la presencia de un testigo enigmático:  el niño con el velo.  Este personaje es aprovechado por Miguel como recurso narrativo, pues, la capilaridad social que le confiere al niño permite el tránsito de un sector social a otro; hasta que, ya en la pubertad, es ubicado definitivamente.

            Por lo demás, Miguel se identifica a veces con el mismo niño; no sólo por los indicios que se descubren en los relatos;  sino porque  como todo artista, y a pesar de la madurez que tiene, siempre subyace en él, el alma de un niño.  Y Miguel, por cierto, no ha perdido la capacidad de asombrarse ni de asombrarnos.

            Además de asombrarnos con la visión descarnada del mundo y de la semifeudalidad piurana.  La Destrucción del Reino también nos estremece, pues toca conflictos que están muy cerca de los nuestros y que muchas veces pasan inadvertidos; razón por la cual, y a pesar de la fluidez de la narración, se necesita remontar la lectura para luego seguir avanzando.

            Como Miguel no ha diseñado los personajes a partir de una moral maniquea, podría decirse que el lector es inducido a descubrir que el bien y el mal no están tan alejados y que pueden transmutarse inopinadamente.  El autor, con gran dominio del oficio, ha domeñado las pasiones encontradas de los protagonistas para sujetarnos al encanto literario.

            En la serie de relatos que conforman La Destrucción del Reino, los protagonistas padecen de problemas de ubicación social, de identidad, son seres fatalizados, sin salida, que van indirectamente al encuentro de la muerte y que tienen el “pecado” de haber nacido o de ser hijos no deseados.

            -Laureano Carnero, propietario de la hacienda Tuluma, fue maldecido por su padre al nacer; pues, a medida que avanzaba el embarazo de su madre, ésta languidecía, muriendo en el parto.  Su padre le prohibió que lo llamara como tal y lo confinó a vivir con la servidumbre.  De niño presenció el asesinato de su padre, quien había sido especialmente cruel y despótico con él.  Vivió encapsulado en visiones bíblicas –como su padre- y obcecado en cobrar venganza; no se casó ni tuvo hijos.  El seguimiento para dar caza a cada uno de los asesinos de su padre alcanza ribetes cinematográficos.  Miguel describe el paisaje en función del estado de ánimo de los personajes, dándole perfecta unidad a las escenas.

            -La Zarca nació en un establo y fue abandonada por su madre; llega a ser jefa de una partida de bandoleros, imponiéndose en un ambiente en donde campeaba la rudeza y la agresión sexual masculina

            Ella tiene el conocimiento objetivo que el amor y el poder –como todas las pasiones- son excluyentes; y va al encuentro de su destino en el duelo singular que sostiene con el bandolero romántico Carmen Domador.  Este duelo concita tremendamente la atención y nos convierte en espectadores fanatizados, gracias al influjo literario de Gutiérrez.

            También este relato es enriquecido por la íntima relación de la bandolera con Paula La Birítica; quien, luego de ser ultrajada por El Negro Chepecera y su banda se suicida.  La Zarca desafía al Negro y después de vencerlo, lo capa.

            De todos los relatos que componen La destrucción del Reino, quizá, la historia de La Zarca alcance mayor popularidad.  Por una parte, las historias de bandoleras no son frecuentes en el mundo.  Y, por otra parte, las sociólogas han puesto de moda las investigaciones sobre “las relaciones de género”.

            -Ella Paricia, gran terrateniente de inconcebible balleza, fue producto de una indeseada gestación.  Sus padrea pertenecían a dos ramas familiares enemigas; la madre de extirpe chola y de excluida belleza fue seducida en un acto de burla por su primo que era bello y de ojos azules.  Cuando la emergencia campesina y la Reforma agraria velasquista afectan sus latifundios, Ella Patricia se siente desubicada e ingresa en un proceso de degradación autodestructiva, arrastrando consigo al hijo menor que estaba identificado con ella.  Este es un relato de lectura sumamente fácil y entretenido, aunque no por ello deja de estremecer.

            -Artimidoro Alberca, joven propietario de una pequeña granja, vivió con su abuelo y su madre en un paraje desolado.  A la madre se le desencadenan las apetencias sexuales en la adolescencia, después de aceptar los requerimientos de un apuesto terrateniente y sale encinta.  Al notarlo su padre, es decir, el futuro abuelo de Artimidoro, decide trasladarse con su hija a un paraje aislado para evitar la vergüenza y conjurar los impulsos sexuales de la hija.  Con el tiempo el abuelo muere.; pero, poco antes, le encomienda a su nieto el cuidado de la madre.  Artimidoro asume el encargo obsesivamente; tal es así, que no se casó ni tuvo hijos.  Sin embargo, al enterarse de su origen bastardo decide matarla.  Este conocimiento no fue el móvil del crimen, sino el factor precipitante.  La historia de Artimidoro Alberca es un relato imperecedero; por momentos adquiere la dimensión de una tragedia griega.  Gutiérrez al configurar la personalidad del matricida, ha hecho gala de la destreza que posee en el oficio.

            Con esa misma habilidad presenta en toda su obra las diferencias sociales, especialmente a través de las versiones que de los mismos sucesos vierte el grupo señorial y el de la servidumbre.  En ese sentido, las páginas 92 a 99 son las más ilustrativas;  ahí destaca la revelación de la vieja cuarterona, que eventualmente continúa al servicio de los patrones.

            Finalmente, el reconocimiento a Carlos Milla Batres, quien ha elevado la actividad editorial a oficio artístico.  A él se debe la hermosa composición de la portada, aunque no figura como tal en los créditos respectivos por la sencillez que lo caracteriza.

Antonio Rengifo Balarezo
(1992)
KACHKANIRAQMI
Revista N°8, II época
Lima, marzo 1993.
Sección:  Comentarios Reales
pp. 71/73.-
 




Gruta marina

         Gruta marina es una figura literaria creada por Miguel Gutiérez en alegoría al órgano sexual femenino.  Aparece en la página 302 de su novela:  Confesiones de Támara Fiol (2009); proferida por Támara, personaje principal de dicha novela.



         Lo de gruta denota una cavidad sagrada para venerarla y musitar una oración erotizada; previa profanación placentera.

         Fue un hallazgo elegante, breve y exacto del lenguaje poético de un novelista.  Desde la antigüedad se le denominó:  Concha venera, asociada al mar.  La asociación al mar también es por los efluvios odorantes que tonifican…

         Posesión tónica calificó José Carlos Mariátegui, a la relación sexual con la mujer verdaderamente amada(1).  Para él, la exaltación erótica es un estado propicio a la creación, al descubrimiento. (2)


Miguel Gutiérrez Correa con su ironizante sonrisa

         Si bien, Confesiones de Támara Fiol no es la  mejor novela de Miguel, bien vale por haber acuñado el sentido figurado del órgano sexual femenino:  Gruta marina.

NOTAS
(1) BAZÁN, Armando:
Mariátegui y su tiempo
Vol. 20 de las ediciones populares
de las obras completas de J.C.M.
Empresa editora Amauta. 2da. edición
(Lima 1972) p.64 de 239.-

(2)MARIÁTEGUI, J.C.:
Esquema de una interpretación de Chaplín (1928)
Obras Completas Tomo 3 “El Alma Matinal”
Lima, Biblioteca Amauta, 1959 pp 55 – 58)
Antonio Rengifo Balarezo
Lima, 28/12/2018)

Publicado:
Viernes, 11 de Enero del 2019