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martes, 27 de noviembre de 2018

CRISIS TERMINAL DEL CAPITALISMO: DE LA “GUERRA COMERCIAL” A LA GUERRA ECONÓMICA GLOBAL



Análisis
27/11/2018

Cuando hablamos de guerra económica, lo primero que se nos viene a la cabeza es una disputa entre bloques (EEUU, China y Unión Europea, principalmente), pero la verdadera guerra económica vigente es la que el capitalismo en su conjunto está librando contra la humanidad y el propio planeta.

El capitalismo nos conduce de manera acelerada al colapso ecológico y a un abismo de mayor violencia, autoritarismo y desigualdad. Para desmantelarlo, se hacen necesarios diagnósticos certeros sobre su dinámica interna (principales apuestas, límites, conflictos), que nos permitan poner palos en la rueda capitalista a la vez que impulsamos alternativas que pongan la vida, el trabajo y el bien común en el centro.

Pero no es un ejercicio sencillo. Vivimos en un sistema incierto y sobrecomplejizado, en el que la velocidad, la escala y la interdependencia en la que se desarrollan relatos, procesos y acciones dificultan la elaboración de radiografías atinadas de lo que nos ocurre.

En el ámbito económico, hasta el estallido financiero de 2008, imperaba un consenso multilateralista en la agenda hegemónica, que apostaba por acumular tratados comerciales, megaproyectos y organismos internacionales en favor del mercado global. Hoy, en cambio, son de actualidad conceptos como guerra comercial, proteccionismo, aranceles, complejo industrial-militar, disputa energética, cuarta revolución industrial (4RI), etc. Y estos definen la actual coyuntura, en el marco de una guerra económica a escala global.

¿Asistimos a un giro en la agenda hegemónica? ¿Han perdido los tratados su rol estratégico tras el congelamiento del TTIP y el avance de gobiernos como el de Trump? ¿Se consolida un escenario des-globalizador en el que prima el proteccionismo estatal? ¿Son los aranceles el centro de la disputa entre bloques corporativo-regionales?

Para responder a estos interrogantes parece necesario discernir lo relevante de lo mediático, complejizar el análisis de la realidad. Con ese ánimo abordamos el reto de definir guerra económica como un fenómeno innegable, pero que debemos situar dentro de las señas de identidad del capitalismo actual.

Las finanzas son el gran hegemón, imponiendo al sistema en su conjunto su naturaleza cortoplacista, inestable y auto-ultrarregulada en su favor a escala mundial.

Cuando hablamos de guerra económica, lo primero que se nos viene a la cabeza es una disputa entre bloques (EEUU, China y Unión Europea, principalmente, de la mano de sus transnacionales), atravesada además por conflictos entre diferentes tipologías de capital (financiero, industrial-militar, digital, extractivo, etc.). Siendo esta la acepción comúnmente aceptada, es solamente una parte de algo más amplio: la verdadera guerra económica vigente es la que el capitalismo en su conjunto está librando contra la clase trabajadora, la humanidad y el propio planeta.

El capitalismo atraviesa un momento especialmente crítico, en el que a las escasas expectativas de reproducción de un enorme excedente financiero se le une la incuestionable merma de la base física en la que opera el sistema. Cómo sostener la acumulación de capital en un contexto de bajo crecimiento, cómo hacerlo con menos recursos materiales y energéticos, y además en un contexto de crisis climática, define su gran paradoja presente.

Para tratar de salir de esta, lanza una virulenta ofensiva en forma de capitalismo del siglo XXI. Su principal objetivo es derribar cualquier barrera (geográfica, política, sectorial) a la mercantilización capitalista a escala global. Todo, de este modo, debe convertirse en espacio de acumulación capitalista. Nada, en sentido contrario, puede impedir el flujo natural del comercio y la seguridad de las inversiones. Y como esta apuesta tiene un alcance limitado, se pretende iniciar una nueva onda económica expansiva de la mano de la 4RI (inteligencia artificial, robotización, automatización, etc.), que permita ampliar exponencialmente la productividad y los sectores de reproducción del capital de la mano de las megaempresas digitales.

Este y no otro es el principal exponente de la guerra económica en ciernes: el conflicto entre un capitalismo caníbal —que exacerba su matriz dictatorial, desigual e insostenible— y la propia vida.

No obstante, la actual coyuntura también exacerba los conflictos intracapitalistas. Quienes detentan el poder compiten por el menguante pastel del crecimiento económico. Se trata de conflictos que no ponen en cuestión la ofensiva capitalista —al menos por el momento, sin descartar hipotéticas escaladas bélicas—, delimitando su disputa dentro del marco de ciertos patrones estructurales vigentes. Destacamos tres, que definen el marco de lo posible para la guerra económica intracapitalista.

En primer lugar, las finanzas son el gran hegemón, imponiendo al sistema en su conjunto su naturaleza cortoplacista, inestable y auto-ultrarregulada en su favor a escala mundial. No hay agenda capitalista que no se adapte a este patrón, en mayor o menor medida.

En segundo término, las cadenas económicas se estructuran en lógicas globales, a partir del control que ejercen las empresas transnacionales. La interdependencia de agentes es muy significativa; toda medida en un territorio (aranceles, intereses, tipos de cambio, etc.) tiene una respuesta global y efectos secundarios cual boomerang, lo que dificulta una guerra abierta y total donde todas las partes tienen mucho que perder.

Y tercero: los capitales en su conjunto son conscientes de la crisis ecológica y de acumulación, por lo que la verdadera confrontación se centra en los materiales y fuentes de energía, por un lado, así como en tratar de tomar la delantera en sectores avanzados de la 4RI (datos, inteligencia artificial, comercio digital), por otro.

Por tanto, la guerra intracapitalista se inserta en los límites de una economía globalizada y financiarizada, que centra sus esfuerzos en superar la grave crisis de acumulación y el colapso ecológico, aunque ello conlleve una guerra abierta entre capital y vida.

Wall Street es “quien manda aquí”, no la industria clásica y agroexportadora.

Esta es la clave para caracterizar la actual guerra económica. Si analizamos la agenda de EEUU, principal percutor del estallido del consenso multilateralista, veremos cómo lo mediático no corresponde con lo estratégico. Así, frente a la supuesta primacía de la guerra arancelaria con China y la UE, y frente a la pretendida apuesta proteccionista sustentada en el America First y el congelamiento del TTIP, EEUU asume la guerra económica en su integridad. Pero siempre dentro de los tres patrones estructurales señalados, ofreciendo así una mirada diferente del concepto.

De esta manera, Wall Street es “quien manda aquí”, no la industria clásica y agroexportadora. La globalización se sigue imponiendo, por tanto, a la necesidad de protección. Las finanzas han conseguido hacer saltar por los aires todo intento de regulación financiera, rebajar los impuestos, elevar los tipos de interés y mantener un dólar fuerte, generar ofensivas contra monedas más débiles y sostener la firma de tratados comerciales como herramienta de blindaje corporativo (como evidencia la actualización del TLCAN), aunque aceptando la necesidad de negociar en mejores condiciones los acuerdos multilaterales como el TTIP.

Esta es la base de la agenda real, que se completa con la competencia salvaje con China por el control de los datos como materia prima —Europa se muestra bastante ausente en este sector—, así como por el desarrollo de nuevos servicios digitales como espacio de acumulación. Esta disputa, junto a la constatación del enorme superávit comercial chino y su control sobre la deuda pública estadounidense, convierten al gigante asiático y a su soberanía en el verdadero objetivo de la guerra intracapitalista, con Europa como convidado de piedra y escenario vulnerable por influenciar. El cuadro de la agenda mainstream concluye con el sostenimiento —también militar, si es necesario— del complejo extractivo de energía y materiales, ante el agotamiento global.

A partir de ahí se desarrollan otras medidas de rango menor, que tratan de contentar al resto de capitales: escaladas verbales belicistas (Rusia, Venezuela, acuerdo atómico, etc.) para favorecer al complejo industrial-militar e incremento limitado de aranceles para la industria doméstica y agroexportadora, que al menos compense el dólar fuerte y sostenga apoyos electorales. Pero todo ello sin la relevancia que le otorgan los medios, dada la interdependencia global que impide una guerra abierta.

¿Cómo enfrentar la guerra económica? En primer lugar, asumiendo la acepción amplia de confrontación con el capital.

En definitiva, EEUU como adalid de la guerra económica muestra que esta se libra fundamentalmente en el ámbito financiero, energético-material y en torno a la 4RI, cuestiones que no parecen estar en el foco mediático. Las finanzas son el eje sobre el que pivota el marco de lo posible, por lo que la apuesta globalizadora y en favor de los tratados se mantiene, con matices. Los aranceles y el proteccionismo estatal, en cambio, tienen un alcance limitado y con un fuerte componente retórico; solo hay verdaderas restricciones al flujo de personas, desde lógicas racistas. Mientras tanto, la guerra económica en sentido amplio se silencia, siendo la mayor amenaza.

En este contexto, ¿cómo enfrentar la guerra económica? En primer lugar, asumiendo la acepción amplia de confrontación con el capital. El cambio en la matriz económica desde claves ecológicas, feministas y de clase, la defensa de los bienes comunes y la disputa en torno a la 4RI —rompiendo el falso relato de la «economía colaborativa»— aparecen como prioridades estratégicas.

En segundo término, no teniendo que elegir entre un capitalismo u otro, uno multilateralista u otro más unilateralista. Ambos nos conducen al abismo social y al colapso ecológico. Por supuesto, se trata de frenar sin ambages el fascismo social y político, pero la alternativa nunca habrá de pasar por un universalismo abstracto y mercantilizado que también nos condena.

Romper esta dicotomía a la que nos empujan los mass media es un tercer eje prioritario, creando una agenda económica y comercial ajena por completo a los relatos y prácticas excluyentes y reaccionarias. Sin por ello denostar la disputa por las soberanías, no solo la estatal sino también la local, regional y global. Y la energética, alimentaria, feminista y popular, redefiniendo conceptos y perspectivas desde una mirada radical e inclusiva. Pese al ruido mediático, el antagonista es claro; el desafío es cómo hacerlo descarrilar.

Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate es autor del libro “Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo XXI” (Icaria, 2018).

Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) - Paz con Dignidad


https://www.alainet.org/es/articulo/196775

martes, 28 de noviembre de 2017

¿HACIA DÓNDE VA EL CAPITALISMO DEL SIGLO XXI?




27/11/2017

En este siglo, el capitalismo se redefine bajo nuevos parámetros políticos, económicos y culturales. Mismas esencias, menos límites a su actuación, un relato más bronco y violento. Un renovado modelo que, para que la rueda no se detenga, busca nuevas formas de reproducción y blinda las ya existentes.

El capitalismo atraviesa en la actualidad una fase de mutación. Se estaría así preparando en este siglo una nueva forma de organización social a nivel planetario, como respuesta a la crisis civilizatoria en ciernes. En esta línea, quienes detentan el poder ya están realizando notables transformaciones —que plantean irlas impulsando en las próximas décadas— para enfrentar tanto el colapso ecológico como, sobre todo, las perspectivas de un crecimiento económico muy débil. Lo que se pretende es ampliar las posibilidades de reproducción capitalista, en un momento crítico de significativas amenazas.

De este modo, se intensifica y amplía el radio de acción de algunas inercias sistémicas —mercantilización, protagonismo del poder corporativo, concentración y centralización del capital— y se revisa la arquitectura político-cultural hegemónica en el siglo XX, ya que esta colisiona con unos horizontes poco halagüeños. La estructura y el modelo económico del Estado español, en su diversidad, se muestra especialmente vulnerable ante esta ofensiva; con una escasa capacidad no solo para posicionar sendas alternativas de vida, sino incluso para responder a las urgencias básicas de las mayorías sociales.

Lo nuevo y lo viejo

Siglo XXI de inercias y de cambios. Cambios profundos para mantener, en un momento crítico, la inercia capitalista: su necesidad de reproducción permanente. Un capitalismo herido que se dispone, en una huida hacia adelante, a desmantelar parcialmente el modelo de organización global edificado en torno a sí mismo en la segunda mitad del siglo XX porque ya no le es funcional. Y que podemos resumir en un relato conformado por tres ideas-fuerza: un crecimiento económico incesante bajo la primacía del poder corporativo; un modelo de democracia liberal-representativa que intermedia entre Estado, mercado y ciudadanía; un imaginario de defensa de derechos individuales –la agenda de colores neoliberal– sostenido sobre la expansión de los beneficios de la globalización y una arquitectura institucional diseñada al efecto. Si bien este capitalismo del siglo XX no ha dejado nunca de mostrar su matriz clasista, patriarcal, colonial, depredadora y violenta, también es cierto que logró posicionar su relato en una combinación permanente de coerción y consentimiento.

Hoy en día, no obstante, el vaso se ha rebosado y la dinámica capitalista no cabe en el estrecho marco del proyecto del siglo XX, por lo que su andamiaje político-cultural pretende ser derribado. La economía es lo primero. Y si antes podían permitirse espacios y sectores definidos desde parámetros diferentes —o en la periferia— de la lógica capitalista, ahora es crucial integrarlos definitivamente en esta. Se lanza así una ofensiva contra todo aquello que aún no está bajo el control del poder corporativo para trascender toda frontera sectorial, geográfica, política y cultural que ponga en cuestión el flujo capitalista. Una apuesta, en definitiva, por la mercantilización de la vida, por el control de su espectro completo, por la hegemonía sin parangón del poder corporativo, ya sin ropajes ni subterfugios.

Dimensiones del capitalismo del siglo XXI

En este siglo XXI, el capitalismo se redefine bajo nuevos parámetros políticos, económicos y culturales. Mismas esencias, menos límites a su actuación, un relato más bronco y violento. En síntesis: un renovado modelo económico que, para que la rueda no se detenga, busca nuevas formas de reproducción y blinda las ya existentes. En el ámbito político, se apuesta por una gobernanza corporativa global; esto es, un gobierno de facto de las grandes empresas que sin eliminar a las instituciones, ampute sus capacidades en favor de las corporaciones. En lo que se refiere al imaginario cultural, se abandona progresivamente la deslegitimada agenda de colores en favor de una dinámica de fascismo social, más adecuada a una realidad donde se hace patente que no todas las vidas tienen valor, ni siquiera son posibles.

Respecto a la dimensión económica, se pretende mercantilizar todo ámbito de la vida. Con una énfasis especial en los bienes naturales, los servicios, lo digital y la esfera de lo público. Y es que estos, además de extender la frontera mercantil global, garantizan el negocio en base a las necesidades humanas básicas, y por tanto permanentes (educación, salud, vivienda, alimentación, bienes naturales, etc.), ahondando en el férreo control del trabajo, los territorios y los bienes naturales escasos. Complementariamente, y ante las escasas vías de reproducción en otras esferas, se redobla la apuesta especulativa mediante el blindaje de la desregulación financiera, que bien pudiera generar otro estallido como el de 2008. Con una mirada de largo alcance, se prefigura una nueva onda expansiva a partir del desarrollo de la automatización, la robotización, la economía digital y el “capitalismo verde”.

En la dimensión política, se trata de eliminar toda traba democrática al natural desempeño económico. La democracia no puede poner ya freno a los negocios, y estos deben realizarse bajo la primacía de la absoluta seguridad jurídica. Este principio se convierte en valor supremo, por lo que se revisan los fundamentos del modelo liberal-representativo en lo que respecta a las capacidades legislativas y judiciales. La tensa relación entre capitalismo y democracia explota por los aires, y en el altar de la reproducción del capital se derriba la arquitectura institucional básica de parlamentos, tribunales públicos y estructuras multilaterales de derechos humanos, principalmente a través de la nueva oleada de acuerdos de comercio e inversión.

En este contexto, el comercio y la inversión se esencializan, implantando de manera definitiva la lex mercatoria: la democracia empezaría ahí donde terminan los mercados capitalistas. En esa misma lógica, las decisiones estratégicas se elevan y se corporativizan todavía más, priorizando los ámbitos de decisión regionales y multilaterales, así como la participación activa de las grandes empresas en ellas. Y no solo de forma indirecta sino directamente, dentro del mismo proceso de elaboración política y contando con una justicia ad hoc.

A la vez, se impulsa un relato cultural que cierra el círculo del proyecto. Frente a la deslegitimación de la agenda de colores neoliberal, que pretendía trasladar una mirada progresista y universalista sobre la globalización, se va posicionando otro imaginario más acorde con la realidad de violencia y exclusión generalizada. Gana espacio pues un discurso de fascismo social, de miedo y confrontación con el otro que, incluso manteniendo cierto pluralismo político, preconiza la ley del más fuerte. Ya parece que no hay sitio para todos y todas, y que solo algunas vidas son vivibles. Y se abunda en la guerra con el otro, con lo diferente, desde sentidos comunes explícitamente reaccionarios. A su vez, como referencia normativa se proyecta un individualismo extremo, moderno, conectado y con acceso a todo —como puede ejemplificarse en algunos casos de la “economía colaborativa”— que invisibiliza, en el voluminoso iceberg oculto bajo el agua, una realidad de servidumbre e hipersegmentación a costa del individualismo de la clase privilegiada.

El capitalismo del siglo XXI conforma un nuevo proyecto que desmantela los mínimos democráticos en el marco del gobierno de hecho de las empresas transnacionales, bajo un patrón de apropiación militar y corporativo del territorio. Un proyecto que ensaya una muy cuestionable onda expansiva de crecimiento económico, sin garantía alguna de alcanzar la productividad esperada, pero que en todo caso nos aboca a una constante de incertidumbre y especulación. Y que ahonda además en el abismo social y el colapso ecológico; frente a agendas inclusivas y pacíficas, nos ofrece fascismo social, miedo y guerra. Con la nueva oleada de tratados de comercio e inversión como uno de los hitos principales de su agenda, mediante la que se trata de derribar toda frontera sectorial, geográfica, política y cultural a los negocios, los mercados y el poder corporativo.

El modelo económico del Estado español

El sistema, en su huida hacia adelante, nos conduce a todos y todas a un atolladero histórico sin precedentes. Revertir radicalmente esta situación, plantear modos de vida alternativos y ser a la vez capaz de responder a las necesidades urgentes de la población, aparecerían pues como los desafíos principales de todo proyecto de futuro. Lamentablemente, el modelo hegemónico en el Estado español parece estar lejos de estos retos.

Centrándonos aquí exclusivamente en la dimensión económica, podemos apuntar una serie de pinceladas que nos muestra un modelo muy poco resiliente e incapaz de ofrecer soluciones. Un modelo que, de manera muy esquemática, se podría definir por la hegemonía del turismo y del sector inmobiliario, así como por la apuesta por el desarrollo de grandes empresas —sobre todo financieras y energéticas— con un volumen de negocio exterior relativamente alto. Todo ello, en última instancia, sustentado sobre una gran dependencia del crédito y la deuda para financiar inversión, consumo y especulación.

Esta estructura económica se muestra profundamente vulnerable, ya que se sustenta sobre sectores de escaso valor añadido y crecimiento de la productividad, que además están detrás de las principales crisis que nos asuelan. Hablamos de especializaciones en sectores escasamente dinámicos, sujetos a múltiples variables externas y que van a verse sujetos a disputas crecientes. Por otra parte, es un modelo muy centralizado en unas pocas corporaciones transnacionales, cuyos beneficios no han derivado siquiera en un cierto goteo para las grandes mayorías. Además, la propia tendencia del capital y las disputas venideras pueden provocar que pierdan su mínimo vínculo peninsular, sobre todo si se siguen concretando otros procesos de absorción como los de Enel sobre Endesa y Suez sobre Abgar.

Una apuesta económica que se sustenta en su conjunto sobre las finanzas, lo que eleva exponencialmente su inestabilidad, abunda en una nueva e hipotética crisis y hace imposible la respuesta ante las necesidades sociales bajo el yugo de la deuda. Un modelo económico al que se le suma una arquitectura político-cultural lastrada por la corrupción, el clientelismo, la incapacidad para buscar salidas democráticas para el legítimo reclamo del derecho a decidir, con unas crecientes muestras de fascismo social y violencia. Un panorama que, al fin y al cabo, demanda un cambio de rumbo desde rupturas democráticas diversas y a partir de una redefinición económica radical.

Fuente: El Salto, 22 de noviembre de 2017