No es
imposible llegar a la revolución socialista (ya existen varios ejemplos a lo
largo del planeta, con evidentes resultados positivos). La historia nos sigue
enseñando que, pese a esas dificultades, el socialismo es necesario.
01/06/2021
I
Hacer una
revolución político-social, económica e ideológico-cultural que cambie de raíz
una sociedad -para el caso: el capitalismo- no es fácil. En absoluto. Es una
tarea titánica, monumental. ¿Por qué? Porque un verdadero cambio en el curso de
la historia humana choca contra una fabulosa inercia que se resiste a cambiar.
Si hablamos de inercia -concepto que viene de la Física- sabemos que estamos
ante una fuerza enorme, una "resistencia" -concepto medular- que
oponen los cuerpos al cambio, ya sea en su estado de reposo o de movimiento.
Eso es un
principio general que aplica para todo el universo. En lo social, en lo humano,
no puede ser distinto: un estado dado se resiste ferozmente a cambiar.
Cualquier cambio cuesta. Cambiar el curso de la historia, cambiar las
relaciones de poder en lo humano, cuesta infinita, colosal, gigantescamente.
Al hablar de
estos "cambios" nos referimos a una transformación radical, básica,
una modificación medular. Cambios cosméticos hay muchos, siempre. De hecho, las
situaciones dadas, lo que se llama el statu quo (el orden imperante, lo
considerado normal) sabe reconfigurarse y cambiar algo superficial para que no
cambie nada en lo estructural. Gatopardismo: socialdemocracia, capitalismo con
rostro humano, por ejemplo. En definitiva: pequeñas válvulas de escape que
descompriman un poco la tensión. Un cambio revolucionario, una transformación
de base es otra cosa. Eso sí se resiste. Se resiste de un modo gigantesco. ¿Por
qué? Porque quien detenta una cuota de poder, con todos los beneficios que ello
trae aparejado, no está dispuesto en lo más mínimo a renunciar a sus prebendas.
En términos
histórico-sociales, las cosas, para cambiar, necesitan un empujoncito. Solas no
cambian. Ese "empujoncito" está dado por la necesaria combinación de
grandes movilizaciones humanas, de explosiones populares masivas más ideas
transformadoras que vertebren la acción transformadora. Un cambio genuino no lo
puede hacer una persona en solitario. "Los libertadores no existen. Son
los pueblos quienes se liberan a sí mismos", decía Ernesto Guevara. Si se
esperan cambios de mesías, no pasamos del más rancio culto a la personalidad.
Por otro lado, las masas solas, en su explosión espontánea, no consiguen doblar
el curso de la historia (es lo que vemos con los movimientos de protesta del
2019, los que ahora reaparecen en Colombia y Chile, las reacciones
antirracistas de Estados Unidos, los chalecos amarillos en Francia). Sin dudas
hoy, en un mundo de pesimismo donde el discurso de derecha dominante parece
haber ido borrando toda posibilidad de cambio, donde hablar de socialismo
parece un acto sacrílego de adoración de extintos dinosaurios, esas
movilizaciones son una bocanada de aire fresco. Marcan un camino. Pero eso solo
no alcanza.
Llegar a una
revolución socialista implica un complejo escenario. En la historia del siglo
XX solo en muy pocos lugares tuvo lugar, escenarios donde se conjugaron
distintos elementos que posibilitaron el proceso. Luego de interminables luchas
populares -que, sin dudas, fueron abriendo camino: abolición de la esclavitud,
las ocho horas de trabajo, conquistas sindicales, voto femenino, autonomía
universitaria, etc.- solo tuvieron éxito unas pocas revoluciones: Rusia, China,
Cuba, Vietnam, Corea, Nicaragua. Otras muchas, o procesos que parecían
desembocar en proyectos socialistas: Alemania, España, México, Chile, Grenada,
Venezuela, Afganistán, socialismos árabes, socialismos africanos post
liberación nacional, fueron derrotadas antes que se consolidaran, trastocadas
en su ideario, debilitadas/aguadadas.
La pregunta
es entonces: ¿por qué cuesta tanto llegar a una revolución socialista
triunfante y hacer que luego se mantenga? La respuesta a esta pregunta es
sumamente compleja, y este breve escrito solo presenta una introducción a la
discusión, invitando a su profundización. Pero no se puede menos de indicar dos
causas: 1) la respuesta conservadora del statu quo ante cualquier intento de
cambio, y 2) las dificultades intrínsecas de la izquierda.
De la
primera causa, no hay mucho en particular que agregar. Se decía más arriba: los
verdaderos cambios profundos en la historia social de los pueblos son
complicadísimos, porque lo viejo se resiste a cambiar. Y se resiste a muerte.
Solo a través de una poderosa fuerza que, literalmente, destruye lo
establecido, se puede establecer lo nuevo. La actual sociedad capitalista, la
sociedad burguesa, gestada económicamente desde el Renacimiento, pero instalada
políticamente en Europa tomando su mayoría de edad recién en el siglo XVIII
-luego esparcida por todo el orbe- accedió al poder con un acto violento,
sangriento, no dejando ningún lugar a dudas que ahora mandaba sobre la
aristocracia medieval. Necesitó cortarle la cabeza a la nobleza francesa para
constituirse en dominadora. Luego, esa nueva clase se hizo conservadora.
El poder es
siempre, forzosamente, conservador. Se resiste mortalmente a cambiar. El poder
no se comparte: se ejerce brutal, despiadadamente. (Eso abre un interrogante
sobre la construcción de nuevas formas de poder popular, democrático,
horizontal -¿dictadura del proletariado?-, temática que excede los límites de
este pobre articulito de difusión). El poder, en cualquiera de sus formas (el
económico, el patriarcado, el racismo, el adultocentrismo) no se cede
gentilmente. Para que se dé un cambio en las correlaciones de fuerza, hay que
arrebatarlo. Las clases dominantes (la burguesía dueña de los medios de
producción: industriales, terratenientes, banqueros), tanto a nivel nacional
como en términos de oligarquía global, cierra filas ante el "peligro
comunista" y responde monolíticamente. Por tanto, el poder no se cede; se
arrebata. Eso es la revolución.
II
Se dice que
la izquierda está siempre dividida. Es cierto. Sucede lo mismo que pasa en ese
campo amplio de lo que podría llamarse la derecha. Ahí también hay diferencias,
fragmentaciones, luchas. Tan así, que se llega a guerras mundiales
devastadoras: ¿qué son las guerras entre Estados sino luchas en torno al
poder?, luchas inter-capitalistas, con el agregado que es el pobrerío quien
pone el cuerpo, mientras las clases dominantes se disputan el botín. Y el amo
ganador usufructúa esa posición. ¿Por qué, entonces, habría de cederla
amablemente? En esa lógica, ¿por qué un macho dominante se equipararía con una
mujer a la que considera "inferior"? O ¿por qué un blanco
supremacista cedería sus beneficios ante un negro a quien esclaviza y
desprecia?
Los
dominadores están dispuestos a todo para no perder sus privilegios: matar,
torturar, desaparecer, mentir, tergiversar. La historia la escriben los
ganadores, por lo que la verdadera historia nunca es la oficial. Se cuenta lo
que el relato de la clase dominante, el amo ganador, quiere/permite contar; esa
es la narrativa ingenua para los actos escolares, para los discursos oficiales,
para los medios de comunicación del sistema. No se dice nada de las montañas de
cadáveres y ríos de sangre con que la clase dominante impide el cambio y se
mantiene gozando las mieles de su poderío.
De esa forma
puede concluirse que cuesta tanto, pero tanto, increíblemente tanto llegar a
una revolución triunfante porque las fuerzas conservadoras (la derecha)
intentan impedirlo por todos los medios. Solo, por evolución espontánea, el
sistema capitalista no puede extinguirse. "El capitalismo no caerá si no
existen las fuerzas sociales y políticas que lo hagan caer", dijo
certeramente el conductor de la Revolución Rusa, Vladimir Lenin. Reafirmando
eso, Ernesto Guevara años después agregó: "La revolución no es una manzana
que cae cuando está podrida. La tienes que hacer caer". Insistamos con la
idea: se deben combinar masas envalentonadas que anhelan el cambio y están
dispuestas a todo, y una fuerza política en condiciones de dirigir esa energía
(llamémosle "izquierda"). Si no se da eso, no puede haber cambio
genuino. Ya vemos donde anida la dificultad: cárceles clandestinas, cámaras de
tortura, infiltración en los movimientos sociales, cooptación de los
sindicatos, desarticulación de toda protesta social, lucha ideológico-cultural
por todos los medios, destrucción y ataque sistemático a cualquier intento
alternativo, híper controles con las nuevas tecnologías cibernéticas, armas de
destrucción masiva si es necesario. El camino de la transformación es sumamente
complejo.
Pero hay un
segundo motivo. Asumiendo que la movilización de las masas necesita siempre una
conducción, ese grupo que dirige (lo que llamamos "izquierda", en su
más amplio espectro) está constituido por seres humanos que no nacieron con una
carga genética izquierdosa. Nadie nace "revolucionario". La actitud
crítica se adquiere (se adquiere a veces: todo está preparado para que no sea
lo más común, para que se continúe acríticamente con lo ya establecido). Ahí,
en esa forma de ser constitutiva, radica el segundo gran problema: la gente de
izquierda es, ante todo, gente. Y por tanto sus "vicios" son los
mismos de cualquiera. Es decir: un militante que adscribe a posiciones
revolucionarias (lo cual hará recién en la adolescencia, no antes) tiene tras
de sí una historia que lo hace ser un sujeto similar a sus congéneres, por
tanto: racista, individualista, machista, adultocéntrico. Todos esos
"vicios" (¿habrá que seguir usando esa infame terminología?,
realmente ¿son vicios?) no desaparecen por un simple acto voluntario, por un
decreto. Es más: no desaparecen ni pueden desaparecer. De ahí que se precisa
siempre una actitud autocrítica para "mantenerlos a raya". Tengámoslo
claro: "mantenerlos a raya", pero no desaparecerlos.
Ahí estriba
el límite: es sumamente difícil -o imposible- despojarse de lo que se es. La
sustancia de la que estamos hechos los seres actuales no puede ser de otro
modo, porque no hay ninguna voluntad posible que nos despoje de nuestra
historia. Nuestra matriz constitutiva es la misma para todo el mundo: izquierda
y derecha. Posteriormente existe la posibilidad de desarrollar una actitud
crítica. Pero no se puede obviar que, para hacer la revolución, se cuenta con
ese material: con revolucionarios que llevan en su ADN social todo eso que se
intenta cuestionar. Las masas que se movilizan y buscan superar el actual e
injusto estado de cosas, también son partícipes de esa misma sustancia. La
noción de propiedad privada, de sujeto individual dueño de su historia, de
completud gozosa que transmite la sensación de poder (de cualquier poder: el varón
sobre la mujer, el viejo sabelotodo sobre el joven inexperto, el citadino sobre
el campesino, el blanco sobre el negro, etc.), todo eso ahí está, en nuestra
humana construcción. Si podremos construir otro sujeto distinto alguna vez,
está por verse. Es el desafío del socialismo.
III
Pero esto no
implica que todo esos mal llamados "vicios" no se puedan cuestionar.
En la izquierda, con una terminología que habría que revisar, se habla de
"desviaciones". Ello presupondría una "camino recto"
(¿ortodoxo?) y eventuales "descarríos" que deberían corregirse. El
examen autocrítico sería la clave, pero no debe dejarse de considerar que una
dificultad agregada al conservadurismo de la derecha, de lo que se resiste a
cambiar, es también esta carga "conservadora" que nos constituye a
todas y todos por igual. Los discursos moralizantes -¡lo que se debe ser!- no
funcionan. Eso es religión, el sermón de la iglesia.
Se dice, a
veces con malicia pero sin con ello faltar a la verdad, que en el difuso y
complejo campo de las izquierdas, la gente se la pasa discutiendo banalidades
bizantinas, que muchas veces esas discusiones alejan la posibilidad real de un
proceso revolucionario, o incluso lo traban, o lo impiden (existen numerosos
ejemplos al respecto). "La izquierda vive desuniéndose y
fragmentándose", se repite. No más que la derecha (sus peleas y
fragmentaciones, por ejemplo, terminaron en la Segunda Guerra Mundial, con 60
millones de muertos). Aunque para seres nacidos y criados en esta subjetividad
actual, hoy día absolutamente globalizada (salvo unos pocos grupos humanos
pre-agrarios que sobreviven en la profundidad de algunas selvas tropicales), la
idea de propiedad privada, autoridad vertical y ejercicio del poder -más todo
lo que se deriva de ello: los mal llamados "vicios"- marca a fuego
las vidas de la población planetaria. Esos contenidos no son, como algunas
veces se dice en el campo de las izquierdas, "formas de pensar del enemigo
de clase"; son, por el contrario, las formas en que todo el mundo se ha
criado. La cuestión -enorme problema sin dudas- es cómo desembarazarse de esa
carga.
Las
relaciones entre los seres humanos no siempre son precisamente armónicas; la
concordia y la solidaridad son una posibilidad, tanto como la lucha, el
conflicto, la competencia. La dieciochesca pretensión iluminista de igualdad y
fraternidad no es sino eso: aspiración. La realidad humana está marcada, ante
todo, por el conflicto. Nos amamos y somos solidarios… a veces; pero también
nos odiamos y chocamos. ¿Por qué la guerra, si no fuera así? ¿Por qué cuando
hubo excedente social, diez mil años atrás con la aparición de la agricultura,
las sociedades tomaron el rumbo que tomaron? ¿Por qué cada dos minutos muere en
el mundo una persona por un disparo de arma de fuego? Por supuesto hoy, con el
ideario comunista, existe la esperanza de construir una nueva matriz social que
dé como resultado un nuevo sujeto, quizá no tan lleno de "vicios".
Poner el
amor como insignia máxima de las relaciones humanas no deja de tener algo de
quimérico (¿inocente quizá?): ¿acaso estamos obligados, o más aún, acaso es
posible amarnos todos por igual, poner la otra mejilla luego de abofeteada la
primera? Nadie está "obligado" a amar al prójimo; pero sí, en todo
caso -eso es la obra civilizatoria- a respetarlo. Se ve entonces que la idea de
"mejorar" moralmente cuesta mucho. ¡Cuesta horrores! Pero sí se puede
construir una sociedad nueva. El tiempo dirá si eso nos libera de las ataduras
actuales.
Con esa
sustancia humana, con eso que somos en cada caso concreto (Lenin, Guevara, la
persona que lee esto ahora, mi vecino, etc., todo el mundo), con ese espécimen
-sin dudas también con contenidos machistas, racistas, llenos de mentiras,
conservador en su fuero íntimo- fue posible llegar a cambios en la historia.
¡Fue posible!, no olvidarlo. Pese a todas esas cargas, a esos impresentables
"vicios", se pudo empezar a construir una sociedad nueva. Acaso las
izquierdas, en alguno de los lugares donde condujo esas transformaciones, la
gente que con ideas de izquierda pudo viabilizar esos cambios, ¿no era también
machista, racista, autoritaria, vertical, homofóbica a veces, etc., etc.? La
esperanza es que en esa sociedad nueva que se empieza a construir, esas
"desviaciones" (¿o formas de ser, mejor llamadas?) se comenzarán a
deconstruir. Ahí está el desafío: una "sociedad de productores libres
asociados", como dijera Marx, donde "De cada quien según sus
capacidades, y a cada quien según sus necesidades".
Se dice
también a veces, desde el mismo campo de la izquierda, o a partir de militantes
de izquierda decepcionados de los manejos políticos conducentes (¡o
inconducentes!) hacia revoluciones, que "la izquierda está perdida",
"no tiene proyecto", "no sabe qué hacer". Anida allí, igualmente,
uno de esos "vicios" que deben ser puestos en cuestión: un velado
ejercicio de poder, de autoritarismo. Quien lo dice, no sin falto de una dosis
e soberbia y altanería, ¿sabrá entonces cuáles son los caminos? Si los sabe,
¿por qué no los revela? Como se ve, esta matriz constitutiva, este ADN social
-como se dijo más arriba- no deja de estar presente en cada militante de la
izquierda. Con esa "viciosa" y "desviada" carga que nos
hace ser lo que somos, es que hay que acometer esa monumental obra de hacer
parir una nueva sociedad. ¡Tarea dificilísima!
Pero… ¡buena
noticia!: no es imposible llegar a la revolución socialista (ya existen varios
ejemplos a lo largo del planeta, con evidentes resultados positivos). Si vemos
que cuesta horrores, es porque 1) básicamente la derecha no lo permite haciendo
lo imposible por evitarlo, y además, porque 2) en la izquierda es más fácil
terminar discutiendo "quién es más revolucionario" que dedicarse a
actuar revolucionariamente. Pero la historia nos sigue enseñando que, pese a
esas dificultades, el socialismo es necesario. Si no, como dijera Rosa
Luxemburgo: "socialismo o barbarie".
https://www.alainet.org/es/articulo/212479