DOS CREADORES
ABSOLUTOS
Lenin y Mariátegui
Octubre 1917 - 1928 Octubre 2010 - 2021
Lenin y
Mariátegui fueron dos creadores absolutos. Dos gigantes en el siglo XX.
Hace miles
de años, el padre de la estrategia Sun Tzu, aconsejaba: “Si no puedes derrotar
a tu enemigo, únetele”. De ese modo, el paganismo romano derrotó al “monoteísmo”
cristiano; y, siglos después, el socialismo pequeño burgués venció al
socialismo proletario. Marx triunfó con Lenin; pero, Proudhon ganó la batalla
después de la muerte de Lenin. La ilusión del equilibrio se impuso a la natural
e inevitable contradicción. Proudhon, el doctrinaire,
busca en la lucha de contrarios la síntesis; pero, la síntesis para él es el
equilibrio.
Los “buenos” deseos de Proudhon prevalecen sobre el movimiento y la
contradicción y el error se impone a la verdad objetiva. El equilibrio, como es
notorio para toda persona medianamente informada, sólo puede ser relativo
porque el movimiento (lucha) es absoluto.
Después de
Mariátegui, debajo de la epidermis proletaria, vive agazapado el punto de vista
pequeño burgués que tiene en Proudhon uno de sus mejores representantes. Hasta
hace algunos años había, en el movimiento socialista peruano, quienes “creían que
su mundo subjetivo sustituía al objetivo” y fundaban su estrategia en la
búsqueda del equilibrio socio-económico. La dialéctica subjetiva a lo Plejánov
- Ravines prevalecía sobre la dialéctica objetiva a lo Lenin - Mariátegui.
Los revolucionarios son por naturaleza, inconformes, iconoclastas,
herejes cuando se proponen encontrar respuestas. La herejía les sirve para hallar la solución. Cuando la encuentran y
entran en posesión de ella, la herejía cesa de ser útil. Una vez en el dominio y disfrute de la solución: la transforman en dogma. A
esa transformación se refiere José Carlos Mariátegui, en su magistral Defensa del Marxismo: “La herejía individual es infecunda. En general, la
fortuna de la herejía depende de sus elementos o de sus posibilidades de
devenir un dogma o de incorporarse en un dogma.”
Podemos afirmar, en consecuencia, que la herejía es la madre de todos los
dogmas. En los orígenes del cristianismo, la idea de un
Dios-Hombre fue el punto de quiebre con el monoteísmo judío y el
mundo pagano. En esa ruptura o punto de quiebre se encuentra el combustible que
mantiene viva la flama cristiana. La utopía de Cristo quebrantaba las antiguas
reglas de poder y en la herejía cristiana residía la potencia del nuevo dogma.
Descubierto el remedio el hombre se aferra a la
solución dando origen a la ortodoxia en la religión, la política o la ciencia.
La ortodoxia, de una parte, cuando no tiene en la heterodoxia su contrapeso,
conduce al dogmatismo, a la ceguera, frente a lo inevitable: el cambio. La
heterodoxia, de otra parte, sin un método y una doctrina,
navega sin rumbo ni objeto en medio de las agitadas aguas de la imaginación. Y
la imaginación voltejea a una velocidad
loca pero inútil en torno a todo y a la vez
nada.
Leonardo da Vinci, el “discípulo de la
experimentación”, rechaza el principio de autoridad y la idea de creer en las
palabras frente a la contundencia de los hechos. La máxima “Nullius in verba”
(no hay que creer en las palabras de nadie) le convirtió en hombre de ciencia. Creer y no creer es un postulado básico entre los
hombres de ciencia. La constante
de Einstein tiene la velocidad de la luz como
velocidad límite a la que ninguna otra puede sumarse. Esta constante es una verdad como un templo para los hombres
de ciencia, pero al mismo tiempo la asumen con escepticismo. La ciencia no se queda petrificada ante una “verdad”
o dogma. La ciencia sólo alcanza nuevas cumbres revisando, modificando,
abandonando las viejas verdades, los viejos dogmas. Los socialistas convierten “la verdad
al fin descubierta” de Marx, Lenin, o quien fuera, en dogma (ortodoxia). Pero,
el dogma, sólo puede desarrollarse a través de la herejía (heterodoxia) y la
herejía es la superación del dogma.
En la
historia objetiva (no la que escriben los hombres para su propia gloria), la
dialéctica lo penetra todo relacionando ortodoxia y
heterodoxia, fe y razón, orden y desorden, disciplina y rebeldía, dogma y
herejía. Estas señalan diferentes aspectos de la conducta humana. Actitudes o
comportamientos que si se enseñan u obran por separado responden al mezquino
interés de las clases explotadoras. Ese es el trasfondo que distingue los dos métodos
en la administración del poder: Mandar
Mandando de los explotadores y Mandar
Obedeciendo de los explotados.
Ahora
bien, si entendemos que toda CREACIÓN HUMANA emerge a la vida como una herejía.
Entenderemos que José Carlos Mariátegui fue un hereje y, por cierto, no
cualquier hereje. Comprenderemos que el trato recibido después de muerto no fue
fortuito. Ni tampoco es una ironía, en la historia de los partidos comunistas,
que el
espíritu de la “santa” inquisición viva en el movimiento comunista.
Cristo fue
un hereje en su tiempo y fue crucificado. Mariátegui fue otro hereje y fue tratado como un
apóstata. Si el santo oficio purificaba a los herejes en la hoguera; el
doctrinarismo de izquierda los condena a muerte, al ostracismo, la exclusión y,
hasta la obra escrita, es objeto de latrocinio. Mao Zedong criticando ese estilo fariseo decía que hay “dos
maneras de matar: una con el fusil y la otra con la pluma.” Las cabezas no crecen en las macetas como las flores: “La historia demuestra que una vez caída una cabeza, no hay
cómo volver a unirla al cuerpo, y que con ella tampoco ocurre lo que con los
puerros, que vuelven a crecer luego de cortados. Si cortamos equivocadamente
una cabeza, no hay manera de rectificar el error, aunque lo deseemos.” Lenin,
por su parte, nos sugiere que el monopolio del poder es el punto de partida de
la descomposición de cualquier
organización económica, política o social.
El
socialismo de los Soviets brota de la lucha de clases y se sostiene en un
marxismo dinámico y antidogmático; pero, con el tiempo, ese marxismo se va
fosilizando y empantanando. Y la escolástica y el dogmatismo terminan dominando
su praxis.
El partido bolchevique, en tiempos de Lenin,
era un organismo vivo, agitado por conflictos ideológicos, por desacuerdos
sobre la estrategia y táctica, el análisis de la situación y las tareas de la
organización. Cada uno de esos hombres participaba sin reservas en la lucha
política, tomaba partido por tesis opuestas: se enfrentaban entre sí con
firmeza e inclusive con violencia verbal, pero ninguno se sometía fácilmente.
Sus relaciones personales eran el resultado de un largo pasado de discusiones y
polémicas, de luchas y compromisos, de acuerdos y antagonismos, de rencores y
fraternidades en la victoria o en la derrota.
El monopolio del poder y la censura de los medios de comunicación
enterraron las huellas de un marxismo creativo. Los guardianes de la herencia leninista respondieron al
reto de la historia sólo como guardianes. Y los guardianes jamás podrán volar a
la altura de las águilas. El talento de Lenin no encontró paralelo después de
su muerte. Los genios nacen y se inventan en la experimentación científica, la
lucha de clases y la producción material. En cambio, el doctrinarismo parasita,
en la obra de los maestros, porque está más preocupado en la integridad del
legado que en la RECREACIÓN de la realidad. Imita a los maestros. No es
auténtico, verdadero, original. “La
vida no consiste en buscarse a sí mismo, sino en crearse a sí mismo”, decía George Bernard Shaw. El
doctrinarismo se escandaliza de la más pequeña “mutilación” o interpretación
diferente a la “interpretación auténtica”. La anteojera funciona en una sola
dirección, y los militantes no pueden ni siquiera fisgonear hacia otro lado.
Así la palabra se transforma en vehículo de coerción para asegurar la lealtad
de la militancia (política o religiosa).
Marx o Mariátegui hace mucho dejaron el reino
de la tierra, pertenecen al “reino de los cielos”. No es la cabeza de Marx ni
la de Mariátegui la que determina el itinerario de la lucha de clases. No hay
camino, camino se hace al andar. Nosotros construimos nuestro propio camino,
apoyándonos en el método de Marx, recreando la realidad, y por ende la teoría,
en la variabilidad de posibilidades que la lucha de clases
presenta en nuestro tiempo. El rumbo de la lucha de clases se desenvuelve al
margen, y la más de las veces en contra, de la conciencia individual. La
conciencia es un producto de las contradicciones sociales y, a la vez, como la
conciencia reacciona sobre las contradicciones, la conciencia tiene la
posibilidad de modificar la materia. Sin embargo, el socialismo no puede
definirse por adelantado. Ni pueden elaborarse modelos de socialismo. El socialismo
es un resultado histórico - natural, por la naturaleza fundamentalmente
imprevisible del desarrollo de las contradicciones del capitalismo. Pero, los
doctrinarios de izquierda se alucinan profetas, intransigentes en sus anteojeras, en su
dogmatismo, terminan convirtiendo el socialismo en un cliché, en una fórmula de
“fácil” realización, estéril y muerta.
Mariátegui
desaparece de la escena política en abril de 1930. A partir de ese momento se
impone la concepción lineal de la ortodoxia. El punto de vista del petit bourgeois prevalece en medio del
desconcierto e inmadurez de los hombres del proletariado. Un marxismo de
anteojeras se impone. Este piensa la historia de la clase obrera como el
desarrollo de una línea única que se abre paso entre desviaciones y revisiones.
Esta concepción lleva al exclusivismo personalista (caudillismo) y al
sectarismo organizativo (fanatismo) que menosprecia y censura a los
competidores. Es más, ese partidismo enfermizo se corresponde con un cretinismo
doctrinal que altera la esencia de la teoría. Hace de la teoría un
rito. En lugar de hacer uso de la teoría, para analizar la realidad social, se
la apropian como un icono al cuál adorar. Esta es la base para el culto al
individuo, para el servilismo y el autoritarismo.
En la multitud un
fósforo presume
del futuro penacho.
(Poema Poema A Dios,
Ese Pajarito Mandón de Julio Cortázar)
¿Qué ha pasado con ese marxismo vivo que se
revitaliza permanentemente en la lucha de clases? En La enfermedad infantil del izquierdismo Lenin había advertido: “¡Nuestra
teoría no es un dogma, sino una guía para la acción… Los revolucionarios
rusos, desde la época de Chernishevski acá, han pagado con innumerables
víctimas su ignorancia u olvido de esta verdad. Hay que conseguir a toda costa
que los comunistas de izquierda y los revolucionarios de Europa occidental y
América fieles a la clase obrera paguen menos cara que los atrasados
rusos la asimilación de esta verdad.” Y
ciertamente hemos pagado con millones de víctimas la ignorancia u olvido de esa verdad irrefutable. En 1920
aconsejaba a los revolucionarios del mundo que aprendan de los errores de los
rusos y no se precipiten en un dogmatismo miope y enfermizo. Pero, después de Lenin, los funcionarios de partido,
evangelizaron el marxismo trastocándolo en un código de fórmulas
válidas para todo tiempo y lugar. El cretinismo doctrinal había enervado el
marxismo transformándolo en un corpus teórico, rígido e inerte.
Pero el marxismo es un método
fundamentalmente dialéctico. No se reduce a un conjunto de ideas elaboradas por
Marx y Engels, por lo contrario –dice José Carlos Mariátegui-, es continuado
por hombres como Lenin que nos prueba, en la política práctica, con el testimonio irrecusable de
una revolución, que el marxismo es el único medio de proseguir y superar a Marx. Vale decir, el marxismo es un método, que ha revolucionado la manera de
entender la historia, de enfrentar la vida, de pensarla hasta en sus más
insignificantes detalles. El marxismo ha arrancado a los explotados del marasmo
y el conformismo y es percibido como el pensamiento de la clase obrera. El
marxismo habita en el cerebro de los obreros revolucionarios. La palabra
“marxismo” resume un complejo mundo de pensamientos con los cuales los
explotados se piensan, piensan su historia y piensan el capitalismo en su
conjunto, en su movimiento contradictorio, en su sometimiento y rebelión, y a
partir de ese pensamiento impersonal elaborado por sus “intelectuales
orgánicos” se constituyen determinadas formas organizativas para responder a la
opresión y explotación del capital. ¡Ese
es el marxismo militante de los revolucionarios pensantes y operantes!
Actualmente,
en el desarrollo del pensamiento, se
tiende hacia la formación de un “cerebro” colectivo, que marcará el fin del
marxismo, y de toda doctrina, cuando éstas se conviertan en parte orgánicas del
pensar humano. El dogma o mito social mueve montañas; pero, el
doctrinarismo, encadena las potencialidades del sujeto social. Son los hombres
quienes como por “arte de magia” mutan las teorías (perfectibles) en doctrinas
(“perfectas”), y son ellos mismos los que las arrojarán al tacho de basura.
Mientras el hombre enajenado exista sobre la tierra las teorías se convertirán
en doctrinas. Mientras no se libere la potencia revelada, en la fuerza de
producción multiplicada (clase obrera), el individuo concreto no podrá
emanciparse como individuo distinto pero universal. Esa es la razón de que los
militantes socialistas transfiguren el marxismo y lo conviertan en doctrina; es
decir, en un sistema cerrado, auto justificador y dogmático. Pero, el marxismo
no es ni puede ser una teoría acabada. El marxismo no es ni puede ser un
sistema cerrado. El marxismo no es ni puede ser una ciencia concluida. El
marxismo es una teoría que se desarrolla en medio de
contradicciones y a través de contradicciones. Lo cual no
es nada extraño; pues, es el modo natural de desarrollo de la humanidad.
La crítica al
doctrinarismo es una constante en Mariátegui. El Mensaje al Segundo Congreso Obrero de Lima (1927) es continuado con
su Defensa del marxismo de septiembre
1928 – junio 1929. En éste punto, debemos advertir lo que el mismo José Carlos
en noviembre de 1928 escribiera: “El libro que daré a Babel se titula Defensa del Marxismo porque incluiré en
él un ensayo que concluye en el próximo número de Amauta, y que revisaré antes
de enviarle. Como segunda parte va un largo ensayo: Teoría y Práctica de la
Reacción, crítica de las mistelas neo-tomistas y fascistas. El subtítulo de la
obra será siempre POLEMICA REVOLUCIONARIA.” Su
alegato opuesto a las revisiones negativas de los hombres de la II
Internacional predominaba, sin descuidar, la crítica al doctrinarismo de
izquierda en la III Internacional. Dos años antes, en 1926, ya había marcado
distancia con el estólido dogmatismo de la Internacional Comunista. En enero de
ese año escribe “La agonía del
cristianismo” de don Miguel de Unamuno en el que, sin lugar a equívocos,
dice: “Marx
no está presente, en espíritu, en todos sus supuestos discípulos y herederos.
Los que lo han continuado no han sido los pedantes profesores tudescos de la
teoría de la plusvalía, incapaces de agregar nada a la doctrina, dedicados sólo
a limitarla, a estereotiparla; han sido, más bien, los revolucionarios,
tachados de herejía, como Georges Sorel —otro agonizante diría Unamuno— que han
osado enriquecer y desarrollar las consecuencias de la idea marxista. El
“materialismo histórico” es mucho menos materialista de lo que comúnmente se
piensa.”
José
Carlos Mariátegui, al afirmar que sólo hay posibilidad de progreso y de
libertad dentro del dogma, en junio de 1929, puso en jaque al
doctrinarismo. El dogma –dice el autor de
los Siete Ensayos– es entendido aquí como la doctrina de un cambio histórico. Y
mientras el cambio se opera, continúa José Carlos, mientras el dogma no se
transforma en un archivo o un código de una ideología del pasado, nada
garantiza como el dogma la libertad creadora, la función germinal del
pensamiento.
Mariátegui al relacionar dogma y herejía, ortodoxia y heterodoxia, dejaba sin
piso al doctrinarismo que opone esos conceptos como si no tuvieran relación. La
metafísica trata la dialéctica de los conceptos –reflejo en el cerebro
del movimiento real–, como
realidades “conceptuales” separadas –absolutamente opuestas–, que se niegan o rechazan la una a la otra. Esa es una manera de negar el encanto
dialéctico de conceptos que no tienen significación el uno sin el otro. Marx
decía el lenguaje es la
conciencia práctica (La Ideología Alemana)
porque “lo concreto es concreto, ya que constituye
la síntesis de numerosas determinaciones, o sea la unidad de la diversidad.”
Malgrado la intolerancia de los doctores del marxismo de ayer y
hoy.
La homogeneidad es la unidad de la heterogeneidad. El doctrinarismo de izquierda se sostiene en la ilusión de la
“homogeneidad” del pensamiento, vale decir, el rebaño como política. El sueño
burgués de la política de los clones. Fantasía imposible porque los hombres son
en gran medida producto de las circunstancias y las circunstancias son variables
como la vida misma.
Las obras imperecederas son producto del ingenio humano. Muchas de éstas
quiebran las reglas, destruyen los viejos dogmas, debilitan las tradiciones
culturales o científicas, sustituyéndolas por nuevos paradigmas. Una nueva idea
produce un gran revuelo entre los hombres del vulgo. Es el momento en que se
produce un punto de quiebre, y como tal, genera reacciones “naturales” en
ciertos sectores interesados o involucrados. Isaac Asimov comenta, en su
conferencia El futuro de la humanidad,
que la resistencia, generalmente, viene de aquellos
grupos que enfrentan una pérdida de influencia, status, dinero, etc., como
resultado del cambio; pero, nunca declaran la razón de su resistencia. Por lo contrario,
siempre dicen que es por el bien de la humanidad. Por ejemplo, cuando las
diligencias llegaron a Inglaterra, –relata Asimov– los propietarios de los
canales fluviales objetaron. No porque ellos perderían dinero, aunque lo
perdieran, sino porque temían por la humanidad. Argumentaban: ya que las diligencias
corrían a unos veinticinco kilómetros por hora, decían, el aire que golpearía a
los pasajeros, según el Teorema de Bernoulli, absorbería todo el aire de sus
pulmones. El viejo recurso de apelar a la ciencia contra la ciencia. La razón
de la sinrazón.
Romper las reglas establecidas es, en todo tiempo y lugar, una herejía.
Recrear la realidad es cambiar el status quo y, por tanto, es otra herejía. Y
como los revolucionarios son “herejes” en potencia, los Torquemadas, siempre
estarán listos para empalar a los blasfemos, a los sacrílegos, a los
sospechosos de pensar con cabeza propia. Esta escuela es tan antigua como la
propiedad privada. En el siglo XX revive en el movimiento comunista como
doctrinarismo de izquierda. Esta corriente pretende sobrevivir, en pleno siglo
XXI, en contra de las leyes de la física. La física moderna demuestra que nada
es compacto y parejo y, mucho menos, homogéneo; siempre existen pequeñas
grietas u ondulaciones que en modo alguno desdicen la singularidad del objeto.
En
marzo del 2010, Gustavo Pérez, con la agudeza que lo caracteriza, sustenta que todavía existe una tendencia dogmática en el movimiento socialista peruano. Esta tendencia
se esfuerza –inconscientemente- en “sacralizar” el “¿Qué Hacer?” de
Lenin. Pero, lo
cierto es que esa “sacralización” no se limita a la obra de Vladimir Ilich. Los
dogmáticos, de hoy como de ayer, la hacen extensiva al “marxismo” en su
conjunto que ha sido transfigurado en una “doctrina” omnisciente, todopoderosa
y acabada. El doctrinarismo transforma la obra de cualquier “parroquiano” en
cosa divina cuando es simplemente humana. La
izquierda doctrinaria aparentemente asume una defensa
cerrada del “marxismo leninismo” pero, en verdad, lo corroe desde dentro. Estos son una suerte de
defensores del Santo Grial que se autoproyectan más
marxistas que Marx, más leninistas que Lenin, más maoístas que Mao, más
etcéteras que etcétera; pero, en el fondo, su mediocridad sólo les alcanza para
delirios de grandeza mientras su egotismo, su narcisismo, enfermizo y
decadente, se entretiene en disquisiciones de cafetín y butifarra.
En 1929 Mariátegui voltea la mirada hacia el pasado inmediato, resumiendo
el período previo a la constitución del Partido Socialista del Perú: “La
represión de junio (1927), entre otros efectos, tuvo el de promover una
revisión de métodos y conceptos y una eliminación de los elementos débiles y
desorientados en el movimiento social. De un lado se acentúa en el Perú la
tendencia a una organización exenta de los residuos anarcosindicales, purgada
de ‘bohemia subversiva’; de otro lado aparece clara la desviación aprista. Uno
de los grupos de deportados peruanos, el de Mejico, propugna la constitución de
un Partido Nacionalista Libertador. Haya define al APRA como el Kuo Ming Tang latinoamericano.
Se produce una discusión en la que se afirma definitivamente la tendencia
socialista doctrinaria, adversa a toda forma de populismo demagógico e
inconcluyente, y de caudillaje personalista.” Ese es el entender de JCM
de la facción orgánica y doctrinariamente homogénea del primer
gran partido de masas y de ideas de toda nuestra historia republicana.
Entendiendo homogeneidad y heterogeneidad como una unidad dialéctica de la
escuela de Marx.
La unidad dialéctica de lo homogéneo y lo heterogéneo en Mariátegui es
clave para entender el tipo de partido que se proponía construir. En su
marxismo dogma equivale a doctrina. Y doctrina conduce a la ortodoxia en el
verbo y la acción, esto es, al mito revolucionario: la revolución social. De
modo que sólo el dogma hace posible la identidad de voluntades (ortodoxia)
dentro de una diversidad de pareceres (heterodoxia). Por consiguiente, en la
lucha de clases, la fuerza avasalladora de las masas, la potencia realizadora
del hombre masa, brota del dogma revolucionario. Veamos, un par de ejemplos. Fuente Ovejuna: todos a una. Los
grupos llegan a formar un “cerebro colectivo” capaz de tomar decisiones y
moverse como si de un único organismo se tratara. Una pequeña minoría informada
(¿inteligencia colectiva?) es capaz de guiar a otros individuos hacia un
objetivo a partir del entendimiento dogmático de la herejía.
No otra cosa ocurrió en octubre de 1917 cuando Lenin lanzó su famosa consigna:
¡Todo el poder a los Soviets!
Después de Lenin la supremacía teórica se reduce a la
cosificación y codificación de la teoría marxista. La tradición del marxismo se
limita a una fórmula: materialismo histórico/materialismo dialéctico. El redescubrimiento de Marx, Rosa Luxemburgo,
Lenin, Mariátegui, después de la segunda guerra mundial saca en claro que el
marxismo es mucho más rico que las fórmulas de la escuela de Stalin. Ese
redescubrimiento hace posible que el movimiento político retorne a Marx en lo
internacional y continúe a Mariátegui en lo nacional.
Mao Zedong, Critica
a las reaccionarias ideas de Liang Shu–Ming, Tomo V obras escogidas,
Versión Electrónica