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domingo, 15 de septiembre de 2024

POR QUÉ MARX SIGUIÓ RETRABAJANDO EL CAPITAL, VOLUMEN I

 


Marcello Musto

Traducción: Martín Mosquera

La primera edición de El Capital, Volumen I publicó este día en 1867. A lo largo de los años siguientes, Karl Marx y su compañero Friedrich Engels continuaron trabajando en el texto final, mostrando cómo seguía siendo parte de un proyecto crítico vivo.

Por muchas décadas que pasen desde que se publicó por primera vez El Capital de Karl Marx, y por muchas veces que se le tache de obsoleto, una y otra vez vuelve al centro del debate. A sus venerables 157 años (se publicó por primera vez el 14 de septiembre de 1867), la «crítica de la economía política» tiene todas las virtudes de los grandes clásicos: estimula nuevas reflexiones con cada relectura y es capaz de ilustrar aspectos cruciales de nuestro presente, así como del pasado.

Un gran mérito de El Capital es que nos ayuda a situar los acontecimientos del momento actual en la perspectiva histórica adecuada. El famoso escritor italiano Italo Calvino decía que una de las razones por las que un clásico es un clásico es que nos ayuda a «relegar los acontecimientos actuales al rango de ruido de fondo». Tales obras plantean las cuestiones esenciales que no se pueden eludir para comprenderlas adecuadamente y abrirse camino a través de ellas. Por eso los clásicos siempre se ganan el interés de las nuevas generaciones de lectores. Siguen siendo indispensables, a pesar del paso del tiempo.

Esto es precisamente lo que podemos decir de El Capital, 157 años después de su primera publicación. De hecho, se ha vuelto aún más poderoso a medida que el capitalismo se extiende por todos los rincones del planeta, y se expande a todas las esferas de nuestra existencia.

Tras el estallido de la crisis económica en 2007-8, el redescubrimiento de la obra magna de Marx fue una verdadera necesidad, casi una especie de respuesta de emergencia a lo que estaba ocurriendo. Si la gran obra de Marx había caído en el olvido tras la caída del Muro de Berlín, proporcionaba claves aún válidas para comprender las verdaderas causas de la locura destructiva del capitalismo. Así, mientras los índices bursátiles mundiales quemaban cientos de miles de millones de dólares y numerosas instituciones financieras se declaraban en quiebra, en pocos meses El Capital vendió más ejemplares que en las dos décadas anteriores.

Lástima que el renacimiento de El Capital no se cruzara con lo que quedaba de las fuerzas de la izquierda política. Se engañaron pensando que podían retocar un sistema que cada vez mostraba más su irreformabilidad. Cuando llegaron al gobierno, adoptaron leves medidas paliativas que no hicieron nada para mitigar las desigualdades socioeconómicas cada vez más dramáticas y la crisis ecológica en curso. Los resultados de estas decisiones están a la vista de todos.

Pero el actual renacimiento de El Capital responde a otra necesidad: la de definir -también gracias a un cúmulo de estudios recientes- cuál es exactamente la versión más fiable del texto al que Marx dedicó la mayor parte de su labor intelectual. Se trata de una cuestión sin resolver desde hace mucho tiempo, derivada de la forma en que Marx elaboró y perfeccionó su estudio.

Las múltiples versiones del Volumen I

La intención original del revolucionario alemán, cuando redactó el primer manuscrito preparatorio (los Grundrisse de 1857-58), había sido dividir su obra en seis volúmenes. Los tres primeros debían dedicarse al capital, la propiedad de la tierra y el trabajo asalariado; los últimos, al Estado, el comercio exterior y el mercado mundial.

La creciente conciencia de Marx, a lo largo de los años, de que un plan tan vasto era imposible de llevar a cabo, le obligó a desarrollar un proyecto más práctico. Pensó en prescindir de los tres últimos volúmenes e integrar en el libro sobre el capital algunas partes dedicadas a la propiedad de la tierra y al trabajo asalariado. Este último fue concebido en tres partes: El Volumen I estaría dedicado al Proceso de producción del capital, el Volumen II al Proceso de circulación del capital y el Volumen III al Proceso general de producción capitalista. A éstos debía añadirse un volumen IV -dedicado a la historia de la teoría- que, sin embargo, nunca se inició y que a menudo se confunde erróneamente con las Teorías de la plusvalía.

Como es bien sabido, Marx sólo terminó realmente el Volumen I. El segundo y el tercer volumen no vieron la luz hasta después de su muerte; aparecieron en 1885 y 1894, respectivamente, gracias a un enorme esfuerzo editorial de Friedrich Engels.

Si los estudiosos más rigurosos han cuestionado repetidamente la fiabilidad de estos dos volúmenes, compuestos a partir de manuscritos inacabados y fragmentarios escritos con años de diferencia y que contenían numerosos problemas teóricos sin resolver, pocos se han dedicado a otra cuestión no menos espinosa: si existió en realidad una versión definitiva del Volumen I.

La disputa ha vuelto al centro de atención de traductores y editores, y en los últimos años han aparecido numerosas e importantes nuevas ediciones de El Capital. En 2024, algunas de ellas salieron en Brasil, Italia y Estados Unidos, donde Princeton University Press publicó esta semana la primera nueva versión en inglés en cincuenta años (la cuarta en total) gracias al traductor Paul Reitter y al editor Paul North.

Publicado en 1867, tras más de dos décadas de investigación preparatoria, Marx no estaba plenamente satisfecho con la estructura del volumen. Acabó dividiéndolo en sólo seis capítulos muy largos. Sobre todo, estaba descontento con la forma en que había expuesto la teoría del valor, que se había visto obligado a dividir en dos partes: una en el primer capítulo, la otra en un apéndice escrito apresuradamente después de la entrega del manuscrito. Así, la redacción del tomo I siguió absorbiendo parte de las energías de Marx incluso después de su impresión.

En la preparación de la segunda edición, vendida por entregas entre 1872 y 1873, Marx reescribió la sección crucial sobre la teoría del valor, insertó varias adiciones relativas a la diferencia entre capital constante y variable y sobre la plusvalía, así como sobre el uso de máquinas y tecnología. También remodeló toda la estructura del libro, dividiéndolo en siete partes, que comprendían veinticinco capítulos, a su vez cuidadosamente divididos en secciones.

Marx siguió de cerca el proceso de la traducción rusa (1872) y dedicó aún más energía a la versión francesa, que apareció -también por entregas- entre 1872 y 1875. Tuvo que dedicar mucho más tiempo del previsto a revisar la traducción. Insatisfecho con el texto excesivamente literal del traductor, Marx reescribió páginas enteras para que las partes cargadas de exposición dialéctica fueran más fáciles de digerir para el público francés, y para hacer los cambios que consideraba necesarios. Se referían sobre todo a la sección final, dedicada al «Proceso de acumulación del capital». También dividió el texto en más capítulos. En la posdata a la edición francesa, Marx escribió que la versión francesa tenía «un valor científico independiente del original» y señaló que debería «ser consultada también por lectores familiarizados con la lengua alemana».

Como era de esperar, cuando se propuso una edición inglesa en 1877, Marx señaló que el traductor «tendría necesariamente que comparar la segunda edición alemana con la francesa», ya que en esta última edición había «añadido algo nuevo y. . . descrito mejor muchas cosas». No se trataba, pues, de meros retoques estilísticos. Los cambios que añadió a las distintas ediciones también integraban los resultados de sus estudios en curso y los desarrollos de su pensamiento crítico en constante evolución.

Al año siguiente, Marx volvió a revisar la versión francesa, destacando sus pros y sus contras. Escribió a Nikolai Danielson, el traductor ruso de El Capital, que el texto francés contenía «muchas variaciones y adiciones importantes», pero admitió que «también se había visto obligado, especialmente en el primer capítulo, a “aplanar” la exposición». Así pues, sintió la necesidad de aclarar que los capítulos sobre «La mercancía y el dinero» y «La transformación del dinero en capital» debían «traducirse siguiendo exclusivamente el texto alemán». En cualquier caso, puede decirse que la versión francesa constituía mucho más que una traducción.

Marx y Engels tenían ideas diferentes al respecto. El autor estaba satisfecho con la nueva versión, considerándola, en muchas partes, una mejora con respecto a las anteriores. Pero Engels, aunque elogiaba algunas de las mejoras teóricas introducidas, se mostraba escéptico sobre el estilo literario impuesto por la lengua francesa. Escribió: «Creo que sería un grave error utilizar la versión francesa como base para una traducción al inglés».

Así que cuando se le pidió, poco después de la muerte de su amigo, que preparara la tercera edición alemana (1883) del Volumen I, Engels hizo «sólo las alteraciones más necesarias». Su prefacio decía a los lectores que Marx había tenido la intención de «reescribir gran parte del texto del Volumen I», pero que la mala salud se lo había impedido. Engels se sirvió de una copia alemana, corregida en varios puntos por el autor, y de una copia de la traducción francesa, en la que Marx había indicado los cambios que consideraba indispensables. Engels fue parco en sus intervenciones, informando de que «ni una sola palabra fue cambiada en esta tercera edición sin mi firme convicción de que el autor mismo la habría alterado». Sin embargo, no incluyó todos los cambios señalados por Marx.

La traducción inglesa (1887), totalmente supervisada por Engels, se basó en la tercera edición alemana. Afirmó que este texto, al igual que la segunda edición alemana, era superior a la traducción francesa, sobre todo por la estructura de los capítulos. Aclaró en el prefacio al texto inglés que la edición francesa se había utilizado principalmente para probar «lo que el propio autor estaba dispuesto a sacrificar siempre que hubiera que sacrificar en la traducción algo de la plena significación del original». Poco antes, en el artículo «Cómo no traducir a Marx», Engels había criticado mordazmente la pésima traducción de John Broadhouse de algunas páginas de El Capital, afirmando que «el poderoso alemán requiere un poderoso inglés para traducirlo… los nuevos términos alemanes acuñados requieren la acuñación de los correspondientes nuevos términos en inglés».

La cuarta edición alemana salió en 1890; fue la última preparada por Engels. Con más tiempo en sus manos, pudo integrar varias correcciones hechas por Marx a la versión francesa, mientras excluía otras. Engels declaró en el prefacio: «Después de comparar de nuevo la edición francesa y las observaciones manuscritas de Marx, he hecho algunas adiciones al texto alemán a partir de esa traducción.» Estaba muy satisfecho con su resultado final, y sólo la edición popular preparada por Karl Kautsky en 1914 introdujo nuevas mejoras.

En busca de la versión definitiva

La edición de El Capital de Engels de 1890, Volumen I, se convirtió en la versión canónica a partir de la cual se realizaron la mayoría de las traducciones en todo el mundo. Hasta la fecha, el Volumen I se ha publicado en sesenta y seis idiomas, y en cincuenta y nueve de ellos se han traducido también el Volumen II y el Volumen III. Con la excepción del Manifiesto Comunista, escrito junto con Engels y del que probablemente se imprimieron más de quinientos millones de ejemplares, así como del Pequeño Libro Rojo de Mao Zedong, que tuvo una tirada aún mayor, ningún otro clásico de la política, la filosofía o la economía ha tenido una tirada comparable a la del Volumen I de El Capital.

Aun así, el debate sobre la mejor versión nunca ha desaparecido. ¿Cuál de estas cinco ediciones presenta la mejor estructura? ¿Qué versión incluye las aportaciones teóricas del Marx posterior? Aunque el Volumen I no presenta las dificultades editoriales de los Volúmenes II y III, que incluyen cientos de cambios realizados por Engels, sigue siendo todo un quebradero de cabeza.

Algunos traductores han decidido basarse en la versión de 1872-73 -la última edición alemana revisada por Marx-, como en el caso de Reitter y North con la nueva edición inglesa. Una versión alemana de 2017 (editada por Thomas Kuczynski) propuso una variante que -alegando una mayor fidelidad a las propias intenciones de Marx- incluye cambios adicionales preparados para la traducción francesa pero desatendidos por Engels. La primera opción tiene la limitación de descuidar partes de la versión francesa que son ciertamente superiores a la alemana, mientras que la segunda ha producido un texto confuso y difícil de leer.

Por lo tanto, son mejores las ediciones que incluyen un apéndice con las variantes hechas por Marx y Engels para cada versión y también algunos de los importantes manuscritos preparatorios de Marx, hasta ahora publicados sólo en alemán y algunos otros idiomas. Sin embargo, no existe una versión definitiva del Tomo I. La comparación sistemática de las revisiones hechas por Marx y Engels depende todavía de posteriores investigaciones de sus más cuidadosos estudiosos.

A menudo se ha calificado a Marx de obsoleto, y a los adversarios de su pensamiento político les encanta declararlo derrotado. Pero, una vez más, una nueva generación de lectores, activistas y estudiosos está poniendo sus manos sobre su crítica del capitalismo. En tiempos oscuros como los actuales, esto es un pequeño buen augurio para el futuro.

Fuente: https://jacobinlat.com/2024/09/por-que-karl-marx-siguio-reescribiendo-el-capital-volumen-i2/

 

domingo, 9 de mayo de 2021

CELEBREMOS AL VIEJO MARX

 


Una entrevista de Nicolas Allen a: Marcello Musto

Traducción: Valentín Huarte

Los últimos años de vida de Marx suelen ser descriptos como un período de decadencia intelectual y física. Sin embargo, sus últimos textos son una mina de oro colmada de reflexiones interesantes que siguen siendo cruciales en nuestro presente.

Definidos con frecuencia como los años «finales», «últimos» o «tardíos», el período entre 1881 y 1883 es uno de los menos elaborados en los estudios sobre Marx. Esta desatención se debe en parte a que las enfermedades que afectaron a Marx durante sus últimos años no le permitieron sostener su ritmo de escritura regular. De hecho, casi no existen obras publicadas durante el período. Sin más hitos de la magnitud de los que marcaron su obra anterior —desde los escritos filosóficos hasta estudio de la economía política—, durante mucho tiempo los biógrafos de Marx consideraron estos años finales como un capítulo menor marcado por una salud debilitada y unas capacidades intelectuales menguantes.

Sin embargo, existen nuevas investigaciones que sugieren que esta no es la última palabra y que los últimos años de Marx serían una mina de oro plagada de elementos que permiten revisar su pensamiento bajo nuevas perspectivas. Conservados en general en cartas, cuadernos y otras «marginalia», los últimos escritos de Marx nos presentan a un hombre que, lejos de los relatos comunes sobre su decadencia, siguió batiéndose hasta último momento con sus propias ideas sobre el capitalismo definido como un modo de producción mundial. Como sugieren sus investigaciones sobre las denominadas «sociedades primitivas», la comuna agraria rusa del siglo XIX y la «cuestión nacional» en las colonias europeas, los escritos de Marx del período testimonian un pensamiento que aborda sus propias complejidades y los problemas del mundo real, especialmente en lo que respecta a la expansión global del capitalismo más allá de las fronteras europeas.

El pensamiento tardío de Marx es el objeto del último libro publicado por Marcello Musto, titulado The Last Years of Karl Marx. Musto entrelaza con destreza la riqueza de los detalles biográficos y un abordaje sofisticado de los escritos de madurez de Marx, que no pocas veces ponen en cuestión las tesis que él mismo había sostenido en otro momento. Nicolas Allen entrevistó a Musto para Jacobin y conversaron sobre las complejidades que conlleva estudiar los últimos años de vida de Marx y los motivos por los cuales actualmente muchas de sus dudas y vacilaciones son más útiles que algunas de sus certezas.


NA

El «último Marx» sobre el que escribiste, es decir, ese período de su pensamiento que abarca los tres años previos a la muerte del autor, suele ser considerado por los marxistas y los académicos como un aditamento insustancial. Dejando de lado el hecho de que Marx no publicó ninguna obra importante durante sus últimos años, ¿por qué este período recibe tan poca atención?

MM

Todas las biografías intelectuales de Marx publicadas hasta la fecha prestan muy poca atención a su última década de vida. En general, toda la actividad posterior a la conclusión de la experiencia de la Asociación Internacional de Trabajadores en 1872 se resume en pocas páginas.  No es casualidad que estos académicos utilicen casi siempre el título genérico «La última década» para encabezar estas partes de sus libros, por cierto muy breves. Mientras que este interés limitado es comprensible en el caso de académicos como Franz Mehring (1846-1919),  Karl Vorländer (1860-1928) y David Ryazanov (1870-1938), que escribieron sus biografías de Marx entre las dos guerras mundiales y solo contaban con un número limitado de manuscritos inéditos, la cuestión es más compleja para los que vinieron después de aquellos años turbulentos.

Dos de los escritos más conocidos de Marx —los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 y La ideología alemana (1845-1846), ambos muy lejos de estar terminados— fueron publicados en 1932 y empezaron a circular solo durante la segunda mitad de los años 1940. La Segunda Guerra Mundial generó una sensación de angustia profunda, sobre todo a causa de las barbaridades del nazismo. En ese clima prosperaron ciertas filosofías, como el existencialismo, y el tema de la situación del individuo en la sociedad se volvió muy importante y generó las condiciones para que se desarrollara un interés cada vez mayor en las ideas propiamente filosóficas de Marx, como la alienación y el ser genérico. Las biografías de Marx publicadas durante el período, al igual que la mayoría de los estudios que surgieron en la academia, reflejaron este Zeitgeist y le otorgaron a estos escritos un peso exagerado. Muchos de los libros que decían presentarles a los lectores el pensamiento completo de Marx, en los años 1960 y 1970, se centraban en general sobre el período 1843-1848, es decir, llegaban hasta la publicación del Manifiesto del Partido Comunista (1848), cuando Marx tenía solo treinta años.

En este contexto, no solo la última década de la vida de Marx era tratada como un aditamento sin mucha importancia, sino que hasta El capital era relegado a una posición secundaria. El sociólogo liberal Raymond Aron definió con precisión esta actitud en el libro D’une Sainte Famille à l’autre. Essais sur les marxismes imaginaires (1969), en donde se burlaba de los marxistas parisinos que pasaban sin mirar por encima de El capital, su obra maestra y resultado de largos años de trabajo, publicada en 1867, cautivados como estaban por la oscuridad y la inconclusión de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844.

Podemos decir que el mito del «joven Marx» —alimentado también por Louis Althusser y por quienes argumentaban que la juventud de Marx no debía ser considerada como parte del marxismo— fue uno de los principales malentendidos en la historia de los estudios sobre Marx. Durante la primera mitad de los años 1840, Marx no publicó ninguna obra que considerara «importante». Por ejemplo, si queremos comprender su pensamiento político debemos leer los discursos y resoluciones que escribió para la Asociación Internacional de Trabajadores, no los artículos periodísticos de 1844 que aparecieron en los Anuarios francoalemanes. Aun si consideramos sus manuscritos incompletos, los Grundrisse (1857-1858) o las Teorías de la plusvalía (1862-1863), debemos tener en cuenta que eran mucho más significativos para él que la crítica del neohegelianismo en Alemania, abandonada a la inmisericorde «crítica de las ratas» en 1846.La tendencia a sobredimensionar los escritos de juventud no se modificó luego de la caída del Muro de Berlín. Las biografías más recientes —a pesar de la publicación de los nuevos manuscritos en la Marx-Engels-Gesamtausgabe (MEGA²), la edición histórico-crítica de las obras completas de Marx y Friedrich Engels (1820-1895)— subestiman sus últimos escritos tanto como lo hicieron los autores del pasado.

Otro motivo de este descuido es la alta complejidad de la mayoría de los estudios emprendidos por Marx durante la fase final de su vida. Escribir sobre el joven estudiante de la izquierda hegeliana es mucho más fácil que lograr manejar la maraña de manuscritos multilingües y los intereses intelectuales de comienzos de los años 1880. Es probable que esto también haya dificultado una comprensión más rigurosa de las importantes conquistas teóricas que hizo Marx durante este período. Al pensar erróneamente que había abandonado completamente la idea de continuar su obra y representarse los últimos diez años de su vida como una «lenta agonía», demasiados biógrafos y académicos de Marx no logran examinar más profundamente lo que realmente hizo durante el período.

NA

En la película Miss Marx, estrenada hace poco, hay una escena que sigue inmediatamente al funeral de Marx en la que se muestra a Eleanor, su hija menor, y a Engels escudriñando documentos y manuscritos en el estudio del difunto. Luego de examinar uno en particular, Engels hace un comentario sobre el interés de Marx durante sus últimos años en las ecuaciones diferenciales y en las matemáticas. The Last Days of Karl Marx deja la impresión de que el espectro de intereses de Marx durante este período fue especialmente amplio. ¿Había un hilo conductor que mantenía unidas sus obsesiones en temas tan diversos como la antropología, las matemáticas, la historia antigua y las cuestiones de género?

MM

Poco tiempo antes de morir, Marx le pidió a su hija Eleanor que le recordará a Engels que debía «hacer algo» con sus manuscritos incompletos. Es sabido que, durante los doce años que vivió luego de la muerte de su amigo, Engels asumió la tarea hercúlea de imprimir los tomos II y III de El capital, en los cuales Marx trabajó sin descanso desde mediados de los años 1860 hasta 1881, aunque no logró terminarlos. Otros textos escritos por Engels, después de la muerte de Marx en 1883, cumplieron indirectamente su voluntad y tienen una íntima relación con las investigaciones que su amigo desarrolló durante los últimos años de su vida. Por ejemplo, El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado (1884) fue denominada por su autor como la«ejecución de un testamento» y al escribirlo Engels se inspiró en las investigaciones de Marx sobre antropología, especialmente en los pasajes que copió, en 1881, de La sociedad antigua (1877) de Henry Morgan (1818-1881) y en los comentarios que añadió a los resúmenes de este libro.

No existe un solo hilo conductor durante los últimos años de investigación de Marx. Algunos de sus estudios surgen simplemente de su voluntad de estar al día con los descubrimientos científicos de su época o de los acontecimientos políticos que consideraba significativos. Marx había aprendido tiempo atrás que el nivel general de emancipación de una sociedad dependía del nivel de emancipación de sus mujeres, pero los estudios antropológicos desarrollados en los años 1880 le dieron la oportunidad de analizar con más profundidad la opresión de género. En cuanto a las cuestiones ecológicas, Marx les dedicó mucho menos tiempo que durante las dos décadas anteriores, aunque se sumergió de nuevo en el estudio de la historia. Entre el otoño de 1879 y el verano de 1880, completó un cuaderno titulado Notas sobre historia india (664-1858) y, entre el otoño de 1881 y el invierno de 1882, trabajó intensamente en los denominados Extractos cronológicos, una línea de tiempo de 550 páginas comentada año por año con una letra todavía más pequeña que la usual. Aquí se incluían resúmenes de acontecimientos mundiales, desde el siglo I hasta la guerra de los Treinta Años de 1648, y se comentaban sus causas y sus rasgos sobresalientes.

Es posible que Marx quisiera probar que sus concepciones estaban bien fundamentadas a la luz de los desarrollos políticos, militares, económicos y tecnológicos más importantes del pasado. En cualquier caso, hay que tener en mente que, cuando Marx emprendió este trabajo, era completamente consciente de que su frágil estado de salud no le permitiría completar el tomo II de El capital. Su expectativa era realizar todas las correcciones necesarias para preparar una tercera edición revisada del tomo I en alemán, pero al final ni siquiera tuvo la fuerza para hacer esto.

Sin embargo, no diría que la investigación que desarrolló durante sus últimos años fue más amplia de lo normal. Tal vez la amplitud de sus investigaciones es más evidente en este período dado que no fueron desarrolladas en paralelo a la escritura de ningún libro ni manuscrito preliminar importantes. Pero las miles de páginas de fragmentos escritas por Marx en ocho lenguas desde que era un estudiante universitario, que abarcan trabajos de filosofía, arte, historia, religión, política, leyes, literatura, historia, economía política, relaciones internacionales, tecnología, matemáticas, fisiología, geología, mineralogía, agronomía, antropología, química y física, son testimonio de la inagotable sed de conocimiento con la que recorría una amplia variedad de disciplinas. Lo que tal vez es sorprendente es que Marx fue incapaz de abandonar este hábito aun cuando su fortaleza física menguó de manera considerable. Su curiosidad intelectual, junto a su espíritu autocrítico, triunfaron sobre lo que hubiese sido una gestión más centrada y «juiciosa» de su trabajo.

Pero las ideas sobre «lo que Marx debería haber hecho» responden en general al deseo un tanto perverso de aquellos a quienes les gustaría que Marx hubiese sido un tipo que no hubiese hecho nada más que escribir El capital, sin detenerse ni siquiera para defenderse de las controversias políticas en las cuales se involucró. Aun cuando él mismo se definió una vez como «una máquina condenada a devorar libros y, luego, devolverlos, bajo una nueva forma, al estercolero de la historia», Marx era un ser humano. Su interés en las matemáticas y en el cálculo diferencial, por ejemplo, comenzó como un estímulo intelectual mientras investigaba un método de análisis social, pero terminó siendo un espacio lúdico, un refugio en momentos de grandes dificultades personales, «una ocupación para mantener la mente tranquila», como solía decirle a Engels.

NA

Los estudios sobre los escritos tardíos de Marx tienden a concentrarse en la investigación de las sociedades no Europeas. ¿Es justo afirmar, como lo hace alguna gente, que al reconocer que hay vías de desarrollo distintas del «modelo occidental» Marx hace borrón y cuenta nueva y empieza una nueva historia, la del Marx «no eurocéntrico»? ¿O sería más adecuado decir que se trata del reconocimiento de Marx de que su trabajo nunca pretendió ser aplicado sin estudiar primero la realidad concreta de las diferentes sociedades históricas?

MM

El primer elemento, y el más importante, para comprender la amplitud geográfica de la investigación de Marx durante su última década de vida, radica en su plan de brindar una explicación más general de la dinámica del modo de producción capitalista a nivel mundial. Inglaterra había sido el principal terreno de observación del tomo I de El capital. Después de su publicación, deseaba expandir las investigaciones socioeconómicas en los dos tomos que todavía no habían escrito. Por este motivo decidió aprender ruso en 1870 y pedía constantemente que le mandaran libros de estadísticas de Rusia y de Estados Unidos. Consideraba que el análisis de las transformaciones económicas de estos países sería muy útil para comprender las formas en las cuales era posible que el capitalismo se desarrollara en distintos períodos y contextos. Este elemento fundamental es subestimado por la bibliografía secundaria sobre el tema —hoy de moda— de «Marx y el eurocentrismo».

Otro elemento clave de la investigación de Marx sobre las sociedades no europeas fue la intención de comprobar si el capitalismo era un prerrequisito para el nacimiento de una sociedad comunista y hasta qué punto era necesario que esta se desarrollara a nivel internacional. La concepción más bien multilineal, que Marx asumió durante sus últimos años, lo llevó a considerar con más atención las especificidades históricas y la desigualdad del desarrollo económico y político en distintos países y contextos sociales. Marx se volvió muy escéptico en cuanto a la transferencia de categorías interpretativas entre contextos históricos y geográficos completamente diferentes y, tal como escribió, también se dio cuenta de que «acontecimientos de una semejanza impactante, que se desarrollan en contextos históricos distintos, llevan a resultados totalmente dispares». Es evidente que este enfoque incrementó las dificultades que debería atravesar la de por sí turbulenta tarea de terminar los tomos incompletos de El capital y contribuyó a la lenta aceptación de que su obra más importante quedaría inconclusa. Pero también abrió nuevas expectativas revolucionarias.

Al contrario de lo que creen un poco ingenuamente algunos autores, Marx no descubrió de repente que había sido eurocéntrico para empezar, luego, a prestarle atención a nuevos temas de estudio, solo porque sentía la necesidad de corregir sus perspectivas políticas. Siempre fue un «ciudadano del mundo», como solía decir, y constantemente intentó analizar las consecuencias mundiales que tenían las transformaciones económicas y sociales. Como se dijo antes, al igual que cualquier otro pensador de esta categoría, Marx estaba al tanto de la superioridad de la Europa moderna sobre los otros continentes del mundo, en términos de producción industrial y organización social, pero nunca consideró que este hecho contingente fuese un factor necesario ni permanente. Y, por supuesto, fue siempre un férreo enemigo del colonialismo. Estas consideraciones deberían resultarle demasiado obvias a cualquiera que haya leído a Marx.

NA

Uno de los capítulos centrales de The Last Years of Karl Marx trata sobre las relaciones de Marx con Rusia. El libro prueba  que Marx sostuvo un diálogo muy intenso con distintas tendencias de la izquierda rusa, especialmente a propósito de su recepción del primer tomo de El capital. ¿Cuáles fueron los puntos más importantes que se plantearon en estos debates?

MM

Durante muchos años, Marx había identificado a Rusia como uno de los principales obstáculos a la emancipación de la clase obrera. En muchas oportunidades señaló que su lento desarrollo económico y su despótico régimen político habían ayudado a convertir al imperio zarista en el puesto más avanzado de la contrarrevolución  Pero en sus últimos años, empezó a mirar a Rusia de otra forma. Reconoció que, luego de la abolición de la servidumbre en 1861, existían condiciones para una gran transformación social. A los ojos de Marx, Rusia era más susceptible de producir una revolución que Gran Bretaña, donde el capitalismo había creado el número proporcionalmente más grande de trabajadores fabriles del mundo, pero donde también el movimiento obrero, que disfrutaba de mejores condiciones de vida en parte gracias a la explotación colonial, se había debilitado y había sufrido la influencia negativa del sindicalismo reformista.

Los diálogos que sostuvo Marx con los revolucionarios rusos eran a la vez intelectuales y políticos. Durante la primera mitad de los años 1870, se familiarizó con la principal literatura crítica sobre la sociedad rusa y le prestó especial atención al trabajo del filósofo socialista Nikolái Chernyshevski (1828-1889). Él creía que, si un fenómeno social determinado alcanzaba un nivel de desarrollo suficiente en los países más avanzados, podía expandirse velozmente en otros pueblos y elevarlos directamente desde un bajo nivel de desarrollo a uno más alto, salteándose los momentos intermedios. Todo esto le brindó a Marx muchos elementos para reconsiderar su concepción materialista de la historia. Durante mucho tiempo, había sido consciente de que el esquema del progreso lineal a lo largo de los modos de producción asiático, feudal y moderno burgués, que había esbozado en el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859), era complemente inadecuado a la hora de comprender el movimiento de la historia y que, en efecto, era aconsejable mantenerse a distancia de cualquier filosofía de la historia. No podía concebir la sucesión de modos de producción en el curso de la historia como una secuencia fija de etapas predeterminadas.

Marx también aprovechó para discutir con los militantes de las distintas tendencias revolucionarias rusas. Tenía estima por la naturaleza sensata de las acciones políticas del populismo ruso —que en ese momento era un movimiento anticapitalista de izquierda—, especialmente porque no recurría a gestos ultrarrevolucionarios sin sentido ni a generalizaciones contraproducentes. Marx supo valorar la relevancia de las organizaciones socialistas existentes en Rusia por su carácter práctico y no por las declaraciones de lealtad que le hacían a sus propias teorías. De hecho, observó que, con frecuencia, los más dogmáticos eran aquellos que afirmaban ser «marxistas». Su exposición a las teorías y a la actividad política de los populistas rusos —como había sucedido una década atrás con los comuneros de París— lo ayudó a ser más flexible al analizar la irrupción de los acontecimientos revolucionarios y de las fuerzas subjetivas que les dieron forma. Esto lo acercó a un verdadero internacionalismo a escala global.

Los diálogos e intercambios que Marx mantuvo con muchas figuras de la izquierda rusa versaban principalmente sobre el complejo asunto del desarrollo del capitalismo, del que se seguían consecuencias teóricas y políticas cruciales. La dificultad de este debate quedó en evidencia en su decisión final de no enviar una carta muy esclarecedora, en la cual criticaba algunas malinterpretaciones de El capital, al periódico Otéchestvennye Zapiski, o en la respuesta corta y cautelosa a la cuestión «de vida o muerte» sobre el futuro de la comuna rural (la obshchina) que le planteó Vera Zasúlich (1849-1919), respuesta por la que optó en lugar de enviarle un texto más largo que había escrito y rescrito en tres borradores preliminares.

NA

La correspondencia de Marx con el socialista ruso Vera Zasúlich es objeto de mucha atención en la actualidad. En esas cartas, Marx sugiere que la comuna rural rusa sería capaz de apropiarse de los últimos avances de la sociedad capitalista —la tecnología, sobre todo— sin estar obligada a atravesar aquellos trastornos que resultaron tan dañinos para el campesinado de Europa Occidental. ¿Podrías exponer con un poco más de detalle el razonamiento que guio a Marx?

MM

Por una coincidencia fortuita, la carta de Zasúlich llegó a Marx justo cuando su interés en las formas comunales arcaicas, en las cuales había se había introducido en 1879 a través del estudio de la obra del sociólogo Maksim Kovalevsky (1851-1916), lo conducían a prestarles más atención a los descubrimientos más recientes de los antropólogos de la época. La teoría y la práctica lo llevaron al mismo lugar. Tomando algunas ideas sugeridas por el antropólogo Morgan, escribió que el capitalismo podía ser reemplazado por una forma de producción colectiva arcaica más elevada.

Esta afirmación ambigua exige al menos dos precisiones. En primer lugar, gracias a lo que había aprendido de Chernyshevski, Marx sostuvo que Rusia no podría repetir servilmente todas las etapas históricas de Inglaterra y de los otros países de Europa Occidental. En principio, la transformación socialista de la obshchina podía desarrollarse sin un tránsito necesario a través del capitalismo. Pero esto no significa que Marx haya cambiado su juicio crítico sobre la comuna rural en Rusia, ni que creyera que los países en donde el capitalismo estaba poco desarrollado estaban más cerca de la revolución que los que tenían un desarrollo productivo más avanzado. No se convenció de repente de que las comunas rurales arcaicas eran un lugar mucho más propicio para la emancipación individual que las relaciones sociales existentes bajo el capitalismo.

En segundo lugar, su análisis de la posible transformación progresiva de la obshchina no apuntaba a convertirse en un modelo general. Era el análisis específico de una producción colectiva particular en un momento histórico preciso. En otras palabras, Marx mostró contar con la flexibilidad teórica y la falta de esquematismo de la que carecieron muchos marxistas posteriores. Hacia el final de su vida, Marx reveló disponer de una apertura teórica todavía más amplia, que le permitió considerar otras vías posibles al socialismo que nunca antes había tomado en serio o que había considerado como imposibles.

Otros reemplazaron las dudas de Marx por la convicción de que el capitalismo era una etapa inevitable del desarrollo económico en todos los países y una condición histórica. El interés que vuelve a emerger en el presente por las observaciones que Marx nunca le envió a Zasúlich, y por otras ideas similares que expresó con más claridad durante sus últimos años de vida, radica en una concepción de la sociedad poscapitalista que se sitúa en el polo opuesto a la ecuación del socialismo y las fuerzas productivas, que no deja de tener tonalidades nacionalistas y cierta simpatía por el colonialismo y que se generalizó en el marco de la Segunda Internacional y en los partidos socialdemócratas. Las ideas de Marx también difieren profundamente del supuesto «método científico» de análisis social que fue preponderante en la Unión Soviética y sus satélites.

NA

Aunque las luchas de Marx contra sus problemas de salud son conocidas, sigue siendo doloroso leer el último capítulo de The Last Years of Karl Marx en el que se registra su agravamiento progresivo. Las biografías intelectuales de Marx señalan adecuadamente que un estudio completo debe conectar su pensamiento con su vida y con sus actividades políticas. Pero, ¿qué sucede con este último período, en el que Marx estaba bastante inactivo a causa de la enfermedad? Al momento de escribir una biografía intelectual, ¿cómo debe abordarse este período?

 MM

Uno de los estudiosos más importantes de Marx, Maximilien Rubel (1905-1996), autor del libro Karl Marx: ensayo de biografía intelectual (1957), sostuvo que para escribir sobre Marx uno debe ser un poco filósofo, un poco historiador, un poco economista y un poco sociólogo al mismo tiempo. Agregaría que al escribir la biografía de Marx uno también aprende mucho de medicina. Marx tuvo que lidiar durante toda su vida madura con múltiples problemas de salud. El más duradero fue una molesta infección de la piel que lo acompañó durante toda la escritura de El capital y que se manifestó en abscesos y forúnculos graves y debilitantes en distintas partes de su cuerpo. Este fue el motivo por el que, al terminar su magnum opus, escribió: «¡Espero que la burguesía recuerde mis forúnculos hasta el día de su muerte!»

Los últimos dos años de su vida fueron especialmente difíciles. Marx sufrió muchísimo las pérdidas de su esposa y su hija mayor y tenía una bronquitis crónica que a veces llegaba a convertirse en pleuritis. Luchó en vano para encontrar un clima que le brindara las mejores condiciones para recuperarse, y viajó, solo, por Inglaterra, Francia e incluso Argelia, en donde emprendió un largo período de complejos tratamientos. El aspecto más interesante de esta parte de la biografía de Marx es la sagacidad, siempre acompañada de una especial disposición para la autoironía, con la que demostró enfrentar las flaquezas de su cuerpo. Las cartas que le escribió a sus hijas y a Engels, cuando sintió que el fin estaba cerca, evidencian su costado más íntimo. Revelan la importancia de lo que él llamaba «el mundo microscópico», comenzando por la pasión vital que tenía por sus nietos. Muestran las consideraciones de un hombre que atravesó una larga e intensa existencia y llegó a evaluarla en todos sus aspectos.

Los biógrafos deben relatar los sufrimientos de la esfera privada, especialmente cuando son relevantes para comprender mejor las dificultades que subyacen a la escritura de un libro, o los motivos por los cuales un manuscrito permaneció incompleto. Pero también deben saber dónde detenerse y evitar la profundización de una mirada indiscreta centrada exclusivamente en los asuntos privados.

 

NA

Una gran parte del pensamiento tardío de Marx está contenido en cartas y cuadernos. ¿Debemos atribuirles a estos escritos el mismo estatus que a las obras mejor logradas? Cuando afirmaste que la escritura de Marx es «esencialmente incompleta», ¿estabas pensando en algo así?

 

MM

El capital quedó incompleto debido a la agobiante pobreza en la que Marx vivió durante dos décadas y a sus constantes enfermedades, que no dejaban de estar vinculadas a aquellas preocupaciones cotidianas. No hace falta decir que el objetivo que se había planteado —entender la naturaleza general del modo de producción capitalista y describir sus tendencias generales de desarrollo— era extraordinariamente difícil de cumplir. Pero El capital no fue el único proyecto que quedó incompleto. La autocrítica impiadosa de Marx dificultaba todavía más sus proyectos y la enorme cantidad de tiempo que empeñaba en estos trabajos antes de publicarlos se debía al rigor extremo al que sometía a todo su pensamiento.

Cuando Marx era joven, era reconocido entre sus amigos de la universidad por su meticulosidad. Hay historias que lo pintan como alguien que se negaba a escribir una frase si no era capaz de demostrarla de diez formas distintas. Este fue el motivo por el que el prolífico estudiante de la izquierda hegeliana publicó, en fin, menos que muchos otros. La creencia de Marx de que su información era insuficiente y sus juicios inmaduros le impedía publicar escritos que tuvieran la forma de bosquejos o fragmentos. Pero este es también el motivo por el cual sus notas son muy útiles y deberían ser consideradas una parte integral de su obra. Muchos de estos esfuerzos incesantes tuvieron consecuencias teóricas extraordinarias en el futuro.

Esto no significa que sus textos incompletos tengan el mismo peso que los publicados. Distinguiría cinco tipos de escritos: obras publicadas, manuscritos preliminares, artículos periodísticos, cartas y cuadernos de extractos. Pero deben hacerse distinciones incluso al interior de estas categorías. Algunos de los textos publicados de Marx no deberían ser considerados como la última palabra sobre el tema del que tratan. Por ejemplo, el Manifiesto del Partido Comunista era considerado por Engels y por Marx como un documento de juventud y no como el texto definitivo que exponía sus principales concepciones políticas. También debemos recordar que los escritos de propaganda política y los científicos no siempre son compatibles.

Desafortunadamente, los errores de lectura que surgen de estas dificultades son muy frecuentes en la bibliografía secundaria sobre Marx. Esto por no mencionar la ausencia de cualquier dimensión cronológica que afecta a muchas reconstrucciones de su pensamiento. Los textos de los años 1840 no pueden ser citados de manera indiscriminada junto a los de las décadas de 1860 y 1870, dado que no tienen el mismo peso en cuanto a conocimiento científico ni a experiencia política. Algunos manuscritos fueron escritos por Marx para uso personal, mientras que otros eran efectivamente materiales preliminares para libros que serían publicados. Marx revisaba y actualizaba algunos con frecuencia, mientras que otros habían sido abandonados sin que existiera ninguna posibilidad de retomarlos (en esta categoría entra el tomo 3 de El capital). Algunos artículos periodísticos contienen reflexiones que deben ser consideradas como complementos de los libros de Marx. Otros, sin embargo, fueron escritos rápidamente para ganar algo dinero y pagar el alquiler. Algunas cartas presentan la verdadera perspectiva de Marx sobre los temas discutidos. Otras contienen una versión suavizada, porque estaban dirigidas a gente de fuera de su círculo, con la que a veces era necesario expresarse en términos diplomáticos.

Por todos estos motivos, está claro que comprender la vida de Marx es indispensable para entender adecuadamente sus ideas. Por último, existen alrededor de 200 cuadernos que contienen resúmenes (y muchas veces comentarios) de los libros más importantes que Marx leyó durante el largo período que abarca de 1838 a 1882. Son esenciales para entender la génesis de su teoría y esos elementos que fue incapaz de desarrollar con el detalle que hubiese deseado.

Lo que Marx pensó durante los últimos años de su vida se encuentra principalmente en estos cuadernos. Es cierto que son muy difíciles de leer, pero nos brindan acceso a un tesoro precioso: no solo las investigaciones que Marx logró terminar antes de morir, sino las preguntas que se planteaba. Algunas de sus dudas pueden llegar a ser más útiles hoy que algunas de sus certezas.

Marcello Musto

Marcello Musto es profesor asociado de Teoría Sociológica en la Universidad de York (Toronto) y autor de numerosos libros, entre ellos Another Marx: Early Manuscripts to the International (Bloomsbury, 2018).

Fuente: https://jacobinlat.com/2021/05/05/celebremos-al-viejo-marx/

 

sábado, 6 de octubre de 2012

MARX: EL REGRESO DEL GIGANTE





Marxismo Crítico
 06-10-2012
  
Traducción para Marxismo Crítico de Merce Amado.

Si la eterna juventud de un autor radica en su capacidad de seguir estimulando nuevas ideas, entonces podemos decir sin lugar a dudas que Karl Marx sigue siendo joven.

Tras la caída del muro de Berlín, conservadores y progresistas, liberales y socialdemócratas, casi de forma unánime decretaron la desaparición definitiva de Marx. Sin embargo, sus teorías vuelven a estar otra vez de rabiosa actualidad, y esto ha ocurrido a una velocidad que es, a todas luces, sorprendente. Desde 2008, la crisis económica en curso y las profundas contradicciones que están desgarrando la sociedad capitalista, han hecho resurgir el interés en un autor arrinconado de forma precipitada después de 1989. Centenares de periódicos, revistas, canales de televisión y de radio se han hecho eco de los análisis que Marx hizo en El Capital y en los artículos que escribió para “The New-York Tribune” mientras observaba el pánico de 1857, la primera crisis financiera internacional de la historia.

Después de veinte años de silencio, en muchos países se vuelve a escribir y a hablar sobre Marx. En el mundo anglosajón las conferencias y cursos universitarios sobre su pensamiento se han puesto otra vez de moda. El Capital vuelve a ser un best-seller en Alemania, y en Japón se ha editado una versión manga de la obra. En China se está publicando una nueva edición, inmensa, de sus obras completas (traducidas del alemán y no, como en el pasado, del ruso). En América Latina se palpa un renovado interés por Marx entre las y los activistas políticos.

El frente académico ha acompañado este redescubrimiento retomando la edición histórico crítica de las obras completas de Marx y Friedrich Engels, la MEGA 2. La nueva edición alemana está organizada en cuatro secciones: (1) obras y artículos; (2) El Capital y todos sus manuscritos preparatorios; (3) correspondencia, y (4) cuadernos de notas. De los 114 volúmenes previstos, 58 ya se han publicado (18 desde que se retomó el proyecto en 1998). El proyecto ha publicado muchas de las obras inacabadas de Marx en el estado en que las dejó, en lugar de publicar los textos con las modificaciones editoriales que experimentaron como se solía hacer en el pasado.

Gracias a esta valiosa innovación y a la publicación de varios cuadernos inéditos, emerge un Marx muy distinto al que nos han presentado muchos de sus oponentes y de sus supuestos seguidores. La estatua de expresión inmutable que señalaba el camino al futuro con certeza dogmática desde las plazas de Moscú y Pekín ha dado paso la imagen de un pensador profundamente autocrítico, que dejó gran parte del trabajo de toda una vida inacabado por su necesidad de consagrar energía a seguir estudiando y revisando sus argumentos.

Así, algunas de las interpretaciones consolidadas de la obra de Marx están siendo nuevamente objeto de debate. Por ejemplo, las primeras cien páginas de La ideología alemana – un texto sobre el que se discutió mucho durante el siglo XX pero que casi siempre se ha considerado acabado – se han publicado ahora en orden cronológico y en su forma original, siete fragmentos separados. Se ha descubierto que formaban parte de otras secciones del libro, dedicado a dos autores de la izquierda hegeliana, Bruno Bauer y Max Stirner. La primera edición, publicada en Moscú en 1932, sin embargo, así como las numerosas versiones posteriores que cuentan sólo con ligeras modificaciones, crearon la falsa impresión de que había un capítulo introductorio sobre Feuerbach en el que Marx y Engels sentaron de forma exhaustiva las leyes del materialismo histórico (un término que Marx nunca utilizó) o, como dijo rotundamente el marxista francés Louis Althusser, conceptualizaron “una ruptura epistemológica inequívoca, claramente presente en la obra de Marx”

Otro interesante aspecto de esta edición es que distingue con mayor claridad entre las partes del manuscrito escritas por Marx y las escritas por Engels, lo cual lleva a una lectura muy diferente de ciertos pasajes que se solían considerar como un todo integrado.

Por ejemplo, el párrafo que diversos autores, unos motivados por la crítica feroz y otros por la defensa ideológica, han considerado como una de las principales descripciones de Marx de la sociedad postcapitalista: “la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar…”

Ahora sabemos que este fragmento fue obra de Engels (todavía entonces influenciado por los socialistas utópicos franceses) y que no contaba en absoluto con el beneplácito de su mejor amigo.

Los nuevos textos incorporados son también importantes para El capital, la obra magna de Marx. En los últimos diez años se han publicado cuatro nuevos volúmenes de la MEGA2 que contienen todos los borradores que faltaban en los volúmenes II y III de El Capital (que Marx dejó inacabado). Así, podemos reconstruir todo el proceso de selección, redacción y corrección que Engels efectuó al editar los manuscritos de Marx. Engels realizó varios miles de modificaciones (una cifra impensable hasta hace muy poco) durante un largo período de trabajo que va desde 1883 hasta 1894. La MEGA2 nos permite ver qué modificaciones fueron más significativas y determinar dónde, por el contrario, fue capaz de ser más fiel al texto original de Marx – que en absoluto podía ser presentado como el producto acabado de su investigación, ni siquiera las páginas dedicadas a la famosa ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

Relegar a Marx al estatus de clásico embalsamado, indicado sólo para la investigación académica especializada sería un error de la misma envergadura que convertirlo en la fuente doctrinaria del “socialismo real”. Ya que, en realidad, sus análisis nunca han gozado de mayor vigencia. Cuando Marx escribió El Capital, el modo de producción capitalista estaba todavía en una fase temprana de su desarrollo. Hoy en día, tras el colapso de la Unión Soviética y su expansión a nuevas regiones del planeta (sobre todo a China), el capitalismo se ha convertido en un sistema global que invade y configura todos los aspectos (no solo los económicos) de la existencia humana. En estas circunstancias, las ideas de Marx están demostrando ser más fértiles de lo que lo fueron en su época.

Además, actualmente la economía no sólo domina la política, dictando su agenda y determinando sus decisiones, sino que se halla fuera de su jurisdicción y control democrático. En las últimas tres décadas, los poderes de toma de decisiones se han trasladado inexorablemente de la esfera política a la económica. Las posibles decisiones políticas se han transformado en imperativos económicos. Esta subordinación de la esfera política a la economía, como si fuera un dominio aislado inmune al cambio, encierra actualmente la más grave de las amenazas a la democracia. Los parlamentos estatales son despojados de sus poderes, que se transfieren a los mercados. Los spread del crédito, las calificaciones de Standard & Poor’s y el índice de Wall Street – esos megafetiches de la sociedad contemporánea – tienen infinitamente mayor influencia que la voluntad de las personas. En el mejor de los casos, el gobierno político puede “intervenir” en la economía (cuando es necesario mitigar la anarquía destructiva del capitalismo y sus violentas crisis), pero no puede cuestionar sus reglas y sus decisiones fundamentales.

Tras veinte años en los que los cantos de alabanza a la sociedad de mercado sólo tuvieron que enfrentarse a la vacuidad de los diversos posmodernismos, la capacidad renovada de otear el horizonte a hombros de un gigante como Marx supone un avance positivo. No sólo para los académicos interesados en la comprensión profunda de la sociedad contemporánea, sino también para cualquiera que esté inmerso en la búsqueda teórica y política de una alternativa democrática al capitalismo.

Marcello Musto es profesor de teoría política en la York University (Toronto) y editor de los volúmenes: “Tras las huellas de un Fantasma” (Siglo XXI, México: 2011), “Karl Marx’s Grundrisse: Foundations of the Critique of Political Economy 150 Years After” (Routledge, London and New York: 2008) y “Marx for Today” (Routledge, London and New York: 2012). www.marcellomusto.com.


lunes, 26 de diciembre de 2011

LOS SAGASES SARCASMOS DE KARL MARX A PROPÓSITO DE LOS "GOBIERNOS TÉCNICOS"



Marcello Musto
Sin Permiso


De regreso, desde hace unos cuantos años, al debate periodístico de todo el mundo por el análisis y el pronóstico del carácter cíclico y estructural de las crisis capitalistas, Marx también podría leerse hoy en Grecia e Italia por otro motivo: la reaparición del "gobierno técnico".

En calidad de periodista de la New York Tribune, uno de los diarios con mayor difusión de su tiempo, Marx observó los acontecimientos político-institucionales que llevaron en la Inglaterra de 1852 al nacimiento de uno de los primeros casos de "gobierno técnico" de la historia: el gabinete Aberdeen (diciembre de 1852/enero de 1855). El análisis de Marx resulta notabilísimo en punto a sagacidad y sarcasmo.

Mientras el Times celebraba el acontecimiento como signo del ingreso "en el milenio político, en una época en la que el espíritu de partido está destinado a desaparecer y en la que solamente el genio, la experiencia, la laboriosidad y el patriotismo darán derecho al acceso a los cargos públicos", y pedía para ese gobierno el apoyo de los "hombres de todas las tendencias", porque "sus principios exigen el consenso y el apoyo universales"; mientras eso decían los editorialistas del diario londinense, Marx ridiculizaba la situación inglesa en el artículo "Un gobierno decrépito. Perspectivas del gabinete de coalición", publicado en enero de 1853. Lo que el Times consideraba tan moderno y bien atado, lo presentó Marx como una farsa. Cuando la prensa de Londres anunció "un ministerio compuesto de hombres nuevos", Marx declaró que "el mundo quedará un tanto estupefacto al enterarse de que la nueva era de la historia está a punto de ser inaugurada nada menos que por gastados y decrépitos octogenarios (.), burócratas que han venido participando en casi todos los gobiernos habidos y por haber desde fines del siglo pasado, asiduos de gabinete doblemente muertos, por edad y por usura, y sólo con artificio mantenidos con vida".

Aparte del juicio personal estaba, claro es, el juicio, más importante, sobre la política. Se pregunta Marx: "cuando nos promete la desaparición total de las luchas entre los partidos, incluso la desaparición de los partidos mismos, ¿qué quiere decir el Times?". El interrogante es, desgraciadamente, de estricta actualidad en un mundo como el nuestro, en que el dominio del capital sobre el trabajo ha vuelto a hacerse tan salvaje como lo era a mediados del siglo XIX.

La separación entre lo "económico" y lo "político", que diferencia al capitalismo de modos de producir que lo precedieron, ha llegado hoy a su cumbre. La economía no sólo domina a la política, fijándole agenda y decisiones, sino que le ha arrebatado sus competencias y la ha privado del control democrático, y a punto tal, que un cambio de gobierno no altera ya las directrices de la política económica y social.

En los últimos 30 años, inexorablemente, se ha procedido a transferir el poder de decisión de la esfera política a la económica; a transformar posibles decisiones políticas en incontestables imperativos económicos que, bajo la máscara ideológica de lo apolítico, disimulan, al contrario, un injerto netamente político y de contenido absolutamente reaccionario. La "redislocación" de una parte de la esfera política en la economía, como ámbito separable e inalterable, el paso del poder de los parlamentos (ya suficientemente vaciados de valor representativo por los sistemas electorales mayoritarios y por la revisión autoritaria de la relación entre poder ejecutivo y poder legislativo) a los mercados y a sus instituciones y oligarquías constituye en nuestra época el mayor y más grave obstáculo atravesado en el camino de la democracia.

Las calificaciones de Standard & Poor's o las señas procedentes de Wall Street -esos enormes fetiches de la sociedad contemporánea- valen harto más que la voluntad popular. En el mejor de los casos, el poder político puede intervenir en la economía (las clases dominantes lo necesitan, incluso, para mitigar las destrucciones generadas por la anarquía del capitalismo y la violencia de sus crisis), pero sin que sea posible discutir las reglas de esa intervención, ni menos las opciones de fondo.

Ejemplo deslumbrante de cuanto llevamos dicho son los sucesos de estos días en Grecia y en Italia. Tras la impostura de la noción de un "gobierno técnico" -o, como se decía en tiempos de Marx, del "gobierno de todos los talentos"- se oculta la suspensión de la política (referéndum y elecciones están excluidos), que debe ceder en todo a la economía. En el artículo "Operaciones de gobierno" (abril de 1853), Marx afirmó que "acaso lo mejor que pueda decirse del gobierno de coalición ('técnico') es que representa la impotencia del poder (político) en un momento de transición". Los gobiernos no discuten ya sobre las directrices económicas hacederas, sino que son las directrices económicas las parteras de los gobiernos.

En el caso de Italia, la lista de sus puntos programáticos se puso negro sobre blanco en una carta (¡que, encima, tenía que haber sido secreta!) dirigida por el Banco central Europeo al gobierno de Berlusconi. Para "recuperar la confianza" de los mercados, es necesario avanzar expeditamente por la vía de las "reformas estructurales" -expresión que ha llegado a ser sinónimo de estrago social-, es decir: reducción de salarios, revisión de los derechos laborales en materia de contratación y despido, aumento de la edad de jubilación y, en fin, privatizaciones a gran escala.

Los nuevos "gobiernos técnicos", encabezados por hombres crecidos bajo el techo de algunas de las principales instituciones responsables de la crisis (véase, hoy, el currículum de Papademos; mañana o pasado, el de Monti), seguirán esa vía. Ni que decir tiene, por "el bien del país" y por el "futuro de las generaciones venideras". De cara a la pared cualquier voz disonante del coro. Pero si la izquierda no quiere desaparecer, tiene que volver a saber interpretar las verdaderas causas de la crisis en curso, y tener el coraje de proponer y experimentar las respuestas radicales que se precisan para superarla.

(*) Marcello Musto es profesor de Ciencia Política en la York University de Toronto y editor del libro recientemente publicado en castellano: "Tras las huellas de un fantasma. La actualidad de Karl Marx". Siglo XXI, 2011. Su web es: http://www.marcellomusto.com/

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4558