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viernes, 29 de diciembre de 2023

ENGELS HABLANDO SOBRE LAS CIENCIAS EXACTAS, LAS CIENCIAS NATURALES Y LAS CIENCIAS SOCIALES

 

De actualidad: guía para la acción


«Si alguna vez llegara la humanidad al punto de no operar más que con verdades eternas, con resultados del pensamiento que tuvieran validez soberana y pretensión incondicionada a la verdad, habría llegado con eso al punto en el cual se habría agotado la infinitud del mundo intelectual según la realidad igual que según la posibilidad; pero con esto se habría realizado el famosísimo milagro de la infinitud finita.

Pero ¿no hay verdades tan firmes que toda duda a su respecto nos parece locura? Por ejemplo, que dos por dos son cuatro, que los tres ángulos de un triángulo suman dos rectos, que París está en Francia, que un hombre sin alimentar muere de hambre, etc. ¿Hay, pues, verdades eternas, verdades definitivas de última instancia?

Ciertamente. Es bien sabido que podemos dividir todo el ámbito del conocimiento en tres grandes sectores. El primero comprende todas las ciencias que se ocupan de la naturaleza inerte y que son más o menos susceptibles de tratamiento matemático: la matemática, la astronomía, la mecánica, la física, la química. El que guste de aplicar palabras majestuosas a cosas muy sencillas, puede decir que ciertos resultados de estas ciencias son verdades eternas, definitivas verdades de última instancia: razón por la cual se ha llamado exactas a estas ciencias. Pero no todos los resultados. Con la introducción de las magnitudes variables y la ampliación de su variabilidad hasta lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, la matemática, tan rigurosa en general en sus costumbres, ha cometido su pecado original; ha comido la manzana del conocimiento, la cual le ha abierto la vía de los éxitos más gigantescos, pero también de los errores. Se perdió para siempre el virginal estado de la validez absoluta, de la inapelable demostración de todo lo matemático; empezó el reino de las controversias, y hemos llegado ahora a una situación en la cual la mayoría de la gente diferencia e integra no porque entienda lo que hace, sino por mera fe, porque el resultado ha sido hasta ahora siempre correcto.

Aún peor es lo que ocurre en la astronomía y la mecánica, y en la física y la química uno se encuentra en medio de hipótesis como en medio de un enjambre de abejas. Ni tampoco es la ciencia posible de otra manera. En física nos encontramos con el movimiento de moléculas, en química con la formación de moléculas a partir de átomos y, a menos que la interferencia de las ondas luminosas sea una fábula, no tenemos perspectiva alguna de poner jamás ante nuestros ojos esos interesantes objetos y verlos. Las verdades definitivas de última instancia van a resultar curiosamente escasas con el tiempo.

Aún peor estamos con la geología, la cual, por su naturaleza misma, se ocupa de procesos en los cuales no hemos estado presentes ni nosotros ni ningún hombre. La cosecha de verdades definitivas de última instancia es consiguientemente cosa de mucho esfuerzo y, por tanto, muy escasa.

La segunda clase de ciencias es la que comprende la investigación de los organismos vivos. En este terreno, se despliega una tal multiplicidad de interacciones y causalidades que toda cuestión resuelta plantea una multitud de cuestiones ulteriores, y cada cuestión particular no puede generalmente resolverse sino a pasos parciales, mediante una serie de investigaciones que a menudo requieren siglos; y la necesidad de una concepción sistemática de las conexiones obliga siempre y de nuevo a rodear las verdades definitivas de última instancia con todo un bosque exuberante de hipótesis. Piénsese en la larga serie de estados intermedios que han sido necesarios, desde Galeno hasta Malpighi, para establecer correctamente una cosa tan sencilla como la circulación de la sangre en los mamíferos, o lo poco que sabemos del origen de los corpúsculos de la sangre, o la cantidad de eslabones intermedios que nos faltan, por ejemplo, para enlazar las manifestaciones de una enfermedad con sus causas en una conexión racional. Frecuentemente se producen además descubrimientos como el de la célula, que nos obligan a someter a una revisión total todas las verdades definitivas de última instancia registradas hasta el momento en el campo de la biología, y a eliminar para siempre un gran montón de ellas. Por tanto, el que en este ámbito quiera establecer auténticas verdades inmutables tendrá que contentarse con trivialidades como: todos los hombres tienen que morir, todos los mamíferos hembras tienen glándulas mamarias, etcétera. Ni siquiera podrá decir que los animales superiores digieren con el estómago y los intestinos y no con la cabeza, pues la actividad nerviosa centralizada en la cabeza es necesaria para la digestión.

Pero aún peor es la situación de las verdades eternas en el tercer grupo de ciencias, el grupo histórico, que estudia las condiciones vitales de los hombres, las situaciones sociales, las formas jurídicas y estatales con su sobrestructura ideal de filosofía, religión, arte, etc., en su sucesión histórica y en su resultado actual. En la naturaleza orgánica nos encontramos por lo menos con una sucesión de procesos que, en la medida en que se trata de nuestra observación inmediata, se repiten con bastante regularidad en el seno de límites bastante amplios. Las especies orgánicas siguen siendo a grandes rasgos las mismas que en tiempos de Aristóteles. En cambio, en la historia de la sociedad las repeticiones de situaciones son excepcionales, no son la regla, en cuanto rebasamos las situaciones primitivas de la humanidad, la llamada edad de piedra, y cuando se producen tales repeticiones no tienen lugar nunca exactamente en las mismas condiciones. Así ocurre, por ejemplo, con la presencia de la propiedad colectiva originaria de la tierra en todos los pueblos cultos y la forma de su disolución. Por eso en el terreno de la historia humana estamos con nuestra ciencia mucho más atrasados que en el de la biología; aún más: cuando excepcionalmente se llega a conocer la conexión interna de las formas de existencia sociales y políticas de una época, ello ocurre por regla general cuando esas formas están ya en parte sobreviviéndose a sí mismas y caminan hacia su ruina. El conocimiento es aquí, pues, esencialmente relativo, en cuanto se limita a la comprensión de la coherencia y las consecuencias de ciertas formas de sociedad y Estado existentes sólo en un tiempo determinado y para pueblos dados, y perecederas por naturaleza. El que en este terreno quiera salir a la caza de verdades definitivas de última instancia, de verdades auténticas y absolutamente inmutables, conseguirá poco botín, como no sean trivialidades y lugares comunes de lo más groseros, como, por ejemplo, que los hombres no pueden en general vivir sin trabajar, que por regla general se han dividido hasta ahora en dominantes y dominados, que Napoleón murió el 5 de mayo de 1821, etc.

Pero es muy curioso que las supuestas verdades eternas, las verdades definitivas de última instancia, etc., se nos propongan las más de las veces precisamente en este terreno. En realidad, sólo proclama verdades eternas como el que dos y dos son cuatro, el que los pájaros tienen pico u otras afirmaciones semejantes, aquel que procede con la intención de basarse en la existencia de verdades eternas en general para inferir que también en el terreno de la historia humana hay verdades eternas, una moral eterna, una justicia eterna, etc., las cuales aspiran a una validez y un alcance análogos a los de las nociones y aplicaciones de la matemática. En este caso podemos esperar con toda seguridad que dicho amigo de la humanidad va a aprovechar la primera ocasión para declararnos que todos los anteriores fabricantes de verdades eternas fueron más o menos asnos y charlatanes, estuvieron todos presos en el error y fracasaron completamente; tras lo cual, considerará que la existencia del error de aquéllos y de su falibilidad es una ley natural y prueba de la existencia de la verdad y el acierto en él; él, el profeta último, trae la verdad definitiva de última instancia, la moral eterna, la justicia eterna, ya lista y terminada en su mochila. Todo esto ha ocurrido tantos centenares y miles de veces que hay que asombrarse de que haya hombres lo suficientemente crédulos para creer eso no ya de otros, sino de sí mismos. Pese a lo cual, estamos ahora al menos en presencia de un tal profeta, sumido en cólera altamente moral, según vieja costumbre, cuando otras gentes se niegan a admitir que algún individuo sea capaz de suministrar la verdad definitiva de última instancia. Esa negación, incluso la mera duda, es, según él, un estado de debilidad, grosera confusión, nulidad, un corrosivo escepticismo peor que el mero nihilismo, confuso caos y otras tantas cosas amables más. Como en todos los profetas, tampoco aquí se procede por investigación crítico-científica para alcanzar el juicio, sino que se condena sin más con truenos morales.

Habríamos podido añadir a las ciencias citadas antes las que investigan las leyes del pensamiento humano, es decir, la lógica y la dialéctica. Pero tampoco en ellas es mejor la situación de las verdades eternas. El señor Dühring declara que la dialéctica propiamente dicha es un contrasentido, y los muchos libros que sobre lógica se han escrito y siguen escribiéndose prueban suficientemente que también en esto las verdades definitivas de última instancia crecen mucho más dispersas de lo que algunos creen.

Por lo demás, no tenemos en absoluto que aterrarnos porque el nivel del conocimiento en el que hoy nos encontramos sea tan poco definitivo como todos los anteriores. Es ya un estadio que abarca un gigantesco material de comprensión y experiencia y exige una gran especialización de los estudios de todo aquel que quiera familiarizarse con alguna rama. Mas el que se empeñe en aplicar el criterio de la verdad auténtica, inmutable y definitiva de última instancia a conocimientos que por la misma naturaleza de la cosa o bien van a ser relativos para largas series de generaciones, sin poder completarse sino parcial y progresivamente, o bien, como la cosmogonía, la geología, o la historia humana −por las deficiencias del material histórico−, serán siempre incompletos y con lagunas, esa persona no demostrará con ello más que su propia ignorancia y desorientación, incluso en el caso de que, a diferencia de lo que ocurre con nuestro autor, el verdadero fondo de su posición no sea la pretensión de infalibilidad personal.

Verdad y error, como todas las determinaciones del pensamiento que se mueven en contraposiciones polares, no tienen validez absoluta más que para un terreno extremadamente limitado, como acabamos de ver, y como también el señor Dühring vería si tuviera un poco de familiaridad con los rudimentos de la dialéctica, los cuales se refieren precisamente a la insuficiencia de todos los contrapuestos polares. En cuanto que la aplicamos fuera de aquel estrecho ámbito antes indicado, la contraposición de verdad y error se hace relativa y, con ello, inutilizable para un modo de expresión rigurosamente científico; por lo que, si intentamos seguir aplicándola como absolutamente válida fuera de aquel terreno, llegamos definitivamente a la quiebra; los dos polos de la contraposición mutan en su contrario, la verdad se hace error y el error se hace verdad».

 

(Friedrich Engels; Anti-Dühring, 1878)

(Ver texto completo: Anti-Dühring, Ediciones Arca de Noé, pgs. 107-112)

de: Diario Octubre <diario@diario-octubre.com>

responder a: diario@diario-octubre.com

fecha: 27 dic 2023, 19:35

enviado por: diario-octubre.com

firmado por: diario-octubre.com

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COLECTIVO PERÚ INTEGRAL

29 de diciembre 2023

 

sábado, 30 de octubre de 2021

ENGELS HABLANDO DEL MODELO POLÍTICO-ORGANIZATIVO DE BAKUNIN

 



viernes, 29 de octubre de 2021

 

«Bakunin, que hasta 1868 había intrigado contra la Internacional, ingresó en ella después del fracaso sufrido en Berna, en Congreso de la Paz, inmediatamente se puso a conspirar desde dentro contra el Consejo General. Bakunin tiene una teoría original, que es una mezcolanza de proudhonismo y comunismo. Por cierto, el punto básico de su proudhonismo es la idea de que el mal más grave, con el que hay que acabar, no es el capital, no es, por tanto, el antagonismo de clase que el desarrollo social crea entre los capitalistas y los obreros asalariados, sino el Estado. Mientras la gran masa de obreros socialdemócratas comparte nuestro punto de vista de que el poder del Estado no es más que una organización adoptada por las clases dominantes –los terratenientes y los capitalistas– para proteger sus privilegios sociales, Bakunin afirma que el Estado es el creador del capital, que el capitalista posee su capital únicamente por obra y gracia del Estado. Y puesto que el Estado es, por tanto, el mal principal, hay que acabar ante todo con él, y entonces el capital hincará el pico por sí solo. Nosotros, en cambio, sostenemos lo contrario: acabar con el capital, que es la concentración de todos los medios de producción en manos de unos pocos, y el Estado se derrumbará por sí solo. La diferencia entre los dos puntos de vista es fundamental: la abolición del Estado sin una revolución social previa es un absurdo; la abolición del capital es precisamente la revolución social e implica un cambio en todo el modo de producción. Pero como para Bakunin el Esado representa el mal principal, no se debe hacer nada que pueda mantener la existencia del Estado, tanto si es una república, como una monarquía o cualquier otra forma de Estado. De aquí, la necesidad de abstenerse por completo de toda política. Cualquier acto político, sobre todo la participación en las elecciones, es una traición a los principios. Hay que hacer propaganda, desacreditar al Estado, organizarse; y cuando se haya conquistado a todos los obreros, es decir, a la mayoría, se liquidan los organismos estatales, se suprime el Estado y se le sustituye por la organización de la Internacional. Este gran acto, que marca el comienzo del reino milenario, se llama liquidación social.

Todo suena a algo muy radical, y es tan sencillo que puede ser aprendido de memoria en cinco minutos. He aquí la razón de que la teoría bakuninista haya encontrado tan pronto una acogida favorable en Italia y en España entre los jóvenes abogados, doctores y otros doctrinarios. Pero las masas obreras jamás aceptarán la idea de que los asuntos públicos de sus respectivos países no son a la vez sus propios asuntos; los obreros son políticos activos por naturaleza, y quien les proponga abandonar la política se verá, tarde o temprano, abandonado por ellos. Predicar a los obreros la abstención política en todas las circunstancias equivale a ponerlos en manos de los curas o de los republicanos burgueses.

La Internacional, según Bakunin, no ha sido creada para la lucha política, sino para ocupar el lugar de la vieja organización del Estado tan pronto como se lleve a cabo la liquidación social, y por eso debe parecerse lo más posible a la sociedad futura, tal como la concibe el ideal bakuninista. En esta sociedad no habrá, ante todo, autoridad alguna, pues la autoridad, que equivale al Estado, es el mal absoluto. No se nos dice nada, naturalmente, acerca de cómo se las van a arreglar estos señores para hacer funcionar las fábricas y los ferrocarriles y gobernar los barcos, sin una voluntad que decida en última instancia y sin una dirección única. Cesa también la autoridad de la mayoría sobre la minoría. Cada individuo y cada comunidad son autónomos, pero Bakunin vuelve a guardar silencio acerca de cómo puede existir una sociedad, integrada aunque sólo sea por dos individuos, sin que cada uno de ellos no renuncie a parte de su autonomía.

Pues bien; también la Internacional debe ser estructurada según este modelo. Cada sección es autónoma y también cada individuo dentro de la sección. ¡Al diablo las resoluciones de Basilea [1], que confieren al Consejo General una autoridad perniciosa y para él mismo desmoralizadora! Aun en el caso de que esa autoridad se confiera voluntariamente, debe ser abolida ¡precisamente porque es autoridad!

Aquí tiene usted en pocas palabras los puntos principales de esta superchería. Pero, ¿quiénes son los autores de las resoluciones de Basilea? ¡El propio señor Bakunin y consortes!». (Friedrich Engels; Carta a Theodor Cuno, 24 de enero de 1872)

 

Anotaciones de edición:

Trátase de las resoluciones del Congreso de Basilea (véase la nota 105) sobre problemas de organización, que ampliaban las atribuciones del Consejo General.

 

Fuente: https://bitacoramarxistaleninista.blogspot.com/2017/12/engels-hablando-del-modelo.html#more

 

domingo, 9 de mayo de 2021

EL VIEJO MORO EN ARGELIA

Karl Marx

Al final de su vida, Marx escribió una serie de cartas desde Argelia que proporcionan una fascinante visión de su biografía, así como de la vida colonial de finales del siglo XIX. Las presentamos aquí, por primera vez en español.

El texto que sigue forma parte del libro Karl Marx, Cartas desde Argel (1882), con traducción y notas de Angelo Narváez León. Se publicará por Nadar Ediciones (Chile) y será distribuido en Latinoamérica y España el segundo semestre de 2021.

 

Durante prácticamente todo el siglo XX, el marxismo y la marxología desatendieron, e incluso desconocieron, los últimos años y meses de la vida de Marx. La historia editorial de El capital, las traducciones al ruso y al francés, la Comuna de París, el quiebre de la I Internacional y los orígenes de lo que podría llamarse una tendencia «marxista» dentro del movimiento obrero europeo, corrieron con ventaja frente a lo que parecían episodios domésticos menores y políticamente irrelevantes. La muerte de Jenny von Westphalen, las distancias familiares entre Eleanor y Laura, la larga enfermedad terminal de Marx y la muerte de Jenny Longuet, parecían representar esos momentos íntimos que desbarataban el imaginario del sólido y omnipresente personalismo simbólico que se erigía con la socialdemocracia alemana y se consolidaba con la sovietización de la Revolución rusa. Ahí no había cabida para un Marx con contradicciones racionales y emocionales, como tampoco parece haberlo hoy para defensores ortodoxos y detractores canónicos, de Marx y del marxismo por igual.   

Muchos de los primeros biógrafos se detuvieron en los últimos episodios de la vida de Marx (Riazánov, Mehring, Rubel, etc.), pero en general lo hicieron con la pretensión de buscar continuidades y énfasis analíticos en la larga trayectoria de la crítica de la economía política, enfocándose en las insistentes revisiones de los manuscritos de los volúmenes II y III de El capital, en los últimos estudios sobre matemáticas y cálculo diferencial o en los llamados Cuadernos etnográficos o Apuntes etnológicos, posteriormente tan importantes para el marxismo latinoamericano. En gran medida de ahí viene el locus comunis de un Marx navegando el Mediterráneo rumbo al Magreb con sus poco decretadas intenciones antropológicas, cuando en realidad el recorrido, el viaje, los lugares y los personajes de los meses en Argel tienen más de circunstanciales que de motivaciones políticas o ideológicas. Casi casualidades, insistencias médicas, recomendaciones indirectas, múltiples razones para un viaje que muestra mejor el imaginario colonial europeo de fines del siglo XIX y los entramados de la expansión territorial del siglo victoriano, que los alcances de los intereses heterogéneos del último Marx. 

Si bien es cierto que entre 1880 y 1882 Marx puso especial atención a las lecturas de antropólogos contemporáneos como Lewis Henry Morgan, John Phear, Henry Maine y John Lubbock, no es menos cierto que muchas de esas lecturas estuvieron explícitamente suscitadas por el intercambio epistolar con un Engels empeñado en la redacción de la Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado, esa suerte de «testamento» del «análisis materialista de la historia» referido a las formaciones sociales precapitalistas [1]. Ahora bien, que en la práctica las impresiones de Marx sobre el mundo árabe no pasaran de la transcripción de algunos pasajes de un artículo de Phear sobre la construcción de mezquitas por las comunidades musulmanas en India y Ceilán [2], relativizar sus motivos no lo relegan a los rincones más oscuros del conservadurismo eurocéntrico, sino que lo sitúan en un proceso de subjetivación amplia, variable y contradictoria, sistemáticamente transida por los aspectos menos épicos y heroicos de la vida cotidiana y la convalecencia. 

Sin embargo, es cierto que el año en que Marx leyó a Morgan también leyó La propiedad comunal de la tierra de Kovalévsky. Ahora, Maksím Kovalévsky le envió el libro de regalo en septiembre de 1870, y Marx pudo leerlo porque había aprendido ruso a comienzos de 1870 para supervisar la traducción rusa de El capital y para leer a las discusiones de los naródniki (los populistas rusos) sobre la función de la organización comunal de la propiedad en la transformación socialista de la sociedad; ese mismo Kovalévsky intentó contraer matrimonio con Sofía Kovalévskaya, que había adquirido el apellido al casarse con el sobrino de Maksím, Vládimir; la hermana de Sofía Kovalévskaya también cambió su apellido ruso, y Anne Korvin-Krukóvskaya pasó a la historia como Anne Jaclard, la comunera feminista que condujo junto a Louise Michel el Comité de Vigilancia de Montmartre de la Comuna de 1871 y asoció sus directrices a la I Internacional; la misma Anne Jaclard que se habría ofrecido inicialmente a traducir al ruso algunas secciones de El capital. En la biografía de Marx, o quizás en toda biografía, la única norma es esa, un continuo sin embargo. Momentos, asociaciones, idiomas, inflexiones y tramas que exceden y se resisten a toda singularización excluyente, a toda reducción de las contradicciones de la modernidad. Digamos que la interpretación de Edward Said, que hizo de Marx un representante indiscreto del eurocentrismo a partir de un análisis de una frase aislada del Dieciocho Brumario de Louis Bonaparte, no está lejos del marxismo decimonónico que pretendió elaborar una teoría de la revolución universal a partir de una u otra frase aislada sobre Feuerbach o de las tesis sobre la reproducción ampliada del capital [3]. 

Visitar atracciones turísticas, jardines, paseos, descansar, principalmente descansar, no constituyen precisamente las dimensiones preferibles de los imaginarios revolucionarios ni de los monumentos totémicos de la modernidad. En ese sentido, o contrasentido, estas cartas tienen una trayectoria de época, de documento y archivo para pensar tanto algunos de los aspectos biográficos menos trabajados de la vida de Marx, como también de la vida cotidiana en la reproducción de la colonialidad a fines del siglo XIX. Al igual que muchas correspondencias del fin de sciècle victoriano, esta selección constituye un atisbo de la cosmovisión de un siglo que se aferraba a sus últimos eslabones antes de estallar en las guerras imperialistas (y antiimperialistas) del siglo XX, un objeto de las contradicciones de un proceso atravesado por las derrotas de las revoluciones europeas de 1830, 1848 y 1871, de sus inflexiones, sus exilios y sus alcances internacionales. Esta selección, en última instancia, no pretende ser más que un documento a disposición del análisis y la crítica del periodo, de la trayectoria, de la personalidad o de la intimidad de Marx. 

Con sus aciertos y errores, nuestra posición está en la traducción.

Angelo Narváez León

Santiago (Chile), 2021

 


Puerto de Argelia, a donde Marx llegó en 1882 para tratar sus problemas pulmonares.

 

A Freidrich Engels

En Londres

Marsella, 17 de febrero, 1882

Hôtel au petit Louvre,

Rue de Cannebière

Querido Fred, 

Entiendo que Tussy te escribió un par de líneas ayer [4]. Inicialmente no pretendía dejar París hasta el próximo lunes; pero dado que mi estado de salud no estaba mejorando, tomé inmediatamente la decisión de partir a Marsella y, desde ahí con premura, zarpar rumbo a Argelia. 

En París, acompañado por mi Johnny, me llamó un mortal de nombre Mesa. (De hecho, él, Mesa, me sollicitierte [solicitó] que conversáramos largo y tendido, razón por la cual regresé a Argenteuil bastante tarde, a eso de las siete de la tarde. No pude juntar las pestañas en toda la noche). Intenté persuadir a Mesa de que le preguntara a su amigo Guesde, si serían tan amables de posponer la reunión conmigo hasta que regresara de Argelia. Pero fue en vano. De hecho, Guesde se encuentra en tal estado de aislamiento ahora, que era importante para él tener una reunión oficial conmigo. Después de todo, uno está obligado a concederle todo eso al Partido. De modo que organicé un encuentro en el Hôtel de Lyon et de Mulhouse, 8 boulevard Beaumarchais, donde Guesde y Deville llegaron con Mesa cerca de las 5 de la tarde [5]. Primero los recibí abajo en el restaurante, donde me acompañaron desde Argenteuil (fue el miércoles por la tarde) Tussy y Jennychen. Guesde estaba bastante avergonzado por la presencia de Jennychen porque acababa de publicar un acrimonioso artículo contra Longuet, aunque ella (Jennychen) no tenía ningún interés en el incidente. Tan pronto como las chicas nos dejaron, fui con ellos d’abord a ma chambre [primero a mi habitación], donde conversamos durante casi una hora, luego bajamos –ahora Mesa debía irse– al restaurante donde les quedó tiempo para vaciar una botella de Beauve conmigo. A las 7 ya se habían ido. Con todo, logré acostarme a las 9. Hubo un terrible ruido ininterrumpido por el movimiento de las personas hasta las 1 de la mañana, y a esa misma hora tuve vomissements [vómitos] por haber estado demasiado absorto en la conversación. 

Un buen día para el viaje a Marsella, y todo bien hasta pasar la estación de Lyon. Primero, 1 hora y media d’arrêt [de detención] en Cassis debido a una falla de la locomotora, luego el mismo percance con el motor en Valence, aunque esta vez la arrêt no fue tan larga. Mientras tanto se puso bastante frío, con un duro viento punzante. En vez de llegar en algún momento antes de la medianoche, no llegamos sino hasta las dos de la madrugada. Hasta cierto punto me estaba más o menos congelando a pesar de todos mis abrigos, y el único antídoto que encontré fue el alcohol, así que nuevamente recurrí a él. Durante el último cuarto de hora al aire libre (si no más), con frío y viento en la gare de Marseille [Estación de Marsella], hubo una última épreuve [prueba] bajo la forma de una prolongada formalidad antes de recibir el permiso para retirar el equipaje. 

Hoy está soleado en Marsella, aunque el viento está frío todavía. El Dr. Dourlen me recomendó alojar en el hotel mencionado arriba, desde donde partiré mañana a Argelia (sábado) a las cinco de la tarde [6]. La oficina de los Paquebots à vapeur des Postes françaises se encuentra aquí en el mismo hotel donde me alojo, de modo que pude conseguir directamente un boleto (por 80 francos en primera clase) para el paquebot Saïd [barcos a vapor del correo francés]; el equipaje también está contemplado, de modo que resulta todo bastante conveniente. 

A propósito. Me hice de un Prolétaire (L’Égalité también se vende aquí). Me parece que Lafargue está constantemente fomentando incidentes innecesarios, aunque quizás los detalles estén lejos de la exactitud. Debido a su caracterización de Fourier como «comunista», ahora se burlan de él obligándolo a explicar en qué sentido podría haber llamar «comunista» a Fourier. Estas audacias podrían ignorarse, obviarse o interpretarse de manera diferente, pero el asunto es que estos pequeños problemas pueden evitarse. Me parece un poco impreciso. 

Mis mejores saludos a Laura, le escribiré desde Argelia. Solo hay un hombre de suficiente confianza; tengo una larga carta escrita por Longuet a su amigo Fermé, quien se ha abierto camino pasando de ser un deportado a Argelia (bajo Napoleón III) a ocupar el cargo de juge d’appel [juez de apelaciones] en Argelia [7]. No hay problemas con el pasaporte o cosas de ese tipo. No se incluye nada en los boletos de los pasajeros excepto sus nombres cristianos y sus apellidos.

Mis saludos también a Lenchen y a los demás amigos.

Addio,

el viejo Moro [8]

 


 

A Paul Lafargue

En París

Argel, lunes, 20 de marzo, 1882

Mi querido Paul, 

Hoy (20) me entregaron tu amable carta del 16 de marzo. Parece que las cartas tardan mucho menos tiempo en llegar de lo que tardan desde Londres. 

Antes que todo, mi galante Gascon, ¿a qué refiere Mustapha supérieur? Mustapha es un nombre propio, como John. Si uno deja Argel por la rue d’Isly, se puede ver de frente una larga calle. De un lado, a los pies de la colina, se levantan villas mauritanas rodeadas de jardines (una de estas villas es el Hôtel Victoria); del otro lado –a lo largo del camino– hay casas esparcidas en terrazas descendientes. Ese conjunto se llama Mustapha supérieur: Mustapha inférieur comienza en la inclinación de Mustapha supérieur y se alarga abajo hasta el mar. Ambas Mustaphas forman una comuna (Mustapha), cuyo alcalde (este caballero no tiene nombre árabe ni francés, sino alemán) se comunica de vez en cuando con los habitantes mediante informes oficiales –un régimen bastante blando, como puedes ver–. Constantemente se construyen nuevas casas en Mustapha supérieur, se demuelen las viejas, etc., pero aunque los trabajadores vinculados a esta actividad son gente sana y residentes locales, bajan con fiebre después de los tres primeros días. Parte de sus salarios consiste en una dosis diaria de quinina que les entregan los empleadores. La misma práctica puede observarse en varios lugares de Sudamérica. 

Mi querido augur. Estás tan bien informado que escribes lo siguiente: «debes estar consumiendo todos los periódicos franceses que se venden en Argel»; de hecho, ni siquiera leo los pocos periódicos que los residentes del Hôtel Victoria reciben desde París; mi lectura política está completamente limitada a los anuncios telegráficos del Petit Colon (un pequeño periódico argelino, similar a los parisinos Petit Journal, la Petit République Française, etc.). Eso es todo. 

Jenny me dijo que enviaría los artículos de Longuet, los que tú mencionas también, aunque aún no los recibo. El único periódico que recibo de Londres es L’Égalité, aunque no sé si podrías llamarlo un periódico. 

¡Qué extraño compañero eres, St. Paul! ¿De dónde sacaste la idea, o quién te dijo que debería «frotar mi piel con yodo»? Claro, me interrumpirás y dirás que esto es solo una nimiedad, pero de hecho revela tu método sobre los hechos materiales. Ex ungue leonem [del latín, «por la garra se conoce al león»]. En realidad, en vez de «frotar mi piel con yodo», debo esparcir sobre mi espalda colodión cantárido para drenar los fluidos. La primera vez que vi mi costado izquierdo (pecho y espalda) ser tratado de esta manera, me recordó una pequeña huerta sembrada de melones. Desde el 16 de marzo, cuando le escribí a Engels, no he tenido un solo lugar seco en mi espalda o en mi pecho (que también está en tratamiento) donde se pueda repetir la operación; ahora no se puede hacer antes del 22. 

Dices: «te envío también una carta de invitación que te hará reír». Es regular. ¿Pero cómo esperas que me ría si la carta adjunta sigue en tus manos? Cuando surja la oportunidad, le recordaré su antiguo camarada –el proudhonista Lafargue– al Sr. Fermé. Ahora, mientras el doctor me prohíbe salir, utilizo el tiempo en rechazar visitas frecuentes o conversaciones prolongadas. 

La lluvia sigue igual que antes. El clima es muy caprichoso, cambia de una hora para otra atravesando cada fase o saltando de repente de un extremo a otro. Sin embargo, hay algunas señales de mejorías graduales, aunque debemos esperar. ¡Y pensar que desde el momento en que partí de Marsella, y hasta este mismo momento, hay el mejor de los climas en Niza y en Menton! ¡Pero había una idea persistente –de la que yo no fui responsable– del sol africano y del excelente aire que hay aquí!

El domingo pasado sepultamos a uno de los residente del Victoria en Mustapha supérieur, se llamaba Armand Magnadère. Era un hombre bastante joven que los doctores parisinos enviaron aquí. Trabajaba en un banco en París; sus empleadores continuaron pagando su sueldo en Argel. Para complacer a su madre arregló por telégrafo que su cuerpo sea exhumado y enviado a París –ellos pagarán–. Este tipo de generosidad raramente tiene lugar entre las personas que tienen el dinero de otra gente

De a poco mi sueño está volviendo; alguien que no haya sufrido de insomnio no puede apreciar ese feliz estado cuando el terror de las noches sin sueño comienza a desaparecer. 

Saludos a mi querida Cacadou y a todos los demás, 

tuyo,

Marx

 


Notas

[1] Engels, F. (2017). Los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid: Akal, p. 5.

[2] Marx, K. (1988). Apuntes etnológicos. Madrid: Siglo XXI, p. 217.

[3] Said, Edward (2002). Orientalismo. Barcelona: Random, p. 45.

[4] El sobrenombre de Eleanor surgió por su cariño por los gatos y de la dificultad que le suponía pronunciar «Pussy» (gatito) cuando estaba aprendiendo a hablar.

[5] Gabriel Deville se unió a la Internacional siendo estudiante de derecho en Toulouse. Como abogado condujo parte del proceso de solicitud de armisticio a los detenidos de la Comuna de París y fue un miembro importante del Partido Obrero Francés bajo la conducción de Jules Guesde. Escribió parte de la Historia Socialista compilada por Jean Jaurès, además de varios volúmenes individuales sobre teoría e historia socialista, aunque es principalmente recordado como el autor de la traducción resumida de El capital. José Mesa fue un socialista español traductor Miseria de la filosofía y del Manifiesto del Partido Comunista.

[6] Gustave Dourlen era el médico de la familia Longuet y, tiempo después, también de Marx en su último viaje a París. Dourlen ofició de cirujano en el Batallón n°86 de la Guardia Nacional durante la Comuna, y posteriormente coordinó los escondites de Longuet cuando pasó a la clandestinidad a mediados de 1871.

[7] Albert Fermé fue un abogado francés condenado dos a veces a prisión por publicar artículos contra Napoleón III en los periódicos Moniteur, Les écoles de France y Courrier français. A pesar de su oposición al régimen, consiguió un trabajo en Argelia como juez de paz, primero en El Harrouch, luego en Orán y finalmente en Argel, donde conoció a Marx por recomendación de Longuet. En 1883 se trasladó a Túnez como juez del nuevo protectorado francés.

[8] Según un apunte biográfico de Theodor Cuno, «Sus compañeros de estudio le habían dado el apodo de “Mohr” [moro]; los escolares norteamericanos probablemente le habrían apodado “Nigger” [negro]. Su esposa e hijos siempre le llamaban “Mohr” y le trataban más bien como a un buen camarada que como a un severo y autoritario padre de familiar». Así también lo recuerda Paul Lafargue en 1890, «Sus hijas le consideraban un amigo y le trataban como a un compañero. No le llamaban “padre”, sino “Mohr”, apodo que había recibido por su tez morena y por su cabello y barba de ébano».

Fuente: https://jacobinlat.com/2021/05/05/el-viejo-moro-en-argelia/