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viernes, 4 de marzo de 2022

EL RECONOCIMIENTO COMO FACTOR DE CAMBIO

 


Kevin Helpy Montoya-Cruces

Así como la mariposa es atraída por la luz del fuego, sin saber que se encontrará con su inevitable muerte; nuestra sociedad es cegada por el brillo del dinero, sin saber que nos acercamos lentamente a la escasez de recursos naturales.

Usualmente las diferencias entre hombres conllevan a un gran efecto negativo en el entorno social y natural, con el fin de hacer valer sus ideales son capaces de destruir cualquier ser que encuentren en su camino, esta pérdida de lucidez pasajera destruye en gran medida nuestro habitad de vida, muchas veces al enterarnos de conflictos externos, creemos que no nos afecta, que no es problema nuestro, pero hemos olvidado que la madre tierra (pachamama), es cuidadora de todos.

Tenemos la idea enraizada de solo centrarnos en los problemas políticos, económicos (no niego su importancia) pero ¿Nos preocupamos por los efectos negativos de nuestro habitad de vida? Cuando debería ser el motor principal para movilizar consciencias y de la indignación pasar a la acción.

Como diría Jaime Araujo-Frías, miramos la realidad con las lentes equivocadas, vivimos con la tranquilidad estoica, pensamos que si algo sucede de cierta manera pues solo debemos de aceptar lo que venga, esa idea es inválida, los seres humanos no podemos vivir del azar, tenemos que promover el cambio, generar las nuevas expectativas de una vida mejor, quitarnos las lentes patriarcales y mirar la naturaleza como nuestra madre, así como nos enseñan nuestros pueblos indígenas; el sistema en el que se encamina el mundo tiene una visión cegada por fines económicos, cegada por unas lentes machistas, en donde la naturaleza es mujer y por ello debe de ser oprimida.

Estamos viviendo dolorosamente todas las acciones negativas por parte de los grandes poderes económicos, políticos y militares, observamos la poca importancia que se le da a nuestro ecosistema, ¿Acaso no es información suficiente para darnos cuenta de que, a las grandes potencias mundiales no les interesa la ecología? Lo único que desean es centralizar el poder y seguir dominando gran parte del mundo.

También es importante que refresquemos nuestra memoria y nos preguntemos ¿Dónde se encuentran aquellos llamados ecologistas que defendían a capa y espada sus ideales? ¿Solo se pronunciaron por cierto tiempo? Tal vez hicieron uso de la tendencia del momento para poder ganar fama y crear en la población una luz salvadora engañosa; una falsa esperanza.

En los últimos años la humanidad se encuentra envuelta en una gran pérdida de valores, ciertamente, las condiciones propias de la desintegración familiar, el trabajo infantil, la violencia a las que están sometidos los niños en los países del capitalismo periférico, el carácter apenas formal y nada concreto de muchos derechos contemplados dentro de las constituciones de estos países, así como los bajos salarios y el predominio de la informalidad, ubican claramente a estas sociedades como sociedades del desprecio. (Zuñiga & Valencia, 2018). Esto se debe a la influencia externa del medio en donde se vive pues, nuestra educación, ya sea formal o informal instruye al niño para la “competencia” de la vida, esto quiere decir que, se les implanta la idea que deben de luchar con sus semejantes para poder lograr lo que se propongan, esta idea errada nos lleva a concebir una sociedad egocentrista, poco humana y sin el reconocimiento del otro (sujeto), de esta manera al no reconocer a nuestros semejantes, negamos su existencia a tal punto que no nos importa hacerle daño con tal de lograr nuestros ansiados anhelos; por ese motivo, debemos de aplicar una ética del reconocimiento, ética planteada por Axel Honneth, en donde nos menciona que es necesario desarrollar una teoría que piense la libertad y la igualdad desde condiciones que garanticen el reconocimiento y pone como eje principal el uso de las tres esferas, amor, derecho y solidaridad social, así poder lograr una sociedad bastante humanitaria, que se identifique con el amor al otro y a sí mismo, de esta manera también reconozcamos nuestro ecosistema, nuestra madre tierra.

En la ética del reconocimiento de Honneth reconocemos al otro como nuestro semejante, no lo negamos, ayudamos a que se pueda insertar a la sociedad; me gustaría agregar que en nuestros pueblos originarios ya se tiene de una u otra forma este reconocimiento, pero con la ligera diferencia de la unidad, uno con la madre tierra, y en eso consiste el amor, el poder de reconocimiento y unión.

Queda claro que tenemos una labor importante, la de seguir generando conciencia en la humanidad, de esta manera reconocer nuestro ecosistema, proteger nuestros recursos naturales, sentirse identificado con uno mismo y con los otros, promover en la educación un reconocimiento que nos encamine por los principios de amor, respeto y solidaridad, aprender de nuestros pueblos originarios y sentirnos uno con nuestra madre tierra.

Referencias bibliográficas

Zúñiga L. A., Valencia H. (2018). La teoría del reconocimiento de Axel Honneth como teoría crítica de la sociedad capitalista contemporánea. Extraído de: https://revistas.unab.edu.co/index.php/reflexion/article/view/3307/2975

Fuente: https://barropensativocei.com/2022/03/04/el-reconocimiento-como-factor-de-cambio/

 

viernes, 3 de julio de 2020

PREGUNTAS SOBRE LA POBREZA



·        Marcelo Colussi
03/07/2020



Para los de arriba hablar de comida es una pérdida de tiempo. Y se comprende, porque ya han comido”. Bertolt Brecht

I

Acometer el tema de la pobreza es particularmente difícil. Lo es por varios motivos; por un lado, es un fenómeno complejo, multicausal, que se liga definitivamente al ámbito económico, pero que no se agota ahí. Hay muchos elementos en juego, y sin caer en la superficialidad de repetir que se dan solamente factores subjetivos para explicarla (“se es pobre porque no quiere superarse” o patrañas por el estilo), es cierto que allí se entrecruzan muchos determinantes. Por otro lado, ampliando las dificultades, es un tema ríspido, odioso, dado que es sumamente dificultoso encontrar las soluciones concretas.

Indicando rápidamente, quizá como primera aproximación, que identificamos pobreza con carencias materiales, con falta de recursos, podría decirse que la historia toda de la Humanidad es una constante lucha contra este fantasma. El puesto del ser humano en el mundo no está asegurado de antemano. Está claro que no somos el centro de la creación, ni que vivimos en un paraíso. La realización humana, si así puede llamársele, es una permanente búsqueda de satisfacción de necesidades básicas que permiten sobrevivir, búsqueda que, ya bien entrado el siglo XXI y con todo el potencial técnico que se ha llegado a acumular, no termina nunca de colmarse. Hoy día se produce entre un 40 y un 50% más del alimento necesario para nutrir a toda la población mundial, pero el hambre sigue siendo una de las principales causas de muerte de nuestra especie, mientras que la actividad más dinámica, que conlleva las más altas cuotas de inteligencia incorporada y genera la mayor ganancia, es ¡la producción de armas! En otros términos: la muerte está en el centro de nuestras vidas (“pulsión de muerte” dirá el Psicoanálisis).

De todos modos, la idea de pobreza no está especialmente ligada a ese estado originario de carencia que debe ser satisfecho día a día. Un pueblo determinado, en cualquier momento de su historia, simplemente debe cumplir con el colmado de esos satisfactores para seguir manteniéndose como unidad, con la tecnología que dispone según su grado de desarrollo (paleolítico, agricultura de subsistencia, sociedades post industriales altamente robotizadas, etc.). En esa tarea cotidiana, independientemente de su capacidad productiva, una sociedad no se siente “pobre”. La noción de pobreza aparece cuando hay puntos de comparación: un colectivo social es pobre con respecto a otro visto como rico, una clase social es una u otra cosa relativamente a otra, así como lo puede ser un individuo, sólo en parangón con otro -un anacoreta, aunque desnudo, puede ser infinitamente rico, comparada su vida espiritual con la de otro, un ciudadano urbano “estresado” por sus deudas -digámoslo utilizando el lenguaje de moda-, y con muchas “cosas” a su alrededor. La pobreza habla, en todo caso, no de la cantidad de medios de sobrevivencia sino del modo de su apropiación, de su distribución social.

El jefe de una tribu bosquimana es pobre puesto en la bolsa de valores de New York, pero no lo es en su contexto originario: allí es el jefe. Seguramente hoy la vida de un trabajador término medio de cualquier país industrializado es más rica, en cuanto a acceso a bienes materiales, en relación a lo que puede haber sido la de un faraón egipcio, o la de un Inca del Tahuantinsuyo (sin agua caliente ni teléfono celular, por ejemplo). Pero hay una diferencia sustancial entre la vida del ciudadano actual y la de un monarca. ¿Quién es más rico? Difícil establecer la comparación, por cierto.

Con todo esto, entonces, queremos situar la idea de pobreza -y por tanto su contrario: la riqueza- en tanto productos históricos, sociales. Un monarca, un jefe, el sacerdote supremo de la tribu, etc., dispone de una cuota de poder definitivamente superior a la de un asalariado moderno con acceso al confort material generado por la industria de estos últimos 100 años, el cual no deja de ser, pese a todos los bienes materiales, más pobre en términos de relación política. Sería tonto quizá preguntar cuál es más rico o cuál más pobre. En todo caso esto nos ilustra, una vez más, de lo complejo del tema. La reina Isabel la Católica, en el poderoso reino español de fines del siglo XV e inicios del XVI, estuvo ocho años con la misma blusa como promesa hasta que se venciera a los moros. ¿Alguien osaría decir que era una pobre diabla mugrienta y maloliente?

II

Hacer una lectura histórica del concepto de pobreza lleva a una exégesis que, además de no ser el objetivo de este breve escrito, implicaría un recorrido monumental por la historia humana. Recorrido que debería tomar en cuenta los distintos momentos habidos en relación al desarrollo de la capacidad productiva, y a la forma en que el producto de esa capacidad fue repartido socialmente.

“Pobres ha habido siempre”, dice una visión simplista de las cosas. ¿Pero desde cuándo es posible comenzar a encontrarlos como tales en la historia? En la época de las cavernas nada podría autorizar a verlos como realidad social concreta. ¿Habría cavernícolas pobres? No, sin dudas. El concepto presupone ya la idea de propiedad privada. En todo caso, ante ese paso trascendental que significa la humanización de algunos monos dos millones y medio de años atrás en el corazón del África (el Homo habilis), más bien deberíamos ver una riqueza cualitativa fenomenal: un animal comienza a modificar su entorno natural, produce cambios deliberadamente, trabaja. He ahí una primera riqueza humana espectacular, aunque las condiciones materiales de sobrevivencia de aquellos ancestros hoy las pudiésemos considerar como de la más radical pobreza. Sin embargo, en realidad, no puede hablarse de “pobreza”, sino de medios de sobrevivencia más escasos que los actuales (no había agua caliente en la ducha ni teléfonos inalámbricos inteligentes con conexión a internet).

Se puede hablar con propiedad de pobres, ya como categoría sociológica, en la medida en que aparecen sus contrarios: los ricos. Las sociedades claramente divididas en clases sociales presentan pobres: hay una división clara entre los que tienen y los que no tienen. ¿En nombre de qué sucede esto, se establece, se acepta, se sacraliza? ¿Qué mecanismo natural lo decide? No entraremos a ver el por qué de esta dinámica histórica, dado que el tema exige, en sí mismo, un desarrollo infinitamente más amplio de lo que aquí nos proponemos. Lo que sí puede anticiparse es que el intentar dar respuestas convincentes a estos interrogantes ha suscitado reflexiones, tomas de posiciones, revoluciones y un sinnúmero de acciones varias en la historia universal, sin que hasta el momento se haya superado el problema (porque sigue habiendo pobres y ricos todavía, y como van las cosas, nada hace pensar que eso vaya a desaparecer en lo inmediato. El sistema capitalismo no parece estar cayendo). Las primeras Revoluciones Socialistas, paso a un mundo futuro sin clases sociales, se concretaron en algunos puntos del mundo hace apenas un siglo; hoy están en retroceso, pero nada indica que la historia haya terminado, y que el actual sistema capitalista (¡con super ricos y mayorías super pobres!) sea eterno. ¿Por qué, si no, se defendería a capa y espada con armas ideológico-culturales y físicas?

En tanto hay una injusta, una asimétrica repartición del producto social, hay pobres. Esto es: los pobres se definen en relación a sus contrarios. Aunque pueda parecer un juego de palabras (pero no lo es, por cierto), es especialmente reveladora esa oposición: hay pobres en tanto hay ricos, hay quienes tienen menos (están carenciados) en tanto hay otros que tienen demasiado (les sobra). Dicho de otro modo: la propiedad privada de los medios de producción (tierra, instrumentos de trabajo, dinero) establece una clase que se apropia de la mayor parte de esa riqueza social (los “ricos”) y una masa de trabajadores -en general asalariados en el capitalismo- (obreros industriales, trabajadores rurales, personal técnico-profesional, amas de casas sin sueldo) que produce esa riqueza, de la que se apropia una mínima parte (los “pobres”).

¿Por qué a algunos les sobra y a otros les falta? Este es el eje medular para entender el fenómeno de la pobreza: hay quienes tienen poco porque otros poseen de más. Muy simple -o muy complicado-: hay una injusta distribución. No hay otra explicación.

Entendida así, entonces, la pobreza es un fenómeno enteramente humano, social. No tiene parangón en el campo natural, no depende de ningún determinante físico-químico ni voluntad racional alguna. Insistimos con el concepto: la pobreza no se define por la cantidad de bienes en juego sino por la forma en que los mismos se distribuyen. Un rey, aún en taparrabos, es rey, es rico, comparado con sus súbditos. Y desde otra cosmovisión, un ascético anacoreta en su reclusión voluntaria, aunque casi no coma ni acceda a los placeres de la vida terrenal (¿agua caliente y teléfono móvil?), en su riqueza espiritual se siente infinitamente más rico que el mundano común. ¿Desde dónde y cómo “medir” la pobreza entonces?

III

Hoy día, absolutamente envueltos por una lógica mercantilista que, para algunos, puede verse como de orden natural, por una cultura del consumo a cualquier costo (capitalista, para decirlo sin tanto rodeo), entendemos el concepto de pobreza en relación indisoluble con la carencia de recursos materiales.

Desde ya, esa noción es correcta en un sentido: con el auge espectacular de la producción, merced a la revolución científico-técnica puesta en marcha hace un par de siglos y ya nunca más detenida, siempre más rápida y en perenne expansión, la dinámica generalizada se resume en el tener, en el consumir. El sentido implícito del proceso de humanización, del progreso, es tener cosas materiales. La vida termina valorándose en términos de objetos; se es lo que se tiene (el agua caliente o el smart telephone, más, hoy día, un largo, casi interminable etcétera).

En ese escenario -impuesto desde que la economía capitalista europea comenzó a expandirse por el mundo, actualmente globalizado y entronizado con una fuerza desconocida anteriormente en la historia- ser pobre significa no disponer de todas las cosas que la productividad humana moderna puede ofrecer. Civilizaciones agrarias milenarias, que lograron desarrollos fenomenales en términos culturales (la hindú, las americanas precolombinas, la china) pasan a ser pobres frente a la avalancha modernizadora de oferta de bienes. Surge ahí el mito del “desarrollo”, y su contrario: el “subdesarrollo”'.

No cabe ninguna duda que la forma en que se va construyendo la sociedad global entre desarrollados y subdesarrollados es, además de injusta en términos éticos, absolutamente insostenible como proyecto humano. No es aceptable, pero mucho menos es viable en el tiempo y en relación a los recursos que provee la naturaleza, un modelo de organización social donde el 20% de la población humana consume el 80% del producto total.

Ligando la pobreza a esta visión fundamentalmente material, es descarnadamente real que la brecha entre “ricos desarrollados” y pobres “en vías de desarrollo” crece. En ese sentido, para esa lógica mercantil capitalista que rige el mundo actual, muchos afirman que Cuba socialista es pobre. Obviamente, hay que darle muchas vueltas al asunto. Si el sueño del progreso científico-técnico que ilusionó cabezas y corazones en pleno auge positivista, en los inicios de la expansión del modelo capitalista, hizo albergar expectativas respecto a una paulatina, pero finalmente total, extinción de la pobreza en el mundo, hoy, más aún con las tendencias neoliberales triunfadoras en este momento (¡que en absoluto detiene la pandemia de COVID-19!), se ve que ese prosperidad universal está muy lejos de alcanzarse. Por el contrario: la brecha entre ricos y pobres (entre Norte desarrollado y Sur subdesarrollado, así como entre estratos beneficiados y postergados en lo interno de cada Estado nacional) crece. Dicho de otra manera: la pobreza crece. O más descarnadamente aún: el número de pobres de carne y hueso crecen. De tres nacimientos que se producen por segundo en el mundo, dos de ellos tienen lugar en un barrio marginal de alguna atestada macro-ciudad del Tercer Mundo.

En el año 1820 el 20% más rico del planeta tenía 3 veces más que el 20% más pobre; para 1913 ese 20% más rico ganaba 11 veces más que el 20% más pobre. En 1997, con un crecimiento descomunal de la productividad en términos históricos, el 20% más rico accedía 74 veces más a las riquezas producidas que el 20% más pobre. Y la brecha sigue ensanchándose. En países como Brasil y Guatemala esa diferencia es aún mayor, llegándose al extremo patético de 120 a 1. El 6% de la población mundial posee el 59% de la riqueza total del planeta, y 98% de ese 6% de la población vive en los países más ricos. Y quienes realmente deciden la marcha del mundo (¡estas no son teorías “conspiranoicas”!) representan el 0.00001%. La población estadounidense, pese al declive que hoy día experimenta su país como unidad nacional (¡pero no así sus grandes empresas transnacionalizadas!), consume el doble de lo que consumía en la década del 50 del pasado siglo, en su momento de mayor auge económico. Si todo el mundo consumiera como lo hace esa nación, en una semana se agotaría el planeta.

Un perrito de un hogar término medio de un país del Norte consume en promedio anual más carne roja que un habitante del Tercer Mundo. Mil millones de personas no tienen acceso al agua potable, en tanto que 1.300 millones de personas disponen de menos de un dólar diario para vivir. 1.000 millones son analfabetos. Era de las comunicaciones, de la sociedad de la información y la cibernética, pero hay población que no dispone aún de energía eléctrica. Se busca agua en el planeta Marte…, pero en la Tierra mucha gente muere de sed, aun existiendo la posibilidad que no haya sedientos. Según estimaciones de organismos internacionales, el costo anual adicional para lograr el acceso universal a servicios sociales básicos en todos los países en desarrollo sería de 15.000 millones de dólares (enseñanza básica, agua y saneamiento para todos), en tanto que en los Estados Unidos se gastan 8.000 millones anuales en cosméticos, y 11.000 millones son gastados anualmente en Europa en helados.

Según datos de Naciones Unidas, el patrimonio de las 358 personas cuyos activos sobrepasan los 1.000 millones de dólares -que pueden caber en un Boeing 747- supera el ingreso anual combinado de países en los que vive el más de la mitad de la población mundial.

No caben dudas: lamentablemente, pese a la ¿cooperación al desarrollo? existente, la pobreza crece. Valga agregar, como dato no menos escalofriante, que en 60 años de “cooperación” que el Norte viene desplegando con el Sur, desde la ya legendaria Alianza para el Progreso inaugurada por el presidente norteamericano John Kennedy en los años 60 (como respuesta ante la Revolución Cubana, para evitar más Cubas en el continente), ni un solo pobre en el mundo dejó de ser tal gracias a estos mecanismos de ¿solidaridad?, lo que muestra que esas políticas no son sino otros tantos instrumentos de control social (repulsivos colchones, paños de agua fría tendientes a mantener la ahora llamada “gobernabilidad”: cambiar algo para que no cambie nada).

Además de constatarlo por los datos anteriores (escalofriantes desde ya), podemos ver ese crecimiento de la pobreza con otros indicadores (no menos alarmantes): en el planeta, y fundamentalmente en el área desarrollada, se destinan alrededor de 500.000 millones anuales para drogas (una de las actividades económicas más lucrativas de la especie humana en la actualidad) y más de un billón anual a gastos militares (el rubro más rentable). Que se gasten esas cifras astronómicas en helados, cosméticos, estupefacientes y armas también nos lo dice: la pobreza crece (¡y no necesitamos ser el ermitaño asceta para entender lo que eso significa!). Se suicidan 800 personas diarias en el mundo: ¿habla de alguna pobreza eso?

IV

Estamos frente a un prejuicio, hoy ya globalizado, donde la idea de desarrollo está ligada indisolublemente a progreso material. Grandes culturas de la historia, con enormes avances técnicos, con profundas enseñanzas morales, medioambientales, con reflexiones acerca del fenómeno humano de gran valía, como lo decíamos más arriba, puestas en comparación con el rasero tecnocrático-economicista que rige actualmente el mundo, aparecen como atrasadas, pobres. Lo son, según ese criterio, porque no han seguido el ritmo de crecimiento técnico y de acumulación de riquezas que se dio en Europa, u hoy, en Estados Unidos, expresión máxima del capitalismo. ¿Son “pobres” la tragedia griega, la astronomía maya, el arte chino, la filosofía budista? ¿Nos quedamos con Hollywood entonces?

¿Podríamos, con una actitud serena y objetiva, atrevernos a seguir llamando pobre a una cosmovisión que pone el acento en el equilibrio ser humano/medio ambiente (como por ejemplo la de los pueblos americanos tradicionales) cuando vemos el disparate ecológico que ha causado el desarrollo industrial basado exclusivamente en el lucro empresarial, con niveles de degradación del planeta por falta de previsión y afán enfermizo de ganancia rayanos en la demencia? ¿Cuál es ahí la riqueza?

¿Podríamos, con una actitud serena y objetiva, atrevernos a seguir llamando pobre a civilizaciones que no necesitan de un consumo cada vez más masivo de narcóticos para huir de sus realidades como sucede en los países industrializados? ¿Cuál es ahí la riqueza?

¿Y cuál es la riqueza que nos propone el modelo de consumo desarrollado? Fundamentalmente eso: ¡consumo! Consumo como motor de la vida, consumo por el consumo mismo. Su arquetipo es un ciudadano tranquilo, que no protesta (que tampoco disfruta la tragedia griega ni el arte chino), sentado ante la pantalla de televisión o del teléfono celular (¿Hollywood, Walt Disney?), tomando Coca-Cola y usando sus tarjetas de créditos. ¿Esa es la riqueza? Valga decir que todo eso luego hay que pagarlo, y hoy vemos, con la crisis galopante del imperio mayor del capitalismo, por dónde van las cosas: la deuda es materialmente impagable, tanto la pública como la privada (cada ciudadano estadounidense tiene en promedio 5 tarjetas de crédito y 7.000 dólares de deuda). Deuda que, llegado el caso, no se paga, porque las armas responden. ¿Dónde queda la riqueza? Además, ese modelo de hiperconsumo de la gran potencia del Norte está empezando a hacer agua, y todo indica que no podrá mantenerse eternamente. ¿Las armas seguirán manteniéndolo? Dicho sea de paso, Estados Unidos ya no tiene la supremacía bélica.

Por cierto, que no se pretende transmitir una idea ingenuamente bucólica de civilizaciones no-occidentales pre industriales; desde ya que la calidad de vida que la tecnología nos puede proporcionar (agua potable, saneamiento ambiental, más y mejores alimentos, educación para todos, comunicaciones, más tiempo libre, etc.) es fabulosa, y por cierto aporta grandemente a la satisfacción humana, aunque no pueda terminar con la angustia y el suicidio (el “costo de la civilización” diría Freud). Las comunidades hippies de no-consumo, en tanto islas alternativas en medio de la vorágine moderna, son insostenibles; la historia lo demostró, porque no disponían del poder político ni militar que mueve el mundo. ¿Por qué hoy Rusia vuelve a ser una superpotencia? Porque dispone del más alto poderío mundial en términos militares. Es patético, pero es la realidad humana: se impone finalmente el que tiene el garrote más grande (¿pulsión de muerte?). Lo que debe ser puesto en debate -debate que, por cierto, ya está abierto, y debe seguir alimentándose- es la idea de riqueza que los modelos modernos y post modernos (capitalistas) nos ofrecen. Una vez más entonces: ¿Cuba es pobre? ¿Cuál es el rasero para medirla?

La riqueza no puede ser solamente consumir. Gastar cantidades impresionantes en helados, mascotas, cosméticos y estupefacientes (¡o armas!), junto a gente que come una vez por día, o no come, no constituye ninguna riqueza en términos humanos. Habla, en todo caso, de modelos de desarrollo, de visiones de la vida y de proyectos de ser humano que evidencian, fundamentalmente, una pobreza existencial profunda (alarmante, sombría). Si esa es la riqueza que nos ofrece el post-modernismo (cada uno con su propio vehículo, consumiendo gaseosas y hamburguesas -¡o estupefacientes!-, y con la lap top o el smart telephone hasta para ir al baño), si la profundidad de la tragedia griega se reemplazó por King Kong y la hondura de los sistemas de pensamiento orientales dieron lugar a los libros de autoayuda (“si usted quiere, puede”, “¡todo depende de usted!”), realmente, como dijera el vate portugués Saramago, “nos merecemos desaparecer come especie”.

Desde ya el problema de la pobreza no es una cuestión de actitud moral, de caridad para con el desposeído. Ejércitos de Madres Teresas y de voluntariados (tan a la moda hoy día) no alcanzan; ni siquiera sirven para hacerle cosquillas al problema. El tema de la pobreza -o, dicho de otro modo: de la injusticia- es claramente una de las preguntas medulares que atraviesan la historia humana, o, mejor dicho: la historia de las sociedades divididas en clases. Que su respuesta debe ser difícil lo evidencia el estado actual del mundo: cada vez más armas, más helados y más cosméticos, y cada vez más pobres (y no sólo los que no comen; también los que no saben qué hacer con el tiempo libre.... ¿consumir Hollywood, o videojuegos? ¿Drogas quizá?). La pregunta en torno a la pobreza es una interrogación sobre la condición humana misma. ¿Por qué nos resulta tan tentador dejarnos seducir por la Coca-Cola y las hamburguesas, o por Rambo, o las narco-novelas? ¿Tan pobres somos?

Luchar contra la pobreza implica, como mínimo, repartir más equitativamente los productos del trabajo humano (lucha política fundamentalmente -que indirectamente incluye lo militar, continuación de la política por otros medios-). Pero también implica no dejarnos de plantear esas preguntas que hacen a lo más hondo de nuestra existencia. Digámoslo con un ejemplo: la población de Europa del Este, todavía en la era del “socialismo real”, ayudó a hacer caer el muro de Berlín fascinada por la videocasetera o el pantalón vaquero (las modas de ese entonces), los espejitos de colores que fascinaban en los 90 del siglo pasado y que sus economías no le proveían. Hoy se lamentan de lo perdido (salud y educación gratuitas, pleno empleo, viviendas populares y calefacción subvencionada), y en cada ocasión que tienen, manifiestan su añoranza por la seguridad material mínima que ya no pueden tener. La supuesta “libertad” ganada no termina de convencer. Entonces, complementando la pregunta anterior, habría que agregar -para preguntarse con la misma fuerza-: ¿por qué nos seducen tanto los espejitos de colores?

Marcelo Colussi
Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos




sábado, 21 de marzo de 2020

LA IZQUIERDA EN EL BICENTENARIO


Escribe: Milcíades Ruiz

Resulta decepcionante que sectores de izquierda, en ciertos asuntos, coincidan más con los opresores que con los oprimidos. Prestan mayor atención a la prensa manipuladora que nos aliena, que al sentir de nuestro pueblo. Pero es entendible que así suceda. La libertad ideológica es un derecho humano que debemos respetar recíprocamente. Viene al caso, la diversa actitud respecto al bicentenario de la independencia del virreinato.

La izquierda no es una sola. Tampoco la derecha. En ambos lados de la frontera hay diversidad ideológica, desde los moderados hasta los extremos. Es común ver a los que viven en la frontera pasar de un lado a otro constantemente. Reclamarles consecuencia puritana de izquierda a los fronterizos, es ocioso, porque en su mayor parte, son residentes transitorios.

Muchos derechistas moderados pueden estar en la izquierda no porque rechacen totalmente el sistema, sino porque están en desacuerdo con algunas injusticias, no con todas. A la inversa, muchos izquierdistas pueden estar en las filas de la derecha por conveniencia, más que por convicción. De modo que, esta franja fronteriza tiene esta peculiaridad que hay que comprender.

La izquierda es pues, un conglomerado ideológico en el que se sitúan los que están contra el sistema vigente, aunque con variantes proporcionales, pasajeras y permanentes. En esta vertiente podemos encontrar a los socialistas y no socialistas. No hay una izquierda única ni puede haber unidad entre diferentes no compatibles. Unidad no es lo mismo que frente.

Los socialistas se rigen por una doctrina y actúan por convicción. Los no socialistas no siguen una doctrina específica, pero comparten ideales sueltos que pueden traducirse en un programa político. De modo que, si apoyamos a un líder sin trayectoria socialista, no podemos exigirle comportamiento político socialista, porque no lo es.

Las experiencias con Ollanta Humala, Susana Villarán y otros casos, nos hacen ver que el caudillismo predomina sobre lo doctrinario. Por más que la indignación nos haga renegar de frustración, ella carece de fundamento, pues alegamos traición, que son pitucos, oportunistas, felones, vendidos, etc. Pero la responsabilidad es nuestra. Si perdimos la guerra con Chile, la culpa fue nuestra.

Las elecciones políticas previstas para el próximo año nos dan la oportunidad para corregir errores. En la izquierda hay sectores que vienen cantando la misma canción que la derecha respecto al bicentenario de un hecho nefasto para los peruanos ancestrales, sin percatarse del dolor que causan a un pueblo que añora su pasado.

¿Es motivo de aplauso y celebración, la independencia política del virreinato, sin emancipación de los propietarios originarios, a quienes se les despojó su patria, arrebatándole hasta hoy, el derecho de administrar su heredad?

Para los descendientes de los opresores sí, es motivo de celebración. Pero para la izquierda, que se supone identificada con los oprimidos, sería mejor tener una postura diferente. Reconocer el hecho histórico, pero reclamando por la postergación bicentenaria, y exigiendo la reivindicación nativa con los derechos que por justicia le corresponde. No de palabra solamente. Eso sería hipocresía.

Necesitamos sincerar la historia del Perú sobre bases más auténticas, recogiendo la versión ancestral. Por ello, siguiendo los pasos de Héctor Béjar, en su obra “Vieja Crónica y mal gobierno” que busca rescatar la verdad histórica desenterrando lo oculto, les alcanzo algunas breves referencias, que justifican mi reclamo.

Para la historia oficial, los héroes de la independencia no son los nativos que derramaron su sangre luchando por la libertad, sino sus opresores colonialistas que capturaron la república, manteniendo el cautiverio de los peruanos originarios y la esclavitud de los africanos. Por consiguiente, los homenajeados serán los próceres colonialistas y la municipalidad de Lima lo celebrará mostrando el pabellón que Carlos V, le asignó.

Nuestros compatriotas negros, celebrarán la fecha cantando “somos libres” pero en realidad sus ancestros continuaron en esclavitud hasta fines de 1854 en que Ramón Castilla la abolió. Pero tampoco fue de inmediato, ya que los hacendados hicieron prevalecer sus derechos de propiedad privada sobre los esclavos, pues “tal medida era confiscatoria, anti constitucional, antieconómica y violadora del derecho de propiedad”.

Ni que decir de los nativos que solo fueron redimidos en 1969, con la reforma agraria del gobierno del Gral. Juan Velasco Alvarado. El tributo de indios sirvió para pagar esclavos y, la deuda interna de los acreedores de la independencia, que eran los colonialistas beneficiarios de ella.

Pero la verdad histórica nos dice que al mismo tiempo que las colonias británicas en Norteamérica luchaban contra el yugo colonizador del imperio europeo, Túpac Amaru II, lo hacía en el Perú. Ocho años más tarde, estalló la Revolución Francesa con la toma de la fortaleza de La Bastilla en 1879.

Ese año, el conde de Florida Blanca, primer ministro de Carlos III, cierra las fronteras para impedir la propagación de las ideas revolucionarias. Sin embargo, esas ideas llegaron al Perú y antes de la llegada de la “Expedición Libertadora”. Como constancia muestro un párrafo de la carta que el virrey Pezuela, envió al Ministro de Guerra en 1818:

“Los indios, en especial aquellos que se han levantado contra la causa y derechos del rey, manifiestan bastante repugnancia para sujetarse a la contribución sustituida al tributo y ha sido preciso la fuerza armada para restablecerla en muchos: son naturalmente inclinados a toda clase de maldades; la religión católica en mi concepto, no la conocen; su aversión a la autoridad del rey y la adhesión a sus incas, son indelebles y tan arraigadas como en los primeros años de la conquista; por eso es que siempre está dispuesto a oír y seguir las sugestiones de los perversos que los inducen a la rebelión y que tan ferozmente odian a los españoles que se oponen a sus ideas. Los “cholos” (que son una casta mixta) son algo menos malos que los indios puros y no se llevan generalmente entre sí, aunque se reúnen con frecuencia contra los españoles, esperanzados unos y otros, en que si logran destruir a estos, conseguirán hacer lo mismo con sus precarios compañeros. De cholos se compone la mayor parte de los regimientos de milicia, que siendo muchos de alguna instrucción y disciplina, son otras tantas reuniones formales y permanentemente prontas a obrar siempre que sus jefes los induzcan a un levantamiento. De este principio se han originado en muchas partes las explosiones de la insurrección, casi simultáneas, a las mayores distancias y el riesgo será mayor en adelante, porque todos, ya en nuestro ejército o ya entre los rebeldes, han recibido una enseñanza militar más completa, que puede ser fatalísima al Estado”.
Fuente: Mariano F. Paz Soldán, Historia del Perú Independiente- Pag. 52. Comunicación dirigida al Ministro de Guerra en noviembre 5 de 1818.

Ya la guerra de independencia de las colonias españolas en Sudamérica había avanzado bastante. El 5 de febrero del 2019, se cumplió el bicentenario del acuerdo crucial para la independencia del virreinato del Perú. Los subversivos revolucionarios (hoy serían llamados terroristas) habían logrado liberar a casi todo el territorio colonial español.

Solo faltaba el virreinato del Perú que era el más fuerte. Ese acuerdo se firmó en Buenos Aires, como un tratado entre Las Provincias Unidas del Río de La Plata (Hoy Argentina) y el Estado de Chile, comprometiéndose a emprender (…) una expedición liberatriz “para poner fin a la dominación tiránica del gobierno español en el Perú, y procurar a sus habitantes la libertad e independencia de que se hallan tan injustamente privados” (…).

En cierto modo, la independencia se la debemos a Chile. San Martín cumplió lo establecido en el tratado y se retiró. Estaba previsto entregar el poder a la aristocracia colonialista. Volveremos al respecto.

Marzo, 2020


viernes, 22 de febrero de 2019

MANIPULACIÓN DE MASAS



El estadounidense Harold Lasswell (uno de los pioneros de la “mass comunicación research”), estudió después de la Primera Guerra Mundial las técnicas de propaganda e identificó una forma de manipular a las masas (teoría de “la aguja hipodérmica o bala mágica”), teoría plasmada en su libro “Técnicas de propaganda en la guerra mundial (1.927) y basada en “inyectar en la población una idea concreta con ayuda de los medios de comunicación de masas para dirigir la opinión pública en beneficio propio y que permite conseguir la adhesión de los individuos a su ideario político sin tener que recurrir a la violencia” (defensa de la sacrosanta seguridad de Israel).

Por su parte,Edward L. Bernays, sobrino de Sigmund Freud y uno de pioneros en el estudio de la psicología de masas, en su libro “Cristalizando la opinión pública”, desentraña los mecanismos cerebrales del grupo y la  influencia de la propaganda como método para unificar su pensamiento. Así, según sus palabras “la mente del grupo no piensa, en el sentido estricto de la palabra. En lugar de pensamientos tiene impulsos, hábitos y emociones. A la hora de decidir su primer impulso es normalmente seguir el ejemplo de un líder en quien confía”, por lo que la propaganda del Gobierno de Netanyahu será dirigida no al sujeto individual sino al Grupo en el que la personalidad del individuo unidimensional se diluye y queda envuelta en retazos de falsas expectativas creadas y anhelos comunes que lo sustentan, sirviéndose de la dictadura invisible del temor al Tercer Holocausto, proceda de Hamás, de Hezbolá o de Irán.


la teórica política judío-alemana Hannah Arendt en su libro “Eichmann en Jerusalén”, subtitulado “Un informe sobre la banalidad del mal”, nos ayudó a comprender las razones de la renuncia del individuo a su capacidad crítica (libertad) al tiempo que nos alerta de la necesidad de estar siempre vigilante ante la previsible repetición de la “banalización de la maldad” por parte de los gobernantes de cualquier sistema político, incluida la sui-genéris democracia judía, pues según Maximiliano Korstanje “el miedo y no la banalidad del mal, hace que el hombre renuncie a su voluntad crítica pero es importante no perder de vista que en ese acto el sujeto sigue siendo éticamente responsable de su renuncia” (más de 1.500 niños palestinos muertos por las fuerzas israelíes desde la Intifada del 2.000).