Escribe: Milcíades Ruiz
Resulta decepcionante que sectores de izquierda, en
ciertos asuntos, coincidan más con los opresores que con los oprimidos. Prestan
mayor atención a la prensa manipuladora que nos aliena, que al sentir de
nuestro pueblo. Pero es entendible que así suceda. La libertad ideológica es un
derecho humano que debemos respetar recíprocamente. Viene al caso, la diversa
actitud respecto al bicentenario de la independencia del virreinato.
La
izquierda no es una sola. Tampoco la derecha. En ambos lados de la frontera hay
diversidad ideológica, desde los moderados hasta los extremos. Es común ver a
los que viven en la frontera pasar de un lado a otro constantemente.
Reclamarles consecuencia puritana de izquierda a los fronterizos, es ocioso,
porque en su mayor parte, son residentes transitorios.
Muchos derechistas moderados pueden estar en la izquierda no
porque rechacen totalmente el sistema, sino porque están en desacuerdo con
algunas injusticias,
no con todas. A la inversa, muchos izquierdistas pueden estar en
las filas de la derecha por conveniencia, más que por convicción. De modo que,
esta franja fronteriza tiene esta peculiaridad que hay que comprender.
La izquierda es pues, un conglomerado ideológico en
el que se sitúan los que están contra el sistema vigente, aunque con variantes
proporcionales, pasajeras y permanentes. En esta vertiente podemos encontrar a
los socialistas y no socialistas. No hay una izquierda única ni puede haber
unidad entre diferentes no compatibles. Unidad no es lo mismo que frente.
Los socialistas se rigen por una doctrina y actúan
por convicción. Los no socialistas no siguen una doctrina específica, pero
comparten ideales sueltos que pueden traducirse en un programa político. De
modo que, si apoyamos a un líder sin trayectoria socialista, no podemos
exigirle comportamiento político socialista, porque no lo es.
Las experiencias con Ollanta Humala, Susana
Villarán y otros casos, nos hacen ver que el caudillismo predomina sobre lo
doctrinario. Por más que la indignación nos haga renegar de frustración, ella
carece de fundamento, pues alegamos traición, que son pitucos, oportunistas,
felones, vendidos, etc. Pero la responsabilidad es nuestra. Si perdimos la
guerra con Chile, la culpa fue nuestra.
Las elecciones políticas previstas para el próximo
año nos dan la oportunidad para corregir errores. En la izquierda hay sectores
que vienen cantando la misma canción que la derecha respecto al bicentenario de
un hecho nefasto para los peruanos ancestrales, sin percatarse del dolor que
causan a un pueblo que añora su pasado.
¿Es motivo de aplauso y celebración, la
independencia política del virreinato, sin emancipación de los propietarios
originarios, a quienes se les despojó su patria, arrebatándole hasta hoy, el
derecho de administrar su heredad?
Para los descendientes de los opresores sí, es
motivo de celebración. Pero para la izquierda, que se supone identificada con
los oprimidos, sería mejor tener una postura diferente. Reconocer el hecho
histórico, pero reclamando por la postergación bicentenaria, y exigiendo la
reivindicación nativa con los derechos que por justicia le corresponde. No de
palabra solamente. Eso sería hipocresía.
Necesitamos sincerar la historia del Perú sobre
bases más auténticas, recogiendo la versión ancestral. Por ello, siguiendo los
pasos de Héctor Béjar, en su obra “Vieja Crónica y mal gobierno” que busca
rescatar la verdad histórica desenterrando lo oculto, les alcanzo algunas
breves referencias, que justifican mi reclamo.
Para la historia oficial, los héroes de la
independencia no son los nativos que derramaron su sangre luchando por la
libertad, sino sus opresores colonialistas que capturaron la república,
manteniendo el cautiverio de los peruanos originarios y la esclavitud de los
africanos. Por consiguiente, los homenajeados serán los próceres colonialistas
y la municipalidad de Lima lo celebrará mostrando el pabellón que Carlos V, le
asignó.
Nuestros compatriotas negros, celebrarán la fecha
cantando “somos libres” pero en realidad sus ancestros continuaron en
esclavitud hasta fines de 1854 en que Ramón Castilla la abolió. Pero tampoco
fue de inmediato, ya que los hacendados hicieron prevalecer sus derechos de
propiedad privada sobre los esclavos, pues “tal medida era
confiscatoria, anti constitucional, antieconómica y violadora del derecho de
propiedad”.
Ni que decir de los nativos que solo fueron
redimidos en 1969, con la reforma agraria del gobierno del Gral. Juan Velasco
Alvarado. El tributo de indios sirvió para pagar esclavos y, la deuda interna
de los acreedores de la independencia, que eran los colonialistas beneficiarios
de ella.
Pero la verdad histórica nos dice que al mismo
tiempo que las colonias británicas en Norteamérica luchaban contra el yugo
colonizador del imperio europeo, Túpac Amaru II, lo hacía en el Perú. Ocho años
más tarde, estalló la Revolución Francesa con la toma de la fortaleza de La
Bastilla en 1879.
Ese año, el conde de Florida Blanca, primer
ministro de Carlos III, cierra las fronteras para impedir la propagación de las
ideas revolucionarias. Sin embargo, esas ideas llegaron al Perú y antes de la
llegada de la “Expedición Libertadora”. Como constancia muestro un párrafo de
la carta que el virrey Pezuela, envió al Ministro de Guerra en 1818:
“Los indios, en especial aquellos que se han
levantado contra la causa y derechos del rey, manifiestan bastante repugnancia
para sujetarse a la contribución sustituida al tributo y ha sido preciso la
fuerza armada para restablecerla en muchos: son naturalmente inclinados a toda
clase de maldades; la religión católica en mi concepto, no la conocen; su
aversión a la autoridad del rey y la adhesión a sus incas, son indelebles y tan
arraigadas como en los primeros años de la conquista; por eso es que siempre
está dispuesto a oír y seguir las sugestiones de los perversos que los inducen
a la rebelión y que tan ferozmente odian a los españoles que se oponen a sus
ideas. Los “cholos” (que son una casta mixta) son algo menos malos que los
indios puros y no se llevan generalmente entre sí, aunque se reúnen con
frecuencia contra los españoles, esperanzados unos y otros, en que si logran
destruir a estos, conseguirán hacer lo mismo con sus precarios compañeros. De
cholos se compone la mayor parte de los regimientos de milicia, que siendo
muchos de alguna instrucción y disciplina, son otras tantas reuniones formales
y permanentemente prontas a obrar siempre que sus jefes los induzcan a un
levantamiento. De este principio se han originado en muchas partes las
explosiones de la insurrección, casi simultáneas, a las mayores distancias y el
riesgo será mayor en adelante, porque todos, ya en nuestro ejército o ya entre
los rebeldes, han recibido una enseñanza militar más completa, que puede ser
fatalísima al Estado”.
Fuente:
Mariano F. Paz Soldán, Historia del Perú Independiente- Pag. 52. Comunicación
dirigida al Ministro de Guerra en noviembre 5 de 1818.
Ya la guerra de independencia de las colonias
españolas en Sudamérica había avanzado bastante. El 5 de febrero del 2019, se
cumplió el bicentenario del acuerdo crucial para la independencia del
virreinato del Perú. Los subversivos revolucionarios (hoy serían llamados
terroristas) habían logrado liberar a casi todo el territorio colonial español.
Solo faltaba el virreinato del Perú que era el más
fuerte. Ese acuerdo se firmó en Buenos Aires, como un tratado entre Las
Provincias Unidas del Río de La Plata (Hoy Argentina) y el Estado de Chile,
comprometiéndose a emprender (…) una expedición liberatriz “para poner
fin a la dominación tiránica del gobierno español en el Perú, y procurar a sus
habitantes la libertad e independencia de que se hallan tan injustamente
privados” (…).
En cierto modo, la independencia se la debemos a
Chile. San Martín cumplió lo establecido en el tratado y se retiró. Estaba
previsto entregar el poder a la aristocracia colonialista. Volveremos al
respecto.
Marzo, 2020
Otra
información en https://republicaequitativa.wordpress.com/
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