22-03-20
Suele decirse –y es verdad- que incluso de las peores experiencias, la gente puede extraer valiosas lecciones. La crisis desatada en nuestros países por el coronavirus permite ejemplificar lo que afirmamos.
La epidemia desatada en la ciudad China de Wuhan, desde diciembre del año pasado, generó ya severos daños en el país asiático que, sin embargo, logró remontar el mal. Lo peor, sin embargo, es que éste se expandió a otros continentes, y hoy golpea virtualmente a todo el mundo. América Latina, la siente en carne propia.
Se ha discutido mucho respecto al verdadero origen de la pandemia que nos ocupa. El Gobierno chino lo ha situado en un evento militar realizado en su territorio y al que concurriera un nutrido destacamento de los Estados Unidos de Norteamérica. Ellos trajeron el virus y lo insertaron aquí -dijo un reciente comunicado de las Fuerzas Armadas de la República Popular China-. Y no tendría que sorprender el hecho.
Los servicios secretos de los Estados Unidos han cultivado diversas especialidades para asegurarse éxitos en la confrontación que mantienen por la hegemonía mundial. La guerra bacteriológica, es una de ellas. Contra Cuba, por ejemplo, pusieron en práctica el dengue hemorrágico, la fiebre porcina, la gripe aviar, y otras plagas que afectaron la producción agrícola y aún la vida de diversas especies en la isla.
Hoy, en el afán de debilitar al gigante asiático, la administración Trump no tendría empacho alguno en fomentar agresiones de este tipo no sólo para distraer la atención de Pekín, sino también debilitar la imagen de la República Popular en el escenario mundial. Después de todo, si París bien vale una misa, la defensa del sistema de dominación mundial capitalista justifica más que eso.
El fenómeno, sin embargo, puso a trasluz dos maneras de enfocar las cosas. Mientras el mandatario norteamericano desestimó en un inicio la gravedad de la epidemia; el gobierno de Cuba abrió los brazos a todos los países en clara expresión de solidaridad.
El incidente con el barco británico “Braemar”, patentizó el hecho. Mientras las autoridades estadounidenses les negaron el arribo a sus puertos por tener entre sus pasajeros a algunos infectados, el gobierno de Cuba acogió a las casi mil personas que viajaban en la nave.
El miércoles pasado, ante el asombro del mundo, tripulantes y pasajeros del trasatlántico desembarcaron en el puerto de Mariel y horas después, desde el aeropuerto José Martí de La Habana, todos partieron a Londres sanos y salvos. Nunca se olvidará ese maravilloso gesto de Cuba.
En lo que a nosotros se refiere, ya el Primer Ministro Antonio Zeballos informó del apoyo de Cuba, tan oportuno y eficiente siempre. Nadie podría desestimarlo
Pero el tema en nuestros países reviste también otras consideraciones. Y pone en evidencia la crisis del capitalismo dependiente que hoy cuestionan los pueblos.
Aunque la medicación más simple para enfrentar el mal, es lavarse las manos, en Lima hay dos millones de personas que no tienen servicios de agua. Si de lo que se trata es de disponer de una “alimentación balanceada”, el 60% de nuestros niños sufren de desnutrición crónica. Si se requiere de una atención hospitalaria adecuada, todos sabemos que los servicios médicos son elitistas y costosos. Si la gente debe quedarse en casa, lo real es que 9 millones de peruanos viven “al día”. Si hoy no trabajan, hoy no comen.
Y no hay que olvidar tampoco el drama de los pobladores de las zonas marginales de la capital: Collique, Jicamarca, las laderas de Chillón, Ticlio Chico, y otras; sin olvidar a los millones de peruanos que viven en condiciones de virtual abandono en el interior del país. Programas sociales de asistencia, son indispensables.
Todos sabemos también que en momentos de crisis hay quienes buscan usarla en su propio beneficio. Hay quienes aprovechan para especular con los precios de los productos de primera necesidad; para ocultar bienes de consumo y revenderlos sin control; para despedir trabajadores alegando que no les pueden pagar si no producen. En el colmo, la CONFIEP exige que los trabajadores mineros no acaten la cuarentena porque “la minería no puede parar”. Y el gobierno “atraca”.
Pero hay, además, otros dramas que se ocultan: el de los niños de Cerro de Pasco afectados por la leucemia, producida por los relaves mineros; y el dengue, que ha afectado ya a más de tres mil personas en el oriente peruano. No hay que permitir que se soslayen estos hechos. Es deber de todos promover la solidaridad activa con todas las víctimas de estos fenómenos terribles.
Al mismo tiempo. Debemos resaltar el papel que están cumpliendo segmentos particularmente sacrificados de la sociedad peruana: los profesionales de la salud: médicos y enfermeros, así como los trabajadores de los hospitales arriesgan sus vidas cada día para salvar las vidas de otras personas. Los bomberos, también forman parte de esta realidad.
Un ejemplo alentador fue el comportamiento de los uniformados –policías y militares- que subieron a las unidades de transporte para hablar con la gente y explicarles la peligrosa situación creada y la necesidad de asumir un comportamiento distinto.
Esa constituye una buena base para iniciar la reconstrucción de un “modelo” casi olvidado: la unidad del pueblo y la fuerza armada como instrumento de liberación social y desarrollo. Y es que hay que usar la coyuntura en los mejores términos, para consolidar un vínculo de solidaridad social y comportamiento humano, para uniformados y civiles.
Aún es prematuro adelantar juicios. No se sabe cuánto demorará el país para revertir la situación creada. Pero la tarea está planteada y hay que cumplir -cada uno- con las responsabilidades que le competen.
https://www.alainet.org/es/articulo/205399
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