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martes, 8 de marzo de 2022

EL PUEBLO PERUANO CONTINÚA TRABAJANDO, Y LA ULTRADERECHA CONTINÚA SABOTEANDO



(08 de marzo  de 2022)

Por Miguel Ángel Aragón  


Al margen de la escandalosa crisis política superficial, y persistiendo en luchar por superar la pandemia temporal y la crisis económica coyuntural, los trabajadores del campo y los trabajadores de la ciudad, los trabajadores manuales y los trabajadores intelectuales, continuamos trabajando, continuamos elevando la producción, continuamos aumentando las exportaciones y continuamos elevando la Renta Nacional.  

El alto crecimiento económico alcanzado por el esfuerzo de nosotros los trabajadores en los últimos meses (+13,3 % en el año 2021), deberá servir principalmente para   atender las necesidades básicas más urgentes de la población, deberá servir para impulsar el necesario desarrollo social que tanta falta nos hace desde hace muchas décadas.   

Complementando parcialmente esta acción productiva de los trabajadores, el gobierno democrático burgués iniciado el 28 de julio pasado, viene desarrollando algunos de los objetivos centrales propuestos en el Plan Bicentenario, para intentar lograr algunas de las metas programadas. La acertada política sanitaria para disminuir los efectos de la pandemia es un mérito demasiado evidente, que la mayoría reconocemos. De igual manera, el relativo control de la inflación y del déficit fiscal, el aumento de las inversiones públicas y la entrega de bonos de sobrevivencia a los más pobres, el inicio de la modernización de la pequeña agricultura familiar,  los planes para masificar la distribución  del gas de uso doméstico, así como  la próxima ejecución de obras públicas en todo el país, priorizando suministro de agua potable, construcción de postas médicas, escuelas y caminos locales, todo esto son logros del nuevo gobierno.  

Esta doble acción concertada, de los trabajadores y del gobierno, se está desarrollando en lucha desigual contra el artero sabotaje de los operadores de la ultraderecha feudal burguesa, que al sentirse temporalmente desplazados de la administración del gobierno, están recurriendo a todo tipo de maniobras, legales e ilegales, para no perder todos sus privilegios.  

Las diferentes partes de esta decadente ultraderecha feudal burguesa carecen por completo de propuestas y de planes para afrontar las necesidades más urgentes de la población. Todo el libreto de estas fuerzas retrógradas se reduce a alborotar sin sustento tres denuncias: Terruqueo, Fraude y Vacancia (TE-FRA-VAC), eso es todo lo que tienen en mente, y eso es todo lo que agitan a diario en la llamada gran prensa y la televisión, cada vez más decadentes.  

 

I

 

Al presente, ya han transcurrido más de 200 días de iniciada la gestión del nuevo gobierno democrático burgués. En estos siete primeros meses de gobierno, hasta el presente no se ha presentado la más mínima prueba del supuesto carácter “terrorista” del actual grupo gobernante. Todas las afiebradas mentiras lanzadas durante varios meses, sobre una supuesta “confiscación de viviendas, automóviles, cuentas de ahorro, y otras propiedades personales”, han quedado en eso, simples mentiras alarmistas, que actualmente ya casi nadie cree ni toma en serio. 

 

II

 

Desde el día anterior a las elecciones, los voceros de la ultraderecha denunciaron un supuesto fraude en las elecciones del 06 de junio. Después del alboroto, que trascendió las fronteras, todas las instancias judiciales nacionales se han pronunciado reconociendo la legitimidad y validez del proceso electoral. Igualmente, en el mismo sentido, se han pronunciado todos los organismos internacionales que supervisaron el proceso electoral. Si al comienzo se negaron a reconocer al presidente electo, ahora ya no queda casi nadie que persista en esa torpe mentira, y reconocen a regañadientes al presidente, pero, sin embargo, en el Congreso se continúa sosteniendo y pagando a una costosa comisión para que investigue los resultados del proceso electoral.

 

III

 

Fracasados rotundamente, en sus dos primeras tácticas de ataque, por último  estos maltrechos representantes de la ultraderecha feudal burguesa se han concentrado en un sinfín de maniobras, para intentar impulsar la ansiada vacancia presidencial. Por ahora, esta es la última carta que les queda, para intentar sobrevivir políticamente. 

La gran prensa televisiva e impresa, financiada y manejada por la   ultraderecha feudal burguesa, ha degenerado por completo. Todos los días se dedica a las acusaciones personales, la mayoría sin fundamento, pero que alimentan la confusión y les sirve para la manipulación de conciencias. En los últimos doce meses, estos grupos en descomposición teórica, política y moral, solo han podido presentar y agitar su triple propuesta del TE-FRA-VAC, no tienen nada más que proponer, carecen por completo de propuestas, y cada vez se van quedando más aislados, como lo han demostrado en su fracasada movilización del 5 de marzo.    

 

*   *

 

Es muy cierto, vivimos tiempos de crisis, esa realidad es innegable, todos lo percibimos en nuestra vida diaria. Pero tenemos que reconocer que vivimos en medio de dos crisis diferentes. 

Por un lado, la crisis de la decadencia, del ocaso del viejo estado feudal burgués que se resiste a ser superado, la crisis de LA VIEJA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA, de sus partidos y de todas sus instituciones. 

Por otro lado, vivimos en tiempos de crisis de crecimiento, de un crecimiento lento pero seguro   de LA NUEVA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA, crisis de crecimiento y de obligada renovación de las organizaciones del pueblo  trabajador, crisis de aprendizaje de cómo  gobernar  democráticamente, crisis positiva que se abre camino  alternando avances y retrocesos, crisis en la cual se están cometiendo muchos errores, pero cuya resultante a mediano plazo será la formación de las bases de una nueva democracia, en la cual la atención de las necesidades más urgentes del pueblo será el único privilegio.      

Así como hemos derrotado las campañas del “Terruqueo” y del “Fraude”, ahora tenemos que unir todas nuestras fuerzas para derrotar la campaña de la “Vacancia”. En esta lucha contra la Vacancia, tenemos que poner empeño en criticar y superar nuestros propios errores, y a la vez aislar y depurar a los elementos negativos dentro de las filas del pueblo.

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

FRANCISCO SAGASTI: “NUESTRAS VISIONES DE FUTURO NO HAN ESTADO ANCLADAS EN LA REALIDAD”

 


Francisco Sagasti y su análisis de los 'proyectos de país' generados durante el siglo XX. 

 

En 2017, Rolando Toledo, director de La Mula, entrevistó al hoy presidente de la República sobre las posibilidades de desarrollo del Perú en el marco global de una revolución cognitiva. Ahora que ha asumido el gobierno transitorio compartimos esta conversación en la que Francisco Sagasti muestra su visión del país.

Cómo puede el Perú dejar de ser una promesa? Sagasti, ingeniero industrial con estudios de posgrado en Estados Unidos, se ha hecho esa pregunta durante gran parte de su vida profesional, en la que ha trabajado e investigado sobre planeamiento estratégico y desarrollo. Sus más de 150 artículos y 25 libros publicados (en inglés y en español) engloban todo un expertise intelectual, que le ha permitido pensar el Perú a profundidad. Sus reflexiones, sin embargo, tienen un componente adicional: la obligatoriedad de conectar la capacidad imaginativa con la práctica. No haber podido aunar ambos, sostiene, nos ha llevado a más de una decepción en diversos periodos de nuestra historia. “El Perú es una enciclopedia de errores”, asegura.

Tras desempeñarse por cinco años (1987-1992) como director de la División de Planeamiento Estratégico del Banco Mundial, dirigió el programa Agenda: PERÚ junto a Max Hernández entre 1993 y el 2001. Esta experiencia le permitió indagar sobre temas de desarrollo social y derechos humanos en el Perú y en otros países de América Latina. Con el tiempo, impulsado por su propia prédica, decidió incursionar en la política partidaria y postuló al Congreso con Todos por el Perú, el partido que intentó, en el 2016, llevar a la presidencia a Julio Guzmán.

“Hace cincuenta años que sueño con un Perú en el que la innovación sea el motor del desarrollo”, dice Sagasti, que es un convencido de que las políticas de innovación en ciencia y tecnología son el camino para salir del marasmo en el que estamos. Sus viajes alrededor del mundo y sus reflexiones sobre los avances de la tecnología y el impacto que ha tenido en el individuo lo han llevado a una clara conclusión: el Perú posee, gracias a su diversidad de recursos, las herramientas necesarias para hacer frente a los desafíos actuales del mundo.

¿De qué depende que nuestro país pueda aprovechar a su favor este contexto de innovación y tecnologías que se renuevan permanentemente? Sagasti no lo duda: formar una nueva élite política con una perspectiva orientada hacia el bien común y que sepa entender las lecciones del pasado. Afortunadamente, señala, existe en el Perú un “fermento renovador”: un grupo de ciudadanos inconformes con lo que sucede en el país, que están generando nuevos enfoques de desarrollo.

 

¿Cuál es tu mirada del Perú en este momento?

Un país totalmente desconcertado. En el plano económico seguimos en piloto automático, porque, al igual que hace muchísimos años, continuamos dependiendo del precio de las materias primas, aunque ahora hay algunos destellos de innovación en ciertos sectores, como el agroindustrial.

No obstante, lo grave es que, desde el punto de vista institucional, político y de participación ciudadana, estamos bastante mal. No recuerdo un Congreso tan malo, cuyos miembros, con honrosas excepciones, tengan un comportamiento tan alejado del estadista. Lo que se discute en la política peruana son chismes y medidas promovidas simplemente para proteger un espacio político particular.

Y, al mismo tiempo, se ponen barreras increíbles para la entrada de nuevos actores en el escenario político. Estoy absolutamente seguro de que, si cualquiera de los partidos políticos que tenemos ahora tuviera que cumplir con las exigencias para las nuevas agrupaciones, de los veintidós o veintitrés partidos solo quedarían tres o cuatro. 

Hay una mayoría en el Congreso que pelea con el Ejecutivo y que ahora, además, da claras muestras de enfrentamiento con el Ministerio Público e incluso el Tribunal Constitucional. Eso, sumado a la corrupción. ¿Qué revela acerca de nuestra madurez política?

Hay una ausencia de verdaderos líderes. Tenemos tecnócratas que se han metido a ser políticos, algunos empresarios protegiendo y buscando intereses, y una masa de advenedizos sin mucho conocimiento de la política, del país, de la historia, del contexto y del futuro. Básicamente se dedican al menudeo político. Es lo que alguna vez Jorge Basadre llamó “un fracaso de las élites”. Pero en este caso no es un fracaso, porque ni siquiera hemos creado una nueva élite.

¿Lo sientes como un problema reciente o como una herencia ya histórica?

Es recurrente. Tenemos oleadas. Sin embargo, todavía no hemos tenido el tipo de liderazgo político que esté a la altura de las posibilidades de un país tan extraordinario como el nuestro. Hay un buen número de personas aisladas que hacen un buen trabajo, pero que no llegan a cuajar en ninguna opción política con estructura y liderazgo. Ha habido intentos a lo largo del tiempo. El partido Acción Popular, con el presidente Fernando Belaunde, fue un ejemplo de esa idea. El Partido Aprista, en sus orígenes, al tratar de plantear cambios significativos en la vida peruana, también lo fue. No obstante, luego de ello no hemos tenido una élite política con una concepción ideológica clara, con visión de país. Lo que hemos tenido han sido individuos con propuestas muy valiosas.

En Agenda: PERÚ hay una frase llamativa: “Mirando los futuros del pasado”. Tomando en cuenta ello, si habláramos de los años sesenta y setenta, ¿cuáles son esas visiones de país que marcaron la historia?

Vayamos más atrás. Recordemos que nuestro país nació con un plan. Lorenzo de Vidaurre escribió el Plan del Perú y se lo entregó a Simón Bolívar en 1824. Cuando uno lee en detalle ese documento, dentro de su contexto, entiende que era un plan visionario. Planteaba qué hacer con los clérigos, con las haciendas, entre otros temas. Aquella era una visión interesante. Cada quince o veinte años, el país ha generado proyectos. Desde las utopías de José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre hasta las del propio Belaunde y las de Juan Velasco. Mostramos una serie de visiones de futuro que desgraciadamente no han estado lo suficientemente ancladas en la realidad. O teníamos soñadores o ejecutores, pero sin ningún vínculo entre ambos. Esa ha sido la historia de nuestro país. El desafío, entonces, es encontrar la forma de juntar a aquellos que tienen la capacidad de imaginar un Perú mejor con aquellos que saben gestionar, es decir, llevar a la práctica un proyecto.

Miremos nuestra historia. Ha habido grandes pensadores; por consiguiente, grandes utopías. Sin embargo, tenemos un divorcio con la realidad. Por ejemplo, durante el gobierno de Velasco se convocó a los mejores educadores de la época para imaginar el futuro de la educación en el Perú, e hicieron un libro maravilloso sobre la reforma educativa, que fue alabado por la propia Unesco. El economista Jorge Bravo Bresani se preguntó cuál era el costo de esa revolución educativa, algo que nadie se había planteado. Entonces, convocaron a tres jóvenes profesionales: Eduardo Toledo, Gerardo Figueroa y quien te habla. La conclusión fue que se necesitaba todo el presupuesto de la república en los cinco años siguientes. ¿Qué pasó? Nos acusaron de contrarrevolucionarios por demostrar la imposibilidad material del plan. En otras palabras, ese divorcio entre la imaginación y la práctica ha sido característico en nuestro país y es un rasgo que desde Agenda: PERÚ estábamos buscando cambiar.

 

 

Ahora bien, entre los años cincuenta y sesenta también se planteó la necesidad de crear una nación peruana, de consolidar un país desde un punto de vista cultural, social y económico. ¿En qué momento se frustra? ¿Tú suscribiste ese sueño en algún momento?

Sí lo suscribí, pero permíteme aclarar un punto sobre la sustitución de importaciones. Todo el mundo ataca esta política sin entender lo que se propuso. En varios artículos y libros he explicado cuál era el pensamiento y por qué fracasó. No fracasó porque las ideas eran malas. Lo que pasó fue que, a la hora de ejecutarlo, diferentes grupos de interés se aglutinaron y se aprovecharon de los beneficios, y crearon así una élite predatoria. La sustitución de importaciones, de acuerdo con lo planteado por Prébisch y la Cepal, era un planteamiento temporal que tenía que reducirse y complementarse con fomento de exportaciones. En el Perú, sin embargo, se impuso como idea poner barreras a las exportaciones. Lo que sucedió fue que las empresas locales, y las extranjeras que ponían subsidiarias, ganaron rentas enormes. Una vez que lo lograron, coparon el poder político. ¿Quién les iba a quitar esas rentas y sus beneficios a estos señores? Además, eso estuvo acompañado por una serie de beneficios indirectos, mal habidos. No hay que decir entonces que falló la sustitución de importaciones. Lo que falló fue el grupo político que no supo poner esto en práctica adecuadamente.

A propósito del gobierno de Velasco, ¿cuál fue el impacto que tuvo en la historia peruana?

El gobierno de Velasco fue un punto de quiebre muy importante. No puedes construir sin demoler. Si tenemos una casona en ruinas que en el próximo terremoto se caerá, entonces hay que demolerla. Y el Perú necesitaba una demolición. Las Fuerzas Armadas se dieron cuenta de ello, con mucha claridad, cuando se enfrentaron a las guerrillas de los años 1963 y 1965. Se dieron cuenta de que, si no había reformas sustantivas, el país no iba a avanzar. Tenían que desmantelar una serie de privilegios y era urgente una reforma agraria. En otras palabras, lo que hizo Velasco fue desmantelar lo que se había hecho en los 100 años previos. El problema fue que se hizo de pésima manera.

La otra gran apuesta fue con Alberto Fujimori, por un mercado más abierto e insertado al mundo.

Lo que hizo Fujimori fue poner en práctica las ideas que había planteado Mario Vargas Llosa. Pero, mientras se hablaba de las reformas del mercado, un grupo mercantilista dedicado, por ejemplo, a la importación de autos usados de Corea del Sur y de otros países entró a tallar y llenó el país de combis y autos con el timón cambiado. Nos llenó de una chatarra que es responsable del caos del tráfico que tenemos no solo en Lima, sino en todo el Perú. Y no solo eso: se desvalorizó la calidad en las universidades con la creación de universidades empresa, casas de estudio chatarra cuyos resultados estamos viendo hoy día. Aparte de ello, no olvidemos que nos dejó un legado de corrupción.

Todas estas visiones de país han estado insertas dentro de determinados contextos históricos y globales. Hoy estamos viviendo la transformación del conocimiento y la automatización del trabajo. ¿Cuál es la visión que corresponde a este contexto?

El mundo está cambiando y nosotros tenemos ciertas ventajas. En el país, alrededor del 70% de personas se generan su propio trabajo. Acabo de leer un informe que dice que en el 2027 la mitad de los puestos laborales generados en Estados Unidos va a ser de trabajadores independientes. Ellos están dirigiéndose hacia donde nosotros ya nos encontramos. En lugar de tratar de reproducir el modelo europeo de 1945 y el estadounidense de 1950, en términos de las relaciones entre trabajador y empleador, deberíamos mirar un poco más hacia adelante y ver cómo aprovechamos de una manera razonable esa enorme capacidad de inventiva que tenemos. Contar con una perspectiva hacia el futuro, insisto, es evitar el divorcio entre la imaginación y la práctica. Hay que prestar atención a la generación de los pasos intermedios, es decir, a la capacidad de generar beneficios en el corto plazo. Eso es lo que tenemos que hacer con las nuevas tecnologías. Con respecto a la revolución de la robótica y la tecnología 3D, hay muchos peruanos que están trabajando el tema, principalmente en el extranjero.

Entonces, ¿cómo aprovechamos esas herramientas para generar empleo aquí y ahora? Pongamos como ejemplo a los carpinteros o a los albañiles, trabajadores peruanos independientes que en ocasiones laboran con dos o tres operarios. ¿Te imaginas lo que podría hacerse si formamos una plataforma de formación y capacitación? Centros de servicio para que estas personas no solo se capaciten en línea, sino que también tengan laboratorios donde puedan producir. Entonces, lo que hay que buscar son formas de potenciar aquellas capacidades y habilidades que tenemos con estas nuevas herramientas, desde los puntos de vista operativo y práctico. Al mismo tiempo, hay que crear programas de posgrado e investigación, así como centros o programas conjuntos con otras universidades para formación de especialistas.

Desde un plano de política global, sin embargo, existen fenómenos que provocan miedo: el populismo de Donald Trump, la posverdad, el brexit, los fundamentalismos religiosos, etc. ¿Cómo relacionar todo ello con las transformaciones en el conocimiento y la tecnología que estamos viviendo?

Eso es exactamente lo que pasaba al principio de la era moderna. Recuerda los pleitos entre protestantes y católicos, las matanzas terribles entre ambos lados y todos los problemas políticos que se armaron: la guerra de los Treinta Años, la guerra de los Cien Años, las masacres étnicas, etc. Todos esos excesos que se vivieron en Europa también se dieron en Asia y África. No nos asustemos. El mundo, cuando pasa por periodos de grandes cambios, genera una serie de turbulencias, las cuales uno debe mirar con serenidad. Una vez hecho eso, se puede traspasar ese primer velo de miedo para ver cuáles son los elementos que están detrás y que pueden aprovecharse. Vuelvo una vez más al liderazgo político en el sentido más amplio de la palabra. Necesitamos personas que, primero, sean capaces de conocer, entender, interpretar y explicar estos fenómenos a la ciudadanía. Nos falta esa capacidad de convencer, de inspirar confianza. Si no tenemos eso, no vamos a poder salir de este marasmo o lo haremos muy lentamente. Tengo confianza en nuestro país porque he visto que, en situaciones extremas, los peruanos se unen.

Sacan un poco de lo mejor de sí y lo ponen de manifiesto. Sucede también que los medios de comunicación y las redes sociales solo nos muestran lo peor y nos autoflagelamos. Nos decimos que somos un desastre. Somos eso, sí, pero al mismo tiempo somos un país con potencial y posibilidades, con gente que trabaja y se sacrifica. Veamos las cosas en su verdadera dimensión y no nos dejemos apabullar.

¿Y cómo están influyendo estos cambios globales en la relación entre el ciudadano y el poder?

De maneras totalmente inéditas y todavía indeterminadas. No se sabe dónde va a terminar esto. En una primera etapa, desde un plano optimista se dijo que el ciudadano iba a tener toda la información delante e iba a participar activamente en el debate público. Conocería todo y habría más transparencia. En una segunda etapa, vimos lo que ha sucedido con pequeños grupos de interés: la posverdad, las mentiras institucionales, nos han hecho caer en una especie de pesimismo profundo. Hay que balancear un poco las cosas. Todo virus produce anticuerpos. La posverdad está motivando una serie de respuestas que van a permitir tener mayor confiabilidad. Lo que sí va a ser muy difícil en la vida política futura es romper esos guetos autodefinidos de personas que excluyen a todo el resto y que solo escuchan a quienes piensan como ellos, cualquiera que sea su persuasión política, o su comportamiento ideológico o religioso.

¿Qué es lo que necesitamos para lograr que en el Perú la revolución del conocimiento se vea plasmada de manera real?

Entendiendo, en principio, que estamos ante un proceso que toma tiempo. Aquel que sostenga que puede cambiar el Perú en los próximos cinco años está mintiendo. Lo que se puede hacer es sentar las bases y mostrar, con claridad, el camino que se debe seguir. Por ello, un proyecto político en esa dirección tiene que ser de largo plazo y no centrado en una sola persona. Con capacidad de renovarse y de actualizarse continuamente. Necesitamos superar los miedos asociados a las diferencias del pasado y desarrollar la capacidad de relacionarnos con respeto entre peruanos. Si en la televisión vemos un racismo encarnado en la burla a una campesina andina, ¿vamos a poder respetarnos? Ahí hay una enorme responsabilidad de los medios de comunicación masiva, pero una mayor de los líderes políticos.

En Agenda: PERÚ entendimos, a partir de un estudio que hicimos, que los valores y el sentido de la identidad solo se cambian de tres maneras: con educación formal y familiar; con el impacto y acceso a los medios de comunicación; y por el ejemplo. De todos ellos, el más fuerte es el ejemplo. ¿Por qué? Porque uno tiende a imitar a la persona exitosa. ¿Qué pasa cuando la imagen del éxito es una persona mentirosa, discriminadora y corrupta?

Tras el panorama que has expuesto en esta conversación, ¿tienes una mirada optimista de cara al futuro?

Hay una diferencia entre una persona ilusa y una persona optimista: el iluso se cree su propio cuento, se imagina fantasías y cree que se puede hacer todo. Me refiero a ese voluntarismo absurdo que he visto a lo largo de la historia.

El optimista, en cambio, empieza por reconocer dónde está: analiza lo bueno y lo malo. Tras ello, empieza a extraer una visión de futuro de aquellos elementos que nos permiten salir. Hay un defecto peruano en el cual somos campeones mundiales: el autoengaño. Debemos empezar por reconocer la realidad. No engañarnos y saber exactamente cómo somos. A partir de ello, se puede ejercer la imaginación. De nada nos sirve crear castillos en el aire que no podemos alcanzar desde donde estamos en la Tierra.

 

(Entrevista publicada en la revista Poder, diciembre 2017) 

Fuente: https://redaccion.lamula.pe/2020/11/17/nuestras-visiones-de-futuro-no-han-estado-ancladas-en-la-realidad/redaccionmulera/

 

jueves, 12 de noviembre de 2020

¿HASTA CUÁNDO PERÚ?


 Foto: HispanTV/Archivo

Sergio Rodríguez Gelfenstein

12/11/2020

 

En sus “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” José Carlos Mariátegui señala que los colonizadores españoles en el Perú destruyeron -sin poder reemplazarla- la fenomenal “máquina de producción” incaica caracterizada por la agrupación de comunas agrícolas y sedentarias que hacía que el pueblo viviera con bienestar material.

Ahí comenzó el problema, toda vez que esto significó la disolución de la unidad de la sociedad indígena en comunidades desperdigadas. La explotación colonial de las minas de oro y plata y de los suelos, transformaron una economía socialista originaria en una de carácter feudal.

Esto condujo a que un virreinato tan rico, deviniera en una “empresa militar y eclesiástica” más que en una estructura política y económica. Ese es el origen de la clase política peruana que en su primer momento estuvo conformada por una ínfima población de “virreyes, cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados”. Según Mariátegui, el más extraordinario pensador peruano de la historia, en 1928, cuando escribió esta colosal obra, las bases de esa economía colonial mantenían aun tal estructura, aunque comenzaba su tránsito hacia una economía burguesa.

Decía Mariátegui: “El problema está en las raíces mismas de este Perú hijo de la conquista. No somos un pueblo que asimila las ideas y los hombres de otras naciones, [San Martín y Bolívar lo vivieron en carne propia] impregnándolas de su sentimiento y su ambiente, y que de esta suerte enriquece, sin deformarlo, su espíritu nacional. Somos un pueblo en el que conviven, sin fusionarse aún, sin entenderse todavía, indígenas y conquistadores. La República se siente y hasta se confiesa solidaria con el virreinato. Como el virreinato, la República es el Perú de los colonizadores, más que de los regnícolas. El sentimiento de las cuatro quintas partes de la población no juega casi ningún rol en la formación de la nacionalidad y sus instituciones” A casi 100 años, esta radiografía hecha por el amauta se mantiene incólume.

La sociedad peruana de los años de la independencia era un verdadero caos. El general San Martín ayudado por Bernardo Monteagudo intentó -bajo presión de la logia secreta a la que pertenecía- darle un orden a la gestión de gobierno, pero una estructura feudal aún presente y acostumbrada a los esplendores y los títulos nobiliarios, lo hicieron imposible, iniciando la conspiración desde el mismo momento de la llegada del general rioplatense al país incluso llegando a asesinar a Monteagudo. No le perdonaron que fuera inteligente, eficiente, pulcro en la administración, culto y negro. Tampoco concebían que San Martín tomara drásticas medidas de expropiación de bienes a los españoles, así como su expulsión del territorio nacional. La casta oligárquica peruana que emergió de la independencia se puso del lado de los peninsulares y en contra del líder que acudió con un ejército internacional a darle patria y libertad al Perú.

Otro tanto le ocurrió a Bolívar. Tras la instalación del Congreso y la renuncia del general San Martín en septiembre de 1822, el nuevo gobierno fue incapaz de sostener la acometida española que pretendía reconquistar el poder. En esa circunstancia, de forma apremiante y en varias ocasiones, se reclamó el apoyo de Colombia y la presencia del Libertador para salvar la situación y dirigir personalmente la guerra. En enero de 1823 se vislumbraba un horizonte crítico, en marzo Bolívar decidió enviar un gran contingente militar al mando del general Sucre con facultades absolutas para tratar de resolver el conflicto que emergía de la división de los peruanos y el poder dual que de ello emanaba. Difícil tarea la de Sucre, a pesar de ofrecer sus servicios al general Santa Cruz, boliviano al servicio del Perú, pero su desmedida ambición y su falta de capacidad de conducción militar en el terreno de las operaciones imposibilitaron organizar un ejército que contuviera a los españoles.

Bolívar llegó al Perú el 1° de septiembre y el 11 el Congreso lo dotó del mando supremo y la dirección de la guerra, despertando la ira del general peruano Riva Agüero que recibió el apoyo financiero de los comerciantes de Lima para actuar en paralelo a las fuerzas comandadas por Bolívar que se subordinaban al presidente Torre Tagle. Como se ha sabido, Riva Agüero se estaba entendiendo en secreto con los españoles pretendiendo disolver el Congreso y destruir a Bolívar, configurando una traición que seguía abonando a una práctica que comenzaba a tornarse tradicional en el devenir de la oligarquía peruana. Para ventura del Perú esta traición fue descubierta, denunciada y desmontada por el coronel patriota Antonio Gutiérrez de la Fuente.

Pasaron más de cien años hasta que en la segunda mitad del siglo XX, el 3 de octubre de 1968, un sector nacionalista y progresista de las fuerzas armadas decidieron derrocar al inoperante gobierno de Fernando Belaunde Terry. Bajo el mando del general Juan Velasco Alvarado se inició un proceso de rescate de la dignidad y del patrimonio nacional, golpeando directamente a empresas transnacionales estadounidenses que campeaban por sus fueros en el país. Así mismo, se implementó una extensa reforma agraria que bajo el control de cooperativas campesinas y sociedades agrícolas de interés social comenzaron una verdadera revolución en el campo.

El gobierno cívico-militar decretó el quechua como lengua oficial, expropió complejos agroindustriales y mineros y grandes monopolios que concurrieron a configurar una poderosa economía estatal al servicio del pueblo. El 1° mayo de 1974, el proceso popular peruano dio un salto adelante cuando el general Velasco Alvarado anunció nuevas medidas en beneficio de los trabajadores y el pueblo. Pero, en los primeros meses de 1975, el general Velasco Alvarado enfermó gravemente, creando las condiciones para una nueva traición cuando sectores de las fuerzas armadas dirigidos por el general Francisco Morales Bermúdez, coludidos con la oligarquía, la embajada de Estados Unidos y las organizaciones financieras internacionales dieron un golpe de Estado “suave”, eliminando consecutivamente todos los avances sociales logrados en los últimos siete años. La reforma agraria fue paralizada, se disolvieron las estructuras gubernamentales de apoyo a las reformas, persiguieron y reprimieron las organizaciones populares, reprivatizaron muchas empresas y clausuraron locales sindicales. En 1978, una vez más, la traición se había consumado.

En 1985, de la mano de un joven político llamado Alan García, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) fundada sesenta años antes por Víctor Raúl Haya de la Torre accedió por primera vez al poder. Durante su gobierno, García implementó una serie de medidas de corte popular bajo el lema de “el aprismo es un socialismo latinoamericano”. El gobierno del APRA se propuso recuperar el control sobre la producción petrolera y expropiar los bancos. Además, introdujo la novedosa medida de reducir el pago de la deuda externa al 10% del valor de las exportaciones.

Sin embargo, la incapacidad de generar una verdadera y profunda transformación de la sociedad con participación popular, así como el agotamiento de los recursos financieros, el incremento de la acción terrorista de Sendero Luminoso y la repulsa de las élites por las medidas de corte popular, fueron mermando el apoyo del pueblo que una vez más se sintió traicionado, abriendo paso a dos manifestaciones de extrema derecha que buscaban reconquistar el poder y que tuvieron en Alberto Fujimori y Mario Vargas Llosa los paladines de un retroceso iniciado en 1990 y del cual el país aún no ha podido salir.

Así, se inauguró un proceso de seis presidentes: Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra (con la sola excepción de Valentín Paniagua en este período) que han salido de la Casa de Pizarro para después ser juzgados y/o encarcelados, (salvo García que prefirió recurrir al suicidio), que tienen dos características en común: una actuación corrupta y el haber hecho campaña con un programa para gobernar con otro distinto, traicionando el sentimiento y la voluntad del pueblo. Es el sino maldito de la oligarquía peruana.

Vale hacer un paréntesis para señalar el detalle del nombre del palacio presidencial peruano que evoca y honra al feroz conquistador que después de traicionar al Inca Atahualpa, lo asesinó brutalmente al igual que a decenas de miles de indígenas. Su hermano, Hernando, a su vez traicionó a su socio Diego de Almagro, todo lo cual inauguró una estirpe que tal vez aún hoy está presente en la rancia oligarquía limeña.

¿Quién puede entonces sorprenderse de lo que acaba de ocurrir en el país? En realidad, lo que ha pasado es que dos secciones putrefactas de la élite se han enfrentado en la búsqueda de un poder que les permita evadir la justicia para seguir defendiendo sus intereses a través de la corrupción, el engaño y la marginación del pueblo de la toma de decisiones, por supuesto, todo en nombre de la democracia y la libertad.

Por cierto, otro paréntesis. Vale también mencionar el entorno poco halagüeño del denominado “Grupo de Lima” creado en esa ciudad para derrocar a Nicolás Maduro que se sigue sosteniendo en el poder, mientras tres presidentes peruanos han hecho maromas en este período a ver si la corrupción les permite no apartarse del mismo.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209737

 


jueves, 29 de octubre de 2020

SOBRE CONSTITUCIONES EN BOLIVIA, CHILE Y PERÚ

 


Foto: http://villagrimaldi.cl

29/10/2020

En los últimos dos domingos de octubre 2020, los grandes festejos pertenecen a las mayorías boliviana y chilena. Una pequeña parte de peruanos se alegra por esos triunfos, por supuesto; si volvemos los ojos sobre nuestra realidad, nuestra peruanísma tristeza los nubla y la rabia los enciende porque no tenemos aún nada que se parezca a lo que el pueblo boliviano ya produjo y lo que ahora el pueblo chileno está buscando. En Perú sigue reinando la tesis “salvo una curul, el resto es ilusión”, mal endémico de la clase política que ha contagiado también a los segmentos de izquierda que quedan.    

En el plebiscito chileno se preguntó a los electores "¿Quiere usted una Nueva Constitución?". Ganó el “apruebo” con el 78,27% y perdió el “rechazo” con el 21,73%. En la segunda, "¿Qué tipo de órgano debiera redactar la Nueva Constitución?", los chilenos optaron por una Convención constitucional [Asamblea Constituyente], con el 79.7% de los votos, la que estará formada por 155 ciudadanos elegidos en su totalidad por voto popular, con la novedad de una paridad de hombres y mujeres, notable triunfo de los feminismos y las mujeres en lucha, no feministas ni antifeministas. Perdieron quienes querían una nueva Constitución redactada por un 50% escogido entre los parlamentarios actuales y el 50% por nuevos representantes elegidos después de este plebiscito.

En este artículo ofrezco una primera reacción, pocas horas después de conocer los resultados. Resulta imposible no comparar la cuestión de la Constitución en los casos chileno, boliviano y peruano.

Chile 

Es muy grande la importancia de la aplastante victoria del sí a una nueva Constitución porque en más de 200 años de República pomposamente llamada democrática, chilenas y chilenos serán llamados por primera vez en su historia a opinar sobre la constitución que su país necesita. Sus constituciones anteriores fueron todas impuestas; la última, del general Pinochet fue fruto de un golpe militar tramado por los generales y los burgueses chilenos, con el apoyo directo y explícito del gobierno norteamericano a través de su servicio de inteligencia, CIA. El gobierno de Allende fue elegido democráticamente, del mismo modo que el gobierno republicano español, destruido por el general Francisco Franco protegido por los fascistas alemanes e italianos. En ambos casos como en muchísimos otros, los intereses de las clases dominantes y de sus aliados importaron mucho más que la legitimidad de los gobiernos elegidos democráticamente. Se hartó el pueblo chileno, no se conformó con las decenas de enmiendas de la constitución pinochetista.

El plebiscito fue una conquista de un pueblo que a lo largo de un año fue ganando las calles para exigir el cumplimiento de sus derechos, para plantear nuevos derechos; los carabineros reprimieron con el saber acumulado que tienen para eso; hubo también provocadores infiltrados en las marchas; se presentaron denuncias sobre oficiales de las fuerzas armadas entre los provocadores. Como en el pasado, el saldo de 30 muertos es la prueba de algo muy simple: los derechos se conquistan, no se ruega para conseguirlos, ni se regalan. Hay otra vieja lección casi olvidada; cuando los movimientos sociales se organizan desde abajo, toman las calles y se multiplican, no hay aparato represivo suficiente para vencerlos y los beneficiarios del poder quedan desarmados.

Luego de los primeros resultados, el presidente Sebastián Piñera saludó la victoria de la institucionalidad y unidad chilena, del triunfo de la paz sobre la violencia; voceros de la derecha dijeron que había ganado Chile, que no hubo vencedores y que ganaron todos. Ese discurso es muy antiguo y debe ser oído y leído como el canto de los vencidos, como la aceptación hipócrita de su derrota. ¡Que amorosos!: “todos estamos unidos”. Se trata de una alucinación, la realidad no pasa por ahí. La aplastante victoria del pueblo chileno en las calles cierra una etapa de la constitución de Pinochet y abre un proceso que a lo largo de un año concluirá en una nueva constitución. Será inevitable la lucha en defensa de intereses opuestos: de un lado, los que perdieron y se negaron a aceptar públicamente su derrota, tratarán de recuperar lo más que puedan del poder que acaba de perder; de otro, los que ganaron, buscarán defender sus nuevas demandas reconociéndolas explícitamente en artículos constitucionales. Se mantendrán firmes, negociarán, concederán, conciliarán.

El momento habrá llegado para defender el planeta como primera prioridad para salvarnos como especie homo sapiens, si todavía es posible. Ya no se tratará solo de derechos civiles, políticos y humanos en general, porque con el agotamiento del modelo capitalista y los demoledores efectos de la pandemia ya es visible en plena superficie la enorme desigualdad que estaba escondida y cubierta por el discurso triunfalista de un Chile-país del primer mundo. Ya no tendrá sentido reformar y menos mantener las AFP, mal ejemplo chileno en la región; dura será la batalla para lograr que la salud sea declarada bien público y no un área de lucro privado y se establezca un sistema universal de pensiones. Otra batalla tendrá lugar para reformar la economía y el Estado, así como acabar con el militarismo y el armamentismo, y a ver si son capaces de formular un gesto político serio sobre el litoral que le expropiaron a Bolivia. Esa herida sigue abierta en todo el pueblo boliviano. Habrá llegado el momento de discutir a fondo y reconocer a la nación Mapuche y a los pueblos originarios aymara, atacameño, kawesqar, kolla, quechua, rapanui, yagan, como parte de un estado plurinacional. La hora habría llegado para dejar atrás el inútil discurso de la colonialidad del poder que solo propone “incluir” a esos pueblos en el estado uninacional para que poco a poco se disuelvan y desaparezcan. Se trata de alrededor de 700 mil habitantes, que importan mucho más por sus culturas y saberes que por su relativa pequeñez demográfica, razón por la cual la clase política de todos los colores los ignoran, con algunas excepciones, seguramente.

Bolivia 

Luis Arce y David Choquehuanca (Movimiento al Socialismo - MAS) obtuvieron en las elecciones del 25 de octubre 2020, el 55.10% de los votos y Carlos Mesa, expresidente de Bolivia, el 28.84 de los votos. La victoria fue notable porque el MAS casi duplicó los votos de su adversario más importante y obtuvo también una mayoría en las cámaras de diputados (75 de 130) y senadores (21 de 36). Como en los viejos tiempos, desde 2005 el MAS ganó todas las elecciones. He señalado en dos artículos anteriores  el grave error de Evo Morales de insistir en una nueva reelección prohibida por la constitución, elaborada y aprobada por el propio MAS, rechazada en una consulta popular, e impuesta finalmente por el Tribunal Constitucional. El resultado de ese grave error fue el golpe de Estado de 2019 y la aparición de la senadora Añez como presidenta. A la derecha le hubiera gustado desmontar el estado plurinacional, acabar con la Constitución pero no estaba en condiciones de hacerlo de manera legal, tampoco ilegalmente con un golpe militar de mediana duración.

Le corresponde ahora al nuevo gobierno del MAS afirmar y defender sus muchas conquistas, particularmente la conversión del viejo Estado uninacional de la República en un Estado Plurinacional de Bolivia. Don Fausto Reinaga abrió en 1967 el camino para que los bolivianos tomen conciencia de la existencia de dos Bolivias: una blanca, qara (desnuda) europea, y otra india, derivada de los pueblos originarios y defendida por Tupak y Tomás Katari, compañeros de Tupak Amaru en la revolución nacional indígena de 1780-1782. Surgió así el katarismo, como una especie de inconsciente colectivo de la mayoría de bolivianos. La multiplicación de katarismos para insistir solo en el componente étnico de Bolivia, sin tomar en cuenta el componente de clase, encarnado en la Central Obrera Boliviana (COB), condujo a su desaparición. El MAS produjo la síntesis de esos dos componentes centrales para articular una gran coalición de fuerzas, la que luego de la victoria electoral en primera vuelta de las elecciones de 2005 elaboró y acordó la nueva Constitución, aprobada por casi dos tercios de la población en un plebiscito que entró en vigencia en 2009. Nunca antes en su historia el pueblo boliviano había sido convocado para discutir y aprobar una Constitución.

La constitución vigente no es el regalo de un gobierno sino una conquista del pueblo de Bolivia, en las calles y caminos de todo el país, en luchas sucesivas, con centenares de bolivianos muertos y heridos. Esa constitución trajo una novedad extraordinaria: los rostros de todos los colores de las 14 naciones originarias y de los descendientes directos de la Bolivia blanca se convirtieron en rostros oficiales del país, con su espiritualidad, sus cantos, danzas y polleras. Desapareció “la nación boliviana” y fue sustituida por todas las otras naciones originarias oprimidas, pisadas, ninguneadas, pero realmente existentes a pesar de los cinco siglos de opresión colonial y republicana. Bolivia tiene, en consecuencia, el Estado plurinacional que le hacía falta, que se parece y se confunde con el país y que expresa por lo menos una parte de sus anhelos. Chile tiene ahora su oportunidad.

Perú

Aquí, vivimos en un Estado uninacional que no representa los intereses de los pueblos y de las naciones originarias. La Constitución de 1993 fue impuesta por una dictadura militar al servicio de un agrónomo que se ganaba la vida como profesor de matemáticas: Alberto Fujimori. Veintisiete años después, pasa los últimos inviernos de su vida una cárcel dorada, en el invierno de su vida, condenado a 25 años de prisión por muchos delitos, entre ellos uno de lesa humanidad. No fue él quien pensó la nueva constitución; la responsabilidad hay que cargársela a los funcionarios e ideólogos del capital y sus cómplices militares y burgueses peruanos. En la jerga actual suele llamárseles neoliberales, en caída abierta luego de 40 años en los que convirtieron la sección económica de la Constitución del 93 en un evangelio, indiscutible, casi convertido en una palabra de dios.

Ya se oyen tímidas voces reclamando una nueva constitución, sin precisar el contenido que tendría, ni cómo ganar la coalición política de ancha base que se necesita para cualquiera de los caminos que se encuentre para lograrla. Esas voces vienen de nuestros divididos predios de la izquierda. Sería peor si no tuviéramos esas tímidas voces. Los burgueses beneficiarios de la inmensa desigualdad en el país y sus aliados dueños de la prensa piensan que salvo el respeto al capítulo económico de la Constitución de 1993, el resto es ilusión. Son sacrificados pastores que llevan la buena noticia del capital y sus bondades como el evangelio de los santos de los últimos días. Viven encerrados en esa burbuja y no se dan cuenta del barro de sus pies, barro que la pandemia está ya disolviendo.

Como la política es mundial desde hace varias lunas, también nosotros tendremos esas batallas por una nueva constitución peruana pero hace falta abrir muy bien los ojos, dejar de lado los apetitos individuales por curules, organizarnos desde abajo, ganando las calles y mirando al congreso desde un espejo retrovisor, y librándonos de ese virus que obliga a buscar con desesperación las cámaras de televisión y figurar en territorios del poder pero no de los pueblos.

Las constituciones no cambian la realidad. Unas palabras finales. En el mundo abogadil en que vivimos nos han enseñado una especie de lección muy bien pensada: todo se arregla con leyes. Como la Constitución es ley de leyes o madre de todas, tendremos que cuidarnos y estar vigilantes. En Perú solo nos falta una nueva con un artículo único: “que las leyes ya existentes se cumplan”. “Dada la ley, hecha la trampa”, dice la sabiduría popular. El mal ejemplo de no cumplir las leyes lo dan precisamente quienes las hacen o los que encargados de cumplirlas. No recuerdo a qué lúcido presidente peruano se la atribuye la sabiduría de la frase “Para mis amigos todo, para mis enemigos, la ley”. Lo que importa es tener en cuenta que ni las constituciones ni las leyes cambian la realidad. Ese cambio se produce por actores políticos interesados en la aplicación efectiva de esas leyes. Si se derogasen algunos miles de las 131 mil y tantas que ya tenemos, los abogados quedarían sin trabajo y ojalá nos acerquemos a Utopía, el reino de ficción creado por Tomás Moro, en el que maravillosamente no hay abogados. El cumplimiento efectivo de la Constitución y las leyes depende del pueblo interesado en que se cumpla, vigilante y movilizado, bloqueando la acción de abogados, fiscales y jueces interesados en que no se cumplan para favorecer los intereses de sus amigos y “hermanitos”.

Fuente: La Mula

https://navegarrioarriba.lamula.pe/2020/10/26/sobre-constituciones-en-bolivia-chile-y-peru/rodrigomontoyar/

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209558

 


 

sábado, 11 de julio de 2020

REFORMA POLÍTICA O CAMBIO TOTAL



Escribe: Milcíades Ruiz
Se ha convocado a elecciones generales en una situación difícil por la pandemia y crisis económica. La incertidumbre política es muy grande y la izquierda no está en condiciones favorables debido a que se mantiene el régimen electoral fraudulento en beneficio de las fuerzas de derecha que imponen la razón del dinero para distorsionar la voluntad popular. No obstante, planteo luchar contra este impedimento cambiando totalmente el sistema político.

El estilo de gobierno refleja las condiciones en que se desenvuelve un mandatario. Cuando el ex congresista Carlos Bruce, relató la forma en que Vizcarra llegó al poder, como un enchape de la plancha presidencial de Kuczynski, para aparentar arraigo provinciano, la prensa le dio un sentido perverso. Pero quedó claro que Vizcarra no estaba identificado con el pensamiento del movimiento PPK.

Anteriormente, la empresa de Vizcarra había tomado vuelo como sub contratista de CONIRSA, un consorcio patrocinado por ODEBRECHT con el “Club de la construcción”, que sobrevaloraron obras contratadas con el estado. Los vínculos estaban allí y confiadamente fue ubicado en la plancha presidencial. Favorecido por el mal menor, Kuczynski ganó las elecciones y lo primero que hizo Vizcarra fue tomar las riendas del Ministerio de Transportes donde estaba el emporio de obras.

Vizcarra le puso el ojo al gran proyecto Chinchero del aeropuerto cusqueño, pero se le cayó la pretensión, al desatarse un escándalo político por advertirse corrupción, viéndose obligado a salir del escenario para ir a la embajada de Canadá, por razones políticas y no diplomáticas. Keiko, favorita de ODEBRECHT no perdonó la derrota y preparó la vendetta vía el congresista Mamani, sacando del poder a Kuczynski. Automáticamente Vizcarra tomó la presidencia, sin estar identificado con el plan de gobierno y este, quedó de lado.

Vizcarra asumió el poder como un asunto suyo y no, del movimiento PPK. De este modo, se fue quedando sin respaldo de los gobiernistas, sin partido, ni entorno ideológico. Keiko trató de manejar a Vizcarra sin lograrlo, abriéndose una disputa de poder de la que salió ganando este, quien disolvió el Congreso, dominado por aquella. Vizcarra se sintió superpoderoso al no tener ningún freno.

Pero no teniendo una organización política que lo respalde, se vio precisado a conducir el gobierno de manera personal, improvisando gabinetes ministeriales con gente que desconocía, y con la cual no tenía unidad ideológica. Las defecciones eran frecuentes, teniendo que cambiar ministros seguidamente y así, continúa sin horizonte, actuando según la temperatura política, azuzado por la prensa. Esto explica su estilo de gobierno porque no tiene otra opción.

Para mala suerte nuestra, es en estas condiciones, que la pandemia llegó al país y los resultados de esta situación los conocemos. No tiene a nadie a quien recurrir y se bate empíricamente como puede. No tiene claridad sobre sus funciones ni las de otros poderes del estado. Deja de hacer lo suyo para hacer las veces de poder electoral, de poder legislativo, de fiscal y ahora se enfrenta a su propio engendro, el parlamento complementario, al que quiere avasallar con sus amenazas chantajistas.

He descrito lo que ya se sabe, para hacer ver que el resultado es consecuencia de nuestro sistema político tramposo. Hasta por casualidad pueden llegar a ser nuestro presidente. Los vicios que contiene el régimen electoral son los insumos de los productos políticos que obtenemos. Un nuevo régimen electoral, diferente al que nos ha impuesto la república “bicentenaria”, es una necesidad vital para la patria.

No me estoy refiriendo a reformas, sino a un cambio integral para una nueva democracia, con otros parámetros conceptuales y metodológicos. La república “bicentenaria” ha sido manejada por los colonialistas y sus descendientes, marginando a los peruanos ancestrales. Tenemos que poner fin a la discriminación política que bloquea la verdadera democracia. Está cerrado el derecho de participación en el gobierno, para los grupos sociales mayoritarios, a causa de sus rasgos raciales.

Los pueblos del interior son gobernados por grupos minoritarios ajenos a las realidades y vivencias de la población, pues el sistema electoral evacúa autoridades que nadie conoce. Oportunistas de toda índole y traficantes políticos se adueñan del manejo administrativo, para sacar provecho personal. Zonas indígenas de la selva están bajo el mando de quienes no son del ámbito de las comunidades nativas, y no les importa el saqueo de sus recursos forestales, ni la defensa del hábitat humano y biológico.

Los beneficiarios del programa Reactiva Perú en la selva, resultan ser las empresas depredadoras de la Amazonía, algunas de las cuales tienen denuncia fiscal por tala ilegal. Pero son muchos los vicios del vigente régimen electoral y eso no se arregla con reformas superficiales. El sistema exclusivo de partidos políticos se ha tornado perjudicial para una verdadera democracia. Son las instituciones más corruptas, pero de allí surgen los parlamentarios, alcaldes, gobernadores, altos funcionarios y todo el andamiaje de la podredumbre gubernativa.

Hay personas honorables en los partidos políticos, pero es el sistema el que no se ajusta ya a los requerimientos de nuestra época. No son los parlamentarios los llamados a cambiar el régimen electoral porque están allí, como beneficiarios del mismo, y no van actuar contra sus intereses. No habrá una nueva república, ni nueva democracia, ni nueva constitución, si no se cambia íntegramente el sistema político vigente.

Hace falta entonces que los interesados en el cambio de régimen electoral lo exijan persistentemente, sin concesiones reformistas, presentando la alternativa que contengan sus demandas democráticas, para ser aprobadas vía referéndum, u otro medio efectivo. Una opción podría ser el régimen de representatividad política multisectorial como derecho ciudadano de un lado, y de otro, la representación territorial por valles y cuencas autónomas, en un nuevo sistema de gobierno confederado. Pero igualmente, habrá otras opciones que tengan mayor fundamento. Ustedes tienen la palabra.