Gilbert
Achcar
25
noviembre 2020
[Este estudio se redactó para
el coloquio organizado por Georges Labica en la Universidad de Nanterre en
1995, con motivo del centenario de la muerte de Friedrich Engels. Se publicó
por primera vez en la obra resultante del coloquio, Friedrich
Engels, savant et révolutionnaire, dirigida por Georges Labica
y Mireille Delbraccio y aparecida en 1997 por Presses Universitaires de France.]
“Parece que los
grandes libros sobre la acción se los debemos a los hombres de acción que la
fortuna ha privado de la suprema realización y que consiguen una sutil
dosificación de compromiso y distanciamiento, todavía capaces de reconocer las
ataduras y servidumbres del soldado o del político, capaces también de mirar
desde fuera, no con indiferencia, sino con serenidad, la ironía de la suerte y
del juego imprevisible de fuerzas que ninguna voluntad domina.”
Estas líneas de
Raymond Aron en la gran obra que consagró a Clausewitz y su posteridad/1,
y en la que se inspira el título de esta contribución, podrían haberse escrito,
palabra por palabra, a propósito de Friedrich Engels.
El general
Hombre de acción
en el terreno militar, el alter ego de Karl Marx lo fue en su
juventud, breve pero resueltamente. Preparado en una instrucción de un año de
duración (1841-1842) en la artillería prusiana en Berlín, donde aprovechaba los
tiempos de inactividad del recluta para seguir los cursos de filosofía de Schelling
y frecuentar a los críticos Jóvenes Hegelianos, el Bombardier (cabo)
Engels se implicó en los combates de la revolución alemana de 1848-1849:
primero en mayo de 1849, en su ciudad natal de Elberfeld, de donde no tardó en
ser expulsado por temor a que el rojo que era pudiera influir en el
Comité de Salud Pública local; después en junio-julio, en las filas del
ejército insurreccional de Bade y del Palatinado, con cuyos restos acabó
refugiándose en territorio suizo, huyendo de la ofensiva prusiana.
Engels se enroló
sin hacerse ilusiones en cuanto a la suerte de los insurgentes y sin respeto
alguno por la dirección de lo que él consideraba, en el fondo, una caricatura
de revolución. No obstante, se mostró valiente en el combate, sobre todo para
evitar toda acusación de cobardía contra los comunistas, de los que junto con
Karl Marx ya era un abanderado. “El partido del proletariado estaba bastante
bien representado en el ejército de Bade-Palatinado, especialmente en los
cuerpos francos, como el nuestro, en la legión de los emigrados, etc. Puede
desafiar tranquilamente a los demás partidos a hacer el mínimo reproche a
cualquiera de sus miembros. Los comunistas más decididos eran también los
soldados más valientes”/2.
Con su incursión
en la lucha armada, Engels pretendía igualmente enriquecer su conocimiento de
los asuntos militares, no en vano ya había sido promovido a especialista en
este terreno en el reparto de tareas por parte del equipo de redacción de la Neue
Rheinische Zeitung. En esta gaceta había comentado, como crítico militar
revolucionario, los principales episodios armados de la primavera de los
pueblos de 1848-1849. De los artículos que dedicó a Hungría, Wilhelm
Liebknecht dijo más tarde que “la gente los atribuía a algún militar de alto
rango del ejército húngaro”/3, del mismo modo que, diez años
después, los opúsculos publicados por Engels en Berlín, sin nombrar al autor, El
Po y el Rin (1859) y Saboya, Niza y el Rin (1860), se atribuirán
a algún general prusiano que quería mantenerse en el anonimato/4.
El interés de
Engels por las cuestiones militares no fue un capricho lúdico. Si se sumergió
tan profundamente en el estudio de todo lo que en su época guardaba relación
con este tema, fue porque le animaba la misma motivación que indujo a Marx a
digerir todo lo que tenía que ver con la economía política: la voluntad de
servir a su clase adoptiva, el proletariado; Marx, forjando las armas de la Crítica/5,
Engels dedicándose a la crítica de las armas.
Desde que le
instalaron en Manchester a finales de 1850, Engels siguió un programa
sistemático de lectura que lo convirtió en un erudito, tanto en materia de
estrategia como de historia militar. Paralelamente a esta preparación
intelectual se preocupó de mantener sin tregua su capacidad física para volver,
cuando hubiera sonado la hora, a la intervención sobre el terreno. Todavía a la
edad de 64 años, un año y medio después de la muerte de Marx, contestó a uno de
sus corresponsales, inquieto por sus problemas de salud, ofreciendo un balance
de su aptitud para montar a caballo y participar en la guerra/6.
“Si se hubiera producido una revolución mientras estaba vivo, habríamos tenido
en Engels a nuestro Carnot, pensador militar, organizador de nuestros ejércitos
y de nuestras vitorias”, había afirmado Liebknecht/7, tras la
muerte de quien se dirigía a los dirigentes del socialismo alemán “como
representante, por decirlo así, del estado mayor general del partido”/8.
La fortuna privó a
Engels de esta suprema realización. Jamás tuvo ocasión de poner en
práctica los planes militares que había concebido, desde el que, todavía
novato, urdió para los insurgentes de 1849, hasta el que, convertido en experto
militar reconocido, por lo visto elaboró, 22 años más tarde, para el gobierno
francés republicano con miras a la defensa de París frente al ejército
prusiano. Contrastó su erudición militar, potenciada por su gran inteligencia y
sus destellos de genialidad, con el análisis de todas las guerras de un medio
siglo que conoció muchas. Y a falta de una demostración práctica en el campo de
batalla, sus comentarios sobre la guerra franco-alemana de 1870-1871 para la Pall
Mall Gazette de Londres, con una agudeza que suscitó la admiración del
público y de los expertos, le valieron a Engels los galones de general,
título que le otorgó afectuosamente la familia de Marx. Durante el último
cuarto de siglo de su existencia siguió siendo el general para su
círculo íntimo.
El teórico
militar
La notoriedad de
Engels como pensador de la guerra se consolidó a partir de mediados del siglo
XX, sobre todo entre quienes se interesan por el arte de la guerra y su
historia. Sin embargo, la razón de esta fama no siempre es la mejor que quepa
desear, en la medida en que a menudo se ha querido ver una filiación entre el
pensamiento de Engels y las doctrinas militares soviéticas, al amparo de las
profesiones de fe con que se adornaban estas últimas. Todavía hoy no hay obra
seria sobre las etapas del pensamiento estratégico que pueda pasar por alto al
compañero de Marx: del clásico de Edward Mead Earle/9, donde
se dedica un capítulo a Marx y Engels (sobre todo a este último), firmado por
Sigmund Neumann/10, a la reciente antología voluminosa de
Gérard Chaliand/11, pasando por la obra del coronel profesor
israelí Jehuda Wallach/12. Este último distingue, en Engels,
entre lo que constituye, a su juicio, una doctrina de la guerra revolucionaria
y los escritos militares de corte más clásico. De estos últimos, doblemente
experto, establece el siguiente balance sucinto:
“Los escritos
militares importantes de Engels, que hasta ahora no se han estudiado a fondo,
tratan (…) de todos los ámbitos de la ciencia de la guerra. Escribió sobre las
cuestiones de la organización y del armamento, sobre la evolución del arte de
la guerra en la época de la revolución industrial, sobre los aspectos militares
de la política internacional, sobre la estrategia y la táctica, así como sobre
el mando y la calidad de los generales. Formuló asimismo pronósticos proféticos
sobre la guerra del futuro (que se verificaron, en efecto, en la Primera Guerra
mundial). Sobre numerosas cuestiones fue más perspicaz que los militares
profesionales. (…) En sus escritos anónimos sobre la situación militar en
Europa del oeste y del sudoeste, Engels elaboró un plan que, 45 años después,
fue bautizado con el nombre de Schlieffen. Demostró por qué este plan alemán
estaría condenado al fracaso en una guerra contra Francia. Profetizó con la
máxima precisión la duración de la próxima guerra mundial, la magnitud de las
pérdidas y las condiciones en las que concluirá”/13.
Que Engels haya
sido uno de los grandes pensadores de la guerra en el siglo XIX está fuera de
discusión para quienquiera que conozca esta parte importante de la masa
voluminosa de sus escritos. Constituye, sin ninguna duda, una referencia ineludible
para la historia militar de su época. Que sea una referencia estratégica para
la nuestra es mucho menos seguro, si por ello se entiende una doctrina de la
guerra en general, siquiera incluso de la guerra revolucionaria en particular.
Tras la estela de Clausewitz, a quien apreciaba, y menos todavía que este
último, no trató de elaborar una teoría sistemática de la guerra, sino
que se limitó a comentar las guerras y situaciones reales, en las condiciones
concretas de su desarrollo, a riesgo de corregir de paso sus propias
concepciones/14.
Definir una
doctrina engelsiana de la guerra revolucionaria que fuera original con
respecto a las enseñanzas de 1793 y de las guerras napoleónicas, y que hubiera
tenido su continuación en Lenin, Trotsky, Mao Tse-Tung y/o el estado mayor
soviético, corresponde siempre a una labor de sistematización a posteriori,
combinando consideraciones militares con reflexiones generales sobre la
revolución. Esta clase de elaboración se asemeja muy poco a la manera en que
Engels concibió su actividad de pensador militar y a la aversión que
desarrolló, a lo largo de los años, contra toda forma de dogmatismo. ¿Cómo
podría haberse visto tentado por cualquier sistematización en materia de
doctrina militar cuando subrayaba siempre la aceleración vertiginosa del
progreso de las técnicas bélicas, que produce armas que a veces “envejecen
antes de ser lanzadas”/15?
El interés
principal del pensamiento sobre la guerra en Engels consiste en indagar más
allá de las recetas propiamente militares, aunque fueran las de la guerra
revolucionaria. Se sitúa más bien en su tratamiento de problemas cruciales
para el movimiento obrero, que son su actitud frente a las guerras no
revolucionarias, la articulación entre guerra y revolución y la posibilidad de
una estrategia de la revolución que no dependa de la guerra. En nuestra época,
en que la guerra directa entre potencias industriales es tan “improbable”, por
retomar la expresión de Raymond Aron, como indeseable en grado sumo, este es el
punto en que Engels, como pensador de la guerra y estratega de la revolución
socialista, conserva toda su actualidad. En este sentido, como se trata de
demostrar aquí brevemente, su pensamiento sobre la guerra y la revolución
anticipó cuestiones de nuestro siglo y conservará tal vez por mucho tiempo
todavía su actualidad.
La actitud
frente a las guerras
Marx y Engels
vivieron un periodo de profunda mutación del mundo, el de la gestación de la
sociedad industrial moderna y de su extensión a la Europa continental y a sus
tierras de inmigración masiva, la época, por tanto, de la profunda dualización
del planeta, que sigue marcando, por desgracia, el tiempo en que vivimos. Según
el análisis de su posteridad intelectual y en sus propios términos, fueron
coetáneos de la maduración del sistema mundial imperialista, sin conocer
verdaderamente el momento en que se completó. Engels, según este mismo
análisis, murió en plena fase crítica de esta mutación histórica.
Los dos teóricos
de la revolución proletaria vivieron así en una era que, en su mayor parte, fue
todavía la de la culminación de la transformación burguesa de Europa, una época
en que el continente se desprendía aún de su largo pasado agrario y feudal. Las
guerras que conocieron fueron ante todo la expresión de esta primera mutación.
Es cierto que las mismas y otras fueron también, en parte o en su totalidad,
guerras de conquista, prefigurando la apoteosis de la guerra de rapiña que iba
a ser la Primera Guerra mundial. La guerra de la Alemania de Bismarck contra la
Francia de Luis-Napoleón en 1870 fue el último gran testigo de la ambivalencia
de aquel periodo de transición histórica. Combinó, en el lado alemán, una
guerra de defensa y consolidación de la unidad alemana –tarea eminentemente
progresiva a los ojos de Marx y Engels, por mucho que se llevara a cabo, muy a
su pesar, bajo la égida de la monarquía prusiana– y una guerra de conquista que
se traducirá en la anexión de Alsacia y gran parte de Lorena.
Marx y Engels
modularon por tanto sus actitudes ante las guerras reales de su época en
función de un análisis de su significado histórico objetivo, llegando incluso a
distinguir en el mismo protagonista, en la misma guerra que acaba de evocarse,
entre una fase emancipadora, que merecía un apoyo pasivo, por no decir activo,
y una fase opresora, en la que había que solidarizarse con el bando contrario,
por mucho que la política que presidía la guerra no hubiera cambiado para nada
en el camino.
En efecto, y esta
es una característica importante de su problemática común, nuestros dos pensadores
no se atuvieron a la célebre fórmula de Clausewitz, que Lenin popularizaría más
que nadie. No es por desconocerla que no se apasionaron por ella tanto como
este último. Para ellos, lo importante no era de qué política era la
continuación una guerra concreta, sino ante todo y sobre todo de qué movimiento
histórico subyacente era portadora. Para los fundadores del materialismo
histórico, teóricos de la falsa conciencia ideológica, no se podía juzgar una
guerra a la luz de la subjetividad política de quienes la libraban. Su juicio,
desde lo alto de su tribunal de escrutadores de las metamorfosis de la
estructura socioeconómica, se basaba en el efecto objetivo de la guerra sobre
la liberación de las fuerzas productivas de las trabas sociales o políticas que
limitan su desarrollo/16.
Con el crecimiento
cada vez más rápido e impresionante del movimiento obrero, sobre todo en
Alemania, la traducción prioritaria del criterio de valoración pasó a ser, a
juicio de Marx y Engels, el efecto de la guerra en este movimiento, portador de
la suprema emancipación. Desde este punto de vista muy preciso, la anexión de
Alsacia-Lorena por Alemania constituyó un cambio importante en su apreciación
común de la relación entre guerra y revolución en el corazón de Europa (y no de
las guerras periféricas sin consecuencias inmediatas para el peligro de
deflagración central). Dicha anexión, en efecto, era un hecho susceptible de
abrir una brecha entre los dos batallones de choque del proletariado europeo,
alimentando el chovinismo de uno y otro lado. Encerraba en su seno una nueva
guerra, a la que se vería arrastrado el resto de Europa y que sería tanto más
terrible y nefasta cuanto que en ella se degollarían entre sí los proletarios
de todos los países.
Este era el
sentido de aquel Mane, Tecel, Fares que resultó ser la advertencia
contenida en los Manifiestos del Consejo General de la Asociación Internacional
de Trabajadores sobre la guerra franco-alemana, redactados por Marx en julio y
septiembre de 1870, y sin duda concebidos junto con Engels:
“Si la clase
obrera alemana permite que la guerra actual pierda su carácter estrictamente
defensivo y degenere en una guerra contra el pueblo francés, el triunfo o la
derrota serán igualmente desastrosos/17. (…) Tras un breve
respiro, [Alemania] deberá prepararse de nuevo para otra guerra defensiva,
no una de esas guerras localizadas de nuevo estilo, sino una guerra
de razas, una guerra contra las razas latina y eslava coaligadas”/18.
Por lo demás, en
la medida en que la guerra entre potencias europeas no alcanzó un nivel
tecnológico que otorgara a la “escalada a los extremos” y a la “destrucción del
enemigo” un sentido mucho más literal y total que lo que Clausewitz jamás
hubiera podido imaginar, podía contemplarse más o menos serenamente como una
modalidad de violencia partera de progreso social, según los términos
del Capital de Marx retomados por Engels en su Anti-Dühring.
Con la loca carrera de armamentos que desencadenó la situación producida por la
guerra de 1870 y el formidable incremento cuantitativo y cualitativo de los
medios de destrucción acumulados por la potencias europeas, toda explosión
generalizada en el corazón del sistema mundial pasaba cada vez más a
convertirse en portadora de catástrofes, más que parturienta de revoluciones.
Dicho de otro modo, incluso si tal guerra desembocara, en un plazo más o menos
largo, en una transformación revolucionaria, habrá sido el peor medio para
conseguirlo, al precio de una hecatombe y de una gigantesca destrucción de las
fuerzas productivas.
El profeta
de la guerra mundial
“Engels no fue en
modo alguno el único pensador político de la época alarmado por esta evolución,
pero yo sostendría que ningún otro en su tiempo previó como él la totalidad
de lo que llamamos la guerra total.” Esta constatación es de un
pacifista, poco sospechoso de simpatizar a priori con el marxismo/19.
Y no es exagerado decir, al igual que el coronel Wallach antes citado, que
Engels profetizó el perfil de la Primera Guerra mundial. Cómo
calificar, en efecto, si no de proféticas, estas líneas de Engels escritas a
finales de 1887:
“No puede haber
otra guerra, para Prusia-Alemania, que una guerra mundial, es decir, una guerra
mundial de una amplitud y una violencia jamás imaginadas hasta ahora. De ocho a
diez millones de soldados se degollarán entre ellos y al hacerlo devastarán
toda Europa como jamás lo ha hecho un enjambre de langostas. Las devastaciones
de la guerra de los Treinta Años, concentradas en tres o cuatro años, y
esparcidas por todo el continente; hambre, epidemias, embrutecimiento
generalizado de los ejércitos y de las masas populares debido a la miseria
aguda; caos irremediable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, la
industria y el crédito, llevando a la bancarrota general; hundimiento de los
viejos Estados y de su saber hacer estatal tradicional, de modo que las coronas
rodarán por decenas sobre el pavimento, y no se hallará a nadie que las recoja;
imposibilidad absoluta de prever cómo acabará todo esto y quién saldrá vencedor
en este combate; un único resultado está absolutamente claro: el agotamiento
general y la creación de las condiciones de la victoria final de la clase
obrera. – Esta es la perspectiva cuando el sistema de la puja mutua en el
armamento bélico llevada al colmo dé inevitablemente sus frutos”/20.
No falta nada, ni
siquiera el establecimiento de las condiciones de la revolución proletaria, que
estallará en Rusia, Alemania y Hungría, y será derrotada en estos dos últimos
países. Engels preveía que estas condiciones se darían en el bando de los
vencidos a raíz de la derrota de sus ejércitos. No por eso deseó, sin embargo,
que estallara la guerra, no solo porque no comulgaba con la política del cuanto
peor, mejor. Era sobre todo porque el mero hecho del comienzo de la guerra
sería, a su juicio, la prueba irrefutable del fracaso de los partidos socialistas,
y por tanto un mal augurio para su porvenir.
Su deber era
oponerse resueltamente a la guerra, hasta el punto de que sus gobiernos la
temieran. Si estos decidieran de todos modos embarcarse en ella, sería porque
tendrían garantías de realizar la unión sagrada en torno a ellos. Asoma ahí un
pesimismo inquieto en las cartas de Engels a sus camaradas, que contrasta
netamente con el optimismo revolucionario escatológico que muestra todavía en
los textos públicos. En caso de guerra mundial no estará asegurada más que
la barbarie, no la victoria del socialismo, explicó en 1886.
“En suma, habrá un
caos con un único resultado seguro: una masacre colectiva de una
amplitud sin precedentes, el agotamiento de toda Europa en un grado jamás
alcanzado anteriormente y, finalmente, el hundimiento completo del antiguo
sistema. Un éxito inmediato para nosotros solo podría derivarse de una
revolución en Francia (…). Una conmoción en Alemania a raíz de una derrota solo
sería útil si llevara a la paz con Francia. Lo mejor sería una revolución rusa,
que de todos modos solo cabe esperar después de varias graves derrotas del
ejército ruso. Una cosa es cierta: la guerra comportaría de entrada una
regresión de nuestro movimiento en toda Europa, lo paralizaría completamente en
varios países, atizaría el chovinismo y la xenofobia y nos ofrecería nada
más que una certeza, entre las numerosas incertidumbres, la de
tener que empezar todo de nuevo después de la guerra, si bien sobre una base
mucho más favorable incluso que hoy en día”/21.
El pronóstico de
Engels con respecto a las consecuencias de la guerra era aún más claramente
pesimista, y por tanto más justamente profético, en 1889:
“En cuanto a la
guerra, para mí es la eventualidad más terrible. De lo contrario me mofaría no
poco de las veleidades de la señora Francia. Pero una guerra en que habrá de 10
a 15 millones de combatientes, una devastación inaudita tan solo para
alimentarlos, una supresión forzada y universal de nuestro movimiento, el
recrudecimiento de los chovinismos en todos los países y al final un
debilitamiento diez veces peor que después de 1815, un periodo de reacción
basada en la inanición de todos los pueblos exangües –todo esto frente a las
escasas posibilidades de que de esta guerra encarnizada se derive una
revolución–, esto me horroriza. Sobre todo para nuestro movimiento en Alemania,
que sería derrotado, aplastado, extinguido por la fuerza, mientras que la paz
nos ofrece la victoria casi cierta”/22.
Son estos los
criterios y pronósticos que determinaron el posicionamiento del viejo Engels
hasta el fin de sus días. Ni algún sesgo patriótico alemán ni su notoria
antipatía por las “pequeñas hordas primitivas” de los Balcanes, incluso
desprovista de su tonalidad hegeliana original, sino el efecto descontado de toda
guerra real o potencial para el futuro del movimiento obrero europeo, ante todo
con la preocupación casi obsesiva de evitar la catástrofe que veía despuntar en
el horizonte. Esto es lo que explica la inversión de la ecuación
guerra-revolución en Engels, a partir de 1871, como demostró muy bien Martin
Berger: “Así, Engels, quien había preconizado anteriormente la guerra como
catalizadora de la revolución, glorificaba ahora la revolución como medio para
evitar la guerra”/23.
Prevenir
la guerra mundial
Prevenir la guerra
mundial, preparar la revolución: esta fue, en cierto modo, la consigna de
Friedrich Engels.
“Debemos
contribuir a la liberación del proletariado de Europa occidental y debemos
subordinar todo lo demás a este objetivo. Y puede que los eslavos de los
Balcanes, etc., sean también dignos de interés, pero a partir del momento en
que su ansia de liberación entre en conflicto con el interés del proletariado,
¡que se vayan al diablo! Los alsacianos también están oprimidos (…). Pero si en
vísperas de una revolución que se acerca visiblemente provocaran una guerra
entre Francia y Alemania, si quisieran de nuevo exasperar a estos dos pueblos,
aplazando así la revolución, yo les diría: ¡alto ahí! Vosotros también podéis
aguardar tanto como el proletariado europeo. Si este se libera, también
vosotros seréis libres, pero mientras tanto no toleraremos que pongáis trabas
al proletariado en lucha. Lo mismo para los eslavos. La victoria del
proletariado los liberará efectiva y necesariamente, y no en apariencia y
temporalmente, como lo haría el zar. (…) Encender a causa de unos cuantos
hercegovinos una guerra mundial que costará miles de veces más vidas que
habitantes hay en toda Hercegovina, no es así como entiendo la política del
proletariado”/24.
Este era asimismo
el sentido del famoso texto de Engels de 1891 sobre El socialismo en
Alemania. Inquieto ante la perspectiva de una guerra franco-rusa contra
Alemania, que parecía harto plausible en el momento en que escribía su
artículo, el padre espiritual de los socialistas alemanes puso en guardia a sus
camaradas franceses contra cualquier apoyo a una empresa revanchista de su
gobierno en alianza con el zar. Matizando, denunció la anexión de
Alsacia-Lorena y declaró que prefería la república burguesa francesa al imperio
alemán, pero explicó al mismo tiempo que en caso de alianza con Rusia, la
guerra contra Alemania no podía tener sino un contenido reaccionario. El
socialismo alemán pagaría seguramente los platos rotos, en caso de victoria
rusa, aplastado por el enemigo de fuera o por el enemigo de
dentro/25.
En la hipótesis
concreta de tal victoria, es decir, de una invasión franco-rusa de
Alemania, Engels justificaba por tanto un defensismo socialista
alemán, pero un defensismo de carácter muy particular, un defensismo
revolucionario, pues el modelo invocado es el mismo que inspiró a los
comuneros de París en 1871: el modelo de 1793. Dicho esto, continuó, “ningún
socialista, de cualquier país, puede desear el triunfo bélico, sea del actual
gobierno alemán, sea de la república burguesa francesa; aún menos el del zar
(…). Por eso los socialistas reclaman en todas partes que se mantenga la paz”.
La socialdemocracia alemana, en 1914, quiso ver en este artículo una
legitimación de su defensismo patriótico. Para ello tuvo que
desnaturalizar profundamente y restar importancia al enfoque global de Engels
en que se enmarcaba/26. Por cierto que este lo había escrito
con cierta reticencia, como atestigua su correspondencia, con la mera finalidad
de armar a los socialistas franceses frente a la tentación del revanchismo: es
a ellos a quien se dirigía (¡en francés!), no lo olvidemos/27.
Preparar la
revolución, prevenir la guerra mundial: si esta era la consigna, evidentemente
no bastaba con plantearla mediante reflexiones sobre situaciones hipotéticas en
las que la primera nacería de la segunda, encima con escasa probabilidad (“poco
probable”). Había que actuar urgentemente a favor de una y en contra de la
otra, y por tanto buscar temas en torno a los cuales fuera posible traducir la
consigna en acción. En ambos casos, el gran táctico militar y político que era
Engels buscaba pasarelas practicables en pos del objetivo estratégico.
Para la lucha
contra la guerra mundial y por la paz, rechazó como ilusorios los brillantes
proyectos de huelga general e insubordinación en caso de guerra, propuestos por
Domela Nieuwenhuis (igual de brillantes que la resolución del Congreso de
Basilea de la IIª Internacional, en 1912, que amenazó con transformar la guerra
en revolución y de la que ya conocemos la suerte que le reservó la historia).
Los socialistas no podían adoptar esas frases pomposas cuando estaban
borrando de su programa objetivos bastante menos radicales por miedo a ofrecer
un flanco a la represión. Tampoco podían tener alguna eficacia real frente a
una maquinaria de guerra.
Engels formuló por
tanto su propia propuesta, deseoso de ajustarse a la exigencia de realismo y al
mismo tiempo también al objetivo revolucionario. La solución que halló se
expone en los artículos que escribió en 1893 para Vorwärts y que
agrupó acto seguido en un folleto titulado ¿Es posible el desarme de
Europa? El experto militar socialista proponía “la reducción gradual de la
duración del servicio militar mediante un tratado internacional”/28,
con el propósito declarado de transformar con el tiempo los ejércitos
permanentes en “milicia basada en el armamento universal del pueblo”. Explicaba
su planteamiento de este modo:
“Trato de
demostrar que esta transformación es posible ahora mismo, incluso para los
gobiernos actuales y en la presente situación política. (…) De momento solo
propongo medidas que puedan ser adoptadas por todo gobierno actual sin poner en
peligro la seguridad nacional. Simplemente intento dejar claro que, desde el
punto de vista puramente militar, no hay absolutamente nada que impida la
abolición gradual de los ejércitos permanentes; y que, si de todos modos se
mantienen esos ejércitos, es por razones políticas y no militares, es decir,
que los ejércitos están destinados a la protección no tanto frente al enemigo
exterior como frente al enemigo interior”/29.
Así, partiendo de
lo que habría sido objetivamente posible, de tomarse en serio las intenciones
puramente defensivas de que hacían gala los gobiernos, Engels demostraba, con
toda la riqueza y la garantía de su ciencia militar, que su propuesta era
plenamente compatible con las exigencias de la defensa nacional (su alegato
estaba dirigido al Reichstag). Consciente de que el desarme unilateral no tenía
ninguna posibilidad de ser adoptado en la Europa de su tiempo, Engels, siempre
deseoso de no abandonar el realismo, proponía iniciar una dinámica de desarme
mediante un tratado internacional, destacando el interés de Alemania,
como ventaja moral o psicológica, por emprender la vía de una puja
pacifista, añadiendo así otra dimensión a la actualidad de su pensamiento
sobre la guerra.
Si los gobiernos
atendían a su propuesta, habría frenado la carrera de armamentos o puesto en
marcha un proceso de desarme a escala europea, conjurando de este modo el
peligro de guerra. En cambio, si la rechazaban –la hipótesis más probable, por
supuesto–, habría tenido de todos modos el mérito de denunciar la función real
de las armas y de contribuir así a la educación de las masas contra el
militarismo y el chovinismo. A condición, desde luego, de que los partidos
socialistas hicieran valer la propuesta en su agitación, cosa que no ocurrió/30.
Engels preconizaba
desde hacía tiempo el servicio militar universal (solo para los hombres, dentro
de los límites sexistas de la época) y la evolución asintótica/31
hacia la abolición del ejército permanente y su sustitución por un sistema de
milicia popular. Su principal preocupación consistía en preparar la revolución
y prevenir la contrarrevolución, como explicó en 1865 en su primera
intervención en nombre del partido obrero en el debate prusiano sobre el
ejército: “Cuantos más obreros haya que sepan manejar las armas, tanto mejor.
El servicio militar universal es el complemento necesario y natural del
sufragio universal; capacita a los electores para imponer sus decisiones, con
las armas en la mano, frente a todo intento de golpe de Estado”/32.
Ahora se añadía el deber de prevenir la gran guerra, de manera que las dos
preocupaciones de Engels convergían en un mismo terreno, el del ejército, pieza
maestra de la estrategia revolucionaria desarrollada por Engels.
La
estrategia revolucionaria y el ejército
Tras la derrota
sanguinaria de los obreros parisinos a manos de Cavaignac, en junio de 1848,
Engels comprendió perfectamente que se había vuelto una página en la historia
de las revoluciones. Como escribió en 1852, “se había demostrado que la
invencibilidad de una insurrección popular en una gran ciudad era una ilusión
(…). El ejército volvía a ser el poder decisivo del Estado…”/33.
Esta misma lección de la historia la reiteró todavía al final de su vida, en la
famosa Introducción de 1895/34 a la reedición de la
obra de Marx sobre Las luchas de clases en Francia, que, mutilada
cuando aún estaba vivo, fue tantas veces desnaturalizada durante el siglo
transcurrido tras su muerte.
Por tanto, Engels
ya adquirió en 1848 la convicción, reforzada con el paso de los años, de que la
suerte de la revolución social vendrá determinada por su capacidad de
neutralizar al ejército burgués. Hasta 1871 podía prever con optimismo, en
particular con respecto a Alemania, un proceso inspirado en 1793, en el que el
ejército se habría visto debilitado, por no decir derrotado, en el transcurso
de un enfrentamiento exterior, de suerte que los revolucionarios habrían podido
ponerse a la cabeza de “la patria en peligro”. Por las razones ya explicadas,
la guerra franco-prusiana y el aplastamiento sangriento de la Comuna de París
en 1871 llevaron a Engels a cuestionar el modelo guerra-revolución, con
consecuencias dramáticas e imprevisibles, y a preferir de lejos la estrategia
de división del ejército burgués desde dentro.
“El militarismo
domina y devora a Europa. Pero este militarismo también lleva en su seno el
germen de su propia ruina. La competencia entre los distintos Estados les
obliga, por un lado, a gastar cada año más dinero para el ejército, la flota,
los cañones, etc., y por tanto a acelerar cada vez más el colapso financiero y,
por otro lado, a plantearse cada vez más seriamente el servicio militar
obligatorio y, a fin de cuentas, a familiarizar al pueblo en general con el
manejo de las armas, y por tanto a capacitarle para imponer en un momento dado
su voluntad frente al poder del mando militar. Y ese momento llegará cuando la
masa del pueblo –obreros de la ciudad y el campo y campesinos– tenga
una voluntad. Entonces, el ejército dinástico se convierte en ejército popular;
la máquina deja de funcionar, el militarismo muere víctima de la dialéctica de
su propio desarrollo. (…) Y esto significa el estallido desde dentro
del militarismo y con él, de todos los ejércitos/35.
A partir de
entonces, quebrar el ejército burgués no solo era una tarea
insoslayable de la revolución proletaria, como había demostrado la Comuna a los
ojos de Marx y Engels. Era también, según la concepción estratégica elaborada
por Engels, la condición sine qua non del triunfo de la revolución,
sin la cual esta abortaría en un baño de sangre. Era finalmente una tarea
realizable con medios políticos, en la medida en que ante el proletariado se abrían
de par en par las puertas de la acción política y de la organización legal,
mientras que la ósmosis entre los ejércitos y las poblaciones aumentaba
notablemente con la generalización de la conscripción. Esto otorgaba a la
influencia de los socialistas en el ejército una importancia crucial y
decisiva. Y cuanto más crecen los ejércitos, tanto más resultaba imperativo que
este precepto revolucionario, recalcado sin cesar por Engels hasta el final de
sus días y retomado después por Lenin y la Internacional Comunista, fuera
asimilado/36.
Si no se tiene
presente esta idea fuerza del pensamiento estratégico revolucionario de Engels,
no se puede sino malinterpretar el sentido de los textos públicos que escribió
en los últimos años de su vida, cuando no tenía más remedio que expresarse
dentro de ciertos límites y a menudo por alusión. Esto se debía, por un lado, a
que entonces temía que los espectaculares avances del movimiento obrero alemán
fueran aniquilados por un golpe de Estado reaccionario o una nueva ley contra
los socialistas/37, precisamente porque estos últimos todavía
no estaban todavía preparados para el enfrentamiento al no contar aún con una
influencia suficiente en el ejército. Por otro lado, dado que debía tener en
cuenta, para que esos mismos socialistas le publicaran, su miedo a la represión
y su culto a la legalidad, que estigmatizó tan severamente cuando le mutilaron
su Introducción de 1895 a pesar de todas sus precauciones semánticas/38.
Por cierto, si
Engels, apasionado de la historia militar (como de la historia a secas), solía
citar la célebre frase de los franceses en Fontenoy (1745): “Señores ingleses,
¡disparen ustedes primero!”, aplicándola a los señores burgueses, es
porque consideraba que el tiempo y la legalidad jugaban a favor de los
socialistas y sabía perfectamente, por tanto, que pronto o tarde la burguesía
reaccionaría violando sus propias leyes. “No cabe duda, serán los primeros en
disparar”/39. Entonces los socialistas cosecharán lo que
habrán sembrado, es decir, la revolución. “Cuántas veces no nos han conminado
los burgueses a renunciar para siempre al empleo de medios revolucionarios, a
mantenernos dentro de la legalidad (…). Por desgracia para ellos, no es nuestra
intención complacer a los señores burgueses. Lo que no impide que de momento no
es a nosotros a quien mata la legalidad. Trabaja tan bien para nosotros que
estaríamos locos si nos saliéramos de ella mientras dure/40.
De momento, el proletariado debe librar una guerra de
posiciones, podría haber dicho Engels, cuya formulación de 1895 parece
remitir directamente a la metáfora militar que retomará más tarde, después de
otros, Antonio Gramsci/41. Hace falta, escribió, que el
proletariado “progrese lentamente de posición en posición en un combate duro,
obstinado”. Esto es posible porque “las instituciones de Estado en que se
organiza la dominación de la burguesía todavía ofrecen nuevas posibilidades de
utilización que permiten a la clase obrera combatir a esas mismas instituciones
de Estado”/42.
“El tiempo de los
golpes de mano, de olas revoluciones ejecutadas por pequeñas minorías
conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, pertenece al pasado. Cuando
se trata de una transformación completa de la organización de la sociedad, es
preciso que en la tarea cooperen las propias masas, que estas hayan comprendido
de qué se trata, el motivo de su intervención (con su cuerpo y con su vida).
[…] Pero para que las masas comprendan qué hay que hacer, es necesaria una
labor prolongada y perseverante […]. En todas partes se ha imitado el ejemplo
alemán de utilización del derecho de voto, de la conquista de todos los puestos
a los que podemos acceder, en todas partes el inicio del ataque sin preparación
pasa a un segundo plano. Mantener sin cesar este crecimiento hasta que por sí
mismo sea más fuerte que el sistema gubernamental en el poder, no utilizar en
los combates de vanguardia esas tropas de choque que se refuerzan día a día,
sino conservarlas intactas hasta el momento decisivo, esta es nuestra tarea
principal”.
Porque en caso de
“sangría” como la de 1871 en París, “las tropas de choque tal vez no estén
disponibles en el momento crítico, el combate decisivo se retrasaría, se
alargaría y vendría acompañado de mayores sacrificios/43. Así,
la guerra de posiciones no era para Engels otra cosa que una larga y paciente
preparación de la mejor relación de fuerzas, con vistas al “momento crítico”
en que la guerra de movimiento volverá a un primer plano de cara al “combate
decisivo”.
El arte de
la insurrección
“¿Quiere decir
esto que en el futuro el combate callejero ya no desempeñará papel alguno? En
absoluto. Quiere decir simplemente que desde 1848 las condiciones se han vuelto
mucho menos favorables para los combatientes civiles y mucho más favorables
para las tropas. Un combate callejero, por tanto, solo podrá ser victorioso en
el futuro si esta inferioridad se ve compensada por otros factores. De modo que
se producirá más raramente al comienzo de una gran revolución que en el
transcurso del desarrollo de esta, ya que hará falta emprenderlo con el grueso
de las fuerzas”/44.
Por otros factores
susceptibles de compensar la inferioridad de los civiles en los combates
callejeros, Engels entendía, sin lugar a dudas, la influencia de los
socialistas en el seno del ejército, gracias a su labor política previa. Cuando
en 1891 describió, en francés, con una gran libertad de expresión, el avance espectacular
de los resultados electorales de sus camaradas alemanes, precisó acto seguido
que “los votos de los electores están lejos de constituir la fuerza principal
del socialismo alemán”; esta, explicó, está constituida por los soldados, por
el hecho de que “el ejército alemán está cada vez más contagiado de socialismo”/45.
¿Significa esto
que Engels proponía ganar tiempo hasta que los socialistas se hubieran hecho
con el ejército? ¿Presenta su estrategia revolucionaria, en este punto, una
importante laguna? Esto es lo que parece creer Martin Berger, quien a pesar de
situar bien el lugar del ejército en la estrategia de Engels, la llama “Teoría
del ejército evanescente” (Theory of the Vanishing Army) y la califica
de “doctrina esencialmente pasiva”/46. Según la interpretación
de Berger, la doctrina de Engels consistía en esperar a que, en un proceso natural,
hubiera “el número necesario de socialistas” en el ejército para que este
“desapareciera” por sí solo/47. La lucha por la conquista del
ejército preconizada por Lenin parece, según Berger, “ajena a la visión de
Engels”.
Es más bien esta
interpretación la que es ajena a la visión de Engels. Lenin en 1906, en el
artículo citado por Berger, Las enseñanzas de la insurrección de Moscú,
no hizo más que subrayar la idea, a fin de cuentas clásica, según la cual el
uso de la fuerza por parte de los insurgentes y su determinación pueden lograr
que las tropas indecisas se pasen a su bando/48. Engels no
dijo nada distinto a este respecto, en su Introducción de 1895:
“No nos hagamos
ilusiones al respecto: una verdadera victoria de la insurrección sobre las
tropas en el combate callejero, una victoria como en la batalla entre dos
ejércitos, es una cosa de las más raras. Por cierto que también es raro que los
insurgentes se lo hayan planteado. Para ellos no se trataba más que de ablandar
a las tropas influyendo en ellas moralmente (…). Si lo lograban, la tropa se
niega a movilizarse o ruedan las cabezas de los jefes, la insurrección ha
triunfado. Si no lo consiguen, entonces –incluso con tropas inferiores en
número– lleva las de ganar la superioridad del equipamiento y de la
instrucción, de la dirección única, del empleo sistemático de las fuerzas
armadas y de la disciplina. Lo más que puede esperar la insurrección en una acción
verdaderamente táctica, es la construcción correcta y la defensa de una
barricada aislada. (…) La resistencia pasiva es, por consiguiente, la forma de
lucha predominante; la ofensiva, juntando las fuerzas, realizará –cuando se
brinde la ocasión, pero de manera puramente excepcional– avances y ataques por
el flanco, pero en general se limitará a la ocupación de las posiciones
abandonadas por las tropas que se baten en retirada. (…)
Incluso en la
época clásica de combates callejeros, la barricada tenía por tanto un efecto
más moral que material. Era un medio para quebrar la firmeza de los soldados.
Si resistía hasta que esta última flaqueara, la victoria era cosa hecha; de lo
contrario, habíamos perdido. Este es el aspecto principal que igualmente hay que
tener en mente en el futuro cuando se examine la posibilidad de eventuales
combates callejeros”/49.
Sin embargo, en el
futuro, cuando las fuerzas de la revolución hayan conseguido ganarse
previamente la simpatía de gran parte de los soldados, pudiendo compensar así
su inferioridad militar, y cuando tengan que emprender un combate callejero, al
comienzo de la revolución o en el transcurso de la misma, “preferirán sin duda
el ataque abierto que no la táctica pasiva de la barricada”/50.
El viejo Engels enlazaba así con las célebres líneas que, 43 años antes y
captando ya perfectamente los aspectos militares del cambio de época
revolucionaria, había escrito sobre el arte de la insurrección, esas
mismas líneas en que se apoyaba Lenin y que tanto solía citar. ¿Qué mejor
demostración de la notable continuidad de un pensamiento estratégico dedicado
plenamente a la revolución, como fue la vida misma de los dos compadres
barbudos cuyo fantasma no deja de recorrer el mundo?
“En primer lugar,
no juguéis nunca con la insurrección si no estáis absolutamente decididos a
afrontar todas las consecuencias de vuestro juego. La insurrección es un
cálculo con magnitudes muy indeterminadas, cuyo valor puede variar todos los
días; las fuerzas del adversario tienen todas las ventajas de la organización,
de la disciplina y del hábito de la autoridad; si no podéis oponerles fuerzas
muy superiores, estáis derrotados, habéis perdido. En segundo lugar, una vez
iniciado el acto insurreccional, hay que actuar con la máxima determinación y
de manera ofensiva. La defensiva es la muerte de todo levantamiento armado;
está perdido antes de haberse medido con sus enemigos. Atacad a vuestros
adversarios por sorpresa, mientras sus fuerzas estén dispersas, preparad nuevos
éxitos, por pequeños que sean, pero cotidianos; mantened la moral alta que os
ha dado el primer levantamiento victorioso; poned así de vuestro lado a los
elementos vacilantes que siempre siguen la impulsión más fuerte y tratan
siempre de ponerse del lado más seguro; forzad a vuestros enemigos a batirse en
retirada antes de que hayan podido reunir a sus fuerzas contra vosotros,
diciendo junto con Danton, el mayor maestro de política revolucionaria conocido
hasta hoy: Audacia, audacia y más audacia”/51.
Traducción: viento
sur
Notas
1/ Penser la guerre, Clausewitz, Gallimard,
París, 1976. La cita figura en el tomo I, L’âge européen, pp. 32-33. [Edición
en castellano: Pensar la guerra, Clausewitz, Ministerio de Defensa,
Madrid 1993]
2/ Engels, Die deutsche Reichsverfassungskampagne,
1850, en MEW (Marx Engels Werke), t. 7, p. 185.
3/ “Friedrich Engels” (1897), en Souvenirs sur Marx
et Engels, Editorial Progreso, Moscú, 1982, p. 151.
4/ Para favorecer la causa revolucionaria común, Engels,
fervientemente apoyado por Marx, había intentado influir en los militares
austriacos y prusianos, rechazando el principio de las fronteras naturales
con un enfoque militar-político y desde el punto de vista del interés nacional
alemán. Demostró que Alemania no tenía ninguna necesidad de invadir territorio italiano
para defenderse, tratando de establecer la convergencia de intereses entre los
movimientos de unificación de ambas naciones. Demostró asimismo la naturaleza
ofensiva reaccionaria de los propósitos expansionistas de Napoleón III y
formuló consideraciones militares sobre una eventual guerra franco-alemana que
se vieron confirmadas dos veces en el transcurso del siglo XX.
5/ El subtítulo del Capital es: Crítica de la
economía política.
6/ Carta a Becker del 15 de octubre de 1884 (MEW, t. 36,
p. 218).
7/ Op. cit., p. 152.
8/ Carta a Bebel del 12 de diciembre de 1884 (MEW, t.
36, p. 253).
9/ Makers of Modern Strategy, Princeton University Press, 1943. Traducción
francesa: Les Maîtres de la stratégie, Flammarion, París, 1987.
10/ “Engels et Marx: concepts militaires des socialistes
révolutionnaires”, en Les Maîtres…, op. cit., t. 1, pp. 179-198.
11/ Anthologie mondiale de la stratégie, Robert
Laffont, París, 1990. Esta obra comete, de todos modos, la proeza de acumular
tres errores en doce líneas de presentación de Engels (p. 937): empieza por
calificarlo de “judío alemán” (Engels ya supo de este epíteto estando en vida,
cf. Über den Antisemitismus, 1890, MEW, t. 22, p. 51), lo sitúa “en
Londres hasta 1870” y lo convierte en animador de la Primera Internacional
“tras la muerte de Marx”.
12/ Kriegstheorien: Ihre Entwicklung im 19. und 20.
Jahrhundert, Bernard & Graefe, Francfort, 1972. El mismo autor ya
había consagrado una obra entera al pensamiento militar de Engels: Die
Kriegslehre von Friedrich Engels, Europäische Verlagsanstalt, Fráncfort,
1968.
13/ Kriegstheorien, op. cit., pp. 253-254. Este
balance aparece pormenorizado en la obra anterior del autor. En Kriegstheorien
se interesa exclusivamente por el “concepto de guerra revolucionaria” en
Engels.
14/ Este era el precepto del autor de Vom Kriege:
“No hay que dejar crecer demasiado las hojas y las flores teóricas de las artes
prácticas, sino acercarlas a la experiencia, que es su terreno natural” (Carl
von Clausewitz, De la guerra).
15/ Engels, Anti-Dühring.
16/ De lo que antecede no se desprende que el análisis
realizado por Lenin a partir de 1914 no se ajustara a los criterios marxianos.
Al contrario, el mismo se basaba fundamentalmente en una apreciación del lugar
y el significado históricos de la fase imperialista en la evolución del modo de
producción capitalista. Para fundamentar su posición “derrotista
revolucionaria”, el dirigente bolchevique no se fijó tanto en la diplomacia de
los beligerantes (el sentido primigenio de la fórmula de Clausewitz, como
reconoce Raymond Aron rebatiendo a Ludendorff [Penser la guerre, op.
cit., t. II, p. 59]), como en la estructura y la dinámica de sus economías.
Calificó la guerra de 1914 de fenómeno sobredeterminado, inexorable,
independientemente de la intención primaria de sus protagonistas.
17/ Primer manifiesto.
18/ Segundo manifiesto.
19/ W. B. Gallie, Philosophers of Peace and War,
Cambridge University Press, Cambridge, 1978, p. 92. Sin embargo, el autor no
oculta su simpatía por la persona de Engels, de quien considera que, gracias en
especial a sus últimos escritos sobre la guerra, “un día será rehabilitado
[sic] por los futuros historiadores del marxismo” (p. 81).
20/ Einleitung [zu Borkheims „Zur Erinnerung für die
deutschen Mordspatrioten“], MEW, t. 21, pp. 350-351. “Friedrich Engels
dijo un día: ‘La sociedad burguesa se halla ante un dilema: o pasa al
socialismo o recae en la barbarie.’ […] Hasta ahora hemos leído estas palabras
sin reflexionar sobre ellas y las hemos repetido sin presentir su terrible
gravedad. Miremos alrededor en este mismo momento [1915] y comprenderemos qué
significa una recaída de la sociedad burguesa en la barbarie. […] Es
exactamente lo que predijo Friedrich Engels una generación antes de la nuestra,
hace cuarenta años.” Rosa Luxemburg, La crisis de la socialdemocracia.
21/ Carta a Bebel del 13 de septiembre de 1886 (MEW, t.
36, pp. 525-526). Es el propio Engels quien resalta nada más y certeza.
Algunos años antes, en 1882, había manifestado su pesimismo con respecto a la
actitud de los socialistas alemanes en caso de guerra de un modo todavía más
categórico: “Nuestro partido en Alemania se vería inundado durante un tiempo y
paralizado por la marea ascendente del chovinismo, y lo mismo ocurriría en
Francia” (carta a Bebel del 22 de diciembre de 1882, MEW, t. 35, p. 416).
22/ Carta a Paul Lafargue del 25 de marzo de 1889 (Engels,
Paul et Laura Lafargue, Correspondance, t. 2, Éditions sociales, París,
1956, p. 226).
23/ Engels, Armies and Revolution, Archon Books,
Hamden (Connecticut), 1977, p. 129. La obra de Martin Berger constituye
probablemente la mejor reseña de las ideas de Engels sobre la relación entre guerra
y revolución. A este respecto, sin embargo, su principal defecto es no haber
captado suficientemente, o de no subrayar, la coherencia teórica del enfoque de
Engels y de la evolución de su actitud en función de los cambios objectivos de
la situación mundial. Así, decir que Engels deseaba en la década de 1850, en
aras a la revolución, una guerra “terrible”, incluso un “holocausto” (p. 99),
es utilizar términos anacrónicos que no permiten comprender bien la aversión
del compañero de Marx en el transcurso de los últimos 24 años de su existencia.
24/ Carta a Bernstein del 22 de febrero de 1882 (MEW, t.
35, pp. 279-280, traducción francesa publicada en Haupt, Löwy, Weill, Les
Marxistes et la question nationale, Maspero, París, 1974, p. 102). En el
registro profético, Engels continúa en la misma carta: “Los serbios están
divididos en tres religiones […]. Pero para ellos, la religión cuenta más que
la nacionalidad y cada confesión quiere dominar. Así, una Gran Serbia no
comportará más que guerra civil mientras no haya allí un progreso cultural que
haga posible al menos la tolerancia.”
25/ Engels pensaba manifiestamente en la Comuna de París,
aplastada por las tropas de Versalles, bajo la mirada del ocupante alemán.
26/ Los internacionalistas revolucionarios de 1914
denunciaron la adulteración socialpatriótica del artículo de Engels:
Rosa Luxemburg, en su célebre folleto de 1915, firmado Junius (La Crisis…, op.
cit., pp. 188-189) y Grigori Zinoviev, en 1916, en su folleto La IIª
Internacional y el problema de la guerra, restablecieron el sentido del
artículo del compañero de Marx tal como se ha expuesto más arriba, subrayando
asimismo que la mutación imperialista que culminó tras la muerte de Engels
falseaba toda extrapolación de su análisis de 1891 sobre la guerra mundial
desencadenada casi un cuarto de siglo después.
27/ Le habría gustado que fueran los propios franceses
quienes se encargaran de explicar por qué había que combatir la eventualidad de
una guerra de su gobierno contra Alemania, en alianza con Rusia (carta a Bebel
del 29 de septiembre de 1991, MEW, t. 38, p. 161). Cuando publicó su artículo
en alemán, algunos meses más tarde, Engels procuró quitarle hierro, explicando
largo y tendido que, debido a los reveses del imperio zarista, la amenaza rusa
que pesaba sobre Alemania ya no era actual, cosa que destruía la única
justificación del defensismo revolucionario que le había
parecido necesario en tal caso. En octubre de 1892 explicó al socialista
francés Charles Bonnier que se sobreentendía que en caso de una nueva guerra de
conquista del kaiser contra Francia habría que invertir los papeles de los
socialistas de los dos países (ibid., p. 498). Y en junio de 1893, Engels
reprochó a Paul Lafargue que se presentara como patriota: “Esta palabra tiene
un sentido tan estrecho –o bien tan indeterminado, según– que yo no me
atrevería jamás a calificarme así. Me he dirigido a los no alemanes como
alemán, del mismo modo que me dirijo a los alemanes como simple internacional”
(Engels, Paul et Laura Lafargue, Correspondance, t. 3, Éditions
sociales, Paris, 1959, p. 292).
28/ Engels proponía una duración máxima de dos años,
añadiendo que “dentro de algunos años podría ser posible optar por una duración
mucho más corta”. Preconizaba un servicio limitado a la formación militar
esencial y racional, sin el ceremonial superfluo y otras “necedades”, como el
paso de la oca, del que solía mofarse.
29/ Kann Europa abrüsten?, MEW, t. 22, p. 371.
30/ Jean Jaurès fue el único, entre los tenores del
socialismo europeo, que defendió el punto de vista de Engels sobre la
transformación de los ejércitos como medio para prevenir la guerra. Su
pacifismo radical le valió el odio a muerte de los nacionalistas franceses.
31/ Carta a Marx del 16 de enero de 1868 (MEW, t. 32, p.
21).
32/ Die preußische Militärfrage und die deutsche
Arbeiterpartei, MEW, t. 16, p. 66.
33/ Revolución y contrarrevolución en Alemania.
34/ Ibid., pp. 194-212.
35/ Anti-Dühring, op. cit., p. 203 (texto
resaltado por el propio Engels).
36/ “El deber de propagar las ideas comunistas implica la
necesidad absoluta de llevar a cabo una propaganda y agitación sistemáticas y
perseverantes entre las tropas”, estipulaba la 4ª de las 21 condiciones de
admisión de los Partidos en la Internacional Comunista (Tesis, manifiestos y resoluciones adoptados por
los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (1919-1923).
37/ “[Mi introducción] ha sufrido un poco por el deseo
excesivo, a mi juicio, que sienten nuestros amigos de Berlín de no decir nada
que pueda ser utilizado como pretexto para que el Reichstag apruebe el Umsturzvorlage
[el proyecto de ley contra las actividades subversivas]. Dadas las
circunstancias, he tenido que ceder.” Carta a Laura Lafargue del 28 de marzo de
1895 (Engels, Lafargue, Correspondance, t. 3, op. cit., pp. 400-401).
38/ “No puedo creer que tengáis la intención de dedicaros
en cuerpo y alma a la legalidad absoluta, la legalidad independientemente de
las condiciones, la legalidad incluso ante las leyes que violan sus propios
autores, en suma, la política que consiste en mostrar la mejilla izquierda
cuando te han golpeado en la mejilla derecha.” Carta a Fischer del 8 de marzo
de 1895 (MEW, t. 39, p. 424).
39/ Le Socialisme en Allemagne, op. cit., p.
133.
40/ Ibid. Una de las frases tachadas de la Introducción
de 1895, para gran enfado de Engels, decía dirigiéndose al gobierno alemán: “Si
por tanto ustedes rompen la Constitución imperial, la socialdemocracia será
libre, libre para hacer lo que quiera con respecto a ustedes. Pero lo que hará
a continuación, eso se cuidará muy mucho de no decírselo ahora” (op. cit.,
p. 211; resalto aquí, y en adelante, los pasajes de la Introducción
censurados por los editores socialistas de Engels).
41/ Para un análisis crítico de las reflexiones de
Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel, y una visión global penetrante
de los debates estratégicos marxistas posteriores a Engels, véase el estudio
magistral de Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci. Sin
embargo, ni Gramsci, ni Anderson se remontan hasta Engels, pese a que se sitúa
en el origen de esta problemática.
42/ Engels, Introducción, op. cit. El
enfoque del parlamentarismo que refleja este texto se halla en las antípodas
del “cretinismo parlamentario” que Marx y él siempre fustigaron. Se asemeja más
bien al que expondrá Lenin en El izquierdismo, enfermedad infantil del
comunismo que no al de los socialdemócratas europeos, incluso antes de
1914. Además, cuando Engels describe más adelante, con satisfacción, los
progresos realizados por los socialistas en el Parlamento en los demás países
europeos, se apresura a añadir: “Es evidente que nuestros camaradas extranjeros
no renuncian para ello, de ningún modo, a su derecho a la revolución. El derecho
a la revolución es, después de todo, el único ‘derecho histórico’ real, el
único sobre el que descansan los Estados modernos sin excepción…” (op. cit.).
Lejos de revisar
las opciones revolucionarias de su juventud, Engels se mantuvo fiel a lo que
había escrito en su primera declaración de principios, en 1847: “¿Es posible la
supresión de la propiedad privada por la vía pacífica? Sería deseable que así
fuera, y los comunistas, sin duda, serían los últimos en quejarse. […] Pero
también ven que el desarrollo del proletariado choca en casi todos los países
civilizados con una represión brutal, y que de este modo los adversarios de los
comunistas trabajan a su vez con todas sus fuerzas a favor de la revolución.” Principios
del comunismo, en Marx Engels, Obras escogidas, op. cit.
43/ Ibid. La edición de Moscú traduce Gewalthaufen
por “grupo de choque”, expresión sustituida aquí por “tropas de choque”,
corrección que se justifica porque la primera fórmula tiene una connotación de
comando, cuando para Engels se trata de una masa considerable de partidarios
del socialismo en Alemania, “tropas de choque decisivas del ejército proletario
internacional” (Ibid.; MEW, t. 22, pp. 524-525).
Engels relativizó
notablemente, poco después, este texto, calificado abusivamente por cierta
posteridad de “testamento político” suyo: “Liebknecht acaba de jugármela. Ha
tomado de mi introducción […]todo lo que puede servirle para sostener su
táctica apacible y antiviolenta a cualquier precio que le complace predicar
desde hace algún tiempo, sobre todo en este momento en que se preparan leyes
represivas en Berlín. Sin embargo, esta táctica yo solo la preconizo para la
Alemania de hoy y con muchas reservas. En Francia, Bélgica,
Italia y Austria será imposible seguir esta táctica en su conjunto y en
Alemania puede que resulte inaplicable el día de mañana.” Carta a Paul Lafargue
del 3 de abril de 1895 (Engels, Lafargue, Correspondance, t. 3, op.
cit., pp. 404, texto resaltado por Engels).
Según Liebknecht,
fue Eduard Bernstein quien utilizó este documento desnaturalizado para
fundamentar sus planteamientos “revisionistas”, contribuyendo así a forjar el
mito de un cambio de postura de Engels al final de su vida. Desde entonces,
numerosos autores, de Karl Kautsky a Lucio Colletti, creyeron necesario
contradecir a Engels dando crédito a esta mutación. De todos modos, a partir de
la publicación del texto integral de la Introducción de 1895 por obra
de Riazanov, en 1930, muchos se aplicaron a restituir su sentido original,
apoyándose en la correspondencia de Engels.
44/ Ibid., p. 208.
45/ El socialismo…, op. cit., pp. 132-133 (texto
resaltado por mí). “Y si ganamos las circunscripciones rurales de las seis
provincias orientales de Prusia, donde predominan el latifundismo y los grandes
cultivos, el ejército alemán será nuestro”, escribió Engels a Paul
Lafargue ese mismo año (Engels, Lafargue, Correspondance, t. 3, op.
cit., p. 89, texto resaltado por Engels).
Como explica Ernst
Wangermann en su breve, pero excelente, introducción a la primera edición
inglesa de Engels de El papel de la violencia en la historia, el autor
“preconizaba políticas encaminadas a socavar el espíritu de sumisión absoluta
de la tropa en los regimientos prusianos, que todavía se reclutaban en gran
medida entre las masas oprimidas de trabajadores rurales” (The Role of
Force in History, Lawrence & Wishart, Londres, 1968, p. 23). Falta
espacio aquí para explicar la manera en que el programa agrario defendido por
Engels, y rechazado por los socialistas alemanes, se articulaba con su
estrategia revolucionaria. También se podría mostrar cómo el enfoque
programático de Engels, tanto en el ámbito agrario como en lo tocante al
ejército, prefiguraba el de las “reivindicaciones transitorias” que adoptó la
Internacional Comunista en tiempos de Lenin.
A la luz de todas
las críticas, dispersas pero acerbas, formuladas por Engels a los socialistas
alemanes, en particular, no sería exagerado afirmar que el compañero de Marx
fue el primer marxista que presintió la futura evolución de la socialdemocracia
(le seguirá Rosa Luxemburg, mientras que tuvo que producirse la traición de
1914 para que Lenin se percatara).
46/ Engels, Armies…, op. cit., p. 169.
47/ Berger lo tiene difícil para conciliar su
interpretación con el testimonio del socialista británico Ernest Belfort Bax
sobre Engels: “Aunque sabía calibrar debidamente, en todas las circunstancias,
las exigencias prácticas del momento, este viejo compañero de Marx, que le
había sobrevivido, estuvo convencido hasta el final de que la revolución social
solo podía comenzar con una insurrección armada, sobre todo en Alemania. Le
escuché decir más de una vez que si los dirigentes del partido podían contar
con un soldado de cada tres, es decir, con un tercio del ejército alemán,
deberían pasar de inmediato a la acción revolucionaria.” (“Rencontres avec
Engels”, en Souvenirs sur Marx et Engels, op. cit., pp. 332-333).
48/ En Obras completas, Editorial Progreso, Moscú,
1966, t. 11. “Nos hemos dedicado y seguiremos dedicándonos con más tenacidad a
‘trabajar’ ideológicamente el ajército. Pero no seríamos más que patéticos
pedantes si olvidáramos que en el momento de la insurrección también hay que
emplear la fuerza para ganarse al ejército”.
49/ Op. cit., pp. 205-206.
50/ Ibid., p. 208.
51/ Revolución y contrarrevolución…, op. cit.,
p. 392 (texto resaltado por mí, salvo la cita de Danton, reproducida por Engels
en francés).
Fuente: https://vientosur.info/engels-pensador-de-la-guerra-pensador-de-la-revolucion/