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martes, 23 de mayo de 2023

EL SUJETO Y EL OBJETO: EL PASADO Y EL PRESENTE

  


Publicado por Francisco Umpiérrez Sánchez

domingo, 21 de mayo de 2023

El sentimiento, la pasión y la emoción supone la unidad intima del sujeto y el objeto, o que el objeto siempre esté en el interior del sujeto. Si el objeto se eleva a la conciencia, el objeto queda fuera del sujeto, y cada vez quedará a más distancia. Si el objeto no se eleva al plano de la conciencia, el pasado siempre seguirá en el presente y oscurecerá el presente.  Y en el sujeto, en lo que afecta a su relación con el objeto, no habrá evolución. Evolucionar significa cambiar. No seas siempre el mismo. No debes traer al presente el problema del pasado en el mismo modo que se dio en el pasado. Si el sujeto evoluciona, debe evolucionar la relación que mantiene con el objeto en el pasado. Nada debe permanecer igual. El pasado debe ser definitivamente enterrado.

El sujeto, cualquier sujeto, no debe echarle las culpas siempre al objeto y a las circunstancias que rodearon al objeto. El sujeto, aunque es cierto que en parte es producto del objeto, ha producido también al objeto. Nadie debe quedar libre de la responsabilidad de lo que ha sucedido en el pasado. Liberarse del pasado también significa que el sujeto reconozca que ha sido parte activa y pasiva de lo que ha sucedido en el pasado. Así que deja el pasado ya atrás. Y el sujeto debe evitar, para liberarse por completo del pasado, relacionarse con todo lo que tenga que ver con ese pasado. Debe mostrar rechazo a ese pasado. No dejes que las sombras del pasado te enturbien y te amarguen el presente. Busca la luz, pero esa luz solo la encontraras en el presente sin huellas del pasado. El pasado es el no ser y el presente es el ser. Si te empecinas en recordar el pasado por medio del sentimiento, la emoción o la pasión, la negación te acechará en cualquier rincón de tu vida en el presente. Y tú, para liberarte, debes afirmarte.

Han sido los valores y principios de vida del sujeto los que han permitido que el objeto lo domine. El objeto es otro sujeto. Y si el sujeto sigue empecinado en que el otro sujeto le hizo daño, pues que lo perdone. El perdón es también un modo de liberarse de las oscuridades del pasado. Que se abra la luz. Que se cierren las tinieblas. Y repito: deja ya el maldito pasado atrás. Libérate.

 

Fuente: https://fcoumpierrezblogspotcom.blogspot.com/2023/05/el-sujeto-y-el-objeto-el-pasado-y-el.html

 

jueves, 10 de febrero de 2022

EL RETORNO DEL PASADO COMO RELÁMPAGO

 

En opinión del historiador italiano Enzo Traverso, lo que hizo el COVID-19 en realidad fue acelerar procesos que ya estaban activos: desveló o aclaró tendencias estructurales. (Foto: Freddy Davies / La Directa)

UNA ENTREVISTA CON ENZO TRAVERSO

Extraer las lecciones del pasado es el oficio del historiador. Comprender el pasado, construir un discurso crítico sobre el pasado y entonces extraer las lecciones. Pero, una vez dicho esto, todos los problemas quedan abiertos.

Por Martín Martinelli

La idea de que extrayendo lecciones del pasado los seres humanos pueden mejorarse es una abstracción propia de una concepción acumulativa y lineal de la historia. Según Enzo Traverso, en algunas circunstancias históricas el pasado se hace activo, se torna vivo. Es en esos momentos que aquellas «lecciones del pasado», aquella memoria colectiva, puede ser activada a través de la acción conjunta.

El historiador Enzo Traverso se ha consolidado como una de las voces más destacadas de la escena marxista contemporánea. Tuvimos la oportunidad de dialogar con él sobre las concepciones de la historia, el rol de los intelectuales hoy, el nacionalismo y acerca de cómo cree que pasará a la historia la pandemia que atravesamos.

MM

Me interesa su valoración acerca de la idea de la comprensión del presente a partir de algunas claves del pasado, ¿diría que la historia puede funcionar como un puente para la interpretación y la transformación del presente?

ET

 Yo diría que extraer las lecciones del pasado es el oficio del historiador. 

Comprender el pasado, construir un discurso crítico sobre el pasado y entonces extraer las lecciones del pasado. Pero, una vez dicho esto, todos los problemas quedan abiertos. Las lecciones del pasado pueden entenderse de diferentes maneras. Por eso, las representaciones y las interpretaciones del pasado cambian en cada época. Y entonces la pregunta me recuerda el aforismo muy conocido: historia magistra vitae (maestra de la vida). 

Dejando a Cicerón de lado, no se trata de extraer del pasado un conjunto de reglas morales, aplicables todas las historias por igual, de la misma forma hoy como en la historia del mundo antiguo. Pero digamos que hay una equivocación, que empezó con la Ilustración, y gira en torno a la idea de que extrayendo las lecciones del pasado los seres humanos pueden mejorarse. Esto es una abstracción propia de una concepción lineal de la historia; una historia siempre acumulativa que desemboca en la idea de progreso. Por supuesto, no es en este sentido que yo digo que se pueden sacar las lecciones de la historia. Sería muy fácil decir que la historia es la negación misma de ese aforismo.

De otra manera, habría que preguntarse seriamente cómo es posible que, después de los fascismos del siglo XX, de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, experimentemos hoy un nuevo ascenso de las derechas radicales y los fascismos en buena parte del mundo. O yo, que soy italiano, podría preguntarme cómo puede ser que Italia, que fue un país de emigración, un país de migrantes, hoy—que es un país de inmigración— sea tan xenófobo. Eso, siguiendo el aforismo anterior, significaría que no se han extraído las «lecciones del pasado» y que los italianos olvidaron su historia. Lo mismo podría decirse de los judíos, que fueron una minoría oprimida y perseguida por siglos, pero cuya historia desemboca en el Estado de Israel, un Estado opresor. Y así los ejemplos podrían seguir. Lo importante, en todo caso, es que esta idea de «sacar lecciones del pasado» es una ilusión.

Yo no creo en una concepción acumulativa y lineal de la historia. Creo en lo que Walter Benjamin llamaba la reaparición, la reactivación o el retorno del pasado como relámpago: en algunas circunstancias históricas, el pasado se hace activo, se torna vivo. Esos son los momentos en los que aquellas lecciones del pasado, aquella memoria colectiva, puede ser activada a través de la acción conjunta. Eso significa tomar en cuenta todos los límites del papel del historiador y de la conciencia histórica.

MM

A propósito de su libro Qué fue de los intelectuales (Siglo XXI, 2014), quisiera preguntarle cuál cree que es la situación de los intelectuales hoy. Said y Gramsci, entre otros, han aportado definiciones al respecto. ¿En qué medida continúan vigentes, dada la aparición y hegemonía de los medios masivos de comunicación, las redes sociales, internet, etc.? 

ET

Ese libro es una conversación acerca de la historia de los intelectuales. Intento reflexionar sobre el modo en que una parábola histórica llegó a su fin. El siglo XX, como el siglo de los intelectuales, se acabó. El concepto de intelectual aparece al final del siglo XIX en Francia, con el affaire Dreyfus; después hay un conjunto de grandes figuras —Pasolini en Italia, Sartre en Francia, Chomsky en Estados Unidos— que encarnan este mundo en el cual los intelectuales juegan un papel fundamental de crítica del poder. Y esta es la idea de intelectual que Said plantea en su pequeño ensayo, interesante, porque es bastante nostálgico. Allí escribe que los intelectuales jugaron este papel en la historia y que necesitamos de intelectuales que puedan jugar en el mundo de hoy un papel similar. Es la función que él se otorgó así mismo, con respecto a Palestina, por ejemplo.

Esta figura del intelectual apareció en un mundo dominado por la cultura escrita, la cultura de la palabra, del libro, del texto impreso. Una época en la cual los intelectuales, no digo que tenían el monopolio de la escritura, pero, al principio, casi. Tenían una «autoridad moral intelectual», tal como lo define Bauman, como los legisladores. Esta figura apareció en una época en la que ellos monopolizaban el debate político. Su papel cambió mucho con la reificación del espacio público.

Eso se ve hoy, por ejemplo, en Black Lives Matter, el gran movimiento que ha sacudido Estados Unidos (y que ha tenido impacto mundial, ya que movimientos antirracistas similares aparecieron en otros países y continentes). Muchos intelectuales sostuvieron ese movimiento, pero se habló muy poco de ellos. Porque en el mundo de hoy, la intervención en soporte de Black Lives Matter de un deportista, de un actor o de un rockstar, tiene un impacto mucho más fuerte. Un intelectual puede escribir un artículo en New York Times al respecto, y el impacto es limitado. En cambio, cuando un deportista publica un video con más de 10 millones de followers, recorre el mundo. Los medios de difusión cambiaron el pensamiento radicalmente y eso modifica el papel del intelectual, eso es evidente.

MM

También se podría mencionar el cine como uno de los medios que más moldean la imaginación histórica…

ET

El cine tiene un papel fundamental para la construcción de una representación del pasado de cara a las grandes masas. A veces, incluso, de maneras que no son reconocidas o debidamente notadas, aun entre los mismos historiadores. Nuestra representación del pasado es visual, mediatizada por el cine y la televisión. En todo el mundo, en Indonesia, por caso, si hablas del holocausto, la gente visualiza el campo de Auschwitz y la rampa que llega al mismo. Ese es el poder del cine: tengo un amigo investigador que forjó el concepto de «cinematic power», el poder cinemático como instrumento de control de la manera de pensar y del inconsciente. 

Esto está vinculado —y este punto de vista lo comparto— con aquello que Regis Debray sintetizó como «el advenimiento de la videosfera», relacionado también a la declinación del papel de los intelectuales. Los intelectuales tenían un rol crucial; destaca la figura de Sartre en tiempos de grafósfera, en el mundo dominado por la cultura escrita. Pero después aparece la videoera: un mundo dominado por las imágenes. Estas moldean, también, nuestras representaciones del pasado. 

Ahora bien, la era de la videosfera fue de muy corta duración, porque ya ingresamos en algo distinto, la digitósfera, el mundo de las redes sociales e internet. Ya no es Hollywood quien construye nuestras representaciones. Esto es algo que los historiadores pocas veces toman en cuenta de manera suficiente. Yo intento hacerlo introduciendo una dimensión de historia visual en mis últimos libros, procurando mostrar cómo ciertos conceptos son indisociables de ciertas imágenes, la palabra de su representación más extendida. Por ejemplo, en mi último libro sobre la melancolía de la izquierda, trato de mostrar la existencia de una iconografía que expresa muy bien una visión teleológica de la historia. Esa iconografía dominó la cultura del socialismo y del comunismo durante largo tiempo.

Para mi estos aspectos son cruciales, porque hasta ahora los historiadores pensaron las imágenes de manera instrumental. Como en los trabajos sobre la propaganda fascista, donde las imágenes son solamente utilizadas para mostrar el modo en que la propaganda manipula. Yo creo que las imágenes son fuentes en el sentido más integral de la palabra: fuentes con las cuales los historiadores deben trabajar, fuentes que deben ponerse en diálogo con otras fuentes más tradicionales, como archivos, producciones textuales, etc. Conectados con las imágenes, los textos pueden adquirir nuevos significados.

MM

¿Qué piensa de los debates acerca de la concepción de la propia disciplina histórica? ¿Cómo se relacionan con la historia que consumen las masas? Pienso, por ejemplo, en el Historikerstreit en la Alemania de los años 80.

ET

Creo que tu pregunta permite reflexionar sobre la relación entre la dinámica propia de la investigación histórica: la trayectoria historiográfica, por un lado, y el uso público de la historia, por otro. Las discusiones de los historiadores en Alemania durante la década de los 80 sobre el Holocausto, fue un gran debate que trascendió largamente las fronteras del campo historiográfico. Fue un debate nacional que se desarrolló en los diarios, en los medios de comunicación, fue un debate de la sociedad civil en su conjunto. Algunos resultados logrados por el conocimiento y la investigación hecha por los historiadores se transformaron en conciencia compartida, en conciencia histórica.

El historikerstreit no es solamente una etapa en la historia de la historiografía alemana; es un momento fundamental en la historia de la relación de Alemania con su propio pasado, en el surgimiento de una nueva conciencia histórica en cuyo centro se encuentra el Holocausto. No es posible hoy, para un joven alemán que tiene veinte años, pensar la historia de Alemania sin otorgar una posición central al Holocausto. Ello es consecuencia del historikerstreit. Como ese, podríamos dar muchos otros ejemplos.

Vos, que trabajás sobre Palestina: lo que se denomina —entre comillas— el «revisionismo histórico» en Palestina, que es una dinámica historiográfica. Vemos historiadores que ponen en cuestión el relato tradicional de la guerra de 1948. Ese debate genera consecuencias sobre la manera en la cual la sociedad israelí en su conjunto piensa su propio pasado. Es un momento en el que la narración tradicional sionista de la redención es mucho más problematizada. Una guerra de liberación o una guerra de ocupación, o las dos al mismo tiempo, o una guerra que es concebida y  actuada como una guerra de liberación y que se transforma en una guerra de expulsión y de ocupación de territorios y creación de un Estado, que es un Estado de opresión. 

Todo ese conjunto de debates sobre el uso público del pasado tienen una relación muy fuerte con la historiografía en el sentido de que, por un lado, se nutren del trabajo de los historiadores y, por otro, afectan el trabajo de los historiadores. Porque después del historikerstreit no se puede escribir más la historia del Holocausto cómo se hacía antes; tampoco se puede escribir la historia de Israel sin tomar en cuenta el debate revisionista, etcétera. Lo mismo se puede decir con respecto al colonialismo, la Guerra de Argelia… podríamos dar varios ejemplos de lo mismo. 

Los historiadores debemos ser conscientes del hecho de que trabajamos para dar respuestas a interrogantes de conocimiento que son sociales. Si yo puedo escribir libros sobre un tema y publicarlos, es porque hay un público que quiere conocer y reflexionar sobre el pasado. Entonces, existe una dialéctica entre la investigación y las trayectorias de la memoria en el espacio público que es fundamental. Si no somos conscientes de eso, nos equivocamos. No es casualidad si nos otorgan una beca para trabajar sobre este tema y no sobre otro. Hay que decirlo a los estudiantes, porque muchas veces para ellos es vital, para hacer una investigación, para lograr una beca. Tienen que saber existe hoy toda una política de instituciones, de centros de poder, una relación entre el mundo académico y el económico y político que irradia y que estructura como un tejido también el campo historiográfico.

MM

¿Podría comentar un poco la tesis que plantea en El final de la modernidad judía, sobre la mutación de la judeidad que tiene lugar entre Trotsky y Kissinger? ¿Dónde sitúaría a Herzl en ese esquema? ¿Y cómo fue que la judeofobia se constituyó en eje articulador para los nacionalismos europeos?

ET

Ese libro fue muy controvertido: defendido por un conjunto de investigadores y activistas y muy criticado por otros. Me estigmatizaron como antisemita en Estados Unidos, en Francia y en varios países europeos. Para evitar toda equivocación, yo no digo que el antisemitismo desapareció, sino que todavía existe mediante ataques de terroristas y otras formas de hostilidad, las cuales sin dudas hay que combatir. 

Mis reflexiones surgieron de una constatación: el desplazamiento del mundo judío en el siglo XX, de la revolución al imperialismo. Dibujo este paisaje con dos figuras emblemáticas que son, por un lado, Trotsky, el judío errante de la revolución internacional, perseguido, exiliado durante toda su vida, cosmopolita, que se desplaza por países y continentes y encarna esa idea de la revolución mundial… Y por otro lado Kissinger, como el estratega y teórico del imperialismo. Esas dos figuras emblemáticas sintetizan un cambio que se produjo en el mundo judío a lo largo del siglo XX. Mientras tanto, transcurrieron la Segunda Guerra Mundial y el nacimiento posterior del Estado de Israel. Después de dicho conflicto y del holocausto, el antisemitismo no digo que desapareció, sino que declinó en todos los países en los que había estado muy presente, muy arraigado en las culturas, en las ideologías. 

No se puede pensar la historia del nacionalismo europeo en el siglo XX sin otorgar un lugar central al antisemitismo como elemento que estructura la visión del mundo nacionalista. En el paisaje contemporáneo que se grafica después de esa contienda bélica, el conservadurismo, las ideas conservadoras y neoconservadoras, sus estrategias y el personal político de los movimientos de derecha no son más antisemitas. O, mejor dicho, no tienen más al antisemitismo como rasgo dominante. Desde este punto, Herzl, fundador del sionismo, es un precursor. En cierto modo es precursor de Kissinger: piensa en el proyecto de un Estado judío en Palestina como algo que se puede lograr con el apoyo de las grandes potencias imperiales. 

Todo esto no significa que todos los judíos eran revolucionarios o que todos los judíos se hayan convertido en reaccionarios. Eso es una simplificación ridícula, por supuesto. Existe una tradición de pensamiento crítico muy arraigada en las culturas judías, que hace que todavía haya un montón de judíos en los movimientos de izquierda, de extrema izquierda, en la elaboración de una crítica de las formas de dominación… y eso es algo muy sencillo de comprobar. Las condiciones históricas hasta la Segunda Guerra Mundial otorgaban a los judíos esa posición —digamos— «privilegiada» en la crítica del poder. Tras la guerra, esas condiciones no existen más. Luego de la creación del Estado de Israel verificamos cómo una relación simbiótica y orgánica se establece entre una capa intelectual y los centros del poder. Analizar ese proceso es muy interesante.

Lo que me golpeó de las críticas es detectar una especie de incapacidad o de ceguera… El no querer ver lo que es absolutamente evidente. Yo intenté establecer una genealogía intelectual. No es solamente Kissinger, es Herzl, es el punto de salida de todo un recorrido intelectual. Hay un conjunto de pensadores, de Leo Strauss a Karl Popper, a Raymond Aaron y otros, que protagonizan ese cambio. Lo innegable es que para un intelectual judío, ser conservador, ideólogo del imperialismo o nacionalista era algo objetivamente muy difícil en Europa hasta la Segunda Guerra Mundial, y es algo muy fácil después.

¿Por qué? Porque hubo una explosión del pensamiento crítico, de la creatividad intelectual, estética, literaria en el mundo judío a principios del siglo XX debido a la presencia —combinada— de un conjunto de condiciones históricas. Ser judío significaba tener este papel crítico, estar fuera del poder, fuera de las instituciones, ser un outsider. Pero, después de la Segunda Guerra, esa ya no es la situación de los judíos en Francia, en el Reino Unido o en Estados Unidos.

MM

Me quedó una cuestión pendiente de lo que mencionó antes, acerca del rol de los intelectuales hoy. Quisiera saber su opinión sobre el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS).

ET

Bueno, eso es todo otro tema. Yo creo que las campañas de boicot, en particular la de los productos que llegan desde las colonias en los territorios palestinos, sufre de un hándicap fundamental vinculado a la pregnancia de la memoria colectiva. Lo observo muy claro en Alemania, por ejemplo, donde este fenómeno tomó formas patológicas: hay movimientos de la izquierda radical que son hipersionistas y que defienden la bomba atómica israelí. Porque Alemania tiene que expiar sus culpas: Alemania no puede criticar a Israel porque es la responsable del Holocausto. Eso demuestra cómo la memoria puede afectar los posicionamientos políticos.

Conozco mucha gente para la que participar en una manifestación para el boicot de productos israelíes es algo simplemente imposible emocionalmente, porque es demasiado pregnante en su conciencia y en su memoria el recuerdo de las manifestaciones de boicot de las tiendas judías de uno de los rasgos fundamentales del antisemitismo. Vivimos en un mundo en el cual la memoria del Holocausto ocupa este papel central como paradigma de las violencias y de la opresión. Así, para otorgar el reconocimiento de un genocidio, de una persecución o de una masacre hay que compararla al Holocausto. Siguiendo esta lógica, esa sería la única manera de reconocer la magnitud de la masacre en cuestión, el debate sobre el Holocausto marca el contexto. 

Eso explica por qué en la década de los sesenta había muchos intelectuales en Estados Unidos de origen europeo que llegaron como exilados, fueron acogidos y entendían que no podían aceptar participar en manifestaciones en contra la guerra de Vietnam, en las que se quemaba la bandera estadounidense. Esto a veces es difícil de entender. Pensemos en una persona chilena: hace poco se abrieron los archivos y se conoce el rol de Estados Unidos en el golpe de Pinochet en Chile; en ese caso, quemar una bandera norteamericana es mucho más fácil de lo que fue para los exiliados en Estados Unidos de los 60. ¿Qué quiero decir con esto? Que no todos pudieron actuar como Marcuse. Y eso es algo a tomar en cuenta cuando se observan las controversias alrededor de la campaña para el boicot de los productos. 

Porque tienen que enfrentarse con la memoria del Holocausto, que en muchos casos es instrumentalizada, que es utilizada como un arma en contra de los derechos palestinos, ese es el contexto. No creo que eso sea algo permanente, desde la comparación entre la ocupación de los territorios palestinos y Sudáfrica es aún más legítima en la opinión internacional, digamos que veo un cambio. Sin embargo,  en la manera de formular una reivindicación política, un eslogan, hay que valorar esas precauciones. Las campañas para el boicot en México, en Alemania, en Francia y en Nueva York no son lo mismo, hay que pensarlas según el contexto.

MM

En sintonía con algunas cuestiones que fueron surgiendo a lo largo de la charla, no puedo dejar de preguntarle respecto del nacionalismo, que es una cuestión que atraviesa la historia del siglo XX y también ahora el siglo XXI.

ET

Es un punto muy importante. Yo no soy historiador del nacionalismo, por lo que tengo muchas más preguntas que respuestas a ese respecto. Pero creo que el nacionalismo de hoy presenta rasgos diferentes con respecto a los nacionalismos del pasado. Uno de los cambios más significativos que intenté destacar y analizar en mis trabajos es la transición del antisemitismo a la islamofobia como elemento estructurante del nacionalismo en el mundo occidental. La islamofobia en Asia toma rasgos diferentes que se podrían analizar. Hay cambios significativos y, al mismo tiempo, elementos de continuidad. 

Dejando de lado las formulaciones más ingenuas que podían aparecer, por ejemplo, incluso en los escritos de Marx del siglo XIX, o de Auguste Comte, que dice que la edad del industrialismo (como él la denomina), es una edad donde los odios nacionales desaparecen… Otro ejemplo es el de la posguerra, los años del boom, cuando existía la idea de que el nacionalismo era una herencia de la segunda mitad del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, que la enfermedad explotó con la Segunda Guerra Mundial y después caminaríamos hacia un mundo en el que el nacionalismo es un recuerdo del pasado. Todo ello fue una ilusión, porque sabemos muy bien que, con el final de la Guerra Fría, en un mundo nuevo, con un orden internacional distinto y con la globalización, con la puesta en cuestión de las soberanías nacionales, la incapacidad de controlar las dinámicas económicas del neoliberalismo, una de las reacciones más importantes es la de cierto retorno nacionalista, una vuelta muy conservadora al nacionalismo: xenófoba, radical, reactiva. Es expresión del miedo frente al mundo global.

Entonces hay continuidad y también transformación, porque si analizamos los movimientos nacionalistas de hoy, son muy distintos a los del pasado, a pesar de que también son racistas, y que pueden retomar algunos slogans. Pero no hay que equivocarse: existen diferencias fundamentales, desde mi punto de vista, que es importante esclarecer; ya que, de otra manera, confundiríamos la manera de luchar. 

Hubo un tiempo, en los años 30, por ejemplo, en que el nacionalismo fue la opción de las capas dominantes en muchos países. ¿Estamos en una situación análoga hoy? La pregunta sigue abierta. Las elecciones en Estados Unidos mostraron que no. Hay una tendencia general que indica que, después de Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, la masiva ascensión de movimientos de extrema derecha en Europa, lo que ocurre en India con Modi, en otros países de Asia… En la actualidad no se puede decir que el nacionalismo, las nuevas derechas, los posfascismos se alimentan y extraen su fuerza del rechazo al neoliberalismo y la globalización. Y esas dos son opciones de las élites, de las clases dominantes a nivel global. Me refiero a las multinacionales de todo el mundo occidental y también de países del Sur, de la Unión Europea como institución, de Wall Street y del Pentágono. Sabemos que Trump quiso bombardear Irán y el Pentágono lo bloqueó. No es todavía la opción, y esa es una diferencia.

En la primera mitad del siglo XX, el internacionalismo predominaba en el movimiento obrero y el nacionalismo prevalecía en el campo burgués del capitalismo. Actualmente, las clases dominantes del capitalismo son muy globales, muy posnacionales, no son nacionalistas. Pueden volverse nacionalistas por razones utilitarias, instrumentales. Si hay una crisis que pone en cuestión sus intereses, pueden muy bien adoptar la opción del nacionalismo y del fascismo también. Pero no es la situación de este momento.

MM

¿Cómo piensa que el eurocentrismo y el occidentecentrismo inciden en las interpretaciones y resignificaciones de las revoluciones del siglo XX?

ET

Es una buena pregunta, porque yo creo que la cuestión del eurocentrismo hay que replantearla y repensarla desde el presente. Es decir, existe una vieja crítica al eurocentrismo que, por supuesto, es fundamental, pero que es un poco obsoleta hoy. Vivimos en un mundo en el que Europa dejó de ser el centro desde hace un siglo, desde la Primera Guerra Mundial. Después de las descolonizaciones y de la Segunda Guerra Mundial, se sucedieron ya varias generaciones en un mundo donde Europa es marginal.

Para un chino —hoy y desde hace tiempo— Europa ya no es la referencia central en su representación; y esto es extensible a muchos de otros países y continentes. En el campo historiográfico hay una herencia del eurocentrismo, que se convirtió en occidentecentrismo, que aún moldea una manera de pensar, acercarse e interpretar el pasado. También moldeó los instrumentos metodológicos con los cuales se lo investiga. Lo que hoy se denomina «multiculturalismo» es una manera de entender que las dicotomías establecidas por una visión eurocéntrica del mundo («Europa y el mundo colonial» o «Europa y fuera») no existen más.

Si vamos a un campus en cualquier universidad de Estados Unidos, nos encontraremos con investigadores y estudiantes que llegan de todo el mundo. Si vamos a una multinacional de la Silicon Valley, nos encontraremos todo un conjunto de informáticos que llegan de Pakistán, de India, de África… En ese sentido, la noción de eurocentrismo es muy obsoleta. Pero, al mismo tiempo, sigue siendo una noción que moldea la forma de pensar de los historiadores, aunque muchas veces de forma inconsciente. Porque el eurocentrismo ha devenido casi en un insulto. Pero, bueno, si leemos un poquito las obras que salieron en las últimas décadas, nos encontramos con que hay visiones eurocéntricas y occidentecéntricas muy acentuadas. Me parece que debemos repensar este concepto.

Ahora bien, con respecto a las evoluciones, el centro de tu pregunta, citaré un libro de Michel Rolph Trouillot sobre la revolución en Haití: Silencing the Past (silenciando el pasado). Explica cómo durante un siglo y medio la revolución de Haití fue olvidada y suprimida, casi en el sentido psicoanalítico de la palabra. Porque la revolución de Haití era unthinkable, impensable, no se podía pensar con las categorías de pensamiento del mundo occidental y de Europa en particular. Durante más de un siglo se escribieron libros sobre la historia de las revoluciones en los que la Revolución de Haití no existe, y esto también en la historiografía marxista. 

En el gran libro de Eric Hobsbawm sobre las revoluciones de principios de los años 60, las revoluciones son la francesa, la del 48, la rusa y la china, pero la haitiana no está. Otro ejemplo de esto es el controvertido ensayo de Hanna Arendt de la misma época (1963). La revolución de Haití es una revolución de esclavos que termina con la esclavitud y logra la independencia. Es un acontecimiento histórico fundamental para comprender todo el recorrido de las revoluciones de los siglos XIX y XX, las independencias en América Latina y sus guerras de liberación, así como las revoluciones anticoloniales del siglo XX. Eso indica muy claramente cómo la visión eurocéntrica del mundo es un prisma deformante.

Pensar las revoluciones hoy, en la época de la globalización, significa poner en cuestión muchas jerarquías —conceptuales también— que hemos heredado del pasado. La contradicción es esa: un mundo global que no es más eurocéntrico desde hace tiempo y un mundo intelectual que todavía es moldeado por esas categorías heredadas del pasado.

MM

Me gustaría que profundice una afirmación que hizo hace algún tiempo: «sobre el carácter problemático del occidentecentrismo (…) ¿Es legítimo considerar 1789 o 1914 como grandes inflexiones o virajes en la historia, por ejemplo, de África?». La carrera de Historia, tal como se enseña en América Latina, tiene ese semblante.

ET

Sí, el caso de Argentina es emblemático desde ese punto de vista: se estudia más el pasado europeo que el precolonial, propio del continente; se estudia la historia del feudalismo como la etapa que precede al capitalismo que la historia de Latinoamérica. Lo que he volcado al respecto en algunos de mis trabajos es casi banal: desde una visión africana, los grandes cortes históricos cambian. El Congreso de Berlín, por ejemplo, que define las fronteras de África, es mucho más relevante que 1848 o 1914. Y esa es la razón por la cual algunas «historias del siglo XIX» que salieron recientemente (pienso en Christopher Bayly o en Jürgen Osterhammel, quien teoriza sobre la historia global) se posicionan desde perspectivas distintas, múltiples. Debemos pensar el siglo XIX como un siglo policéntrico, con fronteras cronológicas inestables, que fluyen y varían.

La «historia global» hace que, de manera indirecta, la Primera Guerra Mundial sea un corte también para África. Porque es después de la gran guerra que Alemania perdió sus colonias en África —la Mittelafrika, como la llamaban los alemanes en la época—; eso radicalizó el nacionalismo Alemán hacia el pangermanismo y la colonización de Europa del Este. La transición de la Mittelafrika a la Mitteleuropa en la visión nazi es la consecuencia del impacto global de la Gran Guerra. Por lo tanto, no creo que los viejos criterios de periodización sean simplemente insignificantes. Lo que creo es que hay que repensarlos en un marco global: cuestionarlos, modificarlos e inscribirlos en contextos más amplios.

MM

Para terminar, le quiero preguntar qué piensa de la coyuntura actual, de los últimos dos años, con la pandemia. Como historiador, ¿cree que la crisis del COVID-19 es comparable a otros momentos bisagra en la historia, como pueden ser 1914, 1917, 1989?

ET

Si el momento actual se trata de un cambio histórico estará más claro en veinte años, no es algo que se pueda establecer hoy. Seguramente Europa no comprendió en 1922, cuando Mussolini fue nombrado jefe del gobierno, que empezaba un nuevo ciclo. 

La pandemia que afecta a todo el mundo con consecuencias económicas, con cambios antropológicos en la manera de vivir, de trabajar, que afectan jerarquías sociales y trastocan las desigualdades de nuestra sociedad, será recordada durante mucho tiempo, sin dudas. En términos de la crisis ecológica, por caso, una de las cuestiones fundamentales del siglo XXI, no percibo que la pandemia trastoque el paisaje. Podría pensarse como una etapa de suspensión. Nos han mostrado fotos aéreas del planeta y pudimos ver cómo desapareció la polución en Beijing cuando se reduce el consumo energético, o cómo el aire en el planeta mejora sin un tráfico aéreo de millones de viajeros todos los días.

Otro ejemplo: el proceso y las formas de trabajo. Algunos manifiestan que en 2020, con la pandemia, marca un cambio comparable a la transición del fordismo y posfordismo. Un tercio de la oficinas en Nueva York no serán reabiertas, porque ahora la gente puede trabajar desde su casa y eso limita mucho los gastos de las empresas. Esos son cambios que modifican nuestras experiencias. Trabajar desde casa implica formas de socialización diferentes, implica horarios y ritmos de trabajo diferentes, todo eso es cierto. Pero es demasiado temprano para decir que se trata de un cambio antropológico irreversible.

Mi impresión es que lo que hizo el COVID-19 en realidad fue acelerar procesos que ya estaban activos: desveló o aclaró tendencias estructurales. Por lo tanto, no veo un cambio radical, histórico, causado por la pandemia. Pero es una impresión, y por supuesto me puedo equivocar.

 

Sobre el entrevistador:

Martín Marinelli es doctor en Ciencias Sociales y Humanas y profesor de Historia en la Universidad Nacional de Luján (Argentina). Es uno de los coordinadores del Grupo Especial Revista Al-Zeytun / CLACSO «Palestina y América Latina» por el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (Universidad de Buenos Aires).

Fuente: https://jacobinlat.com/2022/02/01/el-retorno-del-pasado-como-relampago/?mc_cid=966d14f744&mc_eid=00d2b5fd75

 

 

 

viernes, 11 de diciembre de 2020

¿EL FUTURO SERÁ NUESTRO?

 


¿El futuro será nuestro?

Ayrton A. Trelles Castro

 

La política peruana no ha hecho más que reproducir de diversos modos la realidad, pero de lo que se trata es de transformarla, criticando sus fundamentos. Los fundamentos de esta realidad enajenan al ser humano y destruyen la naturaleza. Además, individualizan a la persona, convirtiéndola en un sujeto que solo se relaciona con el otro jurídicamente, porque el vínculo social es una fictio iuris (ficción jurídica). En cambio, el ser humano solo puede ser individuo en comunidad (Rafael Bautista, 2014, p. 196).

 

Por esa razón, nos damos cuenta que gestionar este tipo de realidad para su reproducción, está en relación con un determinado tipo de saber que normaliza las relaciones desiguales entre los miembros de la sociedad y, además, es funcional a esta pretensión. Así tenemos, por ejemplo, muchas concepciones de política en práctica, pero ninguna de ellas como una actividad para poder asegurar la vida y los medios de vida, sobre todo de las víctimas de un sistema deshumanizado.

A tal punto llega el problema, que no es capaz de movilizar a los afectados contra lo que les afecta. Si bien, nuestro país ha tenido una actividad vivificadora de protestas contra los actos políticos corruptos, no pudo avanzar más. Porque, sospechamos, los manifestantes no estaban listos para asumir el reto, que consistía en elevar la protesta hacia la alternativa de un mundo mejor. Suponemos que uno de los límites fue no contar con un saber diferente del que estaban disintiendo, nos referimos a aquel que identifica la política como una praxis negativa, que solo sirve para el beneficio de algunos.

Desde inicios del siglo, para utilizar una metáfora, los hijos de este tiempo tuvieron como destino la boca del Moloch, el dios fenicio al que los padres sacrificaban a sus primogénitos. Dice la historia que cuando alguien no quería hacerlo, si tenía dinero, podía comprar al hijo del pobre, con eso salvaba la vida del suyo. De una forma semejante, el futuro de muchos jóvenes se fue perdiendo porque su fuerza laboral, su corporalidad y sus sueños, le sirvieron de ofrendas al dios mercado (el Moloch moderno). Y la política peruana, gestionada desde las instituciones del Estado, lo único que hizo fue organizar el ritual de sacrificio.

Eso quiere decir que el milenial (las generaciones de este milenio) ha sido carne de ritual. Lo intuimos desde el momento en que sucesivas gestiones en el gobierno, pudieron reproducir una lógica de explotación, dando prioridad a las instituciones saqueadoras. Como los grupos corporativos que dedican parte de su conglomerado comercial al servicio educativo, como por ejemplo, las universidades. Estudiar en ciertas universidades privadas, resulta una pesadilla, entre otras cosas, las pensiones suben al antojo de los dueños. Porque ellos saben que es una necesidad poder ser profesional, debido a la precariedad laboral, tener un título profesional garantiza, de alguna manera, poder tener un mejor empleo. Sin embargo, convierten el dorado sueño juvenil en el banquete de su festín.

La crítica que vamos vertiendo, está en relación con la inspiración pasajera de aquellos que salieron a protestar masivamente y que sin embargo, hasta ahora solo demostraron infecundidad en su forma de proceder, es decir, su conciencia está llena de ideas que al ponerlas en práctica, ponen más apretados los grilletes de su opresión. Pues están amarrados a una concepción de vida, la actual, y evitaron ser realistas e imaginar lo imposible. Por más que la situación lo ameritaba, no se dieron cuenta que la víctima por sí misma también reproduce su sometimiento cuando asume el proyecto de vida del sistema victimizador.

Pudo haber sido pertinente buscar alternativas a este estilo de vida tan deteriorado. Pudo haber sido saludable plantearse una meta consistente, pero las circunstancias no lo permitieron. Para poder hacerlo, era necesario más que organizarse creer que era posible.

En medio de un mundo deteriorado por el saqueo a la naturaleza y la poca empatía con el otro (el prójimo), en otras palabras, en medio de la destrucción del planeta; no es normal conformarse con ser recicladores de bolsas y botellas y pensar que se es ecologista, ni tampoco conformarse con ser los “profesionales del futuro”. Debería ser extraño aspirar a una meta que no involucre nuestra actividad personal con el mundo en el que vivimos, para tratar de mejorarlo.

Porque aquí se puede luchar políticamente, pero mientras no se intente asaltar los cielos de la teoría, no podrá bajarse el fuego (el saber) de los dioses hacia el terreno sin luz del desierto de lo real. En ese sentido, sin imaginación no habrá mañana.

Cuando decimos asaltar la teoría del reino de los cielos, queremos decir, comenzar a ver que los fundamentos de la realidad son teóricos, pero esa teoría está alejada de lo cotidiano, porque se ha divorciado del servicio al pueblo. Mas bien, es ajena a la vida. Así, no es de extrañarnos que el sueldo de los representantes políticos, tanto del parlamento como de la presidencia, sea superior al del trabajador abnegado. Porque tal proceder puede ser justificado y argumentado racionalmente, pero pierde sentido cuando en lo cotidiano vemos este tipo de incoherencias. Esa incoherencia es pensar que la institución es la sede del poder, cuando la sede es el pueblo.

Una persona existe cuando insiste en ideales, una generación sin ideales, está perdida. Y antes de buscar pretensiosamente nombrarse representante de todo un país, debe saber a qué se enfrenta. No nos enfrentamos a un modelo económico, nos enfrentamos a una paradigma (modelo a seguir) civilizatorio que tiene como ideal supremo el lucro (las ganancias) a costa de millones de seres humanos, sobre todo de seres humanos pobres, porque de ellos es el reino de los cielos (la teoría liberadora) y si encuentran la forma de asaltarlo o insinúan hacerlo, esto se convierte en el temor de aquellos que fundamentan su estilo de vida a costa de la explotación.

No por gusto Leonardo Boff plantea que la agenda pendiente, lo que tenemos por realizar, es el principio vida (2020, párr. 15). Un sistema negativo, porque sus mecanismos internos niegan sistemáticamente la vida, al entrar en contradicción con las posibilidades del mundo, debe descartarse. Aquí nos planteamos si el futuro será nuestro, entonces, no es suficiente. Podemos tener un futuro a imagen y semejanza de lo que estamos viviendo, y eso es posible, pero sería acelerar el fin de nuestra existencia porque el estilo de vida actual, pone en peligro la vida toda. El futuro no será nuestro en tanto el principio vida no se interiorice en el quehacer diario. Y la vida no le pertenece a nadie, es el principio del que parten los principios. El futuro no existe, el presente es la síntesis del pasado. No puede ser nuestro lo que no es, entonces, pensamos qué podemos hacer, porque el tiempo pasa y las ideas quedan.

Lo que deseamos identificar, en esta reflexión, es el carácter político de los saberes que están en función con prolongar esta realidad negativa. Por eso, percibimos que el conocimiento deviene en un arma de dominio, como es el caso de la razón política vigente, que se intenta denunciar aquí. Actuando automáticamente, sin ser críticos con lo aprendido, es pretender dar soluciones a partir de los conocimientos que producen los problemas que queremos remediar, con lo cual lo único que hacemos es prolongar y reproducir nuestro dominio. En este caso, extendemos el sometimiento a un conocimiento del sometimiento, por lo tanto, por más que el presente sea de lucha, el futuro no puede ser nuestro en tanto no pongamos en cuestión los fundamentos que lo amparan.

 

Referencia bibliográfica

 

Baustista, R. (2014). La descolonización de la política. Una introducción a una política comunitaria. La Paz: Plural editores.

Boff, L. (2020). “La vida como centro: la biocivilización en la postpandemia”, en Ameriendia. Recuperado de: https://amerindiaenlared.org/contenido/18499/la-vida-como-centro-la-biocivilizacion-en-la-postpandemia/

miércoles, 18 de noviembre de 2020

FRANCISCO SAGASTI: “NUESTRAS VISIONES DE FUTURO NO HAN ESTADO ANCLADAS EN LA REALIDAD”

 


Francisco Sagasti y su análisis de los 'proyectos de país' generados durante el siglo XX. 

 

En 2017, Rolando Toledo, director de La Mula, entrevistó al hoy presidente de la República sobre las posibilidades de desarrollo del Perú en el marco global de una revolución cognitiva. Ahora que ha asumido el gobierno transitorio compartimos esta conversación en la que Francisco Sagasti muestra su visión del país.

Cómo puede el Perú dejar de ser una promesa? Sagasti, ingeniero industrial con estudios de posgrado en Estados Unidos, se ha hecho esa pregunta durante gran parte de su vida profesional, en la que ha trabajado e investigado sobre planeamiento estratégico y desarrollo. Sus más de 150 artículos y 25 libros publicados (en inglés y en español) engloban todo un expertise intelectual, que le ha permitido pensar el Perú a profundidad. Sus reflexiones, sin embargo, tienen un componente adicional: la obligatoriedad de conectar la capacidad imaginativa con la práctica. No haber podido aunar ambos, sostiene, nos ha llevado a más de una decepción en diversos periodos de nuestra historia. “El Perú es una enciclopedia de errores”, asegura.

Tras desempeñarse por cinco años (1987-1992) como director de la División de Planeamiento Estratégico del Banco Mundial, dirigió el programa Agenda: PERÚ junto a Max Hernández entre 1993 y el 2001. Esta experiencia le permitió indagar sobre temas de desarrollo social y derechos humanos en el Perú y en otros países de América Latina. Con el tiempo, impulsado por su propia prédica, decidió incursionar en la política partidaria y postuló al Congreso con Todos por el Perú, el partido que intentó, en el 2016, llevar a la presidencia a Julio Guzmán.

“Hace cincuenta años que sueño con un Perú en el que la innovación sea el motor del desarrollo”, dice Sagasti, que es un convencido de que las políticas de innovación en ciencia y tecnología son el camino para salir del marasmo en el que estamos. Sus viajes alrededor del mundo y sus reflexiones sobre los avances de la tecnología y el impacto que ha tenido en el individuo lo han llevado a una clara conclusión: el Perú posee, gracias a su diversidad de recursos, las herramientas necesarias para hacer frente a los desafíos actuales del mundo.

¿De qué depende que nuestro país pueda aprovechar a su favor este contexto de innovación y tecnologías que se renuevan permanentemente? Sagasti no lo duda: formar una nueva élite política con una perspectiva orientada hacia el bien común y que sepa entender las lecciones del pasado. Afortunadamente, señala, existe en el Perú un “fermento renovador”: un grupo de ciudadanos inconformes con lo que sucede en el país, que están generando nuevos enfoques de desarrollo.

 

¿Cuál es tu mirada del Perú en este momento?

Un país totalmente desconcertado. En el plano económico seguimos en piloto automático, porque, al igual que hace muchísimos años, continuamos dependiendo del precio de las materias primas, aunque ahora hay algunos destellos de innovación en ciertos sectores, como el agroindustrial.

No obstante, lo grave es que, desde el punto de vista institucional, político y de participación ciudadana, estamos bastante mal. No recuerdo un Congreso tan malo, cuyos miembros, con honrosas excepciones, tengan un comportamiento tan alejado del estadista. Lo que se discute en la política peruana son chismes y medidas promovidas simplemente para proteger un espacio político particular.

Y, al mismo tiempo, se ponen barreras increíbles para la entrada de nuevos actores en el escenario político. Estoy absolutamente seguro de que, si cualquiera de los partidos políticos que tenemos ahora tuviera que cumplir con las exigencias para las nuevas agrupaciones, de los veintidós o veintitrés partidos solo quedarían tres o cuatro. 

Hay una mayoría en el Congreso que pelea con el Ejecutivo y que ahora, además, da claras muestras de enfrentamiento con el Ministerio Público e incluso el Tribunal Constitucional. Eso, sumado a la corrupción. ¿Qué revela acerca de nuestra madurez política?

Hay una ausencia de verdaderos líderes. Tenemos tecnócratas que se han metido a ser políticos, algunos empresarios protegiendo y buscando intereses, y una masa de advenedizos sin mucho conocimiento de la política, del país, de la historia, del contexto y del futuro. Básicamente se dedican al menudeo político. Es lo que alguna vez Jorge Basadre llamó “un fracaso de las élites”. Pero en este caso no es un fracaso, porque ni siquiera hemos creado una nueva élite.

¿Lo sientes como un problema reciente o como una herencia ya histórica?

Es recurrente. Tenemos oleadas. Sin embargo, todavía no hemos tenido el tipo de liderazgo político que esté a la altura de las posibilidades de un país tan extraordinario como el nuestro. Hay un buen número de personas aisladas que hacen un buen trabajo, pero que no llegan a cuajar en ninguna opción política con estructura y liderazgo. Ha habido intentos a lo largo del tiempo. El partido Acción Popular, con el presidente Fernando Belaunde, fue un ejemplo de esa idea. El Partido Aprista, en sus orígenes, al tratar de plantear cambios significativos en la vida peruana, también lo fue. No obstante, luego de ello no hemos tenido una élite política con una concepción ideológica clara, con visión de país. Lo que hemos tenido han sido individuos con propuestas muy valiosas.

En Agenda: PERÚ hay una frase llamativa: “Mirando los futuros del pasado”. Tomando en cuenta ello, si habláramos de los años sesenta y setenta, ¿cuáles son esas visiones de país que marcaron la historia?

Vayamos más atrás. Recordemos que nuestro país nació con un plan. Lorenzo de Vidaurre escribió el Plan del Perú y se lo entregó a Simón Bolívar en 1824. Cuando uno lee en detalle ese documento, dentro de su contexto, entiende que era un plan visionario. Planteaba qué hacer con los clérigos, con las haciendas, entre otros temas. Aquella era una visión interesante. Cada quince o veinte años, el país ha generado proyectos. Desde las utopías de José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre hasta las del propio Belaunde y las de Juan Velasco. Mostramos una serie de visiones de futuro que desgraciadamente no han estado lo suficientemente ancladas en la realidad. O teníamos soñadores o ejecutores, pero sin ningún vínculo entre ambos. Esa ha sido la historia de nuestro país. El desafío, entonces, es encontrar la forma de juntar a aquellos que tienen la capacidad de imaginar un Perú mejor con aquellos que saben gestionar, es decir, llevar a la práctica un proyecto.

Miremos nuestra historia. Ha habido grandes pensadores; por consiguiente, grandes utopías. Sin embargo, tenemos un divorcio con la realidad. Por ejemplo, durante el gobierno de Velasco se convocó a los mejores educadores de la época para imaginar el futuro de la educación en el Perú, e hicieron un libro maravilloso sobre la reforma educativa, que fue alabado por la propia Unesco. El economista Jorge Bravo Bresani se preguntó cuál era el costo de esa revolución educativa, algo que nadie se había planteado. Entonces, convocaron a tres jóvenes profesionales: Eduardo Toledo, Gerardo Figueroa y quien te habla. La conclusión fue que se necesitaba todo el presupuesto de la república en los cinco años siguientes. ¿Qué pasó? Nos acusaron de contrarrevolucionarios por demostrar la imposibilidad material del plan. En otras palabras, ese divorcio entre la imaginación y la práctica ha sido característico en nuestro país y es un rasgo que desde Agenda: PERÚ estábamos buscando cambiar.

 

 

Ahora bien, entre los años cincuenta y sesenta también se planteó la necesidad de crear una nación peruana, de consolidar un país desde un punto de vista cultural, social y económico. ¿En qué momento se frustra? ¿Tú suscribiste ese sueño en algún momento?

Sí lo suscribí, pero permíteme aclarar un punto sobre la sustitución de importaciones. Todo el mundo ataca esta política sin entender lo que se propuso. En varios artículos y libros he explicado cuál era el pensamiento y por qué fracasó. No fracasó porque las ideas eran malas. Lo que pasó fue que, a la hora de ejecutarlo, diferentes grupos de interés se aglutinaron y se aprovecharon de los beneficios, y crearon así una élite predatoria. La sustitución de importaciones, de acuerdo con lo planteado por Prébisch y la Cepal, era un planteamiento temporal que tenía que reducirse y complementarse con fomento de exportaciones. En el Perú, sin embargo, se impuso como idea poner barreras a las exportaciones. Lo que sucedió fue que las empresas locales, y las extranjeras que ponían subsidiarias, ganaron rentas enormes. Una vez que lo lograron, coparon el poder político. ¿Quién les iba a quitar esas rentas y sus beneficios a estos señores? Además, eso estuvo acompañado por una serie de beneficios indirectos, mal habidos. No hay que decir entonces que falló la sustitución de importaciones. Lo que falló fue el grupo político que no supo poner esto en práctica adecuadamente.

A propósito del gobierno de Velasco, ¿cuál fue el impacto que tuvo en la historia peruana?

El gobierno de Velasco fue un punto de quiebre muy importante. No puedes construir sin demoler. Si tenemos una casona en ruinas que en el próximo terremoto se caerá, entonces hay que demolerla. Y el Perú necesitaba una demolición. Las Fuerzas Armadas se dieron cuenta de ello, con mucha claridad, cuando se enfrentaron a las guerrillas de los años 1963 y 1965. Se dieron cuenta de que, si no había reformas sustantivas, el país no iba a avanzar. Tenían que desmantelar una serie de privilegios y era urgente una reforma agraria. En otras palabras, lo que hizo Velasco fue desmantelar lo que se había hecho en los 100 años previos. El problema fue que se hizo de pésima manera.

La otra gran apuesta fue con Alberto Fujimori, por un mercado más abierto e insertado al mundo.

Lo que hizo Fujimori fue poner en práctica las ideas que había planteado Mario Vargas Llosa. Pero, mientras se hablaba de las reformas del mercado, un grupo mercantilista dedicado, por ejemplo, a la importación de autos usados de Corea del Sur y de otros países entró a tallar y llenó el país de combis y autos con el timón cambiado. Nos llenó de una chatarra que es responsable del caos del tráfico que tenemos no solo en Lima, sino en todo el Perú. Y no solo eso: se desvalorizó la calidad en las universidades con la creación de universidades empresa, casas de estudio chatarra cuyos resultados estamos viendo hoy día. Aparte de ello, no olvidemos que nos dejó un legado de corrupción.

Todas estas visiones de país han estado insertas dentro de determinados contextos históricos y globales. Hoy estamos viviendo la transformación del conocimiento y la automatización del trabajo. ¿Cuál es la visión que corresponde a este contexto?

El mundo está cambiando y nosotros tenemos ciertas ventajas. En el país, alrededor del 70% de personas se generan su propio trabajo. Acabo de leer un informe que dice que en el 2027 la mitad de los puestos laborales generados en Estados Unidos va a ser de trabajadores independientes. Ellos están dirigiéndose hacia donde nosotros ya nos encontramos. En lugar de tratar de reproducir el modelo europeo de 1945 y el estadounidense de 1950, en términos de las relaciones entre trabajador y empleador, deberíamos mirar un poco más hacia adelante y ver cómo aprovechamos de una manera razonable esa enorme capacidad de inventiva que tenemos. Contar con una perspectiva hacia el futuro, insisto, es evitar el divorcio entre la imaginación y la práctica. Hay que prestar atención a la generación de los pasos intermedios, es decir, a la capacidad de generar beneficios en el corto plazo. Eso es lo que tenemos que hacer con las nuevas tecnologías. Con respecto a la revolución de la robótica y la tecnología 3D, hay muchos peruanos que están trabajando el tema, principalmente en el extranjero.

Entonces, ¿cómo aprovechamos esas herramientas para generar empleo aquí y ahora? Pongamos como ejemplo a los carpinteros o a los albañiles, trabajadores peruanos independientes que en ocasiones laboran con dos o tres operarios. ¿Te imaginas lo que podría hacerse si formamos una plataforma de formación y capacitación? Centros de servicio para que estas personas no solo se capaciten en línea, sino que también tengan laboratorios donde puedan producir. Entonces, lo que hay que buscar son formas de potenciar aquellas capacidades y habilidades que tenemos con estas nuevas herramientas, desde los puntos de vista operativo y práctico. Al mismo tiempo, hay que crear programas de posgrado e investigación, así como centros o programas conjuntos con otras universidades para formación de especialistas.

Desde un plano de política global, sin embargo, existen fenómenos que provocan miedo: el populismo de Donald Trump, la posverdad, el brexit, los fundamentalismos religiosos, etc. ¿Cómo relacionar todo ello con las transformaciones en el conocimiento y la tecnología que estamos viviendo?

Eso es exactamente lo que pasaba al principio de la era moderna. Recuerda los pleitos entre protestantes y católicos, las matanzas terribles entre ambos lados y todos los problemas políticos que se armaron: la guerra de los Treinta Años, la guerra de los Cien Años, las masacres étnicas, etc. Todos esos excesos que se vivieron en Europa también se dieron en Asia y África. No nos asustemos. El mundo, cuando pasa por periodos de grandes cambios, genera una serie de turbulencias, las cuales uno debe mirar con serenidad. Una vez hecho eso, se puede traspasar ese primer velo de miedo para ver cuáles son los elementos que están detrás y que pueden aprovecharse. Vuelvo una vez más al liderazgo político en el sentido más amplio de la palabra. Necesitamos personas que, primero, sean capaces de conocer, entender, interpretar y explicar estos fenómenos a la ciudadanía. Nos falta esa capacidad de convencer, de inspirar confianza. Si no tenemos eso, no vamos a poder salir de este marasmo o lo haremos muy lentamente. Tengo confianza en nuestro país porque he visto que, en situaciones extremas, los peruanos se unen.

Sacan un poco de lo mejor de sí y lo ponen de manifiesto. Sucede también que los medios de comunicación y las redes sociales solo nos muestran lo peor y nos autoflagelamos. Nos decimos que somos un desastre. Somos eso, sí, pero al mismo tiempo somos un país con potencial y posibilidades, con gente que trabaja y se sacrifica. Veamos las cosas en su verdadera dimensión y no nos dejemos apabullar.

¿Y cómo están influyendo estos cambios globales en la relación entre el ciudadano y el poder?

De maneras totalmente inéditas y todavía indeterminadas. No se sabe dónde va a terminar esto. En una primera etapa, desde un plano optimista se dijo que el ciudadano iba a tener toda la información delante e iba a participar activamente en el debate público. Conocería todo y habría más transparencia. En una segunda etapa, vimos lo que ha sucedido con pequeños grupos de interés: la posverdad, las mentiras institucionales, nos han hecho caer en una especie de pesimismo profundo. Hay que balancear un poco las cosas. Todo virus produce anticuerpos. La posverdad está motivando una serie de respuestas que van a permitir tener mayor confiabilidad. Lo que sí va a ser muy difícil en la vida política futura es romper esos guetos autodefinidos de personas que excluyen a todo el resto y que solo escuchan a quienes piensan como ellos, cualquiera que sea su persuasión política, o su comportamiento ideológico o religioso.

¿Qué es lo que necesitamos para lograr que en el Perú la revolución del conocimiento se vea plasmada de manera real?

Entendiendo, en principio, que estamos ante un proceso que toma tiempo. Aquel que sostenga que puede cambiar el Perú en los próximos cinco años está mintiendo. Lo que se puede hacer es sentar las bases y mostrar, con claridad, el camino que se debe seguir. Por ello, un proyecto político en esa dirección tiene que ser de largo plazo y no centrado en una sola persona. Con capacidad de renovarse y de actualizarse continuamente. Necesitamos superar los miedos asociados a las diferencias del pasado y desarrollar la capacidad de relacionarnos con respeto entre peruanos. Si en la televisión vemos un racismo encarnado en la burla a una campesina andina, ¿vamos a poder respetarnos? Ahí hay una enorme responsabilidad de los medios de comunicación masiva, pero una mayor de los líderes políticos.

En Agenda: PERÚ entendimos, a partir de un estudio que hicimos, que los valores y el sentido de la identidad solo se cambian de tres maneras: con educación formal y familiar; con el impacto y acceso a los medios de comunicación; y por el ejemplo. De todos ellos, el más fuerte es el ejemplo. ¿Por qué? Porque uno tiende a imitar a la persona exitosa. ¿Qué pasa cuando la imagen del éxito es una persona mentirosa, discriminadora y corrupta?

Tras el panorama que has expuesto en esta conversación, ¿tienes una mirada optimista de cara al futuro?

Hay una diferencia entre una persona ilusa y una persona optimista: el iluso se cree su propio cuento, se imagina fantasías y cree que se puede hacer todo. Me refiero a ese voluntarismo absurdo que he visto a lo largo de la historia.

El optimista, en cambio, empieza por reconocer dónde está: analiza lo bueno y lo malo. Tras ello, empieza a extraer una visión de futuro de aquellos elementos que nos permiten salir. Hay un defecto peruano en el cual somos campeones mundiales: el autoengaño. Debemos empezar por reconocer la realidad. No engañarnos y saber exactamente cómo somos. A partir de ello, se puede ejercer la imaginación. De nada nos sirve crear castillos en el aire que no podemos alcanzar desde donde estamos en la Tierra.

 

(Entrevista publicada en la revista Poder, diciembre 2017) 

Fuente: https://redaccion.lamula.pe/2020/11/17/nuestras-visiones-de-futuro-no-han-estado-ancladas-en-la-realidad/redaccionmulera/