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lunes, 11 de julio de 2016

EL INFORME CHILCOT Y LA GUERRA DE IRAK: NO FUE UNA METEDURA DE PATA, FUE UN CRIMEN




The Guardian / El Diario
11-07-2016

Elogiemos la investigación Chilcot por darle sello oficial a las verdades que siempre hemos sabido, que ya estaban ahí mucho antes de que se abrieran las puertas del infierno


Hemos visto encubrimientos de las élites en el pasado: del Domingo Sangriento a Hillsborough, las autoridades han conspirado a menudo para esconder la verdad por el interés de los poderosos. Pero esta vez no. La investigación Chilcot se estaba convirtiendo en una forma satírica de referirse a tardar un tiempo ridículamente largo en ejecutar una tarea, pero sir John pasará sin duda a la historia por dictar el veredicto más devastador y exhaustivo sobre un primer ministro moderno.

Los que nos manifestamos en su momento contra el desastre de Irak no podemos reivindicar nada, solo tristeza por no haber conseguido evitar un desastre que robó cientos de miles de vidas, entre ellas las de 179 soldados británicos, y que hirió, traumatizó y desplazó a millones de personas, en un desastre que cultivó extremismo a un nivel catastrófico.

Un legado de Chilcot debería ser animarnos a ser más atrevidos en nuestros desafíos a la autoridad, en ser escépticos con las afirmaciones oficiales, en permanecer firmes contra una agenda agresiva tejida por los medios. "Hay que aprender las lecciones", declararán ahora los defensores de la guerra. No les dejemos irse de rositas. Las lecciones fueron obvias para muchos de nosotros antes de que empezaran a caer las bombas.

Lo que ha hecho Chilcot es ilustrar que las afirmaciones del movimiento contrario a la guerra no eran teorías de la conspiración ni reclamaciones disparatadas o desorbitadas. "Cada vez parece más que tenemos un gobierno que busca un pretexto para la guerra más que la forma de evitarla", dijo el diputado laborista que se oponía a la guerra Alan Simpson varias semanas antes de la invasión. De hecho, como reveló Chilcot, Blair le dijo a George W. Bush en julio de 2002: "Estaré contigo, pase lo que pase".

Esta, como señala Chilcot, no fue una guerra de "último recurso": fue una guerra elegida, desatada "antes de que se agotaran las opciones pacíficas para el desarme". Simpson dijo: "Parece que elaboramos dossieres de engaño masivo, cuyas afirmaciones se tachan de irrisorias casi tan pronto como se publican". Y ahora Chilcot está de acuerdo en que la guerra se basó realmente en "datos de inteligencia y valoraciones deficientes" que no fueron "cuestionadas, y deberían haberse cuestionado". Nelson Mandela era uno de los que, en el periodo previo a la guerra, acusó a Blair y Bush de desautorizar a Naciones Unidas. Mandela queda reivindicado. Como dice Chilcot: "Consideramos que Reino Unido debilitó la autoridad del Consejo de Seguridad".

Hubo muchas advertencias. Un mes antes de la invasión, el senador estadounidense Gary Hart dijo que la guerra aumentaría el riesgo de terrorismo. "Vamos a abrir la caja de Pandora y no estamos preparados para eso en este país", avisó.

Tengamos en cuenta también esta cita de la web contraria a la guerra Dissident Voice un mes antes del conflicto: "Un ataque estadounidense y una posterior ocupación de Irak proporcionarán más motivación –y más facilidades para reclutar– a Al Qaeda y otros grupos terroristas y estimulará un mayor riesgo de terrorismo a largo plazo, ya sea en suelo estadounidense o contra los ciudadanos de este país en el extranjero". No es subestimar a los autores decir que esta fue una afirmación de lo obvio, excepto para los responsables de la guerra y sus acólitos. Pues Chilcot dice: "Blair fue advertido de que una invasión incrementaría la amenaza terrorista de Al Qaeda y otros grupos".

El exprimer ministro aseguró que las terribles consecuencias solo han resultado obvias a posteriori, pero la ONG Christian Aid advirtió de "caos y sufrimiento significativos en Irak mucho después de que hayan acabado los ataques militares". Una agencia de cooperación tenía una previsión mucho mejor que el alto cargo militar que –en una conversación off the record en la que participé en la universidad– aseguró que el 99% de Irak echaría flores a los soldados invasores. Como señala Chilcot, el Gobierno "no tuvo en cuenta la magnitud de la tarea de estabilizar, administrar y reconstruir Irak".

La afirmación irrisoria de Blair es errónea: como indica Chilcot, "las conclusiones a las que llegó Blair tras la invasión no requerían de un conocimiento posterior". Todas las amenazas, desde la intromisión de Irán hasta la actividad de Al Qaeda, "fueron cada una identificadas de forma explícita antes de la invasión". Cuando Robin Cook dimitió del Gobierno antes de la invasión, declaró que "es probable que Irak no tenga armas de destrucción masiva en el sentido del término conocido por todos". Chilcot ha condenado ahora a los servicios de inteligencia por creer lo contrario.

La Campaña por el Desarme Nuclear amenazó con un recurso legal contra el Gobierno en 2002 si emprendía la guerra sin una segunda resolución del Consejo de Seguridad. Varios juristas y Kofi Annan, el entonces secretario general de la ONU, están entre quienes desde entonces han calificado la invasión de ilegal.

El informe original que elaboró el fiscal general de Reino Unido, lord Goldsmith, decía de hecho que una guerra sin segunda resolución sería ilegal, pero Chilcot subraya el hecho de que, cuando Goldsmith hizo posteriormente una comparecencia oral, pareció haber cambiado misteriosamente de opinión.

Puede que la legalidad de la guerra no esté en los cometidos de Chilcot, pero incluso así concluye que el proceso por el que el Gobierno llegó a su base legal "no fue satisfactorio". Sin duda, ahora hay que recurrir la legalidad de esta guerra catastrófica ante los tribunales.

Siempre dijimos que la guerra de Irak estaba basada en mentiras. Leer artículos anteriores a la invasión, como The lies we are told about Iraq de Los Angeles Times, es realmente instructivo. El informe Chilcot no acusa a Blair de mentir. Pero se pone demasiado énfasis en esa cuestión. Blair estaba claramente determinado a ir a la guerra desde mucho antes. Se basaba en pruebas dudosas para su defensa, unas pruebas que otros en aquel momento sabían que eran dudosas. ¿Se engañó a sí mismo, engañó a la sociedad o solo lo conducía la virtud de un complejo mesiánico? Emprendió una guerra con una propuesta arriesgada que muchos en aquella época –incluidos 139 diputados laboristas– sabían que resultaría en desastre. Y eso ya es suficientemente condenatorio.

Elogiemos la investigación Chilcot por darle sello oficial a las verdades que siempre hemos sabido, pero seamos conscientes de que eso es todo lo que ha hecho. Las verdades que ha expuesto ya estaban ahí, mucho antes de que se abrieran las puertas del infierno, como advirtió de que pasaría el secretario general de la Liga Árabe antes de la invasión.

Fue la obviedad de lo que iba a ocurrir lo que creó el mayor movimiento contrario a la guerra de la historia. Fue un movimiento denigrado, en especial por los medios que apoyaron en gran medida las prisas por la guerra. Fue tan perverso que quienes se opusieron o criticaron la guerra –de políticos a directivos de la BBC– fueron quienes perdieron sus trabajos, mientras que Blair desde entonces ha desarrollado su rentable carrera trabajando para dictadores.

Muchos acólitos de esta gran catástrofe siguen mostrando pocos remordimientos o penitencias. Algunos incluso interrumpieron al líder laborista, Jeremy Corbyn –que hizo campaña tanto contra el apoyo británico a Sadam Hussein cuando gaseó a los kurdos en los años 80 como contra la invasión de 2003– mientras pronunciaba este miércoles su respuesta parlamentaria a Chilcot.

Y el horror continúa: los 250 iraquíes asesinados por coches bomba este fin de semana son un recordatorio devastador del caos ante el que Blair debe asumir responsabilidades. No fue una metedura de pata, ni un error, ni una confusión: decida lo que decida la ley, este fue –desde cualquier punto de vista moral– uno de los crímenes más graves de nuestros tiempos. Los responsables estarán condenados para siempre. Después de este miércoles, podemos señalarlos y llamarlos por su nombre.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

Fuente: http://www.eldiario.es/theguardian/guerra-Irak-error-crimen_0_534746951.html

miércoles, 2 de diciembre de 2015

OWEN JONES: "QUIEREN ACABAR CON EL SENTIMIENTO SOLIDARIO DE CLASE TRABAJADORA"



 
Atresmedia
02-12-2015
Transcripción de la entrevista de Jordi Évole en Salvados emitida el 22 de noviembre de 2015


Existe una tendencia en contra de la clase obrera y de las clases bajas para demonizar a la gente. Hace tiempo que en Gran Bretaña se nos dice que todos somos clase media, que la antigua clase trabajadora ha dejado de existir y que los que quedan de la clase obrera son todos unos vagos, perezosos, delincuentes, antisociales... La palabra chav resume esa idea: la degeneración de lo que queda de la clase trabajadora. Es una palabra peyorativa usada para demonizar a las personas y, a menudo, para culpar a la gente de sus condiciones sociales.

Te encuentras con mucha gente que siendo clase trabajadora se siente clase media. Empleados de una cadena de comida rápida que probablemente cobraban el salario mínimo decían “El Gobierno no está cuidando a gente de clase media como nosotros” y utilizaban la expresión “clase media” donde yo usaría “clase trabajadora”. O sea, debido a la demonización de la identidad de la clase trabajadora, algunas personas en lugar de decir “Sí, estoy orgulloso de ser clase trabajadora” dicen: “No, yo quiero ser clase media” porque eso parece sofisticado y auténtico y no se ve como algo negativo. Este es el problema.

En ese sentido se intenta que la gente culpe a su vecino de sus problemas. “Tú trabajas duro, tú pagas tus impuestos, pero ese parado vive de lujo con los impuestos que tú pagas. No tienes que enfadarte con tu jefe porque te paga un bajo salario ni con el Gobierno por recortarte servicios, debes enfadarte con el desempleado”. Este divide y vencerás es muy efectivo en todo el mudo occidental y lleva a la gente a votar en contra de sus propios intereses económicos. Cada vez menos pobres votan en elecciones. Cuanto más pobre eres en Gran Bretaña menos probabilidades hay de que votes. Puedes castigar a la gente pobre todo lo que quieras. Como no van a votar no hay castigo.

Esta imagen negativa de la clase trabajadora comienza con Margaret Thatcher y sus políticas. Básicamente es un cambio en la percepción que tenemos de la pobreza y del paro. Antes se veían como problemas sociales, injusticias que el Gobierno debía solucionar. En los años 80 empezaron a verse como problemas individuales. Incluso cuando el paro subió masivamente en Gran Bretaña en lugar de culpar al Gobierno por sus políticas económicas culparon al desempleado. Y pasa lo mismo con la pobreza: “Si trabajases duro dejarías de ser pobre”. Thatcher defendía que no existe la sociedad sino solo individuos y sus familias. Antes de llegar al poder los conservadores lanzaron una declaración de objetivos que decía que el problema en Gran Bretaña no era la existencia de clases sino la existencia del sentimiento de clase. Thatcher quería acabar con ese sentimiento solidario de clase y hacer que cada individuo sintiera que progresaba con su esfuerzo.

Aún continuamos en la Gran Bretaña de Thatcher. Ella transformó este país. Promovió una sociedad donde cada uno va a lo suyo. Esta actitud está muy extendida y los políticos y los medios la difunden. En este país la gente cree que el 27% de lo que gastamos en servicios sociales responde a un fraude. Pero ese fraude solo afecta al 0,7%. También piensan que hay veinte veces más embarazos entre adolescentes de los que hay y que el nivel de ayudas sociales es mucho más alto del que realmente es. De hecho tenemos una política de ayudas de las más bajas de Europa Occidental pero la gente cree que es generosa y que algunos la reciben durante años. ¿Por qué ocurre? Porque los medios desinforman a la gente. Intentan que la gente se enfrente entre ella.

Tenemos un pequeño grupo de medios de comunicación, politizado, que controla casi toda la prensa de este país y utiliza su posición para ganar influencia política. En las últimas elecciones menos del 37% de los votos fueron para los conservadores pero el 70% de los medios apoya a los conservadores. A su vez, el periodismo está lleno de gente que proviene de entornos privilegiados porque es complicado trabajar en los medios a no ser que te puedas permitir hacerlo gratis. Por eso los medios no centran su atención en los poderosos como los banqueros, que han empujado al país a este desastre económico, sino en los pobres y los inmigrantes. Encuentran los ejemplos menos representativos y antipáticos y afirman que sí son representativos.

Lo que hacen estos medios es encontrar a gente pobre que recibe ayuda social y descubrir los peores ejemplos. Por ejemplo: una mujer secuestró a su hija hace unos años, en Yorkshire con la intención de sacar dinero a los medios sensacionalistas simulando que su hija había desaparecido. Cuando se descubrió la verdad se dijo que esta historia era representativa de en qué se ha convertido la clase trabajadora, en una subclase. Se transmitió la idea de que todos los que viven en pisos de protección oficial son como la madre que secuestró a su hija, en lugar de decir que esto no era representativo de un grupo social y que sólo era representativo de esa mujer. Es obvio que en estos barrios las madres no secuestran a sus hijas para ganar dinero pero así lo contaron los medios, como si ella representara a todo un grupo social. Con la gente adinerada no actúan de la misma manera. En este país hubo un doctor, Harold Shipman. Fue un asesino en serie que envenenó y mató a sus pacientes. Imaginate que digan “Este es un ejemplo de lo que es la clase media”. Es ridículo. Se representa a sí mismo. Su entorno social no tiene nada que ver con sus crímenes.

La imagen negativa de la clase trabajadora se transmite mediante programas como “La calle de los subsidios” basado en una calle de Birmingham donde vive gente que depende de las ayudas sociales. No hemos tenido ningún programa llamado “La calle de los banqueros” o “La calle de los defraudadores fiscales”. Es parte del problema. Pregunté al productor de “La calle de los subsidios”, un programa que triunfó cuando apareció en Channel 4 el año pasado, por qué no hacían un programa sobre el mal comportamiento de los ricos. Y me dijo: “No me interesa”.

Existe otro programa llamado “Sinvergüenza” localizado en un barrio de protección oficial de Manchester que es caótico, lleno de drogadictos, de gente que practica sexo con todo el mundo y que se pasa todo el día de fiesta... No creo que la gente que vive en los barrios de protección oficial lo mire pensando: “Ese soy yo”. La gente se ríe y no se lo toma como una ofensa. La diferencia es que alguien de clase media que no vive en esos barrios y no conoce a la gente que vive ahí es más probable que mire estos programas y piense que esa gente es así.

En una sociedad desigual y segregada el peligro es que la clase media piense que está viendo un documental cuando en realidad es un programa de entretenimiento basado en caricaturas.

Pienso que el sistema de clases es como una prisión. Atrapa a la gente en unas circunstancias que no deberían existir en un país rico. Creo que aquí hay muchos problemas. El primero que los desequilibrios educativos empiezan al nacer. La comida, la casa... Vivimos en Londres, una de las ciudades más prósperas del planeta, pero uno de cada cuatro jóvenes londinenses crece en una casa sobreocupada. Eso tiene un gran impacto en su salud, su bienestar y también en su educación. También cosas como los becarios no remunerados. Para entrar en el mercado laboral tienes que trabajar un tiempo gratis, hacer masters carísimos y siempre hay gente que no puede permitírselo. De nuevo se discrimina por al riqueza y no por las habilidades personales.

El estándar de vida de la clase obrera ha caído durante el periodo más largo desde que la reina Victoria llegó al trono hacia 1870. Es grotesco, injustificables.

No obstante pienso que podemos dar la vuelta a la situación. No te puedes involucrar en ninguna lucha si no tienes esperanza. La esperanza nos dice que todas las injusticias y problemas son temporales y transitorios y pueden superarse con la determinación adecuada. Y la historia de este país, y de otros países como España, demuestra que los cambios no se producen por la generosidad de los poderosos. Los poderosos no se levantan un día y dicen: “Me siento generoso, voy a conceder el voto a las mujeres”. La gente luchó por la Seguridad Social en este país, los sindicalistas lucharon por la dignidad de los trabajadores y cuando los trabajadores vean que si son atacados pueden luchar contra ello y ganar... puede servir de ejemplo.

Desde el feudalismo hemos avanzado, luchamos para superar esas injusticias. Se supone que tenemos que ir a mejor, tener más seguridad y comodidad. El problema es que en los últimos años vamos para atrás. En 2008 la izquierda pensó: “El libre mercado ha quedado desacreditado, vamos a ganar”. No teníamos ideas, lo único que teníamos eran eslóganes a la defensiva: “No a los recortes", "no a las privatizaciones”. Y la única forma de ganar es tener alternativas coherentes que aglutinen a la gente. La derecha no usa palabra técnicas como esta. Habla el lenguaje del sentido común, del día a día. Y la izquierda debe encontrar una nueva forma de comunicación y aprender de la derecha.

La clave no es que la gente se sienta orgullosa de la clase a la que pertenece. Entiendo clase como una desigualdad que debería erradicarse. Me gustaría tener un día una sociedad sin clases y yo creo que debemos luchar por alcanzarla, que no tengamos esas enormes y grotescas distribuciones de riqueza y poder. Y esto supone una sociedad distinta a la que tenemos actualmente. No es algo que tenga que ver con la identidad y el orgullo, simplemente se trata de acabar con la desigualdad que viene del poder y de la riqueza. Solo me interesa eso.

Owen Jones, Transcripción de la entrevista de Jordi Évole en Salvados emitida el 22 de noviembre de 2015

Fuente: http://www.mrafundazioa.eus/es/articulos/owen-jones-quieren-acabar-con-el-sentimiento-solidario-de-clase-trabajadora