EL COMPLEJO
CORPORATIVO-NO-LUCRATIVO. Componente integral y fuerza motriz del imperialismo
en la fase financiero-monopolista del capitalismo
Efe
Can Gürcan
Artículo publicado en Monthly
Review, vol. 66, nº 11, abril de 2015, pp. 37-53. Traducción de Joan
Quesada. Efe Can Gürcan es doctorando en la Universidad Simon Fraser. Es
coautor de Challenging Neoliberalism at Turkey’s Gezi Park [El desafío
al neoliberalismo en Gezi Park, Turquía], publicado por Palgrave Macmillan en
2015.
Según Michał
Kalecki, el sistema imperialista de la era keynesiana descansaba sobre una
estructura triangular compuesta de (a) la producción militar financiada por el
Estado (el complejo corporativo-militar, a menudo llamado «complejo
industrial-militar»), (b) la propaganda de los medios de comunicación (el
complejo corporativo-mediático), y (c) unan superestructura de supuesto pleno
empleo y orientación al bienestar (el keynesianismo) apuntalada por la máquina
de guerra y que servía para justisficarla.
A partir de la obra de Kalecki, John Bellamy Foster, Hannah Holleman y Robert
W. McChesney nos proporcionaron una versión actualizada de la teoría del
imperialismo de tradición capital-monopolista y pusieron el énfasis en el papel
primordial del citado triángulo en la reestructuración y la preservación del
sistema imperialista contemporáneo.
En un intento de ampliar el trabajo de estos, sostengo que uno de los cambios
más significativos en la estructura triangular del imperialismo contemporáneo
es el que se ha producido en el tercer pilar, sobre todo con el abandono del paradigma de
la orientación al bienestar y la adopción del proyecto de globalización
neoliberal.
Las cuestiones aquí son: ¿Qué es lo que ha venido
a llenar el espacio dejado por el abandono del keynesianismo de pleno
empleo/orientación al bienestar? ¿Cómo ha sido posible sostener un imperialismo
incapaz de resolver los problemas del desempleo y el empeoramiento de los
niveles de vida? ¿De qué modo la amenaza implícita que representa la
globalización sirve para reforzar una nueva dialéctica neoliberal de
militarismo acompañado por acumulación por desposesión?
En la primera parte de este artículo presentamos
la teoría del imperialismo de la escuela del capital monopolista y aportamos
una breve discusión de esta que tiene en cuenta las recientes metamorfosis del
imperialismo bajo el influjo de la financiarización y la neoliberalización. En
la segunda parte, ofrecemos un análisis teórico y empírico del desarrollo del
complejo corporativo-no-lucrativo como componente integral y fuerza motriz del
imperialismo neoliberal contemporáneo.
La metamorfosis del capital monopolista y la
reestructuración de la estructura triangular del imperialismo
Es útil distinguir entre dos puntos de inflexión
en el sistema imperialista posterior a la Segunda Guerra Mundial, ambos con
raíces en la situación de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. El
primero fue el declive de la hegemonía británica en la economía capitalista mundial
y el ascenso de los Estados Unidos, sobre todo después de la Segunda Guerra
Mundial.
La ascensión de los Estados Unidos a la posición hegemónica coincidió con la
instauración de las instituciones de Bretton Woods: el Acuerdo General sobre
Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Acompañándose de medios y estrategias
militaristas, los Estados Unidos priorizaron las oportunidades de inversión
para las grandes empresas estadounidenses y les facilitaron el acceso a los
recursos naturales de la economía mundial. En otras palabras, la posición
hegemónica y los medios milita-res del imperialismo estadounidense se han
utilizado para incrementar la competitividad internacional y las ganancias del
capital monopolista del país.
El segundo punto de inflexión fue la
financiarización y la neoliberalización de la economía mundial, que cobraron
fuerza en la década de 1980 bajo liderazgo de los Estados Unidos.
Los teóricos del capitalismo monopolista sostienen que la tendencia económica
general del capitalismo tardío es al estancamiento, principalmente por falta de
oportunidades de inversión que sean provechosas. Debido a la ralentización del
crecimiento económico en la década de 1970, la financiarización y el neoliberalismo
—el segundo como contrapartida política de la primera— se presentaron como
soluciones parciales al problema de estancamiento del capitalismo tardío. El
control de la economía pasó de las juntas de dirección de las empresas a los
mercados financieros, lo que hizo que la economía mundial fuera cada vez más
dependiente de las burbujas financieras. La financiarización, el crecimiento
especulativo de la deuda en relación con la economía en su totalidad, se
institucionalizó progresivamente como forma de amasar riqueza y estimular
indirectamente la acumulación de capital. Aun así, la financiarización por sí
misma es incapaz de resolver la tendencia al estancamiento y tan solo añade
nuevas contradicciones al problema subyacente de la sobreacumulación. Como
demuestran Foster y Magdoff, la financiarización no ha alterado la esencia real
del sistema en esta fase, que se manifiesta en el desarrollo del capitalismo
monopolista como forma dominante del capital. El resultado es sencillamente un
nuevo sistema híbrido de capital financiero-monopolista.
La teoría del capitalismo monopolista resalta el
hecho de que el imperialismo —el sistema en toda su dimensión global—
constituye una formación histórica/estructural que trasciende a
las políticas particulares de ciertos Estados o a la personalidad de los
diseñadores de políticas.
Foster, Hooleman y McChesney, basándose en la obra de Kalecki, argumentaron que
la estructura históricamente incrustada del sistema imperialista descansaba
sobre tres pilares clave complementarios que permitían al capital monopolista
mantener y fortalecer el control sobre las materias primas y el trabajo en las
zonas periféricas y generar oportunidades para la absorción de plusvalía: el
complejo corporativo-militar, el complejo corporativo-mediático y el Estado
keynesiano del bienestar/empleo.
Por lo que respecta al complejo corporativo-militar, Foster,
Holleman y McChesney señalaron que el gasto militar estadounidense es mayor que
el de ningún otro país o grupo de países. Entre 2001 y 2007, el gasto nacional
de defensa creció un 60% en dólares reales, hasta alcanzar la cifra de 553.000
millones de dólares (en gastos militares reconocidos), y hoy en día ha llegado
a superar el billón de dólares.
Esto indica hasta qué punto los sectores militar y empresarial están
entrelazados en la economía y el Estado norteamericanos.
Para complementar el análisis, sugiero que resulta útil distinguir
entre tres factores principales que conducen a la formación y la consolidación
del complejo corporativo-militar: (a) el deseo del capital monopolista
estadounidense de lograr la dominación mundial; (b) la revolución científica y
técnica de la posguerra mundial que potenció la producción militar, y (c) la
creciente unión de las élites del Estado y del capital monopolista en los
Estados Unidos.
Es igualmente
importante reconocer dos grandes complicaciones que los factores que acabamos
de mencionar han provocado. En primer lugar, en la medida en que el complejo
corporativo-militar tiende a ser intensivo en tecnología, pierde su efecto de
estimulación del empleo. En segundo lugar, tras la desaparición de la URSS, los
Estados Unidos, como
única superpotencia, han recurrido a estrategias militaristas e imperialistas
más manifiestas en zonas que antes estaban dentro de la esfera de influencia
soviética o próximas a esta, lo que se puede fácilmente entender como un nuevo
proyecto imperial en el que los Estados Unidos pretenden utilizar su poder
militar, la supremacía financiera del dólar y otros medios (como las políticas
neoliberales y los acuerdos comerciales) para reforzar nuevamente su hegemonía
económica.
En la actualidad, el complejo corporativo-militar
es una realidad institucionalizada e inherente al propio desarrollo del
capitalismo y al contexto político-económico específico que da forma al capitalismo.
Según István Mészáros, el componente militar del imperialismo actual es uno de
los elementos más cruciales del capitalismo monopolista. Si consideramos el
estado actual de la tecnología militar:
Hemos entrado en la fase
más peligrosa del imperialismo en toda la historia. Porque lo que hoy en día
está en juego no es el control de una parte del planeta en particular, sino el
control de la totalidad de este por una superpotencia económica y militar
hegemónica, por todos los medios, incluidos los medios militares más
extremadamente autoritarios y, si es preciso, violentos. Es eso lo que exige la
racionalidad última del capital globalmente desarrollado.
En cuanto al complejo corporativo-mediático,
Foster, Holleman y McChesney sostienen que los medios de comunicación
corporativo-imperiales estadounidenses se cuentan entre los principales
beneficiarios de la globalización neoliberal que lideran los Estados Unidos, ya
que sus ingresos fuera del país se han disparado y el propio gobierno apoya a
los monopolios de medios de comunicación en los acuerdos comerciales y sobre
propiedad intelectual. El papel esencial del complejo corporativo-mediático es
la despolitización de las masas, así como la prestación de apoyo ideológico a
la máquina de guerra estadounidense mediante todo tipo de propaganda.
Como señala Peter Philips, la industria
estadounidense de medios de comunicación está cada vez más centralizada y
monopolizada por menos de una docena de grandes corporaciones que dominan la
circulación de noticias en todo el mundo. Los miembros de los consejos de
dirección de las once mayores corporaciones de medios de comunicación de los
Estados Unidos (un total de 155 personas) se entrelazan con las más altas
instancias del capital financiero-monopolista, de la Agencia Central de
Inteligencia (o CIA) y de otros sectores clave del aparato estatal.
En la medida en que los medios de comunicación están cada vez más
monopolizados, algo que el desarrollo de internet solo ha acelerado, el
entretenimiento y las noticias se combinan para multiplicar las ganancias de
esas corporaciones globales hasta niveles nunca vistos, como ejemplifica
perfectamente el caso de Time Warner, uno de los mayores conglomerados
mediáticos, cuyas actividades incluyen la producción cinematográfica y
televisiva, la industria editorial y los servicios de canales de cable.
Como tal, el complejo corporativo-mediático se manifiesta claramente en el uso
extensivo que se hace de los medios de comunicación en guerras de agresión
«humanitarias» como la guerra de la OTAN contra Yugoslavia, en el transcurso de
la cual se estigmatizó a los serbios y, posteriormente, se los asaltó, o las
guerras de Irak, las más televisadas de la historia (y de las que los medios
proporcionaron la versión más aséptica). El complejo corporativo-mediático
también tiene su papel en el debilitamiento de los llamados «Estados villanos»,
como Venezuela y Cuba.
La supresión de las estrategias keynesianas (es
decir, la retirada del Estado del fomento del empleo civil) y la introducción
del neoliberalismo en la agenda imperialista allanaron el camino para el
debilitamiento de la autonomía del Estado frente al capitalismo monopolista. El
espacio que dejó vacante el abandono de las políticas estatales keynesianas se
ha con un nuevo paradigma de desarrollo neoliberal que coloca en primer plano
al sector sin ánimo de lucro como enclave de ingeniería social y para la
financiarización de esferas sociales cada vez mayores. En consecuencia, en la
década de 1980 surgió, como tercer pilar de la estructura triangular del
imperialismo contemporáneo, un complejo corporativo-no-lucrativo (apoyado en
las organizaciones no-gubernamentales u ONG) que domina todo un espectro de los
servicios sociales, muchos de los cuales prestaba el Estado anteriormente. Este
representa una especie de «tercera vía» por parte del capital, que privatiza
las funciones del Estado y ocupa puntos estratégicos clave dentro de la
sociedad civil (con la cooptación de los movimientos sociales), mientras que,
en apariencia, se mantiene fuera del ámbito del capital privado, lo que permite
la aceleración de la privatización y el fortalecimiento de la hegemonía global
del capital financiero-monopolista.
Según Mészáros, la contradicción entre las
tendencias globalizadoras del capital monopolista y el mantenimiento del
dominio de los Estados-nación supone una de las limitaciones más importantes al
imperialismo contemporáneo.
Hemos alcanzado una nueva fase
histórica en el desarrollo transnacional del capital: una fase en la que ya no
podemos evitar enfrentarnos a una contradicción fundamental y una limitación
estructural del sistema. Dicha limitación es el grave fracaso a la hora de
instaurar el Estado del sistema capitalista como tal, como complementario a las
aspiraciones y la articulación transnacionales del capitalismo, de modo que se
haga posible superar los explosivos antagonismos entre Estados nacionales que
han caracterizado al sistema de manera cada vez más grave durante los dos
últimos siglos.
El complejo corporativo-no-lucrativo, surgido en
este contexto, está dominado por las ONG internacionales. Tras ocupar un
espacio marcado por la ausencia del Estado, se ha convertido en un nuevo vehículo
para intentar resolver en los términos del capital la contradicción entre las
tendencias globalizadoras del capital monopolista y el mantenimiento de la
centralidad de los Estados-nación sustituyendo a ciertos aspectos de estos
últimos.
El gran auge de las ONG se puede vincular al
espectacular aumento de los fondos destinados por los Estados Unidos al
complejo corporativo-no-lucrativo. Los datos de la OCDE indican que la ayuda
oficial estadounidense al desarrollo osciló entre los más de 3.000 millones de
dólares del año 1970, hasta los más de 7.000 millones de 1980, los 11.000
millones de 1990, los 9.000 millones del año 2000 y los 30.000 millones de
2013, en desembolso neto de fondos en dólares estadounidenses actuales.
De forma parecida, los pagos a ONG estadounidenses, no estadounidenses e
internacionales aumentaron en más de un 130% entre 2001 y 2012, desde algo más
de 2.000 millones a 5.000 millones de dólares.
En la obra de 2007 titulada The New Cold War:
Revolutions, Rigged Elections and Pipeline Politics in the Former Soviet Union [La
nueva guerra fría: revoluciones, amaños electorales y política de oleoductos en
la antigua Unión Soviética], Mark McKinnon traza la aparición del complejo corporativo-no-lucrativo
hasta la Administración Reagan y los prolongados intentos del capital
monopolista con base en los Estados Unidos por desestabilizar la Unión
Soviética y los regímenes socialistas de la Europa Oriental. MacKinnon sostiene
que la Fundación George Soros y el Fondo Nacional para la Democracia [o
National Endowment for Democracy] son dos de los actores primordiales en la
formación del complejo corporativo-no-lucrativo. Además, aporta pruebas de cómo
Soros financió Solidarność, uno de los principales actores en el debilitamiento
del régimen socialista, junto a Carta 77, una de las fuerzas que lideraron la Revolución
de Terciopelo en Checoslovaquia en 1989. El hecho de que la Fundación Soros
destinara millones de dólares a financiar la publicación de libros de texto no
marxistas y a apoyar a Alexander Yakovlev es un indicador significativo del
desarrollo del complejo corporativo-no-lucrativo.
Esos mismos métodos se repitieron para el derrocamiento del gobierno
de Slobodan Milošević en Serbia (¡durante el cual la organización Otpor!,
financiada por Soros, se convirtió en un modelo emblemático de movilización
para forzar un cambio de régimen) y de muchos otros gobiernos durante las
Revoluciones de Colores en los antiguos países socialistas durante la década de
2000. Como ilustran las entrevistas de Tamara Vukov con activistas serbios de
ONG, es bien sabido que la financiación occidental a las ONG llegaba en bolsas
de dinero en efectivo, en lugar de hacerlo mediante legítimas transferencias
bancarias, con la sola condición de participar en acciones contra Milošević.
Los donantes cortaron la financiación a quienes querían diversificar sus
acciones y dirigirlas a cuestiones más amplias, incluidos los derechos humanos,
la educación y el poder judicial. Además, la financiación por proyectos sirvió
para desviar la atención de las ONG serbias de las estrategias más a largo
plazo y concentrarla en objetivos a corto compatibles con la adaptación al mercado
capitalista.
El Fondo Nacional
para la Democracia es otro actor destacado en el desarrollo del complejo
corporativo-no-lucrativo, asociado a las ONG. Se creó en 1982 como una
organización sin ánimo de lucro financiada por el gobierno y destinada a
contrarrestar la expansión del comunismo en el mundo, con un presupuesto anual
de 18 millones de dólares, que llegarían a ser 80 millones en la primera década
de este siglo. Contribuyó con sus fondos a la consolidación de organizaciones
como el Instituto Andrei Sajarov, el Centro para la Democracia, el Capítulo 77
y Solidarność, con la vista puesta en movilizar a los disidentes de los
regímenes socialistas. También presta apoyo a los esfuerzos desestabilizadores de los disidentes en
países como Venezuela y Cuba.
El historial de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo
Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) no resulta menos impresionante.
Los documentos de WikiLeaks y muchas otras fuentes creíbles han revelado cómo
la USAID, en calidad de «agencia civil de ayuda exterior», ha transferido
millones de dólares a ONG cubanas y venezolanas que defienden un cambio de
régimen proestadounidense.
De distintas maneras, el complejo
corporativo-no-lucrativo ha quedado establecido como uno de los componentes
integrales y una de las fuerzas impulsoras del imperialismo actual del capital
monopolista-financiero estadounidense. Vale la pena atender a cómo surgió este
complejo ONG-imperial y se afianzó en distintas partes del mundo. Dylan
Rodríguez define el complejo corporativo-no-lucrativo como «el conjunto de
relaciones simbióticas que vinculan las tecnologías políticas y financieras del
Estado con la supervisión y la vigilancia del discurso político público, sobre
todo el de los movimientos sociales emergentes de izquierdas y progresistas,
que efectúan las clases propietarias desde mediados de la década de 1970».
El complejo corporativo-no-lucrativo surgió como respuesta a la expansión de
los movimientos revolucionarios en 1968 y al ascenso de los movimientos
sociales radicales antibelicista, de liberación de la mujer y de liberación gay
durante la década de 1970.
Rodríguez sostiene que el complejo corporativo-no-lucrativo es «la cartera de
terciopelo de la represión estatal». Implícitamente, promueve la
institucionalización de relaciones de dominio. El autor revela cómo las
organizaciones de la izquierda liberal financiadas por las fundaciones fueron
cooptadas por el Estado y se transformaron en agencias de servicios sociales no
antagonistas y agencias reformistas defensoras del Estado que venían llenar el
vacío dejado por el declive del Estado de bienestar.
Con el complejo corporativo-no-lucrativo, la
absorción de los movimientos radicales queda garantizada gracias al
establecimiento de relaciones de patrocinio entre el Estado y/o el capital privado
y los movimientos sociales. La represión ideológica y la subordinación
institucional se basan en «una gestión del miedo burocratizada que
atenúa la ruptura radical con el capital de las clases propietarias (léase: el
apoyo de las fundaciones) y con el sentido común hegemónico (léase: la ley y el
orden)». La
crucial implicación del capital monopolista (por ejemplo, a través de las
fundaciones Mellon, Ford y Soros) en el sector sin ánimo de lucro ayuda a
transformar «proyectos de resistencia política en aventuras casi empresariales
de estilo corporativo».
El valor neto de todas esas fundaciones aumentó el 400% entre 1981 y 1996,
hasta los 200.000 millones de dólares en total.
«En el año 2000, el sector no lucrativo controlaba más de 1,59 billones de dólares
de activos financieros y tuvo gastos de más de 822.000 millones».
El papel de las fundaciones corporativas en el
desarrollo del complejo corporativo-no-lucrativo ha aumentado en peso y en
importancia. Christine Ahn explica que, «con escasas excepciones, los
consejeros de las fundaciones son una extensión de los bancos estadounidenses,
las casas de correduría, los bufetes de abogados, las universidades y las empresas».
Señala también que las juntas de administración y el personal de las fundaciones
más filantrópicas están formados por individuos blancos, de mediana edad y de
clase alta que socaban abiertamente la rendición de cuentas de las fundaciones
ante el público. Tan solo una docena de las fundaciones conservadoras más
prominentes «controlaban 1.100 millones de dólares en activos y concedieron
subvenciones de 300 millones desde 1992 hasta 1994».
Investigaciones realizadas hace 25 años, en 1995, indicaban que «las
instituciones conservadoras con intereses múltiples como la Fundación Heritage,
el Instituto de Empresa Estadounidense, la Fundación del Congreso Libre para la
Investigación y la Educación, el Instituto Cato y Ciudadanos por una Economía
Sana contaban ya con una recaudación colectiva de más de 77 millones de
dólares». Solo la
Fundación Heritage recibió más de 28 millones de dólares en subvenciones de
numerosas fundaciones conservadoras entre 1999 y 2001.
Las fundaciones liberales (como la Rockefeller, la
Ford, la Bill y Melinda Gates) figuran en la vanguardia para el progreso de la
agenda imperial neoliberal. El papel de la Fundación Rockefeller en el fomento
de las agroempresas de la llamada Revolución Verde es un ejemplo del modo de
funcionar de las fundaciones liberales.
Estas han tenido un papel clave en la estrategia mundial de implementación de
la escolarización neoliberal, diseñada para reestructurar todos los niveles
educativos según líneas corporativas, con altos niveles de estandarización,
control laboral de los profesores y financiarización de la financiación estatal
de la educación.
Otra tendencia clara del complejo
corporativo-no-lucrativo es la cooptación de los movimientos sociales radicales
en nombre de la promoción de los intereses de la «sociedad civil». Andrea
Smith, quien entrevistó a activistas palestinos, halló que la enorme mayoría de
ONG y fundaciones defienden la «solución de dos Estados», que legitima la colonización
y la ocupación, además del control total de los recursos palestinos por parte
del Estado israelí.
Muchas de las ONG que operan en Palestina evitan tratar la cuestión de la
ocupación, y centran su atención en el desarrollo de proyectos
«israelopalestinos». Para resaltar hasta qué grado llega la conexión entre el
imperialismo y el complejo corporativo-no-lucrativo, resulta sorprendente que
el 80% de las infraestructuras palestinas estén financiadas por agencias
subvencionadoras internacionales que intentan evitar el crecimiento de
sentimientos anticapitalistas y establecer mecanismos de libre mercado.
Cuando los movimientos sociales radicales se integran en ONG, estos son
absorbidos también por el sistema imperialista.
Ruth Wilson Gilmore afirma que los proponentes del
neoliberalismo dieron la bienvenida al sector no lucrativo con una retórica de
eficiencia y rendimiento de cuentas. El sector no lucrativo empezó a llenar el
vacío dejado por la disminución del papel del Estado en el bienestar social a
partir de la década de 1980. Gilmore nos avisa de que el crecimiento del sector
no lucrativo tuvo como resultado la profesionalización de las organizaciones
sin ánimo de lucro que actúan como «Estados en la sombra», lo que coincide con
la llegada de un aluvión de expertos sectoriales y la apertura a dicho sector
de las escuelas de negocios, cuyos programas están completamente dedicados a la
formación de gestores altamente capacitados.
Las organizaciones sin ánimo de lucro trabajan para desactivar los movimientos
sociales.
Paul Kivel resalta algunas de las implicaciones
más negativas de esta evolución. El trabajo en servicios sociales se centra en
satisfacer las necesidades diarias de los individuos víctimas de la explotación
y la violencia. Los movimientos sociales se concentran en el cambio social y en
ocuparse de la raíz de la explotación y la violencia.
Argumenta Kivel que la pérdida de concentración en el cambio social y una
concentración excesiva en los servicios sociales, con la profesionalización que
la acompaña, inducen a los movimientos sociales a transformarse en defensores
del statu quo. Los servicios sociales dan trabajo a los «empleados de servicios
sociales» y hacen que estos se sientan bien con lo que hacen y con la
posibilidad de ayudar a los individuos a sobrevivir en el sistema existente:
La existencia de estos
empleos sirve para convencer a la gente de que las tremendas desigualdades de
riqueza son naturales e inevitables. Institucionalizar los comedores sociales
lleva a la gente a esperar que existan, inevitablemente, personas que no tiene
lo bastante para poder comer; establecer residencias permanentes para las personas
sin hogar hace que la gente crea que es normal que no haya suficiente vivienda
asequible.
Así pues, gran parte de la ayuda financiera que va a parar a los
programas del sector no lucrativo se destina a asumir el anterior papel del
Estado como agente de bienestar social y administrador de los servicios
públicos. La expansión del complejo corporativo-no-lucrativo tiende a crear una
nueva clase privilegiada de profesionales, que sirven al statu quo en lugar de
trabajar para el cambio social.
Tiffany Lethabo King y Ewuare Osayande han escrito que:
La
estructura sin ánimo de lucro se basa en una estructura y una jerarquía
corporativas que recompensan las «credenciales burguesas» y la «movilidad
ascendente»; el modelo no lucrativo hace que a los jóvenes económicamente
privilegiados les resulte más fácil salir de la universidad y fundar una
entidad sin ánimo de lucro que implicarse en movimientos ya establecidos a
largo plazo; su modo de operar está obsesionado por la construcción
institucional más que por las tareas de organización, y obliga a los activistas
contra la injusticia social a responder más ante quienes los financian que ante
nuestras comunidades.
El proceso de
expansión de las ONG tiene sus raíces en una problemática «perspectiva humanitaria
del desarrollo». Nik Barry-Shaw y Dru Oja Jay explican que se trata de una
postura que concibe la pobreza como un problema cuantitativo, más que
considerarla producto de las relaciones sociales. En consecuencia, el
desarrollo se considera como una cuestión puramente técnica que debería aislarse
de la ideología y la política. Con el complejo corporativo-no-lucrativo, los
movimientos sociales se ven arrastrados al servicio del proyecto imperial. El
boom masivo de ONG de la década de 1980 contó con el apoyo de instituciones
internacionales como el FMI y el Banco Mundial y estuvo sometido al dominio del
Tesoro de los Estados Unidos y los departamentos o ministerios de Finanzas de
los países ricos. Estas instituciones consideran las ONG «vehículos ideales
para gestionar los costes sociales» asociados a los programas de ajuste
estructural, que provocan el empeoramiento de la pobreza y el desempleo. Las
ONG se convirtieron en el canal preferido para la prestación de servicios
sociales que antes solía asumir el Estado. Se las considera superiores al
sector público por su capacidad de proporcionar servicios más efectivos en
costes y mejor dirigidos a los usuarios, en oposición a la corrupción y la
ineficiencia de la burocracia estatal. Barry-Shaw y Jay son muy claros al afirmar
que las ONG no son organizaciones de «abajo a arriba» que trabajan al servicio
de las personas ni están «guiadas por el valor», sino que son «organizaciones
burocráticas, jerárquicas y con empleados profesionales» que sirven a los intereses
imperialistas.
Desde el boom de las ONG en la década de 1980, el sector ha pasado
a ser un componente integral de la globalización neoliberal. En los países de
la OCDE, el número de ONG para el desarrollo creció de 1.600 a 2.500 tan solo
entre 1980 y 1990. Una tendencia similar se ha observado en Canadá, donde la
cifra de ONG aumentó de 107 en 1980 a 240 en 1990, y a más de 500 en 2005. El
Sur global no ha estado exento de esa tendencia. Bolivia registró un aumento de
100 ONG en 1980 a 530 ONG en 1994. La eclosión de ONG en Tanzania provocó un incremento
de 41 en 1990 a más de 10.000 ONG que operaban en el país para el año 2000. De
manera parecida, Kenia las vio incrementarse de 511 en 1996 a 2.511 en 2003. A
comienzos de la década de 1980, las ONG llegaban a 100 millones de personas. A
comienzos de la de 1990, llegaban a 250 millones de personas. Para el año 2007,
eran ya más de 600 millones.
Barry-Shaw y Jay sostienen que las ONG se han convertido en parte integral de
la «industrial del desarrollo», así como del proyecto neoliberal:
Un
estudio mostró que, para el año 2002, el sector de las ONG en 37 países tenía
unos gastos de operación estimados de 1,6 billones de dólares. Hay cálculos
superiores, y algunos estudios muestran un incremento general del flujo de
fondos a través de las ONG desde 200.000 millones en 1970 hasta 2,6 billones en
1997 […] Las siete mayores ONG tenían unos ingresos combinados de 2.500
millones de dólares en 1999.
El discurso
contemporáneo del desarrollo se apoya en un lenguaje de «empoderamiento» y
«edificación de capacidad» por medio de ONG. Sin embargo, la realidad es
bastante diferente. Los programas de las ONG que proclaman que producen empoderamiento
y edifican capacidades han acabado por restar poder a los grupos de la sociedad
civil. Esas organizaciones responden más ante sus donantes que ante las sociedades.
Mientras que los verdaderos movimientos sociales dependen del hecho de
granjearse un amplio apoyo popular para alcanzar prácticas de empoderamiento,
las ONG dependen en su mayoría de donantes externos y no necesariamente sienten
la necesidad de ganar apoyos ni de fomentar la participación activa de las
masas populares. Las llamadas prácticas «empoderadoras» de edificación de
capacidad priorizan la adquisición de «las capacidades y los entornos
organizativos necesarios para satisfacer los requerimientos burocráticos
penalizadores de los donantes» a fin de crear «clientes (auto)disciplinados de
las agencias donantes». Para las ONG, empoderar es un proceso apolítico que
refleja el deseo del donante de «evitar en las ONG posturas que puedan resultar
controvertidas para los patrones extranjeros».
A partir del caso de los microcréditos y las microempresas, que suelen acabar
favoreciendo las actividades en el sector informal en zonas urbanas de rápido
crecimiento, libres de regulaciones estatales y de la seguridad del bienestar,
Barry-Shaw y Jay nos presentan los límites de los modelos neoliberales de
empoderamiento. Estos no pueden ofrecer más opciones que la mera supervivencia
mediante el pequeño comercio intensivo en trabajo, insostenible y vulnerable y
otras prácticas parecidas (como puestos de verduras, talleres case ros de reparación y
puestos de venta ambulante), que no logran mejorar la situación de los pobres.
Para ilustrar el ascenso del complejo
corporativo-no-lucrativo en los países en desarrollo, es preciso hacer un
análisis de Haití, Ghana, Filipinas, Turquía, la India, Bangladesh, Palestina y
Afganistán. Haití, considerado el país más pobre y más desigual del continente
americano, figura entre los países donde la devastación provocada por el
neoliberalismo ha alcanzado sus más altos niveles. A Haití se lo considera la
«República ONG», ya que cuenta con la concentración de ONG per cápita más alta
del mundo, con «más de 900 ONG extranjeras para el desarrollo y unas 10.000 ONG
en total que operan en la pequeña nación caribeña de 8 millones de habitantes».
¿Cuál es el resultado de tamaña presencia de ONG? «Casi el 80% de los servicios
básicos de Haití (sanidad, educación, recogida y tratamiento de basuras, etc.)
los prestan ONG». En 2005, más del 74% de todos los anuncios de empleo eran
para trabajar en ONG u otras organizaciones internacionales».
Ghana se anunció profusamente como uno de los
casos de éxito del Banco Mundial y el FMI en el África subsahariana a comienzos
de la década de 1980. Los programas de ajuste estructural provocaron un enorme
descontento popular, lo que comprometía el futuro económico del país. En 1987
se creó el Programa de Acción para Mitigar los Costes Sociales de los Ajustes
(PAMSCAD, en sus siglas en inglés) para contrarrestar la oposición popular a
las políticas neoliberales. Los fondos sociales del PAMSCAD, que ascendían a
85,7 millones de dólares, provocaron una eclosión de ONG por todo el país; la
cifra pasó de 17 en 1987 a 120 a comienzos de la década de 1990, y a 400 a
finales de la década pasada. Mientras descendía considerablemente el acceso a
los servicios públicos, las ONG favorables al régimen comenzaron a llenar el
espacio dejado por el Estado y contribuyeron al silenciamiento y la cooptación
de la oposición popular en Ghana. Las políticas neoliberales erradicaron los
servicios públicos: «Las tasas de matriculación se desplomaron y las tasas de
abandono escolar en la educación primaria aumentaron hasta un elevado 40%. En
1990, el 80,5% de los niños y niñas llegaban al quinto curso, pero para el año
2000 la cifra había disminuido al 66,3% […] Las visitas a clínicas y hospitales
cayeron un 33%».
En las Filipinas, la colonización de la sociedad
civil por las ONG se remonta a las décadas de 1980 y 1990, durante las cuales
las instituciones internacionales transfirieron decenas de millones de dólares
para el desarrollo a fin de crear un sector sin ánimo de lucro neoliberal. Como
consecuencia, las Filipinas disfrutan hoy en día de la presencia de decenas de
miles de ONG certificadas. Un informe de 2009 del Banco Mundial revela que el
75% de los préstamos y el 87% de las estrategias asistenciales del país
implican «la participación de la sociedad civil».
Actualmente, se cree que el 48% de las ONG dependen primariamente de
financiación exterior, mientras que el 12% se beneficia de fondos corporativos
como fuente principal de financiación. Sonny Africa resalta que las ONG al uso
suelen ir acompañadas de programas militares de contrainsurgencia, sobre todo
en zonas de conflicto, a fin de inhibir las auténticas iniciativas populares y
encubrir las violaciones de derechos humanos. Más que movilizar a las comunidades
locales contra las políticas neoliberales y las desigualdades estructurales,
las ONG al uso funcionan como intermediarios de la caridad de las
transferencias de fondos proporcionados por el Banco Mundial y el Banco de
Desarrollo Asiático.
En Turquía, el caso de Jóvenes Civiles (Genç
Siviller) sirve también como ejemplo de la colonización de la sociedad civil
por organizaciones financiadas desde el exterior y que forman parte de un
proyecto más amplio de ingeniería social destinado a socavar el potencial
revolucionario de la juventud. Las actividades de Jóvenes Civiles se remontan
ya al año 2000, aunque su fundación oficial se produjo en 2006, como
organización joven «pluralista» y «libertaria». Aspiraban a unir a los jóvenes
de ascendencias «comunista», liberal e islámica a partir de influencias
eclécticas como Michel Foucault, Antonio Gramsci y Hannah Arendt. Atrajeron a
un gran sector de jóvenes gracias al empleo de símbolos conformes con las
modas. Por ejemplo, los Jóvenes Civiles adoptaron como logo el símbolo de la marca
de calzado Converse para representar a la juventud «americanizada», rebelde y
antiautoritaria. Utilizando la terminología neoliberal, jugaron con la palabra
«civiles» para asociar superficialmente lo «civil» con la democracia y la
sociedad civil, y al Estado con el autoritarismo. Consecuentemente con tales
planteamientos, organizaron algunas movilizaciones importantes contra el
ejército turco y el llamado putschismo turco. La finalidad era desviar la
atención de los jóvenes de la amenaza del imperialismo estadounidense y del
conflicto trabajo-capital y dirigirla hacia una oposición artificial a las
«élites del Estado» de carácter burocrático. Para hacer frente a tal amenaza,
prestaban un apoyo activo al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), el
partido gobernante en Turquía, globalmente infame por la violenta represión de
las protestas sociales, el encarcelamiento de intelectuales y el apoyo a los
yihadistas internacionales, asesinos en masa. Los Jóvenes Civiles apoyaron
explícitamente al AKP en el referéndum para cambiar la constitución, en las
elecciones presidenciales, en la Olimpiadas de Estambul y en los casos
judiciales contra intelectuales disidentes. A cambio, y a expensas de
contradecir su supuesta defensa de «proyectos civiles», recibieron grandes
sumas de fondos gubernamentales para sus actividades, entre las que figuran
campañas internacionales de prensa y un proyecto de «ciudadanía activa». Los
Jóvenes Civiles hicieron público su apoyo explícito a la intervención
extranjera en Siria.
Por último, todo ello ayuda a explicar los
vínculos orgánicos de los Jóvenes Civiles con la Alianza de Movimientos
Jóvenes, un actor clave del complejo corporativo-no-lucrativo respaldado por el
Departamento de Estado estadounidense y USAID. Liderada por personas como Jared
Cohen, antiguo consejero de Condoleezza Rice y de Hillary Clinton, cuando esta
última fue secretaria de Estado, la Alianza ha tenido un papel
clave en la movilización de «revoluciones de colores» en países como Venezuela,
Ucrania, Serbia, Egipto y Georgia. Pretende empoderar a «valientes defensores
de los derechos humanos» en «sociedades cerradas» a través de su amplia red y
sus poderosos recursos. Los Jóvenes Civiles, miembros de la Alianza, han creado
fuertes vínculos con Hillary Clinton, quien participó en una de sus protestas
«civiles» por la libertad en internet.
Los casos de la India y de Bangladesh demuestran que la colonización
de la sociedad civil no se limita a las zonas urbanas. En la India, algunas ONG
cruciales que fingían simpatizar con los movimientos contra los desplazamientos
humanos, como Lok Adhikar Manch (LAM), han sido fácilmente cooptadas por el
Estado y los actores corporativos por miedo a quedar descertificadas o a entrar
en la lista negra de «ONG antiindustriales». La cooptación de ONG ha dado lugar
a la formación de un foro prodesplazamiento y a favor de la industria minera.
Los activistas de LAM también se quejan de que las grandes ONG realizan espionaje
corporativo. Según los activistas, es habitual que las empresas contraten a ONG
para que hagan encuestas e interactúen con la población local a fin de
descubrir las fortalezas y las debilidades de las comunidades con la finalidad
de cooptarlas. Se utilizan talleres y otras actividades educativas para crear
estados de opinión favorables a la industrialización capitalista y a los
habitantes locales se los atrae con incentivos materiales como revisiones
médicas gratuitas, ropa, bicicletas y microcréditos.
En la década de
1980, la sociedad civil bangladesí exigía una reforma agraria. Se produjo un
cambio radical en el debate público cuando se transfirieron millones de dólares
para el desarrollo a programas de microcrédito dirigidos por ONG que propagaron
la idea de que la pobreza rural no emana de una distribución desigual de la
riqueza, sino del acceso inadecuado al mercado del crédito. «Hoy en día, la
casi totalidad de las 2.000 ONG de Bangladesh están “involucradas en las
microfinanzas
de una forma u otra”». Como tales, las ONG se han convertido en uno de los
mercados laborales más populares del país.
De forma parecida al caso de Bangladesh, el
ejemplo palestino ilustra poderosamente el papel del complejo corporativo-no-lucrativo
en la cooptación y la debilitación de los movimientos sociales radicales que
representan una amenaza para el imperialismo capitalista monopolista.
Barry-Shaw y Jay señalan que la Primera Intifada, que estalló en 1987 como una
sublevación popular no violenta contra la ocupación israelí, estuvo liderada
por una red de comités populares y organizaciones de izquierda.
En el periodo que siguió a la Primera Intifada asistimos a una eclosión de ONG
de gran alcance, que trajo como resultado la redirección de la ayuda occidental
al desarrollo hacia la cooptación de los movimientos radicales antiisraelíes.
La financiación occidental
de la «sociedad civil» creció exponencialmente después de 1993, y el número de
ONG palestinas se multiplicó espectacularmente, desde las 444 de 1992 hasta las
más de 1.400 de 2005. Las ONG palestinas que se beneficiaron de la avalancha de
fondos occidentales se convirtieron en algunas de las organizaciones «de
mayores dimensiones y, por lo tanto, más significativas» de los Territorios
Ocupados. Para el año 2005, el sector de las ONG empleaba ya a más de 20.000
personas, y la prestación de servicios de las ONG cubría el 60% de todos los
servicios sanitarios, el 80% de los servicios de rehabilitación y casi el 100%
de la educación preescolar.
En el año 2000, los grupos islamistas que estaban
fuera del sector de las ONG dirigieron la Segunda Intifada. Los afiliados a las
ONG no apoyaron al movimiento por miedo a perder la financiación occidental.
Por último, el caso afgano es una clara
ilustración de cómo el proceso de las ONG conduce a la erradicación del poder
del Estado y a la formación de una clase «compradora» compatible con los
intereses del imperialismo. Las ONG tuvieron un papel clave en la
implementación de los programas de desarrollo del Gobierno de Karzai, sobre
todo de su programa insignia en las áreas rurales llamado Programa de
Solidaridad Nacional, creado en 2003 con fondos occidentales. Se lo concibió
como una «iniciativa de participación popular». Afirman Barry-Shaw y Jay que el
proceso de las ONG crea una clase dependiente de los imperialistas y apoyada
por ellos:
Los afganos con formación
universitaria (menos del 1% de la población posee algún tipo de formación
universitaria) que trabajan para las ONG y otras agencias internacionales
fueron uno de los pocos grupos sociales que apoyó decididamente a las fuerzas
de ocupación. Mientras que los funcionarios del gobierno cobraban 60 dólares
mensuales de media, los afganos que trabajaban para las ONG ganaban un promedio
de 1.000 dólares al mes.
Un hecho igualmente sorprendente es cómo el
complejo corporativo-militar utiliza las ONG como una importante herramienta de
contrainsurgencia e inteligencia. El manual de contrainsurgencia canadiense
declara claramente el papel central de las ONG a la hora de ganarse el corazón
y la mente en el campo de batalla y debilitar las tendencias insurgentes. Más
sorprendente aún ha sido la revelación de que el 90% de la inteligencia de las
fuerzas de la coalición en Afganistán procedía de organizaciones de ayuda sobre
el terreno.
Conclusión
El imperialismo es una formación
histórico-estructural cuya existencia resulta de la lógica misma del
capitalismo más que del gobierno de una clique o
una coalición militarista en particular entre las élites del Estado y los
capitalistas monopolistas. La finalidad del funcionamiento del sistema
imperialista es retener y mejorar el control de las materias primas y del
trabajo en las áreas periféricas, generar oportunidades de inversión de manera
perpetua y expandir el reino de la acumulación. Como tal, encuentra su
expresión en la polarización de la economía mundial en centro y periferia. El
imperialismo contemporáneo caracteriza por una creciente financiarización y
neoliberalización de la economía mundial bajo el liderazgo de los Estados
Unidos.
Los estudiosos del
capital monopolista sostienen que el sistema imperialista se articula sobre
tres pilares complementarios clave que sirven para satisfacer el impulso a la
mejora del control de las materias primas, los procesos de trabajo y las
oportunidades de inversión: el complejo corporativo-militar, el complejo
corporativo-mediático y (en el caso de mi presente análisis) el complejo
corporativo-no-lucrativo que cada vez sustituye más a las políticas keynesianas
de empleo/bienestar apoyadas en el Estado. El complejo corporativo-militar de
los Estados Unidos, como potencia hegemónica imperial, halla su esencia en los
sectores militar y corporativo de la economía y el Estado estadounidenses. Una
excelente ilustración de ello es el hecho de que el gasto militar de los
Estados Unidos sea considerablemente mayor que el de otros países (y exceda el
de todos los demás miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidos
juntos). Pese a que el complejo corporativo militar ha perdido gran parte de su
efecto de estímulo al empleo y ha necesitado nuevas justificaciones después de
la desaparición de la Unión Soviética, continúa siendo indispensable para la
estabilidad del sistema, dada la continuidad del papel hegemónico de los
Estados Unidos. Sin embargo, todo ello apunta al mismo tiempo a que se
produzcan una prolongada inestabilidad imperial y un nivel de peligro sin
precedentes para el mundo en su totalidad según el poder relativo de los Estados
Unidos vaya inevitablemente disminuyendo y se recurra a medios cada vez más desesperados para mantenerlo.
El imperialismo estadounidense tiende a generar militarización en un grado sin
precedentes. Por lo que respecta al complejo corporativo-mediático, parece
hallarse entre los principales beneficiarios de la globalización neoliberal
liderada por los Estados Unidos, ya que sus ganancias continúan creciendo con
el apoyo estadounidense, sobre todo con la negociación de acuerdos comerciales
y sobre propiedad intelectual. La tendencia general es hacia una mayor
centralización y a la monopolización del sector de las empresas de medios de
comunicación por menos de una docena de corporaciones mediáticas, además de
hacia la fusión de los servicios de entretenimiento y noticias para multiplicar
las ganancias de esos gigantes empresariales. Su agenda imperial despolitiza a
las masas, presta apoyo ideológico a la maquinaria bélica estadounidense e
impone el imperialismo cultural.
Es aquí donde entra el complejo corporativo-no-lucrativo
y se integra con el complejo corporativo-militar y el corporativo-mediático. La
retirada del Estado del fomento del empleo/bienestar con el neoliberalismo ha
ido acompañada de un enorme crecimiento del complejo corporativo-no-lucrativo, que
ha asumido un papel cada vez más globalizado en forma de ONG. El sector sin
ánimo de lucro ha crecido ya hasta el punto de constituir un componente
integral y una fuerza impulsora del imperialismo actual y conformar una
sociedad civil pseudoglobal. Por eso, aunque a menudo se lo pase por alto, el
complejo corporativo-no-lucrativo se ha convertido en el tercer pilar de la
estructura triangular del imperialismo contemporáneo.
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