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domingo, 17 de agosto de 2025

UNA REALIDAD IRREFUTABLE: ¡ESTA DEMOCRACIA NO ES DEMOCRACIA!

 


MÁSCARAS Y SIMULACROS: LA POLÍTICA EN SU NIVEL MÁS BAJO

Por Elena Basile

13 agosto, 2025

Las constituciones democráticas de posguerra se fundaron en una premisa que ahora se ve cuestionada por la evolución sociopolítica europea: el poder del demos, el pueblo, ejercido conforme al Estado de derecho, el sufragio universal, las elecciones y la protección de las minorías. En este marco, el pueblo elegía a sus representantes, quienes, sintetizando sus diversas demandas, poderes e intereses, debían implementar políticas económicas, sociales y exteriores coherentes con los principios constitucionales y los intereses del país, la sociedad civil y los organismos intermedios.

Sin embargo, este mecanismo ha fracasado. Hoy en día, la política económica y exterior ya no son prerrogativa de las élites electas, sino que están subordinadas a poderes extraparlamentarios capaces de influir plenamente en el rumbo político europeo. Esta realidad debe abordarse sin vacilación si queremos intentar cambiarla.

Los ritos de la democracia, gracias en parte a la manipulación propagandística de la opinión pública, se mantienen formalmente intactos: se celebran elecciones periódicamente y facciones aparentemente opuestas se presentan ante los votantes. Esto preserva la ilusión de que los ciudadanos eligen libremente a las élites encargadas de la gestión de los asuntos públicos, principalmente la política económica, social y exterior.

Sin embargo, todo ha cambiado. La propaganda —un fenómeno ancestral— se ha convertido, desde la caída de la Unión Soviética, en monopolio de un aparato mediático occidental estrechamente vinculado, por propiedad y mandato, con la llamada sociedad del 1% y su clase de servicio: la burocracia, la academia y la gerencia.

Como es bien sabido, predomina una mentalidad unidireccional. La crítica a Estados Unidos, Israel, el capitalismo financiero y la Unión Europea se ha convertido en una línea roja inviolable. La disidencia con la narrativa de la OTAN se etiqueta como antiamericanismo y se sitúa al margen del marco constitucional y de la sociedad civil. Quienes critican a Israel suelen ser acusados de antisemitismo o, peor aún, de apoyar el terrorismo, con implicaciones legales. Quienes cuestionan el capitalismo financiero son inmediatamente acusados de populismo o ingenuidad, como si el capitalismo fuera una entidad ontológica y ya no una construcción histórica susceptible de reforma o reemplazo. Esto se acompaña de la inviolabilidad de la defensa de Israel y del dominio estadounidense, ambos pilares ideológicos indispensables del discurso público.

Varios factores históricos han conducido a esta situación. La liberalización de los movimientos de capital ha socavado la dialéctica capital/trabajo típica de la era keynesiana. A partir de la década de 1980, las clases capitalistas lograron desgravaciones fiscales progresivas. El Estado, incapaz ya de contar con una tributación justa y aún necesitado de garantizar un nivel mínimo de cohesión social, ha comenzado a endeudarse. Esto ha creado un círculo vicioso, la «trampa de la deuda»: los Estados se endeudan en los mercados financieros —controlados por las mismas clases capitalistas— para financiar la asistencia social. Pero los intereses de esta deuda los paga la gente. El resultado es una explosión de desigualdad social.

Con el Tratado de Maastricht (1992), este sistema neoliberal se codificó. La burocracia europea se convirtió en un mecanismo funcional para coordinar los intereses de los grupos de presión económicos y los Estados miembros. Instrumentos como la Troika o los poderes especiales de la Comisión Europea erosionaron progresivamente la soberanía nacional, imponiendo directrices económicas y sociales desde el exterior.

Mientras tanto, incluso fuera de Europa, desde la crisis de 2008, el poder de conglomerados financieros como BlackRock se ha vuelto decisivo. La política económica global ahora está dictada por grandes grupos de presión, incluyendo la industria bélica y grupos de presión vinculados a Israel.

La política exterior occidental está subordinada a estas potencias. El conflicto en Ucrania ha revelado el vasallaje de los Estados europeos y el fin de la ficción supranacional de la UE. La ya frágil autonomía estratégica de Europa ha sucumbido definitivamente a la subordinación a la OTAN, de la que la UE ahora aparece simplemente como su brazo operativo.

Países como Australia, Canadá y Japón también son parte de la «guerra permanente» de Occidente, librada por potencias financieras, complejos militares-industriales, grupos de presión vinculados a Israel, burocracias del Pentágono y del Departamento de Estado, y servicios de inteligencia a los cuales las élites occidentales parecen completamente subordinadas.

Defender el dólar mediante la supremacía militar se ha convertido en el objetivo común. Las guerras en Europa y Oriente Medio sirven para contener a los rivales emergentes —China en primer lugar— y para aumentar las ganancias de los fondos soberanos de inversión. La economía de guerra, impulsada por la deuda y la especulación, sirve a la lógica de la financiarización capitalista.

Lo que ya no es sostenible en Estados Unidos debido a la deuda y la crisis del dólar ahora se está logrando en Bruselas. La Comisión Europea, liderada por Ursula von der Leyen y con el apoyo de una mayoría multipartidista, ha lanzado un plan de gasto militar de 800 000 millones de euros. No se trata de una auténtica deuda común, sino de una emisión garantizada por el presupuesto de la UE, de la que los Estados miembros pueden disponer según su capacidad fiscal para alcanzar el 5 % del PIB en gasto de defensa para 2035, sin perjuicio de las restricciones de estabilidad.

Resulta sorprendente cómo una organización que siempre ha sido lenta y burocrática se ha transformado repentinamente en un eficiente aparato militarista, con un ambicioso plan aprobado sin resistencia. Cuando el estado profundo y los fondos financieros deciden, todo se vuelve posible.

Mientras tanto, los ciudadanos se ven sometidos a una creciente variedad de restricciones y acosos menores. En Francia, por ejemplo, recientemente se prohibió fumar al aire libre, en playas, terrazas de cafés y a menos de veinte metros de las escuelas. Esta medida evoca una visión talibán de la salud pública. Se está restringiendo la libertad individual en nombre de un paternalismo sanitario inconsistente: si se prohíbe fumar, ¿por qué no el alcohol, el chocolate y las grasas?

Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/mascaras-y-simulacros/

domingo, 14 de abril de 2024

CÓMO EL NEOLIBERALISMO DESTRUYE LA DEMOCRACIA


 

Christian Laval

08/ABR/2024| VIENTOSUR Nº 192

La constatación es evidente. Las democracias liberales, parlamentarias, adosadas a Estados llamados de derecho, hacen frente, en el exterior, a regímenes que aborrecen esa forma política, mientras que, en su interior, son saboteadas por una amplia fracción de fuerzas de derecha o extrema derecha. Los recientes éxitos electorales de las formaciones más nacionalistas y xenófobas en Italia, Holanda y Alemania dan fe de ello. No se trata aquí de aprobar la actuación de las democracias parlamentarias que están históricamente vinculadas al colonialismo y que han dado un envoltorio liberal a la explotación capitalista de la fuerza de trabajo. Se trata más bien de mostrar cómo el neoliberalismo, como modo general de organización económica y social a todos los niveles de la vida, ha funcionado y sigue funcionando como una formidable máquina de destrucción de la democracia liberal. Esto es lo que ha llevado a algunos autores, como Wendy Brown, a hablar de desdemocratización o, como hemos dicho nosotros, de una “salida de la democracia”, para subrayar mejor el carácter antidemocrático fundamental del neoliberalismo 1/.

La responsabilidad directa de este sabotaje recae en gran medida en la extrema derecha y la derecha radicalizada. Estas fuerzas llevan al espacio público discursos que encuentran su coherencia en un etnonacionalismo teñido a veces de fanatismo religioso y en la elección de un Estado securitario en el que la policía tiene prioridad sobre la justicia. Ésta es la principal tendencia política e ideológica de nuestro tiempo, hasta el punto de que incluso las llamadas derechas moderadas o las formaciones de centro están en gran medida contaminados por ella. La evolución del macronismo en Francia tiene un significado general. Al principio, Macron se presentó como representante de la globalización neoliberal y defensor de la Europa ordoliberal frente el cierre soberanista de Ressemblement National [extrema derecha] y contra el iliberalismo de los países de Europa del Este. Con el tiempo, se ha orbanizado de forma casi caricaturesca, llegando incluso a retomar recientemente temas antiinmigración, masculinistas y pro-natalistas de la extrema derecha. Pero esta responsabilidad directa no puede ocultar la causa más profunda de esta evolución: el neoliberalismo.

Es difícil identificar estos procesos de extrema derechización cuando no se entiende suficientemente bien la naturaleza del neoliberalismo. En primer lugar, es necesario diferenciar entre liberalismo en general y neoliberalismo. Incluso es un profundo error calificar sin más de liberal lo que concierne al neoliberalismo. Cierto, el neoliberalismo es un liberalismo económico, e incluso radical, pero no concibe esta libertad económica como uno de los aspectos de un vasto conjunto de libertades fundamentales, cada una de las cuales tendría su propia lógica y sus instituciones independientes, sino que la considera como el principio general de la vida social e individual. En otras palabras, se supone que el binomio competencia-empresa remodelará toda la sociedad y sus instituciones. Esta supremacía absoluta del mercado contraviene el ideal pluralista de la democracia liberal: se supone que el mercado debe responder en todas las áreas al único propósito de la prosperidad individual y el enriquecimiento de todo el mundo. En otras palabras, el neoliberalismo puede definirse como la extensión indefinida de la racionalidad capitalista a todas las esferas de la existencia, incluso a la subjetividad humana. 

El neoliberalismo es una estrategia de guerra civil

El neoliberalismo se presenta como una estrategia política de transformación de las sociedades en órdenes competitivos, lo que implica el debilitamiento o la eliminación de las fuerzas de oposición, con el objetivo de imponer a las sociedades ciertos estándares operativos generales, de los que el principal es la competencia, que es la única que garantiza la soberanía de la o del consumidor individual 2/. El mercado competitivo es una especie de imperativo categórico que permite legitimar las medidas más extremas; incluiso el uso de la dictadura militar si fuera necesario, como ocurrió durante el golpe de Estado en Chile en 1973 que fue aplaudido por las autoridades intelectuales del neoliberalismo. El neoliberalismo como lógica general del funcionamiento de una sociedad sólo puede imponerse mediante la neutralización de las fuerzas sociales, políticas y culturales que se le oponen. Pero hay dos medios para lograrlo: el aplastamiento violento a través de un fascismo tradicional o renovado, o la erosión de los resortes y las instituciones de la democracia de forma lenta a lo largo de varias décadas. En ambos casos, la lógica normativa del neoliberalismo presupone la creación de condiciones políticas, ideológicas y sociales para su extensión y, en particular, un debilitamiento de todo lo que pueda obstaculizar la racionalidad del capital. 

Si hay una unidad del neoliberalismo no es doctrinal, es esencialmente estratégica, relativa al objetivo final y a los medios para neutralizar a un enemigo capaz de adoptar rostros diferentes según la situación. Es este objetivo único y la diversidad de medios lo que explica la relativa plasticidad política del neoliberalismo. En determinadas ocasiones históricas, el neoliberalismo parece fusionarse con el advenimiento o el restablecimiento de la democracia liberal; en otras circunstancias, cuando el orden del mercado parece amenazado, se combina con formas políticas más autoritarias que llegan incluso a la violación de los derechos más básicos de las personas. Y en muchos otros casos, se trata de una democracia parlamentaria que se va vaciando gradualmente de sustancia en beneficio de un Estado policial que ejerce vigilancia y represión sobre todo lo que pueda amenazar el orden sagrado de la competencia. Así, el neoliberalismo puede aparecer, unas veces, como un vector de la democracia liberal y, otras, como un aliado de las peores dictaduras.

Idealmente, en el orden de mercado estructurado por el principio mismo de competencia generalizada, la dominación se ejerce mediante medios económicos y técnicos supuestamente neutrales que pretenden ser mucho más efectivos que la confrontación violenta. Sin embargo, actualmente, en las democracias liberales más antiguas, podemos observar un aumento de la violencia estatal directa contra los ciudadanos y ciudadanas a quienes se les considera no sólo culpables ante la ley, sino como enemigos de las leyes fundamentales del orden del mercado. Esta enemigación [considerar enemigo al oponente] de los oponentes y los perturbadores es el sello distintivo del momento actual de la historia política. Basta con ver la intensidad de la represión policial y judicial contra quienes perturban el orden social y se atreven a desafiar el poder. Cada vez más, las medidas jurídicas, policiales y tecnológicas específicas de la guerra contra el terrorismo o dirigidas contra las insurgencias armadas se convierten en instrumentos para la gestión ordinaria del orden público. 

Estas nuevas formas autoritarias de dominación neoliberal nos recuerdan que se trata de una verdadera guerra civil, abierta o larvada, declarada o no, contra todas las fuerzas organizadas, las instituciones y las subjetividades que no obedezcan al modelo de la empresa y a la norma de la competencia. 

El papel del Estado en la guerra neoliberal

Todas las y los neoliberales están convencidos de que la intervención estatal es necesaria para lograr y defender ese orden de mercado competitivo. Además, ésta fue la base del acuerdo entre las diferentes corrientes doctrinales que se formuló por primera vez durante el Coloquio Lippmann de 1938 y, por segunda vez, con la fundación de la Sociedad Mont-Pélerin en 1947. Todas las grandes luchas posteriores del neoliberalismo político testimoniarán este acuerdo fundamental en la lucha común contra el Estado de bienestar y contra el comunismo. El Estado neoliberal no es el Estado pasivo, mínimo o débil. Por el contrario, es muy activo a la hora de imponer la lógica de la competencia en las relaciones sociales y el modelo de la empresa en las instituciones, incluidas las públicas. 

El Estado neoliberal trabaja para luchar contra los mecanismos de protección establecidos en una fase anterior del desarrollo del Estado y, de manera más general, contra todo lo que se relaciona con la igualdad civil y social. El Estado neoliberal se vuelve así contra el Estado social mediante una política deliberadamente insecuritaria e inigualitaria a nivel social. Pero no son sólo las conquistas del Estado social las que están en cuestión por las políticas neoliberales, sino que también es el funcionamiento clásico de las democracias liberales el que se ve afectado en su esencia:

1) por la constitucionalización de la lógica del capital que sustrae la orientación de la política económica del ámbito de la deliberación pública, 

2) por la concentración oligárquica del poder, y

3) por el uso de métodos represivos y el chantaje permanente destinados a imponer retrocesos en los derechos sociales de los asalariados y asalariadas y en los derechos políticos de la ciudadanía. 

El neoliberalismo nunca ha sido democrático. Desde el inicio, en el núcleo de su proyecto existe un contenido antidemocrático fundamental que surge de un deseo deliberado de excluir las reglas del mercado de la orientación política de los gobiernos, consagrándolas como reglas inviolables impuestas a cualquier gobierno. Independientemente de la mayoría electoral de la que provenga. La democracia, según neoliberales como Friedrich Hayek, es un peligro si se interpreta como soberanía popular. Porque la soberanía popular conduce a la socialdemocracia, que es el primer paso hacia el socialismo y el totalitarismo. El terreno de lo social, que nos remite al conjunto de los dispositivos de la protección social y a las políticas para redistribuir e igualar los recursos, proviene, según los neoliberales, de una falsa concepción de la democracia y de un abuso de las instituciones que se reclaman de ella. Hay que combatir esa falsa democracia, esa peligrosa democracia, porque está directamente enfocada a eliminar una sociedad basada en la libertad individual 3/.

F. Hayek está convencido de que la democracia como soberanía popular conduce al socialismo, que contiene en sí misma las semillas de la democracia totalitaria debido a la doble creencia en la soberanía popular y en la justicia social, dos mitos que, para él, han desenfrenado el poder público y puesto en grave peligro el orden espontáneo de la sociedad 4/. Según los neoliberales, hay dos concepciones posibles de la democracia, la mala y la buena. La mala es la que ve en el pueblo la fuente de la soberanía, la legitimidad que da al gobierno la capacidad de intervenir ilimitadamente en los asuntos de la colectividad en función de las mayorías electorales. La buena es la que ve en la democracia una forma para seleccionar a los dirigentes sin violencia y de limitar su poder para garantizar las libertades personales. 

Esta oposición entre las dos concepciones de democracia es fundamental para comprender la estrategia neoliberal. Hay que recordar que los primeros neoliberales austriacos y alemanes estuvieron muy influidos por Carl Schmitt y su doctrina del Estado fuerte, el único capaz, a su juicio, de resistir a todas las reivindicaciones populares en favor de la igualdad social. Por encima de la contienda, el Estado fuerte es lo opuesto al Estado total que quiere encargarse de todo. El Estado fuerte, para los neoliberales, es el guardián de un orden de libertad que, como tal, puede utilizar los medios más autoritarios y violentos para defenderlo. 

En este sentido, la actitud de los más grandes neoliberales hacia la dictadura de Pinochet, ya sean F. Hayek o Milton Friedman, atestigua suficientemente las consecuencias políticas de su doctrina. F. Hayek tuvo el mérito de la franqueza cuando declaró al periódico chileno El Mercurio en abril de 1981: “Mi preferencia personal es por una dictadura liberal y no por un gobierno democrático en el que está ausente todo liberalismo”. 

Así, el neoliberalismo no es en absoluto una doctrina de la democracia como poder autónomo del pueblo, es una teoría de los límites institucionales que hay que poner a la lógica de la soberanía popular, en la medida en que esta lógica, cuando no está controlada, está plagada de peligros totalitarios. 

Sin sacar conclusiones directas entre estas primeras tesis neoliberales de los años 1930 y 1940, basadas en el miedo a la democracia, y las formas autoritarias de los gobiernos neoliberales actuales, al mencionarlas se puede entender mejor que, desde el principio, la inspiración neoliberal no es en modo alguno un liberalismo moral y político clásico. Porque para el neoliberalismo la finalidad de un orden social no es la libertad y la dignidad humana, no es la garantía incondicional de los derechos humanos, sino que, de manera más prosaica, reside en la racionalidad capitalista como una lógica normativa general. 

Variantes del neoliberalismo

El neoliberalismo no se ha desarrollado nunca como la aplicación de un plan de conjunto cuya aplicación estuviera perfectamente regulada por un centro de mando único. Si bien existe un neoliberalismo identificable como estrategia global para la transformación de la sociedad, también existen numerosas y a veces importantes variantes en torno a este eje estratégico. El neoliberalismo ha sabido diversificarse según países, clases, sectores de la población y, por supuesto, momentos históricos. Estos modelos se inventaron mediante el método de prueba y error y se han adaptado a las circunstancias. Precisamente, a escala global, el neoliberalismo ha podido imponerse a través de esta diferenciación y de la saturación del espacio social y político que resulta de estas diferentes configuraciones sociopolíticas. Aunque su formulación es cuestionable, Nancy Fraser tuvo el mérito de subrayar que en Estados Unidos, y hasta cierto punto en Europa, había dos posibles figuras de coalición neoliberal: la que ella llama “neoliberalismo progresista” (alianza de la alta tecnología, la finanza y las minorías culturales y sociales representadas por el centrismo del Partido Demócrata) y el “neoliberalismo reaccionario” (alianza de los sectores capitalistas más tradicionales y las capas sociales más sensibles a los valores religiosos, tradicionalistas y nacionalistas) representadas por el Partido Republicano. Las fuerzas llamadas “progresistas”, al igual que las fuerzas llamadas “reaccionarias”, pueden, a su vez, impulsar un poco más la racionalidad capitalista en detrimento de la solidaridad social y los derechos de las asalariadas y asalariados 5/. En cada variante, el objetivo es captar las categorías sociales y culturales que tienen intereses y características propias: jóvenes, mujeres, urbanos, rurales, titulados, no titulados, funcionarios y empleados del sector privado, asalariados y asalariadas de estatuto y asalariados y asalariadas precarios, etc. 

Las oligarquías dominantes se dividen y se oponen entre sí, particularmente en materia de valores familiares y religión, sobre el comportamiento educativo y la moral en general, pero a la vez coinciden en la idea común de una sociedad regida por la competencia y la acumulación de ganancias, es decir, coinciden en una sociedad regida por la racionalidad capitalista. Hoy, en muchos países, una fracción de las oligarquías dominantes busca agitar el nacionalismo, la xenofobia y el masculinismo para aprovechar la ira popular contra los efectos más brutales de esta racionalidad capitalista. El ejemplo británico del Brexit en lo que respecta a Europa es bastante típico en este sentido, al igual que el trumpismo en Estados Unidos. 

La guerra de valores

¿Cómo socava el neoliberalismo los cimientos de los regímenes políticos liberales actuales? Asistimos a una nueva combinación de neoliberalismo y el populismo nacionalista más autoritario, como si en el ámbito de todas las técnicas para imponer la libertad de los mercados, las fuerzas políticas a la vez neoliberales y nacionalistas hubieran logrado la hazaña de darle la vuelta a la cólera de las masas y utilizarla para promover el neoliberalismo radical. 

Esta hibridación cada vez más profunda entre el neoliberalismo y el nacionalismo populista provoca la captación de los afectos mediante la instrumentalización del resentimiento hacia las élites, sobre todo de izquierda, que se supone han traicionado al pueblo nacional. Esto sólo es posible desplazando las cuestiones políticas desde el terreno de la injusticia social al terreno de la identidad nacional, la religión y las jerarquías tradicionales. Esta guerra de valores permite desviar la ira, la frustración y los miedos sociales de la parte de la población más vulnerable hacia chivos expiatorios (inmigrantes, negros, mujeres, homosexuales, sindicalistas, activistas, intelectuales, etc.). Por lo tanto, esta guerra civil neoliberal no es sólo la lucha librada por un aparato estatal contra los derechos sociales y las libertades públicas, sino también una guerra cultural intestina que se libra en detrimento de los intereses de la mayoría. Esta guerra de valores sirve para dividir a las personas y enfrentarlas entre ellas activando líneas de división moral, racial, cultural e ideológica, que a veces son muy antiguas. Es esta división la que asegura hoy la perpetuación de una situación tan desigual y regresiva a nivel democrático. Las fuerzas nacionalistas y reaccionarias no cuestionan en absoluto ni el neoliberalismo como modo de poder ni el capitalismo como sistema productivo. Por el contrario, cuando llegan al poder, reducen los impuestos a los más ricos, reducen las ayudas sociales, aceleran la desregulación, en particular en materia financiera o ecológica, y atacan a los sindicatos y a las organizaciones sociales. Trump fue un modelo de este tipo, Milei en Argentina es hoy su discípulo aún más radical. 

Esta plasticidad del neoliberalismo no es nueva. A menudo nos acordamos de la forma en que las políticas neoliberales se profundizaron después de la crisis financiera global de 2008. Algunos creían entonces en el final del neoliberalismo, según el famoso título de un artículo de Joseph Stiglitz. En realidad, el neoliberalismo sobrevive y se fortalece; no a pesar de las crisis que provoca, sino, por el contrario, apoyándose en ellas, explotando en su beneficio las consecuencias más negativas o desastrosas de sus propias políticas, de modo que se refuerza por las crisis que engendra. 

Esta radicalización del neoliberalismo se debe en gran medida a una lógica de auto-alimentación y de auto-agravación de las crisis, ya que las oligarquías dominantes atribuyen estas últimas a la muy limitada libertad económica. Es este proceso infernal el que actualmente acelera la crisis de las democracias liberales, hasta el punto de que las poblaciones, prisioneras de estos bucles de auto-alimentación y auto-agravación, buscan una salida en un Estado autoritario que finalmente pondrá orden en sociedad y las protegerá de la inseguridad. Para decirlo de manera más simple, el rostro autoritario y violento que adopta el neoliberalismo se debe a la explotación política e ideológica de los efectos de la libertad económica y la desestabilización social que genera. Toda la paradoja de la situación está ahí: la guerra cultural y la propaganda nacionalista se basan en las reacciones de desesperación de sectores de la población particularmente afectados por las políticas neoliberales. 

La Europa neoliberal y el ascenso de la extrema derecha

Las próximas elecciones al Parlamento Europeo, según los sondeos y a la vista del aumento electoral de la extrema derecha en Europa, deberían reforzar el peso de los grupos nacionalistas. En todas partes, las fuerzas de derecha o de centro están, poco o mucho, contaminadas por la xenofobia y el culto al Estado fuerte. El modelo neoliberal europeo está teniendo las mismas consecuencias ideológicas y políticas que en todas partes. La construcción del gran mercado que estableció desde los años 1980 la libre circulación de bienes, servicios y capitales, el establecimiento de la moneda única y luego el Tratado Constitucional de 2005 constituyeron otras tantas etapas hacia la Unión Europea que conocemos. 

Esta construcción, combinada con la globalización económica que ha reforzado el dumping social, fiscal y medioambiental a una escala aún mayor, ha logrado una constitucionalización de la competencia libre y no distorsionada que los gobiernos de derecha e izquierda han promovido unánimemente. Este viejo sueño ordoliberal está pagando hoy un precio político que pocos de los responsables de este logro habían previsto y que ninguno está asumiendo hoy 6/. La armonización social y fiscal a la baja, junto a la libertad de flujos de capital, han acentuado los desequilibrios sociales y regionales internos, mientras que las políticas de austeridad han favorecido una caída de los salarios en la distribución del valor producido. La concentración de los ingresos y las fortunas, la inseguridad económica, la desindustrialización violenta y la desarticulación de las sociedades entre los centros metropolitanos y las periferias suburbanas o rurales, han conducido a esta profunda y duradera crisis de las formas democráticas liberales en Europa. 

La contradicción entre la encantadora retórica sobre la apertura al mundo y la realidad social vivida por las poblaciones conduce a una desconfianza masiva hacia los representantes del pueblo y, más profundamente, contra las democracias representativas, en pleno corazón de Europa, en los antiguos países fundadores del mercado común. Se ha extendido el sentimiento de que no nos representan porque no nos protegen. 

La tragedia de nuestro tiempo es que la reacción de la sociedad ante las agresiones del capitalismo ha adoptado una forma reaccionaria. El fenómeno no es absolutamente nuevo. En las décadas de 1920 y 1930, al menos si nos atenemos a los análisis de Karl Polanyi, experimentaron un contramovimiento que, como reacción al liberalismo económico del siglo XIX, pretendía reinsertar la economía en formas sociales tolerables. En muchos países, fue el Estado, con rasgos totalitarios, el que asumió el liderazgo de este contramovimiento. 

Por lo tanto, la cuestión es cómo evitar que las defensas reactivas de la sociedad vuelvan a adoptar formas políticamente reaccionarias. Defender el Estado de derecho contra las medidas vergonzosas contra las y los inmigrantes y contra todos los dispositivos de un Estado patriarcal y securitario que violan las libertades fundamentales, los derechos sociales y las conquistas feministas es ciertamente necesario, pero no suficiente. El objetivo de romper con el orden existente es indispensable. Pero el peor error sería adherirse a la lógica de repliegue nacionalista y estatista, como proponen muchos en la izquierda. No se gana nada abrazando la retórica nacionalista, como hoy hacen La France Insoumise o el Partido Comunista Francés. La transnacionalización de las luchas ecologistas, feministas y campesinas, por muy embrionaria que sea, indica una posible dirección completamente diferente. La circulación global de las formas de lucha (ocupación de las plazas, asambleísmo, democracia directa) y de los experimentos de autogobierno (desarrollo de los comunes, comunalismo, etc.) sugiere el nacimiento de una cosmopolítica radical capaz de tomar el relevo del altermundialismo. 

Otra cuestión decisiva que el populismo de izquierda no ha resuelto es la de la convergencia de las luchas. La lógica nacionalista y estatista, hoy dominante, apuesta por la concentración sintética de las cóleras y de los intereses en torno a las grandes entidades trascendentes de la Nación y el Estado. Por su parte, el radicalismo de izquierda no puede contentarse con la multiplicidad de causas sin una visión unificada de la sociedad deseable. La dispersión de las luchas y de las protestas que favorece las vallas identitarias plantea un problema estratégico que sólo una transversalización muy profunda de las prácticas y de las causas podría resolver. Desafortunadamente, estamos sólo en el comienzo de esta toma de conciencia.

Christian Laval es profesor emérito de sociología en la Universidad París-Nanterre

Este año saldrá traducido al español: La opción por la guerra civil. Otra historia del neoliberalismo de las Editoriales Traficantes de Sueños, Lomy y Tinta limón, donde Laval junto a otros autores amplía muchos de los temas apuntados en este artículo.

Traducción: viento sur

 

Fuente: https://vientosur.info/como-el-neoliberalismo-destruye-la-democracia/

 

jueves, 7 de marzo de 2024

DEMOCRACIA NEOLIBERAL

 


Escribe: Milciades Ruiz

Todo sistema de dominación social, establece un orden social de subordinación bajo una élite dominante. Aunque los administradores de ese orden pueden variar, el sistema prevalece hasta que otro sistema de organización social lo desplace. Vivimos bajo el sistema de dominación capitalista y todo lo que sucede en nuestras vidas, obedece al orden que este, ha establecido. Por ello, la “democracia” que tenemos, está signado por el sistema, como instrumento de dominación.

La democracia capitalista, puede ser rígida o, flexible, según el grado de regulación que se aplique sobre los dominados, en defensa de los intereses de los dominadores. Puede ser perversa o, tolerante, honesta o, tramposa, etc., siempre que no afecte el sistema de dominación vigente. La historia está llena de seudo democracias y tiranías genocidas, tolerados por el sistema de dominación, porque los afectados son siempre los dominados. En ese marco, según las circunstancias, la democracia capitalista actúa de distinta manera en Argentina, Israel, Europa, Asia, África y en nuestro país. La democracia, es solo un molde administrativo del sistema.

No es un ser supremo, el que designa nuestra suerte de vida, sino, es el sistema de dominación el que condiciona la vida de las personas según el orden social establecido, llamado también, “estado de derecho”, o estructura jurídica. Por ejemplo, el parlamento, elegido “democráticamente”, pretende dejar sin empleo a los profesores contrarios a la ideología de la Constitución neoliberal que nos rige. Bastaría esta arbitrariedad “democrática” para condenar a niños inocentes, hijos de los acusados, a sufrir las carencias de todo tipo, truncando sus expectativas de futuro, sin tener culpa alguna.

Ese estado de derecho, condiciona nuestras vidas, mediante mecanismos legalmente establecidos. De este modo, la democracia de la dominación administra el sistema, mediante el aparato estatal, reparte el presupuesto público y dicta disposiciones según conveniencia de los grupos dominantes. Entonces, por más que trabajemos honradamente desde el amanecer hasta el anochecer, no podremos salir de la pobreza si el orden establecido nos ha colocado en la condición de campesino andino. En Cuba, con el triunfo de la revolución, se cambió el sistema y así, las trabajadoras del hogar podían estudiar medicina. El cambio de sistema, les dio otro destino.

La experiencia histórica nos enseña que, un sistema de dominación social, se implanta mediante dos tipos de medidas: Coercitivas, utilizando la fuerza militar policial, autoridades controladoras, poder judicial y, otras coerciones. Y, persuasivas, aplicando un acondicionamiento mental, educativo, uso de religiones, medios de información, ideología política y otras alienaciones que glorifican el sistema. Es así, como surge el estado, como aparato administrativo de dominación social.

La evolución de la humanidad ha pasado desde la agrupaciones dispersas y aisladas, hasta la integración globalizada. Las más antiguas civilizaciones europeas fueron creando estados pequeños bajo una cúpula militar. Los líderes se convirtieron en reyes, y la aureola de prestigio les atribuyó condición divina, estatus social privilegiado y sucesión de casta. El estado monárquico era una maquinaria que aseguraba la sumisión al orden establecido, mediante normas de conducta social, orales inicialmente y escritas posteriormente.

Fue así como se empezó a gobernar mediante leyes, agrupadas en códigos de conducta social, allá por el año 1,700, antes de nuestra era. Las normas de conducta social se fueron adecuando a las condiciones de dominación imperante, extendiéndose a todas las ramas de actividad humana. El aparato estatal fue creciendo. Al surgir el dinero como medio de cambio, se tuvo que normar su uso para que no afecte el sistema de dominación vigente. El comercio fue normado como mecanismo de acumulación de riqueza de las naciones, surgiendo el monopolio.

El mismo proceso social ocurrió en nuestro continente más tarde. Inicialmente, surgieron pequeños estados como el Mochica, Wari, Sicán, Chimú, Nazca, Chanca, y otros, como reinados de cúpulas militares que, implantaron un orden social de sumisión con un aparato administrativo estatal primario, de acuerdo a su estado de desarrollo. Fue el Tahuantinsuyo, el estado más extenso y desarrollado del continente, cuya élite estableció un orden social jerarquizado de sumisión y un aparato estatal de control.

A diferencia de los estados europeos que, estaban ya, en una etapa procesal más avanzada, en el Tahuantinsuyo, el estado de derecho era solo oral, dado que todavía no había escritura. En cambio, los estados europeos contaban ya con códigos de leyes escritas y, con un sistema de dominación más perfeccionado. Había una diferencia abismal de 3,000 años de desarrollo entre ambos sistemas.

Cuando los europeos llegaron a nuestro continente, procedentes de estados monárquicos, estaban regidos por un estado de derecho que garantizaba la dominación social, incluyendo la sumisión religiosa, la acumulación de riqueza como ascenso social, tecnologías guerreras, de navegación y manufactureras que, otorgaban supremacía de dominación. Con estas ventajas, les fue fácil conquistar el Tahuantinsuyo y someterlo bajo la dominación de la monarquía española.

El estado incaico fue suprimido, y se implantó el estado monárquico español, anexando territorios como colonias o, virreinatos. Se cambió todo el aparato estatal de control de los dominados y se implantó el estado de derecho colonial. El genocidio era legal, como también la esclavitud como derecho de propiedad privada. La conducta social de la población autóctona fue compulsivamente acondicionada para adaptarla a un estado de derecho que no entendía. La propiedad privada y, el dinero, le era extraño.

Cuando en el siglo XIX, el sistema monárquico fue desplazado por el sistema capitalista, surgieron las repúblicas como aparato estatal de control de los dominados en un nuevo orden social regido por el dinero y la libertad de comercio. Los subversivos enarbolaron la bandera de la libertad económica, como un derecho de acumular dinero. En el nuevo orden social, dominan los que tienen más dinero y no, los que tenían títulos nobiliarios. Pero este “estado de derecho” ha sido la fuente de la desigualdad social y, de países. En la doctrina capitalista, todos tienen igualdad de derecho de ser ricos. Son libres de hacerlo. Los que no lo hacen, es culpa de ellos. Esto rige también, para los países.

En el universo no puede haber suma, sin resta. No se puede acumular sin despojar una parte a los demás. La producción mundial es una sola, pero la distribución desigual entre países hace a unos, ricos a costa de empobrecer a los demás. Israel no puede hacer crecer su territorio sin quitarle a sus vecinos más débiles. Por eso, en el mundo capitalista no puede haber ricos sin que haya pobres. Es un absurdo pensar en contrario.

Los que consiguieron la independencia del virreinato del Perú separándolo del estado español, fueron las fuerzas capitalistas que enarbolaban la bandera del comercio libre frente al monopolio español. La subversión nació en Europa, financiando cúpulas militares descontentas por la segregación del estado de derecho imperial a los españoles sudamericanos. De allí que, toda la ideología de la independencia era el separatismo con gobierno propio, monárquico o, liberal, pero sin alterar el orden social de dominación social vigente. España siguió siendo la “madre patria”. Nada que ver con la emancipación de la población nativa. Ese no era el objetivo.

La república peruana fue organizada bajo el sistema colonial con una cúpula militar que tuvo el mando en los primeros cincuenta años alternando caudillos colonialistas. En estas condiciones no hubo estabilidad en el estado de derecho republicano, que, siguió con el orden social colonial, marginando a la población autóctona, dueña originaria del territorio nacional. Los nativos no eran considerados peruanos. Eso estaba reservado solo para los españoles sudamericanos. Todas las constituciones liberales fueron atropelladas, por los supuestos “libertadores”.

Desde el inicio de la república, el estado de derecho era preponderantemente colonialista, católico y anti nativo. La cúpula militar realista pasó a ser la cúpula militar republicana, los miembros del sistema judicial colonial pasaron a administrar la justicia republicana, los empleos públicos eran propiedad privada y podían ser comercializados. Todo era legal según el estado de derecho implantado por cada caudillo militar, con un aparato estatal sufragado por los tributos a que estaba obligada la población nativa.

Solo cuando los capitales extranjeros llegaron para explotar nuestros recursos naturales como materia prima exportable, (salitre, guano de islas, algodón y azúcar) es que, el caudillismo militar dio paso al caudillismo civil. El empresariado capitalista tomó las riendas del país y estableció el estado de derecho a su medida, rigiendo la Constitución de 1860, que duró 59 años. Esta fue remodelada en 1933, por el empresariado pro norteamericano y pro británico, con el gobierno de Leguía, del Partido Civil. Este descendiente de españoles del virreinato, gobernó 15 años, representando la modernización del estado capitalista peruano.

Luego vendrían las Constituciones de 1979 y la espuria de 1,993, acondicionada al neoliberalismo que, es la que rige actualmente nuestras vidas, aunque muchos no se den ni cuenta de esto. Los descendientes de españoles sudamericanos siguen gobernando conservando muchos rezagos colonialistas. Estamos bajo el estado de derecho neoliberal y la democracia responde a ese estado de derecho. Es una democracia neoliberal emanada de una Constitución neoliberal. Pero esta “democracia” es un molde construido con amarres jurídicos preconcebidos y toda la legislación electoral está condicionada para obtener los resultados políticos que hoy tenemos.

Esto nos lleva a repudiar lo que, nosotros mismos hemos elegido con esta democracia amañada, para los poderes ejecutivo y legislativo. De haber nuevas elecciones generales, el resultado será similar porque el molde es el mismo. Si queremos una democracia aceptable para la mayoría, habrá que modificar el estado de derecho que la sustenta. Los resultados de esta democracia neoliberal nos muestra el INEI, en los siguientes gráficos oficiales:

 


 


Nuestro pueblo se siente abrumado, abatido e impotente ante el estado de derecho neoliberal. Cada vez que se rebela, le cuesta muchas muertes. No confía ni en los partidos políticos porque lo defraudan. Pero no queda otra opción que, luchar por reducir al mínimo la opresión neoliberal, arrancando al sistema opresor cada vez más logros sociales. Las conquistas sociales no caen del cielo. Hay que lucharlas para mejorar nuestro destino. Si queremos una democracia popular, tenemos que persistir en nuestra lucha, mejorando nuestros métodos y estrategia.

Salvo mejor parecer.

Marzo 5-2024

Mayor información en https://wordpress.com/view/republicaequitativa.wordpress.com

 


 

sábado, 20 de enero de 2024

¿LA DEMOCRACIA OCCIDENTAL ES DEMOCRACIA?

 


JUEVES 18 DE ENERO DE 2024

Eric Zuesse

 

Las especulaciones en Estados Unidos y sus colonias (“aliados”) de que las tropas ucranianas y las armas y guías de la OTAN lograrán la victoria contra Rusia en los campos de batalla de Ucrania están retrocediendo (si es que no están desapareciendo ya) en el agujero de la memoria de la propaganda del imperio estadounidense; y, por tanto, ha llegado el momento de analizar ese agujero de la memoria en sí, de ver lo que se ha olvidado o lo que el público nunca conoció.

Como he documentado anteriormente , Rusia ha logrado, desde que Putin llegó al poder en 2000, una tasa de crecimiento económico que es casi tan pronunciada como la de China, y mucho más alta que la de Estados Unidos o cualquiera de sus colonias . El estancamiento ahora está en Occidente, no en Oriente. Y el crecimiento se da especialmente en China y Rusia . Pero el régimen estadounidense se niega resueltamente a reconocer el éxito de Rusia. Es más, se niega a reconocer el declive de Estados Unidos (que es flagrante) . Y aún más: oculta el hecho de que al régimen imperial, al propio gobierno de Estados Unidos, le está yendo tan bien, sólo explotando a sus colonias europeas y a Japón (la mayor colonia de Estados Unidos en el Este), a quienes, por lo tanto, les está yendo aún peor. de lo que es Estados Unidos . Éste es el resultado tradicional de cualquier imperio: la explotación de sus colonias, y ciertamente es el caso de todas las colonias de Estados Unidos, excepto Corea del Sur (cuya economía es única en el imperio estadounidense porque funciona mejor que la de Estados Unidos, aunque todavía no tan bien como el promedio global ).

La razón por la que Corea del Sur se está desempeñando mejor que la potencia imperial aún no está clara, pero al menos todas las naciones importantes del imperio se están desempeñando significativamente peor que el promedio mundial; y tanto China como Rusia (las dos principales potencias asiáticas) se están desempeñando significativamente mejor que cualquiera de esas naciones del imperio estadounidense, y significativamente mejor que el promedio mundial.

En cuanto a qué naciones son democracias y cuáles dictaduras, la única nación que ha sido estudiada empíricamente en profundidad sobre esa cuestión es Estados Unidos, que en todos los estudios muestra muy claramente que es una dictadura de sus superricos (los más ricos) 0,01%, y especialmente por sus casi mil multimillonarios), ninguna democracia . Además, una encuesta afiliada a la OTAN realizada en 53 países durante 2022 preguntó en cada país si estaban de acuerdo con la afirmación “Mi país es democrático”, y el porcentaje más alto que dijo Sí entre los 53 países encuestados fue China, en 83%. El segundo lugar más alto fue Vietnam, con un 77%. Estados Unidos estuvo peor que el promedio y empató en los puestos 40 y 41, de los 53 países, con Colombia, con un 49%. Apenas menos de la mitad de sus ciudadanos dijeron que viven en una democracia. Empatados en los puestos 44 y 45 estaban Perú y Rusia, con un 46% cada uno. Entonces: si Estados Unidos (que es el único país que ha sido analizado científicamente para determinar si es una democracia, y consistentemente se ha demostrado que NO lo es) es menos dictadura que Rusia, es sólo un poco menos dictadura que Rusia.



Además, Estados Unidos tiene un porcentaje más alto de población que vive en prisiones que cualquier otro país del planeta (es auténticamente el número 1 en eso, con 639 prisioneros por cada 100.000 residentes), mientras que Rusia ocupa el puesto 25 en eso, con 341. China ocupa el puesto 117 (empatado con Tayikistán) con sólo 121. (Vietnam tiene un 128 por cien mil, un poco peor que China.) Entonces: en esa medida, Rusia no es tan mala como Estados Unidos, y China es significativamente mejor que ambos. Estados Unidos es el principal estado policial del mundo. Pero ya sabemos que es una dictadura.


Además, el 8 de diciembre de 2023, Gallup tituló, para que su artículo consiguiera el menor número de espectadores posible, 
“La vida rusa en 6 listas” , e informó en realidad de una serie de realidades clave que el régimen estadounidense quiere que su público no conozca, tales como como que “los rusos ven un repunte económico y mejores niveles de vida en el futuro”, “la aprobación del liderazgo de China alcanza niveles récord” y en Rusia “la mayoría está satisfecha con las libertades personales, más dividida en los medios” y “el sentimiento de seguridad alcanza niveles récord entre los rusos” y también “La aprobación de los rusos al ascenso del liderazgo de China; Estados Unidos y Alemania se mantienen planos”.

Esto último podría haber mostrado que mientras que el 71% de los chinos respondieron Sí a la pregunta “¿Aprueba o desaprueba el desempeño laboral de los líderes de [su país]?” el porcentaje comparable con respecto a la población de Alemania fue del 10%, y el porcentaje comparable con respecto a los Estados Unidos fue del 6%. Sin embargo, (de acuerdo con la necesidad de Gallup –un frecuente contratista del gobierno estadounidense– de ocultar en lugar de llamar la atención del público información que el régimen quiere que el público no sepa), Gallup dejó sin respuesta en qué consiste la frase “EE.UU. y Alemania plana”. Probablemente significaba sólo que a los rusos no les gustaba el liderazgo de Alemania y aún menos el liderazgo de Estados Unidos, y que los rusos (NO los chinos) calificaban el liderazgo de China con un 71% de aprobación. El informe de Gallup no dice nada sobre cómo ven los rusos el propio liderazgo de Rusia. Probablemente la razón de esto es que el régimen estadounidense no quiere que el público sepa que la razón por la que Putin ha estado ganando reelecciones desde el año 2000 es que su liderazgo en Rusia ha sido estelarsuperando fácilmente al de Estados Unidos o cualquier otro país o colonia estadounidense ('aliado') .

¿Y querría el régimen estadounidense que el pueblo estadounidense supiera que mientras que en Estados Unidos el liderazgo de Joe Biden obtiene sólo un índice de aprobación laboral del 39% , e históricamente, remontándonos al peor presidente de la historia de Estados Unidos, Truman, en 1945, los presidentes estadounidenses han promediado sólo un 50% de índice de aprobación por parte de los estadounidenses?, Putin, desde que llegó al poder, ha promediado un índice de aprobación laboral del 75% por parte de los rusos (y ahora es aún más alto, con un 80%) . Así que, en cambio, los medios de propaganda del régimen estadounidense ocultan esa realidad y pretenden que Putin es un "dictador" . Y ocultan todos los hechos que estaban en este artículo de Gallup y lo titularon como “La vida rusa en 6 gráficos” , lo cual es menos interesante que cualquiera de esos hechos.

Entonces: ¿cuál es el índice de aprobación laboral del líder de China, Xi Jinping? El 20 de diciembre de 2014, The Diplomat tituló “El líder más popular del mundo: el presidente Xi de China” e informó:

El Centro Ash para la Gobernanza Democrática y la Innovación de la Escuela Kennedy de Harvard copatrocinó una encuesta sobre las percepciones globales de los líderes internacionales. Los resultados, publicados este mes, se basaron en encuestas realizadas a ciudadanos de 30 países de todo el mundo, a quienes se les preguntó sobre su familiaridad y aprobación de 10 líderes mundiales. Según la encuesta , el presidente chino Xi Jinping tenía el índice de aprobación más alto, tanto en el país como en el extranjero. Xi obtuvo una calificación compuesta de 8,7 (sobre 10), superando al presidente ruso Vladimir Putin (8,1) por el primer puesto.

Tanto Putin como Xi tenían índices de aprobación interna sorprendentemente altos, con Xi con 9 sobre 10 y Putin con 8,7 (a modo de comparación, el presidente estadounidense Barack Obama obtuvo 6,2). Sin embargo, las percepciones internacionales diferencian a Xi y Putin. El presidente ruso obtuvo sólo un 6 en la evaluación de los extranjeros, ocupando el último lugar entre los 10 líderes incluidos en la encuesta. Xi obtuvo un 7,5, superando apenas al primer ministro indio, Narendra Modi, con un 7,3. Xi fue visto particularmente favorablemente en los países asiáticos (excepto Japón y Vietnam), así como en África.

Por supuesto, eso se informó apenas unos meses después de que el régimen estadounidense de Obama se apoderara de Ucrania en un sangriento golpe de estado que ocultó detrás de manifestaciones masivas contra la corrupción en Ucrania en febrero de 2014 ; por lo tanto, dado que la fábrica de propaganda estadounidense había estado retratando a Putin en lugar de a Obama como el villano global, el bajo índice de aprobación internacional de Putin es comprensible.

Después de la propaganda contra China que comenzó con el régimen de Trump en 2017, el Centro de Investigación Pew de Estados Unidos informó el 27 de julio de 2023 de sus encuestas en 24 países, principalmente colonias estadounidenses, sobre la “confianza en el presidente chino Xi Jinping de hacer lo correcto en los asuntos mundiales”, y descubrió que principalmente no tenían “ninguno en absoluto” y que la media de 24 países era 74% hostil hacia él. La propaganda (como la de la Casa Blanca de Trump y Biden) puede hacer que las encuestas de un líder político (como las de Xi) (como en Estados Unidos y países "aliados") se pongan patas arriba prácticamente de la noche a la mañana.

El chino canadiense Xiaoming Guo tituló el 29 de septiembre de 2022: “¿Cuál es el índice de aprobación del presidente chino Xi Jinping?” y escribió:

No hay índices de aprobación en China a nivel nacional. China no depende de las encuestas para gobernar. Occidente tampoco depende de las encuestas para gobernar. Occidente depende de las encuestas para las campañas electorales. Los políticos occidentales dependen de las encuestas para diseñar sus estrategias de campaña para atraer más votos. No son, en esencia, líderes sino eco de las encuestas. Son populistas. Cuando Occidente dice que son líderes, en realidad manipulan la opinión pública a través de encuestas, estadísticas y retórica. Manipulan la opinión pública para que los votantes crean en lo que no es necesariamente cierto.

Xi, por otro lado, es un verdadero líder que simplemente hace lo que es bueno para el pueblo, independientemente del tipo de encuesta. Xi logró algunas cosas que se ganaron el corazón del pueblo chino. Uno de ellos es combatir la corrupción. Es un giro significativo. …

Pero las empresas encuestadoras occidentales han realizado encuestas en China sobre cómo se siente la ciudadanía acerca de su gobierno. El 24 de marzo de 2023 titulé “Cómo califican los ciudadanos de las naciones a su propio gobierno” e informé desde el Barómetro de confianza de Edelman: En “Confianza en el gobierno”, China ocupó el puesto número 1 con un 91%. En “Confianza en los medios”, China ocupó el puesto número 1 con un 80%. En “Confianza en los negocios”, China ocupó el puesto número 1 con un 84%. Estados Unidos obtuvo alrededor del 40% en cada uno y Rusia obtuvo alrededor del 30% en cada uno. Prácticamente en lo único en lo que confían los rusos es en el líder de la nación, a quien Estados Unidos y sus colonias quieren “cambiar de régimen”. Quieren hacerle a Rusia y a China lo que le hicieron a Guatemala, El Salvador, Chile, Siria, Libia, Ucrania, Irak, Irán, Afganistán, etc.; y, por eso, los medios de propaganda están demonizando (para un “cambio de régimen”) a Putin y Xi.

 

Fuente: https://geoestrategia.es/noticia/42146/politica/por-que-rusia-esta-enormemente-subestimada.html