08/ABR/2024| VIENTOSUR Nº 192
La constatación es evidente. Las
democracias liberales, parlamentarias, adosadas a Estados llamados de derecho,
hacen frente, en el exterior, a regímenes que aborrecen esa forma política,
mientras que, en su interior, son saboteadas por una amplia fracción de fuerzas
de derecha o extrema derecha. Los recientes éxitos electorales de las formaciones
más nacionalistas y xenófobas en Italia, Holanda y Alemania dan fe de ello. No
se trata aquí de aprobar la actuación de las democracias parlamentarias que
están históricamente vinculadas al colonialismo y que han dado un envoltorio
liberal a la explotación capitalista de la fuerza de trabajo. Se trata más bien
de mostrar cómo el neoliberalismo, como modo general de organización económica
y social a todos los niveles de la vida, ha funcionado y sigue funcionando como
una formidable máquina de destrucción de la democracia liberal. Esto es lo
que ha llevado a algunos autores, como Wendy Brown, a hablar
de desdemocratización o, como hemos dicho nosotros, de una “salida de
la democracia”, para subrayar mejor el carácter antidemocrático fundamental del
neoliberalismo 1/.
La responsabilidad directa de
este sabotaje recae en gran medida en la extrema derecha y la derecha
radicalizada. Estas fuerzas llevan al espacio público discursos que encuentran
su coherencia en un etnonacionalismo teñido a veces de fanatismo religioso y en
la elección de un Estado securitario en el que la policía tiene prioridad sobre
la justicia. Ésta es la principal tendencia política e ideológica de nuestro
tiempo, hasta el punto de que incluso las llamadas derechas moderadas o las formaciones
de centro están en gran medida contaminados por ella. La evolución del
macronismo en Francia tiene un significado general. Al principio, Macron se
presentó como representante de la globalización neoliberal y defensor de la
Europa ordoliberal frente el cierre soberanista de Ressemblement
National [extrema derecha] y contra el iliberalismo de los países de
Europa del Este. Con el tiempo, se ha orbanizado de forma casi
caricaturesca, llegando incluso a retomar recientemente temas antiinmigración,
masculinistas y pro-natalistas de la extrema derecha. Pero esta responsabilidad
directa no puede ocultar la causa más profunda de esta evolución: el
neoliberalismo.
Es difícil identificar estos
procesos de extrema derechización cuando no se entiende suficientemente bien la
naturaleza del neoliberalismo. En primer lugar, es necesario diferenciar entre
liberalismo en general y neoliberalismo. Incluso es un profundo error
calificar sin más de liberal lo que concierne al neoliberalismo.
Cierto, el neoliberalismo es un liberalismo económico, e incluso radical, pero
no concibe esta libertad económica como uno de los aspectos de un vasto
conjunto de libertades fundamentales, cada una de las cuales tendría su propia
lógica y sus instituciones independientes, sino que la considera como el
principio general de la vida social e individual. En otras palabras, se supone
que el binomio competencia-empresa remodelará toda la sociedad y sus
instituciones. Esta supremacía absoluta del mercado contraviene el
ideal pluralista de la democracia liberal: se supone que el mercado debe
responder en todas las áreas al único propósito de la prosperidad individual y
el enriquecimiento de todo el mundo. En otras palabras, el neoliberalismo puede
definirse como la extensión indefinida de la racionalidad capitalista a todas
las esferas de la existencia, incluso a la subjetividad humana.
El neoliberalismo es una
estrategia de guerra civil
El neoliberalismo se presenta
como una estrategia política de transformación de las sociedades en órdenes
competitivos, lo que implica el debilitamiento o la eliminación de las fuerzas
de oposición, con el objetivo de imponer a las sociedades ciertos estándares
operativos generales, de los que el principal es la competencia, que es la
única que garantiza la soberanía de la o del consumidor individual 2/. El
mercado competitivo es una especie de imperativo categórico que permite
legitimar las medidas más extremas; incluiso el uso de la dictadura militar si
fuera necesario, como ocurrió durante el golpe de Estado en Chile en 1973 que
fue aplaudido por las autoridades intelectuales del neoliberalismo. El
neoliberalismo como lógica general del funcionamiento de una sociedad sólo
puede imponerse mediante la neutralización de las fuerzas sociales, políticas y
culturales que se le oponen. Pero hay dos medios para lograrlo: el
aplastamiento violento a través de un fascismo tradicional o renovado, o la
erosión de los resortes y las instituciones de la democracia de forma lenta a
lo largo de varias décadas. En ambos casos, la lógica normativa del
neoliberalismo presupone la creación de condiciones políticas, ideológicas y
sociales para su extensión y, en particular, un debilitamiento de todo lo que
pueda obstaculizar la racionalidad del capital.
Si hay una unidad del neoliberalismo
no es doctrinal, es esencialmente estratégica, relativa al objetivo final y a
los medios para neutralizar a un enemigo capaz de adoptar rostros diferentes
según la situación. Es este objetivo único y la diversidad de medios lo que
explica la relativa plasticidad política del neoliberalismo. En
determinadas ocasiones históricas, el neoliberalismo parece fusionarse con el
advenimiento o el restablecimiento de la democracia liberal; en otras
circunstancias, cuando el orden del mercado parece amenazado, se combina con
formas políticas más autoritarias que llegan incluso a la violación de los
derechos más básicos de las personas. Y en muchos otros casos, se trata de una
democracia parlamentaria que se va vaciando gradualmente de sustancia en
beneficio de un Estado policial que ejerce vigilancia y represión sobre todo lo
que pueda amenazar el orden sagrado de la competencia. Así, el neoliberalismo
puede aparecer, unas veces, como un vector de la democracia liberal y, otras,
como un aliado de las peores dictaduras.
Idealmente, en el orden de
mercado estructurado por el principio mismo de competencia generalizada, la
dominación se ejerce mediante medios económicos y técnicos supuestamente
neutrales que pretenden ser mucho más efectivos que la confrontación violenta.
Sin embargo, actualmente, en las democracias liberales más antiguas, podemos
observar un aumento de la violencia estatal directa contra los ciudadanos y
ciudadanas a quienes se les considera no sólo culpables ante la ley,
sino como enemigos de las leyes fundamentales del orden del mercado.
Esta enemigación [considerar enemigo al oponente] de los oponentes y
los perturbadores es el sello distintivo del momento actual de la historia
política. Basta con ver la intensidad de la represión policial y judicial
contra quienes perturban el orden social y se atreven a desafiar el poder. Cada
vez más, las medidas jurídicas, policiales y tecnológicas específicas de la
guerra contra el terrorismo o dirigidas contra las insurgencias armadas se
convierten en instrumentos para la gestión ordinaria del orden público.
Estas nuevas formas autoritarias
de dominación neoliberal nos recuerdan que se trata de una
verdadera guerra civil, abierta o larvada, declarada o no, contra todas
las fuerzas organizadas, las instituciones y las subjetividades que no
obedezcan al modelo de la empresa y a la norma de la competencia.
El papel del Estado en la guerra
neoliberal
Todas las y los neoliberales
están convencidos de que la intervención estatal es necesaria para lograr y
defender ese orden de mercado competitivo. Además, ésta fue la base del acuerdo
entre las diferentes corrientes doctrinales que se formuló por primera vez
durante el Coloquio Lippmann de 1938 y, por segunda vez, con la fundación de la
Sociedad Mont-Pélerin en 1947. Todas las grandes luchas posteriores del
neoliberalismo político testimoniarán este acuerdo fundamental en la lucha
común contra el Estado de bienestar y contra el comunismo. El Estado neoliberal
no es el Estado pasivo, mínimo o débil. Por el contrario, es muy activo a la
hora de imponer la lógica de la competencia en las relaciones sociales y el
modelo de la empresa en las instituciones, incluidas las públicas.
El Estado neoliberal trabaja para
luchar contra los mecanismos de protección establecidos en una fase anterior
del desarrollo del Estado y, de manera más general, contra todo lo que se
relaciona con la igualdad civil y social. El Estado neoliberal se vuelve así
contra el Estado social mediante una política
deliberadamente insecuritaria e inigualitaria a nivel
social. Pero no son sólo las conquistas del Estado social las que están en
cuestión por las políticas neoliberales, sino que también es el funcionamiento
clásico de las democracias liberales el que se ve afectado en su esencia:
1) por la constitucionalización de
la lógica del capital que sustrae la orientación de la política económica del
ámbito de la deliberación pública,
2) por la concentración
oligárquica del poder, y
3) por el uso de métodos
represivos y el chantaje permanente destinados a imponer retrocesos en los
derechos sociales de los asalariados y asalariadas y en los derechos políticos
de la ciudadanía.
El neoliberalismo nunca ha sido
democrático. Desde el inicio, en el núcleo de su proyecto existe un contenido antidemocrático fundamental
que surge de un deseo deliberado de excluir las reglas del mercado de la
orientación política de los gobiernos, consagrándolas como reglas inviolables
impuestas a cualquier gobierno. Independientemente de la mayoría electoral de
la que provenga. La democracia, según neoliberales como Friedrich Hayek, es un
peligro si se interpreta como soberanía popular. Porque la soberanía
popular conduce a la socialdemocracia, que es el primer paso hacia el
socialismo y el totalitarismo. El terreno de lo social, que nos remite al
conjunto de los dispositivos de la protección social y a las
políticas para redistribuir e igualar los recursos, proviene, según los
neoliberales, de una falsa concepción de la democracia y de un abuso de las
instituciones que se reclaman de ella. Hay que combatir esa falsa democracia,
esa peligrosa democracia, porque está directamente enfocada a eliminar una
sociedad basada en la libertad individual 3/.
F. Hayek está convencido de que
la democracia como soberanía popular conduce al socialismo, que contiene en sí
misma las semillas de la democracia totalitaria debido a la doble
creencia en la soberanía popular y en la justicia social, dos mitos que, para
él, han desenfrenado el poder público y puesto en grave peligro el orden espontáneo
de la sociedad 4/. Según los neoliberales, hay dos concepciones posibles
de la democracia, la mala y la buena. La mala es la que ve en el pueblo la
fuente de la soberanía, la legitimidad que da al gobierno la capacidad de
intervenir ilimitadamente en los asuntos de la colectividad en función de las
mayorías electorales. La buena es la que ve en la democracia una forma para
seleccionar a los dirigentes sin violencia y de limitar su poder para
garantizar las libertades personales.
Esta oposición entre las dos concepciones
de democracia es fundamental para comprender la estrategia neoliberal. Hay que
recordar que los primeros neoliberales austriacos y alemanes estuvieron muy
influidos por Carl Schmitt y su doctrina del Estado fuerte, el único
capaz, a su juicio, de resistir a todas las reivindicaciones populares en favor
de la igualdad social. Por encima de la contienda, el Estado fuerte es lo
opuesto al Estado total que quiere encargarse de todo. El Estado
fuerte, para los neoliberales, es el guardián de un orden de libertad que, como
tal, puede utilizar los medios más autoritarios y violentos para
defenderlo.
En este sentido, la actitud de
los más grandes neoliberales hacia la dictadura de Pinochet, ya sean F. Hayek o
Milton Friedman, atestigua suficientemente las consecuencias políticas de su
doctrina. F. Hayek tuvo el mérito de la franqueza cuando declaró al periódico
chileno El Mercurio en abril de 1981: “Mi preferencia personal es por
una dictadura liberal y no por un gobierno democrático en el que está ausente
todo liberalismo”.
Así, el neoliberalismo no es en
absoluto una doctrina de la democracia como poder autónomo del pueblo, es una
teoría de los límites institucionales que hay que poner a la lógica
de la soberanía popular, en la medida en que esta lógica, cuando no está
controlada, está plagada de peligros totalitarios.
Sin sacar conclusiones directas
entre estas primeras tesis neoliberales de los años 1930 y 1940, basadas en el
miedo a la democracia, y las formas autoritarias de los gobiernos neoliberales
actuales, al mencionarlas se puede entender mejor que, desde el principio, la
inspiración neoliberal no es en modo alguno un liberalismo moral y político
clásico. Porque para el neoliberalismo la finalidad de un orden social no es la
libertad y la dignidad humana, no es la garantía incondicional de los derechos
humanos, sino que, de manera más prosaica, reside en la racionalidad
capitalista como una lógica normativa general.
Variantes del neoliberalismo
El neoliberalismo no se ha
desarrollado nunca como la aplicación de un plan de conjunto cuya aplicación
estuviera perfectamente regulada por un centro de mando único. Si bien existe
un neoliberalismo identificable como estrategia global para la transformación
de la sociedad, también existen numerosas y a veces importantes variantes en
torno a este eje estratégico. El neoliberalismo ha sabido diversificarse según
países, clases, sectores de la población y, por supuesto, momentos históricos.
Estos modelos se inventaron mediante el método de prueba y error y se han
adaptado a las circunstancias. Precisamente, a escala global, el neoliberalismo
ha podido imponerse a través de esta diferenciación y de la saturación del
espacio social y político que resulta de estas diferentes configuraciones
sociopolíticas. Aunque su formulación es cuestionable, Nancy Fraser tuvo el
mérito de subrayar que en Estados Unidos, y hasta cierto punto en Europa, había
dos posibles figuras de coalición neoliberal: la que ella llama “neoliberalismo
progresista” (alianza de la alta tecnología, la finanza y las minorías
culturales y sociales representadas por el centrismo del Partido Demócrata) y
el “neoliberalismo reaccionario” (alianza de los sectores capitalistas más
tradicionales y las capas sociales más sensibles a los valores religiosos,
tradicionalistas y nacionalistas) representadas por el Partido Republicano. Las
fuerzas llamadas “progresistas”, al igual que las fuerzas llamadas
“reaccionarias”, pueden, a su vez, impulsar un poco más la racionalidad
capitalista en detrimento de la solidaridad social y los derechos de las
asalariadas y asalariados 5/. En cada variante, el objetivo es captar las
categorías sociales y culturales que tienen intereses y características
propias: jóvenes, mujeres, urbanos, rurales, titulados, no titulados,
funcionarios y empleados del sector privado, asalariados y asalariadas de
estatuto y asalariados y asalariadas precarios, etc.
Las oligarquías dominantes se
dividen y se oponen entre sí, particularmente en materia de valores familiares
y religión, sobre el comportamiento educativo y la moral en general, pero a la
vez coinciden en la idea común de una sociedad regida por la competencia y la
acumulación de ganancias, es decir, coinciden en una sociedad regida por la
racionalidad capitalista. Hoy, en muchos países, una fracción de las
oligarquías dominantes busca agitar el nacionalismo, la xenofobia y el
masculinismo para aprovechar la ira popular contra los efectos más brutales de
esta racionalidad capitalista. El ejemplo británico del Brexit en lo que respecta
a Europa es bastante típico en este sentido, al igual que el trumpismo en
Estados Unidos.
La guerra de valores
¿Cómo socava el neoliberalismo
los cimientos de los regímenes políticos liberales actuales? Asistimos a una
nueva combinación de neoliberalismo y el populismo nacionalista más
autoritario, como si en el ámbito de todas las técnicas para imponer la
libertad de los mercados, las fuerzas políticas a la vez neoliberales y
nacionalistas hubieran logrado la hazaña de darle la vuelta a la cólera de las
masas y utilizarla para promover el neoliberalismo radical.
Esta hibridación cada vez más
profunda entre el neoliberalismo y el nacionalismo populista provoca la
captación de los afectos mediante la instrumentalización del resentimiento
hacia las élites, sobre todo de izquierda, que se supone han traicionado
al pueblo nacional. Esto sólo es posible desplazando las cuestiones políticas
desde el terreno de la injusticia social al terreno de la identidad
nacional, la religión y las jerarquías tradicionales. Esta guerra de
valores permite desviar la ira, la frustración y los miedos sociales de la
parte de la población más vulnerable hacia chivos expiatorios (inmigrantes,
negros, mujeres, homosexuales, sindicalistas, activistas, intelectuales, etc.).
Por lo tanto, esta guerra civil neoliberal no es sólo la lucha
librada por un aparato estatal contra los derechos sociales y las libertades
públicas, sino también una guerra cultural intestina que se libra en detrimento
de los intereses de la mayoría. Esta guerra de valores sirve para dividir a las
personas y enfrentarlas entre ellas activando líneas de división moral, racial,
cultural e ideológica, que a veces son muy antiguas. Es esta división la que
asegura hoy la perpetuación de una situación tan desigual y regresiva a nivel
democrático. Las fuerzas nacionalistas y reaccionarias no cuestionan en
absoluto ni el neoliberalismo como modo de poder ni el capitalismo como sistema
productivo. Por el contrario, cuando llegan al poder, reducen los impuestos a
los más ricos, reducen las ayudas sociales, aceleran la desregulación, en
particular en materia financiera o ecológica, y atacan a los sindicatos y a las
organizaciones sociales. Trump fue un modelo de este tipo, Milei en Argentina
es hoy su discípulo aún más radical.
Esta plasticidad del
neoliberalismo no es nueva. A menudo nos acordamos de la forma en que las
políticas neoliberales se profundizaron después de la crisis financiera global
de 2008. Algunos creían entonces en el final del neoliberalismo, según el
famoso título de un artículo de Joseph Stiglitz. En realidad, el neoliberalismo
sobrevive y se fortalece; no a pesar de las crisis que provoca, sino, por el
contrario, apoyándose en ellas, explotando en su beneficio las consecuencias
más negativas o desastrosas de sus propias políticas, de modo que se
refuerza por las crisis que engendra.
Esta radicalización del
neoliberalismo se debe en gran medida a una lógica
de auto-alimentación y de auto-agravación de las crisis, ya
que las oligarquías dominantes atribuyen estas últimas a la muy limitada
libertad económica. Es este proceso infernal el que actualmente acelera la
crisis de las democracias liberales, hasta el punto de que las poblaciones,
prisioneras de estos bucles de auto-alimentación y auto-agravación, buscan una
salida en un Estado autoritario que finalmente pondrá orden en sociedad y las
protegerá de la inseguridad. Para decirlo de manera más simple, el rostro
autoritario y violento que adopta el neoliberalismo se debe a la explotación
política e ideológica de los efectos de la libertad económica y la
desestabilización social que genera. Toda la paradoja de la situación está ahí:
la guerra cultural y la propaganda nacionalista se basan en las reacciones de
desesperación de sectores de la población particularmente afectados por las
políticas neoliberales.
La Europa neoliberal y el ascenso
de la extrema derecha
Las próximas elecciones al
Parlamento Europeo, según los sondeos y a la vista del aumento electoral de la
extrema derecha en Europa, deberían reforzar el peso de los grupos
nacionalistas. En todas partes, las fuerzas de derecha o de centro están, poco
o mucho, contaminadas por la xenofobia y el culto al Estado fuerte. El modelo
neoliberal europeo está teniendo las mismas consecuencias ideológicas y políticas
que en todas partes. La construcción del gran mercado que estableció desde los
años 1980 la libre circulación de bienes, servicios y capitales, el
establecimiento de la moneda única y luego el Tratado Constitucional de 2005
constituyeron otras tantas etapas hacia la Unión Europea que conocemos.
Esta construcción, combinada con
la globalización económica que ha reforzado el dumping social, fiscal
y medioambiental a una escala aún mayor, ha logrado
una constitucionalización de la competencia libre y no
distorsionada que los gobiernos de derecha e izquierda han promovido
unánimemente. Este viejo sueño ordoliberal está pagando hoy un precio político
que pocos de los responsables de este logro habían previsto y que ninguno está
asumiendo hoy 6/. La armonización social y fiscal a la baja, junto a
la libertad de flujos de capital, han acentuado los desequilibrios sociales y
regionales internos, mientras que las políticas de austeridad han favorecido
una caída de los salarios en la distribución del valor producido. La
concentración de los ingresos y las fortunas, la inseguridad económica, la
desindustrialización violenta y la desarticulación de las sociedades entre los
centros metropolitanos y las periferias suburbanas o rurales, han conducido a
esta profunda y duradera crisis de las formas democráticas liberales en
Europa.
La contradicción entre la
encantadora retórica sobre la apertura al mundo y la realidad social
vivida por las poblaciones conduce a una desconfianza masiva hacia
los representantes del pueblo y, más profundamente, contra
las democracias representativas, en pleno corazón de Europa, en los
antiguos países fundadores del mercado común. Se ha extendido el
sentimiento de que no nos representan porque no nos protegen.
La tragedia de nuestro tiempo es
que la reacción de la sociedad ante las agresiones del capitalismo ha adoptado
una forma reaccionaria. El fenómeno no es absolutamente nuevo. En las décadas
de 1920 y 1930, al menos si nos atenemos a los análisis de Karl Polanyi,
experimentaron un contramovimiento que, como reacción al liberalismo económico
del siglo XIX, pretendía reinsertar la economía en formas sociales tolerables.
En muchos países, fue el Estado, con rasgos totalitarios, el que asumió el
liderazgo de este contramovimiento.
Por lo tanto, la cuestión es cómo
evitar que las defensas reactivas de la sociedad vuelvan a adoptar formas
políticamente reaccionarias. Defender el Estado de derecho contra las medidas
vergonzosas contra las y los inmigrantes y contra todos los dispositivos de un
Estado patriarcal y securitario que violan las libertades fundamentales, los
derechos sociales y las conquistas feministas es ciertamente necesario, pero no
suficiente. El objetivo de romper con el orden existente es indispensable. Pero
el peor error sería adherirse a la lógica de repliegue nacionalista y
estatista, como proponen muchos en la izquierda. No se gana nada abrazando la
retórica nacionalista, como hoy hacen La France Insoumise o el
Partido Comunista Francés. La transnacionalización de las luchas ecologistas,
feministas y campesinas, por muy embrionaria que sea, indica una posible
dirección completamente diferente. La circulación global de las formas de lucha
(ocupación de las plazas, asambleísmo, democracia directa) y de los
experimentos de autogobierno (desarrollo de los comunes, comunalismo, etc.)
sugiere el nacimiento de una cosmopolítica radical capaz de tomar el relevo del
altermundialismo.
Otra cuestión decisiva que
el populismo de izquierda no ha resuelto es la de
la convergencia de las luchas. La lógica nacionalista y estatista, hoy dominante,
apuesta por la concentración sintética de las cóleras y de los intereses en
torno a las grandes entidades trascendentes de la Nación y el Estado. Por su
parte, el radicalismo de izquierda no puede contentarse con la multiplicidad de
causas sin una visión unificada de la sociedad deseable. La dispersión de las
luchas y de las protestas que favorece las vallas identitarias plantea un
problema estratégico que sólo una transversalización muy profunda de las
prácticas y de las causas podría resolver. Desafortunadamente, estamos sólo en
el comienzo de esta toma de conciencia.
Christian Laval es profesor
emérito de sociología en la Universidad París-Nanterre
Este año saldrá traducido al
español: La opción por la guerra civil. Otra historia del neoliberalismo de
las Editoriales Traficantes de Sueños, Lomy y Tinta limón, donde Laval junto a
otros autores amplía muchos de los temas apuntados en este artículo.
Traducción: viento sur
Fuente: https://vientosur.info/como-el-neoliberalismo-destruye-la-democracia/
No hay comentarios:
Publicar un comentario