06/11/2017
La izquierda dejó
de entender el Perú. En el siglo XX construyó las imágenes más relevantes de la
sociedad peruana, desplazando a los intelectuales conservadores y afines del
poder oligárquico. De Mariátegui a Aníbal Quijano, el aparato conceptual
marxista fue innovador para la comprensión del desarrollo capitalista, de las
transformaciones de la sociedad rural e, inclusive, de la cultura andina. Esto
le confirió una relativa hegemonía cultural que facilitó su posicionamiento
político.
Pero esa época
terminó. En algún momento, entre fines de los ochenta e inicios de los noventa
del siglo XX, la izquierda se extravió de la realidad, dejó de reconocer la
sociedad que emergía de la economía informal y de las reformas neoliberales. La
renovación en las ciencias sociales y económicas provino de corrientes no
marxistas, relativamente conformes con el status quo. La economía pasó
a ser una discusión de dígitos, quintiles y curvas estadísticas, como si no se
experimentara en la vida concreta de los individuos, en un contexto
territorial-regional específico o dentro de una determinada trama de poder.
En esta situación,
Los nuevos incas, de Raúl H. Asensio, es un libro inusual, lo más
cercano a una “etnografía” del desarrollo capitalista de la sierra andina
posreformas neoliberales.[
1] Allí el análisis de la economía rural de Quispicanchi, provincia de
Cusco, aparece entrelazada con los procesos políticos, sociales e incluso
culturales. Asencio, conviene aclararlo, no es economista ni marxista, pero su
libro resulta tremendamente útil para comprender las transformaciones
suscitadas por el crecimiento económico y el escenario social que emerge de ese
proceso. Pero vayamos a lo importante.
Con el riesgo de
toda simplificación, sugiero que el libro muestra que el crecimiento económico,
las inversiones privadas y las transferencias de recursos públicos generan una
masa monetaria que circula y dinamiza las economías rurales, abriendo oportunidades
de emprendimientos que son aprovechadas por los quispicanchinos. En el libro de
H. Asensio, los campesinos indígenas no esperan a Lenin y, más bien, son
agentes activos del desarrollo y las transformaciones de la sociedad rural: se
involucran en los proyectos de engorde de ganado, participan en las ferias
agropecuarias impulsadas por los gobiernos locales, ingresan al pequeño
comercio en las capitales de distrito y en algunos casos, como Oropesa, se
especializan en la producción de pan, abandonando las actividades agrícolas.
El mundo rural
retratado en Los nuevos incas, aparece bullente y dinámico: la
carretera interoceánica y la panamericana incrementan los flujos mercantiles,
las obras de infraestructura y su mantenimiento demandan fuerza de trabajo, los
gobiernos locales reciben transferencias e implementan microproyectos de
desarrollo agropecuario, se eleva el consumo popular y se diversifican los
patrones alimenticios; la conexión vial de Quispicanchi con el Cusco provoca la
emergencia de una generación de profesionales universitarios rurales y
aparecen los alcaldes-campesinos.
Los cambios
registrados por Los nuevos incas abarcan también la esfera de la
cultura: el incremento del ingreso rural se traduce en fiestas más espléndidas
y la “demanda cultural” fomenta la multiplicación de agrupaciones artísticas, y
una “industria informal” de producción de CD de bandas locales; la expansión de
los peregrinos del señor del Qoyllorit’i se explicaría, en parte, por la
crecida del ingreso rural. Esto daría lugar a una suerte de revitalización de
la cultural regional (“renacimiento andino”, lo llama el autor) que se expresa
en el fortalecimiento de las identidades y el empleo cotidiano del quechua por
los funcionarios de los gobiernos locales.
Así como el hada de los cuentos convierte calabazas en
carruajes, el crecimiento económico y los flujos mercantiles transfiguran a
campesinos en emprendedores y hacen brotar pequeños negocios en el campo. Por
supuesto, estoy exagerando. El autor advierte que el caso de Quispicanchi es
muy particular: se beneficia del canon minero, sin experimentar los problemas
de tener una mina en su territorio; asimismo, la economía local se hace
dependiente de las transferencias de recursos del gobierno central, vía los programas
social y de desarrollo. Es decir, depende de factores fuera de su control; una
caída en la recaudación del canon afectaría la economía rural, aunque esta
dependencia no sería absoluta si aceptamos los datos de Webb, según los cuales
se registra una tendencia general del incremento de la productividad de las
actividades agropecuarias.[2]
De otro lado, existen desequilibrios que acarrea todo proceso de crecimiento:
introducción de agentes foráneos que buscan captar el excedente, competencia
interna entre los productores y relajamiento de las relaciones de reciprocidad
que cohesionan a la sociedad rural.
¿Qué tan
generalizable es lo que experimenta Quispicanchi para el resto del país?
Cualquiera que viaje por las provincias del Perú, percibirá que efectivamente,
en unas más que otras, existe una dinámica en progreso. No contamos con
estudios que nos permitan señalar con precisión la trayectoria de estos cambios,
pero es probable que se trate de una tendencia relativamente importante y que
estemos asistiendo a la emergencia de un nuevo “escenario rural”. Dicho
escenario no significa la cancelación de los conflictos ambientales y de la
situación de pobreza de amplios sectores de la sociedad rural, pero demanda
iniciar un amplio debate y reflexión de las complejidades del terreno social
sobre el cual se desea actuar.
[1]
H. Asensio, Raúl. Los nuevos incas. La economía política del desarrollo
rural andino en Quispicanchi (2000-2010). Lima: IEP, 2016.
[2]
Webb, Ricard. Conexión y despegue rural. Lima: USMP, 2013
Rolando
Rojas
Historiador
e investigador del Instituto de Estudios Peruanos.
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