23-11-2017
MORENA,
con Romo y Moctezuma, acaba de dar a conocer su programa para las elecciones
presidenciales de 2018. Como se preveía, el programa en cuestión consiste en
una lista de propuestas que no encaran ningún cambio real en la dependencia de
México del capital financiero internacional y de Estados Unidos y en la
situación social en nuestro país. Para colmo, ese programa evita cuidadosamente
decir quién pagará los proyectos que expone porque no piensa en hacer pagar la
reconstrucción del país a quienes lo destrozaron y busca mantener intacto el
sistema capitalista.
AMLO pide el voto popular pero no plantea la
necesidad de un aumento general de salarios y de las jubilaciones por lo menos
del 50 por ciento para elevar el nivel de vida y de consumo de los más pobres,
que son la mayoría, reduciendo el posible impacto inflacionario de esta medida
de choque mediante el cobro de los impuestos que los capitalistas evaden,
impidiendo la fuga de capitales con un control de cambio e imponiendo un
impuesto de reconstrucción a los grandes bancos extranjeros y a las mayores
empresas y las grandes fortunas.
No habla tampoco de un plan masivo de creación de
empleos elaborado comunidad por comunidad, con la participación popular en la
definición de las necesidades, las prioridades y la búsqueda de recursos para
el financiamiento de nuevos puestos de trabajo sobre todo en los sectores que
más absorben mano de obra, como la vivienda, la vialidad, la artesanía. Deja de
lado también la pérdida por México de una parte importante de la población
joven que enfrenta peligros y hasta la muerte para emigrar donde será explotada
como mano de obra barata y sumisa y discriminada porque es pobre y por su
color. Además, subestima claramente los derechos indígenas, o sea, a un 15 por
ciento de los mexicanos.
El programa de AMLO tampoco afecta en nada la
actual dependencia económica, política, diplomática, militar y cultural de
Estados Unidos. No tiene planes reales para reincorporar a una actividad
productiva a los mexicanos expulsados por los gobiernos racistas de Estados
Unidos ni un plan eficaz para el campo para evitar los efectos del
recalentamiento global que desertifica y aumenta los peligros de inundaciones y
huracanes, ni hace frente a la necesidad de asegurar la autosuficiencia
alimentaria para no depender de Washington.
Peor aún: adopta una política en el campo de la
producción de energía eléctrica que aumenta la dependencia de mexicana de
Estados Unidos y pone en peligro los ecosistemas sobre todo en el sur del país,
única región que posee una vasta red de ríos. Con el cambio del clima, el agua
es cada vez más un recurso escaso y precioso, pero el programa retoma ideas del
genial Vicente Fox y de su Plan Puebla Panamá y propone una serie de obras
hidráulicas que forman parte de una cadena de represas destinadas a dar energía
al sur de Estados Unidos y que, además de expulsar campesinos e inundar sus
pueblos y tierras fértiles muy productivas, cambiarían irreversiblemente el
clima y los aportes de las aguas a la agricultura y la fauna terrestre y marina
creando un grave problema ecológico.
En el programa, elaborado entre otros por viejos y
destacados priístas cuya presencia en el entorno de AMLO busca dar garantías al
establishment oligárquico y al imperialismo estadunidense, no hay nada que
ayude a la autonomía y la autoorganización de los trabajadores y, en cambio,
hay guiños y promesas a las empresas privadas, como la propuesta de conceder
autonomía a las Universidades privadas en vez de reforzar y depurar las
alicaídas Universidades públicas.
¿Por qué, sin embargo, centenares de miles de
mexicanos honestos apoyan a AMLO y su programa escrito a sus espaldas y que no
conocen? Porque en México jamás ha habido una experiencia democrática de masas
y siempre las esperanzas se depositaron en la esperanza de un gobierno amigo y
en Salvadores Providenciales y no en la organización de los oprimidos y
explotados para hacer frente a los opresores y explotadores. Hay quienes temen
un cambio social, creen aún en la posibilidad de reformas pacíficas y depositan
sus esperanzas en un caudillo que es honesto –aunque la honestidad no es una
virtud sino un deber ético- pero que ordena la ocupación del centro de la
capital así como el cese de esa medida de fuerza sin consultar a nadie, según
le convenga y cuando se le ocurre.
Frente a esta candidatura de MORENA destinada a
reforzar las instituciones capitalistas y a encauzar hacia vías institucionales
la rabia popular se alza la candidatura de una mujer indígena –Marichuy
Patricio – que se declara anticapitalista, incorpora a la izquierda revolucionaria
y de clase y depende del apoyo de los trabajadores incluso para vencer el
obstáculo de su registro. El anticapitalismo de su programa, es cierto, todavía
no se concreta en medidas que se podrían adoptar inmediatamente o en llamados a
crear todo tipo de organizaciones de base, desde las cooperativas de consumo o
de producción hasta las policías comunitarias y las autodefensas frente al
crimen y a la ofensiva reaccionaria del Estado. Pero la dinámica misma de la
candidatura y la lógica de los hechos permiten esperar un progreso en la
extensión del programa.
México está en una crisis muy
grave y sin precedentes y los paños tibios no lo aliviarán. Necesita medidas de
fondo, urgentes, y despertar con ellas a sus aliados potenciales en Estados
Unidos (los antirracistas que combaten a Trump por la izquierda y los jóvenes
socialistas) y en toda América Latina. Necesita una fuerza anticapitalista que
proponga medidas radicales. MORENA le ofrece seguir como hasta ahora sin
cambiar el sistema mientras Marichuy llama a crear, a organizarse, a establecer
relaciones humanas de fraternidad para luchar por un cambio social. Para mí la
opción está clara.
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