Y luego nos preguntamos por qué
Punto
Final
30-11-2017
Un
reciente estudio del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo)
informa que los interesados en votar en las elecciones chilenas han bajado, a
un ritmo sostenido, hasta niveles alarmantes.
Si en las elecciones municipales del año 1992 votó
el 79%, en las del año 2016, solo lo hizo el 36%.
La esmirriada votación del domingo 19, confirma que
algo le pasa a esta democracia. Que de nuevo solo el 46% de los votantes se
haya entusiasmado para esta primera vuelta, dice mucho. En las oficinas
secretas en las cuales se deciden las cosas, habrá gente analizando si este
escenario de rasgo caótico sirve o no para el efecto de mantener el statu
quo o si esta nueva caída señala algún peligro para el sistema.
¿Por qué la gente ya no se interesa por votar?
La más importante razón, como resulta de toda
lógica, es que con votar no se cambia nada. Desde que comenzó la posdictadura,
los ganadores han sido exactamente los mismos. Aunque, a juzgar por los
resultados de la primera vuelta, algo no anda bien.
El duopolio, la ultraderecha y la
Concertación/Nueva Mayoría, se ha coludido para no solo mantener lo esencial
del modelo que impuso a sangre y fuego la dictadura, sino que se ha dado maña
para perfeccionarlo.
Lejos, perdidos en la historia, se escuchan los
ecos de las promesas que se hicieron de alegría, democratización y justicia. Lo
que hubo fue una supuesta transición que no ha dado hasta ahora prueba real de
democratización del país. Para qué hablar de justicia ni menos de alegría.
¿Pero por qué hay tanta gente que vota por la
derecha?
Si se considera que Piñera representa el lenguaje
de la derecha más abyecta, y que él mismo sea el epítome de la cultura
neoliberal en la que hacerse millonario a cualquier costo es una conducta
socialmente bien vista, ¿por qué obtiene esta votación?
Ese 44,5% (Piñera más Kast) que obtuvo la derecha
el domingo es alarmante. E importa una comprobación dramática: la derecha se
instala a nivel cultural, es decir, en lo que la gente común hace sin pensar en
lo que hace, en un sistema único en el mundo por sus extremos, y que ha dado
pie a un habitante que ha confundió el ser con el tener, aunque para el efecto
se bambolee entre un crédito y un préstamo.
Simples asalariados se vanaglorian de ser de clase
media, sin darse cuenta de que no son sino explotados y abusados en sus
derechos, lo que parece no importar mientras se tenga acceso al endeudamiento
eterno, al último smartphone , al auto, a la antena parabólica y al mall
.
Se consagró la admiración por el poderoso y la
glorificación del dinero obtenido no importa cómo.
Ser como ellos es la consigna que instaló el triunfo
embozado de la dictadura, la que se ha tratado de disfrazar como una transición
que jamás ha sido. Amplios sectores de habitantes no solo no exigen sus
derechos, sino que se escandalizan ante la opción de no pagar por ellos. Ahí
triunfó la dictadura: instaló la sensación de que esta vida es la mejor de las
posibles. Y la única. Naturalizó una cultura miserable como el mejor de los
mundos.
Así, pasar la vida entre aprietos económicos que se
resuelven por medios de las deudas eternas, se transformó en una manera de ser
feliz. En una forma de ser. Y el país pasó a ser uno en que más de once de sus
diecisiete millones de habitantes están endeudado, lo que cada uno agradece a
diario con la certeza del creyente.
Ese milagro lo hizo posible la derecha. Y ese
milagro explica su votación.
Esos votos son de puro agradecimiento, cuando no
del temor a no poder acceder a los réditos sociales que permite la deuda y que
se puede lucir en las redes.
Para esta gente que vota por la derecha la
desigualdad es una condición que lejos de afectar en algo la convivencia, es
una virtud que se enarbola como un logro de vida: no soy como los otros. No
quiero tener los derechos de los otros, sino los míos propios.
Hasta ahora el voto fiel de la derecha se afirma en
ese sentido común, enemigo de la reflexión y amigo de la ostentación a
cualquier precio.
Por otra parte, otra vez, los resultados de “las
izquierdas” en esta pasada elección aún no dan ni para una sopa.
Sin embargo, en breve esta gente idealista y
convencida comenzará de nuevo a tratar de perfeccionar todo aquello que no ha
sido sino un fracaso, con un entusiasmo que asombra. Y que asusta.
Y luego nos preguntamos por qué la derecha tiene
tan alta votación.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 889, 24 de
noviembre 2017.
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