20/11/2017
La clase capitalista transnacional está invirtiendo
miles de millones de dólares en la rápida digitalización del capitalismo global
como salida para el excedente de su capital acumulado, a la vez que busca
nuevas oportunidades de inversión en la construcción de un Estado policiaco
global. ¿Pero será suficiente la rápida expansión de estos dos sectores
de la economía global para evitar otra crisis catastrófica?
Los datos económicos internacionales señalan, más
bien, que la economía global está al borde de otro colapso. Las
condiciones estructurales subyacentes que desataron la Gran Recesión de 2008
siguen vigentes mientras la nueva ronda de reestructuración de la economía
global ya en marcha tenderá a agravar las mismas. Estas condiciones
incluyen niveles sin precedente de desigualdad, de endeudamiento público y
privado, y de especulación financiera. El detonante de una nueva crisis
podría ser el estallido de la burbuja bursátil, sobre todo en el sector
tecnológico, el impago de la deuda pública o de los hogares, o el estallido de
una nueva conflagración militar internacional.
El débil crecimiento económico se ha mantenido
desde 2008 gracias a los instrumentos monetarios tales como la “facilitación
cuantitativa” y los rescates financieros, junto con una escalada de deuda de
consumo, una oleada de inversión especulativa – sobre todo en el sector
tecnológico – y niveles cada vez mayores de especulación financiera en el
casino global. Sin embargo, ahora los bancos centrales están llegando a
los límites de los instrumentos monetarios.
En Estados Unidos, que desde hace tiempo ha servido
de “mercado de última instancia” para la economía global, la deuda de los
hogares está en su nivel más alto de su historia desde la postguerra. Los
hogares estadounidenses en 2016 debían casi $13 billones de dólares en
préstamos estudiantiles, deuda de tarjetas de crédito, prestamos
automovilísticos, e hipotecas. En casi todos los países de la OCDE la
relación de ingresos a la deuda de los hogares se mantiene en niveles
históricos y ha seguido en franco deterioro desde 2008. El mercado global
de bonos – un indicador de la deuda total gubernamental a nivel mundial – se ha
disparado desde 2008 y ahora rebasa los $100 billones.
Mientras tanto, la brecha en la economía real y el
“capital ficticio” se ensancha cada vez más mientras la especulación financiera
se convierte en una espiral fuera de control. El producto mundial bruto,
es decir, el valor total de los bienes y servicios producidos a nivel mundial,
era de $75 billones en 2015, mientras la especulación en monedas ascendió ese
año a $5.3 billones al día y el mercado global de derivados se estimó en unos
alucinantes $1.2 trillones. Los más previsores entre la élite
transnacional han expresado una creciente preocupación sobre la fragilidad de
la economía global y el espectro del estancamiento crónico a largo plazo.
El ex-funcionario del Banco Mundial y de la Tesorería estadounidense, Lawrence
Summers, advirtió el año pasado del “estancamiento secular” en la economía
global, la que “ha entrado en territorio desconocido y peligroso”. Sin
embargo, estas élites no están dispuestas a reconocer el telón de fondo del
malestar económico, como es el problema insoluble del capitalismo, la
sobre-acumulación.
La Sobre-Acumulación: Talón de Aquiles del
Capitalismo
La economía global sigue adoleciendo del talón de
Aquiles del capitalismo: la sobre-acumulación. La polarización de los
ingresos y la riqueza es endémica al capitalismo ya que la clase capitalista
posee los medios de producir la riqueza y por ende se apropia en forma de
ganancia la mayor cuota de la riqueza que produce colectivamente la
sociedad. Si los capitalistas no pueden vender (o “descargar”) los
productos de sus plantaciones, fábricas, y oficinas, no pueden sacar
ganancia. Esta polarización, si no se controla, resulta en crisis – en
estancamiento, recesiones, depresiones y convulsiones sociales.
Al lanzarse a la globalización desde los 1970 y en
adelante, la emergente clase capitalista transnacional, o CCT, logró eludir la
intervención estatal en el mercado capitalista y socavar los programas
redistributivos que habían sido establecidos a raíz de la Gran Depresión de
1930. La CCT promovió una vasta reestructuración neo-liberal, la
liberalización comercial y la integración a la economía mundial. Las
políticas públicas han sido reconfiguradas mediante la austeridad, los
rescates, los subsidios corporativos, el endeudamiento gubernamental y el
mercado global de bonos, todo lo que permite al Estado efectuar el traslado
directo o indirecto de la riqueza de las clases trabajadoras a la CCT.
El resultado ha sido niveles sin precedente de
desigualdad global que, lejos de disminuirse, se han disparado a un ritmo
asombroso desde 2008. De acuerdo con la agencia pro-desarrollo Oxfam, el
uno por ciento de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza del mundo
y el 20 por ciento más rico posee el 94.5 por ciento de esa riqueza, mientras
el restante 80 por ciento tiene que conformarse con tan solo el 5.5 por ciento.
Dada esta extrema concentración de la riqueza, el mercado global no puede
absorber la producción de la economía global. La Gran Recesión de 2008
marcó el inicio de una nueva crisis estructural de sobre-acumulación. Las
corporaciones están inundadas de efectivo pero no tienen oportunidades de
invertir ese efectivo rentablemente. Las ganancias corporativas se
dispararon a raíz de la crisis del 2008 y han llegado a niveles casi record al
mismo tiempo que los niveles de inversión corporativa han disminuido.
En la medida que se va acumulando este capital no
invertido, crecen enormes presiones para encontrar salidas para descargar el
excedente. El Trumpismo en Estados Unidos refleja una respuesta
ultra-derechista a la crisis mundial que abarca un neo-liberalismo autoritario
al lado de una movilización neo-fascista de los sectores descontentos, y a
menudo nativistas, de la clase obrera. Sin embargo, este neo-liberalismo
represivo termina con restringir aún más el mercado y por lo tanto agrava la
crisis subyacente de sobre-acumulación.
La CCT se ha dirigido a dos salidas para descargar
el excedente. Una es la acumulación militarizada. Las guerras
contra las drogas y el terrorismo, la construcción de los muros fronterizos, la
expansión de los complejos prisión-industrial, los regímenes de deportación,
los aparatos policiacos, militares y de seguridad, se convierten en fuentes
importantes de generación de ganancias promovidas por el Estado. El
presupuesto del Pentágono se incrementó en un 91 por ciento en términos reales
entre 1998 y 2011, mientras las ganancias de la industria militar casi se
cuadruplicaron durante este período.
He aquí una convergencia alrededor de la necesidad
política que tiene el capitalismo global para el control social y la represión,
y su necesidad económica de perpetuar la acumulación frente al
estancamiento. Poniendo al lado la cada vez mayor retórica guerrerista de
Trump, existe un impulso intrínseco hacia la guerra del rumbo actual de la
globalización capitalista. Históricamente las guerras tienden a sacar al
sistema capitalista de la crisis mientras también sirven para desviar la
atención de las tensiones políticas y de los problemas de la legitimidad.
La Digitalización del Capitalismo Global
La otra salida ha sido una nueva oleada de
especulación financiera en los años recientes, sobre todo en el sobrevalorado
sector tecnológico. El sector tecnológico está ahora en la vanguardia de
la globalización capitalista e impulsa la digitalización de la economía global
en su conjunto. Karl Marx declaró en El Manifiesto Comunista que
“todo lo sólido se esfuma al aire” frente al ritmo vertiginoso de cambio
causado por el capitalismo. La economía mundial ahora está en el umbral
de otro período de reestructuración masiva. En el núcleo de esta
reestructuración está la economía digital basada en una tecnología informática
más avanzada, en la recolección, el procesamiento y el análisis de los datos, y
en la aplicación de la digitalización a todos los aspectos de la sociedad
global, incluyendo la guerra y la represión.
La tecnología de la computación y la informática
introducida por primera vez en los años 1980 proporcionó la base tecnológica
original para la globalización. La primera generación de la globalización
desde esa década y en adelante consistió en la creación de un sistema
globalmente integrado de producción y finanzas, mientras la digitalización más
reciente y el surgimiento de las “plataformas” han facilitado una muy rápida
transnacionalización de los servicios. Ya para 2017, los servicios
representaron el 70 por ciento del total del producto bruto mundial. Las
plataformas se refieren a las infraestructuras digitales que posibilitan la
interacción entre dos o más grupos. En la medida que la actividad
económica depende cada vez más de las plataformas, el sector tecnológico se
vuelve cada vez más estratégico al capitalismo global. La digitalización
y la transnacionalización de los servicios ahora pasan a ocupar el centro de la
agenda capitalista global.
En años recientes ha habido otra oleada del
desarrollo tecnológico que nos ha llevado al umbral de la “4ra revolución
industrial”, basada en la robótica, la impresión en 3D, el Internet de los
Objetos, la inteligencia artificial (IA), el aprendizaje automático, la bio- y
nanotecnología, la computación cuántica y en nube, nuevas formas de
almacenamiento de energía, y los vehículos autónomos. Si bien el sector
tecnológico que impulsa esta nueva revolución constituye solamente un pequeño
porcentaje del producto bruto mundial, la digitalización abarca la economía
global en su totalidad, desde la manufacturera y las finanzas a los servicios,
y tanto en el sector formal como en el informal. Está en el mero eje de
todos los procesos relacionados con la economía global, desde el control y la
subcontratación de los trabajadores y la flexibilización de los procesos
productivos, hasta los flujos financieros globales, la coordinación de las
cadenas de suministro, subcontratación y tercerización, mantenimiento de
registros, comercialización (“marketing”) y ventas.
En su estudio Platform Capitalism, el
politólogo Nick Srnicek muestra como los inversionistas institucionales, sobre
todo los muy especulativos fondos de cobertura y mutualistas, colocaron miles
de millones de dólares en el sector tecnológico desde la Gran Recesión del
2008. El sector tecnológico se convirtió en una enorme salida para el
capital no invertido frente al estancamiento. La inversión en este sector
pasó de $17 mil millones en 1970, a $65 mil millones en 1980, y luego a $175
mil millones en 1990, a $496 mil millones en 2000, y a $654 mil millones en
2016. Un puñado de compañías norteamericanas de tecnología absorbió
enormes cantidades de efectivo por parte de los financieros desesperados por
encontrar nuevas oportunidades de inversión rentable. En 2017, Apple
había acumulado $262 mil millones de dólares de reserva, mientras Microsoft
registró un total de $133 mil millones de reserva, Alphabet (la sociedad matriz
de Google) tuvo $95 mil millones, Oracle tuvo $66 mil millones, etcétera.
Los defensores del actual orden dominante aducen
que la economía digital generará trabajos altamente adiestrados y bien pagados
y que resolverá los problemas de la polarización social y el
estancamiento. Pero todo indica todo lo contrario: la economía digital
acelerará la tendencia hacia un cada vez mayor desempleo y subempleo junto con
una mayor ampliación del empleo precario y casual. Estamos a punto de ver
la aniquilación digital de mayores sectores de la economía global.
Cualquier cosa puede ser digitalizada y toda cosa será sometida a la
misma. La automación se extiende actualmente de la industria y las
finanzas a todas las ramas de los servicios, aun a la comida rápida y a la
agricultura, en la medida que los miembros de la CCT buscan bajar los salarios
y ganarle a la competencia. Se espera que la automación incluso reemplace
a mucho trabajo profesional, tales como los abogados, los analistas
financieros, los médicos, periodistas, contadores, evaluadores de riesgos, y los
bibliotecarios.
En Estados Unidos el incremento neto de puestos de
trabajo desde 2008 ha sido casi exclusivamente de acuerdos laborales inestables
y mal remunerados. En Las Filipinas un ejército de 100,000 trabajadores
subcontratados ganan unos cientos de dólares mensuales para revisar el
contenido de los medios sociales tales como Google y Facebook y en el
almacenamiento en la nube para borrar imágenes ofensivas. Pero aun ellos
serán reemplazados por la tecnología digital, al igual que millones de trabajadores
que laboran alrededor del mundo en los centros de llamadas, en el ingreso de
datos, y en software.
La Guerra Digital y el Estado Policiaco Global
La digitalización hace posible la creación de un
Estado policiaco global. En la medida que dicha digitalización resulta en
una mayor concentración de capital y agudiza la polarización, los grupos
dominantes recurren a la aplicación de las nuevas tecnologías de control social
de masas frente a la resistencia entre los precarizados y los marginados.
La función dual de acumulación y del control social se realiza con la
militarización de la sociedad civil y la mezcla entre la aplicación militar y
civil del armamento avanzado, sistemas de rastreo, de vigilancia, y de
seguridad. El resultado es una permanente guerra de baja intensidad
contra las comunidades en rebeldía mientras los teatros de conflicto se
extienden de las zonas activas de guerra hacia las localidades urbanas y
rurales en todo el mundo.
Los nuevos sistemas de guerra y de represión hechos
posibles por una digitalización más avanzada incluyen armamento automático
impulsado por la IA, tales como los vehículos no tripulados de ataque y
transporte, los soldados robot, una nueva generación de super-drones (aviones
no tripulados), fusiles microondas que inmovilizan, ataque cibernético y guerra
informática, identificación biométrica, extracción estatal de datos, y la
vigilancia electrónica global que permite el rastreo y control de cada
movimiento. La acumulación militarizada y acumulación por represión –
desde ya un eje mayor del capitalismo global – podría llegar a ser cada vez más
importante en la medida que se fusiona con las nuevas tecnologías de la cuarta
revolución industrial, no solo como un medio para mantener el control sino
también como salida ampliada para el excedente acumulado que permite aplazar el
colapso económico.
En este contexto, el surgimiento de la economía
digital parece fusionar tres fracciones de capital alrededor de un proceso
integral de especulación financiera y acumulación militarizada en el cual la
CCT está descargando miles de millones de dólares en excedente de capital
acumulado mientras apuestan en las oportunidades de inversión que ofrece un
Estado policiaco global.
El capital financiero proporciona el crédito para
la inversión en el sector tecnológico y en las tecnologías del Estado policiaco
global. Las empresas de tecnología desarrollan y proporcionan las nuevas
tecnologías que ahora constituyen el eje de la economía global. Desde que
el denunciante de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos, Edward
Snowden, habló públicamente en 2013, ha salido a la luz un torrente de
revelaciones acerca de la colusión entre las empresas gigantescas de tecnología
y el gobierno norteamericano y otros gobiernos en pos de la construcción de un
Estado policiaco global. Y el complejo militar-industrial-seguridad
aplica esta tecnología en la medida en que se vuelve una salida para canalizar
el excedente y hacer ganancia mediante el control y la represión de las
poblaciones rebeldes.
La crisis estructural del capitalismo en los 1970
lanzó el mundo al camino de la globalización neoliberal. El reventón de
la burbuja dot-com en 2000 arrojó al mundo a una recesión. El estallido
de la burbuja hipotecaria en 2008 desató la peor crisis económica desde los
1930. Todo indica ahora que el actual boom en el sector tecnológico está
generando una nueva burbuja que podría resultar en otra crisis cuando se
reviente, quizás de manera conjunta con impagos de la deuda. La próxima
Gran Recesión probablemente cementará esta fusión de la economía digital con el
Estado policiaco global, si es que no hay un cambio de rumbo impuesto sobre el
sistema por la movilización de masa y la lucha popular desde abajo.
- William I. Robinson es Profesor de
Sociología, Universidad de California-Santa Bárbara.
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