10-11-2017
Prólogo
al libro “La revolución rusa 100 años después” (Editorial Metrópolis)
A modo de
introducción
Más que presentar los ensayos que forman este
valioso y oportuno libro deseo subrayar algunos puntos fundamentales que
nuestra época poco informada en lo fundamental tiende a ver sólo a la luz de lo
sucedido posteriormente en la victoriosa Unión Soviética o teniendo en cuenta
los actuales datos demográficos, culturales, económicos y las técnicas de
información.
No me referiré por consiguiente a los importantes
ensayos que integran esta obra los cuales hablan por sí mismos y, en su
pluralidad, salvo en algunos detalles, presentan una poderosa y unitaria
versión coral.
Recordemos: Rusia, coloso de pies de barro, con su
zarismo, la Corte corrupta y despótica en la que reinara Rasputin hasta 1916 y
el despotismo asiático de la dinastía de los Romanov, aparecía ante un mundo
occidental conquistado por los ideales de la Revolución Francesa como una
supervivencia del anacrónico absolutismo monárquico que ésta había combatido y
los bolsheviks (o ala bolchevique de la Socialdemocracia rusa) eran
escasamente conocidos fuera de los reducidos ámbitos de las direcciones
socialistas.
La Revolución rusa de febrero fue por eso celebrada
jubilosamente por socialistas, liberales y demócratas por igual mientras que la
de octubre, para un mundo informado por las agencias Reuters (británica) y
Havas (francesa) en guerra con Alemania, fue presentada como una maniobra del
Kaiser contra los aliados. Sólo más tarde los trabajadores de todo el mundo
empezaron a reconocerse en lo que hacían y decían los revolucionarios rusos
dirigidos por Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) y Lev Davidovich Bronstein
(Trotsky).
Algunas condiciones que favorecieron el estallido
revolucionario
La revolución en la inmensa Rusia centralizada por
el poder del Zar y de la Iglesia ortodoxa fue posible porque, pese a los
intentos de reforma, como la de Stolypin, ese poder chocaba no sólo con los
revolucionarios marxistas sino también con una naciente burguesía condenada por
el régimen a ser socia menor del capitalismo anglo-francés, con una
intelectualidad europeizada, con sectores liberales y democráticos de la
nobleza [1] y era resistido por las nacionalidades reprimidas y combatido por
todas las tendencias socialistas, que influenciaban sectores obreros y
estudiantiles. El zarismo era duro, brutal y capaz de infiltrarse en las
organizaciones revolucionarias [2] pero escondía una gran fragilidad que se
había revelado ya en 1905 y que la entrada de Rusia en la guerra de 1914-1918
agravó de golpe.
La enorme y dispersa base campesina del país, en
miles de aldeas y dividida por nacionalidades, culturas y religiones, se
convirtió en 1914 en una sola masa al ser enviada al ejército como carne de
cañón y se encontró durante años en las trincheras con los intelectuales y
obreros socialistas convertidos en suboficiales y oficiales. Esa doble
educación -por un lado, sobre los horrores del capitalismo y, por otro, sobre
la posibilidad de una alternativa socialista-, hizo posible la alianza con los
campesinos de un proletariado poco numeroso pero muy concentrado y esa unión, a
su vez, cambió radicalmente la política agraria de Lenin y de los bolcheviques
que pasaron a exigir tierra para los campesinos y paz y pan para todo el país
logrando así inmensa popularidad
Otra particularidad rusa que hizo posible la
revolución consistía en su reciente historia. La revolución de 1905, que formó
parte de un ciclo de revoluciones democráticas [3], había sido una especie de
ensayo de la de 1917 y en ella habían nacido los soviets (consejos obreros)
como instrumento de autoorganización de los obreros. Tras un duro período de
reflujo político y de reacción desatada, las masas rusas se reorganizaron y la
agitación social y las huelgas con manifestaciones se sucedieron desde 1912
hasta la entrada en la guerra y sobre esa base reaparecieron los consejos
obreros en 1917.
Por su parte, el Partido bolchevique, que en 1905
se había opuesto a los soviets porque veía en ellos una competencia con su
organización, no sólo los reconoció entre la revolución de febrero de 1917 y la
de octubre sino que también incorporó a sus filas a Trotsky, presidente de los
soviets en 1905, y a un grupo numeroso de amigos de éste.
La revolución democrática antizarista, por otro
lado, al producirse durante una guerra de las grandes potencias capitalistas
por el reparto de un mundo ya unificado por el capital, integró la lucha por
las tareas democráticas -paz, tierra, democracia, libertad, eliminación de los
privilegios de la nobleza y del clero e independencia de los pueblos oprimidos
por el imperialismo ruso- con el combate por las tareas anticapitalistas:
igualdad, fin de las discriminaciones de todo tipo, expropiación de los
expropiadores mediante la eliminación de la propiedad privada de los
instrumentos de producción, control obrero en la industria estatizada,
instalación de un nuevo Estado obrero para empezar a construir el socialismo.
De ahí la transformación ininterrumpida de la revolución democrática en revolución
socialista y el carácter permanente de la revolución (que implicaba igualmente
la extensión de la misma a algunos de los países más desarrollados).
Los soviets (consejos obreros) en 1905 y en 1917
eran un instrumento de todas las capas de los trabajadores pues eran
pluralistas ya que estaban integrados por todas las tendencias existentes en el
movimiento obrero desde los laboristas hasta los socialistas revolucionarios,
los revolucionarios o reformistas marxistas y los anarquistas. La influencia de
las diferentes organizaciones evolucionaba, se medía cotidianamente en la
acción directa de la clase obrera y determinaba los cambios en la dirección de
los consejos.
Ese pluralismo caracterizó también al primer
gobierno de los soviets dirigido por Lenin, Trotsky y los bolcheviques, e
integrado por 14 bolcheviques, siete social-revolucionarios de izquierda, tres
mencheviques y un menchevique internacionalista (Mártov) y sólo las
vacilaciones ulteriores de los s-r y mencheviques hicieron que el Consejo de
Comisarios del Pueblo (nombre de los ministros tomado de la Revolución Francesa
propuesto por Trotsky) quedase formado únicamente por bolcheviques.
Otra peculiaridad rusa era la existencia de un
partido revolucionario fuerte, probado y seleccionado durante decenios de duras
luchas. Dicho partido unía la organización clandestina con el flexible y audaz
aprovechamiento de cada espacio democrático por mínimo que fuese, como la
participación en la elección para la Duma (el Parlamento) y libraba
constantemente la batalla de las ideas con los libros teóricos, ensayos y
artículos de sus principales dirigentes y con la participación de los mismos en
los congresos socialistas internacionales, a diferencia de lo que sucedió
posteriormente en todas las revoluciones posteriores, como las fracasadas en
Hungría y en Alemania en la inmediata postguerra o, más cerca de nosotros, en
la boliviana de 1952, la cubana de 1959, la argelina de 1954, la sudyemenita en
1967-1990 o las revoluciones nacionalistas y antiimperialistas en Mozambique,
Angola y Guinea Bissau [4].
Un partido revolucionario con una dirección
revolucionaria
El Partido bolchevique tenía una vida intensa y en
su seno coexistían diversas tendencias, que discutían públicamente sus
respectivas posiciones. En el momento de la revolución era un partido de
jóvenes -Lenin tenía 47 años, Trotsky, 38, Preobrajensky, 41, Zinoviev, 34 al
igual que Kamenev- pero ellos tenían décadas de luchas y además la experiencia
revolucionaria de 1905.
Lenin, como todos los marxistas de su época,
consideraba que el partido, por importante que fuera para la lucha por la
revolución era, sin embargo, sólo un instrumento transitorio en la lucha por la
supresión de las clases en el socialismo, al igual que el Estado de nuevo tipo
que había que construir sobre nuevas bases para empezar a superar el
capitalismo.
Creador del partido, estaba lejos de ser fetichista
respecto a una organización que consideraba al servicio de los trabajadores y
que, si no cumplía su función, podía ser reemplazada por otra más adecuada.
Política y moralmente estaba en las antípodas de esa hechura totalitaria
inventada por Stalin y la burocracia soviética y cristalizada en el dogma
“marxista-leninista” con su culto del Líder, su partido único y monolítico
fusionado con el aparato estatal y con el nacionalismo estrecho de una casta
conservadora y parasitaria que vive de los privilegios que arranca a la
sociedad sobre una base nacional y que una revolución mundial pondría en
peligro.
Como Trotsky y todos los revolucionarios rusos
educados en el exilio europeo Lenin era un ferviente internacionalista y jamás
pensó que la revolución rusa pudiese subsistir si no se producía una revolución
en los países más industrializados, sobre todo en Alemania, que ayudase a
superar el terrible atraso cultural y técnico ruso. Creía tan firmemente que la
revolución rusa era sólo un peldaño en una lucha internacional permanente y que
la tarea de los rusos era aguantar defendiendo la revolución hasta que otra u
otras más importantes tomasen el relevo, por eso bailó y saltó de júbilo bajo
la nieve del duro invierno moscovita cuando la recién nacida república
soviética superó los dos meses y diez días (desde el 18 de marzo hasta el 28 de
mayo de 1871) de duración de la Comuna de París.
Lenin, descendiente de rusos, alemanes, calmucos y
judíos, era profundamente ruso por su cultura y su conocimiento del país (su
primera obra importante a los 29 años -en 1899- fue un estudio de la realidad
nacional titulado El desarrollo del capitalismo en Rusia), pero no se
consideraba ni revolucionario ruso ni menos aún estadista ruso, por el
contrario, se veía a sí mismo como un revolucionario internacionalista que
luchaba en una parte del frente de la revolución mundial y, en lo inmediato, se
oponía con toda su energía a la opresión del nacionalismo gran ruso sobre las
nacionalidades asiáticas oprimidas por el Zar, después por Stalin y hoy por
Putin que, como el zarismo y el estalinismo, se apoya sobre la visión
imperialista gran rusa y sobre la Iglesia Ortodoxa rusa, que es profundamente
chauvinista.
La burocratización del Partido y del Estado
El antiestatismo de Lenin desarrollado en El
Estado y la Revolución, su última obra antes de octubre de 1917, chocó sin
embargo con la realidad de un país devastado por la guerra mundial de 1914-18 y
la guerra civil que duró hasta 1923. Rusia, en efecto, tenía antes del
conflicto bélico casi 126 millones de habitantes pero perdió en él 3.500.000 y
otros 7.000.000 en la terrible guerra civil que comenzó poco después de la incruenta
toma del poder. En 1923, después de esa sangría, el país estaba además en
ruinas: con respecto a 1913, el año anterior a la Guerra Mundial, la tierra
cultivada equivalía a 62 % de la antes productiva, la cosecha era 40 %, sólo
quedaban vivos 16 millones de caballos de los 35 millones anteriores y 37
millones de vacas sobre 58 millones antes de la guerra. Los ferrocarriles,
esenciales para las largas extensiones rusas, estaban destruidos y la clase
obrera estaba prácticamente aniquilada (contaba con poco más de un millón de
trabajadores industriales sobre los tres millones anteriores) o, como
comprobaba Lenin mismo, se había desclasado pues había sido la columna
vertebral del Ejército Rojo sufriendo enormes bajas mientras los sobrevivientes
se convertían en cuadros militares o estatales. Por último, para hacer frente a
la reconstrucción y a sus gastos el naciente Estado obrero y campesino debía
emitir sin respaldo un 98 % de su moneda y una inmensa hambruna arrasaba
Ucrania.
El Partido había sufrido daños similares y aún
mayores. La pequeña cohorte de militantes bolcheviques [5], formada en la vida
clandestina, el internacionalismo activo, la discusión y la elaboración teórica
fue diezmada por la Guerra Mundial y la Guerra Civil. Muchos de sus miembros principales
se convirtieron en militares y los nuevos miembros o eran jóvenes obreros sin
preparación cultural o soldados campesinos y suboficiales acostumbrados a
mandar o, incluso, oportunistas que se arrimaban al poder.
Los sobrevivientes de la preguerra que habían hecho
la revolución quedaron en minoría en ese mar de militantes que jamás habían
salido de Rusia ni habían participado en las grandes polémicas entre
mencheviques y bolcheviques y en el seno de los bolcheviques mismos. La mayoría
del Partido, como la clase obrera y toda la población rusa, después de los
esfuerzos y de los terribles sacrificios realizados quería gozar la paz tan
duramente conquistada. La incultura y la barbarie de los mujiks rusos y la
grosería brutal de la vida cuartelera entraron a formar parte de las costumbres
cotidianas en el mismo Partido.
Al mismo tiempo, al conquistar el poder estatal, el
partido fue absorbido por el aparato del Estado, al cual quiso controlar pero
que terminó imponiéndole su forma de funcionamiento a pesar de los esfuerzos
-sobre todo de Trotksy- por innovar, quitándole poder a la Iglesia ortodoxa,
eliminando grados y jerarquías en las Fuerzas Armadas y convirtiendo a los
omnipotentes ministros en Comisarios del Pueblo, entre otras medidas
democratizadoras.
La difusión del analfabetismo [6], la destrucción
de las bases materiales de la economía y el escaso desarrollo industrial
impidieron pues la socialización de los medios de producción que, estatizados,
dieron base a lo que Lenin calificó de Capitalismo de Estado con fuertes
deformaciones burocráticas.
Hay una base económica y tecnológica para el
desarrollo de la burocracia en la Unión Soviética muerto ya Lenin y bajo la
dirección de Stalin. La escasez, en efecto, exige alguien que racione los
bienes y controle su distribución (sirviéndose siempre y antes de los demás,
por supuesto). Pero esa burocracia no se habría extendido al poder soviético y
al partido si éste no hubiese suspendido transitoriamente la existencia pública
de las fracciones internas que siempre habían existido, si la clase exhausta
hubiese podido mantener el poder de los soviets como control sobre el partido y
el Estado y si el cansancio de las masas no se hubiese transmitido al partido
bajo la forma de una burocracia incontrolada, conservadora y despótica que en
pocos años elevó a Stalin como su representante.
Partido único y sin vida democrática interna,
fusión entre partido y Estado aún capitalista aunque sin representantes de la
burguesía, formas de vida, costumbres, cultura burguesa atrasada en la
burocracia, imitación del capitalismo monopólico de los países más
industrializados para tratar de superarlos, regionalismo y nacionalismo, fueron
las condiciones esenciales para el desarrollo de la burocratización soviética,
que comenzó con Lenin cuando éste combatía una batalla contra la enfermedad que
le impedía intervenir como quería en los asuntos del partido y del Estado.
Los requisitos para combatir contra el poder y
hacer frente armas en mano a múltiples y numerosos enemigos no son siempre
iguales que los necesarios para escuchar a los trabajadores y a las bases del
partido, intervenir paciente y didácticamente, convencer y aprender en la
construcción del socialismo. Muchos líderes campesinos eran caudillos y, en la
guerra civil, muchos militantes obreros se acostumbraron a mandar y ser
obedecidos pues eso impone la necesidad de ser eficaces frente a un adversario
superior en medios y en experiencia.
Vencida la reacción, la administración de empresas
complejas, de ramas económicas enteras y de las diversas instituciones
estatales requería conocimientos nuevos y una preparación técnica especial que
pocos revolucionarios tenían. Era frecuente, por lo tanto, que éstos se
informasen preguntando cómo se hacían anteriormente las cosas a quienes las
habían hecho bajo el zarismo (más de dos tercios del personal técnico del nuevo
Estado habían servido al viejo, incluso en el ejército, lleno de ex oficiales
zaristas) o cómo trabajaban empresas del mismo tipo o los servicios estatales
en los países capitalistas más industrializados. Como decía Lenin y como había
sucedido en la antigüedad en China con todos los conquistadores bárbaros
-tibetanos, mongoles, manchúes- los burgueses vencidos en Rusia imponían su
cultura superior a los vencedores.
Lo único que habría permitido acortar este forzoso
aprendizaje, formar nuevos cuadros revolucionarios superiores a sus antecesores
y controlar y depurar constantemente, sobre la marcha misma, a los aparatos del
partido y del Estado, era precisamente lo que había impulsado poderosamente a
hacer la revolución pero no existía ya en el momento de la construcción del
socialismo: una esperanza en el triunfo de la revolución en los países más
industrializados de Europa, un fuerte apoyo internacional.
Rusia, destruida y agotada, dependía de sí misma
para la superación de su atraso, de la hambruna, de la miseria generalizada.
Eso acentuaba el cansancio de las masas, su nacionalismo atrasado e influía en
la burocratización del partido la cual, a su vez, interactuaba con las masas
retirándolas de la participación, paralizando su control y sus iniciativas. Si
Lenin hubiese sobrevivido habría retrasado por un tiempo el triunfo de la
burocracia expulsando a Stalin de su puesto de Secretario general que le
permitía fomentarla y organizarla, pero no habría podido impedir el proceso
objetivo de burocratización. Probablemente, como dijo Nadezhda Krupskaia, su
compañera de lucha, al pasar a la oposición, Lenin habría terminado asesinado o
encarcelado, como sus compañeros y discípulos que hicieron la revolución de
Octubre.
Por eso, consciente de la fuerza de un proceso
objetivo desfavorable, Lenin esperaba ardientemente que el poder soviético en
construcción y ya burocratizado pudiese nadar contracorriente frenando la
degeneración burocrática con una audaz utilización del factor subjetivo, o sea,
mediante una depuración del partido mediante una acción unitaria del grupo
dirigente reformado. Esa esperanza idealista no pudo concretarse porque Trotsky
vaciló y sobrepuso la defensa de su imagen [7] al pedido de Lenin de acabar con
Stalin y éste tuvo tiempo para capear el temporal y afirmarse en el aparato
apenas murió Lenin.
Todo lo que nace, muere, incluso los procesos
revolucionarios. Pero lo que sucedió en Rusia debe ser tomado como lo hizo
Lenin cuando el gobierno revolucionario superó la corta e intensa vida de la
Comuna de París. “El camino de la victoria está empedrado de derrotas”, dijo
Rosa Luxemburgo.
De los errores de los jacobinos franceses aprendieron
los heroicos comuneros que “asaltaron el cielo” y también la falange de
bolcheviques aniquilada por el terror de Estado estalinista. De la experiencia
de la Revolución Rusa aprenderán las nuevas generaciones revolucionarias de
otros países si el capital financiero no destruye la civilización actual y las
clases existentes con una guerra mundial atómica o con un desastre ecológico
terrible.
Para salir de la barbarie en la que el capitalismo
ha hundido ya al mundo, habrá que retomar y terminar la obra iniciada por
Lenin, Trotsky y sus compañeros de destino.
Notas:
[1] Lenin pertenecía a una familia de la pequeña
nobleza y el príncipe Kropotkin o Bakunin, anarquistas, eran nobles.
[2] El jefe de la organización terrorista de los
social-revolucionarios, que había organizado atentados contra los zares y sus
ministros y el diputado bolchevique en la Duma y ex Secretario del sindicato de
metalúrgicos, el obrero Roman Malinovski, entre otros muchos, eran agentes de
la Ojrana, la policía zarista.
[3] La revolución democrática china de 1910, la
persa y la mexicana del mismo año.
[4] Quizás con la excepción parcial de los partidos
yugoslavo y chino, cuya temprana estalinización afectó sin embargo duramente la
circulación interna de ideas, la vida democrática y la elaboración teórica
sobre los problemas nacionales.
[5] Diez mil en 1910, sólo cinco mil en 1916, según
el muy interesante artículo de Pierre Broué “Rusia 1917.El Partido Bolchevique” en
el folleto uruguayo Socialismo Internacional, 03/10/2010.
[6] Generalizado en la mayoría campesina y
prácticamente total en las minorías étnicas muchas de las cuales no tenían
lengua escrita y detestaban la lengua rusa impuesta por los opresores zaristas.
[7] “Me horrorizaba la idea de que el partido
pudiese pensar que me oponía a Stalin por ambición personal”, explica Trotsky
para justificar su conciliación con Stalin en ese decisivo momento.
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