México hoy (I)
26-03-2015
El
capitalismo encomienda el destino de los pueblos a los apetitos financieros de
una minúscula oligarquía. En cierto sentido, es un régimen de delincuentes.
Alain Badiou
El pueblo mexicano se encuentra hoy sumergido en la
peor crisis de su historia reciente. La ambición de «los señores del dinero y
de la muerte» no encuentra límites, y para seguir saciándose harán lo que sea:
asesinar, desaparecer y condenar a pueblos enteros a la muerte al despojarlos
de la tierra y del agua. Al mismo tiempo, los pueblos, los de abajo, los
condenados y despojados de la tierra; resisten, siempre resisten. Su lucha,
nuestra lucha, que es por la vida, por la justicia y por la verdad, hoy toma
nuevas dimensiones. Nuevos sujetos se suman al grito de «¡Ya basta!» que aún
hace eco en estas y otras geografías.
En el ánimo de aportar algunos elementos para
pensar nuestro presente es que compartimos el siguiente texto, primer entrega
de tres que podrán encontrar en este medio: El capitalismo criminal, El
Estado criminal y Las luchas por la vida. Estas son algunas
reflexiones surgidas del andar cotidiano, que intentan sistematizar lo vivido y
lo leído, pues como dijera el Subcomandante Insurgente Moisés, «ni sola la
práctica, ni sola la teoría».
El capitalismo criminal
El 17 de junio de 1971, el entonces presidente de
los Estados Unidos de América (EUA), Richard Nixon, señaló que las «drogas» eran
el principal enemigo de los EUA. Tres años después, en 1974, el gobierno
norteamericano comenzó a invertir fuertes cantidades de dinero en países
productores de materias primas para la elaboración de drogas, con el argumento
de «erradicar el problema de raíz». Vale destacar que la mayoría de estos
países se ubicaban en América Latina y Medio Oriente.
La «guerra contra las drogas» tomó rápidamente
centralidad en los discursos y acciones bélicas de los EUA. Junto a los
«comunistas» y al «terrorismo», las drogas fueron utilizadas como argumento
para intervenir política, económica y militarmente en otros países. Al mismo
tiempo, la economía de Norteamérica –basada principalmente en el negocio de la
guerra– se reforzó y la presencia de sus principales empresas continuó
expandiéndose por todo el globo.
Si bien es cierto que las drogas son parte de una construcción
mediática del enemigo para generar miedo, terror y justificar
intervenciones militares; también hay que reconocer que en las últimas
cuatro décadas el mercado de las drogas se ha vuelto un factor importante en la
economía global. Sin embargo, el mercado de las drogas es una parte más de toda
una economía criminal controlada principalmente por el crimen
organizado.
Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la
Droga y el Delito (UNODC), el crimen organizado
transnacional se caracteriza por actuar en más de un Estado e «incluye
virtualmente a todas las actividades criminales serias con fines de lucro y que
tienen implicaciones internacionales».
El crimen organizado transnacional contempla al
menos 23 delitos, entre los que destacan: lavado de dinero, secuestro, tráfico
de armas, tráfico de personas indocumentadas, trata de personas y narcotráfico.
Es un negocio que aglutina a otros y que genera ganancias millonarias. De
acuerdo con datos de la UNODC,
en 2009 el crimen organizado transnacional generó ganancias por 870 mil
millones de dólares en todo el mundo, equivalente al 1.5% del PIB mundial de
ese año. Entre los negocios más redituables estuvieron la venta de cocaína y
heroína (320 mil millones de dólares), la trata de personas (32 mil millones de
dólares), el tráfico ilícito de armas (entre 170 y 320 millones de dólares) y
el tráfico ilícito de recursos naturales (3,500 millones de dólares).
Mucho del dinero que se obtiene de estos negocios
es lavado en algunos de los principales paraísos fiscales, ubicados en Suiza,
Luxemburgo, Hong Kong, los Emiratos Árabes Unidos, Liberia, Nigeria, las Islas
Caimán y EUA. El crimen organizado transnacional es un negocio que borra las
fronteras entre lo legal y lo ilegal, involucra a banqueros, políticos,
fabricantes de armas –entre otros– y a grupos criminales. Son ellos los que
ponen las balas y armas que otros disparan; desde luego son también ellos los
que reciben todas las ganancias.
Al igual que la «guerra contra las drogas», el
crimen organizado transnacional refuerza la economía global y a la élite
político-económica mundial. Lo anterior, al facilitar los procesos de despojo y
acumulación, pero también al generar nuevos instrumentos de control, dominación
y la eliminación de poblaciones que son consideradas «desechables».
El crimen organizado no es una «anomalía» sino un
producto del sistema capitalista, le es completamente funcional, de hecho es
quizá su expresión más acabada. Es a esto a lo que denominamos capitalismo
criminal.
Es preciso hacer dos aclaraciones. En primer lugar,
el capitalismo siempre ha sido criminal. Un sistema basado en el despojo, la
explotación, la dominación y sostenido sobre el asesinato de pueblos enteros
para generar la acumulación de capital es fundamentalmente criminal. Sin
embargo, utilizamos esta expresión para señalar como el crimen organizado se ha
convertido en actor principal del sistema capitalista. En segundo lugar, no
pensamos que el capitalismo criminal se trate de una nueva etapa del
capitalismo, más bien resulta la expresión lógica y natural de un sistema que
desde sus orígenes se ha edificado sobre el crimen.
Ahora bien, las unidades de operación más básicas
del capitalismo criminal son las corporaciones criminales. Es ahí donde convergen
actores legales e ilegales, los políticos, banqueros, fabricantes de armas y
grupos criminales de los que antes hablamos. Estas corporaciones han logrado
tejer una compleja red de alcance global capaz de penetrar a diferentes estados
nacionales, sin importar las orientaciones político-ideológicas de sus
gobiernos. En este sentido, las corporaciones criminales forman hoy parte de
las burguesías nacionales, pero también de lo que William
I. Robinson ha llamado clase capitalista transnacional. Algunos de
sus principales enclaves son México, Colombia, Italia, Rusia, China y EUA.
Al ser el capitalismo un sistema económico,
político, social y cultural, la sociedad en su totalidad se ve modificada. La criminalidad
toca todos los aspectos de la vida. Miles de familias, comunidades y pueblos
son devastados por los efectos más concretos de aquélla. La exacerbación del
individualismo y la ruptura del tejido social son algunas de las
consecuencias más visibles. Asimismo, permea la idea de que todos somos
criminales en potencia. Las víctimas se vuelven victimarios y se les convierte
en responsables de sus propias desgracias.
Para las corporaciones criminales –y para el
capitalismo en general– todo es mercancía: drogas, armas, hombres,
mujeres, niños, niñas, órganos humanos, tierra, agua, minerales, etcétera. La
vida toda es reducida a mercancía. Defender la vida resulta subversivo –y
necesario– frente a un proyecto que se basa en la muerte.
Si las corporaciones criminales son la expresión
más concreta del capitalismo criminal en el ámbito económico y financiero, en
lo jurídico-político el Estado criminal es la materialización de esta
forma del capitalismo. México es hoy una prueba clara de cómo operan el Estado
criminal y las corporaciones criminales. Abordaremos este tema en la siguiente
entrega.
Publicado por primera vez en Subversiones
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