14-03-2015
Situando el problema
Situando el problema
Hoy por hoy, revertidas varias de las primeras experiencias socialistas
en el mundo, el campo popular y el pensamiento revolucionario están
bastante huérfanos de alternativas para plantearse transformaciones
sociales. Lo que algunas décadas atrás parecía un triunfo inminente, en
este momento se ha trocado en derrota. Derrota temporal, coyuntural si
se quiere; pero derrota al fin.
Hay que reconocerlo con
toda la objetividad del caso, justamente para ver por dónde continuar:
con la caída del campo socialista europeo y la vuelta atrás del proceso
chino, los ideales revolucionarios quedaron muy golpeados. Sumado a eso,
el avance de un capitalismo salvaje –eufemísticamente llamado
“neoliberalismo”– hizo retroceder por años muchas de las conquistas
políticas, laborales y sociales obtenidas por los trabajadores de todo
el mundo en décadas de intensas luchas. En la actualidad, tener ya un
ingreso fijo, un puesto de trabajo, puede verse como un “lujo”. Ello da
como resultado el chantaje continuo que las fuerzas del capital ejercen
contra los trabajadores.
Conquistas históricas como las 8
horas de trabajo, leyes sociales de protección del trabajador (seguros
de salud, seguro de retiro, seguro de desempleo), sindicatos, etc., hoy
se han perdido. Las respuestas políticas desde el campo de la izquierda
no están a la altura de las circunstancias. Hablar en este momento de
“socialismo” se lo quiere hacer pasar por un anacronismo. ¡No lo es!,
obviamente, porque ese ideario sigue buscando una justicia que no
existe, que ha retrocedido, pero el discurso dominante de las fuerzas de
la derecha tiene la iniciativa. Y allí es donde aparece este proyecto
como “cosa del pasado ya superada”.
Desde la izquierda no
encontramos el camino: ¿por dónde construir en este momento una
verdadera alternativa al sistema capitalista? La discusión sigue
abierta, siendo imperiosamente necesario avanzar en el campo de las
ideas. ¿Lucha armada, participación en las elecciones
democrático-burguesas, partido vanguardista, movimiento de masas? El
camino no se ve fácil.
Sin tener claro por dónde avanzar en
esta difícil tarea de transformar la sociedad, podemos ver algunos
elementos interesantes que deben llamar al análisis pormenorizado. En
ese sentido, al menos en Latinoamérica, lo que sí se van dibujando como
alternativas antisistémicas, rebeldes, contestatarias, son los grupos
(en general movimientos campesinos e indígenas) que luchan y reivindican
sus territorios ancestrales.
Quizá sin una propuesta
clasista, revolucionaria en sentido estricto (al menos como la concibió
el marxismo clásico), estos movimientos constituyen una clara afrenta a
los intereses del gran capital transnacional y a los sectores
hegemónicos locales. En ese sentido, funcionan como una alternativa, una
llama que se sigue levantando, y arde, y que eventualmente puede crecer
y encender más llamas. De hecho, en el informe “Tendencias Globales
2020 – Cartografía del futuro global”, del consejo Nacional de
Inteligencia de los Estados Unidos, dedicado a estudiar los escenarios
futuros de amenaza a la seguridad nacional de ese país, puede leerse: “A
comienzos del siglo XXI, hay grupos indígenas radicales en la mayoría
de los países latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido
exponencialmente y obtenido la adhesión de la mayoría de los pueblos
indígenas (…) Esos grupos podrán establecer relaciones con grupos terroristas internacionales y grupos antiglobalización (…) que podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos latinoamericanos de origen europeo. (…) Las tensiones se manifestarán en un área desde México a través de la región del Amazonas”. [1]
Para enfrentar esa presunta amenaza que afectaría la gobernabilidad de
la región poniendo en entredicho la hegemonía continental de Washington
cuestionando así sus intereses, el gobierno estadounidense tiene ya
establecida la correspondiente estrategia contrainsurgente, la “Guerra
de Red Social” (guerra de cuarta generación, guerra
mediático-psicológica donde el enemigo no es un ejército combatiente
sino la totalidad de la población civil), tal como décadas atrás lo
hiciera contra la Teología de la Liberación y los movimientos
insurgentes que se expandieron por toda Latinoamérica.
Hoy,
como dice el portugués Boaventura Sousa Santos refiriéndose al caso
colombiano en particular y latinoamericano en general, “la verdadera
amenaza no son las FARC. Son las fuerzas progresistas y, en especial,
los movimientos indígenas y campesinos. La mayor amenaza [para la estrategia hegemónica de Estados Unidos, para el capitalismo como sistema] proviene de aquellos que invocan derechos ancestrales sobre los territorios donde se encuentran estos recursos [biodiversidad, agua dulce, petróleo, riquezas minerales], o sea, de los pueblos indígenas”. [2] Anida allí, entonces, una cuota de esperanza. ¿Quién dijo que todo está perdido?
Estas ideas preliminares intentan ver por dónde poder caminar,
identificar por dónde se pueden empezar a dibujar luces al final del
túnel.
El capitalismo como sistema sigue siendo el enemigo a vencer
No hay dudas que la contradicción fundamental del sistema sigue siendo
el choque irreconciliable de las contradicciones de clase, de
trabajadores y capitalistas. Eso sigue siendo la savia vital del
sistema: la producción centrada en la ganancia empresarial. En ese
sentido, las premisas de trabajo asalariado y capital siguen siendo
absolutamente determinantes: los trabajadores generan la riqueza que una
clase (los propietarios de los medios de producción) se apropia. Esa
contradicción –que no ha terminado, que sigue siendo el motor de la
historia, amén de otras contradicciones sin dudas muy importantes:
asimetrías de género, discriminación étnica, adultocentrismo, homofobia,
etc.– pone como actores principales del escenario revolucionario a los
trabajadores, en cualquiera de sus formas: proletariado industrial
urbano, proletariado agrícola, trabajadores clase-media de la esfera de
servicios, intelectuales, personal calificado y gerencial de la
iniciativa privada, subocupados varios, campesinos.
Lo
cierto es que, con la derrota histórica de estos últimos años luego de
la caída emblemática del Muro de Berlín y los retrocesos habidos en el
campo socialista, con el tremendo revés que, como trabajadores, hemos
sufrido a nivel mundial con el capitalismo feroz de estos años, los
trabajadores estamos desorganizados, vencidos, quizá desmoralizados. Una
representante de ese ataque sanguinario contra el campo popular como
fuera la Dama de Hierro, la Primera Ministra británica Margaret
Thatcher, no dudó en decir en el acmé de su carrera política, alabando
las recetas neoconservadoras que implementó: “no hay alternativa”.
Pero, ¿quién dijo que no las hay? ¿O acaso podríamos creernos aquello
del “fin de la historia”? Las injusticias persisten, y mientras estén
ahí, habrá voces que se levantan contra ellas proponiendo un mundo más
equitativo. ¡Eso, en definitiva, es el socialismo! Que en todo caso en
este momento el campo popular y la ideología revolucionaria estén a la
baja, no significa que no sigan estando en pie de lucha. La cuestión es
¿cómo construir caminos válidos para dar esa batalla? Porque, a no
dudarlo, la batalla sigue. Si no fuera así: ¿por qué esa preocupación
constante, casi enfermiza, del sistema como un todo en continuar
controlando a las grandes mayorías trabajadoras? Para que no revienten,
no exploten y den un paso atrevido (¡la revolución!), así de simple. En
esa lógica deben entenderse los cada vez más sofisticados mecanismos de
mantenimiento del orden establecido: medios masivos de comunicación
soporíferos, fútbol en cantidades industriales, iglesias
neopentecostales.
En esa lógica también, buscando los
caminos que hoy se ven bastante cerrados, se dibujan los movimientos
campesinos-indígenas que reivindican sus territorios como una posible
fuente de vitalidad revolucionaria sumamente importantes.
La pregunta era: ¿por dónde ir en esa lucha anti-sistema? Evidentemente
la potencialidad de este descontento que en buena parte de Latinoamérica
se expresa en toda la movilización popular contra las actuales
industrias extractivistas (minería, hidroeléctricas, monocultivos
–transgénicos en muchos casos– destinados al mercado global) puede
marcar un camino. Desde la izquierda “clásica”, si es que eso aún
significa algo (¿?), quizá la cuestión no sea llegar a esos movimientos
para “indicarles por dónde caminar” sino caminar juntos con ellos. En
tal sentido, los movimientos populares espontáneos son en este momento,
una interesante (¿la única tal vez?) opción revolucionaria.
Pero inmediatamente surge una pregunta: por todo el mundo están
apareciendo movimientos populares. El abanico es amplio y da para mucho:
junto a estos movimientos campesinos-indígenas que vemos en
Latinoamérica, aparecen otros grupos que, curiosamente, levantan
banderas “pro-democráticas”.
Movimientos “democráticos”
Hay que aclarar rápidamente que no todos esos movimientos se comportan
iguales. Aquellos que son visualizados en la geoestrategia de Washington
como un peligro –por ejemplo, todos los que se oponen a la industria
extractivista, que es la nueva fuente de acumulación del actual
capitalismo rapaz, ávido de nuevas materias primas como materiales
estratégicos y el siempre invaluable petróleo– tienen una lógica
totalmente distinta a aquellos que se levantan como “defensores de la
democracia”.
Estos últimos deben ser vistos y entendidos en su contexto. Como mínimo, podríamos apuntar tres referentes:
1) las revoluciones de color que surgieron en estos últimos años en las ex repúblicas soviéticas,
2) lo que se llamó la Primavera Árabe, y
3) los movimientos de estudiantes democráticos en Venezuela.
Hay más movimientos de estos, siempre en esa línea de supuesta “defensa
de la democracia” y rechazo a lo que suene a “dictadura populista” o,
al menos, lo que la prensa del sistema construye como dictadura
populista; así, podrían mencionarse las Damas de blanco de Cuba por
ejemplo, o en Guatemala los “estudiantes” que apoyaron las protestas
anti Colom cuando el encubierto intento de golpe de Estado denominado
“caso Rosenberg” en el 2010.
Ahora bien: ¿qué representan,
en realidad, estos movimientos “pro democracia”? No son, en sentido
estricto, movimientos populares, espontáneos, transformadores. Con las
diferencias del caso, todos tienen líneas comunes. Las llamadas
revoluciones de colores (revolución de las rosas en Georgia, revolución
naranja en Ucrania, revolución de los tulipanes en Kirguistán,
revolución blanca en Bielorrusia, revolución verde en Irán, revolución
azafrán en Birmania, revolución de los jazmines en Túnez, así como los
“movimientos de estudiantes democráticos antichavistas” en la República
Bolivariana de Venezuela) son fuerzas aparentemente espontáneas, que
tienen siempre como objeto principal oponerse a un gobierno o proyecto
contrario a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos.
Son notas distintivas también de estos movimientos su gran impacto
mediático (llamativamente amplio, por cierto, y que no tienen los
movimientos de defensa territorial como los que mencionábamos
anteriormente), siempre de nivel mundial, la participación de grupos
juveniles, en la gran mayoría de los casos estudiantes universitarios. Y
también el hecho de recibir, directa o indirectamente, fondos de
agencias estadounidenses, tales como la USAID, la NED, la CIA o la
Fundación Soros, apoyo que en general es negado o escondido (por algo se
negará, ¿verdad?)
En esta línea podría inscribirse mucho
de lo que sucedió con la Primavera Árabe, que puede haber iniciado como
una auténtica protesta popular, espontánea y con gran energía
transformadora, o al menos de denuncia crítica, pero que rápidamente
degeneró (o fue cooptada) por esta ideología de supuesto “apoyo a la
democracia” –y probablemente manipulada desde este proyecto de
dominación ligado a las tristemente célebres agencias mencionadas–.
Dicho rápidamente, estas supuestas movilizaciones tienen una agenda
clara: servir a los intereses desestabilizadores favorables a la Casa
Blanca y boicoteadores de proyectos con un tinte socializante o popular.
La estrategia del gobierno estadounidense ha ido cambiando en estos
últimos años y ya no apoya –o no en principio, al menos– regímenes
militares dictatoriales como en un pasado, durante todo el silgo XX. Hoy
por hoy, ya no se dan golpes de Estado sangrientos, con tanques de
guerra en la calle y bravuconas manifestaciones de fuerza. Eso, en la
actualidad, es impresentable en términos políticos. Y además, para la
estrategia de Washington, demasiado caro. Por eso optó por esa nueva
modalidad de golpes “suaves”, sin derramamiento de sangre, donde la
“población”, con su supuesta movilización, cuestiona gobiernos
democráticamente electos. A esa nueva política (roll back, de
reversión, llamada por sus ideólogos) le son altamente funcionales estos
nuevos movimientos sociales. En ese sentido, están muy lejos de poder
ser equiparados a los movimientos populares antisistémicos a los que nos
referíamos más arriba, los cuales reivindican territorios y se oponen a
esta nueva camada de rapiña capitalista de recursos estratégicos que
lideran capitales globales en concordancia con capitales y/o gobiernos
nacionales de los países periféricos.
Estos movimientos
populares genuinos, en general espontáneos, no tienen claramente un
contenido clasista, y no en todos los casos hablan un lenguaje marxista.
Son, por el contrario, una expresión de un descontento que alberga en
las grandes masas de damnificados, en general rurales –en atención a la
principal dinámica de los países latinoamericanos, que son en muy buena
medida agroexportadores con un fuerte peso de lo rural en su composición
económico-política, social y cultural–. Pero si bien no encajan en lo
que la teoría económica marxista clásica podría haber visto como el
necesario fermento revolucionario: un proletariado industrial, o una
masa de trabajadores explotados que reivindica sus derechos mínimos,
constituyen una marea de protestas y rebeldía que perfectamente puede
ayudar a encender ánimos, mechas de transformación, calores
revolucionarios. La idea de una clase obrera industrial urbana como
“redentora de la Humanidad” ha ido quedando atrás conforme la
experiencia del mundo mostraba el rumbo que éste tomaba. Esos
movimientos populares, igual que el “pobrerío” urbano en sentido amplio,
están llamados a ser los nuevos fermentos revolucionarios del presente.
Así, al menos, lo consideran los estrategas de la gran potencia
dominante.
Fidel Castro también tiene una imagen novedosa de la cuestión, cuando se pregunta: “
¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en
ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva
sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta
clase obrera -en el sentido marxista del término- tiende a desaparecer,
para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable
conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito
económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a
convertirse en la nueva clase revolucionaria?” Quienes seguimos
creyendo que la utopía sí es posible, debemos mirar con mucha atención a
estos movimientos populares: ahí algo se mueve, hay chispas que pueden
encender fuegos.
En ese sentido, no hay que perder de vista
la llama encendida que puede significar la “Declaración de Quito” con
la que concluyó el encuentro continental “500 Años de Resistencia
India”, realizada en julio de 1990, preparatorio de la contra-cumbre de
celebraciones que tuvieron lugar con motivo del “encuentro” (¿o
encontronazo?) de dos mundos en 1492: “los pueblos indios además de
nuestros problemas específicos tenemos problemas en común con otras
clases y sectores populares tales como la pobreza, la marginación, la
discriminación, la opresión y explotación, todo ello producto del
dominio neocolonial del imperialismo y de las clases dominantes de cada
país”.
Notas
[1] En Yepe, R. “Los informes del Consejo Nacional de Inteligencia”. Versión digital disponible en la página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=140463
[2] Boaventura Sousa, S. “Estrategia continental”. Versión digital disponible en https://www.uclouvain.be/en-369088.html
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196471
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