Tienes 53 años, estás empezando una nueva relación sentimental, un nuevo
abalorio en el collar de la vida y te sientes fuerte, poderosa, capaz de ser
feliz y de hacer felices a quienes te rodean.
Pero una mañana te despierta el temblor involuntario de un pie y de una
mano. No le prestas atención: tienes que ocuparte de cosas mucho más
importantes. Pero el temblor se repite, te produce malestar porque distrae a tu
interlocutor del mensaje que le transmites. Lo peor es que se presenta cuando
compartes algo que te produce pasión, tristeza o furia.
La frecuencia de esos episodios te arrincona y obtienes una cita con el
médico de la familia. Estás en otro país y ésta es tu primera atención de salud
en él. Afortunadamente nuestro médico de familia, el Dr.
Johan Thielen habla cinco idiomas, es amable, eficiente y callado,
es uno de los pocos profesionales de la salud que dedica media hora de atención
a sus pacientes y evita bombardearnos con medicamentos, apelando a soluciones
naturales y aplicando sentido común.
Te escucha atentamente, te hace varias pruebas de coordinación pero no
quiere adelantarte una opinión y te indica que debes acudir a un neurólogo.
Sigues sus instrucciones y te recibe un médico serio, formal, que te pide que
camines hasta la puerta y luego te indica que te sientes al borde de la
camilla, te formula preguntas sencillas que respondes tranquilamente. Te
solicita que hagas movimientos de coordinación con las manos y tú piensas que estás
perdiendo tu tiempo.
Luego te sientas frente a él y te dispara estas frases:
—Usted padece una
enfermedad neurológica, degenerativa e incurable. Usted tiene el mal de
Parkinson.
Y crees que ese médico serio y formal está desplegando contigo su insospechado
sentido del humor. Como para rubricar el momento, tu mano y tu pie izquierdos
se sacuden y tú sientes mucho frío.
Te explica que el Parkinson aparece cuando ya no puedes producir suficiente
dopamina, una hormona que actúa como cable de comunicación, como un conector,
entre tu cerebro y tus músculos. Ante la insuficiencia de dopamina los músculos
se mueven espontáneamente.
El Parkinson no se puede curar, te advierte el médico, pero se puede controlar
en cierta medida con medicación. —Usted tendrá que tomar toda su vida un
sucedáneo de la dopamina que su organismo ya no produce.
Tu familia no puede aceptar esa noticia, apelas a una segunda opinión. Y acudes
a un renombrado especialista, el doctor y profesor Patrick Santens, en el
hospital universitario de Gante, para que te dé una respuesta que puedas
asimilar.
Esta vez conversas con un neurólogo que tiene mayor sensibilidad y que es
más didáctico.
—Sin que lo hayan invitado, el señor Parkinson ha decidido compartir su vida
con usted y solo le queda aprender a vivir con él. Usted es una mujer fuerte y
luchadora. Su futuro bienestar depende mucho de la actitud que usted adopte y
aquí estamos para ayudarla.
Empiezas a investigar, a preguntar, a leer más sobre este mal y descubres que
de él se sabe muy poco, a pesar de que sus síntomas se describen en textos
vedas fechados dos mil años antes de Cristo y en papiros egipcios. Te preguntas
si habría la misma ignorancia si este mal afectara los órganos reproductivos
masculinos…
El origen del Parkinson parece ser una mezcla de factores genéticos y
ambientales, y la verdad es que no te consuela saber que en el mundo la
prevalencia del mal sea de siete por ciento, ni que haya alrededor de cinco
millones de personas que lo sufren como tú.
Has aprendido que en la enfermedad no hay justicia, que no es un castigo
merecido y que, por mucho que te quieran tus familiares y amigos más cercanos,
el Parkinson no se puede compartir y no se puede curar.
De ahora en adelante depende de ti. Tienes que enfrentar a tus dos verdaderos
enemigos: el stress y la depresión, y debes aprender a vivir con míster
Parkinson.
El vigía eficiente que la naturaleza puso en tu cerebro, y cuyos
sabios consejos te han salvado varias veces, te lanza un solo mensaje: no te
atiborres de medicamentos. Desde que la medicina optó por aliviar los síntomas,
en vez de curar el origen de las enfermedades, los humanos nos envenenamos con
productos cuyos efectos finales todos desconocen, incluso los laboratorios que
los fabrican y que se enriquecen con ellos.
Lo ves claramente cuando tu neurólogo se encuentra ausente y su suplente,
una joven doctora, te evalúa, determina que realmente tú no quieres adaptarte a
los medicamentos y te conmina, con severidad, a poner más de tu parte. Sin
mirarte y muy suelta de huesos te receta una pastilla para que no se te
paralice el pie y para que pueda temblar, otra gragea para suprimir los
temblores, una cápsula relajará tus músculos pero hará que te inclines hacia un
costado al caminar. Para enderezar tu postura garabatea otro producto en la
receta y te advierte que esta tableta te producirá una jaqueca que debes
aliviar con un analgésico que te irritará el estómago y para eso sigue anotando
nombres ilegibles…
Botas a la basura la larga receta y acudes a la medicina natural.
Sacha Barrio Healey, el sanador que has tenido la suerte de encontrar, te
escucha atentamente, estudia tu pulso, tus manos, tu lengua, tus pies, evalúa
tu energía, te prescribe una dieta nutritiva y saludable porque “somos lo que
comemos” y te pone en manos de dos plantas humildes pero eficaces: la coca y la
cúrcuma para que colaboren con la dopamina química que tienes que tomar.
Así conoces personalmente a una hoja maravillosa que tiene muy mala
prensa pero que potencia la acción de la dopamina. Es una planta que hace
milenios que lucha exitosamente contra la depresión, que fortalece tus huesos,
te hace comprenderte mejor, refuerza tu memoria, despierta tu alegría, te
reconoce como parte integrante de la naturaleza y hace que te quieras y
respetes como nunca lo habías hecho.
Gracias a la harina de la coca, sagrada y generosa, a pesar de haber sido tan
injustamente perseguida y humillada, logras convivir en paz con míster
Parkinson, incluso aceptas los temblores con alegría, porque sabes que cuando
dejes de temblar estarás cruzando el umbral del Parkinson rígido, que tiene mal
pronóstico. Y con estos aliados desarrollas una existencia útil, activa y
hasta feliz durante diez años.
Sabes que arrasar con la coca porque puede ser convertida en
cocaína es como destruir para siempre la vid porque puede ser convertida en
licor. La coca fue un descubrimiento de una cultura de sabios ingenieros,
conectados respetuosamente con la naturaleza. Es una generosa fuente de calcio
(dos mil unidades de calcio por 100 gramos de coca), hierro, vitaminas, el
mejor legado que nos dejaron nuestros antepasados precolombinos.
La vida te envía al Doctor Nicanor Mori, un experimentado neurólogo, joven, de
mentalidad abierta, y juntos estudian como dominar al señor Parkinson. Tu
neurólogo te dosifica mejor la dopamina y te anima y fortalece. En lugar de
recetarte mecánicamente una sarta de productos químicos, aplica brillantemente
su sentido común.
En tantos años de convivencia con el sísmico Parkinson han surgido
muchas “curas definitivas”, te has ilusionado en vano con las células madres,
con el implante de chips, has tenido buenos resultados con los imanes. Acudiste
al Reiki, la reflexología, los masajes y la acupuntura. Has consultado a
especialistas de Europa y Argentina, has indagado sobre los tratamientos de
Cuba.
Apenas ayer te enteraste de las bondades de la apiterapia y hoy tuviste
tu primera sesión. La abeja transmite, entre otros neurotransmisores, Dopamina
y Serotonina. Rosa Luz, la persona que te hizo el tratamiento te agradó, su
respeto y gratitud hacia los laboriosos insectos y hacia la naturaleza en
general te levantaron el ánimo. La naturaleza nos ofrece lo que necesitamos en
la forma más saludable.
También te enteras de que la Mucuna es una especie de frejol que produce
dopamina pero su consumo directo es un poco complicado porque puede ser tóxico.
Tal vez si la hubieras tomado al comienzo de tu enfermedad te podría haber
ayudado.
Pero el mal avanza y necesitas tomar más dopamina, enfrentas otros decenarios
en el rosario de tu vida. Ya no puedes trabajar como antes, ahora tienes 63
años, y aunque tu cerebro no ha perdido muchas facultades, te sientes más
vulnerable.
Ya no eres la mujer pulpo que hacía eficientemente seis cosas a la vez,
intérprete simultánea que viajaba por el mundo traduciendo temas técnicos,
emitidos por los oradores en exóticos acentos. Te has vuelto lenta, tu pie izquierdo
es más autónomo, se acalambra, se agarrota, frena y te atormenta cuando menos
lo esperas, y cuando menos lo deseas.
Ya no puedes viajar, a veces apenas puedes caminar. Pero, felizmente,
puedes hacer en casa traducciones escritas y correcciones, puedes leer, puedes
escribir y, afortunadamente, todavía tiemblas.
Estás en esa etapa de la vida en que empiezan a irse para el silencio tus seres
más queridos, tus mascotas, tus colegas, tu adorada y admirada hermana,
arrasada en pocos meses por otro mal neurológico. Te divorcias, vives sola.
Entonces se envalentona la depresión y la madre coca se ve en aprietos para
dominarla.
Quieres aislarte, te fastidia que te hablen, odias las preguntas. Te
estás volviendo un ogro.
Te detienes y analizas todo lo que te rodea, ¿Qué ves en la televisión? Basura,
cinismo y violencia que te estresan. ¿Qué oyes en la radio? Estridentes
tonterías y chismes que te repugnan. ¿Qué lees en los diarios? Mentiras,
calumnias, insultos.
Y todo eso te afecta, temes ser una víctima más de la cacareada violencia
ciudadana, mientras que los verdaderos ladrones: los bancos se roban
impunemente tus ahorros y los de todo el mundo, escudados por gritos de Goooool
y concursos que humillan a los participantes.
Te das cuenta de que se transmite la misma basura, en distintos idiomas,
en todo el mundo. ¡Cómo no vas a deprimirte!
Recurres entonces a la mejor terapia posible: deshacerte de la televisión.
Buscas en internet la información verdadera en medios y foros alternativos,
escuchas los programas radiales del argentino Felipe Pigna sobre historia,
relatos a cargo de admirables escritores. Resucitas tu música preferida para
huir de ese taladro monocorde, que hace papilla las neuronas en casi todas las
estaciones de radio y lugares públicos. Frecuentas a tus queridos amigos
pensantes, disfrutas con ellos de la música que te alegra, sostienes largas
conversaciones que te enriquecen, evocas gratas anécdotas, disfrutas con
películas en las que los actores actuaban, con documentales y series
históricas. Relees los clásicos de tu infancia, aquellos libros que sí que
formaban, que tenían ética y que nos convirtieron en personas útiles, no en
bobos consumidores estresados porque no podemos comprarlo todo.
Caminas en el parque, aprendes yoga, recibes acupuntura, contemplas el
mar al atardecer con tus primas queridas, hueles las flores, aspiras con avidez
el aire salado de tu océano Pacífico que tanto echaste de menos. Conversas con
desconocidos que al despedirse te bendicen, agradeces el trato preferencial que
te dan en los lugares públicos.
Te simplificas la vida: remplazas los estresantes botones, broches y cierres
con cómodos elásticos, los pasadores ceden el paso al velcro y ya no te atormentas
luchando contra tapas herméticas pues algún genio (¡quizás parkinsoniano!)
diseñó abrelatas y tijeras con orejitas especiales para esos avatares.
Descubres las regalías de la soledad a tu edad. Ya no tienes que adaptarte a
nadie, complacer a nadie, sacrificarte por nadie. Si no quieres hablar: cantas,
si quieres bailar ¿qué te lo impide? Si quieres comer: ¡buen provecho! comes lo
que te apetece y cuando lo deseas. Ya no tienes que cumplir con las
obligaciones y expectativas que otros te imponen. Por fin eres libre de ser
como tú quieres ser.
Pero debes admitir que Mr. Parkinson no ha sido solo el malo de la película.
También te ha permitido ser más selectiva en materia de trabajo y disponer del
tiempo para escribir y estudiar literatura, sin sentirte culpable.
Y, por haber sabido reconocer las ventajas de la vejez, te premias con el mejor
regalo que la madre naturaleza ha puesto a tu alcance.
Desde que perdimos el don de comunicarnos con ella, cuando permitimos que
nuestra especie la deprede, empezamos a irnos cuesta abajo. Nos volvimos peones
que no valemos nada en un sistema que todo lo destruye, un sistema que no se
cansa de acopiar riquezas a expensas del padecimiento de los más débiles. Un
sistema que inventa religiones que justifican el robo y que le conceden al ser
humano una supuesta superioridad, nombrándolo “rey de la creación” con licencia
para destruir todo lo que tiene vida.
Tu vigía te advierte que necesitas recuperar la comunicación con la tierra,
aquel contacto directo, equitativo y natural que nos era innato y que se nos ha
atrofiado. Y buscas – o te encuentra – un conector mejor que la dopamina.
Adoptas o, mejor dicho, te adopta una gata. Una gata majestuosa y maternal que
ha sufrido, que reparte su tiempo entre su bella existencia y la tuya; que te
relaja con el ronroneo que emite en la misma frecuencia que los latidos de la
tierra; que te abriga el corazón y el cuerpo. Ella te acompaña, te sosiega;
tiene un refinado sentido del humor y se divierte compartiendo juegos contigo,
alejándote de la computadora y el sedentarismo, vigila que tomes tu medicina,
te tiene paciencia y jamás te considera una vieja temblorosa, inútil o
vulnerable.
Es más, cuando un leve temblor de tierra mueve la cama, tu gata abre su único
ojo, te mira como diciendo: ¡Ah! Eres tú, y regresa a sus ocupaciones
favoritas: ronronear y dormir
Recuperas las riendas de tu vida.
Cuando no vivías con el señor Parkinson solamente supiste dar,
ahora tienes que aprender a recibir.
Por eso aceptas y agradeces el cariño solidario de tu hija, de
tus primas, tus amigas, tus sobrinos, tus colegas y te dedicas seriamente a
estudiar, para escribir lo que consideras importante preservar en la memoria de
esta absurda y arrogante especie a la que perteneces.
Y le dices a Mr. Parkinson que no tienes tiempo que perder con sus caprichos,
que ya has puesto mucho de tu parte y que ahora es su turno: ¡O se acomoda o se
larga!
Lima, Marzo 2014
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