03/02/2016
Si algo define la actual dislocación social, es
bien la incertitud en torno al trabajo-empleo. La desconexión radical y rápida
de la economía con relación a la sociedad, provocada por las políticas
neoliberales, ha transformado el problema del desempleo masivo y de la
precarización del empleo en una cuestión de supervivencia para las
sociedades, y en un reto fundamental para la sociedad que será necesario crear
en el futuro.
En el año 1900 casi la mitad de la población activa
en Estados Unidos estaba empleada en el sector agropecuario, y exactamente un
siglo más tarde sólo el 1.9% dependía de esa rama de la economía (1). En el
mismo período y del otro lado del Atlántico, en Francia, el número de
agricultores se dividió por diez (2). El aceleramiento de los progresos
tecnológicos en todas las áreas pertinentes hizo posible esta profunda
transformación, permitiéndole al mismo tiempo seguir ocupando un importante
papel en la economía. Se había logrado producir cada vez más con menos mano de
obra, y eso explica el éxodo forzado de los trabajadores agrícolas hacia los
refugios que ofrecían otros sectores de la economía que tenían creciente
necesidad de nuevos brazos.
Un éxodo comparable puede producirse en las
próximas décadas, pero esta vez sin grandes oportunidades de empleos en el
horizonte. En el curso de las últimas décadas el sector de servicios ha sido el
principal refugio para los trabajadores expulsados de los empleos industriales
por las diferentes olas de progresos técnicos que fueron sucediéndose de manera
cada vez más frecuente con los avances en la electrónica, la informática y las
telecomunicaciones. Empero, la capacidad del sector de servicios para compensar
las pérdidas de empleos sufridas en diferentes ramas y sectores de la economía
ha ido disminuyendo por las transformaciones profundas que a su vez lo afectan,
y la próxima ola de progresos tecnológicos puede ser mortífera en el capítulo
de empleos en este sector, así como en otros dominios hasta ahora poco
afectados. Según la OIT (3), el desempleo afectaba a 201 millones de personas
en todo el mundo en el 2014, o sea 30 millones más que antes de la crisis del
2008. Los efectos que sobre el empleo tendrán las nuevas transformaciones
tecnológicas agravarán un desempleo que ya es masivo. El informe de la OIT
revela otro hecho agravante, como es la disociación creciente entre los
ingresos del trabajo y la productividad, con esta última aumentando mucho más
rápidamente que los salarios, lo que se constata en las repercusiones negativas
sobre el consumo, las inversiones de capital y los ingresos del erario público.
Progresos tecnológicos y progresión del desempleo
Hoy día el progreso técnico permite alcanzar
niveles de automatización (informática y robótica) que imitan algunas
dimensiones de la inteligencia humana. Esos equipos de alta tecnología tienen
la capacidad de asegurar de manera creciente no solamente las tareas muy
rutinarias, como ha sido el caso en el pasado, sino también las tareas que
exigen interacciones con los usuarios o clientes. Pero esto no termina ahí.
Jean-Yves Geoffard, de la Escuela de Economía de París, subraya que “el riesgo
pesa en el pasado, sino también las tareas que exigen interacciones con los
usuarios o clientes. Pero esto no termina ahí. Jean-Yves Geoffard, de la Escuela
de Economía de París, subraya que “el riesgo pesa también sobre numerosas
actividades intelectuales, relacionadas con el tratamiento y la síntesis de
informaciones, que pueden ser confiadas a esas ‘maquinas’ que aprenden cómo
manipular cantidades infinitamente más grandes de datos que las que el cerebro
humano puede aprehender (4)”. Es pues toda la galaxia de empleos del sector de
servicios, de la administración y del conocimiento, que será trastornada por el
progreso tecnológico, y eso sin importar los conocimientos o habilidades
exigidas por las diferentes ocupaciones. En efecto, la capacidad de los equipos
basados en sistemas informáticos para tratar masas de datos poco estructurados,
de interpretar el discurso humano y de comprender las acciones y decisiones
humanas, no cesa de aumentar. Capaces de evolucionar mediante el aprendizaje
automático, esos equipos podrán efectuar un creciente número de tareas que
actualmente llevan a cabo los profesores, ingenieros, abogados, profesionales
de la salud, especialistas de finanzas, y los administradores o ejecutivos de
empresas o de los servicios públicos (5).
Empero, esta convulsión no será exclusivamente
fruto de nuevos avances científicos o tecnológicos, aun cuando no se los debe
minimizar dado el ritmo actual de innovaciones. Según un informe del McKinsey
Global Institute (6), doce tecnologías ya existentes van a sacudir los
fundamentos del mercado laboral mundial. Algunas de ellas son bien conocidas,
otras menos. Estas son la “Internet nómade” (wi-fi), la automatización del
trabajo intelectual, la “Internet de los objetos”, la informática en la nube,
la robótica avanzada, los vehículos semiautónomos o autónomos, la genómica de
nueva generación, la acumulación (stockage) de energía, la impresión
tridimensional (3D), los materiales avanzados, la exploración y la recuperación
avanzada de petróleo y de gas, y la energía renovable.
Otro estudio (7) sobre el riesgo de la
automatización de empleos, llevado a cabo por la Universidad de Oxford, indica
que la informatización afectará alrededor del 47% de los empleos existentes en
Estados Unidos en el curso de las próximas dos décadas. Sus autores analizaron
702 categorías de ocupaciones o profesiones bajo el ángulo de las tareas
efectuadas y las habilidades exigidas, y comparando éstas últimas con las
capacidades existentes o anticipadas de los equipos informáticos. A partir de
los resultados, esas ocupaciones fueron seguidamente clasificadas según el
grado de probabilidad de ser automatizadas, para estimar su vulnerabilidad.
El estudio sugiere que dos nuevas olas de
automatización se sucederán en el curso de las próximas dos décadas: la primera
ola pondrá en alto riesgo los empleos en el transporte, las actividades
logísticas y las tareas de apoyo administrativo, y aumentará la vulnerabilidad
de los empleos en el sector de servicios, en ocupaciones como choferes de taxi,
recepcionistas, auxiliares jurídicos, bibliotécnicos, aseguradores o vendedores
de servicios por teléfono. La segunda ola, por otra parte, no tendrá impactos
hasta que se resuelvan las dificultades que se plantean actualmente en la
“imitación informática” de la percepción humana, de la creatividad y de la
inteligencia social. Pero a medida que el recurso a la “masticación” de
megadatos pueda superar las dificultades actuales, los empleos que exigen
juicio, saber, creatividad y habilidades interpersonales comenzarán a ser
afectados (8), por lo cual los autores del estudio se muestran prudentes y no
cifran el número de empleos susceptibles de ser afectados. Por el contrario,
los autores del informe de McKinsey Global Institute estiman que los algoritmos
sofisticados podrían substituir (el empleo) de 120 a 140 millones de
trabajadores en el terreno del saber, y a nivel mundial.
En suma, como ya sucedió, la tecnología seguirá
progresando y nuevos avances acelerarán el ritmo de las innovaciones. Las
tareas que puedan ser ejecutadas más rápidamente y a un menor costo por los
dispositivos robóticos e informáticos lo serán irremediablemente. Tal dinámica
podría incluir ciertos aspectos de las tareas definidas como creativas. No solo
serán automatizadas las tareas que requieren menos cualificación, sabiendo sin
embargo que “el trabajo humano deberá tener por largo tiempo una ventaja
comparativa en las tareas que requieren formas de manipulación y de percepción
complejas”.
Fijación en la economía y negación de la sociedad
La única tesis que avanza el pensamiento económico
dominante es que la automatización eliminará simplemente las categorías de
empleos que han devenido obsoletas y que las reemplazará por nuevas,
contribuyendo incluso al crecimiento del número de empleos. Se plantea que, con
el conjunto de las nuevas tecnologías, la automatización facilitará otros
descubrimientos que permitirán la concepción de diferentes productos y,
consecuentemente, la creación de nuevos empleos. Asimismo, se afirma que la
automatización incentivará a que los trabajadores menos calificados busquen
subir en la escala de cualificaciones para poder ocupar esos nuevos empleos, y
que en tal contexto la cuestión fundamental será la formación
profesional. Se trataría simplemente, según este “pensamiento único”, de una
evolución similar a la que se produjo durante el desenvolvimiento del sistema
maquinista industrial en las fábricas del precedente período tecnológico.
Recordemos que ese proceso contribuyó, en efecto, al crecimiento de los empleos
y a la creación de nuevas categorías de trabajo más interesantes y mejor
remuneradas, contribuyendo así a la afirmación gradual de una ciudadanía en el
trabajo, de una ciudadanía industrial.
De manera similar, nos dice el pensamiento
dominante, los programas informáticos, los algoritmos, los robots y demás
aplicaciones cibernéticas inscribirán a los seres humanos en un nuevo círculo
virtuoso de desarrollo, propulsándolos hacia tareas de creciente valor. En
suma, esas tareas permitirán a los trabajadores mejor afirmar su dimensión
humana, disminuyendo los trabajos pesados y liberando los talentos según los
potenciales de los individuos. Parafraseando a Joseph Schumpeter, la
automatización es vista como un simple episodio de la ‘destrucción creadora’ en
marcha, y sus consecuencias sociales son tratadas como un apéndice normal,
siendo así banalizadas.
Si el pasado puede ser útil para imaginar el
futuro, de manera alguna es garante de que así será ¿Podemos verdaderamente
pretender que ésta ‘era de los robots inteligentes’ puede ser comparada a la
que inauguró la máquina de vapor? ¿Tomamos suficientemente en cuenta las
especificidades de la mutación económica y social que la generalización de la
automatización está provocando? ¿Más precisamente, si el robot reemplaza al
trabajador, quién consumirá? ¿Con qué poder de compra? ¿Cómo podrá mantenerse
la demanda final en esas condiciones? ¿Qué sucederá con el crecimiento
económico, necesidad sistémica del capitalismo? ¿Cómo podrá mantenerse la
formación y reproducción del capital, puesto que el dinero atesorado, las
mercancías no vendidas y los valores inmovilizados no constituyen capital, sino
a lo sumo valores en espera de realizarse en tanto que capital? ¿Cómo hacer
para que el ingreso de cada uno dependa del trabajo que provee? Más
ampliamente, ¿hacia qué tipo de sociedad llevará la destrucción de empleos si
el crecimiento económico ya no es alcanzable? ¿Qué pensar si se verifican las
dudas del economista Robert J. Gordon de la Universidad NorthWestern, de que
las innovaciones no tendrán en el futuro el mismo potencial en materia de
crecimiento que en el pasado? ¿Qué devendrá la sociedad si se revela exacta su
opinión de que el crecimiento económico rápido registrado a partir de 1750, y
durante 250 años, no ha sido finalmente otra cosa que un episodio único y
excepcional en la historia de la humanidad? (9).
Las extrapolaciones que se permite el pensamiento
económico dominante en relación a la evolución futura de los empleos reposan
sustancialmente sobre el carácter comparable de las ‘eras de la máquina’,
aunque no hay nada que lo sustente. La ruptura de la continuidad con la era
industrial de la cual estamos saliendo ha sido bien puesta en evidencia por los
pensadores estadounidenses Brynjolfsson y McAfee en “The Second Machine Age”
(La segunda era de la máquina). A lo largo de la ‘primera era de la máquina’,
la relación entre la máquina y el ser humano fue una de complementariedad. La
máquina permitía al ser humano decuplar su fuerza y sus habilidades, estando
siempre bajo su control. Más aún, a medida que la maquina evolucionaba, mayor
era la necesidad de la presencia del ser humano para controlarla. En la
‘segunda era’, la relación entre el ser humano y la maquinaria se orienta más
vale hacia la substitución del ser humano por la máquina, con la automatización
asumiendo el sistema de control de una maquinaria cada vez más eficiente
respecto al ser humano en esa tarea. La necesidad de una presencia humana
decrece rápidamente a medida que aumenta la capacidad de potencia de los
sistemas automatizados, que actualmente se duplica cada dos años.
Estimulado por la creación incesante de
informaciones digitalizadas y por nuevas formas de combinar ideas existentes
para generar nuevas y mejores ideas, un verdadero huracán tecnológico se abate
sobre la economía y trastorna el mercado del trabajo, lo que se refleja ya en
los indicadores económicos recientes. Los empleos y los salarios caen mientras
que la productividad y las ganancias se disparan (10). Si las tecnologías
digitalizadas proveen los medios para la abundancia en la producción, también
generan las condiciones para que ésta sea muy mal distribuida. Esta es, por
otra parte, una característica que no tiene nada de temporal ni de fortuita,
sino que proviene tanto del régimen de propiedad capitalista como del
funcionamiento de las tecnologías digitalizadas, y de la utilización que de
ellas se hace.
Combinatorias y exponenciales, estas tecnologías
engendran una radical dinámica económica al posibilitar la conversión de una
ventaja relativa –sea de un producto físico o de un servicio- en factor de
dominación casi total de un nicho o segmento del mercado, con el ganador
quedándose con todo el mercado. Asimismo favorecen al capital en detrimento del
trabajo; el trabajo calificado en detrimento del trabajo no calificado; a los
agentes económicos “superestrellas” capaces de conquistar los mercados
mundiales para cerrarlos a la competencia, en detrimento de los agentes
económicos locales (11).
Es igualmente dudoso que la actual revolución
digital pueda crear una abundancia de empleos interesantes y bien remunerados.
Ciertamente que creará un buen número, pero no en la cantidad que nos quiere
hacer creer el pensamiento económico dominante cuando afirma que si los
trabajadores mejoran sus cualificaciones y sus competencias, eso será
suficiente para que asciendan hacia tareas de creciente valor. Se trata de un
mensaje tranquilizador que en realidad es un mito, puesto que solamente un
relativamente reducido número de trabajadores podrá acceder a categorías de
trabajo más nobles. ¿Cuál será el destino de los otros? Una primera parte de
los trabajadores seguirán confinados en la parte baja de la escala, porque ahí
se encontraban. Una segunda parte se deslizará de la parte media hacia la parte
baja de la escala, y una tercera parte simplemente perderá sus empleos.
En la realidad ya asistimos a la desaparición de
empleos poco o medianamente calificados y a la migración forzada de
trabajadores hacia empleos menos bien remunerados, frecuentemente precarios,
sin seguridad de empleo y con condiciones de trabajo más duras, o directamente
condenados a la salida del mercado laboral. Estamos asistiendo, en realidad, a
una polarización gradual del mercado del trabajo entre empleos poco
cualificados y mal pagados, y empleos más gratificantes y mejor remunerados.
Para David Autor, un experto en materia del trabajo del MIT, esta polarización
del mercado del trabajo, en Estados Unidos y en dieciséis Estados miembros de
la Unión Europea, es el verdadero inconveniente de la automatización desde hace
ya algún tiempo (12).
Sin embargo, este no es el único efecto de la
revolución digital, que si bien ha creado categorías de trabajo interesantes en
lo alto de la escala, en revancha también contribuye poderosamente a la
inseguridad del empleo y a imponer condiciones muy duras de trabajo en las categorías
relegadas o en vías de ser relegadas a la base de la escala. En su trabajo
titulado Mindless – Why Smarter Machines are Making Dumber Humans,
Simon Heads describe cómo los sistemas de gestión de personal semiautomatizados
han transformado las condiciones de trabajo en los almacenes de las grandes
empresas, en los bancos y en los centros de llamadas (13). Tales sistemas
permiten seguir, literalmente, los movimientos y acciones de los empleados
asalariados en la ejecución de sus tareas, juzgar su eficiencia y
despedirlos si fuera necesario. Más aún, este tipo de gestión a partir de una
pantalla de computadora evita a los responsables del personal los aspectos
‘desagradables’ de la confrontación con los empleados, y de evitar que se tenga
en cuenta su situación particular.
Simon Head cita como ejemplo el funcionamiento de
los almacenes de la compañía Amazone. Los algoritmos de esta empresa reciben
los pedidos que entran y crean inmediatamente una ‘ruta’ a seguir por el
empleado. Este último debe conformarse a esa ‘ruta’ y respetar el tiempo
asignado para la ejecución del conjunto de gestos y desplazamientos a efectuar,
y eso bajo pena de despido. Tratándose de ‘empleados temporales’ los
responsables de la gestión laboral pueden despedir fácilmente a los empleados
que no mantienen el ritmo exigido. Al poder reemplazar rápidamente a estos
empleados por otros, al mismo tiempo la empresa se asegura que podrá seguir
manteniendo los salarios muy bajos. En estos casos hay, de hecho, un retorno a
condiciones de explotación abusiva gracias a la combinación de los métodos de
la llamada ‘organización científica del trabajo’ (OCT), -los algoritmos que
minutan la ejecución de la tarea asignada- con las ventajas de seguimiento y
control que proporcionan los sistemas informáticos.
Esta combinación ha dado un nuevo impulso a la
propensión de la OCT de crear ámbitos de trabajo controlados verticalmente,
donde los trabajadores son despojados de sus competencias y de toda
satisfacción en la ejecución de las tareas. Precisemos que es tal combinación
la que produce efectos tan nefastos, y no la automatización en sí.
Monopolización de la economía y regresión salarial
La noción de ‘tareas de valor creciente’,
presentada por el pensamiento económico dominante como una panacea, es bastante
difusa ¿Quién se beneficia de este valor creciente? ¿El empleador o el
empleado? Retomando la pregunta del ensayista Nicholas Carr, “¿medimos éste
valor en el plano de la productividad y de las ganancias, o en el terreno de la
competencia y de la satisfacción del trabajador?” (14). Estas dos apreciaciones
no solamente son diferentes, sino que muy seguido están en conflicto entre sí,
como testimonia la historia de las relaciones laborales.
Además, si la automatización contribuye a reducir
el número de trabajadores requeridos para una tarea dada, también tenderá a
reducir las cualificaciones exigidas para cumplirla. Al ritmo actual del
progreso técnico no se puede dejar de pensar que tal erosión de las
cualificaciones requeridas terminará alcanzando a las ‘tareas de valor
creciente’, forzando así a que trabajadores muy cualificados se vean forzados a
aceptar puestos de baja cualificación. Este proceso estaría ya en curso, según
los datos presentados por Paul Beaudry y David A. Green de la Universidad de
British Columbia, y por Ben Sand de la Universidad York, ambas de Canadá (15),
quienes revelan que los jóvenes egresados de las más prestigiosas universidades
de América del Norte que estudiaron para alcanzar los bien pagados puestos en
las finanzas o la alta tecnología, cada vez más raros de encontrar, están
viéndose obligados a ‘refugiarse’ en empleos de un tipo inferior para los
cuales fueron preparados, o sea que son demasiados cualificados para los
empleos existentes. Según los autores citados, desde el comienzo de este siglo
cada nueva cohorte de diplomados se encuentra enfrentada a un mercado laboral
en el cual van disminuyendo la oferta de empleos prestigiosos y bien
remunerados. En el 2010, el número de tales empleos había disminuido al nivel
de 1990. Esto revela una contradicción importante entre el discurso euforizante
en torno a la ‘economía del conocimiento’ y la realidad factual. Las
dificultades crecientes de los jóvenes diplomados estadounidenses a reembolsar
las deudas contratadas para financiar sus estudios son una ilustración brutal
de la realidad. A finales del 2015 el total de esas deudas sumaba 1.3 billón de
dólares (16)
Pero no todo se resume a una simple cuestión de
brecha salarial entre los trabajadores más escolarizados y a la necesidad
absoluta para los trabajadores menos formados de subir en la escala de
cualificaciones para sobrevivir a la actual transformación del mercado laboral.
En realidad esta brecha se mantiene estable, como vemos en Estados Unidos,
donde los salarios de los trabajadores más escolarizados comenzaron a
estancarse desde antes de la crisis financiera del 2008 (17). Lo que significa
que no todo de lo que sucede en el mercado laboral se puede atribuir a los
impactos del progreso tecnológico.
En una de sus crónicas en el New York Times
el economista Paul Krugman subraya que la explicación se sitúa también en el
fuerte aumento del poder monopolista. Habría de un lado los robots y del otro
los “barones ladrones” (robber barons). Si el progreso tecnológico favoreció a
las empresas en detrimento de los asalariados, la concentración de empresas,
por las fusiones o tomas de control, contribuyen igualmente al
debilitamiento de los trabajadores (18). En casi todos los sectores de nuestra
economía –escriben Barry C. Lynn y Phillip Longman en Who broke America’s
Jobs Machine (19)-, un número mucho menor de grandes empresas controlan
mayores partes de sus mercados, comparativamente a la situación de hace una
generación.
Esta concentración permite a esas empresas
mastodontes utilizar su creciente poder monopolístico para aumentar los precios
impunemente, evitando al mismo tiempo acordar una fracción de la ganancia a sus
empleados. Esta práctica es dañina tanto para el crecimiento de la demanda como
para las inversiones. De hecho, estos grandes grupos se inscriben así en un
comportamiento rentista. Es haciendo bajar constantemente la parte de los
trabajadores asalariados en la distribución del valor agregado que, finalmente,
pueden mantenerse en posición dominante. Y esta disminución de la parte
salarial tiene como contrapartida el aumento de aquella destinada a las
ganancias, sin que eso conduzca, empero, a un incremento de las inversiones. El
declive del gasto en inversiones mundiales ha pasado a ser algo persistente en
los últimos años (20).
En suma, el descenso de la parte salarial sirve
para aumentar la distribución de las ganancias no invertidas bajo la forma de
dividendos a los accionistas, bajo la presión de los mercados financieros. La
desigualdad de los ingresos se vuelve más profunda, revelando así la gigantesca
transferencia de riquezas que tiene lugar, de los asalariados y hacia la clase
capitalista en su sentido más amplio, en un proceso que no genera un aumento de
la riqueza real global (21)
Por otra parte, las empresas en causa se comportan
de esta manera no importa dónde se encuentren, países desarrollados o países en
vías de desarrollo, y actúan así gracias al marco definido a la vez por las
normas de excesiva rentabilidad económica impuestas por los accionistas y por
la rarificación de las oportunidades de inversiones rentables en economías en
las cuales por razones estructurales el crecimiento se ha ralentizado. Y es así
que estas empresas explotan sin piedad una correlación de fuerzas que, por los
efectos de la combinación de la globalización y de la financiarización que se
refuerzan mutualmente, ha sido convertida en muy desfavorable para los
trabajadores. Hay que subrayar que ambos fenómenos son de carácter
socioeconómico, y no tecnológico.
Fruto de la desregulación tan importante en el
pensamiento económico dominante de inspiración neoliberal, el poder
monopolístico mencionado anteriormente debe ser visto como el producto de un
capitalismo con una sobredosis de sí mismo, retomando la definición de Wolfang
Streeck (22).
¿Cambia la automatización las reglas de juego del
capitalismo?
Antiguas cuestiones relacionadas con las ganancias,
la utilización de las ganancias y la propiedad del capital reaparecen en los
análisis y se añaden a las consideraciones más específicas de los impactos
económicos y sociales del progreso tecnológico. La automatización no puede ser
objetada en sí misma. Todo depende de la utilización que de ella se haga, de
los valores que la encuadran y de la finalidad proseguida por la empresa y el
sistema socioeconómico. En otras palabras, las sociedades no podrán avanzar
exitosamente en el camino de la automatización de la producción de bienes y
servicios sin reconsiderar cuestiones fundamentales, como el consumo, el trabajo,
el ocio y la repartición de los ingresos. El profesor Robert Skidelsky, de la
universidad británica de Warwick, ha subrayado en ese sentido que “sin esos
esfuerzos de imaginación social, el restablecimiento después de la crisis
actual será simplemente un preludio a otras calamidades aplastantes en el
futuro” (23). La más actual de esas amenazantes calamidades es la división de
la sociedad en dos partes, con una de ellas compuesta por una minoría de
productores, profesionales, supervisores y especuladores financieros, y la otra
parte conformada por una mayoría forzada a la ociosidad y a una existencia
precaria.
El economista John M. Keynes (24) había asociado el
progreso tecnológico a la posibilidad de liberar al menos parcialmente a la
humanidad de su carga más antigua y natural, el trabajo. Pero, en el momento
mismo en que esta posibilidad está al alcance de la mano, nuestro sistema
socioeconómico se muestra incapaz de convertir el crecimiento de la riqueza y
el aumento del desempleo tecnológico que lo acompaña en incremento del tiempo
de ocio voluntario, y de abordar el trabajo de otra manera que como una
mercancía. En un contexto en el cual la función mercantil prima sobre las otras
funciones sociales, abordar el trabajo de manera diferente sería reconocer que
las leyes del mercado difícilmente se pueden aplicar a esta mercancía que Karl
Polanyi (25) tan justamente describió como ficticia. En síntesis, eso sería
reconocer que la “magia del mercado” no podrá resolver el problema de la
rarificación creciente del empleo, producto de la ruptura del ‘casamiento de
razón’, viejo de dos siglos, entre el capital y el trabajo asalariado.
En La Grande Transformation, Polanyi nos
recuerda que una economía de mercado requiere de una sociedad de mercado, en la
cual el mercado autoregulado, pero en realidad desenfrenado, tiende a
extenderse mucho más allá de su terreno original, el comercio de bienes
materiales y de servicios. Es así que el mercado coloniza poco a poco todas las
dimensiones de la actividad humana, asimilándolas a mercancías sin importar su
compatibilidad a que pudieran devenirlo. Toda producción debe estar destinada a
la venta y ese debe ser el origen de todo ingreso. En términos marxistas
hablaríamos de subsunción a la lógica de la acumulación del capital. La tierra
(o la naturaleza), el trabajo y el dinero, elementos no destinados a la venta,
han sido convertidos en mercancías falsas, en mercancías ficticias pero ya
encastradas en el mercado. Vivir del trabajo de uno sin pasar por el sistema se
ha convertido en algo imposible.
Y sin embargo, al no imponerse límites, esta
expansión del mercado conlleva en sí misma el riesgo permanente de socavarse y
de minar así la viabilidad del sistema socioeconómico capitalista.Es
precisamente por eso que en un pasado reciente, en los países centrales del
capitalismo industrial, mediante leyes, reglamentos e instituciones se
intentaba, con mayor o menor éxito, limitar esta expansión del mercado para
evitar que infringiese los elementos fundadores de toda sociedad, como el
altruismo, las relaciones de buena fe o la solidaridad en el seno de las
familias y de las colectividades. De hecho, se trataba de impedir que el
capitalismo se autodestruyera al devenir totalmente capitalista, demoliendo
mediante la expansión del mercado las fundaciones no capitalistas de la
sociedad en la cual había triunfado. Es por eso que desde esta óptica el
trabajo, fruto de la actividad humana, la tierra, una subdivisión de la
naturaleza, y el dinero, cuyas fluctuaciones son peligrosas para la
organización de la producción, fueron objeto de muy diversos acomodamientos
reglamentarios, con frecuencia ambiguos, entre las elites políticas y
financieras, para tratar de proteger la sociedad de una mercantilización
completa.
Desde entonces, con el retorno del liberalismo
económico puro y duro, y de la subsecuente globalización, el capital adquirió
una movilidad que le ha dado un poder coercitivo sin equivalencia sobre los
Estados. Diferentes tratados internacionales, por otra parte, han creado por encima
de la política los santuarios que protegen los intereses de las finanzas y de
los monopolios. Si las orientaciones de un gobierno no responden a las
exigencias de los inversores, estos últimos los sancionan inmediatamente
retirando sus capitales, escapando así a toda restricción mínimamente inspirada
por la noción del bien común o por imperativos sociales, sean de naturaleza
medioambiental, de protección de la salud, de la seguridad del empleo, de
condiciones de trabajo o de prosperidad.
Como apunta Zaki Laïdi (26), en la actualidad la
fuerza ideológica de la sociedad de mercado reside quizás no tanto en su
capacidad de convertir en mercantiles los sectores no comerciales, sino en
representar la vida social como un espacio comercial, incluso cuando no hay
cómo poder entablar una transacción mercantil. Y agrega que éste es un punto
fundamental que se debe explicar. Se puede decir, por ejemplo, que en el sector
de la educación la sociedad de mercado está actuando, no porque se lo privatiza
a toda marcha, sino porque socialmente se nos presenta cada vez más la escuela
como una empresa de servicios cuya misión es preparar a los niños para la vida
activa. En efecto, podemos agregar, la escuela se encuentra así reducida a un
simple lugar de ‘prestación de servicios’ a los ‘clientes’, algo que sucede ya
con los demás bienes y servicios que hasta recientemente eran percibidos como
cuasi-derechos sociales, como es notable en los casos de la salud pública o el
sistema de correo postal.
En este contexto no es sorprendente constatar que
la mayoría de los estudios consagrados a los cambios provocados por los avances
tecnológicos en las últimas décadas sobre las formas de producción se inscriban
en la lógica dominante. Es decir, en una concepción del desarrollo que confunde
crecimiento y desarrollo e ignora las “externalidades”, sean los daños
ecológicos y sociales; que considera como infinitos los recursos del planeta;
que acuerda la prioridad al valor de cambio en detrimento del valor de uso, o
del valor concreto de un bien o de un servicio; y que asimila la economía a las
tasas de ganancia y a la acumulación de capital, aunque eso genera profundas
desigualdades. Muy pocos estudios abordan las consecuencias socioeconómicas de
estos cambios y de su impacto sobre la supervivencia misma de las sociedades
nacidas de la civilización del capitalismo industrial. Pensemos en los
contragolpes de la rarificación de los empleos y la disminución de la
masa salarial sobre la demanda de productos y servicios o sobre los ingresos
fiscales de las colectividades municipales, provinciales y estatales, y lo que
eso significa para su capacidad de continuar manteniendo el financiamiento de
las infraestructuras y de los programas sociales. ¿Podrán sobrevivir mucho más
tiempo sin tener que revisitar sus fundamentos básicos, sea su relación con la
naturaleza; su sistema técnico de producción de la base material de la vida, en
el sentido físico, cultural y espiritual; su manera de organizarse
colectivamente en los planos políticos y sociales; su forma de interpretar la
realidad y de dedicarse a su construcción, su manera de ser y de actuar, su
cultura en suma? En otras palabras, ¿podrán sobrevivir sin revisitar su modo de
producción?
La automatización en la génesis de un modo de
producción poscapitalista
Un modo de producción no concierne solamente la
manera mediante la cual son tratados los factores de producción para brindar un
bien o un servicio a ofertar para el consumo. Como lo precisó el historiador
británico Eric Hobsbawm en Marx et l’Histoire (27), “un modo de
producción incluye a la vez un programa particular de producción (una manera de
producir, sobre la base de una tecnología y de una división productiva de la
mano de obra en particular) y un conjunto especifico, históricamente válido,
de relaciones sociales a través de las cuales la mano de obra es desplegada
para extraer energía de la naturaleza mediante herramientas, experiencia,
organización y conocimientos, en un momento dado de su desarrollo, a través
del cual los excedentes producidos socialmente circulan, son distribuidos y
utilizados para su acumulación u otros fines”.
Un cambio en el modo de producción implica pues un
cambio de los principales aspectos que regulan la organización social de las
relaciones de producción entre los seres humanos para la puesta en marcha de
las fuerzas productivas (trabajadores, maquinarias, tecnología), e
históricamente un cambio de este tipo ha venido acompañado de cambios en el
sistema de propiedad de los medios de producción.
Un nuevo modo de producción determina a la vez la
organización social de la producción, por ejemplo el recurso al trabajo
asalariado, la repartición del fruto del trabajo y las relaciones entre las
clases sociales, estas últimas encontrándose separadas por el lugar que ocupan
en las relaciones de producción y por sus intereses respectivos. Podemos
entonces comenzar aquí a interrogarnos sobre la naturaleza de las relaciones
sociales que prevalecerán en un modo de producción en el cual la repartición de
la creación de valor agregado no podrá seguir siendo hecha, en lo fundamental,
a partir del trabajo asalariado.
En efecto, cuando las elites dirigentes
permiten que la esfera de la economía se libere del control social (o del
control político), inevitablemente la sociedad sufre las consecuencias, porque
es desmantelada en beneficio de las fuerzas económicas. La decadencia del
feudalismo, ya minado y corroído interiormente por el dinero, es una buena
ilustración. El ascenso de las fuerzas financieras de aquella época permitió
quebrar el sistema feudal desde arriba, subordinando social y políticamente a
la señoría feudal por medio de préstamos, y por abajo encerrando a los
campesinos en la espiral de los préstamos usurarios. Las bases sociales del
régimen feudal fueron así poco a poco destruidas, permitiendo de esta manera el
desarrollo de un nuevo modo de producción fundado sobre la propiedad privada de
los medios de producción. Esos medios fueron las tierras arables, y más tarde
las manufacturas. Ese proceso, o sea la destrucción de una jerarquía social en
plena decadencia, de un régimen de propiedad y de un modo de producción que
habían alcanzado sus límites, abrió la puerta del progreso económico y social.
La situación actual recuerda esta dinámica. La
dislocación de la sociedad salida de la civilización del capitalismo industrial
en los países avanzados sigue su marcha porque la economía, desencastrada de lo
social y dirigida hacia el restablecimiento a toda costa de altas tasas de ganancia,
está en el puesto de comando. Las bases sociales de esta civilización han sido
erosionadas, particularmente las garantías que ofrecían los derechos sociales y
los contrapesos al derecho de propiedad privada introducidos por los derechos
laborales colectivos. Todo el edificio de protección y de derechos que sirvió
de incubadora para la ciudadanía industrial –de finales de la segunda Guerra
Mundial hasta la década de 1970-, está agrietado por los impactos de la
‘tercerización’ laboral, de la informática, de las maquiladoras, de la
multiplicación de los contratos temporales, entre la panoplia de medios
destinados a aumentar las ganancias de las empresas.
Hubo cambios estructurales no solamente en el
sistema técnico de producción, sino igualmente en el régimen de propiedad y en
su influencia sobre los medios de producción y la riqueza colectiva. Todavía
sigue su curso el largo período de transición sistémica que comenzó en la
década de 1970. Este es a la vez un período de incertitud profunda, un momento de
masivo cuestionamiento sobre los logros de la “civilización industrial”, y un
tiempo de maduración y de emergencia progresiva de un nuevo modo de producción
que se construye ineluctablemente sobre las nuevas potencialidades
tecnológicas, institucionales y sociopolíticas. La naturaleza de las relaciones
sociales de producción que resultarán es una cuestión civilizacional.
Paralelamente, desde un punto de vista estructural
el capital está llegando al límite de su capacidad de valorización. La
instauración de un modo de producción que se libera en consecuencia de la
fuerza de trabajo humana y del trabajo asalariado (trabajo vivo) pone también
término a la producción de valor, atrapando completamente al capital en el
callejón sin salida que constituye la creación de demasiadas fuerzas de
producción y de mercancías, y una insuficiente masa salarial que alimente la
demanda final para absorberlas, o dicho de otra manera, demasiado capital
acumulado y una plusvalía insuficiente para permitir su reproducción, para su
realización. Estas son dos manifestaciones de una misma contradicción, que
reside en el hecho de que el capital siempre ha tendido a disminuir la cantidad
de trabajo asalariado que él emplea, al mismo tiempo que tiende a aumentar la
potencia de las fuerzas productivas y la cantidad de mercancías producidas. Su
objetivo y su propia naturaleza lo llevan a producir más y a más bajo costo,
para lograr suficientes ganancias que le permitan la acumulación y llevar a
cabo nuevas inversiones. La automatización agrava fatalmente esta contradicción
fundamental, puesto que se necesita mantener una creciente demanda, y no son ni
serán los robots que comprarán las mercancías producidas por ellos mismos:
substitutos de los trabajadores cuyos salarios alimentan la demanda, los robots
no pueden participar en la regeneración del capital. Sin trabajo asalariado el
problema de la solvencia de los consumidores se plantea inmediatamente, como
también la cuestión de la perennidad misma del sistema económico.
Mutación regresiva y dislocación social
La concentración de riquezas en este período de
transición sobrepasa actualmente los límites de lo concebible para la
existencia de una sociedad compleja. Conjugada a un desempleo tenaz, convertido
en estructural por el deslizamiento masivo hacia un desempleo de larga duración
y la salida de la vida activa para un creciente número de trabajadores, esta
concentración de riquezas permite entrever la construcción de un nuevo sistema
sociopolítico que reproducirá y amplificará los peores aspectos del sistema
actual. Los cambios profundos en curso en la estructura de clases en los países
de la ‘Triada’ son signos indicativos en este sentido (28).
Examinando los cambios intervenidos en la esfera
del trabajo (29), el sociólogo británico Guy Standing nota que la estructura de
clases creada por la civilización industrial está fragmentándose en los países
centrales. La liberalización de la economía y la globalización han sacudido el
orden económico, pero también las relaciones sociales, y ambos factores han
puesto fin al consenso subyacente del Estado del bienestar creado después de la
segunda Guerra Mundial, que consistía en un liberalismo en parte encastrado en
lo social, con la característica –fruto de los derechos sociales modernos- que permitía
una limitada ‘desmercantilización’ del trabajo. Ambas evoluciones –el
neoliberalismo y la globalización-, han poderosamente contribuido a crear un
contexto en el cual todo queda subordinado a los rigores de la competencia, que
sea a nivel de la producción, la distribución, el consumo, la empresa, la
nación o el individuo. Si ambos factores han llevado en la periferia, en
particular en Asia, a la industrialización y a la urbanización, por la
explotación de una mano de obra abundante, de bajo costo, y muy seguido educada
y calificada, en revancha en los países centrales condujo a la
desindustrialización, a la generalización del subempleo y la eliminación
progresiva de las ventajas sociales y salariales adquiridas por las luchas de
los trabajadores. Poco a poco las “sociedades del trabajo” fueron convertidas
en “sociedades sin trabajos”.
La liberalización y la mundialización han
concurrido así a la desagregación de la ciudadanía efectiva de la cual se
beneficiaba una proporción importante de los trabajadores en los países
centrales. Esta ciudadanía efectiva o industrial se fundaba en los derechos
colectivos que a través de las luchas de clase cristalizaron avances
importantes en materia de políticas públicas para el trabajo y abrieron la vía
hacia el disfrute de derechos políticos y sociales en las sociedades
industriales avanzadas. Todo esto se ha ido ‘licuando’ en el curso de la
transformación de los medios de trabajo, por la influencia del desarrollo
acelerado de las tecnologías de información y de telecomunicación, por la
transnacionalización creciente de la producción de bienes y servicios, los
cambios en la organización del trabajo, la destrucción y la restructuración del
trabajo en el tiempo y el espacio, y la multiplicación y fragmentación de las
identidades individuales y colectivas, en el trabajo y el resto de la vida
(30).
Las antiguas jerarquías se han reforzado y nuevas
fisuras salieron a luz en los rangos de quienes no tienen otra cosa que vender
que su fuerza de trabajo. La brecha de ingresos con las clases superiores
siguió creciendo. La creación de cadenas de producción mundiales y la
constitución de espacios de poder internacionales han fragilizado a las clases
trabajadoras, que han sido aún más alejadas de los centros de poder y de decisión.
Las diferencias se han acentuado a medida que la economía perdía su
sincronización con la sociedad, y se han convertido en muy marcadas en materia
de ingresos, de salarios, de condiciones de empleo y de trabajo, de habitación
y de la vida en general. Estas diferencias reflejan al mismo tiempo el aumento
de la desigualdad y de la inseguridad económica, y el deslizamiento de una masa
crítica de la población hacia una precariedad sin salida, y traducen en
realidad la emergencia de una nueva estratificación social y la evolución de
las mentalidades hacia la desigualdad y la orientación de las políticas
sociales. Esta evolución complica, entre otras cosas, la defensa de los
derechos adquiridos o las reivindicaciones de orden social.
Guy Standing distingue, por ejemplo, siete estratos
jerarquizados en función del ingreso social. En la cúspide de esta jerarquía
figura una pequeña elite global y globalista dotada de una inmensa influencia
política; inmediatamente debajo están quienes reciben muy altos salarios, y los
profesionales o técnicos a su servicio; en el medio está lo que resta de la
clase trabajadora y de personal todavía estable de empresas, organismos y
administraciones; y en la parte inferior se encuentran los trabajadores
precarios o el “precariado”, flanqueados por los desempleados de larga
duración, y finalmente los individuos marginados. Estos últimos constituyen el
equivalente del lumpen-proletariado o del sub-proletariado de antaño. Standing
señala, igualmente, que el régimen estatal de seguridad social está en el
epicentro de una polarización: los tres estratos superiores tienden a
desligarse de él más que a tratar de mejorarlo, mientras que los estratos
inferiores van perdiendo el acceso por los mecanismos de inadmisibilidad o de
restricciones a las prestaciones sociales existentes. La reciprocidad y la
redistribución, que constituyen la esencia de la civilización, se encuentran
considerablemente debilitadas.
El fenómeno distintivo de esta nueva
estratificación social es el “precariado”, que no se limita a las sociedades de
los países avanzados, ya que la mayoría de las poblaciones de los países en
desarrollo o emergentes viven también en la inestabilidad y la inseguridad del
empleo. El “precariado” reúne tanto a los trabajadores intelectuales y a los
jóvenes trabajadores como a los trabajadores inmigrados y a los “trabajadores
pobres’, todos ellos desprovistos de perspectiva de futuro, despojados de un
buen número de derechos y sin acceso a lo que sobrevive de la clase trabajadora
y de los derechos de la ciudadanía industrial.
En muchos aspectos este fenómeno comienza a
presentarse como la emergencia de una nueva clase social constituida por
personas en situación de precariedad permanente en el mercado laboral. Este
grupo de trabajadores tiene el potencial de constituirse en una verdadera clase
social, en sí o quizás para sí, en la medida en que esos trabajadores se
inscriben ya en las relaciones de producción y de distribución que les son
especificas. Estas especificidades, como subraya Standing en “La Carta del
Precariado”, les conducen a una conciencia distinta y propia a ellos sobre la
necesidad de reformas y de políticas sociales (31). En coyunturas sociales y
políticas particulares, la similitud de sus posiciones objetivas podría conducirlos
a movilizarse a nivel nacional e internacional, y a jugar colectivamente un
importante papel como agente del cambio. Pensemos en las recientes
movilizaciones masivas de los empleados de los fast-foods en Estados Unidos
para obtener un salario mínimo de 15 dólares la hora. Otro ejemplo es
proporcionado por los desempleados y trabajadores precarios de Madrid, España,
que recientemente se han dotado de una estructura de coordinación y de una
plataforma económica, social y política (32).
Mientras tanto, estos trabajadores forman un mundo
paralelo, al margen del contrato social ya ‘laminado’ por una sociedad de
mercado que tiende hacia una forma de anarquía. Para más de un observador la
sociedad de mercado tiende incluso hacia una “no-sociedad” regida finalmente
por nada más que lazos contractuales y un código penal que amenaza con
castigos. Si algo define bien esta dislocación social en curso es la incertitud
en torno al trabajo-empleo. La desconexión radical y rápida de la economía en
relación a la sociedad, provocada por las políticas neoliberales, ha
transformado el vital tema del desempleo masivo y de la precarización del
empleo en una cuestión de supervivencia para la sociedad actual, y en un reto
fundamental para la sociedad que será necesario crear en el futuro.
Trabajar menos para que todos trabajen y gocen de
tiempo libre
Las nociones de trabajo, de empleo y de tiempo han
sido sujetos de reflexión desde tiempo inmemoriales y en todas las
civilizaciones, y como prueba el poema “Los Trabajos y los Días” de Hesíodo
escrito 700 años antes de Jesucristo, porque ambos definen en realidad la
relación social del hombre con la naturaleza y la sociedad. El Trabajo, con T
mayúscula, consiste en mucho más que la acepción corriente y puramente
mercantil que reduce su campo de aplicación al trabajo asalariado, remunerado.
De la misma manera, el Empleo no puede ser solamente reducido a “tener un
empleo” o a “estar sin empleo”. Lo mismo con el Tiempo, única posesión de la
cual disponemos verdaderamente en la finitud de nuestras vidas. Ese Tiempo no
puede limitarse al proverbio “Time is Money”, erróneamente atribuido a Benjamín
Franklin pero revelador de cómo en una sociedad capitalista el “tiempo” de
trabajo (no pagado a los trabajadores) es un valor o una plusvalía para el
capitalista.
El impase social y económico actual remonta a las
últimas tres o cuatro décadas y proviene, en efecto, de la crisis del
trabajo-empleo y del mecanismo que permite la valorización del capital. En el
curso de este período los empleos y los ingresos estables han devenido poco a
poco un privilegio. Las sociedades occidentales fueron incapaces de conservar
los logros de la civilización industrial y de aprovechar los progresos
tecnológicos logrados desde entonces para reinventarse, convirtiendo el tiempo
de ‘desempleo tecnológico’ en tiempo consagrado a las actividades socialmente
útiles y al ocio voluntario. La persistencia del impase social y económico
indica que la reducción continua del trabajo-empleo define ahora y de manera
fundamental la metamorfosis socioeconómica en curso. Sin embargo, a la vista de
los aportes del progreso tecnológico reciente, este impase crea también una
ocasión única para poner en tela de juicio el orden económico vigente, su
modelo de crecimiento y su régimen de propiedad. Los imperativos ineludibles de
la vida en sociedad y las inevitables limitaciones medioambientales figuran
entre otros elementos que incitan a tal cuestionamiento. El rechazo o la
incapacidad de abordar esta ocasión consagrarían la vía que lleva directamente
a una división de la sociedad en dos, de una parte la minoría de los riquísimos
especuladores, de los productores y profesionales, en la otra la mayoría
reducida al ocio forzado y a la miseria.
En las sociedades que evolucionan hacia el “sin
empleo”, en lugar del “pleno empleo”, la disminución del trabajo-empleo puede
ser tanto sinónimo de lo mejor como de lo peor. Como ha subrayado Immanuel
Wallerstein, “la historia no está del lado de nadie. Cada uno de nosotros puede
influir en el futuro, pero no sabemos y no podemos saber cómo actuarán los
demás para también influir en él” (33). Desde el punto de vista de la defensa
de los intereses de la mayoría, la cuestión estratégica es la de saber si la
automatización y la robotización pueden efectivamente contribuir al
asentamiento de un modo de producción que dispondría de los atributos
necesarios para la emergencia de una sociedad poscapitalista. ¿Debemos ver o no
en la automatización y la robotización los medios que permitirán una
repartición diferente de las horas trabajadas y una utilización del tiempo más
en fase con la participación social y el despliegue personal de los individuos?
Dicho de otra manera, ¿podrían verdaderamente servir para cuestionar la
presente división social del trabajo y conducir a una valorización diferente
del tiempo consagrado a diferentes formas de actividades, sea el trabajo
productivo, el trabajo reproductivo y las actividades personales o de placer?
¿Permitirán la automatización y la robotización la creación de nuevas formas de
cambio y una mejor distribución social de la riqueza? ¿Y en esta óptica, el
primer paso a dar no sería relanzar la reivindicación de una semana de trabajo
más reducida?
André Gorz precisaba a este sujeto que lo esencial
del combate a emprender no debería ser sobre la preservación de la estabilidad
del trabajo-empleo en sí misma, sino más vale contra la tentativa de
perpetuación de la ideología que glorifica el trabajo-empleo en sí mismo como la
fuente de los derechos, de la identidad y del alcance de logros personales. La
reducción del tiempo de trabajo requerido para responder a las necesidades
materiales debería, pues, ser considerada en primer lugar en función de las
nuevas posibilidades que se abren de emancipación colectiva y personal.
Diferentes medidas, como un ingreso de existencia universal y de redes de
cooperativas comunales de autoproducción, pueden abrir la vía a una
reapropiación del trabajo y a la construcción de un futuro liberado del molde
de una sociedad fundada sobre el trabajo-empleo y el salario.
Gorz también recordaba que el trabajo-empleo, el
trabajo como mercancía, no era una categoría antropológica, sino un concepto
inventado a finales del siglo 18. La monopolización gradual de los medios de
trabajo permitió entonces aislar el trabajo de la persona que lo efectuaba, de
sus intenciones y más fundamentalmente de sus necesidades. El trabajo quedó así
reducido a la cantidad de fuerza abastecida por un “trabajador”, una cantidad
medible e intercambiable por dinero, comprada por un patrón que determinaría en
consecuencia tanto la finalidad como las modalidades y el precio del trabajo.
El trabajo fue así llevado al rango de mercancía y el trabajador desposeído del
producto de su trabajo, de su autonomía y del empleo de su tiempo, a cambio de
un salario.
Desde entonces, el trabajo se encontró asociado con
el empleo, mientras que las actividades propias a la supervivencia, a la
reproducción social, al desarrollo de los individuos y sus comunidades, y
esenciales desde tiempos inmemoriales al funcionamiento de no importa qué tipo
de economía, fueron retiradas de la esfera económica y por lo tanto de toda
evaluación monetaria. El ‘saber hacer’ asumió así la primacía sobre el ‘saber ser’.
El trabajo-empleo se impuso a la vez como la única fuente de ingresos para
poder vivir y de estatuto social, así como la única base posible de la
formación de la sociedad y de su cohesión.
Hoy día, a pesar de la creciente rarificación del
empleo, el discurso dominante hace como si esta rareza no se debe a causas
sistémicas, y continua remachando que sin empleo nada es posible, que no se
puede vivir en la dignidad y que todo ingreso acordado fuera de un empleo es
una forma de caridad. Todo es hecho para impedir una salida de la noción
trabajo-empleo, y en consecuencia de una revalorización del tiempo fuera del
trabajo asalariado, y del trabajo en su sentido más amplio. Es muy paradójico
que la lucha contra el desempleo y la reivindicación del pleno empleo
contribuyan a complicar esta salida, al reforzar el estatus o lugar del
trabajo-empleo en la sociedad. Todo tiende así a obstaculizar un cambio radical
de las mentalidades en lo referente al trabajo-empleo y el tiempo fuera del
trabajo asalariado.
Simultáneamente, la aspiración de alcanzar
otras formas de ser y de actuar, otras prioridades que aquellas impuestas por
un empleo, está creciendo en potencia. Esta aspiración está en fase con la
evolución y los cambios de valores que se caracterizan por la convergencia
entre la búsqueda de nuevos equilibrios (desarrollo personal/desarrollo
profesional, calidad de vida, cantidad de bienes, etcétera), la aparición de
nuevas expresiones de compromisos colectivos en los jóvenes (código fuente
abierto, economía social, consumo cooperativo, por ejemplo) para reemplazar el
consumo individual, por ejemplo, y la emergencia de una visión del mundo más
consciente, más ecológica, y sobre todo más respetuosa de la coherencia entre
los valores y el comportamiento (34). Esta no es una aspiración que data de
ayer, ya que podemos encontrar su origen en las críticas del trabajo-empleo a
comienzos del capitalismo, cuando no se lo consideró como siendo la salvación
de la sociedad, ni tampoco como la fuente de riquezas en el siglo 20, sino más
bien como una experiencia vectorial de afirmación y de realización de sí mismo.
Las empresas del sector de nuevas tecnologías, entre otras, privilegian mucho
este punto de vista (35).
El cambio y la evolución de los valores, la
rarificación del empleo, la importancia adquirida por el desempleo crónico o de
largo plazo, lo extendido y la persistencia del precariado, la liberación de la
imaginación y la autonomía exigida por la economía del conocimiento, el
nacimiento y la multiplicación de viables iniciativas económicas
no-capitalistas, figuran entre otros muchos factores que pueden contribuir a
borrar los obstáculos culturales que hacen que las gentes sean “incapaces de
imaginar que podrían apropiarse del tiempo liberado del trabajo, de las intermitencias
de más en más frecuentes y extendidas del empleo para desplegar
auto-actividades que no necesitan de capital y que no lo valorizan” (36).
Sin embargo, ese bloqueo psicológico sigue presente
y el debate sobre el futuro del trabajo se cristaliza más que nunca antes en
torno a la noción de “ingreso de existencia’. La potente idea de instaurar un
ingreso de base distribuido por igual a todos para asegurar la supervivencia de
cada uno no es nueva, Thomas Paine la mencionaba en 1797. Desde entonces ha
sido objeto de diferentes interpretaciones, marcadas por las concepciones
ideológicas de quienes las presentaron en un momento u otro. Más recientemente
hubo quienes percibieron esta idea como un mal menor para enfrentar los
peligros de un estancamiento percibido como secular, o más aún, como una
herramienta apropiada para llevar más lejos la fórmula del “workfare”
(retribuir la ayuda monetaria con trabajo, capacitación o estudios, por
ejemplo). Por otra parte hay quienes la ven como una panacea frente a la
pobreza o una manera de asegurar una verdadera igualdad de género, y hay otros,
más cercanos al pensamiento de Gorz, que se interesaron sobre todo a las
posibilidades que ofrece esta noción de ingreso de existencia para cambiar
radicalmente la sociedad, notablemente mediante la reapropiación del trabajo.
La idea de un ingreso de existencia sigue haciendo
su camino, en particular por el contexto aparentemente favorable creado por la
incorporación de un ingreso de base garantizado en la agenda política de
ciertos Estados europeos. Son muchos quienes la ven como una ocasión de
franquear una etapa decisiva hacia una sociedad diferente. Empero, la
instauración eventual de tal ingreso ha sido abordada por esos Estados como
parte del espíritu del neoliberalismo dominante y sin una verdadera
investigación paralela de una solución innovadora y durable a la cuestión del
trabajo y su papel en la sociedad y en la vida de los individuos. La necesidad
asimismo de aportar una respuesta a las urgentes y no adecuadamente satisfechas
necesidades sociales por el mercado, no parece formar parte de las políticas
consideradas. A juzgar por la documentación disponible, la ambición es poder
manejar el ocio forzado y mantener la demanda, y no la de construir una
sociedad sin desempleo a partir de una redefinición del trabajo, como
presuponía la noción de ingreso de existencia planteada en la década de 1980.
En otro orden de ideas, parece muy incierto que los
Estados que encaran la implantación de esa política dispondrán de los medios
financieros adecuados para proveer un ingreso de existencia suficiente, en el
sentido en que lo entendía Gorz, especialmente a la luz de las políticas de
austeridad y de la política monetaria impuesta por el orden económico vigente.
Esto plantea inmediatamente el problema de la credibilidad económica de esos
proyectos de ingresos de base garantizados, tanto en su fase de implantación
como en su continuidad, especialmente si anticipamos los arbitrajes
presupuestarios inevitables por la situación económica actual, tomando en
cuenta la lógica del capitalismo realmente existente.
Convertida en una importante cuestión política, la
definición de un ingreso de existencia se ubica en el centro de una lucha de
influencias en la cual “los ganadores” en la fase actual de la evolución del
sistema socioeconómico no podrán dejar de participar. Y se corre el riesgo de
que la noción de ingreso de base garantizado sea despojada de todo el alcance
transformacional que posee y simplemente convertida en una banal ocasión de
consolidar los “mínimos sociales” ya reconocidos en los países de la Triada.
Este parece ser el caso en la iniciativa finlandesa. Vaciada de esta manera, la
noción de ingreso de base garantizado jalonará simplemente la vía hacia una
forma moderna de servidumbre, en lugar de abrir la vía a una mejor repartición
del volumen creciente de riquezas producidas por un volumen decreciente de
capital y de trabajo. Una mayoría de la población reducida a la precariedad
permanente se vería así incitada a resignarse a su condición, a cambio de un
mínimo vital definido arbitrariamente por un proceso político sobre el cual
ésta mayoría tendrá menos poder aún. El ingreso de base garantizado se
convertirá de esa manera en una vía rápida hacia un sistema social que, en el
curso de la destrucción de empleos asalariados, estructurará y perpetuará la
pobreza y marginación política de una proporción cada vez más importante de la
población, que sobrevivirá así fuera de un mundo nuevo creado por una economía
que hará de un “nivel general de conocimientos la fuerza productiva principal”.
Es difícil asimismo pasar por alto la ruptura
que tal ingreso de base garantizado provocaría entre el trabajo y la protección
social, particularmente en una fase en que el capitalismo vuelve a ser salvaje.
En efecto, esta articulación se ha considerablemente debilitado desde la salida
de la civilización del capitalismo industrial, pero ahora la cuestión
primordial es más la repartición del trabajo-empleo que la distribución de un
ingreso de existencia. A condición, por supuesto, de considerar que el objetivo
a proseguir es bien el de asegurar que en el período de transición hacia una
sociedad poscapitalista el nuevo modo de producción en emergencia estará basado
sobre una mejor correlación de fuerzas entre el Trabajo y el Capital, y sobre
un mejor equilibrio entre el trabajo-empleo, las actividades sociales y las
actividades personales.
Asimismo, es un hecho que los seres humanos son
también tan sensibles a la iniquidad en la repartición de ingresos como sobre
la iniquidad en la repartición del trabajo. Las situaciones en las cuales
algunos se ven forzados a trabajar, y otros no, son muy mal aceptadas
socialmente y no podrían constituir soluciones a largo plazo. La facilidad con
la cual los desempleados y las personas bajo asistencia social pueden ser
estigmatizados nos dice mucho sobre ese sujeto. Como lo señala Seith Ackerman
en un artículo publicado en la revista Jacobin (37), “mientras la
reproducción social necesitará de un trabajo alienado, seguirá existiendo esta
demanda social de una igual responsabilidad para todos de trabajar, y un
malestar de conciencia sobre ese sujeto entre quienes podrían trabajar, pero
que por una u otra razón no lo hacen”. Esta actitud social impone un reexamen profundo
de la cuestión de la repartición equitativa del trabajo-empleo y de las
posibilidades que tal repartición ofrece en materia de reducción y de una
diferente planificación del tiempo de trabajo, y de la transformación de la
distribución actual, profundamente desigual, de los frutos del crecimiento
económico.
La disociación entre crecimiento económico y la
creación de empleos puede ser gestionada tanto por la disminución de las horas
trabajadas como por la disminución del número de trabajadores. Desde el punto
de vista social, la primera solución es mucho más preferible que la segunda,
puesto que permite tratar a todos los trabajadores de la misma manera, y al
mismo tiempo asegurar al mayor número posible las ventajas de un empleo. Una
vía atrayente sería la de vincular la disminución del número de horas
trabajadas al aumento de la productividad, lo que igualmente permitiría
proteger el ingreso per cápita.
Pero escoger esta solución no crearía empleos
suplementarios. Para poder crear más empleos es necesario que la
disminución de la duración del tiempo de trabajo supere el umbral de las
compensaciones por horas suplementarias o por nuevos aumentos de la
productividad, o dicho de otra manera, que sea superior a los progresos de la
productividad del trabajo y a la capacidad de absorción de la mano de obra por
nuevas empresas u organismos. Se trata de un marco de acción sin mucho margen
de maniobra.
Más precisamente, tal marco no podría ser aplicado
sin que haya repercusiones importantes sobre los niveles de remuneración de los
trabajadores y los gastos de explotación de las empresas u organismos. En la
lógica económica actual, la realidad brutal es que la reducción del tiempo de
trabajo no podrá ser efectuada sin cuestionar la remuneración. Por otra parte,
su adopción y su puesta en aplicación solo será posible a partir de procesos
largos y complejos, tanto a nivel de las instancias políticas como de las
empresas. Finalmente, no menos problemático es el escollo de la capacidad real
de intercambios perfectos o aceptables de personas en relación a las exigencias
de un empleo. Tal posibilidad de intercambios está lejos de poder ser asegurada
en las condiciones existentes. En un contexto mundial en el cual el costo del
trabajo amenaza su existencia, una reivindicación de disminución del tiempo de
trabajo que gravitaría exclusivamente en torno al principio de quitarle una
parte del trabajo a quienes trabajan mucho para redistribuirlo a todos aquellos
que no tienen un trabajo, no tiene muchas posibilidades de triunfar desde el
punto de vista de la movilización de los trabajadores concernidos, y tampoco
para llegar a ser incluida en la actual agenda política.
Hacia reformas no reformistas
Pero la terca realidad persiste. El trabajo sigue
siendo la llave de la producción, y por lo tanto de la actividad económica, y
la forma privilegiada de la repartición de la riqueza producida. Su validación
social continúa pasando por la colectividad y el mercado. El gran reto en la
actual fase de la evolución del sistema socioeconómico será el de lograr dar un
mayor peso a la colectividad en la validación social del trabajo. Eso
facilitará su reapropiación, aunque más no sea que sacando el sector de la
economía social y solidaria de su actual papel de amortiguador social en el
marco de la actual política de descompromiso del Estado, para que juegue
plenamente su papel de desarrollo hacia una nueva sociedad en la cual lo
económico esté encastrado en lo social. Tal proceso deberá inscribirse, sin
embargo, en una perspectiva más amplia de reflexión sobre el lugar del
trabajo en la cambiante situación actual. A partir de que constatamos la
imposibilidad de repetir los esquemas anteriores en la lucha contra el
desempleo, esta reflexión debería tomar en cuenta la existencia de necesidades
sociales no satisfechas por el mercado y las nuevas posibilidades de revisar
las proporciones de tiempo consagradas al trabajo-empleo, a las actividades
sociales y a las actividades personales. También debería incluir la creación de
oportunidades para refundar la ciudadanía sobre nuevas bases y de avanzar así
en la vía de la democracia productiva.
La traducción de las conclusiones de tal reflexión
en proyecto político en primer lugar, y seguidamente en una estrategia de su
puesta en marcha, es un reto de talla. Este desafío se revelará con particular
agudeza en el reposicionamiento y el desarrollo del sector de la economía
social y solidaria, que constituye un asunto estratégico. En la fase actual de
la evolución del sistema socioeconómico, los monopolios y oligopolios dominan
el mercado y tienen fuerte influencia en las políticas, las leyes y
reglamentos. Los poderes públicos, que controlan las colectividades, están
profundamente impregnados por esta influencia. Los monopolios y oligopolios de
sectores industriales, agrícolas, comerciales y de los servicios usan y abusan
de su poder para preservar sus rentas de situación, impiden la emergencia de
toda iniciativa surgida de los medios económicos y sociales que podrían poner
fin a tales ventajas. Este comportamiento se propaga a los poderes públicos.
Las limitaciones reglamentarias y las exigencias de funcionamiento, compatibles
solamente con una producción o una organización de gran escala, asfixian la
producción en pequeña o mediana escala, que sea con objetivos de lucro o no. De
esta manera se dificulta la innovación económica, social y cultural. Más
fundamentalmente, esas limitaciones y exigencias de funcionamiento perjudican
igualmente la preservación de las diversas formas de habilidades para la vida y
del “saber-hacer”, esos conocimientos y prácticas que son el fruto de los
avances logrados por la humanidad y sin los cuales cualquier sociedad tendría
dificultad en progresar y desarrollarse. Todo esto constituye el terreno de
lucha política que apunta en el horizonte, porque en síntesis se trata de
trabajar para volver a poner la economía en el seno de la sociedad.
Para retornar a la necesidad de disponer de una
perspectiva más vasta, un ejemplo interesante es la propuesta avanzada por Guy
Aznar (38), un investigador francés independiente, a finales de la década de
1980. Aznar lanzó la idea de una sociedad sin desempleo y en la cual se podría
“vivir a tres tiempos”, equilibrando producción, actividades sociales y tiempo
individual. Cada uno organizaría libremente su proyecto de vida en torno de
esos tres polos: el trabajo en la esfera productiva, la actividad en la esfera
social, la actividad o no-actividad en el espacio individual. Una persona
podría así ocupar un empleo en el sector productivo (pequeña empresa, gran
empresa, etc.), pero trabajando menos horas para permitir al mayor número
posible de tener un empleo. Ese individuo podría también consagrar un cierto
número de horas semanales a las actividades sociales, por ejemplo en un organismo
de dimensión comunitaria. En fin, podría ocupar su tiempo libre en actividades
individuales con objetivos recreativos o lucrativos, o más prosaicamente al
placer y el reposo. Aznar partía de la constatación que la proporción relativa
de esos tres tiempos podía ser cambiada en caso de una marcada disminución del
empleo.
El tiempo de trabajo productivo sería compartido
entre todos. El tiempo social existe –o sería creado- bajo la forma de la vida
asociativa, pero numerosas otras funciones sociales deberán ser desarrolladas
para responder, entre otras cosas, a las necesidades no satisfechas por el
mercado. El tiempo libre quedaría sujeto a las opciones personales de cada uno
y podría eventualmente servir para inventar un nuevo trabajo al lado del primero.
Lo esencial en ese modo de organización es que cada uno pueda “vivir a tres
tiempos’.
Y a cada tiempo correspondería un ingreso: para el
tiempo de trabajo productivo un salario ligado al tiempo consagrado a las
tareas asignadas; para el tiempo social un “segundo cheque” relacionado a la
productividad de la sociedad, a su crecimiento económico, y del cual podrán
beneficiar solamente las personas que habrán aceptado reducir su tiempo de
trabajo, y jamás las personas profesionalmente inactivas o que ocupan un empleo
a tiempo completo; para el tiempo libre, un ingreso facultativo y fruto de la
autoproducción bajo el signo del valor de uso.
En el contexto específico de la Francia de finales
de los años 80, Guy Aznar retenía tres estrategias para poner en ejecución este
sistema: la reducción general del tiempo de trabajo para llegar al tope de
cuatro días por semana; la opción personal de reducción del tiempo de trabajo
productivo, recurriendo a diferentes disposiciones existentes (pre-jubilación,
año sabático, tiempo parcial voluntario, etc.), la estrategia -a partir de la
duración de la vida activa-, de reducir por libre decisión el tiempo de trabajo
productivo mediante períodos de interrupción en alternancia con períodos de
trabajo. Y la creación masiva y voluntarista de un vasto sector de empleos
sociales, el sector de actividades de utilidad colectiva para responder a las
necesidades sociales no satisfechas o a las necesidades relacionadas con los
servicios a las personas.
Una de las orientaciones de fondo defendidas por
Guy Aznar era que había que cesar de considerar el salario como la única fuente
de ingresos y que, en consecuencia, una reorganización de las fuentes de
ingreso se imponía. De ahí viene la proposición de un “segundo cheque”, por el
cual el autor había por otra parte propuesto tres modos de funcionamiento y no
exclusivos entre ellos. El objetivo común seguía siendo, empero, el de
favorecer la reducción del tiempo de trabajo productivo, facilitar el ejercicio
de actividades sociales y de permitir en el futuro que el hombre disponga más
libremente de esos “tres tiempos” para devenir verdaderamente “el hijo de sus
obras”.
Recordemos que este ejemplo fue escogido para
ilustrar la importancia de abordar desde una visión de conjunto el reto del
trabajo para todos, y no caer en la trampa de formulas milagrosas o de
reivindicaciones “a la pieza” dictadas por la urgencia de actuar. Es importante
también la forma cómo se aborda el sujeto en el ejemplo presentado, porque
puede resumirse a la voluntad de partir de la realidad, abriendo bien los ojos
sobre las transformaciones que están teniendo lugar, y luego de imaginar una
sociedad sin desempleo retornar a la realidad con vista a determinar cuáles son
los principales elementos estructurantes de tal sociedad en el contexto
existente. La idea es la de no luchar simplemente contra el desempleo,
sino de comenzar a construir poco a poco una sociedad sin desempleo, avanzando
reivindicaciones cuidadosamente orientadas hacia la creación de esos elementos
estructurantes. Esos elementos deberían, por otra parte, poder traducirse en
objetivos intermediarios y con la preocupación de agrupar gradualmente a todas
las fuerzas posibles del cambio, aquellas bien enraizadas en sus medios
respectivos y forjadas en las luchas contra las políticas neoliberales, así
como las potencialmente susceptibles de emerger de este embrión de clase social
que es el precariado.
La incertitud creciente en torno al trabajo-empleo,
la inseguridad estresante que esto provoca en crecientes masas de individuos,
que en consecuencia se sienten incapaces de poder planificar sus vidas y de
alcanzar el sentimiento de que disponen de cierto control sobre sus destinos,
constituyen los factores que deberían jugar a favor de la exigencia, y del enraizamiento
en la sociedad, de que hay que crear una sociedad sin desempleo. Esta exigencia
no podrá, empero, imponerse en la agenda política sin una importante
movilización, un movimiento suficientemente poderoso como para quebrar la
intolerancia absoluta del sistema hacia cualquier desviación del orden
neoliberal.
Montreal, diciembre del 2015.
- Alberto Rabilotta es un periodista
argentino-canadiense independiente, antiguo corresponsal en Canadá de las
agencias Prensa Latina (PL), Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de
Información (Alasei-UNESCO) y de Notimex (NTX), y actual colaborador de ALAI y
El Correo UE.
- Michel Agnaïeff es un antiguo dirigente
sindical quebequense y ex-presidente de la Comisión Canadiense para la UNESCO.
1-Carolyn Dimitri, Anne Effland, and Neilson
Conklin, “ The 20th Century Transformation of U.S. Agriculture and Farm Policy”,
Economic Information Bulletin Number 3, United States
Department of Agriculture
2-Jean-Alix Jodier, « Panorama de l’agriculture
– Population agricole », La France agricole.fr, 14 Enero 2010
3-« Emploi et questions sociales dans le
monde – Des modalités d’emploi en pleine mutation », OIT, mayo 2015
4- Pierre -Yves Geoffard, « Former demain aux
emplois d’après-demain », Libération, 25 mayo 2015
5- J. Manyika, M. Chui, J. Bughiné, R. Dobbs, P.
Bisson, A. Marrs, « Disruptive technologies: Advances that will
transform life, business, and the global economy », McKinsey Global
Institute, mayo 2013.
6- Ibidem
7- Carl Benedikt Frey and Michael Osborn, « The
Future of Employment: How susceptible are jobs to computerisation?”, Oxford
Martin Programme on the impacts of Future Technology, Oxford University,
Oxford, septiembre 2013.
8.- Ibídem
9- Robert J. Gordon, « Is US Economic
Growth over? Faltering Innovation Confronts the Six Headwinds », NBER
working papers series, Working Paper 18315, http://www.nber.org/papers/w18315
10- Bureau of Labor Statistics – USA Department of
Labor
11.- Erik Brynjolfsson and Andrew McAfee, “The
second Machine Age – Work, Progress and Prosperity in a Time of Brilliant
Technologies”, W.W. Norton & Company, New York, 2013
12.- Timothy Aeppel, « Be Calm, Robots Aren’t About
to Take Your Job, MIT Economists Says », The Wall Street Journal, Business,
Real Time Economics, February 25 2015.
13.- Simon Head, « Mindless – Why Smarter
Machines are Making Dumber Humans », Basic Books, Persues Books Group, New
York, 2004
14.- Nicholas Carr, « The myth of the endless
ladder », Rough Type, roughtype.com
15.-Paul Beaudry, David A. Green, Ben Sand, « The
Great Reversal in the demand for skill and cognitive tasks », Economics,
University of British Columbia, enero 2013, pdf
16.- Claude Lévesque, « Endettement
étudiant : une bombe à retardement aux États-Unis », Le Devoir, Montréal,
9 de julio 2015.
17.- Heidi Shierholz, Natalie Sabadish and Hilary
Wething, “ Wages of young college graduates have failed to grow over the last
decade ”, Press release, Economic Policy Institute, mayo16, 2012
18.- Paul Krugman, “ Robots and Robber Barons ”, New
York Times, New York, diciembre 9, 2012
19.- Barry C. Lynn and Phillip Longman, “Who
Broke America’s Jobs Machine – Why creeping consolidation is crushing American
livehood ”, PDF, Washington Monthly, marzo/abril 2010
20.-BIT, « Emploi et questions sociales dans le
Monde – Tendances pour 2016», OIT, Genève, enero 2016
21.-Michel Husson, « Le partage de la valeur
ajoutée en Europe », La revue de l’Ires, No64, enero 2010
22.- Wolfgang Streeck, « How will capitalism end »,
New Left Review, mayo/junio 2014
23.- Robert Skidelsky, « Return to capitalism
‘red in tooth and claw’ spells economic madness”, The Guardian, London,
June 21 2012
24.- John Maynard Keynes, « Economic Possibilities
for our Grandchildren », in Essays of Persuasion, New York, W.W.
Norton & Co. 1963
25.-Karl Polanyi, « La Grande
Transformation », 1944, edición Gallimard, 1983
26.- Zaki Laïdi, « Qu’est-ce que la société de
marché ? », http://www.laidi.com/comment/marche.pdf
27.- Eric Hobsbawm, « Marx et l’Histoire »,
Paris, Éditions Demopolis, 2008, p 74
28.- Las estadísticas oficiales no dan, por otra
parte, que una imagen muy parcial de la amplitud real del desempleo.
Dependiendo del número de variables utilizadas, la tasa de desempleo puede
pasar así, en el caso de Estados Unidos y en el mes de octubre 2014, de 5.4%
(la tasa oficial utilizada generalmente por los medios de prensa) , a 11.5%
(considerando aquí a los trabajadores “desalentados” a corto plazo y por el
trabajo a tiempo parcial), y a 23.0% (si se incluyen las ‘salidas forzadas de
la vida activa’, una categoría que dejó de ser tomada en cuenta a partir de
1994). Fuente: http://www.shadowstats.com[1]
29.-Guy Standing, « Work after
Globalization – Building Occupational Citizenship », Edward Elgar
Publishing Limited, Cheltenham, UK, 2009
30.- Sobre esto ver Travail et
citoyenneté : quel avenir ?, publicado bajo la dirección de Michel
Coutu y Gregor Murray, Québec, Presses de l’Université Laval, 2010
31.- Guy Standing, « A Precariat Charter –
From Denizens to Citizens », Bloomsbury, London, UK, 2014
32.- Diagonal, « Nace la Coordinadora de
Desempleados y Precarios de Madrid », https://www.diagonalperiodico.net/global/28942-nace-la-coordinadora-desempleados-y-precarios-madrid.html
33.- Immanuel Wallerstein, “Nuevas revueltas contra
el sistema”, newleftreview.es, página 102
34.- Varias fuentes analizan esta perspectiva,
entre ellas Carine Dartiguepeyrou. Ver: http://www.democratie-spiritualite.org/sites/democratie-spiritualite.org...
35.- Peter Frose, « The Politics of Getting Life »,
The Jacobin, abril 2012
36.- Palabras de André Gorz, citado por YOVAN
GILLES, « Oser l’exode de la société de travail vers la production de
soi », entrevista retomada por el portal Perspectives gorziennes, 30
agosto del 2015
37.- Seith Ackerman, « The Work of
Anti-Work : A response to Peter Frase », Jacobin, May 2012,
38.- Guy Aznar, « Le travail c’est fini (à plein
temps, toute la vie, pour tout le monde) et c’est une bonne nouvelle »,
Paris, Édition Belfond, 1990
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