Alberto Rabilotta
ALAI AMLATINA, 16/02/2016.- Los bombardeos de artillería de Turquía en Siria y la amenaza de una invasión terrestre con tropas sauditas muestran la desesperación de dos socios claves de Estados Unidos frente a una avizorable derrota de los fanáticos islamistas, apoyados por Estambul y Riad, por las fuerzas del gobierno sirio apoyadas por Rusia.
Esta aventurada acción puede desatar una guerra en la más volátil región del mundo, en la cual difícilmente se puede pensar que Estados Unidos combatirá al lado de Rusia contra dos de sus aliados. Washington señala que no dio el aval a Turquía y que pidió el cese de esa agresión, pero bien sabemos que una doble personalidad caracteriza la política exterior de Washington, y que sólo una de ellas –la que busca imponerse por la fuerza- es la verdadera.
Esta grave y muy peligrosa acción de Turquía y Arabia Saudita tiene lugar en momentos en que se entra las etapas decisivas de las elecciones primarias en las cuales los partidos Republicano y Demócrata elegirán sus candidatos para los comicios presidenciales de este año, lo que implica que la política exterior de EEUU frente a sus aliados en el Oriente Medio y una posibilidad de guerra que puede escalar, entrarán en la discusión política de estas primarias.
Y si esto puede favorecer a algunos candidatos, en particular a los que representan las elites dominantes, al “establishment” como se dice en inglés, no será bien recibido por la mayor parte de las bases que en ambos partidos están apoyando a los candidatos que discuten sobre los problemas internos y atacan a las elites, al actual sistema político e institucional.
Hay que añadir que la actual y profunda crisis en las finanzas y las economías reales, que pueden conducir a una implosión de los mercados bursátiles, a una contracción crediticia y a una recesión económica, es más que suficiente para seguir inflamando la repulsa popular que está manifestándose en las primarias.
De lo “local” y del “pork barrel”.
Lo primero que aprendíamos quienes cubríamos la política estadounidense era que “toda política es local”, porque todo se resume a cómo repartir el “barril con carne de puerco” (Pork barrel), según lo definido por el legendario Representante Demócrata Tip O’Neill, “vocero” de la Cámara de Representantes y reconocido “maestro” en el arte de la política interna de EEUU.
Los asuntos internacionales siempre fueron vistos como algo “extranjero” al proceso electoral de EEUU, algo falso porque el consenso fundamental en la política exterior e interior desde el fin de la segunda Guerra Mundial fue el anticomunismo y la lucha en todos los planos contra la Unión Soviética, hasta el derrumbe de la URSS, y contra Cuba hasta el día de hoy, a pesar del reciente deshielo.
Ese fue el consenso dominante, lo que explica que no había más que discutir, y que se podía atacar a saciedad a la URSS y a Cuba sin provocar mayores disidencias, para regresar rápido a la cuestión fundamental del “barril de carne de puerco”.
Empero, dos cabildeos relacionados con la política exterior de EEUU, el de los “anticastristas” y el de los sionistas con el AIPAC (American Israeli Public Affairs Committee), han actuado en las últimas décadas dentro de los procesos electorales porque movilizaban fuerzas electorales localizadas, votos que podían hacer elegir a candidatos de uno u otro partido.
De esos cabildeos el más importante ha sido indudablemente el de AIPAC, una muy efectiva organización que cuenta con un impresionante abanico de apoyos, desde las iglesias evangelistas que quieren avanzar el regreso del Mesías hasta oligarcas financieros como Paul Singer, el de los fondos buitres, pasando por los magnates de casinos, como Sheldon Aldeson, o de los medios de difusión como Rupert Murdoch.
O sea que si hay constantes –porque están incrustadas en la ideología y el consenso que comparten Republicanos y Demócratas-, estas son dos: el anticomunismo (que en gran parte ha devenido rusofobia) y el apoyo al sionismo. La política contra la Cuba revolucionaria ha ido perdiendo peso, pero no desapareció. Fuera de eso los asuntos internacionales, salvo la guerra en Vietnam por la conscripción y el número de soldados muertos, o sea un asunto local, han tenido poca influencia en los procesos electorales, confirmando lo que decía el “padrino” O’Neill, de que toda política es local y que lo importante es cómo distribuir, o alcanzar a meter la cuchara, en el barril con carne porcina que simboliza la producción de la riqueza y el presupuesto del Estado.
Y aun si sigue siendo una constante, el cabildeo sionista ha perdido recientemente algunas plumas por las impertinentes intromisiones del primer ministro Benjamín Netanyahu en la política interior de EEUU, como cuando buscó impedir que la Casa Blanca completara las negociaciones en el capítulo nuclear con Irán para poner fin a la política de tensar las confrontaciones entre Washington y Teherán.
Y en eso llegaron Trump y Sanders…
Y si algo hay de sorprendente en estas primarias es la importancia que adquirieron los candidatos Donald Trump (Republicano) y Bernie Sanders (Demócrata), en realidad dos “outsiders” que critican las elites que dominan sus propios partidos y el sistema de gobierno, y luego la preeminencia que adquirió la cuestión de cómo distribuir el “barril de carne de puerco”, porque en ambos casos la crítica principal de ambos candidatos está dirigida fundamentalmente a la inequidad que en EEUU reina en la distribución de la riqueza socialmente producida.
El foco en lo local no ha cambiado, sino que se amplió a escala nacional y sistémica porque los antiguos problemas locales de desempleo, pobreza, falta de presupuesto para programas u obras sociales y la exclusión social, entre otros aspectos, han aumentado. Con el endeudamiento de los estudiantes y las familias, por ejemplo, la inseguridad sobre las perspectivas del bienestar se ha expandido a toda la sociedad, en una metástasis que explica el rechazo al estatus quo, al poder de las elites.
La actual serie de crisis en las finanzas, el estancamiento de la economía real, y la probabilidad de una recesión que golpee duramente a la ya fragilizada clase trabajadora, es algo que marcará no solamente lo que resta de las primarias sino la campaña electoral presidencial.
Si hay una forma de explicar esto, la más fácil sería decir que el imperialismo neoliberal basado en la libertad de explotar a todo el mundo es apátrida por naturaleza al no reconocer fronteras ni pertenencia a un país, y que está haciendo en EEUU lo mismo que hace en el exterior, subordinando la sociedad a una economía que funciona exclusivamente para las elites, y por lo tanto destruyendo la sociedad.
Introducir en esta caldeada primaria de ambos partidos el tema de la guerra regional en el Oriente Medio, y de una potencial guerra total porque Rusia está presente en Siria, es algo extremadamente peligroso para las elites, porque aumentará la cólera que se manifiesta en las bases, que quieren soluciones a los problemas internos y no más guerras, algo entendible si uno lee lo que el libertario y conservador politólogo estadounidense Charles Murray escribió en el Wall Street Journal (WSJ).
Murray señala (1) que si alguien se desmaya por el trumpismo, no debe engañarse pensando que se esfumará si Donald Trump no gana la nominación Republicana. El trumpismo es una legítima expresión de la cólera que muchos estadounidenses sienten por el rumbo que el país ha tomado, y su aparición era predecible. Es la parte final de un proceso que viene actuando desde hace medio siglo. El despojo de la identidad nacional histórica estadounidense. Y el politólogo agrega que “la verdad central” del fenómeno trumpista es que la totalidad de la clase trabajadora estadounidense tiene legítimas razones para estar muy enojada con la clase gobernante.
El politólogo enumera el despojo a que han sido sometidas las familias de la clase trabajadora y cómo, en el caso de la mitad de la población, sus ingresos reales no han aumentado desde finales de los años 60, mientras que las empresas estadounidenses “exportaban millones de empleos”, en especial los mejor pagados. Y este libertario conservador apunta, en las páginas del WSJ, que en tanto que asunto político tampoco es un problema que el señor Sanders no comparta el significado tradicional estadounidense de libertad e individualismo. Tampoco lo comparte el señor Trump. Ni, desde hace algún tiempo, muchos de la clase trabajadora blanca (que) se han unido a otros desertores del credo estadounidense.
Lo que es claro es que los opositores a Trump en el Partido Republicano (la dinastía de los Bush, y demás candidatos), y de Sanders en el Demócrata (Hillary Clinton), no comparten esta percepción y por ello han concentrado sus propuestas en cambios para que todo siga igual en lo interior, enfatizando los asuntos de política exterior, algo que en el pasado nunca funcionó en la política estadounidense.
Y es cada vez más probable que si Trump y Sanders no pueden ser impedidos de alcanzar la nominación, las elites en ambos partidos –con la ayuda de los concentrados medios de difusión- sacarán de la manga las “candidaturas salvadoras”: los Republicanos con la de Michael Bloomberg, el magnate que creó la agencia Bloomberg, y los Demócratas la del vicepresidente Joe Biden, por ejemplo.
Es claro, para quien haya observado desde hace muchos años el proceso político estadounidense a escala federal, desde las primarias hasta la campaña electoral, que nunca en el pasado hubo “outsiders” con tanto arrastre electoral. Los que existieron representaban franjas a veces extremistas del establishment, como el ultra-anticomunista Republicano Barry Goldwaters en las elecciones de 1960 y 1964, y el segregacionista y anticomunista Demócrata George Wallace en las primarias de 1964 a 1976, pero en ningún caso llegaron a constituir fenómenos políticos de una amplitud que pudieran amenazar los intereses de las elites dominantes de ambos partidos.
La reproducción del sistema bipartidista estadounidense ha tenido altibajos pero nunca en la historia contemporánea se topó con una situación en la cual las elites de ambos partidos, lo que ahora muchos llaman el “deep State”, que comparten el control del poder político, institucional y la economía de EEUU, se encuentran como centro de una repulsa tanto en las primarias de los Republicanos con la candidatura de Trump, como en la de los Demócratas con la de Sanders.
Lo que está sucediendo en estas primarias, como afirma Murray, ya tiene y seguirá teniendo un impacto político y social, no importa las nominaciones y el resultado de las elecciones presidenciales, porque en lo tocante al “barril de carne de puerco” ya quedó en claro que a menos de una “revolución política”, como dice Sanders, seguirá estando destinado a “alimentar” las voraces bajas de impuestos para los ricos de las finanzas y de los monopolios, y que gran parte del resto se lo seguirán comiendo el Pentágono y las empresas beneficiadas por el sistema.
Es por eso que la cuestión de la distribución del “barril” se ha convertido en un cuestionamiento del sistema, lo que aclara la creciente aceptación de la palabra tabú, “socialismo”, como la que mejor describe lo que cerca de la mitad de los estadounidenses prefieren en materia de distribución de la riqueza, en lugar del “capitalismo” a la Ayn Rand, de que lo justo es que los poderosos se coman el 90 por ciento de la riqueza, como sucede ahora.
La política exterior y el electorado
En materia de política exterior, Trump ha criticado la militarización de las relaciones internacionales y la política de “lucha contra el terrorismo” de George W. Bush y Obama, en particular la invasión de Irak y la destrucción de Libia, y también la política de cambio de régimen en Siria, pronunciándose a favor de buscar soluciones políticas a los problemas internacionales en diálogo con Rusia.
Cuando uno escucha a los demás candidatos Republicanos, a pesar de todo lo que disgusta profundamente en Trump, no caben dudas de que él es el único que tiene una dosis de realismo y que al menos promete oponerse a la destructiva política de Washington.
Por su parte Sanders dista de ser una “paloma”, pero tampoco es un “halcón” que asimiló la tradición neoconservadora, como su rival Hillary Clinton. No es ni de lejos un socialista en la línea de un Jeremy Corbyn en Inglaterra, pero puede con justicia ser comparado a un Liberal canadiense, por ejemplo el (ex) primer ministro Leaster B. Pearson, autor de reformas sociales importantes y respetuoso de la ley internacional, lo que lo hizo pasar a la historia como constructor de la paz mediante la diplomacia y la negociación.
Y sin lugar a duda, Sanders piensa así porque viene de Vermont, un estado lindante con Canadá, y conoce los programas sociales en ese país. Sus propuestas indican que quisiera terminar con el histórico atraso estadounidense en materia de políticas sociales, como en la salud y la educación pública, y solucionar de alguna manera el desempleo y la precariedad laboral, el endeudamiento de los estudiantes, entre otras cosas más que constituyen las verdaderas preocupaciones de la mayoría del pueblo estadounidense.
O sea que Trump y Bernie tienen en común, y comparten con una gran parte del electorado potencial de ambos partidos, el interés de resolver problemas sociales y políticos internos, y no en seguir siendo el “gendarme” del mundo para completar la hegemonía neoliberal, porque de eso se trata.
Claro, es muy temprano para saber si llegarán a ser nominados como candidatos a la elección presidencial, pero es tiempo de entender que ya dejaron una huella en la forma de hacer política dentro del contexto actual en EEUU, y que si Hillary es la ganadora de la nominación, tendrá que metamorfosearse bastante para lograr que los seguidores de Sanders voten por ella. Y lo mismo para el candidato Republicano que reemplace a Trump.
El “establishment” puede terminar imponiéndose por las buenas o por las malas, tiene los medios para eso, incluyendo los medios de prensa, pero como señala Murray, la consciencia de la realidad y lo que se dijo en esta campaña contra las elites dominantes no será olvidado fácilmente por los millones de Republicanos y Demócratas que en esta ocasión se interesaron en la política precisamente porque estaban Trump y Sanders.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino-canadiense.
(1) Charles Murray, http://www.wsj.com/articles/ donald-trumps-america- 1455290458
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/ articulo/175429
ALAI AMLATINA, 16/02/2016.- Los bombardeos de artillería de Turquía en Siria y la amenaza de una invasión terrestre con tropas sauditas muestran la desesperación de dos socios claves de Estados Unidos frente a una avizorable derrota de los fanáticos islamistas, apoyados por Estambul y Riad, por las fuerzas del gobierno sirio apoyadas por Rusia.
Esta aventurada acción puede desatar una guerra en la más volátil región del mundo, en la cual difícilmente se puede pensar que Estados Unidos combatirá al lado de Rusia contra dos de sus aliados. Washington señala que no dio el aval a Turquía y que pidió el cese de esa agresión, pero bien sabemos que una doble personalidad caracteriza la política exterior de Washington, y que sólo una de ellas –la que busca imponerse por la fuerza- es la verdadera.
Esta grave y muy peligrosa acción de Turquía y Arabia Saudita tiene lugar en momentos en que se entra las etapas decisivas de las elecciones primarias en las cuales los partidos Republicano y Demócrata elegirán sus candidatos para los comicios presidenciales de este año, lo que implica que la política exterior de EEUU frente a sus aliados en el Oriente Medio y una posibilidad de guerra que puede escalar, entrarán en la discusión política de estas primarias.
Y si esto puede favorecer a algunos candidatos, en particular a los que representan las elites dominantes, al “establishment” como se dice en inglés, no será bien recibido por la mayor parte de las bases que en ambos partidos están apoyando a los candidatos que discuten sobre los problemas internos y atacan a las elites, al actual sistema político e institucional.
Hay que añadir que la actual y profunda crisis en las finanzas y las economías reales, que pueden conducir a una implosión de los mercados bursátiles, a una contracción crediticia y a una recesión económica, es más que suficiente para seguir inflamando la repulsa popular que está manifestándose en las primarias.
De lo “local” y del “pork barrel”.
Lo primero que aprendíamos quienes cubríamos la política estadounidense era que “toda política es local”, porque todo se resume a cómo repartir el “barril con carne de puerco” (Pork barrel), según lo definido por el legendario Representante Demócrata Tip O’Neill, “vocero” de la Cámara de Representantes y reconocido “maestro” en el arte de la política interna de EEUU.
Los asuntos internacionales siempre fueron vistos como algo “extranjero” al proceso electoral de EEUU, algo falso porque el consenso fundamental en la política exterior e interior desde el fin de la segunda Guerra Mundial fue el anticomunismo y la lucha en todos los planos contra la Unión Soviética, hasta el derrumbe de la URSS, y contra Cuba hasta el día de hoy, a pesar del reciente deshielo.
Ese fue el consenso dominante, lo que explica que no había más que discutir, y que se podía atacar a saciedad a la URSS y a Cuba sin provocar mayores disidencias, para regresar rápido a la cuestión fundamental del “barril de carne de puerco”.
Empero, dos cabildeos relacionados con la política exterior de EEUU, el de los “anticastristas” y el de los sionistas con el AIPAC (American Israeli Public Affairs Committee), han actuado en las últimas décadas dentro de los procesos electorales porque movilizaban fuerzas electorales localizadas, votos que podían hacer elegir a candidatos de uno u otro partido.
De esos cabildeos el más importante ha sido indudablemente el de AIPAC, una muy efectiva organización que cuenta con un impresionante abanico de apoyos, desde las iglesias evangelistas que quieren avanzar el regreso del Mesías hasta oligarcas financieros como Paul Singer, el de los fondos buitres, pasando por los magnates de casinos, como Sheldon Aldeson, o de los medios de difusión como Rupert Murdoch.
O sea que si hay constantes –porque están incrustadas en la ideología y el consenso que comparten Republicanos y Demócratas-, estas son dos: el anticomunismo (que en gran parte ha devenido rusofobia) y el apoyo al sionismo. La política contra la Cuba revolucionaria ha ido perdiendo peso, pero no desapareció. Fuera de eso los asuntos internacionales, salvo la guerra en Vietnam por la conscripción y el número de soldados muertos, o sea un asunto local, han tenido poca influencia en los procesos electorales, confirmando lo que decía el “padrino” O’Neill, de que toda política es local y que lo importante es cómo distribuir, o alcanzar a meter la cuchara, en el barril con carne porcina que simboliza la producción de la riqueza y el presupuesto del Estado.
Y aun si sigue siendo una constante, el cabildeo sionista ha perdido recientemente algunas plumas por las impertinentes intromisiones del primer ministro Benjamín Netanyahu en la política interior de EEUU, como cuando buscó impedir que la Casa Blanca completara las negociaciones en el capítulo nuclear con Irán para poner fin a la política de tensar las confrontaciones entre Washington y Teherán.
Y en eso llegaron Trump y Sanders…
Y si algo hay de sorprendente en estas primarias es la importancia que adquirieron los candidatos Donald Trump (Republicano) y Bernie Sanders (Demócrata), en realidad dos “outsiders” que critican las elites que dominan sus propios partidos y el sistema de gobierno, y luego la preeminencia que adquirió la cuestión de cómo distribuir el “barril de carne de puerco”, porque en ambos casos la crítica principal de ambos candidatos está dirigida fundamentalmente a la inequidad que en EEUU reina en la distribución de la riqueza socialmente producida.
El foco en lo local no ha cambiado, sino que se amplió a escala nacional y sistémica porque los antiguos problemas locales de desempleo, pobreza, falta de presupuesto para programas u obras sociales y la exclusión social, entre otros aspectos, han aumentado. Con el endeudamiento de los estudiantes y las familias, por ejemplo, la inseguridad sobre las perspectivas del bienestar se ha expandido a toda la sociedad, en una metástasis que explica el rechazo al estatus quo, al poder de las elites.
La actual serie de crisis en las finanzas, el estancamiento de la economía real, y la probabilidad de una recesión que golpee duramente a la ya fragilizada clase trabajadora, es algo que marcará no solamente lo que resta de las primarias sino la campaña electoral presidencial.
Si hay una forma de explicar esto, la más fácil sería decir que el imperialismo neoliberal basado en la libertad de explotar a todo el mundo es apátrida por naturaleza al no reconocer fronteras ni pertenencia a un país, y que está haciendo en EEUU lo mismo que hace en el exterior, subordinando la sociedad a una economía que funciona exclusivamente para las elites, y por lo tanto destruyendo la sociedad.
Introducir en esta caldeada primaria de ambos partidos el tema de la guerra regional en el Oriente Medio, y de una potencial guerra total porque Rusia está presente en Siria, es algo extremadamente peligroso para las elites, porque aumentará la cólera que se manifiesta en las bases, que quieren soluciones a los problemas internos y no más guerras, algo entendible si uno lee lo que el libertario y conservador politólogo estadounidense Charles Murray escribió en el Wall Street Journal (WSJ).
Murray señala (1) que si alguien se desmaya por el trumpismo, no debe engañarse pensando que se esfumará si Donald Trump no gana la nominación Republicana. El trumpismo es una legítima expresión de la cólera que muchos estadounidenses sienten por el rumbo que el país ha tomado, y su aparición era predecible. Es la parte final de un proceso que viene actuando desde hace medio siglo. El despojo de la identidad nacional histórica estadounidense. Y el politólogo agrega que “la verdad central” del fenómeno trumpista es que la totalidad de la clase trabajadora estadounidense tiene legítimas razones para estar muy enojada con la clase gobernante.
El politólogo enumera el despojo a que han sido sometidas las familias de la clase trabajadora y cómo, en el caso de la mitad de la población, sus ingresos reales no han aumentado desde finales de los años 60, mientras que las empresas estadounidenses “exportaban millones de empleos”, en especial los mejor pagados. Y este libertario conservador apunta, en las páginas del WSJ, que en tanto que asunto político tampoco es un problema que el señor Sanders no comparta el significado tradicional estadounidense de libertad e individualismo. Tampoco lo comparte el señor Trump. Ni, desde hace algún tiempo, muchos de la clase trabajadora blanca (que) se han unido a otros desertores del credo estadounidense.
Lo que es claro es que los opositores a Trump en el Partido Republicano (la dinastía de los Bush, y demás candidatos), y de Sanders en el Demócrata (Hillary Clinton), no comparten esta percepción y por ello han concentrado sus propuestas en cambios para que todo siga igual en lo interior, enfatizando los asuntos de política exterior, algo que en el pasado nunca funcionó en la política estadounidense.
Y es cada vez más probable que si Trump y Sanders no pueden ser impedidos de alcanzar la nominación, las elites en ambos partidos –con la ayuda de los concentrados medios de difusión- sacarán de la manga las “candidaturas salvadoras”: los Republicanos con la de Michael Bloomberg, el magnate que creó la agencia Bloomberg, y los Demócratas la del vicepresidente Joe Biden, por ejemplo.
Es claro, para quien haya observado desde hace muchos años el proceso político estadounidense a escala federal, desde las primarias hasta la campaña electoral, que nunca en el pasado hubo “outsiders” con tanto arrastre electoral. Los que existieron representaban franjas a veces extremistas del establishment, como el ultra-anticomunista Republicano Barry Goldwaters en las elecciones de 1960 y 1964, y el segregacionista y anticomunista Demócrata George Wallace en las primarias de 1964 a 1976, pero en ningún caso llegaron a constituir fenómenos políticos de una amplitud que pudieran amenazar los intereses de las elites dominantes de ambos partidos.
La reproducción del sistema bipartidista estadounidense ha tenido altibajos pero nunca en la historia contemporánea se topó con una situación en la cual las elites de ambos partidos, lo que ahora muchos llaman el “deep State”, que comparten el control del poder político, institucional y la economía de EEUU, se encuentran como centro de una repulsa tanto en las primarias de los Republicanos con la candidatura de Trump, como en la de los Demócratas con la de Sanders.
Lo que está sucediendo en estas primarias, como afirma Murray, ya tiene y seguirá teniendo un impacto político y social, no importa las nominaciones y el resultado de las elecciones presidenciales, porque en lo tocante al “barril de carne de puerco” ya quedó en claro que a menos de una “revolución política”, como dice Sanders, seguirá estando destinado a “alimentar” las voraces bajas de impuestos para los ricos de las finanzas y de los monopolios, y que gran parte del resto se lo seguirán comiendo el Pentágono y las empresas beneficiadas por el sistema.
Es por eso que la cuestión de la distribución del “barril” se ha convertido en un cuestionamiento del sistema, lo que aclara la creciente aceptación de la palabra tabú, “socialismo”, como la que mejor describe lo que cerca de la mitad de los estadounidenses prefieren en materia de distribución de la riqueza, en lugar del “capitalismo” a la Ayn Rand, de que lo justo es que los poderosos se coman el 90 por ciento de la riqueza, como sucede ahora.
La política exterior y el electorado
En materia de política exterior, Trump ha criticado la militarización de las relaciones internacionales y la política de “lucha contra el terrorismo” de George W. Bush y Obama, en particular la invasión de Irak y la destrucción de Libia, y también la política de cambio de régimen en Siria, pronunciándose a favor de buscar soluciones políticas a los problemas internacionales en diálogo con Rusia.
Cuando uno escucha a los demás candidatos Republicanos, a pesar de todo lo que disgusta profundamente en Trump, no caben dudas de que él es el único que tiene una dosis de realismo y que al menos promete oponerse a la destructiva política de Washington.
Por su parte Sanders dista de ser una “paloma”, pero tampoco es un “halcón” que asimiló la tradición neoconservadora, como su rival Hillary Clinton. No es ni de lejos un socialista en la línea de un Jeremy Corbyn en Inglaterra, pero puede con justicia ser comparado a un Liberal canadiense, por ejemplo el (ex) primer ministro Leaster B. Pearson, autor de reformas sociales importantes y respetuoso de la ley internacional, lo que lo hizo pasar a la historia como constructor de la paz mediante la diplomacia y la negociación.
Y sin lugar a duda, Sanders piensa así porque viene de Vermont, un estado lindante con Canadá, y conoce los programas sociales en ese país. Sus propuestas indican que quisiera terminar con el histórico atraso estadounidense en materia de políticas sociales, como en la salud y la educación pública, y solucionar de alguna manera el desempleo y la precariedad laboral, el endeudamiento de los estudiantes, entre otras cosas más que constituyen las verdaderas preocupaciones de la mayoría del pueblo estadounidense.
O sea que Trump y Bernie tienen en común, y comparten con una gran parte del electorado potencial de ambos partidos, el interés de resolver problemas sociales y políticos internos, y no en seguir siendo el “gendarme” del mundo para completar la hegemonía neoliberal, porque de eso se trata.
Claro, es muy temprano para saber si llegarán a ser nominados como candidatos a la elección presidencial, pero es tiempo de entender que ya dejaron una huella en la forma de hacer política dentro del contexto actual en EEUU, y que si Hillary es la ganadora de la nominación, tendrá que metamorfosearse bastante para lograr que los seguidores de Sanders voten por ella. Y lo mismo para el candidato Republicano que reemplace a Trump.
El “establishment” puede terminar imponiéndose por las buenas o por las malas, tiene los medios para eso, incluyendo los medios de prensa, pero como señala Murray, la consciencia de la realidad y lo que se dijo en esta campaña contra las elites dominantes no será olvidado fácilmente por los millones de Republicanos y Demócratas que en esta ocasión se interesaron en la política precisamente porque estaban Trump y Sanders.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino-canadiense.
(1) Charles Murray, http://www.wsj.com/articles/
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