Publicado
por Francisco Umpiérrez Sánchez
sábado, 30 de enero de 2016
Cicerón
afirma que a la necesidad propia del destino Crisipo la llamó también
“imperecedera verdad de los acontecimientos futuros”. Me atrae la belleza de
estas palabras y su fuerza expresiva y representativa. Los poetas y literatos
deberían admirarla y educarse en su uso. La selección adecuada y atenta de las
piezas léxicas en la formulación de las ideas y en la descripción de las cosas
es fundamental. El valor estético de los sintagmas nominales y verbales es un
factor que se debe tener en cuenta cuando se escribe. No se debe escribir a la
ligera o buscando impresionar. Solo el pensador profundo, sea científico,
artista o filósofo, escribe atendiendo a valores estéticos: es cuidadoso,
prolijo y mide sus expresiones.
Reflexiono ahora sobre el fondo de la idea de Crisipo. Situémonos en
cincuenta años antes de que Bruto asestara varias puñaladas a César y acabara
con su vida. ¿Quién sabía en ese entonces que eso iba a suceder? Quienes creen
en el destino afirmarán que eso ya estaba escrito. Pero repito la pregunta:
¿Quién cincuenta años antes tenía conocimiento de ese acontecimiento? Sólo
alguien que pudiera presenciar el futuro. Pero solo quien vive en el futuro
puede ver el futuro. Luego la respuesta es dios: un dios que conoce el pasado,
el presente y el futuro. Y un ser que está al mismo tiempo en el pasado, el
presente y el futuro es un ser ajeno a la determinación temporal: un dios
intemporal, un dios que ha existido desde siempre y para siempre, un dios ajeno
a las acechanzas del tiempo y, por consiguiente, a la puñalada de la oscura
muerte. Pero como nadie conoce a ese dios en persona y, por consiguiente, no ha
hablado con él de manera que le cuente lo que sucederá en el futuro, dicho
conocimiento del acontecimiento referido permanecerá vacío. Que ciertas
verdades son imperecederas nadie lo duda. Pero que con una antelación de cincuenta
años se tenga conocimiento de ciertas verdades histórica es imposible. Cuando
el futuro se hace presente, cuando pasan los cincuenta años, Bruto asesina a
César. Es ahora cuando la verdad se ha hecho realidad y se ha vuelto
imperecedera. La verdad del destino es la verdad del presente. Solo en el
presente el destino tiene su sí y su no. Luego no existe la necesidad del
destino como aquello que sobre los acontecimientos futuros estaba ya escrito.
La verdad se escribe en el presente. Y conforme pasa el tiempo, y el
acontecimiento referido huye hacia atrás a los rincones del pasado, la verdad
del acontecimiento referido se torna imperecedera o muestra que es
imperecedera. El tiempo no la modifica. Así que esta clase de verdades
históricas es absoluta.
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