Enviado por Gavroche en Lun, 23/11/2020 - 14:24
Secretario de Acción Criminal - Fuente: Solidaridad Obrera
En las sociedades capitalistas actuales, al igual que ocurría en el siglo XIX, existe una división marcada entre dos grandes clases sociales. La primera, que generalmente se denomina burguesía o clase capitalista, es propietaria de los medios de producción. La segunda, la clase trabajadora, clase obrera o proletariado, únicamente posee su propia fuerza de trabajo y está obligada a venderla a la burguesía a cambio de un salario, lo cual da origen a la explotación. El antagonismo entre estos dos bloques, la disparidad de intereses existente, se concreta en la llamada lucha de clases. Aunque cuando se habla de clase trabajadora se piensa principalmente en los obreros manuales, trabajadores de la industria o de la construcción, podemos encontrar aquí también personas que trabajan como teleoperadoras, sanitarias, en la hostelería o cualquier otro sector laboral. La clase trabajadora, por lo tanto, no ha ido desapareciendo; simplemente se ha ido transformando. Desde sus inicios, en el período manufacturero (XVI-XVII), marcado por el carácter artesanal, pasando por los albores del período industrial (XIX), dominando ya la máquina, hasta las sociedades de finales del siglo XX y la actualidad, donde predomina el sector servicios, encontramos la misma clase social. Bien sea en el taller, la fábrica, la oficina, el call center o el hospital, la posición desempeñada por las dos clases sociales en el proceso productivo, y el tipo de relaciones productivas (técnicas y sociales) que se establecen en el mismo -siendo clave la propiedad de los medios de producción-, no cambian en lo esencial. En tanto trabajadoras y trabajadores asalariados nos vemos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo a cambio de un salario [1]
El Instituto Nacional de Estadística nos indica que, en el tercer trimestre de 2020, dentro de la población ocupada, encontramos más de 16 millones de trabajadores asalariados (sin olvidar que la mayoría de los 3,7 millones de parados pertenecen a la misma clase social). En general, los trabajadores asalariados siempre representan entre un 80-90% de la población ocupada. Los empleadores (sobre todo, los grandes capitalistas) representan, en cambio, una parte irrisoria de la población. Encontramos, por otra parte, dentro de lo que se denominan trabajadores por cuenta propia, a 2 millones de trabajadores independientes o empresarios sin asalariados. [2] En nuestros estatutos establecemos que se puede afiliar a la organización toda persona trabajadora, incluyendo no solamente toda persona asalariada, sino también “autónoma sin personal asalariado o profesional liberal, en activo o en paro, es decir, toda aquella que no es ni patrona ni explotadora”. Aquí entrarían esos 2 millones de trabajadores por cuenta propia que hemos señalado. Eso sin contar, que entre los mismos encontramos falsos autónomos. Sea como sea, antes de proseguir, hay que dejar bien claro que la CNT es una organización creada para servir principalmente a los intereses de la clase trabajadora, es decir, a esos muchos millones de trabajadores asalariados. Nos preguntaremos aquí, no obstante, por el papel que pueden desempeñar los trabajadores autónomos en una organización como la nuestra. Aunque no suene bien los incluiremos dentro de la llamada pequeña burguesía.
El concepto de pequeña burguesía, que más que despectivo pretende ser aquí descriptivo (ilustrar una realidad concreta), comenzó a utilizarse para designar a pequeños productores independientes, tales como campesinos autónomos, artesanos o pequeños comerciantes. La progresiva desaparición de las relaciones de producción feudales, basadas en la servidumbre, dio paso a la aparición de campesinos relativamente autónomos, con reducidas parcelas de tierra para cultivar, que sufrirían sucesivos procesos de expropiación hasta prácticamente desaparecer. También los artesanos, provenientes de los gremios medievales (donde habían sido maestros), con sus pequeños talleres característicos del período manufacturero, desaparecerían con la progresiva industrialización o devendrían pequeños industriales, pero difícilmente pudieron mantener su posición en un mercado cada vez más dominado por grandes capitalistas y sus colosales fábricas repletas de máquinas a no ser, claro, de convertirse en éstos. La competencia siempre favorece la centralización de capitales y la concentración de la propiedad en unas pocas manos. La pequeña burguesía, de hecho, se considera una clase social “de transición”, que tiende en mayor medida a proletarizarse, es decir, a integrar las filas de la clase trabajadora, especialmente durante crisis económicas. Su posición en la estructura de clases es, por tanto, inestable. A pesar de ser propietarios de algunos pocos instrumentos de producción, o funcionar en pequeños negocios familiares, se suelen diferenciar de la clase capitalista en que desempeñan un papel activo en el proceso de producción, poniendo en marcha su fuerza de trabajo, y no dependiendo -al menos totalmente- de la explotación del trabajo asalariado. El bando por el que tomarán parte en la lucha de clases no es siempre claro, pudiendo desarrollar posiciones conservadoras o incluso reaccionarias.
Los trabajadores autónomos serían una de las fracciones que entraría dentro de esta clase social de transición conocida como pequeña burguesía. En organizaciones sindicales como CNT, de naturaleza clasista, aspiramos a agrupar a toda la clase trabajadora, aunque como ya hemos señalado permitimos que integren nuestras filas elementos de la pequeña burguesía. Esto puede resultar un alma de doble filo, como analizaremos a continuación. La pertenencia de trabajadores autónomos a una organización diseñada para trabajadores asalariados pone de manifiesto diversas contradicciones, en tanto puede existir un conflicto de intereses. Los trabajadores autónomos viven entre dos mundos, y ni tan siquiera la ideologización de aquellos que se consideran anarcosindicalistas o sindicalistas revolucionarios previene de nada. Tras una radicalidad aparente en el discurso podemos encontrar a veces análisis desvinculados de la realidad material, puramente idealistas, o que defienden intereses que son absolutamente ajenos -cuando no sencillamente contrapuestos- a los de la clase trabajadora. Pondré un ejemplo que puede considerarse paradigmático para ejemplificar, donde abundan precisamente los autónomos: el sector del taxi. En este sector han aflorado todas las contradicciones. Muchos de ellos se han unido a CNT por afinidad ideológica, y podemos constatar que han llevado a cabo una labor encomiable, sirviendo para atraer taxistas asalariados y movilizar a todo el sector. Disponen de su propio medio de producción, aunque generalmente están hipotecados por la licencias. Es decir, sus condiciones laborales pueden ser también muy precarias, echando horas y horas para llegar a final de mes, y pagar todas sus deudas.
Dentro del ramo del taxi se ha vivido alguna problemática digna de mencionar. La incursión en el sector de empresas del negocio de las VTC como Uber o Cabify ha servido para poner de manifiesto varias contradicciones que pasaremos a comentar. Algunos taxistas autónomos, bajo una retórica superficialmente revolucionaria, acusando a CNT prácticamente de aliarse contra el gran capital, criticaban que pudieran afiliarse trabajadores asalariados de este sector, o pudieran defenderse sus condiciones laborales, culpando a estos trabajadores de desplazarles, de precarizar el sector e incluso llegándoles a negar su condición de trabajadores. Todo esto en lugar de orientar sus ataques a la patronal que dirige estas empresas, que al fin y al cabo forma una misma clase junto a la del taxi. No nos engañemos, pues tras todos estos discursos solamente se encuentra la defensa de los intereses particulares del trabajador autónomo, ya que desde su posición estas empresas se ven como una amenaza, pero desde una óptica obrerista el asunto clave aquí son las condiciones laborales de los trabajadores asalariados independientemente del sector. Sea como sea, este conflicto se saldó dentro de CNT con que algún que otro trabajador autónomo del taxi abandonase la organización. Evidentemente, no todos, ya que hay quienes saben en el tipo de organización en la que se encuentran; tener consciencia de esto es clave. No podemos discriminar entre trabajadores asalariados de una empresa u otra. El verdadero enemigo en todo caso, insisto, son los empresarios de Uber, Cabify, del taxi y de entidades como el Institut Metropolità del Taxi (IMT), que protegen a los floteros que fueron apareciendo especialmente con la liberalización del sector. Es comprensible que la competencia desleal sea considerada un gran problema por la pequeña burguesía, pero es preciso que se entienda también que ciertos discursos -y por consiguiente, ciertas luchas- son díficilmente asumibles por una organización de clase como CNT.
Otra situación digna de mencionar en este sector es la conversión de trabajadores autónomos en empresarios con asalariados. No resulta extraño que un trabajador autónomo logre organizar su propia flota (que asume la forma jurídica de SL, la más común entre los pequeños empresarios), y reúna dos o tres asalariados. Incluso se ha dado el caso en antiguos afiliados a CNT. Confiamos en que, al menos, estos antiguos compañeros de organización mantendrán unas condiciones laborales dignas para sus trabajadores. En caso contrario, les avisamos de que nos pueden encontrar de frente. De cualquier forma, es evidente que ya no podían seguir siendo parte de la organización. Aquí ya no se trata de un pequeño conflicto de intereses, sino que han pasado a formar parte de la clase capitalista, cuyos intereses son contrapuestos a los nuestros. Esto que ocurre en el taxi también ocurre en muchos otros sectores, como por ejemplo el de la hostelería, es decir, antiguos compañeros que han abierto un bar y tienen personal trabajando para ellos. Decorar el local con carteles de la CNT de los años treinta o parafernalia revolucionaria varia no cambia esta realidad. También han pasado por nuestra organización personas “asalariadas”, que en realidad eran parte de un pequeño negocio familiar, que probablemente heredarían, por mucho que exaltaran la condición de asalariada. No hemos de olvidar tampoco, como ya se ha señalado, el fenómeno de la proletarización de la pequeña burguesía, ya que es común que muchos pequeños negocios vayan a la quiebra, y sus integrantes pasen a nutrir las filas de la clase trabajadora. Nunca sabemos el rumbo que tomarán los individuos particulares de esta clase “de transición”, y por esto debemos mantener siempre nuestras reservas, y extremar las precauciones. Hemos de tener en cuenta en nuestro análisis la posición que cada individuo y cada clase ocupa en la estructura económica propia del capitalismo.
Para finalizar es interesante destacar que muchos de los conflictos que se han vivido en CNT han tenido precisamente como protagonistas a elementos de la pequeña burguesía (y también del lumpen, pero esto daría para otro artículo), personas en todo caso no asalariadas, sea trabajadores autónomos, integrantes de pequeños negocios familiares o incluso socios de cooperativas. Al final son los que menos tienden a centrarse en cuestiones sindicales ya que no tienen un patrón contra el que llevar a cabo una lucha. Son tendentes, muy al contrario, a poner sobre la palestra debates que muchas veces deberían sernos ajenos, no ya sobre temas culturales, sino también sobre cuestiones políticas o ideológicas en las que nos deberíamos entrar (llegando a formar claros grupos de presión), metiéndonos en debates sobre todo tipo de marcianadas, o incluso atacando a la organización por no seguir una determinada línea. Claro está que las trabajadoras y trabajadores asalariados, especialmente cuando sus secciones sindicales están en conflicto abierto contra la patronal, no tienen tiempo que perder en estas cuestiones. Pero independientemente de quien protagonice estos conflictos, incluso si se trata de asalariados, hay que señalar bien claro donde está la puerta y que no se toleran dinámicas destructivas. Por si no quedaba claro se dirá aún más. El peso de esta organización lo debe llevar la clase trabajadora, naturalmente, y nunca debemos desviarnos en base a intereses ajenos. La CNT es una casa donde cabe casi todo el mundo, pero tiene unas normas que debemos encargarnos de dejar claras. Esperemos que este artículo sirva de reflexión.
CITAS
[1] Utilizaremos aquí el término clase trabajadora con preferencia al de proletariado (en referencia al latín proles, es decir, prole o descendencia), que suena claramente desfasado, y más teniendo en cuenta la baja tasa de natalidad de la población española. También lo utilizaremos con preferencia al término clase obrera, en tanto lo de “obrera” suele dar lugar a confusiones que reducen esta clase a su fracción productivista o industrial.
[2] Encuesta de población activa. EPA. Tercer trimestre 2020: https://www.ine.es/daco/daco42/daco4211/epa0320.pdf. Los ocupados, que son alrededor de 19 millones, junto a los parados, que son 3,7 millones, forman parte de la población activa. La tasa de paro es del 16,26%. Por otra parte, dentro de los más de 47 millones de españoles tenemos también una población inactiva en torno a 16 millones de personas, entre los cuales se encuentran jubilados, amas de casa (el trabajo reproductivo o doméstico sigue sin reconocerse como ocupación), estudiantes o personas incapacitadas. La tasa de actividad es, pues, del 57,83%.
Fuente: http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/44972
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