Caffe
Reggio
19-08-2015
Cada año
decenas de miles de mujeres son raptadas por toda clase de individuos. Cientos
de millones de mujeres son retenidas “legalmente” dentro de unas “fronteras”
establecidas por unos gobiernos que recurren a su derecho de soberanía, a la
tradición y la religión para robar su libertad. Una escandalosa y normalizada
agresión a la dignidad de la mujer que ha neutralizado de tal modo nuestra
capacidad de rebeldía, que sólo es noticia cuando cobra un formato inaudito.
Veamos:
Primer caso. En la India, donde el capitalismo más esclavista
cohabita felizmente con cientos de sectas religiosas y miles de supersticiones
(bajo la máscara de “exóticas”), justo cuando un sector de la sociedad exigió
la ejecución de todos los violadores -como remedio al crimen de la agresión
sexual- un pueblo del Estado de Guyarat ofreció una nueva modalidad de castigo
a las mujeres que son raptadas y además violadas: llevar sobre su cabeza un
saco varios kilos de piedra hasta que acierten una adivinanza. La última
víctima, una joven casada y con dos hijos, afirmaba haber sido capturada por
cinco hombres y haber sido su esclava sexual durante ocho largos meses.
Obviamente, la noticia no es esta. Ni lo es el cómo
consiguió huir de sus secuestradores. Ni que en vez de recibir apoyo por las
autoridades y la familia fuese rechazada por todo el mundo y que tuviera que
regresar a la casa de su padre, donde tampoco encontró paz. La noticia es que
para demostrar que decía la verdad, no se había fugado con un amante y que el
bebé que llevaba en su entrañas era realmente fruto de la violación, tuvo que
someterse a un ritual que es una mezcla de un juego de niños y las torturas
propias de Guantánamo: adivinar si el número de los granos de trigo escondidos
en el puño cerrado de un sacerdote varón es par o impar. No acertó, por lo
tanto mentía. Fue entonces cuando tuvo que llevar un saco de 10 kilos de piedra
sobre la cabeza durante días para volver a hacer el mismo rito hasta que
acertase. Sólo así lograría la purificación. Ella tuvo suerte y se equivocó
“sólo” cuatro veces, teniendo que soportar el peso de 40 kilos de piedras,
destrozando sus cervicales. ¿No decía el hinduismo que la purificación se logra
mediante la sabiduría?
En la India, la violencia sexual es una epidemia
social. Incluso las mujeres que pertenecen a la casta de “intocables” se
vuelven “tocables” por los hombres “honorables” de toda la jerarquía social.
Además, las películas de Bollywood son el escaparate de una cultura
sexualizada, donde los atractivos actores son acosadores empedernidos que con
sus artimañas exhiben su capacidad de conseguir la chica en la que se han
fijado.
Segundo caso: Koria Badbad Hafed, saharaui de 23 años. Fue
retenida contra su voluntad por su familia biológica en diciembre del 2010
durante una visita a “casa” antes de continuar con sus estudios.
Vivía en España desde que tenía 7 años. Fue acogida
por el programa “Vacaciones en Paz”, que pretende paliar el dolor y las
carencias que sufren los niños encerrados en los campos de refugiados. Desde
hace cinco años, quienes se supone que deben quererla y protegerla, no sólo han
roto la relación de Hafred con su familia de España y su vida allí durante 15
años, sino que le niegan el derecho a ser feliz y decidir su futuro. Según las
tradiciones de su pueblo, (cuya definición es “aquellos vicios y costumbres que
se mantienen por la élite gobernante a lo largo del tiempo porque les aporta
importantes beneficios”) sus secuestradores simplemente cumplen con su deber:
buscarle un hombre-marido antes de que Koria se convierta en una “cualquiera”
al estudiar en una universidad, ir al teatro o pasear por una playa, dando mal
ejemplo a otras muchachas del grupo que no saben cómo escaparse del mortal
control de los hombres sobre su cuerpo. Hasta este momento, ninguna autoridad
local o internacional ha lanzado una orden de “busca y captura” de sus
secuestradores.
Ahora bien. ¿En qué se diferenciaría una “Sahara ya
Liberada”, de un régimen como Marruecos y de Arabia Saudí? Por favor, ¡que no
intenten ocultar detrás de las indumentarias de colores o del pelo suelto de
sus mujeres saharáuis, la misma mentalidad, las mismas leyes y normas sociales
de misoginia que consideran a la mujer una incapacitada -aunque tenga varios
títulos universitarios- y necesitada de un carabinero varón llamado “tutor”, y
muy a menudo indocto, para preservar la maldita “honra” de los hombres!
Tercer caso: El secuestro de la totalidad de mujeres de Arabia
(y suprimo “Saudí” porque el país es del pueblo, no de la familia de Al Saud)
por las autoridades ha creado un insólito fenómeno en esta nación: “mujeres
travestis”. Se trata de feministas kamikazes que burlan el sistema de Apartheid
de género del Estado, se visten de hombre, e incluso se ponen bigotes adhesivos
para conducir o realizar un sinfín de actividades prohibidas, algunas
castigadas incluso por la “ley antiterrorista”.
Ellas desafían la opresión integral que sufre la
mujer a pesar de cometer un grave “pecado”: el Islam, -al igual que el
cristianismo y el judaísmo-, prohíbe el “travestismo”, para que los hombres y
las mujeres no confundan sus roles: él con “pantalones” administrando el poder
(de ahí el dicho de “¿Quién lleva pantalones en tu casa?”) y ella con falda,
atendiendo a sus hijos.
El mal de misoginia fue noticia el 19 de julio en
éste país, cuando dos muchachas que viajaban en una motocicleta en la ciudad
Yeda, fueron asaltadas y violadas. La Fiscalía, tras detener a los agresores,
también pidió pena para las jóvenes y sus “tutores”: ellas por viajar sin un
acompañante masculino, y ellos por negligencia y haberlas dejado ir solas.
Cuarto caso: Sandra Bland, una afroamericana de 28 años fue
retenida el pasado 10 de junio por la policía vial por una infracción menor de
tráfico en Hempstead y fue amenazada con una pistola de descarga eléctrica para
minutos después, ser arrestada por una falsa agresión. Días después apareció
ahorcada en su celda. Las autoridades, que suelen encubrir a las fuerzas de
orden (pues forma parte del brazo armado del régimen), defendieron la versión
policial, que apuntaba al suicidio como causa de la muerte. Días después y bajo
la presión social, el fiscal tuvo que admitir posible homicidio, desmintiendo
el informe del forense que al igual que la policía había mentido. ¿Tuvo que ver
su rapto y su posible asesinato con que ella era activista de derechos civiles
y había colgado varios vídeos sobre agresiones policiales y su impunidad en las
redes sociales? Si un tal Donald Trump, multimillonario candidato a presidir
EEUU -que según Samuel Huntington representa el mundo “civilizado”- llama a las
mujeres (blancas) “cerdas, perras, gordas y animales repugnantes”, se pude
imaginar cómo se les trata a las que son pobres, negras y activistas.
Quinto caso: Amnistía Internacional respalda a los hombres que
utilizan a “chicas desechables” pidiendo la legalización del negocio mundial de
prostituir a mujeres y niñas. Las guerras y la brutal pobreza han llenado el
mercado de cientos de millones de niñas huérfanas y viudas sin sustento, y de
mujeres que han perdido su trabajo, dejándolas a merced de empresarios del
negocio redondo de “usar y tirar” mujeres. Y ahora el mercado necesita
regularizarse.
Amnistía, conocedora de las infinitas razones que
hay para no legalizar la prostitución, ¿daría un permiso de “trabajo” a las
niñas prostituidas por Boko Haram de Nigeria, por ejemplo, a las que “el mundo”
iba a rescatar? Fue noticia en mayo del 2014. Sin embargo los salvadores
carecían de intenciones decentes: hubo muchos intereses petrolíferos y
geopolíticos en juego. Una vez que EEUU envió militares al país, que es el
séptimo productor mundial de crudo, no se habló más de la terrible pesadilla
que están viviendo aquellas menores a las que algunas ONG llamarían
“trabajadoras sexuales”. Al negocio de compra-venta de niñas y mujeres secuestradas
y torturadas sólo le faltaba el sello de legitimidad de una ONG: estos
mercaderes de la caridad, cuya misión es dar la falsa idea de que el sistema es
capaz de reparar sus propios crímenes.
La crisis económica y la ola conservadora que
recorre el mundo han destruido buena parte de las conquistas sociales,
aumentando la discriminación de la mujer, y haciendo necesaria la unión
internacional de todas las personas progresistas para poner fin al carcomido
sistema patriarcal.
Tenía razón Sherezade, la contadora de cuentos de
Las Mil y Una Noches: “una mujer nunca debe perder o entregar sus alas”. Es
imprescindible elaborar estrategias de poder y parar el proceso del asalto del
neoliberalismo a las conquistas de la mujer.
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