Por
Gustavo Espinoza M. (*)
Si el 9
de octubre se celebró durante varios años en el Perú el Día de la Dignidad
Nacional como una manera de recordar la fecha en la que las tropas
acantonadas en el norte y comandadas por el general Fermín Málaga Prado
recuperaron los yacimientos de La Brea y Pariñas y la Refinería de Talara,
expulsando a la IPC; el 1 de septiembre bien podría considerarse el Día de
la Vergüenza Nacional.
Y es que
ésa será en el Perú, una fecha para el recuerdo. Está previsto el arribo
del Portaviones "George Washington", del que desembarcarán
3,200 Infantes de Marina, que -enviados por los Estados Unidos- tendrán la
tarea de "ayudar al Perú" en la lucha contra el terrorismo y
el narcotráfico.
La
injerencia militar yanqui en nuestro suelo, no es nueva. Se dio antes, en
distintas etapas de nuestra historia. En 1965 -aún se recuerda- el gobierno de
Fernando Belaúnde Terry programó la llamada "Operación Ayacucho",
considerada una "acción contrainsurgente" cuando asomaran en el país
brotes guerrilleros liderados por Luis de la Puente y sus compañeros.
En esos
años -no hay que olvidarlo- se dispuso el bombardeo con Napalm de aldeas
peruanas. Aunque nunca se reportó oficialmente el número de bajas civiles que
produjo el hecho, la destrucción de poblaciones y el incendio de inmensas zonas
forestales; permite suponer la consumación de ingentes daños a la vida y al eco
sistema, de los que el gobierno de entonces nunca quiso hacerse responsable.
Hubo "asistencia militar" USA, pero no tropa.
Fueron
aviones de los Estados Unidos los que actuaron en esa circunstancia. Su
presencia, sin embargo, se cortó abruptamente apenas cuatro años más tarde,
cuando en 1969 el gobierno del genera Juan Velasco resolvió cortar los
vínculos de ese orden con USA, y expulsó primero a la Estación de la CIA y
luego a la Misión Militar de los Estados Unidos.
Fue esa
una respuesta digna a una política soberbia y hegemónica impuesta no sólo al
Perú sino a todos los países de la Región tanto por la Casa Blanca como por el
Pentágono, y que buscaba "mover" a los países del continente como
fichas en el tablero para enfrentar a la URSS y al Campo Socialista.
El fin de
la experiencia militar patriótica, envilecida por Morales Bermúdez y el retorno
de los partidos tradicionales a la conducción del Estado, hizo que el gobierno
norteamericano fuera recuperando poco a poco el viejo sitial que usara en los
años sesenta sobre nuestra institución armada.
En 1980,
logró abrir paso a una acción que poco después permitió el establecimiento del
primer enclave militar norteamericano en nuestro suelo: la Base de Santa
Lucía, ubicada en el Alto Huallaga, en el corazón de la selva peruana.
Después, vendrían otras. Y, aunque nadie oficializó ni su identidad, ni
su número, se sabe que son por lo menos siete las que actúan en suelo peruano
siempre bajo el mismo pretexto: "combatir el narcotráfico", objetivo
que nunca fue logrado. Contingentes poco numerosos, pero efectivos.
Hace 30
años, el 1985, el Perú era un importante productor de Pasta Básica de Cocaína.
Pero desde la imposición de las bases yanquis, pasó a ser al primer productor
mundial de esa droga, que se destina precisamente al primer mercado de consumo:
los Estados Unidos de Norteamérica. Bien podría decirse, en estricto honor a la
verdad, que la presencia de las tropas yanquis permitió el incremento de
cultivo de la Coca, y el aumento de la producción de la Cocaína, que hoy
alcanza niveles jamás antes registrados.
Como dicen los especialistas, hoy en el Perú, "15 regiones se
dedican a la producción de droga. El 60% de la producción de esta termina en el
mercado norteamericano. El transporte de tal cantidad de droga se realiza a
través de los 115 aeropuertos clandestinos ubicados estratégicamente en el
territorio nacional. El narcotráfico mueve anualmente US$22 mil millones, lo
que equivale al 17% de nuestro PBI". (www.otramirada.com)
En lo que
se refiere a lo que va del siglo XXI, han sido en extremo frecuentes las
visitas al Perú del Secretario de Estado para la Defensa, del Jefe del
Comando Sur de los Estados Unidos; y de muchas otras autoridades militares y
civiles que arribaron a nuestro suelo para tratar el mismo tema: la
presencia militar norteamericana en el Perú.
Como
consecuencia de todas esas "tratativas", y luego de un acuerdo
adoptado en enero por el Congreso de la República con el consenso de casi
todas las fuerzas políticas allí representadas, el 1 y el 15 de febrero,
arribaron dos contingentes militares, enviados por el Pentágono. El primero,
integrado por 58 soldados; y el segundo por 67. Ambos permanecerán aquí hasta
febrero del 2016 en la tarea de "entrenar a los institutos armados
peruanos en el cumplimiento de operaciones especiales"
Pero lo
que ocurrirá el 1 de septiembre resulta ciertamente inédito: nunca antes
sucedió. Y sólo aconteció en otros países como una invasión militar
norteamericana. Así fue en buena parte del siglo XX, desde Puerto Rico, hasta
Panamá, pasando por Nicaragua, Honduras, República Dominicana, Guatemala y
otros países. Ahora, se trata de tropa.
La que se
avecina, será una suerte de "Operación encubierta". Y estará
destinada a afirmar la presencia norteamericana no sólo en el Perú, sino en
America, en una circunstancia en la que el Imperio busca cambiar a como dé
lugar la correlación de fuerzas imperante en la región.
De esa
voluntad, hay pruebas irrebatibles. Recientemente se denunció que la
administración norteamericana "expulsó" de los Estados Unidos a miles
de delincuentes integrantes de bandas criminales salvadoreñas -las "Maras"-
que se hallaban encarcelados en distintos penales de USA, borrándoles los
antecedentes criminales, a fin facilitarles el retorno al El Salvador y minar
allí al gobierno de Sánchez Cerén.
También,
y con el apoyo activo de Alvaro Uribe, armó bandas que operan en el Estado de
Táchira, en la frontera colombo-venezolana, con la idea de generar un conflicto
armado entre estos dos países.
Y por si
fuera poco, alentó a los grupos reaccionarios en Ecuador, promoviendo contra el
gobierno constitucional del Presidente Rafael Correa, una campaña
orientada a desacreditarlo y destituirlo. Eso, es lo que en otras condiciones,
quiere hacer también con Dilma Rouseff, en Brasil.
Les encantaría poder hacer lo propio contra Cristina Fernández, en
Argentina; pero todo indica que allí, en los comicios de octubre, el pueblo
ratificará su confianza en el rumbo patriótico impuesto por los Kichner con la
complacencia de las mayorías nacionales.
Y, claro,
cómo no, contra Chile, deteriorando la imagen de Michelle Bachelet y
resquebrajando la unidad del colectivo político que la sustenta. Y es que el
Imperio no mira en pequeño. Busca lo grande, porque juzga que lo grande,
envuelve riqueza.
Y a su
manera, eso lo hace también en el Perú, a través de una "prensa"
venal y amarilla que ataca sañudamente al Presidente Humala y a su esposa,
levantando contra ellos un cúmulo de agresiones, fundadas e infundadas.
Recientemente,
por las redes de Internet circuló un chascarro: una foto de la esposa del
Presidente mirando, en Paris, la Torre de Eiffel. Luego, el congresista
fujimorista Oscar Becerril decía: ¡Nadine quiere comprarse la Torre Eiffel!,
e inmediatamente después, el congresista aprista Mauricio Mulder exigía: ¡qué
se forme una Comisión Parlamentaria que investigue de dónde sacará la plata
para comprarse la Torre!. Luego, Jorge Del Castillo comentaba ¡sin duda
se trata de dinero proveniente del lavado de activos!. Guardando las
distancias, eso es, en buena medida, lo que ocurre.
Mientras
la "prensa grande" distrae a los peruanos con "las agendas"
de Nadine y "las compras" de la Primera Dama, La Fiscalía y la
investigación, los soldados yanquis hollarán nuestro suelo en lo que bien podrá
pasar a la historia, como EL DIA DE LA VERGÜENZA NACIONAL (fin)
(*) Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe
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