29-08-2015
Un
excelente artículo sobre Ecuador de Francois Houtart ("El Ecuador de 2015: el agotamiento de un modelo en un contexto
de crisis mundial”, Rebelión, 27/08/2015) pone los puntos sobre las
íes. El autor, hay que recordarlo, no es ningún ultraizquierdista encapuchado
con una molotov en la mano sino, entre otras cosas, el ex presidente del
Tribunal Juárez sobre la deuda de Estados Unidos con Cuba y el embargo a ese
país que funcionó en Coyoacán y estuvo formado por una serie de personalidades
antiimperialistas entre las cuales tuve el honor de contarme.
Pues bien, para Houtart estamos ante un fin de ciclo
de las políticas de los gobiernos latinoamericanos que algunos califican de
“progresistas”y otros de “populistas”. O sea, de un grupo muy heterogéneo de
gobiernos que abarca sobre todo los de Venezuela, Ecuador, Bolivia pero también
el de Argentina que se autocalifica de “populista” y convierte las tonterías de
Laclau en dogma oficial porque las mismas sostienen que se terminaron las
clases y el sujeto del cambio es “la juventud”, ese divino tesoro
interclasista. ¡Qué lástima que los grandes banqueros e industriales ganen más
que nunca con sus políticas de clase suspendiendo, despidiendo, eliminando las
leyes de protección laboral, comprando por nada los recursos nacionales para
aumentar así la explotación y el despojo del 90 por ciento de la población!
Caen los precios de las materias primas
(agroganaderas o minerales ) bajo los efectos del estancamiento productivo de
los países más industrializados o, en el caso del crudo, de la sobreproducción,
más el shale oil estadounidense y el aflujo al mercado del petróleo
iraní cuya venta fue congelada por tantos años por el bloqueo imperialista.
Rusia y China, prestamistas de los gobiernos “progresistas” antes mencionados o
importantes inversionistas en América Latina, pasan grandes dificultades y
deben devaluar sus monedas. Venezuela atraviesa un período turbulento pues
disminuye la renta petrolera y, por lo tanto, no puede importar los bienes que
necesita y, a mediano plazo, menos aún mantener la ayuda solidaria a Cuba,
Nicaragua, El Salvador y los países del Caribe. Ecuador, que depende de la
exportación de crudo, vive una crisis aumentada por la dolarización de su
moneda y Brasil, la famosa “potencia emergente” de muchos analistas
superficiales, aparece como lo que es, un país dependiente con una distribución
brutalmente desigual de la riqueza y no puede ya basarse en la exportación de
autos (de marca extranjera) ni de soya y, al mismo tiempo, hacer una política
redistribucionista del ingreso y asistencialista para asegurarse una mínima paz
social. En Brasil y en Argentina, las fábricas del ramo automotor cierran
varios días, despiden, suspenden miles de obreros. La corrupción masiva
desprestigia al gobierno brasileño. Los proyectos de fracking y mineros
se interrumpen en todas partes porque no son rentables dados los precios del
crudo y de los minerales. Eso es bueno para el ambiente y la agricultura pero
provoca conflictos sociales, como el de los mineros bolivianos en Potosí, hunde
las esperanzas del gobierno argentino en el shale oil de Vaca Muerta o
exacerba la extracción desesperada de petróleo por los gobiernos en los
territorios indígenas en Ecuador (Yasuní) o de Bolivia (en las autonomías
guaraníes) provocando conflictos entre los gobiernos neodesarrollistas y
extractivistas y los indígenas y ambientalistas.
De este modo la crisis capitalista mundial y las
políticas de los gobiernos “progresistas” (que no tocaron y, por el contrario,
preservaron, a las transnacionales, las finanzas y el gran capital y se
adecuaron al tipo de inserción en el mercado mundial que ellos les fijaban),
conducen en este momento al debilitamiento de esos gobiernos, que pierden
consenso en las clases medias pobres y hasta entre los trabajadores y los
pueblos originarios. Por supuesto, la CIA, el imperialismo y sus agentes oligárquicos
y capitalistas locales aprovechan la crisis y esta situación para tratar de
debilitar y derribar a gobiernos a los que difícilmente pueden ganar en las
urnas y provocan corridas bancarias y choques sociales. Pero las protestas de
los indígenas, ambientalistas y sindicatos combativos no tienen nada que ver
con esas maniobras antidemocráticas y subversivas. Rafael Correa calumnia y
reprime a los indígenas y a la CONAIE que llamaron a una protesta pacífica que
no pedía su renuncia, como él dice, y además desconoce la Constitución
ecuatoriana cuando impone la exploración petrolera en los territorios
indígenas; Evo Morales y Alvaro García Lineras, por su lado, atacan la
democracia y las autonomías comunitarias e indígenas y pretenden acallar las
voces de protesta mientras declaran que harán exploraciones petroleras quieran
o no los pueblos Guaraníes. Esos son los hechos concretos y tozudos.
Los formados en la escuela cristiana, como Correa y
Maduro, ven al mundo como una lucha entre el Bien y el Mal en la que ellos, por
supuesto, son el Bien y quienes los critican el Mal, agentes del imperialismo o
estúpidos manejados por la derecha. Los educados en la religión estalinista,
igualmente maniqueos, hacen una amalgama infame entre las críticas
constructivas y de izquierda y los intentos de golpe derechistas, padecen
además el síndrome autobusero y respetan el cartelito que dice “no molestar al
conductor” (cualquiera sean los virajes y maniobras locas de éste). Para ellos
no hay duda: el aparato de Estado (capitalista) debe decidir y aplicar las
políticas (capitalistas) supuestamente para bien de esos menores mentales que
serían los trabajadores y los intelectuales que toman partido por ellos. Los
maniqueos se niegan a ver que, además de una oposición proimperialista, los
“progresistas” enfrentan también una oposición social de izquierda. Ellos, en
su ciega ignorancia, pavimentan la vía suicida de los “progresistas” a quienes
acríticamente pretenden defender.
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