Publicado
por Francisco Umpiérrez Sánchez
domingo, 9 de agosto de 2015
En ocasiones aunque
aparentemente el movimiento social va hacia adelante, esencialmente va hacia
atrás. Para ser más preciso: aunque en
apariencia se están desbordando los marcos del capitalismo, en esencia se están
fortaleciendo. Todo el mundo esperaba que Podemos
profundizara en las diferencias ideológicas esenciales y que fortaleciera
la conciencia socialista radical, lo que nadie esperaba es que promoviera la
disolución ideológica de las diferencias entre izquierda y derecha y que
abrazara el socialismo reformista. Y en el caso de Barcelona en Comú y Ahora
Madrid el problema es más grave: la ideología, ni tan siquiera la del
socialismo reformista, desempeña un papel destacado. El gran error de estas
formaciones es que no hacen de la clase obrera en su conjunto su base social
fundamental, sino solo las capas pobres de dicha clase. Y en las capas pobres
de la clase obrera, y sobre todo en su sector más lumpen, anida la reacción. Y
el sentimiento, la ideología y la política reaccionaria se están haciendo notar
en esas formaciones políticas. Los partidos políticos, si no quieren promover
un movimiento reaccionario, deben apoyarse en los sectores más avanzados de la
clase que representan y no en sus sectores más atrasados.
En las naciones con escaso desarrollo del capitalismo, como ocurría a
principios del siglo XX en Rusia, la burguesía se muestra incapaz de llevar a
cabo su propia tarea histórica. En estos casos es otra clase social, que en su
caso fue la clase trabajadora, quien se
propone realizar la tarea histórica que corresponde a la burguesía. De ahí que
el proceso revolucionario total se dividiera en dos etapas: la etapa
democrática revolucionaria y la etapa socialista. Se pensaba, así ocurrió en
Rusia y en China, que si el proceso revolucionario democrático era liderado por
el partido comunista, la transición de esta etapa a la etapa socialista estaría
asegurada. Y así fue. Pero el error estuvo en que la etapa democrática
revolucionaria apenas tuvo desarrollo y se saltó excesivamente rápido a la
etapa socialista. Dando por resultado un socialismo feudal y no un socialismo
obrero. No obstante, y en relación con el propósito final de este artículo, lo
que hay que remarcar es que la etapa democrática revolucionaria era considerada
por la vanguardia comunista como una etapa de transición hacia la etapa
socialista; y que si la clase obrera
hizo suya la tarea de dirigir la etapa democrática revolucionaria era por la
debilidad de la burguesía.
Hay otro aspecto que es necesario tener en cuenta en la reflexión que
nos ocupa. Tradicionalmente ha sido la derecha la que desde el triunfo del
socialismo soviético ha estado interesada en plantear que las cuestiones
ideológicas hay que apartarlas de la política porque representan un estorbo. El
pragmatismo es justamente la ideología que presenta las diferencias ideológicas
como el mal que impide a los dirigentes hacer lo que hay que hacer. El
oportunismo, ya sea de derechas o de izquierda, tiene como instrumento
fundamental el desprecio a las diferencias ideológicas esenciales. Pero el
desprecio a las diferencias ideológicas esenciales es un medio para que la
ideología capitalista siga siendo la ideología dominante. Hay que saber que la
política es la expresión concentrada de la economía. Luego si no tenemos en
cuenta las diferencias ideológicas esenciales en la política, tampoco las
tendremos en cuenta en la economía. La base económica que explica la tendencia
a poner en segundo plano las diferencias ideológicas profundas por parte del
reformismo de izquierda y del populismo de izquierda, es que todas las
sociedades modernas son economías mixtas, esto es, el 48 por ciento de la economía es economía estatal o economía
socialista.
¿Cuáles son las diferencias ideológicas esenciales? No son las
diferencias entre los gobernantes y los ciudadanos, tampoco son las diferencias
entre el 1 por cien más rico de la población y el resto, como tampoco son las
diferencias en general entre ricos y pobres, puesto que las categorías rico y
pobre pueden ser empleadas con validez para cualquier formación económico
social. Las diferencias esenciales son entre trabajo y capital, entre
socialismo y capitalismo. La crisis financiera desatada en 2008 puso de
manifiesto el papel decisivo de dicha contradicción como motor del desarrollo
social. La crisis fue ocasionada por el feroz capitalismo financiero, y la
solución vino del socialismo de Estado. De ahí que los ultraliberales
defendieran que el Estado no fuera en ayuda del sistema financiero; y si los
bancos quebraban, que quebraran. Pero los ultraliberales, como todos los
dogmáticos extremistas, son capaces de destruir el mundo con tal de mantener en
pie sus rígidos y anticuados principios ideológicos. Perder de vista que la
contradicción entre capital y trabajo, entre capitalismo y socialismo, es el
motor principal del desarrollo social del mundo, significa abrazar el idealismo
y no querer salirse de los marcos del capitalismo. Y esto es parte de la
doctrina de Podemos.
Todos los que militamos en la extrema izquierda española durante los
años setenta del siglo pasado estudiamos con ahínco el problema nacional.
Leíamos textos de Kautsky, Rosa Luxemburgo, Marx, Engels, Lenin y Stalin, y los
debates entre ellos. Nos quedaron algunas ideas claras: la constitución de los
Estados nacionales correspondía a la época de las revoluciones burguesas y tuvo
lugar en el siglo XIX en la vieja Europa, los movimientos de liberación
nacional de las colonias de inicio del siglo XX pertenecían al movimiento de la
revolución proletaria mundial, y gran
parte de los Estados de la vieja Europa eran plurinacionales. Y en lo que
afecta a España quedaba claro que las dos regiones más ricas y avanzadas eran
Euskadi y Cataluña, que gracias a la división del trabajo territorial eran las
regiones más industrializadas y, por lo tanto, dominantes y privilegiadas. Y
hoy día lo siguen siendo. Dentro de las regiones menos industrializadas y, por
tanto, dominadas se encontraban especialmente Extremadura, Andalucía y
Canarias. Si bien en Euskadi había un nacionalismo proletario vinculado a ETA
y, por tanto extremista, en el caso de Cataluña el movimiento nacionalista era
plenamente burgués, y lo sigue siendo en la actualidad.
De ahí que no se comprenda por qué un sector de “la izquierda” catalana
y de la izquierda española no critique con dureza el nacionalismo burgués que
representa Más y la plataforma independentista. Toda la izquierda reconoce que
la desigualdad es uno de los problemas más graves del mundo actual y que hay
que darle una solución. Pues bien, entre las Comunidades Autónomas españolas
hay una enorme desigualdad a favor de Cataluña y Euskadi y en contra de
Canarias, Extremadura y Andalucía, entre otras. Entonces, ¿cómo puede Ada Colau
hablar de déficit democrático del Gobierno Central en relación con Cataluña
ignorando que esta Comunidad Autónoma ha sido una de las grandes privilegiadas
por la división territorial del trabajo a lo largo de la constitución del
mercado interno de España? ¿Cómo es posible que Ada Colau declare su lealtad institucional a Más en vez de declarársela a
todos los Ayuntamientos de España y en especial a los de las regiones más
pobres? Si en Barcelona en Comú los
principios ideológicos más elementales de la izquierda radical desempeñaran un papel básico, Ada
Colau no hubiera cometido este grave error político. Lo que más temo es que
este proceso de disolución de las diferencias ideológicas esenciales vaya más
allá y alcance a IU.
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