02-01-2020
Ya no es posible. Los acontecimientos y la
solidaridad despertada en el mundo y especialmente en nuestramérica contra el
golpe fascista dado este 10 noviembre 2019 contra el gobierno progresista de
Bolivia encabezado por Evo Morales y Álvaro García Linera, muestran una
tendencia a profundizar y ampliar este debate planteado por el intelectual de
orientación marxista García Linera, quien ocupó la vicepresidencia del Estado
Plurinacional de Bolivia desde el 2.005 hasta su derrocamiento por el actual
fascismo boliviano- estadounidense.
Varias son
las preguntas que su corpus (teórico-político) escrito y discursivo nos ha
planteado. Veamos algunas de ellas, aunque resumidas por razón del espacio dado
a un tipo de articulo-comentario como este:
1. ¿Es
posible hablar de un Marxismo Indianista? Es decir, al hacer el análisis de las
clases sociales en una formación social concreta a trasformar en el Mundo
actual, aspecto este esencial y de importancia trascendental dentro del
marxismo, ¿existe según lo sostiene García Linera, una dimensión
etno-histórico-nacional en la constitución de las clases sociales en
nuestramérica o en oposición, como sostienen algunos marxistas “rigurosos”, los
indígenas son simplemente campesinos, obreros, pequeños comerciantes, o clases
medias, en incluso burgueses?
2. ¿Existe
una separación entre Economía y Política, como lo plantean los “postmarxistas”
(Laclau y Mouffe) quienes no han comprendido la relación entre estas dos
dimensiones, o, como lo ha escrito García Linera polemizando con ellos y
citando e interpretando a Lenin: “la Política es la Economía concentrada”,
lo que nos recuerda también aquella famosa (aunque casi siempre olvidada)
exclamación de Engels en su carta del 27 de octubre de 1.890 a Conrado Smith: “¡La
violencia (es decir, el poder del Estado) es también una potencia económica!”.
3. ¿Cuál es
el concepto a debatir, propuesto por García Linera, sobre el “Estado moderno
actual o contemporáneo” centro de su abundante actividad teórico-política?
Amplia es su bibliografía al respecto (*) y entonces, dada la cortedad del
espacio de que disponemos, es por lo que nos vemos obligados a “citar en
extenso”, lo que se considera su mejor exposición sobre este tópico, hecha en
la conferencia magistral “La construcción del Estado”, inicio de los cursos
de posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) Buenos Aires, en junio de
2010 http://biblioteca.clacso.edu.ar/Argentina/iec-conadu/20171115043333/pdf_939.pdf
Y que inicia
la discusión así:
"...Hay,
por lo general, dos maneras de acercarse al debate en torno al Estado en la
sociedad contemporánea, latinoamericana y mundial: una lectura que propone que
estaríamos asistiendo a los momentos casi de la extinción del Estado, casi a la
irrelevancia del Estado. Se trata de una lectura no anarquista: lindo sería que
fuera una realidad el cumplimiento del deseo anarquista de la extinción del
Estado. No, al contrario, es una lectura conservadora que plantea que en la
actualidad la globalización, esta interdependencia planetaria de la economía,
la cultura, los flujos financieros, la justicia y la política estuvieran
volviendo irrelevante el sistema de Estados contemporáneo. Esta corriente
interpretativa, académica y mediática dice que la globalización significaría un
proceso gradual de extinción de la soberanía Estatal debido a que cada vez los
Estados tienen menos influencia en la toma de decisiones de los acontecimientos
que se dan en ámbito territorial, continental y planetario; y emergería
supuestamente otro sujeto de los cambios conservadores, que serían los mercados
con su capacidad de autorregulación. Esta corriente también menciona que a
nivel planetario estaría surgiendo un gendarme internacional y una justicia
planetaria que debilitaría el papel del monopolio de la coerción, del monopolio
territorial de la justicia que poseían anteriormente los Estados.
Permítanme
diferir de esa lectura, porque si bien existe claramente un sistema
supraestatal de mercados financieros y un sistema judicial de derechos
formales, que trasciende las limitación territoriales del Estado, hoy en día lo
fundamental es que los procesos de privatización que ha vivido nuestro
continente, nuestros países, y los procesos de transnacionalización de los
recursos públicos -que es en el fondo lo que caracteriza al neoliberalismo
contemporáneo– no lo han hecho seres celestiales, no lo han hecho fuerzas
transterritoriales, sino que quienes han llevado adelante estos procesos son
precisamente los propios Estados.
Esa lectura
extincionista del Estado, digámoslo así, olvida que los flujos financieros que
se mueven en el planeta, no se distribuyen por igual entre las regiones y entre
los Estados, que los flujos financieros no por casualidad benefician a
determinados Estados en detrimento de otros, benefician a determinadas regiones
en detrimento de otras regiones. Y que esta supuesta gendarmería planetaria
encargada de poner orden y justicia en todo el mundo, no es más que el poder
imperial de un Estado que se atribuye la tutoría sobre el resto de los Estados
y sobre los pueblos del resto de los Estados. Esta lectura extincionista, por
último, olvida, como lo están mostrando los efectos de la crisis de la economía
capitalista del año 2008 y 2009, que quien al final paga los platos rotos de la
orgía neoliberal, de los flujos financieros y del descontrol de los mercados de
valores, son los Estados y los recursos públicos de los Estados. En otras
palabras, frente a esta utopía neoliberal de la extinción gradual del Estado, lo
que van demostrando los hechos es que son los Estados los que al final se
encargan de privatizar los recursos, de disciplinar la fuerza laboral al
interior de cada Estado territorialmente constituido, de asumir con los
recursos públicos del Estado los costos, los fracasos, o el enriquecimiento de
unas pocas personas.
Frente a
esta lectura falsa y equivocada de una globalización que llevaría a la
extinción de los Estados, se le ha ido contraponiendo otra lectura que hablaría
de una especie de petrificación también de los Estados, sería como su inverso
opuesto. Esta otra lectura argumenta que los Estados no han perdido su
importancia como cohesionadores territoriales. La discusión de la cultura, el
sistema educativo, el régimen de leyes, el régimen de penalidades, cotidianas y
fundamentales que arman el espíritu y el hábito cotidiano de las personas,
siguen siendo las estructuras del Estado. A su favor también argumentan que el
actual sistema-mundo, en el fondo es un sistema interestatal, y que los sujetos
del sistema-mundo siguen siendo los propios Estados, pero ya en una dimensión
de interdependencia a nivel mundial. Sin embargo, esta visión, -digámoslo así-
defensora de la vigencia del Estado como sujeto político territorial, olvida
también ciertas decisiones y ciertas instituciones de carácter mundial por
encima de los propios Estados: regímenes de derechos, ámbitos de decisión
económica, y ámbitos de decisión militar. Incluso varios procesos de
legitimación y construcción cultural, en otros países exceden a la propia
dinámica de acción de los Estados.
Podemos ver
entonces, que ni es correcta la lectura extincionista de los Estados, ni es
correcta la lectura petrificada de la vigencia de los Estados. Lo que está
claro es que tenemos una dinámica, un movimiento y un proceso. La globalización
significa evidentemente un proceso de mutación, no extinción de los procesos de
soberanía política. No estamos asistiendo a una extinción de la soberanía, sino
a una mutación del significado de la soberanía del Estado. Igualmente, lo que
estamos viendo en los últimos 30 años, es una complejización territorial de los
mecanismos de cohesión social, y de legitimación social. Podemos hablar de una
bidimensionalidad Estatal y supraestatal de la regulación de la fuerza de trabajo,
del control del excedente económico y del ejercicio de la legalidad. En otras
palabras, hay y habrá Estado, con instituciones territoriales, pero también hay
y habrá instituciones de carácter supraterritorial que se sobreponen al Estado.
Esto es más visible si tomamos en cuenta la propuesta que hace el profesor
Wallerstein de este periodo de transición, de fases, entre una hegemonía
planetaria, hacia una nueva hegemonía planetaria.
En América
Latina, en nuestros países, en Argentina, en Bolivia, vemos a diario esta
tensión entre reconfiguración de la soberanía territorial del Estado y la
existencia y presencia de ámbitos de decisión supraestatales. En los últimos 5
a 10 años hemos asistido a un regreso, a una retoma digámoslo así, de la
centralidad del Estado como actor político-económico. Luego voy a ver los
componentes internos del Estado, pero en principio del Estado como sujeto
territorial en el contexto planetario. Pero a la vez -América Latina está
viviendo dramáticamente eso- existen flujos económicos y políticos
desterritorializados y globales, que definen muchas veces al margen de la
propia soberanía del Estado, temas que tienen que ver con la gestión y la
administración de los recursos del Estado.
Voy a dar un
ejemplo para explicar esta complejidad de retoma de una centralidad del Estado,
pero ya no como en los años '40 o '50, sino en el ámbito de construcción de
otra serie de instituciones desterritorializadas. El presupuesto del Estado es
un ejemplo. Por una parte, los procesos contemporáneos en América Latina de
distribución de la riqueza, de potenciamiento de iniciativas de soberanía
económica del país, de mejora del bienestar de las poblaciones, tienen que ver
con un uso y disposición de recursos económicos que tiene el Estado, y esta es una
competencia estrictamente Estatal, territorialmente delimitada. Pero a la vez,
como las producciones de nuestros países están externalizándose -es decir,
ampliándose más allá del mercado interno y dirigiéndose a mercados
internacionales-, los ingresos que capta el Estado vía impuestos, vía ventas
propias, dependen cada vez menos de decisiones del Estado que de los circuitos
económicos de comercialización de esos productos. De tal manera que, si bien
hoy los Estados están retomando en América Latina una mayor capacidad de
definir políticas sociales, políticas de empleo, inversión en medios de
comunicación, en medios de transporte, en infraestructura vial; a la vez está
claro que esos recursos, los volúmenes, la intensidad de esta distribución
social, la intensidad de esta creación de infraestructura médica, educativa, en
favor de la población, depende más de la fluctuaciones de los commodities como
llaman los economistas, de las mercancías que vendemos.
Es distinto
la soberanía de un Estado con un precio del petróleo a 185 dólares el barril,
que a 60 o a 30 dólares el barril. La capacidad de disponer el excedente
económico para temas sociales, para temas de infraestructura, para inversión
productiva, para educación, varía en función de esa variación de los precios,
no solamente del petróleo; del gas, de los minerales, de los alimentos, de los
productos que las sociedades producen contemporáneamente. En este ejemplo
entonces en el presupuesto está esta bidimensionalidad: por una parte, hay
soberanía y hay una retoma de la soberanía del Estado sobre estos recursos y
sobre el uso del excedente económico, pero a la vez hay una dependencia de
definiciones al margen del Estado, en cuanto a los volúmenes de esos excedentes
a ser utilizados en beneficio de la población, porque estos dependen cada vez
más de cómo se constituyen los precios a nivel internacional de esas
mercancías.
Quiero
entonces retomar el concepto de Estado. No porque en el Estado se concentre la
política: está claro que las experiencias sociales del continente, de Bolivia,
de Argentina, del Ecuador, son experiencias que hablan de que la política
excede al Estado, va más allá del Estado. Pero a la vez está claro que un nudo
de condensación del flujo político de la sociedad pasa en el Estado, y que uno
no puede dejar de lado -al momento de materializar y objetivar- una correlación
de fuerzas sociales y políticas en torno al Estado.
¿Qué fue
entonces de este sujeto que llamamos Estado? ¿A qué llamamos Estado? Es
evidente que una parte del Estado es un gobierno, aunque no lo es todo. Parte
del Estado es también el parlamento, el régimen legislativo cada vez más
devaluado en nuestras sociedades. Son también las fuerzas armadas, son los
tribunales, las cárceles, es el sistema de enseñanza y la formación cultural
oficial; son los presupuestos del Estado, es la gestión y uso de los recursos
públicos. Estado es también no solamente legislación sino también acatamiento
de la legislación. Estado es narrativa de la historia, silencios y olvidos,
símbolos, disciplinas, sentidos de pertenencia, sentidos de adhesión. Estado es
también acciones de obediencia cotidiana, sanciones, disciplinas y
expectativas.
Cuando
definimos al Estado, estamos hablando de una serie de elementos diversos, tan
objetivos y materiales como las fuerzas armadas, como el sistema educativo; y
tan etéreos, pero de efecto igualmente material como las creencias, las
obediencias, las sumisiones y los símbolos. El Estado en sentido estricto son
entonces instituciones, no hay Estado sin instituciones, es lo que Lenin
denominaba la “máquina del estado”. Es la dimensión material del Estado, el
régimen y el sistema de instituciones: gobierno, parlamento, justicia, cultura,
educación, comunicación; en su dimensión de instituciones, de normas,
procedimientos y materialidad administrativa que le da vida a esa función
gubernativa. Pero también ese conglomerado, ese listado que hemos dicho que es
el Estado, no es solamente institución, dimensión material del Estado, sino
también son concepciones, enseñanzas, saberes, expectativas, conocimientos. Es
decir, esta sería la dimensión ideal del Estado. El Estado tiene una dimensión
material, que describió muy bien Lenin, como el régimen de instituciones. Pero
también el Estado es un régimen de creencias, es un régimen de percepciones; es
decir, es la parte ideal de la materialidad del Estado: el Estado es también
idealidad, idea, percepción, criterio, sentido común. Pero detrás de esa
materialidad y detrás de esa idealidad del Estado, el Estado es también
relaciones y jerarquías entre personas sobre el uso, función y disposición de
esos bienes; jerarquías en el uso, mando, conducción y usufructo de esas
creencias. Las creencias no surgen de la nada, son fruto de correlaciones de
fuerza, de luchas, de enfrentamientos. Las instituciones no surgen de la nada,
son frutos de luchas, muchas veces de guerras, de sublevaciones, revoluciones,
de movimientos, de exigencias y peticiones.
Tenemos
entonces los tres componentes de todo Estado: Todo Estado es una estructura
material, institucional; todo Estado es una estructura ideal, de concepciones y
percepciones; todo Estado es una correlación de fuerzas. Pero también un Estado
es un monopolio -voy a retomar este debate de monopolio y de democracia para
estudiar Bolivia como gobierno de movimientos sociales-, un Estado es
monopolio, monopolio de la fuerza, de la legislación, de la tributación, del
uso de recursos públicos. Podemos entonces cerrar esta definición del Estado en
las cuatro dimensiones: todo Estado es institución, parte material del Estado;
todo Estado es creencia, parte ideal del Estado; todo Estado es correlación de
fuerzas, jerarquías en la conducción y control de las decisiones; y todo Estado
es monopolio. El Estado como monopolio, como correlación de fuerzas, como idealidad,
como materialidad, constituyen las cuatro dimensiones que caracterizan
cualquier Estado en la sociedad contemporánea.
En términos
sintéticos podemos decir entonces que un Estado es un aparato social,
territorial, de producción efectiva de tres monopolios -recursos, cohesión y
legitimidad-, en el que cada monopolio, de los recursos, de la coerción y de la
legitimidad, es un resultado de tres relaciones sociales. Tenemos entonces,
utilizando brevemente a los físicos, que el estado es como una molécula, con
tres átomos y dentro de cada átomo tres ladrillos que conforman el átomo. Un
Estado es un monopolio exitoso de la coerción -lo estudió Marx, lo estudio
Weber-; un Estado es un monopolio exitoso de la legitimidad, de las
ideas-fuerza que regulan la cohesión entre gobernantes y gobernados -lo estudió
Bourdieu-; y un Estado es un monopolio de la tributación y de los recurso
públicos -lo estudió Norbert Elías y lo estudió Lenin. Pero cada uno de estos
monopolios exitosos y territorialmente asentados está a la vez compuesto de
tres componentes: una correlación de fuerzas entre dos bloques con capacidad de
definir y controlar, una institucionalidad, y unas ideas-fuerza que cohesionan.
Uno puede jugar teóricamente la combinación de tres monopolios con tres
componentes al interior de cada monopolio. El monopolio de la coerción tiene
una dimensión material: fuerzas armadas, policía, cárceles, tribunales. Tiene
una dimensión ideal: el acatamiento, la obediencia, y el cumplimiento de esos
monopolios, que cotidianamente lo ejecutamos los ciudadanos sin necesidad de
reflexionarlos, dimensión ideal del monopolio. Pero a la vez este monopolio y
su conducción, es fruto de la correlación de fuerzas, de luchas, de guerras
pasadas, sublevaciones, levantamientos y golpes, que han dado lugar a la
característica de este monopolio. Igualmente, con la legitimidad, el monopolio
de la legitimidad territorial, tiene una dimensión institucional, una dimensión
ideal y una dimensión de correlación de fuerzas. Igual el monopolio de los
tributos y de los recursos públicos.
Tenemos
entonces un acercamiento más completo al Estado como relación social, como
correlación de fuerzas y como relación de dominación. El concepto que nos daba
Marx del Estado como una máquina de dominación entonces tiene sus tres
componentes complejos: es materia, pero también es idea, es símbolo, es
percepción, y es también lucha, lucha interna, correlación de fuerzas internas
fluctuantes. Entre los marxistas, y kataristas, indianistas, es muy importante
este concepto que no es solamente teoría, porque permite ver cómo asumimos la
relación frente al Estado. Si el Estado es sólo máquina, entonces hay que
tumbar la máquina, pero no basta tumbar la máquina del Estado para cambiar al
Estado: porque muchas veces el Estado es uno mismo, son las ideas, los
prejuicios, las percepciones, las ilusiones, las sumisiones que uno lleva
interiorizadas, que reproducen continuamente la relación del Estado en nuestras
personas. E igualmente, esa maquinalidad y esa idealidad presente en nosotros,
no es algo externo a la lucha, son frutos de luchas. Cada cuerpo es la memoria
sedimentada de luchas del Estado, en el Estado y, para el Estado. Y entonces la
relación frente al Estado pasa evidentemente, desde una perspectiva
revolucionaria, por su transformación y superación; pero no simplemente como
transformación y superación de algo externo a nosotros, de una maquinalidad
externa a nosotros, sino de una maquinalidad relacional y de una idealidad
relacional que está en nosotros y por fuera de nosotros. Por eso los clásicos,
cuando hablaban de la superación del Estado en un horizonte postcapitalista, no
lo ubicaban meramente como un hecho de voluntad o de decreto, sino como un
largo proceso de deconstrucción de la Estatalidad en su dimensión ideal,
material e institucional en la propia sociedad.
Con este
concepto de Estado, en lo genérico, que articula distintas dimensiones, quiero
entrar a los momentos de transición de un tipo de Estado a otro tipo de Estado.
Por lo general los teóricos han trabajado -en sociología, en ciencias
políticas- al Estado en su dimensión de estabilidad, pero poco se han referido
al Estado en su momento de transición, cuando se pasa de una forma estatal a
otra forma estatal. Quiero referirme a ello, porque es justamente lo que hemos
vivido, lo que puede ayudar a entender, en términos de la sociología y de la
ciencia política, el proceso boliviano contemporáneo. Un Estado - este régimen
de instituciones, de creencias y dominación- funciona con estabilidad cuando cada
uno de esos componentes, de esos ladrillos que hemos mencionado, mantiene su
regularidad y continuidad. Hablamos del Estado en tiempos normales. Pero vamos
a usar el concepto de “crisis estatal general” de Lenin para estudiar cuando
esos componentes de Estado no funcionan normalmente, cuando su regularidad se
interrumpe, cuando algo falla, cuando algo en la institucionalidad, en la
idealidad, en la correlación de fuerzas que da lugar al Estado, se quiebra, no
funciona, se tranca. En esos momentos hablamos de una crisis de Estado. Y
cuando esa crisis de Estado atraviesa la totalidad de esos nueve componentes
que hemos mencionado anteriormente hablamos de una “crisis estatal general.
¿Cuáles son
los componentes de una crisis estatal general? ¿Cuándo vamos a decir que
estamos pasando, no meramente un cambio de gobierno, un cambio de
administración de la maquinaria del Estado, sino un cambio de unas estructuras
de poder y de dominación a otras estructuras de poder y dominación? Cuando hay
una crisis estatal general. ¿Y cómo identificamos una crisis estatal general? A
partir de cinco elementos. El primero: el momento de la develación de la
crisis. La transición de un Estado a otro Estado tiene varias etapas, digámoslo
así. La primera etapa es cuando se devela la crisis de Estado, cuando se
manifiesta y se expresa la crisis de Estado. ¿Qué significa que se exprese una
crisis de Estado? En primer lugar, que la pasividad, la tolerancia del
gobernado hacia el gobernante comienza a diluirse. En segundo lugar, que surge
inicialmente de manera aislada, puntual, pero con tendencia a crecer, a
irradiarse, a encontrar otros escenarios de aceptación, un bloque social
disidente con capacidad de movilizarse socialmente y de expandir
territorialmente su protesta. En tercer lugar, una crisis estructural del
Estado en su primera fase de develamiento surge cuando la protesta, el rechazo
y el malestar, comienzan a adquirir ámbitos de legitimidad social. Cuando una
marcha, una movilización, una demanda y un reclamo salen del aislamiento y de
la apatía del resto de la población y comienzan a captar la sintonía, el apoyo,
la complacencia de sectores cada vez más amplios de la sociedad. Por último, la
crisis se devela en su primera fase cuando surge un proyecto político no
cooptable por el Poder, no cooptable por los gobernantes, con capacidad de
articulación política y de generar expectativas colectivas”… (páginas 11 a 14
conferencia citada arriba)
Bueno, tras
el impacto del “putsch fascista típico”, dado este 21 de noviembre pasado contra
el gobierno electo de Bolivia y que terminó (como suele ocurrir) cebándose con
el pueblo indefenso, explotado y oprimido; así como las noticias posteriores
que han ido dándose sobre los diversos acontecimientos de violencia política
planeada de larga data por el Imperialismo estadounidense y que contó con la
invaluable ayuda de la OEA, como las noticias sobre los principales
responsables de tal ruptura institucional violenta (ver https://thegrayzone.com/2019/11/15/golpe-bolivia-eeuu-escuela-de-las-americas-fbi/)
llevan necesariamente a hacerse esta incómoda y extensa reflexión:
¿Cómo es
posible que con la claridad teórica y política enunciada en el extenso texto de
García Linera, acabada de leer, se hubieran nombrado en altas responsabilidades
en la “estructura material de la coerción del Estado”, a personas como
el general golpista Willians Kalimán, comandante de las Fuerzas Armadas
bolivianas en diciembre de 2018, o al general Vladimir Yuri Calderón Mariscal
como comandante de la policía en abril del 2019; de quienes se sabía
públicamente sus vínculos y cursos realizados en terrorífica Escuela de
las Américas del US Army? ¿De qué sirve tener tal claridad teórico-política
si se contraviene uno de los principales principios de la trasformación
revolucionaria de un Estado?
Respuestas
como la del engaño a la ingenuidad, o como dicen los paisas colombianos “caras
vemos, corazones no sabemos” en lugar de aclarar, introducen más oscuridad.
También los
marxistas latinoamericanos han aprendido con sangre y lágrimas que entre lo que
se dice y se hace hay siempre un hiato oscuro que solo la historia puede
aclarar.
En fin, solo
queda la solidaridad con quienes luchan masivamente en Bolivia y en el resto de
nuestramérica, en calles y carreteras, en campos y ciudades contra la nueva ola
del fascismo imperial que pretende recuperar, utilizando todos los medios de
lucha, el patio trasero que cada día que pasa parece escapárseles, como el
agua, por entre de su dedos temblorosos y parkinsonianos de senectud.
(*) Otra
bibliografía consultada:
1- García
Linera Álvaro. Democracia. Estado. Revolución. Antología de textos políticos.
Editorial Txalaparta. Navarra. 2016.
2- Pensando
el Mundo desde Bolivia. III Ciclo de Seminarios Internacionales.
Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. La Paz Bolivia. Marzo
2016. Con intervenciones de: Bob Jessop. Ignacio Ramonet. David Harvey.
Martha Harnecker. Pablo Iglesias. Rosa Rodríguez. Jung Mo Sung. Julio Gambina.
Jaime Estay. Wim Dierckxsens. José Luis Coraggio. Luis Eduardo Aute. Álvaro
García Linera. Luis Arce Catacora
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