Opinión
13/01/2020
América
Latina se está rebelando. Asistimos a una contraofensiva del movimiento popular
continental, sin banderas políticas, pero que marca un “momentum” en la
historia de sus pueblos. Y es claro que se trata de una rebelión contra el
neoliberalismo y el imperio. Los pueblos están diciendo: ¡Ya basta!
Los
gobiernos progresistas fallaron en algo, perdieron la conducción del Estado; y
los partidos de izquierda igual que los movimientos progresistas detrás de esos
gobiernos ahora deben tomar lo que está ocurriendo como una escuela en la que
hay que aprender lecciones y hacer de nuevo la tarea, pero dando un salto
cualitativo.
Recapitulemos:
Primero fue la ofensiva de los pueblos, con gobiernos progresistas y de
izquierda, entonces el imperio atacó y ganaron Honduras, Paraguay, Brasil,
Argentina, Ecuador, pero luego están perdiendo el control de la situación y les
era preciso contratacar como medida de contención. En Venezuela ya saben que la
tienen difícil, atacarla puede significar incendiar el continente y atascarse
como les pasó en Vietnam, con la gravedad de que ahora es al lado de su casa.
En esa aventura saben que ya no habría el factor sorpresa; los están esperando,
y empantanarse hasta las orejas sería muy fácil. Entonces decidieron jugarse la
carta de Bolivia, que desde hace ratos venían trabajando con sigilo.
Con lo
sucedido en Bolivia queda muy pero muy claro que la derecha no aceptará jamás
que un mundo solidario, de mayor igualdad y oportunidades para todos es
posible, porque esto lesiona sus intereses. Para la derecha la democracia solo
existe cuando es para su beneficio, si el beneficio es para todo el pueblo,
entonces se llama totalitarismo.
Las
oligarquías locales, para mantener los privilegios que les da la explotación
hasta la muerte de los sectores más pobres de la población, harán todo lo que
este a su alcance, aunque esto traiga más dolor y derrame más sangre de la
población.
Por otro
lado, el imperio seguirá apoyando a las oligarquías locales con tal de seguir
robando los recursos naturales de los países donde ponen la bota, aunque
después las hagan a un lado, como pasa en El Salvador con ARENA, partido de una
oligarquía que por su tozudez y anacronismo resulta obsoleta y problemática
para sus ambiciones hegemónicas. Lo mismo le pasará a los lacayos golpistas
bolivianos cuando terminen de prestar sus servicios.
Es tiempo de
que nos acostumbremos a llamar con el nombre correcto a esta realidad política:
Lucha de clases. Y la lucha de clases es una guerra a muerte entre dos opciones
de sociedad, una fraterna y solidaria, la otra egoísta y perversa. Una que es
viable para toda la humanidad y la otra que está acabando con los recursos del
planeta y poniendo en peligro la existencia de la vida.
Y aquí están
las lecciones de lo que está pasando: entender de una vez por todas, que al
llegar al gobierno gente progresista o de izquierda, deben tomar las riendas y
aplicar medidas drásticas y audaces para beneficio de la población. Cero
tolerancia de nepotismo o corrupción, mucha transparencia y ninguna concesión a
la derecha; campañas de educación política para la población; trabajo al
interior del partido, para desarrollar cuadros y dar formación continua a los
existentes. Desarrollar el músculo ideológico de toda la militancia y
fortalecer los valores morales, éticos y la mística revolucionaria.
Que a la
mujer y al hombre de partido le quede bien claro, que al partido, al gobierno,
no se llega para lucrase, ni para abrir una agencia de empleos para familiares,
amigos cercanos, amores clandestinos y antiguos amores, sino por vocación de
servicio. Un error el enemigo lo amplifica hasta la irrealidad. Por eso: No
deben cometerse errores.
El paso de
la formación en la organización debe ser el de un guerrero: disciplinado, ágil
y preciso. Y los que no entiendan esto y se quedan, pues se quedan. El partido
no debe ser un “modus vivendi” para nadie. Debe consolidarse un partido con
ética, mística y valores revolucionarios: regresar a los viejos métodos de
trabajo celular.
Para esta
nueva guerra, con nuevas tecnologías, con nuevas modalidades, en las que se
ocupan de manera silenciosa territorios y la mente de las personas, en la que
la persecución política se disfraza de combate a la corrupción, y con las
variadas formas para llevar a cabo golpes de estado, el movimiento
revolucionario y de manera amplia el movimiento social y progresista, necesita
de mujeres y hombres que ya dieron un salto cualitativo en su concepción de la
lucha. Hombres y mujeres que hayan elevado a grados superlativos del ser humano
sus valores morales, su mística de lucha, su ética de luchadores sociales,
perfilándose como el embrión del nuevo ser humano que se trata de construir
para una nueva sociedad.
De lo que
pasa en Bolivia y en el resto de países del continente, incluyendo la heroica
lucha del pueblo en Haití y en Puerto Rico, debemos aprender que la corrupción
es un arma del imperio y por eso la fomentan. Que corrupción es la explicación
de los viajecitos a seminarios de formación profesional. A estos funcionarios,
militares y algunos civiles, luego los irán ganando para sus planes
desestabilizadores de los gobiernos no afines con sus intereses hegemónicos.
Que es a través de programas aparentemente sociales, de organismos como USAID,
que irán haciendo el trabajo de penetración cultural y de incitación para la
desestabilización de gobiernos en donde no es la oligarquía local la que
gobierna y les permite el robo de recursos naturales.
Las fuerzas
guerrilleras o partidos progresistas y de izquierda, una vez llegados al
gobierno, deben tener la capacidad de dar golpes de timón audaces y a veces
bruscos para ir cambiando de dirección esa nave que conducen llamada Estado. No
tener miedo de perder privilegios como resultado de la lucha contra aquellos
que antes fueron opresores. Nacionalizar lo que haya que nacionalizar, limpiar
el aparato de gobierno de quienes hacen labor de zapa, no permitir la llegada a
la función pública de vividores, de oportunistas ni de corruptos.
En El
Salvador esto no se hizo, con la esperanza de que podrían eternizarse como
funcionarios al perder el gobierno. Creyeron que lo lograrían con dulces
alianzas, dando concesiones al enemigo y tomando distancia de los suyos. La
historia les demostró que no es así. No entendieron que la esencia de la
derecha y el pensamiento colonial del imperio es implacable y que lejos de
guardarlos en sus puestos les esperaba la persecución política, como la que
vimos en Argentina, la que vemos en Brasil, en Ecuador, en Bolivia y ahora en
El Salvador; y que lo que viene en el continente es la aplicación con más
severidad del Plan Cóndor de la CIA.
La Operación
Cóndor iniciada en los años 1970 es la coordinación de los aparatos de
inteligencia de los gobiernos civiles sometidos, y las dictaduras militares de
los países de América Latina y los gobiernos de los partidos, Liberal y
Conservador de Canadá, con el aparato de inteligencia de Estados Unidos: la
CIA. Su finalidad era el intercambio de información para el seguimiento,
detención, interrogación, tortura, desaparición o asesinato de personas
consideradas peligrosas para sus fines coloniales y la implementación de
políticas neoliberales en el continente. Fue ideado por el nobel de la paz
Henry Kissinger, conocido como el “asesino serial internacional”. En 1992 se
encontraron en Paraguay los llamados archivos del terror (de este plan) que dan
cuenta de 50 000 personas asesinadas, 30 000 desaparecidas y 400 000
prisioneros sin duda torturados. El Plan nunca dejó de funcionar.
Contra eso y para eso debe ser la rebelión de los pueblos, y por eso
debe darse el salto cualitativo en la lucha. Construir un solo frente de
resistencia y de lucha en todo el continente, haciendo uso de los viejos
métodos revolucionarios, de lo contrario todo quedará registrado en las páginas
de nuestra historia continental como un periodo de turbulencias
antidemocráticas. Esa es la deuda que tienen quienes fueron gobiernos
progresistas y de izquierda, pero que fallaron.
https://www.alainet.org/es/articulo/204167
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