Economía, Mundo 20 febrero, 2019 Alejandro Nadal
Estados Unidos ha dejado de ser una república. Se
convirtió en un imperio hace ya varias décadas. Y una parte crítica de su
poderío se sustenta en el papel de moneda hegemónica que mantiene el dólar.
La divisa estadunidense comenzó su carrera
ascendente en la primera mitad del siglo XX. Durante muchos años su principal contrincante
fue la libra esterlina, cuya hegemonía había durado más de un siglo. Pero la
libra empezó a declinar con la erosión del imperio británico y la preeminencia
del dólar se reafirmó con el régimen monetario establecido al finalizar la
segunda guerra mundial.
Para que una moneda aspire a la hegemonía debe ser
la divisa más utilizada como reserva internacional. Además, debe tener amplia aceptación
como medio de pago en transacciones internacionales y debe fungir como unidad
de cuenta en los mercados internacionales de capital y en los más importantes
mercados de divisas.
Los productos estratégicos más importantes del
mundo, como energéticos y otros del complejo minero y agroalimentario, deben
estar cotizados en esa moneda. Todas estas funciones se encuentran íntimamente
relacionadas y pueden fortalecerse unas a otras.
Desde 1945 el dólar estadunidense ha desempeñado el
papel de moneda hegemónica en el plano internacional, pero periódicamente
surgen cuestionamientos sobre la duración de este régimen monetario. La
aparición del euro en 1999 y los llamados en 2010 de funcionarios del banco
central de China para apartar al dólar de ciertas actividades, han alimentado
la idea de que el reinado del dólar estadunidense estaría concluyendo. La
crisis financiera de 2008 generó gran inquietud sobre el futuro de la hegemonía
del dólar.
Sin embargo, en casi todos los renglones el dólar
sigue manteniendo su posición hegemónica. De las reservas mundiales en divisas
62.7 por ciento está constituido por dólares o títulos denominados en esa
moneda, mientras las reservas en euros, el competidor más cercano, representan
20 por ciento del total. Por otra parte, de las divisas extranjeras que
circulan por el mundo, el dólar estadunidense sigue siendo la más utilizada en
transacciones en efectivo. El papel dominante del dólar se basa en un fenómeno
de rendimientos crecientes a la adopción, lo que es un fenómeno típico de
cualquier moneda exitosa. Entre más agentes en la economía adopten el uso de
esa moneda y la acepten como medio de pago, más personas harán lo mismo en el
futuro.
Los beneficios de ese estado de cosas no son
despreciables. Se calcula que las ganancias por señoraje de esta circulación de
dólares permite obtener a la Reserva Federal más de 40 mil millones de dólares
anuales, lo que es, en realidad, una cantidad modesta si se le compara con las
otras ventajas que la hegemonía confiere al poderío estadunidense. La capacidad
de imponer sanciones a países como Irán o Venezuela, por ejemplo, y separarlos
de los canales financieros globales se basa en esta hegemonía, y, como dicen
algunos analistas, es tan amenazante como dos portaviones nucleares.
La realidad es que, quizás, en la fortaleza del
dólar está el talón de Aquiles del imperio. Así como la aceptación del dólar
como medio de pago conduce a una mayor adhesión al dólar como reserva de valor
en un proceso acumulativo, los signos de debilidad pueden conducir a una mayor
fragilidad en un proceso circular de agotamiento. Esos cambios pueden tardar
mucho menos de lo que se cree en tiempos normales. Una combinación de
acontecimientos podría traer cambios profundos en cuestión de pocos años. La
importancia del dólar en las transacciones comerciales a escala mundial ha ido
disminuyendo gradualmente, pero esa tendencia podría acelerarse notablemente en
los próximos años.
Hoy, los contendientes del dólar más fuertes son el
euro y el yuan. El euro sufrió un descalabro con la crisis de 2018, pero ha
podido sobrevivir. El yuan chino se fortaleció en 2016, cuando el Fondo
Monetario Internacional lo incluyó entre las divisas que sirven para determinar
el valor de los derechos especiales de giro. La creación del mercado de futuros
chino para el petróleo ha servido para dar un nuevo aliento al yuan, aunque se
mantiene su rezago frente al dólar. En síntesis, la irritación europea por lo
que se considera el privilegio exorbitante de Estados Unidos, así como las
aspiraciones de China, se combinan para constituir la amenaza más seria para la
hegemonía del dólar. La próxima recesión podría debilitar el papel del dólar
más allá de los remedios que la Reserva Federal podría tratar de implementar.
Sin la hegemonía monetaria, el imperio
estadunidense no podría sostenerse. Así, aunque parezca paradójico, la
preeminencia del dólar es el talón de Aquiles de éste. Si el fin del imperio
británico marcó la terminación de la hegemonía de la libra esterlina, hoy la
transición hacia una nueva moneda dominante podría estar marcada por una
causalidad invertida: el final de la supremacía del dólar sería el crepúsculo
del imperio estadunidense.
Artículo publicado originalmente
en La
Jornada
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