Publicado en 19 marzo, 2017
Colonización
de la subjetividad: las neurociencias
El
discurso apolítico de las neurociencias convierte intereses económicos y
empresariales en conocimientos neutros instituidos como verdades. El Dr.
Facundo Manes es uno de los representantes de esta corriente que sitúa a las
neurociencias como el paradigma biopolítico funcional al neoliberalismo; un
gurú comunicacional sostenido por los medios corporativos y las empresas
farmacológicas.
Por
Nora Merlin*
(para
La Tecl@ Eñe)
El
sistema capitalista en su variante neoliberal funciona imponiendo ideas a
través de los medios de comunicación corporativos y el marketing, que se
incorporan, se demandan y terminan naturalizándose. Se trata de un proyecto
colonizador que necesita realizar una producción biopolítica de subjetividad, y
con ese objetivo se apropia de sentidos y representaciones de la cultura.
La
subjetividad neoliberal se configura siguiendo el modelo empresarial planteado
como una serie uniformada, en la que lo humano se reduce a su mínima expresión:
todo debe estar calculado, disciplinado y controlado. Las personas se someten a
los mensajes comunicacionales, que terminan funcionando inconscientemente como
órdenes. De esta forma, incorporan los imperativos de la época y sustentan la
creencia de que eligen libremente mensajes comunicacionales, mientras que en
verdad son impuestos a fuerza de repetición y técnicas de venta.
El
neoliberalismo como régimen de colonización de la subjetividad, tapona con
objetos tecnológicos y medicamentos el lugar de la falta estructural del sujeto
y de lo social, rechazando lo que hace límite o funciona como imposibilidad.
Esta operación inevitablemente conduce a la angustia, principal afecto
desarrollado en el neoliberalismo, la que se manifiesta en el cuerpo como
taquicardia, sudoración, mareos, ahogos, etc. Otras veces produce culpa
inconsciente y necesidad de castigo, porque el sujeto, transformado en
consumidor, siempre está en falta, nunca se siente a la altura de los mandatos
empresariales del éxito y el mérito. Se establece una dialéctica circular y
compulsiva entre desarrollo de angustia o culpa y consumo de
psicofármaco-tapón, cuya dosis nunca resulta suficiente.
Entre
las tácticas que apuntan a la colonización de la subjetividad, se sitúa el
apelar a la ciencia y convertir intereses económicos y políticos en
conocimientos neutros que se instituyen como verdades indiscutibles. Se trata
de una manipulación mediática, repetitiva y supuestamente acrítica, que
se hace en nombre del prestigio social de la ciencia y de una supuesta objetividad
apolítica. Se pretende imponer saberes aparentemente neutrales, que con su
insistencia se vuelven sentidos “consensuados” por la comunidad. ¿Quién se
anima a contradecir a “La ciencia”? ¿Quién pone en tela de juicio lo que afirma
un “doctor”? La subjetividad indefensa se arrodilla y se somete ante un
supuesto saber científico siempre triunfante que se erige como uno de los amos
de la civilización.
En
esta perspectiva debe considerarse que la investigación sobre el cerebro puede
funcionar como una renovada oferta de espejitos de colores. Las neurociencias
son un conjunto de disciplinas que estudian la estructura, la función, y
las patologías del sistema nervioso, pretendiendo establecer las bases
biológicas que explican la conducta y el padecimiento mental.
Las
neurociencias, funcionales al neoliberalismo, se proponen fabricar la
construcción biopolítica de un sujeto adaptado al circuito neuronal, portador
de amores calculados y angustias medicadas en nombre de una supuesta salud
mental equilibrada que viene con receta y protocolo. Por ejemplo, el Dr.
Facundo Manes, uno de los referentes de esta corriente en la Argentina, afirmó
que “El amor más que una emoción básica, es un proceso mental sofisticado y
complejo”. Manes determina un amor basado en un circuito neuronal, que se
fundaría en el funcionamiento del cerebro cuando nos enamoramos, sosteniendo,
por ejemplo, que el tamaño de la pupila influye en la atracción que podemos
provocar en el otro.
No
deja de sorprender que se presente a las neurociencias como lo más moderno
cuando en realidad se trata de un reduccionismo pre-freudiano, que
homologaba lo psíquico a lo biológico y que afirmaba que los procesos mentales
eran cerebrales. (“Un servidor de pasado en copa nueva”, como dice Silvio
Rodríguez). Reducir el sujeto, la relación con el prójimo, lo social, a la
actividad espontánea de la corteza cerebral o a la conectividad neuronal
implica un anacronismo. El descubrimiento de la neurona, a fines del siglo
XIX, realizado por Santiago Ramón y Cajal fue un aporte fundamental a la
neurología. Pero ya en 1895 siendo neurólogo, Sigmund Freud sostuvo que esa
disciplina era estéril para investigar lo psíquico. Abandonó ese camino y
se orientó hacia lo que sería el psicoanálisis: descubrió la importancia de la
palabra y la escucha en la afectación del cuerpo y la producción de síntomas,
planteando que es vía la palabra y la escucha de cada sujeto que advendrá
la curación. En 1.900 descubrió el inconsciente e inventó el psicoanálisis como
práctica, construyendo una teoría que traería muchas novedades, entre ellas un
nuevo cuerpo que no sólo es orgánico ni determinado por conectividades
neuronales, sino que está marcado, traumatizado y sintomatizado por las
palabras del Otro. El psicoanálisis propuso un corte epistemológico radical:
vino a cuestionar la universalidad de la norma, otorgando, como nunca antes
había sucedido en la historia de la cultura, dignidad a la diferencia absoluta:
cada sufrimiento es singular, cada caso es una excepción, cada amor es único, la
sexualidad no es biológica, uniformada ni coincide con la genitalidad y el
cuerpo hablado se constituye como erógeno. Más tarde Jacques Lacan continuó
desarrollando el psicoanálisis: lo articuló a la lingüística, la lógica,
la topología, etc., y ese cuerpo teórico constituye la herramienta fundamental
para tramitar el sufrimiento del hablante-ser.
Hoy la
palabra neurociencia está de moda en consonancia con el desarrollo
neoliberal; en éstos tiempos y en nuestro país tiene entre sus representantes a
un gurú comunicacional sostenido por los medios corporativos, el Dr. Facundo
Manes. Dicho neurólogo no resulta un actor social neutral sino una figura
ligada al gobierno, probablemente candidato de Cambiemos en las próximas
elecciones. Asimismo, se quiere crear un polo de “neurociencias aplicadas” en
beneficio de empresas privadas, negocios inmobiliarios y laboratorios.”
Las
neurociencias intentan avanzar hacia la medicalización a partir
de situaciones comunes de la vida, por ejemplo un duelo, una ruptura de pareja,
un conflicto, apuntando a narcotizar la angustia, la culpa y lo que consideran
anomalías sintomáticas. Otro aspecto a considerar es que parten de un supuesto
que en sentido estricto constituye una estafa, que es la adaptación o la
homeostasis y la armonía como horizontes posibles de la existencia humana
sexuada y mortal. Para graficarlo, sería la metáfora del amor como media
naranja, o la acomodación de los sujetos al orden instituido, generando la
ilusión de una completud sin restos, diferencias ni perturbaciones.
Los
psicoanalistas nos oponemos a regresar a la caverna paleontológica que proponen
las neurociencias. Nuestro punto de vista es que el padecimiento subjetivo
singular no está causado por la neurona, que el inconsciente no es biológico y
que los tratamientos que proponen las neurociencias no son modernos ni serios.
La medicación que proponen opera como una mordaza para adormecer a los sujetos
y silenciar el sufrimiento, lo que termina agravándolo, en tanto que desde una
posición psicoanalítica de lo que se trata es de que exprese y se aloje en una
escucha especializada: el analista.
El
proyecto de las neurociencias no es inocente, apunta a la medicalización de la
sociedad, pretendiendo engrosar el mercado de consumo de medicamentos acorde
con las corporaciones de los laboratorios, así como disciplinar y adaptar los
sujetos a la moral y la norma del dispositivo capitalista.
Hoy la
palabra neurociencia está de moda en consonancia con el desarrollo
neoliberal; en estos tiempos y en nuestro país tiene entre sus representantes a
un gurú comunicacional sostenido por los medios corporativos, el Dr. Facundo
Manes. Dicho neurólogo no resulta un actor social neutral sino una figura
ligada al gobierno, probablemente candidato de Cambiemos en las próximas
elecciones. Asimismo, se quiere crear un polo de “neurociencias aplicadas” en
beneficio de empresas privadas, negocios inmobiliarios y laboratorios. Ese
centro se constituiría a través de la reconversión y refuncionalización de los
hospitales neuropsiquiátricos José T. Borda y Braulio Moyano, que a su vez
pasarán a ser “centros de atención, experimentación e investigación
relacionados con las neurociencias aplicadas”. Una decisión tan fundamental de
política sanitaria no se puede tomar de forma unilateral, sino que debe ser el
resultado de un debate que incluya a todos los agentes involucrados en la salud
mental.
Las
neurociencias implican el triunfo de la medicalización, del paradigma
positivista y de la investigación técnica desligada de los efectos políticos y
subjetivos de vivir con otros y otras. Supone el negocio de los
laboratorios y el triunfo de la colonización neoliberal que produce psicología
de masas, donde el sujeto se reduce a ser un objeto de experimentación
manipulado, cuantificado y disciplinado.
El
sujeto no se calcula por expertos ni viene con protocolo de “normalización
civilizada”, no cedamos la cultura.
Buenos
Aires, 15 de marzo de 2017
*Psicoanalista,
docente e investigadora de la UBA- Magister en Ciencias Políticas- Autora de
Populismo y psicoanálisis
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