El Salto
06-02-2019
Un estudio de los archivos del The New York
Times muestra que el consejo editorial del medio ha apoyado 10 de 12
golpes de Estado con apoyo estadounidense en América Latina.
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El viernes 27 de enero, The New York Times
continuó con su larga y predecible tradición de apoyar los golpes de EE UU en
América Latina al publicar un editorial alabando el intento de Donald Trump de
derrocar al presidente venezolano Nicolás Maduro. Éste será el décimo golpe de
este tipo que el periódico ha respaldado desde la creación de la CIA hace más
de 70 años.
Un estudio de los archivos de The New York Times
muestra que el consejo editorial del medio ha apoyado 10 de 12 golpes de Estado
con respaldo estadounidense en América Latina, con dos editoriales —los
relacionados con la invasión de Granada en 1983 y el golpe en Honduras de 2009—
moviéndose entre la oposición ambigua y la oposición reacia. El estudio se puede ver aquí.
La participación encubierta de Estados Unidos, a
través de la CIA o de otros servicios de inteligencia, no se menciona en
ninguno de los editoriales del Times sobre ninguno de los golpes. Sin
una invasión militar estadounidense abierta e innegable (como en la República
Dominicana, Panamá y Granada), las cosas parecen suceder en los países
latinoamericanos completamente por sí solas, con las fuerzas externas
raramente, si es que hay algún caso, mencionadas en el Times.
Obviamente, hay límites a lo que es “demostrable”
en el período posterior inmediato de acontecimientos de este tipo (la
intervención encubierta es, por definición, encubierta), pero la idea de que EE
UU u otros actores imperiales puedan haber removido el avispero, financiado una
junta militar o suministrado armas en cualquiera de los conflictos bajo la mesa
nunca se tiene en cuenta.
No pocas veces, lo que a uno le queda al leer
los editoriales del Times sobre estos golpes de Estado son clichés
racistas y paternalistas sobre el “ciclo de violencia”. Qué le vamos a hacer,
así son las cosas por allí. Al leer estas citas, tenga en mente que la
CIA abasteció y financió a los grupos que finalmente mataron a estos líderes:
Brasil 1964: “Durante su historia, han sufrido una escasez de
dirigentes de primera clase”.
Chile 1973: “Ningún partido ni facción chilena puede rehuir
parte de la responsabilidad del desastre, pero una gran parte debe atribuirse
al desafortunado doctor Allende”.
Argentina 1976: “Fue típico del cinismo con el que muchos
argentinos ven la política de su país que la mayoría de la gente de Buenos
Aires parecieran más interesados en una retransmisión de fútbol el martes por
la noche que en la destitución de la presidenta Isabel Martínez de Perón por
las fuerzas armadas. El guión era conocido para este golpe largamente
esperado”.
¡Ya veis, no tenía importancia! Vale la pena
señalar que la junta militar colocada en el poder por el golpe planeado por la
CIA asesinó de 10.000 a 30.000 argentinos de 1976 a 1983.
Hay un guión familiar: la CIA y sus socios
empresariales estadounidenses llegan, hacen la guerra económica, financian y
arman a la oposición, y después se culpa al objetivo de esta operación. Esto,
por supuesto, no significa decir que no tengan fundamento algunas de las
objeciones expuestas por The New York Times —ya sea en Chile en 1973 o
Venezuela en 2019—. Pero éste no es realmente el asunto. El motivo por el que
la CIA y el Ejército de EE UU y sus socios empresariales históricamente atacan
gobiernos en América Latina es porque esos gobiernos son hostiles al capital y
los intereses estratégicos de EE UU, no porque sean antidemocráticos.
Así que aunque los comentarios que hace el Times
sobre el antiliberalismo pueden ser ciertas en ocasiones, son sobre todo un
non sequitur cuando se analiza la realidad de lo que está sucediendo.
¿Allende “persistió en impulsar un programa de
socialismo generalizado” sin un “mandato popular”, como el Times alegó
en 1973 cuando apoyó su derrocamiento violento? ¿Allende “buscó este objetivo
por medios discutibles, incluyendo intentos de “sortear tanto el Congreso como
los tribunales”? Posiblemente. Pero el supuesto autoritarismo de Allende no es
por lo que la CIA buscó su destitución. No fueron sus medios para buscar
políticas redistributivas lo que ofendió a la CIA y los socios corporativos
estadounidenses; fueron las mismas políticas redistributivas.
Los aspavientos sobre la naturaleza antidemocrática
de cómo Allende llevó a cabo su agenda sin señalar que era la propia agenda —no
los medios por los que se llevó a cabo— la que animó a sus oponentes
interrumpen un debate que nadie en el poder está teniendo realmente. ¿Por qué,
históricamente, The New York Times ha dado por hecho los pretextos
liberales para la intervención estadounidense, en vez de analizar si
posiblemente estaban presentes otras fuerzas más cínicas?
La respuesta es que la ideología está integrada en
la premisa. El consejo editorial de The New York Times da por hecho que
EE UU está motivado por los derechos humanos y la democracia, y que así ha sido
desde sus comienzos. Esto hace todo el trabajo pesado sin que la mayoría de la
gente —incluso los progresistas vagamente escépticos con las motivaciones
estadounidenses en América Latina— advierta que ha tenido lugar un juego de
manos. “En las décadas recientes”, afirmaba un editorial del Times de
2017 que reprendía a Rusia, “a los presidentes estadounidenses que tomaron
medidas militares les ha guiado el deseo de promover la libertad y la
democracia, a veces con extraordinarios resultados”. Oh, vale, entonces bien.
Lo que debería ser un debate sobre el Ejército
estadounidense y su aparato encubierto inmiscuyéndose indebidamente en otros
países se convierte rápidamente en un referéndum sobre los atributos morales de
esos países. Teóricamente es un buen debate a tener (y es uno que ciertamente
se da entre la gente y las instituciones de estos países), pero al estar
ausente una discusión sobre los fundamentos del axioma inicial —que los
representantes de EEUU y el aparato de seguridad nacional de Washington tienen
el derecho de determinar qué regímenes son buenos y malos— tiene un escaso
propósito práctico en Estados Unidos más allá de la pose. Y a menudo, como
asunto práctico, funciona para cimentar la narrativa más amplia que justifica
el mismo intervencionismo.
¿Tienen EEUU y sus aliados un derecho moral o ético
para determinar el futuro político de Venezuela? Esta pregunta es ignorada y
pasamos a la pregunta de cómo se ejerce mejor esta autoridad evidente. Éste es
el marco del debate en The New York Times —y entre virtualmente todos
los medios estadounidenses.
Para apostar en el juego de póker de la Gente
Seria que Debate la Política Exterior Seriamente, a uno se le obliga a
registrar una Condena Oficial del Mal Régimen Oficial. Esto es para que
todo el mundo sepa que aceptas las premisas centrales de cambio de régimen por
EEUU pero te opones a él con bases pragmáticas o legalistas. Es un ejercicio
tedioso y extorsivo diseñado para mover el debate desde la historia de
derrocamientos arbitrarios y violentos por Estados Unidos hacia un intercambio
sobre cómo oponerse mejor al Mal Régimen Oficial.
Los progresistas estadounidenses deben mantener una
libreta de calificaciones en tiempo real sobre estos Malos Regímenes
Oficiales, y si estos regímenes —debido a una rúbrica mal definida de falta
de democracia y derechos humanos— caen por debajo de una puntuación de,
digamos, “60”, se vuelven ilegítimos e indignos de defensa.
Aunque obviamente no fue en América Latina, también
vale la pena señalar que el Times también celebró el golpe patrocinado
por la CIA contra el presidente iraní, Mohammad Mossadegh, en 1953. Su
editorial, escrito dos días después de su destitución, mostraba la combinación
patentada por el Times de culpabilización de la víctima y verborrea
“vaya por dios”.
“El ahora depuesto primer ministro Mossadegh estaba
flirteando con Rusia. Había ganado su plebiscito fraudulento para disolver el
Majlis, o Cámara baja del Parlamento, con la ayuda de los comunistas del
Tudeh”. “Mossadegh ha caído, es prisionero en espera de juicio. Hay que dar
crédito al sha, con quien fue tan desleal, y al primer ministro Zahedi, por que
este nacionalista fanático y egoísta haya sido protegido en un momento en que
su vida no habría valido ni un centavo”.
“El sha … se merece elogios en esta crisis. …
Siempre respetó las instituciones parlamentarias de su país, fue una influencia
moderadora en el salvaje fanatismo exhibido por los nacionalistas bajo
Mossadegh, y fue socialmente progresista”.
De nuevo, ninguna mención a la participación de la
CIA (que la agencia ahora reconoce abiertamente), que el Times no habría
tenido necesariamente forma alguna de conocer en ese momento. (Esto es parte
del sentido de las operaciones encubiertas). Mossadegh es demonizado
sumariamente, y no es hasta décadas después que el público conoce el grado de
participación de EE UU. The Times incluso se mete en una descripción
orientalistas de los iraníes, que implica por qué un sha fuerte es necesario:
“[El iraní medio] no tiene nada que perder. Es un
hombre de infinita paciencia, de gran encanto y amabilidad, pero también es
–como hemos estado viendo- un carácter volátil, altamente emotivo, y violento
cuando se le provoca lo suficiente”.
No hace falta decir que hay gran diferencia entre
estos casos: Mossadegh, Allende, Chávez y Maduro vivieron todos en tiempos
radicalmente diferentes y defendieron diferentes políticas, con diversos grados
de liberalismo y corrupción. Pero lo que todos tenían en común es que el
Gobierno de EE UU, y unos medios estadounidenses dóciles, decidieron que
“tenían que irse” e hicieron de todo para conseguir este fin. La importante
arrogancia de esta creencia, pensaría uno, es lo que se debería debatir en los
medios estadounidenses —como el consejo editorial del Times— pero una y
otra vez esta creencia o bien se da por hecho o se ignora, y todos pasamos al
cómo y cuándo derrocar mejor al Mal Régimen.
Para aquellos sinceramente preocupados por los
esfuerzos de Maduro para socavar las instituciones democráticas de Venezuela
(se le ha acusado de encarcelar oponentes, dominar los tribunales con sus
partidarios y celebrar elecciones amañadas), vale la pena señalar que incluso
cuando los atributos liberal-democráticos de Venezuela estaban en su apogeo en
2002 (fueron internacionalmente sancionados y supervisados por el Centro Carter
durante años y ningún observador serio considera ilegítimo el mandato de
Chávez), aun así la CIA dio luz verde a un golpe militar contra Chávez y el New
York Times se prodigó en elogios hacia la acción. Como escribió en ese
momento:
“Con la dimisión de ayer del presidente Hugo
Chávez, la democracia venezolana ya no está amenazada por un dictador en
potencia. El señor Chávez, un demagogo desastroso, dimitió después de que el
Ejército interviniera y entregara el poder a un respetado líder empresarial,
Pedro Carmona”.
Chávez sería pronto devuelto al poder después de
que millones de personas tomaran las calles para protestar por su expulsión del
cargo, pero la pregunta sigue presente: Si The New York Times estaba
dispuesto a ignorar la incontestable voluntad del pueblo venezolano en 2002,
¿qué hace pensar que el periódico está sinceramente preocupado por ella en
2019? De nuevo, lo que es objetado por la Casa Blanca, el Departamento de
Estado y sus agentes imperiales estadounidenses son las políticas
redistributivas y la oposición a la voluntad de Estados Unidos, no los medios
por los que lo hacen.
Quizás el Times y otros medios
estadounidenses —viviendo en el corazón de, y presumiblemente teniendo
influencia sobre, este imperio— podrían intentar centrarse en esta realidad en
lugar de, por millonésima ocasión, juzgar los atributos morales de los países
expuestos a sus caprichos violentos e ilegítimos.
Artículo original: Your Complete Guide to the N.Y. Times’ Support of U.S.-Backed
Coups in Latin America publicado por Common Dreams y traducido por Eduardo
Pérez para El Salto.
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