Economía,
Mundo 1
febrero, 2019 Alejandro
Nadal
Para la teoría económica, el capitalismo es la
forma más acabada en la historia de las organizaciones sociales, y como tal,
casi no ofrece horizontes de mayores transformaciones, pues la perfección no
tolera cambios. Muchos analistas, incluso críticos del capitalismo, comparten
esta visión (o falta de visión) histórica.
Sin embargo, algunas características sobresalientes
de la economía mundial hoy invitan a pensar que estamos frente a
transformaciones que implican cambios esenciales del capitalismo. Por ejemplo,
el dominio del sector financiero y la nueva ola de automatización en todo tipo
de actividades aparecen como rasgos emergentes que podrían anunciar una nueva
formación en el devenir del capitalismo. ¿Somos testigos de una monumental
metamorfosis social y económica de dimensiones históricas?
Para responder esta interrogante no es ocioso
examinar los orígenes del capitalismo. Y una de las primeras sorpresas que se
lleva mucha gente cuando se confronta al tema de los inicios del capitalismo es
que éste no nace en las ciudades y no tiene nada que ver con lo que se denomina
la burguesía citadina. En efecto, desde hace miles de años existieron grandes
concentraciones urbanas, pero en ellas no surgió algo que se pareciera al
capitalismo. Esas urbes coexistieron con intrincadas redes comerciales, pero no
engendraron el capitalismo. Incluso en las ciudades del norte de Italia, con
una clara vocación mercantil, sofisticados instrumentos de crédito y donde se
inventó el sistema de contabilidad por partida doble, no se encuentra la cuna
del capitalismo. Y es que la lógica del comportamiento mercantil, comprar barato
para vender caro, no está interesada en transformar los medios de producción
para maximizar ganancias.
La historia del capitalismo es breve (no tiene más
de 250 años), pero siempre sorprende a más de uno saber que esta forma de
organización social tiene orígenes agrarios. El análisis de la historiadora
Ellen Meiksins Wood demuestra que el nacimiento del capitalismo se produce en
la matriz de relaciones agrarias en Inglaterra hacia finales del siglo XVII.
Ahí los grandes latifundios existentes dieron lugar a relaciones de mercado que
hicieron lo que el capitalismo sabe hacer muy bien: transformar las condiciones
de producción para maximizar ganancias.
La propiedad de la tierra en Inglaterra había
estado altamente concentrada desde tiempo atrás y eso obligó a que vivieran en
ella trabajadores rurales que no siendo propietarios debían pagar una renta. La
centralización del poder político en ese país se tradujo en una peculiar
combinación de hechos. Por un lado el Estado estaba al servicio de la clase
terrateniente y le garantizaba la estabilidad en su propiedad. Pero por el
otro, los dueños de la tierra no tenían grandes medios extra-económicos
(militares o de servidumbre política) para explotar a los trabajadores que
vivían en sus tierras. Éstos ya se habían convertido desde mucho tiempo atrás
en verdaderos inquilinos rurales y para hacerlos más productivos los grandes
propietarios de tierras comenzaron a descansar cada vez más en la coerción del
mercado.
Desde el siglo XVI los propietarios de tierra
empezaron a obligar a sus inquilinos a competir entre sí en lo que se convirtió
en un mercado de acceso a la tierra. Los trabajadores rurales tenían entonces
que introducir mejoras en los terrenos para obtener más productividad y así
poder pagar una mayor renta. Las rentas sobre la tierra se determinaron cada
vez más por las presiones del mercado, en contraste con otras partes de Europa
donde la renta era fijada por la costumbre y las tradiciones. Los trabajadores
rurales que salieron derrotados en esta competencia perdieron el acceso a la
tierra y se convirtieron en proletarios asalariados, aun antes de las grandes
expulsiones ligadas a los cercamientos de las tierras (enclosures). Así se
consolidó una compleja relación de coerción por las fuerzas del mercado que forzaba
la introducción de mejoras en los medios de producción para maximizar
ganancias. La transición hacia el despliegue completo de relaciones
capitalistas de producción no tardó mucho.
Hoy la financiarización y la automatización
amenazan desde ángulos diferentes la racionalidad pura de la producción
capitalista. La lógica de las finanzas está fincada en la diferencia
cuantitativa entre inversión y rendimiento: no está interesada en transformar
los medios de producción. Y si su racionalidad es absorbida por las empresas no
financieras, lo que sucede al interior del proceso de producción le tiene sin
cuidado.
Por su parte, la automatización entraña un desafío
inédito para el capitalismo: lleva al extremo las presiones del mercado
coercitivo para transformar los medios de producción al grado de hacer peligrar
la base misma del cálculo del excedente y la explotación. Los complejos
mecanismos microeconómicos por los cuales estas mutaciones llevarán a una
transformación esencial todavía no terminan de desplegarse.
Artículo publicado originalmente
en La Jornada
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