por aapilanez
Texto de la
conferencia, 'Los secretos del dinero: el gran desconocido', realizada el 28 de
enero de 2019, en el marco de las jornadas de título "Resistencias",
organizadas por el Aula Popular García Rúa de Gijón.
Primera parte. No entendemos las fuerzas que mueven el mundo en el que
vivimos
Como ven, el título de la charla es ‘Los secretos del dinero: el gran
desconocido’. Supongo que, algunos de ustedes, al leerlo, pensarían algo
parecido a ésto: ¿qué secretos nos va a desvelar este en un tema tan trillado
en el que está inventada hasta la sopa de ajo? Pues quizás, pensarían algunos,
nos soltará otro rollo sobre el bitcoin, el futuro del dinero digital y la
desaparición del efectivo. O sobre la revolución de la banca en la nube o las
novísimas aplicaciones de pagos de Google y todos los avances en la tecnología
monetaria que llenan las páginas bien pagadas de los periódicos y los anuncios
de las teles. O quizás, pensarán otros, se trate de una descripción, llena de
curiosidades, sobre la tortuosa historia del dinero y los soportes monetarios.
Ya saben, la sal y el ganado, que funcionaron como dinero durante muchas épocas
y son el origen de los términos salarios y pecuniario; o la historia de los
metales preciosos y las novelescas fiebres del oro y la plata; o el papel de la
letra de cambio en el desarrollo del comercio y de las ferias medievales; o de
los múltiples soportes de los registros de deudas y de la lucha feroz de los
gobiernos en todas las épocas por aumentar la recaudación de impuestos. O
quizás, piensen otros, nos hablará sobre los grandes cracks financieros y los
pánicos bursátiles: desde la burbuja del tulipán en Holanda hasta los grandes
cataclismos modernos como el jueves negro de 1929, la burbuja de las .com del
año 2000 o la quiebra de Lehmann Brothers en 2008, que dio origen a la crisis
actual.
Me temo que si es así, les voy a defraudar. Tampoco les contaré
trepidantes relatos de grandes golpes y atracos que, por cierto, han pasado a
mejor vida. Ahora los cacos son hackers delante de pantallas de ordenador y no
osados butroneros armados de picos y taladros. Ni tampoco, por último, voy a
hacer de gurú financiero revelándoles los secretos de los mejores productos de
inversión para que se forren optimizando sus ahorrillos. Siento decepcionarles
ya que nada de todo lo anterior, quizás sólo tangencialmente, será objeto de
discusión o desarrollo por mi parte. Es mejor avisar así si alguien se hacía
otra idea puede abandonar la sala y se ahorra la desilusión.
Bien, y si descartamos todo lo anterior, ¿qué queda por decir sobre el
dinero?
Pues, en mi opinión, queda lo más importante y desconocido. Pero
permítanme que, abusando de su paciencia, mantenga por ahora el suspense sobre
el núcleo del asunto.
Estamos sin duda ante el elemento material más importante de la vida
social. Creo que nadie discutiría que el dinero funciona, podríamos decir, como
el flujo sanguíneo de la vida económica en nuestra sociedad. Como dice, muy
poéticamente, un señor llamado Carlos Marx: “El dinero, en cuanto posee la
propiedad de comprarlo todo, en cuanto posee la propiedad de apropiarse de
todos los objetos es, pues, el objeto por excelencia. El dinero es el alcahuete
entre la necesidad y el objeto, entre la vida y los medios de vida del hombre”.
Y sin embargo un halo de misterio y de falsedades cubre las cuestiones
claves relacionadas con el ‘objeto por excelencia’: ¿Qué es realmente el
dinero? ¿Quién y para qué lo crea? ¿Qué funciones desempeña en la sala de
máquinas del sistema capitalista? ¿Qué relación hay entre la fábrica de dinero
y el mastodóntico crecimiento de la deuda y las crisis económicas en las
últimas décadas? Estos interrogantes les darán una pista de por dónde van los
tiros de lo que quiero contarles.
No sé qué pensarán ustedes, pero, por mi experiencia, me atrevería a
asegurar que si hiciéramos una encuesta en esta sala las respuestas a las
preguntas anteriores serían de lo más variopintas y, probablemente, bastante
desencaminadas. No es mi intención llamarles ignorantes, no se ofendan. Pero sí
quiero destacar un hecho enormemente llamativo: el elemento más importante de
la vida social es, al mismo tiempo, como indica el título de la charla, el gran
desconocido. Indaguemos pues, si les parece, brevemente en las razones de este
misterio. ¿A qué se debe la colosal ignorancia del público respecto del ‘objeto
por excelencia’? La economista Ann Pettifor, autora del texto, La producción de
dinero, corrobora la sorprendente realidad: “Una de las constataciones más
impactantes de la última fase de la evolución del capitalismo es la total
incomprensión de la naturaleza del dinero en nuestras sociedades”. Según una encuesta promovida por
una organización británica en pos del dinero “honesto”, el 77% de los
ciudadanos cree que el dinero que tienen en el banco es legalmente suyo y no
del banco, alrededor del 61% sostiene la idea de que los bancos son simples
intermediarios que canalizan el ahorro hacia la inversión y una proporción
similar cree que el dinero lo crea el Estado o un banco central público –la
poderosa metáfora de la impresora de billetes-. Los resultados anteriores
indican que no tenemos ni la más remota idea -creo que la encuesta en España
daría un resultado todavía más contundente que en la más culta Inglaterra- de
cómo funcionan realmente el dinero y las instituciones financieras que
centralizan todo el circuito de pagos, intercambios y préstamos del que depende
nuestra vida cotidiana. Tengamos en cuenta que nada menos que el 96% de la población tiene algún
producto bancario. Así pues, podríamos afirmar que no entendemos las fuerzas
que mueven el mundo en el que vivimos. Y si alguien dijera, queriendo rebajar
la importancia de esa enorme laguna en el conocimiento común, que no se
necesita tampoco saber de ingeniería para comprarse un coche de alta gama y
disfrutar de sus extraordinarias prestaciones, le rebatiría con un argumento
creo que bastante contundente: claro que no, pero resulta que la fábrica de
dinero es la base de la vida social, no un bien de consumo cualquiera por
relevante que sea. No sólo eso, si uno no entiende la fábrica de dinero no
entenderá nada del mundo que le rodea, no sabrá por qué hay crisis o por qué
puede perder su trabajo, sus ahorros, su vivienda, su pensión y todo lo que
afecta a su nivel de vida cotidiano. Así que es evidente que no se trata de un
bien ‘como los demás’ y que a todos nos convendría un mayor conocimiento sobre
el ‘objeto por excelencia’ ¿no les parece? Quizás así evitemos que la gente se
crea de nuevo bobadas como aquello de que ‘las casas siempre suben’, que
‘alquilar es tirar el dinero’ o que ‘España va bien’ y que las crisis son
cosas del pasado. Así nos fue al pelo, verdad. Por mi parte, suscribo la
hipótesis que avanza Pettifor acerca de tan sorprendente fenómeno: “esta
incomprensión del papel del dinero en la vida social se deriva de los
esfuerzos deliberados del sector financiero para oscurecer sus actividades con
el objetivo de mantener su omnipotencia”. Así que, como ven ustedes, con los
bancos hemos topado, esos angelitos.
Pero hay otros culpables incluso más visibles. No hay que ser tan
conspiranoicos. Algo de culpa tendrá también en esta fenomenal maniobra de
ocultación la doctrina oficial sobre el dinero. Yo la llamo la música
celestial, ya saben, algo muy elegante y aparente pero completamente vacío de
contenido real. Quizás no sea pues mala idea comenzar haciendo un repaso de las
mentiras de la música celestial de la ortodoxia económica, omnipresente en
todas las tribunas mediáticas y facultades de economía desde las que se
bombardea con la ideología dominante a la desvalida ciudadanía.
Segunda parte: Vamos pues a contar mentiras.
Aprovecho para hacerles un ruego: si algún hijo, familiar o amigo suyo
desea estudiar economía, por favor, traten de quitárselo de la cabeza. No
aprenderá nada de cómo funciona realmente el capitalismo ni de la fábrica de
dinero y si mucha pseudociencia legitimadora del sistema, aparte de recibir
orientación profesional hacia ocupaciones digamos que muy poco honorables. Así
que si tienen cariño verdadero por sus seres queridos y quieren que sean
personas de bien, hagan todo lo posible para desviarles de ese camino. Trataré
de convencerles de ello a continuación, no me voy más por las ramas, les ruego
que me disculpen de nuevo.
No hay dinero. No hay suficiente dinero. ¿Cuántas veces habremos
escuchado esta frase en boca de supuestos expertos, políticos y tertulianos? No
hay dinero para pagar pensiones dignas, para gastar en sanidad, educación o
para mejorar los sueldos de los funcionarios. ¿Y por qué no hay dinero?
Pues porque el Estado no puede vivir por encima de sus posibilidades, nos dicen.
Porque si el estado gasta más de lo que ingresa tiene que endeudarse, subirán
los tipos de interés y, además de perjudicar la financiación del resto de
agentes económicos, esos intereses tendrá que sacarlos de algún sitio. ¿Y de
dónde saca el estado despilfarrador el dinero para pagar los intereses de la
deuda? Pues sí, lo han adivinado, de los impuestos, es decir de los bolsillos
de los sufridos ciudadanos y los maltratados emprendedores. Así que hay que
apretarse el cinturón. Igual que hace una familia. Los economistas de la música
celestial lo llaman efecto expulsión y suena muy
razonable y riguroso, ¿no les parece? Hay que impedir pues a toda costa que el
estado despilfarrador se entrometa en la economía de libre mercado y dejar a la
maravillosa empresa privada que haga lo que sabe hacer mucho mejor que esos
burócratas holgazanes.
Ellos, los de la música celestial, lo llaman políticas de austeridad y
consolidación fiscal, que suena muy bien, a todos nos gusta presumir de
austeros y de ahorradores. El antropólogo David Graeber resume el
fundamento real de las políticas neoliberales -ya saben los recortes, las
privatizaciones y todo eso-: “Es esta concepción la que nos permite continuar
hablando sobre el dinero como si fuera un recurso limitado, como la bauxita o
el petróleo, para decir simplemente ‘no hay suficiente dinero’ para financiar
programas sociales y para hablar de la inmoralidad de la deuda gubernamental o
del gasto público”.
Sigamos un poco, espero no aburrirles demasiado, con la cantinela de la
música celestial. Quedamos en que no había dinero porque el dinero es como el
oro, algo limitado y hay que utilizarlo con mucha moderación. Así pues, si no
hay suficiente dinero y el estado no lo puede fabricar, ¿de dónde sale pues el
dinero? Pues muy sencillo: lo crea el banco central, la impresora de billetes
que todo el mundo ha visto en algún documental o sino se la imagina. Pero, ojo,
hay que tener mucho cuidado también con esta mágica herramienta. Si se imprime
demasiado -para dárselo por ejemplo al gobierno derrochador que quiere subir el
sueldo a los funcionarios o la pensión a los jubilados para ganar un puñado de
votos- entonces los flujos económicos se pueden desbordar como los ríos
inundados y ocurrirá uno de los grandes males que nos perjudican y empobrecen a
todos, que subirán los precios, o, como dicen los cracks de la música
celestial, que aparece la inflación. Y ese es el peor de los males posibles. Es
como las siete plagas bíblicas o el cuarto jinete del apocalipsis. Un sumo
sacerdote de la religión de la música celestial, muy amigo de Pinochet y de
otros honorables gobernantes, llamado Milton Friedman, lo dice muy clarito: “La inflación
es una enfermedad, una peligrosa y a veces fatal enfermedad que, si no es
controlada a tiempo, puede destrozar una sociedad” ¡Cuánto dramatismo verdad!
¿Y, se preguntarán ustedes, por qué la inflación es el mal más terrible? ¿No
parecen mucho peores el paro, la miseria o la brutal desigualdad que padecemos?
Pues porque si suben los precios y hay inflación, sigue sonando la
música celestial, entonces todos somos más pobres porque nuestro dinero vale
menos y podremos comprar menos cosas con él. Y las empresas también venderán
menos porque los precios serán más altos y despedirán a los trabajadores y
habrá más desempleo. Y a los bancos, esos angelitos, tampoco les gusta nada la
inflación porque las deudas pierden valor y el dinero que les devuelven vale
menos que el que prestaron. Así que la inflación es muy perjudicial para todos
y hay que evitarla a toda costa. Por eso los bancos centrales, que velan por la
salud del sistema financiero y de toda la economía, tienen como principal objetivo
evitar a toda costa que esa maldición caiga sobre la sociedad. Y por eso es muy
importante que sean independientes de los gobiernos, para tenerlos bien
controlados y que no gasten más de la cuenta, como hacen los gobiernos
populistas o bolivarianos. Esto es lo que entiende por política económica la
música celestial. Quizás les suene: se llama neoliberalismo y lleva en el poder
unos cuarenta años.
Pero una cosa, ¿no les dije qué les iba a contar los secretos del dinero
y para qué servía en realidad ese gran desconocido? Tienen razón, pero
recuerden que también les pedí un poquito de paciencia que espero todavía les
quede.
Pues bien, seguimos un poco más con la música celestial, no mucho, les
prometo que no les cansaré demasiado. En esta Arcadia feliz del libre mercado,
¿qué pinta en realidad el dinero y cuáles son sus funciones en el sistema
económico? Pues como ven la verdad es que poquita cosa. Sólo hay que vigilar
escrupulosamente que no haya demasiado y así todo funcionará como la seda. El dinero,
bien administrado, es un elemento externo -exógeno, dicen los de la música
celestial- al circuito económico, que sólo sirve para facilitarnos las cosas y
evitar que andemos todavía cambiando abalorios como los hombres primitivos
hacían con el trueque. Fíjense si no en lo que decía John Stuart Mill, uno de los
sabios pontífices de la música celestial: “En resumen, no puede haber una cosa
intrínsecamente más insignificante en la economía de la sociedad que el dinero:
un artilugio para ahorrar tiempo y trabajo. Es una máquina para hacer rápida y
cómodamente lo que se haría, aunque de manera menos rápida y cómoda, sin ella”.
Perfecto, ¿nos ha quedado claro a todos, verdad? ¡El dinero es algo
insignificante!
¿Qué más nos dicen las teorías oficiales sobre el dinero? Abramos
cualquier manual de teoría económica (la llaman, pomposamente, microeconomía,
como si fuera un microscopio que muestra los átomos de la vida económica). A
los economistas de la música celestial les gusta mucho compararse con las
ciencias duras, con la física y la matemática. ¿Qué nos dice pues del dinero un
tocho de esos con los que se lava el cerebro a los pobres estudiantes? Pues
fíjense ustedes, inicialmente ni aparece. Todo el bloque central de la
disciplina se basa en el estudio de los mercados, los precios, la oferta y la
demanda, los equilibrios, etc. un rollo horroroso, se lo aseguro. Y del dinero
ni rastro. Tampoco del beneficio, por cierto, el origen del beneficio
empresarial también es una patata caliente para la música celestial. Así que se
borra de un plumazo y santas pascuas. Asunto resuelto. Ya hacia el final del
tocho, allá por la página 500 o así, en la sección de política monetaria, se
dignan mostrarnos algunas referencias al origen y las funciones del dinero. Se
asombrarían de la profundidad científica de tales exposiciones. Describen el
dinero como un lubricante cuya única función es engrasar la maquinaria de los
pagos y los intercambios. El dinero como herramienta de mejora del trueque de
los hombres primitivos, para facilitar el comercio y satisfacer necesidades. El
dinero como cualquier otra mercancía, con su oferta y su demanda. También les
gusta mucho compararlo con un velo que oculta las variables fundamentales de la
economía. Y ya está. A otra cosa mariposa. Miren, por ejemplo, lo que decía
sobre el poderoso caballero otro mandamás de la música celestial, Alfred Marshall, cuyo manual
sigue siendo la base del catecismo de la teología económica: “Puede, pues,
compararse el dinero al aceite necesario para que una máquina funcione
fácilmente. Una máquina no puede funcionar a menos que se engrase, de lo que
alguien ingenuamente quizás pudiera inferir que cuanto más aceite se ponga
mejor funcionará, pero, en realidad, si se pone más aceite del necesario la
máquina quedará obstruida”. ¿Fantástica descripción verdad? Mejor no poner
demasiado aceite, como cuando el estado gasta demasiado o al banco central se
le calienta la impresora de billetes y dejar que el maravilloso engranaje de la
economía de mercado, funcione sin impedimentos. Todo muy apropiado además para
explicar el surgimiento del capitalismo, del comercio y la división del trabajo
como una evolución natural del desarrollo de las funciones económicas básicas
de la especie, a saber, la estación de llegada de la evolución social de la
humanidad en el mejor de los mundos posibles.
Para que vean la imagen que tienen los economistas oficiales del vil
metal les explico el experimento que proponía el señor Friedman, alias ‘helicóptero Milton’,
como ilustración de las nefastas consecuencias de caer en la tentación de
activar la “impresora de billetes” y lanzar demasiado dinero a la circulación:
“imagínate que una mañana te despierta el sonido de un helicóptero que
sobrevuela tu barrio. Te asomas a la ventana y ves que de él están arrojando
paquetes que caen frente a cada una de las casas de tu calle. En cada paquete
hay 10.000 dólares en billetes nuevos, un regalo de tu gobierno. ¿Qué harías?”
¿Qué harían ustedes? Mientras se lo piensan sigo con la fábula de la música
celestial un poquito más, les prometo que luego les cuento la verdad, toda la verdad
y nada más que la verdad, bueno o casi toda. Pero ya se sabe que la verdad
brilla más sobre el fondo oscuro de las mentiras y manipulaciones.
En este punto aparece un ligero problemilla, una china en el zapato para
la música celestial. Si el dinero es algo insignificante, ¿Qué pasa entonces
con la deuda? ¿Sólo es mala la pública, generada por el estado derrochador, y
no la privada? ¿No hemos oído todos que la deuda privada ha causado la reciente
crisis con todas las terribles consecuencias que aún padecemos? ¿Les suena
verdad? Porque resulta que la deuda de los emprendedores y las familias ha
crecido de una forma estratosférica. ¿Tiene eso algo que ver con el dinero y su
modo de producción en eso que algunos radicales-que no son economistas de la
música celestial- llaman aún capitalismo? ¿No se trata de un grave problema?
Quizás ya hayan adivinado la respuesta. No, en absoluto, la deuda privada no es
ningún problema para la música celestial y además no tiene nada que ver con el
dinero. ¿Qué les parece? Piensen, si no me creen, en lo siguiente: ¿algún
economista serio alertó del enorme peligro de las montañas de deuda que había
en la economía mundial antes del crack de 2007? ¿Adivinan la respuesta? Pues
sí, creo que lo han adivinado también. Ninguno. ¿Y saben por qué? Porque la
deuda para ellos no tiene importancia. Sí, han oído bien. Igual que el dinero,
bien administrado, es algo insignificante, la deuda privada para la música
celestial no tiene relevancia alguna. ¿Y por qué las colosales montañas de deuda
sobre las que estamos instalados no tienen la más mínima importancia para estos
lumbreras? Verán que explicación más sencilla nos dan: porque la deuda sólo
refleja el ahorro de la gente canalizado hacia la inversión de los benditos
emprendedores. No es dinero nuevo ni se añade nada a los circuitos económicos
que no estuviera antes en ellos, por tanto no provoca la pesadilla de la
inflación ni desequilibrio alguno sobre la economía. Es sólo una especie de
trasvase, como los vasos comunicantes. ¿Y quién canaliza el sacrosanto ahorro
hacia la inversión? Sí, lo han adivinado: los serviciales bancos. Esa es la
función que les asignan los sesudos manuales de la música celestial: los bancos
son sólo intermediarios financieros, así los llaman a los angelitos. Este es el
círculo virtuoso de una economía sana de mercado que proporciona, insisto, si
no se entromete el estado derrochador, prosperidad y bienestar para todos. Por
eso los doctores de la música celestial, atiborrados de premios Nobel, no se
enteraron de la crisis, porque a ellos les parecía que todo iba sobre ruedas y
la enorme explosión de deuda y especulación financiera que precedió al colapso
de 2007 les traía sin cuidado. Como dice el economista Steve Keen, uno de los que no
se creen toda esta sarta de monsergas -y por eso precisamente, sí que anticipó
el tremendo batacazo de 2008-: “si estás creando un modelo económico sin dinero
ni deuda privada, será formal y matemáticamente grandioso, pero no estás
modelizando el capitalismo”. Hasta la reina de Inglaterra se mosqueó bastante
al parecer un día que la llevaron de visita a la London School of Economics,
una honorabilísima institución, donde trabajan algunos de los más brillantes
economistas de la música celestial, y se atrevió a preguntar -es muy gracioso
porque el marrón le cayó al actual responsable de economía de Ciudadanos, un
tal Garicano- por qué no
habían visto, ellos, tan sabios y estudiados, avecinarse la hecatombe. No les
cuento lo que contestó Garicano para no ofender su inteligencia. Pero les
aseguro que no dijo la verdad a la soberana indiscreta: claro que la vieron
venir, la crisis esta brutal me refiero, pero había que ocultar las sombrías
señales que la anunciaban. Porque como dijo un ladino exministro de la piel de
toro, un tal Sebastián: ¿a ver quién es el guapo que apaga la música en mitad
del guateque?
No les torturo más con la música celestial que creo que ya nos chirría
un poco a todos. Quédense finalmente con esto: a la doctrina oficial no le
interesa el dinero ni la deuda privada ni el origen del beneficio empresarial.
Y se quedan tan anchos. Por tanto, con estos fantásticos educadores económicos,
no es en absoluto de extrañar la ignorancia supina de la ciudadanía acerca de
las cuestiones monetarias y todo lo relacionado con el ‘objeto por excelencia’.
Tercera parte: llegó la hora de decir la verdad
Dejemos pues de contar mentiras y hablemos del capitalismo realmente
existente y de la función real que tiene el dinero en ese engranaje. Hablemos
pues de las crisis, las desigualdades crecientes, el desempleo crónico, la
precariedad laboral y del muy relevante papel que la fábrica de dinero moderna
tiene en todas estas cuestiones, ¿les parece?
¿Por dónde empezamos pues a arrojar un poco de luz en la oscuridad
reinante sobre el fenómeno monetario? Quizás sea buena idea partir de una
sombría constatación: nunca antes en la historia ha sido mayor la brecha entre,
por un lado, la capacidad de producir bienes y servicios para proporcionar un
nivel de vida digno a todos los seres humanos con la tecnología y los recursos
existentes y, por otro, los brutales niveles de desigualdad y de miseria que
padecemos. Actualmente hay recursos sobrados para satisfacer las necesidades,
básicas y no tanto, de toda la población mundial respetando los machacados
equilibrios ecológicos con un consumo sostenible de recursos naturales. Keynes,
un economista muy famoso e influyente, bastante crítico con la música
celestial, decía que en el año 2030 trabajaríamos
quince horas a la semana debido al aumento de la productividad del trabajo y al
extraordinario desarrollo científico y tecnológico y que viviríamos en un
paraíso de abundancia en el que los rentistas y la especulación financiera
habrían pasado a mejor vida. ¡Qué dotes proféticas verdad! Más bien ha ocurrido
justo lo contrario de lo que pronosticaba el refinado gentleman británico. La
cuestión fundamental que voy a tratar de esbozar sería pues la siguiente: ¿qué
papel tiene el dinero, o mejor, su modo de producción y circulación, en esta
aguda asimetría entre las capacidades que podría tener el sistema económico,
adecuadamente organizado para servir las necesidades de las personas, y la
concreción real de esas capacidades en el capitalismo? O dicho de una forma más
brutal y directa: ¿por qué el dinero es un elemento, el más relevante de la
actual organización social, que sirve de herramienta de poder al servicio del
interés privado? Quizás ahí radique, como decía Pettifor, el principal motivo
por el que es también el gran desconocido.
Verdad número 1: El dinero es la raíz del poder social al servicio
del interés privado, no un mero lubricante de los intercambios como predica la
música celestial.
¿Qué es y cómo se crea entonces realmente el dinero? Claro que hay
suficiente dinero, de hecho hay mucho más del necesario, al contrario de lo que
dice la música celestial. El problema no es la cantidad sino la manera de
fabricarlo, para qué se utiliza y cómo se distribuye a través del circuito
económico: quién y con qué objetivos controla la fábrica de dinero. ¿Quién lo
crea y para qué lo crea? He aquí la raíz del poder social. El dinero, como casi
todo en el capitalismo, está privatizado y se genera al servicio del interés
privado. Esa es la cuestión clave, que la fábrica de dinero –algo de uso
público, universal, de lo que nadie puede prescindir- es privada. Si no
empezamos por ahí no entendemos nada sobre el papel esencial del poderoso
caballero en nuestra sociedad. Por eso la doctrina oficial de la música
celestial ni siquiera menciona este aspecto crucial. Por eso Marx la llamaba
economía vulgar, porque no era una ciencia sino pura ideología justificadora
del capitalismo. Uno de los, por desgracia escasos, economistas honestos,
Michel Aglietta, explica el
punto clave sobre la función real del dinero en nuestra sociedad. Fíjense qué
lenguaje más diferente al que estábamos habituados en los manipuladores voceros
de la música celestial: “Si los salarios crean división social, determinando el
poder de una clase social sobre otra, ese poder es el poder del dinero. Para
ser más precisos, es el poder de aquellos que detentan la prerrogativa de crear
dinero, con el fin de transformarlo en un medio de financiación de la
producción, sobre aquellos cuyo único acceso al dinero es la venta de su
capacidad de trabajo” Así pues el dinero es poder, esta es la verdad, poder de
los que lo crean sobre los que lo consiguen únicamente ganándose el pan con el
sudor de su frente. Si el dinero fuera sólo un lubricante de los intercambios,
como reza la música celestial, el capitalismo no existiría, así de sencillo.
Porque de eso va el capitalismo, de convertir el dinero en capital para
generar más dinero a través de la explotación del trabajo humano. Y de eso van
también las políticas de austeridad neoliberales -ya saben, lo de apretarse el
cinturón y no vivir por encima de nuestras posibilidades-. Va de extraer
riqueza de la sociedad -de los trabajadores por supuesto, de quién si no- con
la excusa de que el dinero es escaso y todas esas bobadas de la música
celestial. Y para ello la herramienta fundamental, no la única, ojo, pero sí
una pieza imprescindible, es el control absoluto de la fábrica de dinero para
ponerla al servicio del interés privado. Como dice Evans, otro economista
honesto: “El dinero se convierte en capital cuando es avanzado con el objetivo
de obtener un beneficio. La función del dinero como medida del beneficio es uno
de los aspectos cruciales de una economía capitalista”. Así pues, todas las
preguntas anteriores sobre qué es el dinero, cómo se crea y para qué sirve se
pueden, como ven, fusionar en una sola respuesta: el dinero es la herramienta a
través de la cual se ejerce el poder social en una sociedad capitalista, una
sociedad dividida en clases con intereses irreconciliables.
Pues sí, como ven, nos vamos a poner radicales y antisistema, para que
los economistas ortodoxos de la música celestial y los que se crean a pies
juntillas la basura de las tertulias de la sexta puedan abandonar
escandalizados la sala. ¿Alguien, que no sea un economista vulgar, puede dudar
del conflicto objetivo entre los que viven de su salario y los que desean
exprimirlo al máximo para agrandar su beneficio? Pues aquí es donde entra la
fábrica de dinero al servicio del interés privado. Pero este es sólo el
principio de la historia. Tengan un poco de paciencia que ahora viene lo más
excitante.
Verdad número 2: La banca produce el dinero de la nada, del puro
aire y es la planificadora de la actividad económica hacia las burbujas de
activos y no hacia la economía productiva.
Muy bien, perfecto, dirán ustedes. Todo esto suena muy sonoro y radical
pero hasta aquí no hemos avanzado mucho sobre lo que nos prometió, que nos iba
a desvelar los secretos del dinero y sus funciones en la economía actual. Pues
sí, tienen toda la razón, así que vamos a escarbar un poco más en tan
neurálgico asunto. ¿Cómo se fabrica el dinero para que cumpla con ese fin de
propulsar la ganancia del capital? No precisamente por el Estado ni por el
banco central con su impresora de billetes, esas son las mentiras de la
ortodoxia que por desgracia cree la mayor parte de la gente. El dinero lo crean
los bancos en forma de deuda. El dinero es el gran negocio de la banca privada
que genera con intereses el 97% del que circula. Sí, han oído bien: el
97%. Por tanto, el dinero nace como deuda generado por los bancos cuando
conceden préstamos y muere cuando se paga la deuda con intereses. Así de
sencillo. Entonces, dirán ustedes, ¿cuál es el problema? Los pobres banqueros
tienen derecho a hacer negocio y el que se endeuda sabe a lo que se arriesga,
así puede disfrutar de un maravilloso adosado o de un flamante utilitario. O si
no que aprenda a no vivir por encima de sus posibilidades. ¿No les parece de
sano sentido común? Pues resulta que no es así en absoluto porque la cruda
realidad es que la maquinaria generadora de deuda está desbocada porque es el
motor que mueve la economía parasitaria en la que vivimos. Vivimos sobre
montañas de deuda. Deuda de las empresas, de las familias y del Estado.
Actualmente en España la deuda total -con su colosal carga de intereses a
cuestas- triplica la riqueza
generada en la economía. Sí, han oído bien: se debe el triple de lo que se
produce. ¿Alguien en su sano juicio, es decir, que no sea un vulgar economista,
puede pensar que eso sea sostenible o que no tenga ningún efecto sobre la
evolución de las variables económicas de las que depende el nivel de vida de la
gente? La montaña de deuda global es el gran negocio de la banca y la
generadora de actividad económica y del enorme castillo de naipes de los
llamados mercados financieros, el casino global por donde circulan las apuestas
de los especuladores tratando de aumentar artificialmente la ganancia del
capital. Todo ello por supuesto con la inestimable ayuda de Internet y las
deslumbrantes nuevas tecnologías de la información. Sin ellas habría sido
imposible el crecimiento astronómico del casino financiero. Ya saben, esas
pantallitas llenas de gráficos que vemos en las noticias cuando nos hablan de
Wall Street y de los sacrosantos mercados.
Veamos pues un poco más de cerca cómo funciona esta enorme fábrica de
dinero-deuda. La cosa realmente parece mágica. Un economista bastante honesto
llamado Galbraith dijo algo muy ilustrativo al respecto: “El proceso de
creación de dinero por los bancos es tan simple que repugna a la mente”.
Pues bien, vamos allá, a desvelar el mayor secreto acerca del dinero moderno.
Un banco fabrica deuda. Pero no es como una empresa que produce bienes con
materias primas y demás factores productivos. Un banco crea deuda de la nada,
del puro aire se suele decir. Y lo hace en el mismo instante de conceder un
préstamo. En ese momento se crea el dinero, mediante una anotación electrónica,
unos dígitos mágicos que aparecen en la cuenta bancaria del prestatario. Y ya
está. Lo anotan en una pantallita y a correr. Y encima cobran intereses por la
patilla. Y como la mayor parte del dinero no sale de los circuitos
electrónicos, ya que casi nadie va a sacar el dinero en efectivo cuando le
conceden un préstamo, pues podríamos decir que casi todo el dinero que
utilizamos en realidad no existe físicamente, sólo son anotaciones electrónicas
que podrían desaparecer de un plumazo. Parece increíble pero es cierto. Lo
reconocen hasta los sesudos estudios de los bancos centrales y la mayoría
aplastante de los economistas honestos. ¿No les parece un poder extraordinario?
¿Entienden ahora por qué estas cosas hay que mantenerlas en secreto, bajo siete
llaves, no vaya a ser que nos entre un poquito de rabia al saber la verdad? Un
magnate yanqui -un tal Henry Ford, no sé si les suena- decía que si la gente
conociera cómo funcionan realmente los bancos habría una revolución antes del
día siguiente. Ese es el gran secreto del poder de la banca. Planificar la
economía dirigiendo la financiación hacia determinados sectores y actividades,
los que ellos deciden. Si la banca dice que lo que le da más beneficio es prestar
dinero para que el españolito se compre su adosado, pues se monta toda la
economía sobre una montaña de hipotecas y burbuja del ladrillo que te crió. No
sé si se acuerdan de algo parecido a ésto que ocurrió por estos lares. Pero si
la banca dice que no presta, con perdón, ni a Dios -como pasó tras el colapso
de hace diez años- a tomar vientos la economía global, los chiringuitos de los
emprendedores y todo bicho viviente al paro o a la beneficencia. Estos
angelitos son pues los amos del cotarro, no sé si lo he dicho ya. Y no hay nada
que el gobierno, el poder supuestamente soberano y democrático, pueda hacer al
respecto. Al contrario, el gobierno soberano también está a los pies de la
banca que es la que le presta la pasta cuando se endeuda, haciendo un negocio
soberano con la deuda pública soberana. Así que todo aquello que les contaba de
la música celestial sobre la obligación del gobierno de apretarse el cinturón y
no endeudarse ni vivir por encima de sus posibilidades lo pueden tirar a la
basura junto con el resto de las mentiras de la música celestial: la deuda
pública es el gran chollo para la banca privada. De eso hablaremos un poco más
tarde. Antes les voy a poner sólo un simpático ejemplo de lo que ocurre cuando
se descorre el velo de misterio que oculta las actividades de la banca privada.
Se trata de un juicio hipotecario
ocurrido en USA en el 69 que relata Alejandro Nadal. El demandante, un abogado
llamado Daly, que había impagado un préstamo hipotecario y estaba a punto de
perder la casa, denunció al banco alegando que no le podía quitar la casa
porque en realidad había creado el dinero del puro aire y no había puesto nada
de su parte al hacer el préstamo. Sigo con el relato de Nadal: En su
testimonio, el director de la sucursal declaró que, en efecto, su banco había
creado íntegramente los 14 mil dólares al inscribir una entrada en su
contabilidad acreditando dicha suma al señor Daly, tal como si éste hubiera realizado
un depósito por esa cantidad. En las curiosas palabras del funcionario del
banco, ‘tanto el dinero como el crédito comenzaron su existencia cuando fueron
creados de esta forma’”. “Me suena muy fraudulento,” expresó el pasmado juez.
La sentencia fue favorable al demandante al quedar acreditado que el contrato
era nulo y el señor Daly conservó su casa.
Imagínense ustedes el pifostio -con perdón- que se montaría si de
repente un juez dijera que el préstamo hipotecario es fraudulento e ilegal.
Imagínense que un juez de estos del supremo, tan imparciales a la hora de
servir los intereses de la ciudadanía, dictaminara que los bancos no tienen
derecho a quedarse con la casa y que, en caso de impago del préstamo, tienen
que aceptar la pérdida como todo hijo de vecino. ¿Qué les parece? ¿Se dan
cuenta de que se derrumbaría el colosal negocio del crédito hipotecario?
¿Entienden ahora por qué hay que preservar a toda costa el secretismo sobre tan
delicados asuntos? Bueno, dejemos de fabular y volvamos a la cruda realidad.
El capitalismo actual es pues un castillo de naipes en el que todo se
fía a la subida del precio de los bienes inmobiliarios y de los activos
financieros que se empaquetan con ellos a partir de la deuda colosal generada
por la banca privada. Esa es la función clave de la fábrica de dinero moderno.
¿Pero no habíamos quedado, objetarán ustedes con razón, en que el dinero sirve
para invertirlo en actividades productivas y no tanto para prestar a la gente
para que se compre casitas? Sí, lo sé, en eso habíamos quedado, pero
precisamente lo que trato de explicarles es que ahí reside la clave de la
decrepitud de eso que todavía llamamos algunos capitalismo: la función
tradicional de financiar la economía productiva está en franca decadencia y por
eso la banca se lanza al crédito personal e hipotecario. Pero esto es una
economía tóxica que acaba derrumbándose con estrépito. Y por qué se derrumba.
¿Por qué, sin ir más lejos, quebró el sistema financiero global hace diez años?
Porque un ‘lechero de kansas’ -ya saben, el americano medio- dejó de pagar la
hipoteca. Freeman, otro economista
honesto, lo explica muy clarito: “en última instancia el ingreso financiero
sigue dependiendo de la producción; una hipoteca entra en impago cuando el
valor real que paga por ella deja de producirse”. De hecho ese fue el
estruendoso detonante de la crisis de las hipotecas subprime de 2008. Ya saben
todo aquello de Lehmann Brothers, los rescates a la banca, los recortes
brutales, las políticas de austeridad, la crisis de la prima de riesgo, etc.
¿Se acuerdan verdad? Así que está claro por qué colapsan las montañas de deuda
del casino financiero. Porque la riqueza real que proviene del trabajo ya no
puede soportar esa enorme carga de rentas y de intereses que sustenta todo el
castillo de naipes especulativo. Como ven, no les estaba engañando. Al final la
única fuente de la que se extrae riqueza en el capitalismo es el trabajo. En
última instancia, los salarios de la gente que va cada vez más con la lengua
fuera. Un hilo muy fino que cuando se rompe nos arroja al próximo crack, que ya
verán cómo llegará en menos que canta un gallo, no hagan caso a los de la música
celestial que dicen que estamos creciendo y demás pamplinas: nos quieren
engañar como cuando decían que no había crisis, sino aterrizaje suave, ¿se
acuerdan? Otro economista honesto, que se acaba de morir el pobre, Jorge Beinstein hace una magnífica descripción de
cómo son realmente las cosas: ”El aparente “circulo virtuoso” había
mostrado su verdadero rostro: en realidad se trataba de un círculo vicioso
donde el parasitismo financiero se había expandido gracias a las dificultades
de la economía real, a la que drogaba cargándola de deudas cuya acumulación
terminó por bloquear el fabuloso crecimiento del globo financiero”. Así pues,
al final la culpa del formidable tamaño del casino financiero creado sobre la
deuda privada la tiene el capitalismo degenerativo y decadente que tiene que
extraer cada vez más jugo del único lugar de dónde lo puede sacar. Y el pobre
currante empufado hasta las cejas tiene una sobrecarga tremenda. Porque dense
cuenta de que no es lo mismo un crédito a una empresa que una hipoteca. Otro
economista honesto, Lapavitsas, explica muy
bien la diferencia entre el crédito empresarial y el personal y cómo todo sale
de los menguantes ingresos del trabajador: “las finanzas dirigidas a los
ingresos personales apuntan a satisfacer necesidades básicas de los
trabajadores -vivienda, consumo, seguros-. Difieren cualitativamente de las
finanzas dirigidas a la producción capitalista. Estrictamente, la ganancia de
la banca puede dividirse entre, primero, el interés obtenido de los préstamos
hechos a los capitalistas y, segundo, el interés obtenido de los préstamos
hechos a los trabajadores. El primero representa habitualmente una proporción
de la plusvalía. El segundo incluye una proporción de la renta personal y es un
resultado característico de la expropiación financiera”. ¿Les voy convenciendo
un poco más de lo que les decía? ¿Ven como no les engañaba? Que el dinero es la
forma en la que se ejerce el poder social sobre los que viven de su trabajo. Al
trabajador se le explota en el trabajo -de ahí el capitalista paga a la banca
los intereses del crédito que le concedió para emprender su actividad-, y fuera
del trabajo, cuando se le extraen los intereses de la hipoteca y otros créditos
personales. Doble extracción de riqueza pues. A la primera la llamamos
plusvalía y a la segunda expropiación financiera pura. Ya vamos completando un
poco el cuadro y conociendo un poco más sobre la maquinaria de succión de
riqueza extraída del trabajo humano que gira alrededor de la fábrica de dinero
moderno.
Recapitulemos pues brevemente todo lo anterior: la banca crea el dinero
de la nada a través de la deuda que inunda todos los vasos sanguíneos de la
economía. Y dirige esa deuda hacia el crédito personal más que al empresarial,
lo cual provoca una intensificación de las burbujas inmobiliarias que acaban
colapsando en crisis de creciente virulencia y una aguda sobreexplotación de
los que sólo viven de su trabajo. ¿Qué les parece el panorama? ¿A qué no es
extraño que lo quieran ocultar a toda costa del examen público?
Verdad número 3: El capitalismo está enfermo de deuda y baja
rentabilidad y la fábrica de dinero lo mantiene con respiración asistida: el
surrealismo de la QE.
Vamos a abrir un poco el foco para hacernos las preguntas fundamentales.
¿A qué se debe exactamente ese protagonismo creciente de la fábrica de dinero y
deuda en el capitalismo actual? ¿Se deriva simplemente, como creen algunos, de
la avaricia y la especulación sin freno de los desalmados magos de las finanzas
o tiene alguna relación estructural con la evolución del capitalismo en las
últimas décadas? ¿Podríamos afirmar pues que el modo de producción del dinero
moderno es la mejor prueba de la degeneración del sistema?
Sí señores, les estoy escuchando, ya sé que nos dicen que estamos
creciendo, que la música celestial nos martillea con que nos estamos
recuperando de la crisis y que estamos mejor preparados para superar otra
venidera. Sabemos todo esto. Pero a pesar de toda la propaganda de la música
celestial, me reafirmo. El problema de fondo es que el capitalismo está
enfermo, lo cual no quiere decir moribundo ni que se vaya a acabar mañana.
¿Aunque no estaría nada mal verdad? ¿Y de qué está enfermo el capitalismo? Pues
está enfermo de deuda, de desigualdades brutales y de decadencia de la
actividad productiva. Un economista muy honesto y pobre llamado Carlos Marx lo
llamaba ley de descenso de la tasa de ganancia. Eso por no hablar del ecocidio
y del terrible destrozo ambiental causado por la sobreexplotación de los
recursos naturales con la suicida coartada del crecimiento económico ilimitado
en un planeta cada vez más agotado. Toda la evolución económica de los últimos
cuarenta años se puede resumir en una escalada degenerativa expresada en la
dependencia creciente de la máquina de producir dinero-deuda para sostener el
maltrecho entramado que ya no se sostiene por sus propios medios. En los años
70, después de treinta años gloriosos de crecimiento y prosperidad en el mundo
rico, el mecanismo se encasquilló y el capitalismo entró en crisis crónica. Ahí
empezó la era de las burbujas y la hipertrofia del casino financiero global. Como
explica otro economista honesto, Andrés Piqueras: “Hoy vivimos en un capitalismo
irreal, ficticio, moribundo, cuya economía aparenta que sigue funcionando
porque vive asistida a través de la invención incesante de dinero de la nada, y
de una deuda creciente que está devorando toda la riqueza social y natural”.
Pongamos algún ejemplo de esta degradación acelerada del capitalismo
relacionada con la fábrica de dinero y así introducimos en el relato a otro de
los protagonistas estelares del modo de producción de dinero moderno, que hasta
ahora le teníamos un poco abandonado: la banca central independiente. Ya saben,
los que fabrican los papelitos de colores que la mayor parte de la gente piensa
que son el único dinero real, el de toda la vida. Sí, han oído bien, la fábrica
del dinero público, como dijimos, es independiente de los gobiernos y poderes
democráticos. Es más, podría decirse que un banquero central tiene
infinitamente más poder para influir sobre las condiciones de vida de la gente
que estos políticos tan majos que elegimos con la papeletina esa. Se acuerdan
de aquel slogan que coreaban en el 15-m, aquello de ‘lo llaman democracia y no
lo es’. Pues eso, toda la razón. Pero de lo que no es independiente el banco
central en absoluto es de la banca privada. Sin ir más lejos, el jefe de la
fábrica de euros, Mister Dragui, era anteriormente un alto ejecutivo de Goldman
Sachs, uno de los amos del casino financiero mundial. Podría decirse pues que
los bancos centrales son los organismos públicos que sostienen a los bancos
privados para que puedan seguir con su producción masiva de deuda y mantener al
capitalismo con respiración asistida tratando de ralentizar su decadencia. La
institución que les ayuda cuando vienen mal dadas y todo el castillo de naipes
se derrumba. Sólo les quiero mostrar un botón de muestra de esa función de
salvadora del negocio bancario y las finanzas globales que tiene la banca
central. Se trata de una cosa muy extraña, aparentemente supertécnica, llamada
‘flexibilización cuantitativa’,
también conocida como QE, que es la política estrella que ha seguido toda la
banca central del mundo rico después de la crisis de 2008. No les voy a abrumar
con tecnicismos como hacen los manipuladores de la música celestial. Se lo voy
a decir bien clarito: se trata del rescate más colosal de la banca privada y de
todo el sistema financiero mundial que han visto los tiempos. ¡Y qué viva la
libre empresa y la economía de mercado! Y también la prueba palmaria de que el
capitalismo está enfermo y ya no tiene capacidad para superar sus dificultades
y regenerarse por sus propios medios. ¿Quién se hizo cargo pues del salvamento
del sistema bancario mundial que colapsó hace diez años, enterrado bajo las
montañas de deuda impagable que él mismo había generado? Pues toda la banca
central mundial, empezando por la Reserva Federal, la dueña de la maquinita del
dólar -ya saben el billete verde, el símbolo del poder de la superpotencia
yanqui-. ¿Y cómo fue esto posible? Pues porque la Reserva Federal y nuestro
Banco Central Europeo fabrican el dinero de verdad, el único que no es deuda, y
se lo pueden dar –prestar dicen ellos- a los bancos privados a cambio de las
toneladas de préstamos basura que habían generado antes de la crisis financiera
global. Y lo fabrican también de la nada pero nunca pueden quebrar porque su
negocio no es la deuda ni las apuestas del casino financiero y siempre pueden
fabricar todo el que quieran porque todo el mundo está obligado a aceptarlo y
es con el que pagamos impuestos al Estado. ¿Pero se acuerdan de que les dije
que había que tener cuidado con imprimir demasiado dinero, que eso puede provocar
inflación, el peor de los males? Bueno, pues cuando se trata de salvar a sus
colegas los bancos privados, el banco central no tiene ningún problema con
inundar los circuitos de dinero y la inflación ni está ni se la espera. Y saben
qué excusa ponen los de la música celestial para justificar esta violación
flagrante de las reglas del libre mercado, pues que los grandes bancos son
entidades sistémicas, así las llaman, y no se les puede dejar quebrar porque
pondrían patas arriba toda la economía mundial además de hacer desaparecer todo
el dinero electrónico virtual que tienen allí metido los benditos emprendedores
y el pueblo llano. Y eso de que se esfume el dinerito ya no les hace mucha
gracia tampoco a ustedes, verdad. Así que hay que poner los medios que sean
necesarios para salvar a los angelitos que si no nos arrastran a todos tras
ellos y la cosa se pondría realmente fea.
Y dirán ustedes también, pensando un poquito más sobre el aparentemente
milagroso remedio, ¿realmente puede el todopoderoso banco central restablecer
la salud de la economía él solito atiborrando de dinero los canales financieros
para rescatar al sistema bancario global? No habíamos quedado en que la función
principal del dinero es facilitar la extracción de riqueza del trabajo humano.
¿Pero un momento, quizás se lo dan a los bancos para que estos presten a los
benditos emprendedores y así se pueda reiniciar el círculo virtuoso de
producción y creación de empleo? Pues la verdad es que no, lamento decirles que
eso no ha ocurrido. En realidad, al banco central le importa un bledo si luego
los bancos cogen su dinero y se lo dan a las empresas y a los ciudadanos. Y si
no díganme si alguien se cree el cuento ese de que hemos salido de la crisis.
Veamos, después de una década de encarnizamiento de las medidas neoliberales de
recortes sociales y de austeridad, la desigualdad social está en niveles record
en todo el mundo, el desempleo sigue en valores elevados, los precios de la
vivienda vuelven a ser prohibitivos y los niveles de deuda estratósfericos que
provocaron la crisis encima se han duplicado. Entonces, ¿para qué ha servido la
Qe? No se lo van a creer. Únicamente para restablecer y sanear los balances de
la banca y del casino financiero e inflar nuevas y colosales burbujas financieras
e inmobiliarias. Ya lo dijo Mister Draghi, alias ‘cara de cemento’, en una
famosa declaración: “haré todo lo que haga falta para salvar el euro”. Es
decir, se lo traduzco para que lo entendamos todos, para salvar el negocio de
la banca y punto. La verdad es que los magos de la fábrica de papelitos de
colores no pueden arreglar la maquinaria averiada del capitalismo. Ellos sólo
trabajan para que la música, cada vez más bajito, siga sonando en la fiesta de
los amos del dinero moderno. Vayamos por último de nuevo un poco al fondo del
asunto. ¿Por qué tiene que haber un banco central independiente del poder
público democrático? O dicho de una manera más directa, ¿cómo podemos hablar de
democracia cuando el elemento central de la vida social está en manos de un poder
independiente y ajeno a cualquier control mínimamente democrático? Recordemos
que el banco central tiene prohibido terminantemente, prestar al gobierno para
financiar el gasto público. Así los gobiernos tienen que endeudarse con la
banca privada, que supone en España más de 30000 millones de euros anuales,
mucho más de lo que se gasta el gobierno en pagar a los parados o en servicios
sociales. Que salen, por cierto, de los bolsillos de todos nosotros aunque de
eso no se habla mucho tampoco. Así pues, repitámoslo una vez más: todo el
tinglado del dinero moderno, dirigido por la gran banca privada y central, sólo
logra estirar a duras penas la supervivencia de un organismo decadente llamado
capitalismo, dopándolo con inyecciones cada vez más grandes de deuda y dinero
ficticio. Y para lograrlo tiene que destruir los últimos restos que quedaban de
democracia y de capacidad de los poderes públicos de desarrollar políticas
redistributivas que mejoren las condiciones de vida de la gente.
Bueno, tomémonos un respiro. Ya sé que el panorama parece bastante
desolador así que, adelantándome a sus probables y justificados reproches,
vamos a pasar a analizar algunas propuestas constructivas de los
bienintencionados reformadores monetarios que creen firmemente que se puede
arreglar la maquinaria averiada del capitalismo. Yo les llamo curanderos
monetarios, ya verán por qué.
Verdad número 4: Cambiar solamente la fábrica de dinero no sirve
para nada: les presento a los curanderos monetarios
Hay algunos herejes de la religión de la música celestial que proponen
reformas de la maquinaria de fabricar dinero a ver si así se corrige el rumbo
degenerativo del capitalismo. ¿Y qué medidas habría que tomar para arreglar la
gripada maquinaria? Empecemos por los curanderos del dinero seguro. Verán qué
receta mágica más maravillosa proponen: “Hay que sacar el dinero de la gente de
los bancos, así se acabarán las crisis financieras y los costosísimos rescates
con dinero público”. No, no se asusten, no se trata de que vayan mañana a sacar
la pasta y la metan en el cajón, como propuso el inefable Eric Cantona, un exfutbolista francés que se
descolgó un día diciendo que estaba un poco harto de tanta manifestación con
pancartas y buen rollo y que había que tomar medidas que hicieran realmente
daño al sistema. Como retirar el dinero de los bancos sin ir más lejos. Pero no
es eso lo que dicen nuestros curanderos. Ellos lo que dicen es que hay que
separar el dinero de la deuda para que los bancos no pongan en peligro los
ahorros del sufrido ciudadano con sus préstamos y apuestas especulativas. ¿Y dónde
estaría el dinero entonces? Pues lo tendríamos a buen recaudo en una cuenta
digital en el banco central, ese gran amigo del pueblo llano. ¿Quién se puede
resistir a esta mágica receta? ¿Y qué harían los bancos entonces? Pues muy
sencillo. Se dedicarían únicamente a prestar el dinero de los ahorradores a los
benditos emprendedores, precisamente lo que dice la música celestial. Se les
acabó el chollo a los angelitos de crear el dinero de la nada. Nuestro querido Mafo, gobernador nada
menos que del Banco de España de 2006 a 2012, los años más duros de la crisis
inmobiliaria, se ha subido ahora al carro de los curanderos: “Si tuviéramos un
sistema de ‘dinero seguro’ no habría crisis financieras” decía el arrepentido
sobre la irresistible panacea.
¿Y qué más dicen nuestros amigos del dinero seguro? Su medida estrella se llama QE para la gente –recuerdan el helicóptero de mister Friedman soltando paquetes llenos de billetes, pues algo parecido- y consistiría en que el banco central apunte su manguera de creación de dinero a las cuentas de los ciudadanos que así tendrían un ingreso extra nada desdeñable por la patilla. ¿No les parece maravilloso? Sólo hay un pequeño inconveniente. Aquello que dice el dicho popular: átame esa mosca por el rabo. Porque precisamente el capitalismo este zombi de nuestros pesares se sostiene con la creación del puro aire de dinero deuda por la banca privada con la inestimable ayuda de la banca central independiente. ¿Alguien piensa que ambos renunciarían graciosamente a este privilegio? Sería como sustituir, para que me entiendan, como propulsor de la acumulación de capital, un reactor de aviación por una bicicleta eléctrica. Como ven la propuesta de nuestros curanderos rezuma realismo por los cuatro costados. En un referéndum reciente en Suiza sobre la propuesta de dinero seguro fuera de los bancos, los precavidos helvéticos prefirieron mantener las cosas como están y dejarse de experimentos, no fuera a ser peor el remedio que la enfermedad.
¿Y qué más dicen nuestros amigos del dinero seguro? Su medida estrella se llama QE para la gente –recuerdan el helicóptero de mister Friedman soltando paquetes llenos de billetes, pues algo parecido- y consistiría en que el banco central apunte su manguera de creación de dinero a las cuentas de los ciudadanos que así tendrían un ingreso extra nada desdeñable por la patilla. ¿No les parece maravilloso? Sólo hay un pequeño inconveniente. Aquello que dice el dicho popular: átame esa mosca por el rabo. Porque precisamente el capitalismo este zombi de nuestros pesares se sostiene con la creación del puro aire de dinero deuda por la banca privada con la inestimable ayuda de la banca central independiente. ¿Alguien piensa que ambos renunciarían graciosamente a este privilegio? Sería como sustituir, para que me entiendan, como propulsor de la acumulación de capital, un reactor de aviación por una bicicleta eléctrica. Como ven la propuesta de nuestros curanderos rezuma realismo por los cuatro costados. En un referéndum reciente en Suiza sobre la propuesta de dinero seguro fuera de los bancos, los precavidos helvéticos prefirieron mantener las cosas como están y dejarse de experimentos, no fuera a ser peor el remedio que la enfermedad.
Pero no se preocupen, tenemos más curanderos, como se dice en esta
tierra, los hay a esgaya, incluyendo a los devotos del bitcoin y los
nostálgicos del patrón-oro.
Curanderos del dinero soberano y del trabajo garantizado: la teoría
monetaria moderna.
¿Qué les parecería a ustedes una economía con pleno empleo y salarios
dignos para todos? ¿Quién podría resistirse al atractivo de una metamorfosis
tan maravillosa del despiadado capitalismo realmente existente? ¿Y cómo hacemos
ésto? Pues ya verán qué sencillo. Una nación con dinero soberano, es decir, con
un banco central propio, puede garantizar el pleno empleo. Se trataría, simple
y llanamente, de poner al banco central al servicio del estado para financiar
actividades productivas y crear empleo garantizado y universal. Para eso habría
que cerrar el chiringuito del euro y el banco ese de Frankfurt pero eso son
minucias para los apóstoles de la teoría monetaria moderna, que así se llaman
estos curanderos. Randall Wray, uno de ellos, lo
dice muy clarito: “El gobierno soberano es el monopolio proveedor de su moneda.
Como tal, tiene una capacidad ilimitada de pagar por las cosas que desea
comprar y cumplir los pagos futuros prometidos”.
Sí, lo han oído bien. Adiós a los recortes de servicios públicos y gasto
social, adiós a las brutales dimensiones de la desigualdad y a la crueldad de
las políticas de austeridad. ¿Y el pleno empleo? ¿No resulta irresistible una
propuesta que garantizaría el trabajo para cualquier ciudadano dispuesto y
laborioso en una sociedad arrasada por el desempleo y la precariedad? ¿Y qué
hacemos con los bancos privados, esos angelitos? Aquí se diferencian de sus
colegas, los curanderos del dinero seguro, porque les dejarían seguir creando
dinero deuda y funcionando más o menos como hasta ahora. Salvo un pequeño
detalle: habría que obligarles a portarse bien, a financiar actividades
productivas y no especulativas como hacen ahora. Todo chupado, ¿no les parece?
Ni que decir tiene que todos los grupos progresistas, que seguro que están aquí
nutridamente representados -IU, Podemos, Attac y lo más granado de la izquierda
progre internacional, Varoufakis, Corbyn y Sanders- apoyan entusiasmados la
propuesta de la TMM. ¿Bien pensado, cómo negarse verdad? Bien, y entonces,
¿dónde está de nuevo el problema? Pues que los curanderos se olvidan de que el
capitalismo realmente existente no quiere portarse bien, que no se enrolla
vamos. Como dice Michel Husson, un economista
honesto que no se anda con fantasías y castillos en el aire, el problema de los
curanderos y de todo el reformismo en general es que ignoran cuestiones tan
elementales como que al capitalismo no le gusta funcionar a medio gas ni el
Estado ha sido nunca una institución neutral que se pueda poner al servicio de
los intereses generales de la población: “La fórmula de los reformistas
monetarios es que la salida de la crisis implicaría que el capitalismo acepta
funcionar con una tasa de beneficio menos elevada y que la finanza privilegia
las inversiones útiles y no especulativas. Lo que es al mismo tiempo cierto
pero incompatible con el fundamento mismo del capitalismo”. Es decir, que si
reducimos el papel de las finanzas depredadoras, encaminándolas a inversiones
productivas y alejándolas de la especulación y además olvidamos el papel
disciplinador del desempleo para controlar los salarios y aumentar el beneficio
pues estamos ignorando el leit motiv del capitalismo. Como dice, un poco
cruelmente eso sí, otro economista honesto, Rolando Astarita: “La realidad
es que los males del capitalismo –las crisis, la desocupación y la miseria- no
se arreglan imprimiendo papelitos, o imaginando absurdas ingenierías
bancarias”.
He aquí pues la gran pregunta: ¿es posible poner la fábrica de dinero al
servicio de un sistema económico que privilegie las inversiones productivas en
una economía saludable y sostenible? La respuesta afirmativa de los curanderos
implica, por desgracia, desconocer la naturaleza de la bestia. Así pues pueden
adivinar la respuesta ante la otra pregunta crucial, ¿permitiría la política
del capital alcanzar el pleno empleo y una radical redistribución de la riqueza
mediante ingenierías financieras como defienden los reformistas monetarios?
¿Alguien en su sano juicio puede creer semejante cosa?
Verdad número 5: El capitalismo es irreformable. Les presento al
fascismo financiero.
Muy bien, dirán ustedes con razón, parecen críticas convincentes pero
entonces, ¿qué propone usted? ¿Nos va a dejar con el mal sabor de boca de la
falta de paliativos o de posibilidades de arreglo de este desastre que nos
acaba de describir? Me temo pues que ha llegado el embarazoso momento de
ofrecer mis propuestas.
Déjenme hacer primero un par de observaciones sobre las consecuencias
político-sociales de todo lo anterior. Lo que he tratado de contarles lleva a
dos desagradables constataciones. En primer lugar: el capitalismo actual es
irreformable y la fábrica de dinero también, de hecho son una y la misma cosa.
Y, en segundo lugar, la lúgubre conclusión que se desprende de lo anterior es
que la democracia formal ha quedado completamente vaciada de contenido. Como
presenciamos actualmente, la tendencia en la política mundial ante la
impotencia del proyecto reformista de la izquierda light y la incapacidad de los
sistemas formalmente democráticos de desarrollar políticas que mejoren las
condiciones de vida de la gente, es hacia el populismo pseudofascista de la
guerra entre pobres. El peligro ideológico que se deriva de esta configuración
es que los Trump, Bolsonaro, Salvini y los fantoches mucho más cutres que
sufrimos en la piel de toro ofrecen soluciones demagógicas pero
seductoras–contra la inmigración, la inseguridad, la corrupción- que no mejoran
en absoluto las condiciones de vida de las clases populares pero dan una
protección aparente contra el abismo de precariedad y desigualdad provocado por
la degeneración del sistema. Se trata de la vieja salida del gran capital –ya
probada con éxito en los años 30- para evitar que el empobrecimiento de las
clases trabajadoras ponga en peligro la domesticación social necesaria para
garantizar la buena marcha de los negocios. Si estos cantos de sirena de la
extrema derecha consiguen captar la atención del precariado y de las
masas crecientes de trabajadores empobrecidos, como parece que ya está
ocurriendo en todo el mundo, nos esperan tiempos muy oscuros. Esta peligrosa
deriva socio-política es una consecuencia directa de lo que podríamos denominar
fascismo financiero, caracterizado por la hegemonía de las finanzas globales y
la fábrica de dinero de la banca central y privada por encima de cualquier poder
democrático institucional. Un sociólogo honesto, Dos Santos lo explica muy clarito y tengo que
decirles que coincido bastante con su lúgubre diagnóstico: “Hasta ahora,
políticamente, las sociedades son formalmente democráticas. Hay libertad de
expresión, relativa pero existe. Hay elecciones libres, por así decirlo, aun
con toda la manipulación. Pero los asuntos de los que depende la vida de la
gente están cada vez más sustraídos al juego democrático. El mejor ejemplo es
el fascismo financiero. El fascismo financiero tiene una característica
especial: permite salir del juego democrático para tener más poder sobre el
mismo. Esa es la perversidad del fascismo financiero”. Todo el entramado que
hemos descrito de extracción masiva de riqueza social –y ni siquiera hemos
mencionado los paraísos fiscales, pozo sin fondo de los flujos de dinero
sustraídos del control público, con un crecimiento astronómico en las últimas
décadas- se basa en la dictadura de las finanzas globales para condicionar
decisivamente los aspectos de los que depende la vida de la gente por encima de
cualquier control mínimamente democrático. Y, como demuestra la terrible
historia del siglo XX, este fracaso de la democracia es la antesala del
fascismo.
Contra esta amputación de la soberanía política de los pueblos llevada a
cabo con éxito por el capitalismo financiarizado el reformismo es totalmente
impotente al haber sido cercenadas las herramientas fiscales y monetarias que
permitían hacer políticas redistributivas que limitaran el poder del capital.
Por tanto, no queda más remedio que cortar por lo sano. Ninguna solución
será realmente eficaz si no corta de raíz la base del poder del fascismo
financiero: la fábrica de dinero en manos privadas como motor de la decadente
acumulación de capital. Hay que ponerse pues de nuevo radicales y recuperar las
viejas proclamas de la izquierda revolucionaria: nacionalizar o socializar la
banca, privada y central y recuperar así el control público y democrático de la
fábrica de dinero como paso imprescindible para una transformación de auténtico
calado. No se crean que es una locura sin sentido, tiene precedentes: uno de
los primeros decretos de la revolución rusa fue la nacionalización de la banca.
Y así, dicho sea de paso, el dinero cumpliría finalmente la función de
lubricante de los intercambios que le asigna la música celestial y serviría
únicamente para facilitar las cosas que podríamos hacer también sin él y no
como herramienta de poder al servicio del interés privado. Me adelanto a sus
probables reproches: obviamente, no se trata de una propuesta realista pero, a
diferencia de las recetas de los curanderos, va a la raíz del problema y
muestra que solamente las transformaciones radicales pueden combatir realmente
la degeneración acelerada del capitalismo y el peligro fascista que conlleva.
Aunque esta degradación progresiva, como expresa brillantemente el filósofo
Alba Rico, quizás sea por
desgracia la opción más probable: “Un sistema que, cuando no tiene problemas,
excluye de una vida digna a la mitad del planeta y que soluciona los que tiene
amenazando a la otra mitad, funciona sin duda perfectamente, grandiosamente,
con recursos y fuerzas sin precedentes, pero se parece más a un virus que a una
sociedad. Puede preocuparnos que el virus tenga problemas para reproducirse o
podemos pensar, más bien, que el virus es precisamente nuestro problema.
El problema no es la crisis del capitalismo, no, sino el capitalismo mismo. Y
el problema es que esta crisis reveladora, potencialmente aprovechable para la
emancipación, alcanza a una población sin conciencia y a una izquierda sin una
alternativa elaborada. En un mundo con muchas armas y pocas ideas, la barbarie
se ofrece mucho más verosímil que el socialismo”.
No crean que sólo les voy a rememorar sonoras y utópicas proclamas
revolucionarias. Les puedo también proponer humildemente un poco de acción
directa con un consejo práctico y cotidiano, al alcance de todos, para poner al
menos un granito de arena en la lucha contra el fascismo financiero. ¿Se acuerdan
de la propuesta de Cantona de sacar la pasta del banco y meterla en un cajón?
Pues bien, les haré una confesión personal: yo la apliqué al pie de la letra.
No tengo cuenta corriente ni ningún producto bancario. Se lo recomiendo, se
vive mucho más tranquilo y se ahorra uno ir por la vida con la nariz tapada por
tener tratos con esas honorables instituciones. Si las personas de bien
minimizáramos los tratos con la banca, se abriría quizás una grieta en su poder
omnímodo y se reduciría su enorme capacidad para controlar las condiciones de
vida de la gente. Y, aunque no lo parezca, les aseguro que el dinero debajo del
colchón es mucho más seguro y no tiene los riesgos del electrónico y los
plásticos esos que suponen un negocio extraordinario a los amos del dinero.
Tampoco hay que hacerse muchas ilusiones. No les voy a ocultar que lo anterior
no deja de ser un remedo sumamente imperfecto de lo que en realidad debería ser
el objetivo final: una sociedad humana sin dinero en la que se cumpla la máxima
del muy honesto y pobre Carlos Marx: “a cada uno según sus necesidades y de
cada cual según sus capacidades”. Y ojo, ante la reiterada objeción de que tal
propuesta parece más propia de un marciano que de alguien que conozca la cruda
realidad de nuestras mercantilizadas sociedades contestaría que –aunque no nos
las muestren las plataformas mediáticas de los esbirros del capital- también
existen islas de humanidad dentro de la deshumanización capitalista. Les pongo
un ejemplo: las comunidades zapatistas del sureste mejicano –ya saben, el
legendario subcomandante Marcos y sus compañeros guerrilleros con
pasamontañas-. Según cuenta un historiador, autor de un libro de título tan
inspirador como ‘Adiós al capitalismo’: “En los comunicados zapatistas, resulta
omnipresente la crítica del mundo del dinero y el culto que se le rinde
al Dios Dinero en el reino del capital. Durante una de las sesiones de la Escuelita
zapatista, una maestra se paró en medio de su explicación y presentó
dos bolsas, una con monedas, otra con maíz. La conclusión de la lección fue que
el maíz es vida y el dinero muerte”. Magnífica conclusión también para mí. Así
pues, por muy utópicas que parezcan tales iniciativas son realmente las únicas
que pueden aspirar a detener la degradación acelerada de la sociedad humana
bajo la égida del capital. En caso contrario, poco más nos queda que seguir
engañándonos con falsas esperanzas de microrreformas de curanderos o esperar
sentados el próximo colapso financiero global que acelerará la progresiva
degeneración del sistema en su acelerado camino hacia la barbarie. Voy a
terminar. Sé que quedan muchos temas en el tintero que quizás puedan surgir en
las preguntas posteriores: no les he hablado de la ruina del euro ni del enorme
privilegio del dólar ni del rescate de la banca española con dinero público ni
de otras muchas cuestiones que seguramente a ustedes les interesarán más que lo
que les he contado pero ya se sabe aquello que se dice sobre el que quiere
abarcar mucho. Les dejo con una última reflexión de otro economista honesto que sirve como réplica final a todos
aquellos que piensan que todos estos rollos son superfluos y teóricos y que no
tienen nada que ver con las cosas de las que depende nuestra dura subsistencia
cotidiana: “Lo importante es que estos procesos afectan diariamente a la gente;
aumenta la tasa de explotación laboral, las jornadas de trabajo, los recortes
en la seguridad social, en la asistencia médica y en la educación; y todo ello
se debe a que la parte más importante de la remuneración de los capitales, en
el casino global, es fruto del trabajo humano
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