El Viejo
Topo
06-02-2019
Hasta su
despido de La Vanguardia, Rafael Poch de Feliu (Barcelona, 1956) fue
veinte años corresponsal de ese diario en Moscú (1988-2002) y Pekín
(2002-2008), nueve en Berlín y en la Europa del Este, antes y después de la
apertura del Muro, y tres en París (2014-2017). Ha sido también corresponsal de
Die Tageszeitung en España, colaborador de Le Monde Diplomatique
y de la revista Du Shu de Pekín. Entre sus libros cabe destacar: Tres
preguntas sobre Rusia (Icaria, 2000), La gran transición (Crítica,
2003), La actualidad de China (Crítica, 2009) y La quinta Alemania
(junto a Àngel Ferrero y Carmela Negrete, Icaria, 2013). Mantiene actualmente
un blog semanal: https://rafaelpoch.com/
Nos centramos en la conversación en su último
libro, publicado por Akal (Madrid, 2018, 159 páginas) en la colección “A
fondo”.
* * *
Recuerdo el título y subtítulo de su último libro: Entender
la Rusia de Putin. De la humillación al restablecimiento. ¿No personaliza
en demasía al hablar de la Rusia de Putin? ¿Es tan esencial su figura en
la Rusia actual?
Seguramente. El título es “periodístico”, es decir
una concesión al amplio consumo y a la “actualidad”. No creo que la
personalidad de Putin tenga demasiada trascendencia para “entender” Rusia y de
hecho el libro no habla de Putin. El subtítulo va más al grano.
Sobre el subtítulo: “De la humillación al
restablecimiento”. Le preguntaré luego por la humillación, pero, ¿a qué refiere
el término de “restablecimiento”?
Se trata del restablecimiento del Estado ruso y de
cierta recuperación de su potencia y proyección internacional independiente,
después de una época de desmadre, los años noventa, en la que de lo que se
trataba era de llenarse los bolsillos. Me refiero, claro, a los que mandan en
el país. Entonces el Estado y su potencia independiente en el mundo eran un
estorbo para aquel saqueo. Ahora lo han compatibilizado, podríamos decir...
Explico a los lectores la estructura de su libro:
una presentación de Pascual Serrano, el director de la colección de “A fondo”,
su prólogo y tres capítulos con una bibliografía sucinta al final de cada uno
de ellos: I. Raíces de la autocracia. II. ¿Por qué se disolvió la URSS? III. La
Rusia postsoviética en el mundo de hoy. Sin notas a pie de página lo que
facilita mucho la lectura.
Señala en el prólogo que su libro rompe con la
sesgada y belicista imagen que se suele dar de la Rusia actual, y que es la
genuina obra de un Putinversteher, usted, un heredero de la Ilustración . ¿Y qué es un
Putinversteher? ¿Un simpatizante de la línea política del presidente ruso?
No. “Putinversteher” (literalmente,
“el que comprende a Putin”) es el concepto acuñado por el sector más retrogrado
y agresivo del establishment alemán para obviar una discusión seria sobre
Rusia. Quien la intente es acusado de ser “comprensivo”, léase cómplice, con
una figura demonizada, lo que corta el intento. Eso ocurre hoy en todo el mundo
occidental, con mayor o menor intensidad: no quieren hablar sobre Rusia, solo
demonizarla. Y el problema es que el mundo no se comprende con simplezas
maniqueas que, por otra parte, encubren intereses de fondo más inconfesables.
Comenta también en este prólogo que en el entorno
de Rusia, como en el de China, se han creado nuevos y peligrosos focos de
tensión militar. ¿Y no existen peligrosos focos de tensión militar creados por
Rusia en su acción exterior? Algunos comentaristas citan, a título de ejemplo,
su anexión de Crimea, su apoyo a los rebeldes del Este de Ucrania y su decisiva
intervención en Siria, apoyando al régimen del dictador (algunos añaden
criminal) Bashar al-Ásad.
Empecemos por Bashar. No discutiré su condición
criminal, pero el asunto es que ese no es su único título. Su título más
significativo es otro: su condición de gobernante de un régimen independiente
de Occidente en Oriente Medio. Concretamente el último del mundo árabe. Se le
señala como criminal y dictador precisamente por eso. No se trata de sus
fechorías, perfectamente perdonables cuando las cometen otros criminales o
dictadores de la región correctamente alineados. Respecto a Rusia, sin duda
comete fechorías y crea “peligrosos focos de tensión” en Ucrania y en Siria. En
Siria su principal fechoría ha sido ayudar a un régimen hostil a la benevolente
acción occidental cuya política de cambio de régimen en la región ha provocado
unos cuatro millones de muertos en el arco que va de Afganistán a Libia,
pasando por Somalia, y Yemen, según la contabilidad de Nicolas J.S. Davies. En
el caso de Siria se ha impedido ese cambio de régimen que debía ser sustituido
por algo peor a Bashar, tal como ocurrió en Libia, Irak, etc. Una verdadera
fechoría. Y en el caso de Ucrania, lo que se presenta como agresión
expansionista ha sido más bien un reacción paliativa-defensiva ante una
derrota. Rusia ha recuperado Crimea y violado la integridad territorial de
Ucrania, sí, pero la situación tiene ciertas consideraciones. Primera, lo ha
hecho con el beneplácito del 80% de su población. Segunda, Crimea no está en
Asia Oriental ni en Oriente Medio sino que forma parte de la Rusia histórica
desde el siglo XVIII. Y tercero, esa anexión/violación, ha tenido lugar después
de que en Ucrania se escenificara una operación de cambio de régimen occidental
con el apoyo de la mitad de la población, cuyo resultado ha sido que Rusia ha
perdido Ucrania donde viven más de ocho millones de rusos, la mayor diáspora rusa
del mundo. Con el cambio de régimen en Kiev, que fue mucho más contra Rusia que
contra la corrupción, como demuestra el actual gobierno ucraniano igualmente
corrupto que el anterior con la diferencia de su alineamiento con la OTAN, esa
población rusa habría salido perdiendo, lo que explica la reacción que se
produjo en el Este del país con las proclamadas repúblicas que, naturalmente,
Rusia ha apoyado militarmente. Y una última consideración: Gorbachov perdió el
bloque del Este en nombre de la libertad y la democratización y Yeltsin
disolvió la URSS para echar a Gorbachov y en nombre del capitalismo. ¿Qué
habría pasado si después de eso Putin, que gobierna sobre el nacionalismo ruso
y la imagen de potencia recuperada, hubiera perdido, sin más, Ucrania? ¿Qué
habrían pensado los rusos? Ganar Crimea a cambio de Ucrania ha sido una
pérdida, sin duda, pero con ella Putin ha salvado la cara. Tras estas
consideraciones podemos discutir sobre los “nuevos y peligrosos focos de
tensión creados por Putin” y llegar a diferentes conclusiones, pero, cuidado:
por el mero hecho de hacerlo ya caemos en la sospechosa categoría del
“Putinversteher”.
Califica el sistema político ruso como un
capitalismo burocrático basado en el acuerdo entre la burocracia y el capital
privado. Pero, ¿qué hay de especial en ese capitalismo? ¿No ocurre esa alianza
a la que alude en muchos otros países capitalistas?
Lo especial de ese capitalismo es que es ruso, y
eso significa un estatismo exacerbado y toda una serie de marcos históricos a
los que dedico el primer capítulo. En la tradición secular rusa el capital
privado, y la sociedad en general, está mucho más amarrado al Estado y sometido
a él que en Occidente. En eso la alianza que defino es diferente. En Occidente
podemos poner otros adjetivos al capitalismo, pero seguramente el de
“burocrático” no figurará entre los primeros.
No simpatiza mucho con un concepto muy presente en
las ciencias políticas: totalitarismo. Habla de abuso en su uso e incluso de
“inútil concepto”. ¿Puede resumirnos sus críticas? No es necesario recordar que
dos de los grandes filósofos-pensadores del siglo XX fueron muy partidarios de
él. Me estoy refiriendo a Hanna Arendt y al
físico-filósofo-corresponsal-de-Einstein-asesor de Miss Thatcher Sir Karl
Popper.
Bueno, no voy a iniciar una discusión con Hanna
Arendt, ¿verdad?, pero constato que el concepto no aporta gran cosa a la
historia del régimen estalinista que es perfectamente comprensible e
identificable como capítulo moderno de la historia secular de la autocracia
rusa en el siglo del carbón y el acero. Ahí me remito a la obra de Moshe Lewin,
por citar a un maestro traducido a lenguas occidentales, y a la de otros
autores rusos poco o no traducidos que no necesitan esa u otras categorías
huecas como la de “homo soviéticus” -sobre la que vuelve ahora la premio Nobel
Svetlana Aleksievich- para explicar aquella URSS. En cambio, el concepto de
“totalitarismo” sí que aporta, y mucho, al arsenal ideológico de la guerra
fría, al trazar un signo de igualdad entre nazismo y comunismo. Seguramente por
eso Hanna Arendt ha sido tan popular entre los cruzados de la guerra fría, a
diferencia de Primo Levy que formula muy bien las diferencias fundamentales
entre ambos. Naturalmente el uso que se haya hecho del libro de Arenndt no es
responsabilidad de la autora.
Comenta usted al final de su prólogo que el libro
es una especie de postdata, son sus palabras, al que escribió hace quince años
sobre el fin de la URSS, La gran transición , que no es el libro de un
periodista que haya pisado el terreno fresco que describe, que es lo que le
gusta, sino de un “observador distanciado que no ha visitado el país desde hace
diez años”. Añade que se ha decidido a practicarlo, a pesar de su incomodidad,
“a la vista de la pobreza y el bajo nivel de lo que se publica actualmente en
Rusia, país que no se entiende sin situarlo en el marco mundial del que forma
parte”. ¿Por qué ese bajo nivel? ¿Por la complejidad del tema? ¿Por nuestra
ceguera occidentalista? ¿Por el ánimo de confundir y manipular? ¿Piensa en
España, en Europa, en el mundo?
Pienso en general, pero también en España. El 90%
de la producción anglosajona sobre Rusia y China, trátese de publicística,
academia o labor de “expertos”, es muy poco independiente. Y esa es la fuente
en la que beben nuestros editores y periodistas en España. Dentro de ellos hay
un sector que son verdaderos pajes y asistentes a sueldo de la OTAN y sus
Ong’s. Tenemos periodistas que han participado en campañas directamente pagadas
y orquestadas por los gobiernos atlantistas y expertos que, por ejemplo, han
cobrado de George Soros por confeccionar listas de periodistas “pro rusos”
durante la crisis de Ucrania. Esto son cosas sabidas y publicadas, pero,
naturalmente hay mucho más en la sombra. Luego está lo más corriente y
mayoritario, lo que se llama el “mainstream”, la corriente en la que están las
empresas (editoriales, mediáticas, organizaciones no gubernamentales...) a la
que mucha gente de buena fe sin criterio, se adapta y se deja llevar por
conformismo. Este aspecto que yo llamo “de rebaño” (la “verdad” acaba siendo lo
que dice y repite todo el mundo) es mucho más común y corriente que el
minoritario de los “militantes comprometidos” a sueldo o no. Luego está quienes
focalizan todo a partir de los “derechos humanos”, un concepto naturalmente
entrecomillado que forma parte del problema: debidamente focalizada, la
política (gringa) de derechos humanos convierte a Cuba en el principal problema
de derechos humanos en América Latina y a Rusia y a China, o a cualquier nación
con políticas independientes o adversas a la de Occidente, en los principales
transgresores y objetos de condena. En esas listas de fechorías, muy raramente
figuran las potencias occidentales, precisamente porque son ellas las que
definen esa “política de derechos humanos”, genuina perversión del concepto
universal… Ha sido este contexto el que me ha hecho abordar el tema, pese a la
enormidad de no haber pisado Rusia en los últimos diez años, algo que,
naturalmente no es una ventaja sino un claro inconveniente. Pero me pareció que
simplemente situando la Rusia de hoy en la realidad de la actualidad mundial,
ya se explican muchas cosas esenciales sobre el comportamiento de ese país. Y
respecto a sus relaciones internas: sus instituciones y relaciones se establecieron
en los años noventa, así que lo que tenemos hoy no es más que su lógico y duro
desarrollo.
Tomemos un descanso si le parece.
De acuerdo.
Fuente: El Viejo Topo, n.º 372, enero de
2019, pp. 54-61.
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