25/03/2019
Un militar retirado, el general de Brigada de
Estados Unidos (r), Anthony J. Tata, afirmó recientemente que el gobierno de
los Estados Unidos considera las más diversas formas de acción para acabar con
la Venezuela Bolivariana. Una de ella, dijo, es una bala en la frente del
Presidente Nicolás Maduro Moros.
Es bueno tener presente que los generales
norteamericanos de hoy, fueron los vaqueros del oeste en los años pasados,
cuando, según la pluma ilustre de Jorge Luis Borges, asomaban las tierras de
Nueva Méjico y Arizona como “tierras con un ilustre fundamento de oro y de plata,
tierras vertiginosas y áreas, tierras de la meseta monumental y de los
delicados colores, tierras con blanco resplandor de esqueleto pelado por los
pájaros”. Eran, esos, los tiempos de Billy The Kid, el antepasado glorioso de
John Bolton, quien, como se recuerda, “debió a la justicia de los hombres hasta
veintiuna muertes, sin contar mejicanos”
Habría razones para creerle a este descendiente de
aquellos bandoleros del oeste de duros pistoletazos, por cuanto la
administración yanqui en nuestro tiempo, está especializada en la materia.
Intentó, en efecto, en más de 600 ocasiones acabar con la vida de Fidel Castro,
aunque nunca pudo concretar su objetivo. El mandatario cubano resultó
invulnerable a todos los ataques y agresiones y -como dicen algunos- sólo murió
“cuando le dio la gana”.
El asesinato político tiene historia, y numerosos
antecedentes. Pero en lo que se refiere a la administración yanqui, funciona
con distintos propósitos. Recordemos, por ejemplo, el caso de Abraham Lincoln,
que fuera asesinado en un teatro por John Wilkes Booth, un simpatizante de la
causa del sur. Quizá ese fue el inicio, pero nunca el fin en el camino de
sangre, digitado en esos predios- Muchas años más tarde, también John
Fizgarrald Kennedy, asesinado en Dallas en noviembre de 1963 como resultado de
un crimen que aún no sea esclarecido, y en el que una sola bala tuvo siete
destinos diferentes
Pero no en todos los casos, las víctimas fueron
Mandatarios de los Estados Unidos. El mundo recuerda otros crímenes también
abominables que fueron ejecutados por órdenes “superiores” nunca identificadas,
a través del FBI o estructuras similares o anteriores, que operaban a la sombra
del Mandón de Turno.
En USA aún se recuerda a Malcolm X, asesinado en
febrero de 1965 por su rechazo beligerante al racismo y la discriminación; a
Fred Hamptan, uno de los fundadores de las Black Phanter Party, asesinado en
Chicago en septiembre de 1969; y, cómo no, al Reverendo Martin Luther King,
destacadísima figura en la lucha por los Derechos Civiles y contra la
marginación de los negros, victimado el 4 de abril de 1968, en Menphis, Estado
de Tennesse.
Pero la mano asesina del Imperio llegó también más
lejos. Baste recordar las muertes sucesivas, en extraños accidentes aéreos, del
entonces Presidente Ecuatoriano Jaime Roldós; del líder panameño Omar Torrijos
el que arrancara el Canal al dominio norteamericano; y del militar peruano, el
general Rafael Hoyos Rubio. Los tres, perecieron entre mayo y junio de 1981 en
sorprendentes, y similares accidentes en los que cayera una nave aérea en la
que sobrevolaban en viajes de rutina.
A Augusto C. Sandino lo mataron por orden de la
embajada yanqui, en febrero de 1934. Jacobo Arbenz se salvó huyendo de
Guatemala veinte años después. Salvador Allende murió acribillado defendiendo
La Moneda durante un ataque artero financiado y dirigido por los Estados
Unidos. El general Juan José Torres fue volado en Buenos Aires, a inicio de los
años 70, casi de idéntica manera, y ambos casos en Argentina, que el militar
chileno Carios Prats, considerado adversario de Pinochet.
Pero estamos hablando solo de nuestro continente,
sin recordar a Mohamad Mosaddeq, el primer ministro democráticamente electo en
Irán, derrocado por nacionalizar el petróleo, y virtualmente muerto en prisión
en 1953; a Patrice Lumumba, el héroe africano, liberador del Congo, derribado
del Poder y asesinado en enero de 1961; a Abb–Al Karim Quasem , el coronel
baasista asesinado en febrero de 1963 luego de un cruento golpe de Estado
consumado contra su régimen en Bagdad; o más recientemente a Sadam Husein,
muerto en Irak; o a Muamar Kadafi, el hombre fuerte de Libia, asesinado en el
2011
Todos estos crímenes, y muchos otros más, bien
pueden adjudicarse al gobierno de los Estados Unidos, porque la mano asesina
provino de ahí, o fue financiada desde ahí. Y porque las acciones finales
fueron operadas por la Agencia Central de Inteligencia –la CIA- como quedó en
evidencia algunos años después, cuando se debió proceder a la desclasificación
de documentos, de acuerdo a las leyes vigentes en el país de Tomás Jefferson
Para los autores de estas muertes, un balazo en la
frente –de Maduro, o de Ortega, o de Evo. O de cualquiera que osare levantarse,
desde las cumbres del Poder contra el dominio yanqui- sería visto por la
“prensa grande” casi como el disparo accionado por Billy The Kid cuando derribó
Belisario Villagrán, de Chihuahua es decir, como un “incidente” en el marco de
la lucha de hoy “por la restitución de la democracia en el continente”.
La presencia de Bolsonaro en Washington, incluida
su visita a la CIA, es un síntoma de que, para el Imperio, la ruta del crimen
va en serio. No solo porque el mandatario brasileño está comprometido en el
asesinato de una valerosa joven vinculada a la defensa de las poblaciones
vulnerables –Marielle Franco-; sino porque éste lució una figura rastrera ante
Donald Trump. “Obediente y sumiso” dijo la “Prensa Grande”, Lacayuno y servil,
más bien, diríamos nosotros. El balazo en la frente, asoma como hoy como su más
categórico argumento político.
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