Antonio Rengifo Balarezo
Afortunadamente,
Don Joaquín no vivió en un mundo globalizado donde la autoridad fundamentalista
del mercado avasalla a las personas. Don
Joaquín (1897/1981) vivió en Huamanga, el ombligo del mundo, en la aldea
cósmica; sin embargo, fue feliz y murió longevo, rodeado de sus nietos.
¿Cómo
lo logró? Dispuso libremente de su tiempo, no sintió insatisfacción
permanentemente; razón por la cual, nunca tuvo vacaciones, ni las necesitó; por
lo mismo, tampoco se jubiló, trabajó toda su vida. En suma, no enajenó su
personalidad y elaboró cajones de San Marcos (llamados cajas de santero, o
retablos ayacuchanos), que han logrado trascender la época y el espacio en
donde eran funcionales.
En
Don Joaquín estaba unimismado el trabajo con el juego; y en su mismo espacio,
el taller con el hogar. La finalidad de
su “trabajo” no es la obtención de la ganancia, independientemente de cualquier
otra consideración, como lo es para el capitalista. O, dicho en palabras de
José Sabogal Wiesse: El artesano andino busca en primer lugar
agradar, convencer de su producto y de la bondad de su factura (…)[1]
Además,
como Don Joaquín no iba a ser feliz en su vida, si no trabajaba a presión, ni
ejecutaba un trabajo repetitivo, monótono, pues su trabajo no estaba dividido o
parcelado como el trabajo del obrero colocado ante una banda sin fin para el
montaje de un artefacto en una fábrica.[2]
Así es como tenía las condiciones para
desplegar la imaginación.
El
conocía las propiedades de la materia prima y realizaba todas las etapas del
proceso de elaboración hasta el acabado. Y por último, conocía al destinatario
de su obra. Sin embargo, el sistema de comercio moderno y agresivo lo llegó a
tentar; pero él se resistió, respondiendo: “no soy una fábrica”. Con la
globalización, los que tienen empleo, se cosifican; es decir, se robotizan y
trabajan bajo presión[3]. La
insatisfacción en el trabajo y no hallar alternativa conduce a la evasión
autodestructira, a la necesidad de aturdimiento. De ahí la música estridente y
monótona, el consumo de drogas, el alcoholismo, el erotismo exacerbado, etc.
Si
a Don Joaquín le hubieran encargado que haga diez cajones de San Marcos
igualitos, no lo aceptaría; sin embargo, especulemos. No hubiera calculado el
precio como la sumatoria de diez veces el precio unitario; ni mucho menos
hubiera aceptado una rebaja, según el criterio de economía de escala. Hubiera
fijado un precio justo, es decir, mucho más que la sumatoria del precio de las
diez obras; y no por ignorar la operación aritmética, sino por soportar el
aburrimiento de hacer diez obras repetidas. En este caso el trabajo deja de ser
un juego.
En
la actualidad ya no se pueden elaborar Cajones de San Marcos tal como los de
Don Joaquín, puesto que ya no existen las cuatro condiciones por él
consideradas: paciencia, tranquilidad,
honradez y curiosidad[4]. Paciencia,
el retablo no puede nacer apurado, tranquilidad, tanto mental como ambiental, estar libre de preocupaciones, y estar
concentrado en los motivos que va a hacer…; honradez, los retablos
tenían que ser hechos con materiales de
buena calidad y responder con sinceridad a todas las preguntas de los clientes
sobre su obra; y curiosidad, sentir
satisfacción y cariño al elaborar el retablo, e ingenio para darle el verdadero
valor artístico.
Tal
vez en la sociedad globalización en donde los hombres y especialmente las
autoridades orienten su conducta por los valores humanos, se volverán a
elaborar obras artísticas con el temple de las de Don Joaquín.
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Escrito: Lima, 25 de julio de 1997.
Publicado: guamangensis. Revista de la Universidad Nacional San
Cristóbal de Huamanga. Año III, No.
3. Ayacucho, noviembre de 1997.
[1] Los
objetos artesanales fuera de las manos del Alarife. Diario La
Prensa. Lima, 27 de julio de 1975.
[3] Trabajar
bajo presión es una de las condiciones que figura en algunas de las ofertas de
empleo que aparecen en los avisos del diario El Comercio.
[4] SABOGAL
WIESSE, José: Cuatro reglas para hacer un retablo. Diario Expreso. Lima, 8 de mayo de 1982.
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