19 Julio
2019
Este artículo fue publicado originalmente en Areo
y se reproduce con autorización.
El posmodernismo representa
una amenaza no solo para la democracia liberal, sino para la modernidad misma.
La frase puede parecer osada o incluso hiperbólica, pero la realidad es que el
cúmulo de ideas y valores al interior del posmodernismo ha saltado los
límites de la academia y adquirido gran importancia cultural en la sociedad
occidental. Los “síntomas” irracionales e identitarios del posmodernismo son
fáciles de distinguir y han sido ampliamente criticados, sin embargo, el ethos
que subyace a ellos no se comprende bien. Así sucede en parte porque los
posmodernos rara vez explican sus argumentos con claridad, y en parte como
consecuencia de las contradicciones e inconsistencias inherentes a un
pensamiento que niega la existencia de una realidad estable o de un
conocimiento confiable. Sin embargo, al interior del posmodernismo hay ideas
consistentes y comprenderlas es crucial si vamos a buscar contrarrestarlas. Son
la base de los problemas que vemos hoy con el activismo por la justicia social,
socavan la credibilidad de la izquierda y amenazan con llevarnos de vuelta a
una cultura irracional, tribal y “premoderna”.
El posmodernismo, en su
acepción más sencilla, es un movimiento artístico y filosófico que comenzó en
Francia en los años sesenta y produjo obras de arte desconcertantes y una
“teoría” aún más desconcertante. Echó mano del arte avant-garde y del
surrealismo y de ideas filosóficas de décadas anteriores, en particular de
Nietzsche y Heidegger, de quienes tomó su anti-realismo y su rechazo al
concepto del individuo unificado y coherente. Se opuso al humanismo liberal de
los movimientos modernistas en el arte y las ideas, el cual, según los
proponentes del posmodernismo, ingenuamente universalizaba una experiencia
occidental, clasemediera y de hombres blancos.
Bajo la misma acusación
rechazó la filosofía que valora la ética, la razón y la claridad. El
estructuralismo, un movimiento que (a menudo con exceso de confianza) intentó
analizar la cultura humana y la psicología según una serie de relaciones
estructurales consistentes, fue blanco de ataques. El marxismo, con su
comprensión de la sociedad a través de estructuras de clase y económicas, fue
considerado igualmente rígido y simplista. Por sobre todas las cosas, los
posmodernos atacaron a la ciencia y su objetivo de alcanzar el conocimiento
objetivo de una realidad que existe independiente de las percepciones humanas,
las cuales consideraban simplemente otra ideología construida y dominada por
los presupuestos occidentales y burgueses. Decididamente de izquierda, el
posmodernismo tuvo un ethos tanto nihilista como revolucionario que
resonó con el zeitgeist de posguerra y post-imperio en Occidente.
Conforme el posmodernismo se desarrolló y diversificó, su fase deconstructiva,
inicialmente más intensa, se volvió algo secundario (pero aún fundamental) para
su fase revolucionaria de “políticas identitarias”.
Un punto de discusión ha sido
si el posmodernismo surge en reacción contra la modernidad. La era moderna es
un periodo de la historia que vio el auge del humanismo renacentista, la
ilustración, la revolución científica y el desarrollo de los valores liberales
y los derechos humanos; un periodo en el que las sociedades occidentales poco a
poco comenzaron a considerar a la razón y la ciencia como superiores a la fe y
la superstición en tanto vías de acceso al conocimiento, y desarrollaron un
concepto de la persona como miembro de la raza humana merecedor de derechos y
libertades, y no como integrante de una serie de colectivos, sometida a rígidos
roles sociales jerárquicos.
La Encyclopaedia Britannica
dice que el posmodernismo “es en su mayoría, una reacción en contra de los
presupuestos y valores de la época moderna en la historia occidental (en
específico la europea)”, mientras que la Stanford Encyclopaedia of
Philosophy niega esto y dice: “Más bien, sus diferencias se hallan al
interior de la modernidad en sí, y el posmodernismo es una continuación del
pensamiento moderno en un modo distinto”. Yo sugeriría que la diferencia está
en si consideramos a la modernidad en términos de lo producido o de lo
destruido. Si entendemos la esencia de la modernidad como el desarrollo de la
ciencia y la razón, así como del humanismo y el liberalismo universal, entonces
los posmodernos se plantean en oposición a esto. Si pensamos que la modernidad
derriba las estructuras de poder, incluido el feudalismo, la iglesia, el
patriarcado y el imperio, los posmodernos intentan continuar con este proyecto,
pero sus objetivos ahora son la ciencia, la razón, el humanismo y el
liberalismo. En consecuencia, las raíces del posmodernismo son inherentemente
políticas y revolucionarias, aunque en un sentido destructivo, o como ellos lo
dirían, en un sentido deconstructivo.
El término “posmodernismo” fue
propuesto por Jean-François Lyotard en su libro La condición posmoderna,
la cual definió como una “incredulidad respecto de los metarrelatos”. Un
metarrelato es una explicación amplia y coherente para los grandes fenómenos.
Las religiones y otras ideologías totalizantes son metarrelatos que intentan
explicar el sentido de la vida o todos los males de la sociedad. Lyotard
proponía reemplazarlos con “minirrelatos” para dirigirse a verdades de
dimensiones más pequeñas y personales. Se dirigía así al cristianismo y al
marxismo, pero también a la ciencia.
Según él, “Hay un
hermanamiento entre el tipo de lenguaje que se llama ciencia y ese otro que se
llama ética y política”. Al vincular a la ciencia y al conocimiento que produce
con el gobierno y el poder, lo que hace es rechazar su postulado de
objetividad. Lyotard describe esta condición posmoderna descreída como algo
generalizado, y dice que desde el final del siglo XIX comenzó una “erosión
interna del principio de legitimidad del saber” que provocó un cambio en el
estatus del conocimiento. Para la década de los sesenta, la “duda” y la
“desmoralización” de los científicos “interfiere con el problema esencial, que
es el de la legitimación.” No importa cuántos científicos digan que no están
desmoralizados ni tienen más dudas de las que corresponde a un grupo de
personas que trabajan con un método cuyos resultados siempre son provisionales
y cuyas hipótesis nunca quedan “probadas”; nada lo disuadió.
En Lyotard vemos dos cosas: un
relativismo epistémico explícito (una creencia en verdades o hechos personales
o culturalmente específicos), y el privilegio de la “experiencia vivida” por
encima de la evidencia empírica. Vemos también la promoción de una versión del
pluralismo que privilegia las opiniones de grupos minoritarios por encima del
consenso general de científicos o de la ética liberal democrática, a quienes se
caracteriza como autoritarios y dogmáticos. Todo esto es consistente con el
pensamiento posmoderno.
La obra de Michel Foucault se
centra en el lenguaje y el relativismo, aunque aplicado a la historia y la
cultura. Bautizó su aproximación como “arqueología” porque consideraba que
estaba “descubriendo” aspectos de la cultura histórica por medio de los
discursos registrados (un habla que promueve o asume una perspectiva
particular). Para Foucault, los discursos controlan lo que puede “conocerse”;
en distintos periodos y lugares, distintos sistemas de poder institucional
controlan los discursos. Por eso, el conocimiento es un producto directo del
poder. “En una cultura y en un momento dados, solo hay siempre una episteme,
que define las condiciones de posibilidad de todo saber, sea que se manifieste
en una teoría o que quede silenciosamente investida en una práctica”.
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Yendo más allá, las personas
en sí mismas están construidas culturalmente. “El individuo, con sus
características, su identidad, en su hilvanado consigo mismo, es el producto de
una relación de poder que se ejerce sobre los cuerpos, las multiplicidades, los
movimientos, los deseos, las fuerzas”.
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Casi no deja espacio a
la agencia individual o a la autonomía. Como ha dicho Christopher Butler,
Foucault “depende de la creencia en la maldad inherente a la posición de clase
o la posición profesional del individuo, entendida como ‘discurso’, sin
importar la moralidad de su conducta individual”.
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Presenta al feudalismo
medieval y a la democracia liberal moderna como sistemas igualmente opresivos,
y es partidario de atacar y criticar a las instituciones para desenmascarar la
“violencia política que se ha ejercido a través de éstas de manera oculta”.
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En Foucault vemos la expresión
más extrema del relativismo cultural leído a través de las estructuras de
poder, en las que la humanidad y la individualidad compartida están casi
completamente ausentes. Al contrario, las personas se construyen por medio de
su posición en relación con ideas culturales dominantes, ya sea como opresores
o como oprimidos. Judith Butler echó mano de Foucault para elaborar su postura
fundamental en la teoría queer que se enfoca en la construcción cultural
del género, Edward Said para sus postulados sobre el poscolonialismo y el
“orientalismo”, y Kimberlé Crenshaw en su desarrollo de la “interseccionalidad”
y las políticas de la identidad. Lo vemos también en la equiparación del
lenguaje con la violencia y la coerción, y la equiparación de la razón y el
liberalismo universal con la opresión.
Fue Jacques Derrida quien
propuso el concepto de “deconstrucción”, y también se sumó a la discusión sobre
el constructivismo cultural y el relativismo cultural y personal. Se enfocó aún
más explícitamente en el lenguaje. Su pronunciamiento más famoso, “no hay nada
fuera del texto” tiene que ver con su rechazo a la idea de que las palabras se
refieren a algo directamente. Más bien, “solo hay contextos sin un centro de
anclaje absoluto”.
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Por eso, el autor de un texto
no es la autoridad sobre su significado. El lector o escucha produce su propio
significado igualmente válido y cada texto “engendra infinitos nuevos contextos
en un sentido absolutamente no saturable”. Derrida propuso el término différance,
derivado del verbo “differer”, que significa tanto “posponer” como “diferir”.
Esto quería indicar que no solo el significado nunca es definitivo sino que
está construido por medio de diferencias, en especial por oposiciones. La
palabra “joven”, solo tiene sentido en relación con la palabra “viejo”, y decía
Derrida, siguiendo a Saussure, que el significado se construye por medio del
conflicto entre estas oposiciones elementales que, para él, siempre son un
positivo y un negativo. “Hombre” es positivo y “mujer” negativo. “Occidente” es
positivo y “Oriente” negativo. Insistía en que “No estamos ante una
coexistencia pacífica de un vis-a-vis, sino ante una jerarquía violenta. Uno de
los dos términos se impone al otro (axiológica, lógicamente, etc.), se
encumbra. Deconstruir la oposición, significa, en un momento dado, invertir la
jerarquía”.
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La deconstrucción,
entonces, implica invertir estas jerarquías percibidas; hacer que “mujer” y
“Oriente” sean positivas, y “hombre” y “Occidente” sean negativas. Esto se debe
hacer irónicamente para revelar la naturaleza arbitraria y culturalmente
construida de estas oposiciones percibidas en un conflicto desigual.
En Derrida hay mucho más
relativismo, tanto cultural como epistémico, y más justificaciones para las
políticas de la identidad. Hay una negativa explícita a considerar que las
diferencias pueden ser algo más que oposicionales, y por lo mismo un rechazo a
los valores del liberalismo derivado de la Ilustración que busca sobreponerse a
las diferencias y enfocarse en los derechos humanos universales y la libertad y
el empoderamiento individual. Estamos ante la base de una “misandria irónica”,
del mantra “el racismo inverso no es real” y la idea de que la identidad dicta
lo que puede ser entendido. Vemos también un rechazo a la necesidad de que haya
claridad en el habla y en los argumentos; a entender el punto de vista del otro
y evitar malas interpretaciones. La intención del hablante es irrelevante. Lo
que importa es el impacto del habla. Esto, junto con las ideas de Foucault, son
la base de las creencias actuales en la naturaleza profundamente peligrosa de
las “microagresiones” y el mal uso de la terminología relacionada con el
género, la raza y la sexualidad.
Lyotard, Foucault y Derrida
son tres de los “padres fundadores” del posmodernismo, pero sus ideas comparten
temas con otros “teóricos” influyentes y fueron suscritas por posmodernos
posteriores que las aplicaron a una gran variedad de disciplinas dentro de las
ciencias sociales y las humanidades. Hemos visto que estas ideas incluyen una
alta sensibilidad al lenguaje a nivel de la palabra y la sensación de que lo
que el hablante quiere decir es menos importante que cómo es interpretado, sin
importar lo radical que sea esa interpretación. La humanidad compartida y la
individualidad son en esencia ilusiones y las personas son propagadoras o
víctimas de discursos dependiendo de su posición social, una posición que
depende de su identidad más que de su involucramiento individual con la
sociedad. La moral es culturalmente relativa, la realidad también. La evidencia
empírica es vista con sospecha y lo mismo pasa con ideas culturalmente
dominantes como la ciencia, la razón y el liberalismo universal. Se trata de
valores de la Ilustración que son ingenuos, totalizadores y opresivos, y
destruirlos es una necesidad moral. Importan mucho más la experiencia vivida,
los relatos y las creencias de los grupos “marginalizados”, todas igualmente
“verdaderas” y preferidas por encima de los valores de la Ilustración para así
revertir la construcción social opresiva, injusta y totalmente arbitraria de la
realidad, la moral y el conocimiento.
El deseo de “destruir” el
status quo, de desafiar los valores ampliamente difundidos y defender a los
marginados es en esencia algo absolutamente liberal. Estar en oposición a esto
es decididamente conservador. Esa es la realidad histórica, pero estamos en un
punto único en la historia en la que el status quo es en general bastante
liberal, con un liberalismo que defiende los valores de la libertad, los
derechos igualitarios y las oportunidades para todos sin importar la raza, el
género o el sexo. El resultado es una confusión en la que los liberales de toda
la vida que quieren conservar este tipo de status quo liberal son considerados
conservadores, y aquellos que quieren evitar el conservadurismo a toda costa terminan
defendiendo el irracionalismo y el iliberalismo. Mientras que los primeros
posmodernos desafiaron al discurso con discurso, los activistas motivados por
sus ideas se han vuelto cada vez más autoritarios y llevan aquellas ideas a su
conclusión lógica. La libertad de expresión está bajo ataque porque el habla es
ahora considerada peligrosa. Tan peligrosa que las personas que se consideraban
liberales pueden justificar el responder al habla con violencia. Argumentar un
punto de manera persuasiva por medio de argumentos razonados ha sido remplazado
cada vez más con referencias a la identidad y con pura ira.
A pesar de la evidencia que
indica que el racismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia y la xenofobia
están en sus niveles históricos más bajos en las sociedades occidentales, los
académicos de izquierda y los activistas en favor de la justicia social
manifiestan un pesimismo fatalista, habilitado por las prácticas de “lectura”
interpretativa posmoderna que dan valor al sesgo de confirmación. El poder
autoritario de los académicos y activistas posmodernos parece ser invisible
para ellos, aunque es evidente para todos los demás. Como escribe Andrew
Sullivan sobre la interseccionalidad:
Propone una ortodoxia clásica
por medio de la cual se explica toda la experiencia humana –y por medio de la
cual toda habla debe ser filtrada… Como sucedió con los puritanos de la antigua
Nueva Inglaterra, la interseccionalidad controla el lenguaje y los términos del
discurso.
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El posmodernismo se ha
convertido en un metarrelato lyotardiano, un sistema foucaultiano de poder
discursivo y una jerarquía opresiva derridiana.
Con frecuencia los filósofos
le han señalado a los posmodernos el problema lógico de la autoreferencialidad.
Sin embargo, estos no lo han resuelto de manera convincente. Como señala
Christopher Butler, “la plausibilidad del argumento de Lyotard sobre el declive
de los metarrelatos a final del siglo XX depende de recurrir a la condición
cultural de una minoría intelectual”. En otras palabras, el argumento de
Lyotard surge de los discursos que lo rodean en su burbuja académica burguesa
y, de hecho, se trata de un metarrelato del que él no tiene la menor duda. Así
mismo, el argumento de Foucault sobre el conocimiento como algo contingente a
la historia debe ser contingente a la historia también y uno se pregunta por
qué Derrida se ocupó de explicar la maleabalidad infinita de los textos con ese
nivel de detalle si yo puedo leer su obra y decir que se trata de un cuento
sobre conejitos con el mismo grado de autoridad que él.
Obviamente esta no es la única
crítica que se le hace al posmodernismo. El problema más evidente del
relativismo cultural epistémico ya ha sido abordado por filósofos y
científicos. El filósofo David Detmer en Challenging Postmodernism,
dice:
Consideremos este ejemplo,
planteado por Erazim Kohak, “Cuando intento, sin éxito, meter una pelota de
tenis dentro de una botella de vino, no necesito probar con distintas botellas
de vino ni con distintas pelotas de tenis, aplicando los cánones de inducción
planteados por Mill, para llegar a la hipótesis de que las pelotas de tenis no
caben en las botellas de vino”… Ahora estamos en la posición de invertir la
cancha ante [los argumentos de relativismo cultural del posmodernismo] y
plantear la pregunta, “¿Si yo considero que las pelotas de tenis no caben en
las botellas de vino, ¿puede demostrar con precisión cómo es que mi género,
ubicación histórica y espacial, clase social, grupo étnico, etc., mina la
objetividad de mi juicio?”
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Sin embargo, ningún posmoderno
le ha explicado su razonamiento, y más bien describe una conversación
desconcertante que tuvo con la filósofa posmoderna Laurie Calhoun:
Cuando tuve la oportunidad de
preguntarle si era o no era verdad que las jirafas son más altas que las
hormigas, me dijo que no era un hecho sino un artículo de fe religiosa en
nuestra cultura.
Los físicos Alan Sokal y Jean
Bricmont hablaron de este mismo problema desde la perspectiva de la ciencia en
su libro: Fashionable nonsense: Postmodern intellectuals’ abuse of science:
¿Quién puede negar en serio el
“gran relato” de la evolución, salvo alguien que esté atenazado por un relato
mayor y mucho menos plausible como el creacionismo? ¿Y quién querría negar la
verdad de cierta física elemental? La respuesta es “algunos posmodernos”.
Hay algo muy extraño en la
creencia de que al buscar leyes causales o una teoría unificada, o al preguntar
si los átomos obedecen las leyes de la mecánica cuántica, las actividades de
los científicos son inherentemente “burguesas” o “eurocéntricas” o
“masculinistas” o incluso “militaristas”.
¿Cuánto amenaza el
posmodernismo a la ciencia? Sin duda existen algunos ataques externos. En una
protesta reciente en contra de una charla dada por Charles Murray en
Middlebury, la gente que protestaba gritaba al unísono:
La ciencia siempre se ha usado
para legitimar el racismo, el sexismo, el clasismo, la transfobia, la
discriminación contra las personas con discapacidad y la homofobia, todo
planteado como racional y como un hecho, y apoyado por el gobierno y el estado.
En el mundo de ahora hay muy poco que sea un ‘hecho verdadero.
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Cuando los organizadores de la
Marcha por la Ciencia tuitearon: “la colonización, el racismo, la migración,
los derechos nativos, el sexismo, la discriminación por discapacidad, la
queer-, trans-, intersexfobia y la justicia económica son temas científicos”
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de inmediato muchos
científicos criticaron que se politizara la ciencia y se perdiera de vista el
énfasis en mantener a la ciencia lejos de las manos de la ideología
interseccional. En Sudáfrica, el movimiento de estudiantes progresistas
#ScienceMustFall y #DecolonizeScience anunció que la ciencia era solo un modo
de conocimiento que a la gente se le había enseñado a aceptar. Sugirieron que
la brujería era una alternativa.
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A pesar de esto, la ciencia
como metodología no se irá a ningún lado. No puede “adaptarse” para incluir al
relativismo epistémico y los “conocimientos alternativos”. Puede, sin embargo,
perder la confianza del público y por lo mismo, el financiamiento público, y
esta es una amenaza que no puede desestimarse. Además, en un momento en el que
los líderes del mundo dudan del cambio climático, los padres creen en la
falsedad de que las vacunas causan autismo y las personas buscan homeópatas y
naturistas para resolver problemas médicos serios, seguir minando la confianza
de las personas en las ciencias empíricas es tan peligroso que representa una
amenaza existencial.
Las ciencias sociales y las
humanidades, sin embargo, están en riesgo de cambiar hasta quedar
irreconocibles. Algunas disciplinas dentro de las ciencias sociales ya han
cambiado. La antropología cultural, la sociología, los estudios de género, por
ejemplo, han sucumbido casi completamente al relativismo moral y al relativismo
epistémico. En mi experiencia, las letras inglesas también están enseñando una
ortodoxia enteramente posmoderna. La filosofía, como hemos visto, está
dividida. Lo mismo la historia.
Los posmodernos con frecuencia
critican a los historiadores empíricos por asegurar que saben lo que sucedió en
el pasado. Christopher Butler recuerda la acusación de Diane Purkiss en cuanto
a que, cuando mostró evidencia de que las acusadas de brujería eran por lo
general mujeres mendicantes y sin poder, Keith Thomas habilitaba un mito que
funda la identidad histórica de los hombres en la “impotencia y el silencio de
las mujeres”. Es de suponerse que debió haber dicho, contra la evidencia, que
se trataba de mujeres ricas, o mejor aún, de hombres. Dice Butler:
Pareciera que los argumentos
empíricos de Thomas simplemente contradicen el principio organizador del relato
histórico de Purkiss: que debe ser utilizado para apoyar las nociones
contemporáneas de empoderamiento femenino.
Yo me topé con el mismo
problema cuando intenté escribir sobre raza y género en el siglo XVII. Había
postulado que al público de Shakespeare no le habría costado entender la
atracción de Otelo, un soldado cristiano de raza negra, hacia Desdémona, una
mujer blanca, porque el prejuicio contra el color de la piel no se hizo
prevalente hasta más adelante en el siglo, cuando el comercio de esclavos en el
Atlántico adquirió más fuerza, y que las diferencias religiosas y nacionales
eran mucho más profundas antes. Un eminente profesor me informó que la mía era
una postura problemática y me preguntó cómo se sentirían las comunidades
afroamericanas en Estados Unidos ahora por mi aseveración. Si las personas
afroamericanas se sentían incómodas, era la implicación, entonces mi postulado
tuvo que haber sido falso en el siglo XVII o sería moralmente equivocado
mencionarlo ahora. En palabras de Christopher Butler:
El pensamiento posmoderno
percibe que la cultura contiene una serie de historias que están en perpetua
competencia cuya efectividad depende no tanto de recurrir a un estándar
independiente de evaluación, y sí de recurrir a las comunidades en las que
circulan.
Temo por el futuro de las
humanidades.
Pero los peligros del
posmodernismo no se limitan a ciertos núcleos de la sociedad aglutinados en
torno de la academia y la justicia social. Las ideas relativistas, la
sensibilidad al lenguaje y el enfoque en la identidad por encima de la
humanidad o la individualidad se han vuelto más dominantes en la sociedad en
general. Es mucho más sencillo decir lo que uno siente que examinar
rigurosamente la evidencia. La libertad de “interpretar” la realidad según los
valores de cada quien se alimenta de la tendencia muy humana de recurrir al
sesgo de confirmación y al razonamiento motivado.
Se ha vuelto un lugar común
señalar que la extrema derecha ahora utiliza la política de identidad y el
relativismo epistémico de una manera muy similar a la izquierda posmoderna.
Claro, ciertos elementos de la extrema derecha siempre han sido divisivos en términos
de raza, género y sexualidad, y dados a hacer propias perspectivas irracionales
y anticientíficas. Sin embargo el posmodernismo ha producido una cultura mucho
más receptiva a esto. Kenan Malik ha descrito este cambio así:
Cuando propuse que la idea de
“hechos alternativos” se basa en “una serie de conceptos que en décadas
recientes han sido utilizados por radicales”, no me refería a que Kellyanne
Conway ni Steve Bannon, mucho menos Donald Trump, hubieran estado leyendo a
Foucault y a Baudrillard… Más bien son sectores de la academia y de la
izquierda quienes en décadas recientes han ayudado a crear una cultura en la
que el relativismo de los hechos y el conocimiento no resulta algo
problemático, y por lo mismo es más sencillo para la derecha reaccionaria no
solo reapropiarse de ella, sino promover estas ideas reaccionarias.
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Esta “serie de conceptos”
amenazan con regresarnos a una época previa a la Ilustración, cuando la “razón”
se consideraba no solo inferior a la fe, sino que también era considerada un
pecado. James K. A. Smith, un teólogo reformista y profesor de filosofía, ha
visto lo provechoso que esto resulta para el cristianismo y considera al
posmodernismo como “un viento fresco del Espíritu, enviado para revitalizar los
huesos secos de la iglesia”. En Who’s afraid of
postmodernism?: Taking Derrida, Lyotard, and Foucault to Church, dice:
Estar comprometidos con el
posmodernismo nos invita a mirar hacia atrás. Veremos que mucho de lo que
sucede bajo el auspicio de la filosofía posmoderna tiene un ojo en las fuentes
antiguas y medievales, y constituye una importante recuperación de modos de
conocimiento, de ser y de hacer premodernos.
El posmodernismo puede ser un
catalizador para que la iglesia recupere la fe, no como un sistema de verdad
dictado por una razón neutral, sino como una historia que requiere “ojos que
vean y oídos que escuchen”.
Quienes estamos en la
izquierda debemos temerle a lo que “nuestro lado” ha producido. Claro, no todos
los problemas de la sociedad son producto del pensamiento posmoderno, y no
sirve de nada sugerir que así es. El alza del populismo y el nacionalismo en
Estados Unidos y en Europa también tiene su origen en una extrema derecha
fortalecida y en el miedo al islamismo provocado por la crisis de refugiados.
Estar rígidamente en contra de los “guerreros de la justicia social” y echarle
la culpa de todo a este elemento de la izquierda adolece a su vez de
razonamiento motivado y sesgo de confirmación. La izquierda no es responsable
de la extrema derecha ni de la derecha religiosa ni del nacionalismo secular,
pero sí es responsable por no hacerle frente de manera razonable a
preocupaciones razonables, y por lo mismo provocar que sea más difícil que las
personas razonables la apoyen. Es responsable de su propia fragmentación, de
sus exigencias de pureza y de las divisiones que provoca y que hacen que la
extrema derecha parezca coherente y unida en comparación.
Para recuperar la credibilidad,
la izquierda debe recuperar el liberalismo fuerte, coherente y razonable. Para
hacer esto, necesitamos vencer por la vía del discurso a la izquierda
posmoderna. Necesitamos hacerle frente a sus oposiciones, divisiones y
jerarquías con principios universales de libertad, igualdad y justicia. Debe
haber una consistencia entre los principios liberales en oposición a todos los
intentos por evaluar o limitar a las personas por raza, género o sexualidad.
Debemos atender las preocupaciones sobre migración, globalización y políticas
de identidad autoritarias que dan poder a la extrema derecha en lugar de tildar
a las personas que las expresan de “racistas”, “sexistas” u “homofóbicas”, y
acusarlas de violencia verbal. Podemos hacer esto y al mismo tiempo oponernos a
las facciones autoritarias de la derecha que son realmente racistas, sexistas y
homofóbicas, pero que ahora se esconden tras la fachada de ser una oposición
razonable a la izquierda posmoderna.
Nuestra crisis actual no es
una que enfrente a la izquierda contra la derecha, sino una en la que la
consistencia, la razón y el liberalismo universal están enfrentadas a la
inconsistencia, el irracionalismo, las certidumbres fanáticas y el
autoritarismo sectario. El futuro de la libertad, la igualdad y la justicia se
ve igual de desolador si la izquierda posmoderna o la extrema derecha ganan la
guerra actual. Aquellos que valoramos la democracia liberal y los frutos de la
Ilustración, la revolución científica y la modernidad misma, debemos ofrecer
una mejor opción.
Traducción de Pablo Duarte.
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